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Bilbao era Bilbao.
Hasta que apareció ETA distorsionándolo todo, las relaciones entre La Rioja y el País Vasco fueron más que íntimas, como ya seguramente lo eran desde “la noche de los tiempos”. Vitoria está ahí al lado y para muchos riojanos siempre ha sido una ciudad elegante y señorial. Mi padre hablaba maravillas de su querida calle Dato. San Sebastián era la ciudad cosmopolita del veraneo de los nobles y de los ricos y la puerta que daba a la Francia de más postín. Bilbao era muchas cosas. Bilbao era la iglesia-catedral del Señor Santiago, la basílica de Begoña; y los jesuitas de Deusto, los del Corazón de Jesús (el Mensajero, el calendario-taco, El Drama de Jesús…) y la Universidad (donde se formaban los empresarios, los economistas). Bilbao era también la Ría… el Puente Colgante y… San Mamés y el Atlético de Bilbao. Sin olvidar la gran feria taurina de la Semana Grande; y las habaneras, y los zorcicos y la música popular.… Pero, ante todo y sobre todo, Bilbao era la gran ciudad de los negocios, del comercio, del Banco de Bilbao—la primera cartilla de banco que tuve en mis manos—, de la industria pesada– ¡qué maravilla, los Altos Hornos!–. Bilbao era la floreciente burguesía seria, sólida, profundamente española y hondamente europea, católica y conservadora. Bilbao era el Liberalismo (el recordado “sitio de Bilbao”), era la Revolución Industrial…era el futuro y por ello, el primer destino de la emigración de nuestros pueblos, ya antes de la guerra. San Mamés era un gran campo de fútbol.
En casa de mis abuelos maternos, en Arenzana de Abajo, que era un pueblo “más adelantado” que Manjarrés, empecé a oír hablar del Atlético de Bilbao con respeto. Era el equipo de fútbol “de la tierra”, “el de los nuestros”. Y empecé a oír hablar con admiración del estadio de San Mamés, así llamado por estar construido en terrenos del asilo que llevaba el nombre del santo. De un santo que yo conocía bien. Pero antes hagamos algunas precisiones. Todo comienza en 1447, cuando sobre el solar de una vieja ermita de san Mamés que estaba en un altozano próximo a la Ría bilbaína, se erige el convento de los padres franciscanos con el mismo nombre de la ermita. Desamortizado el convento en el s. XIX, sobre sus ruinas se construye la actual Santa Casa de Misericordia (asilo de san Mamés) en cuya capilla sigue recibiendo el santo el tradicional culto de los buenos bilbaínos. El estadio de San Mamés, obra del arquitecto Manuel María Smith, cuya primera piedra se puso el día 20 de enero de 1913, fue inaugurado el 21 de agosto de 1913. Se le dio el nombre de “Estadio de San Mamés” por haber sido emplazado en terrenos pertenecientes al vecino asilo de San Mamés. En el partido celebrado con motivo de la inauguración se enfrentaron el Athletic Club de Bilbao contra el Racing de Irún—en el torneo inaugural se contó también con la participación del Shepherd's Bush FC inglés— El primer jugador en marcar un gol en el estadio fue Pichichi delantero del Athletic Club de Bilbao. “Pichichi” se sigue nombrando al jugador que más goles mete en una temporada de liga. El estadio de San Mamés es el único estadio de España que ha visto desfilar sobre su césped todas las ediciones de la Primera División, por ello y por llevar el nombre del santo muy venerado en sus cercanías, recibe el sobrenombre de “La Catedral”. También por la “veneración” que su "parroquia" le profesa al fútbol de su equipo. San Mamés fue un mártir que fue arrojado a los leones, de ahí que a los jugadores del Athletic se les conozca con el sobrenombre de “Los Leones”. “El mártir” es el equipo visitante. Todo por cierto muy acorde con el muy satisfecho buen humor bilbaíno. En Manjarrés, el cuatro de setiembre, San Mamés.
Lo mejor de mi infancia eran las fiestas patronales manjarresinas. 3 días de setiembre para pasarlo en grande. La madre limpiaba a fondo la casa y siempre compraba ropa y zapatos nuevos. Venía el abuelo de Arenzana, y si podían, los tíos y los primos de fuera. Se comía bien, había misa grande, procesión y mucha música y baile en la plaza, se daba paga extra para comprar chucherías y, lo más importante, todo el pueblo se ponía de acuerdo para que en esos tres días solo hubiese alegría y buen humor. El último día se subía a merendar al monte y el ayuntamiento organizaba la tarde. Pero el caso es que en Manjarrés no se decía novena de san Mamés porque no había libro. Hubo que traerlo de Bilbao, de las proximidades del Estadio de San Mamés. Mi madre le pidió el favor a una conocida de allí que le envió la “Vida de San Mamés (mártir de Cesárea) y novena en honor del santo”[1] Con la llegada de don César al pueblo, a finales de los 50, san Mamés tendría hasta himno y todo. Estaba en el apéndice de esa publicación. Y así se me hermanaron el San Mamés de Bilbao y el de Manjarrés. Durante 10 años, sirviéndome del libro de mi madre, dirigí, en la parroquia de Manjarrés, el rosario-novena de preparación para las fiestas de san Mamés con un doble cometido: honrar al patrón y conseguir que después de las fiestas, nuestro querido san Mamés lograra de Dios que lloviese un día o dos la última agua suave, no de tormenta, que las viñas necesitaban para terminar de madurar unos racimos frescos y hermosos. La idea partió de mi padre que de viñas sabía un rato. No me pregunten cómo, pero la cosa funcionaba. En la novena, todos los días rezábamos con toda devoción un padrenuestro con esa intención y antes de la Virgen de setiembre o en sus fiestas, llovía para satisfacción de todos. Un año, el secretario del pueblo, el bueno de don Job que hizo de corresponsal de las fiestas manjarresinas en La Nueva Rioja, contó “el prodigio” en su crónica periodística. San Mamés, un joven mártir.
Diez años leyéndoles a los manjarresinos la vida de san Mamés hicieron que yo le cogiera un gran cariño al santo patrón. Terminada la carrera y ganadas las primeras oposiciones, hice el primero de mis añorados viajes a Turquía. Metí la novena del santo en el macuto, puse una foto de mi padre llevándolo en procesión en la cartera y planeé el viaje de forma que pudiese visitar la tierra del santo, la Capadocia. Y lo conseguí. Cerca de la vieja Cesárea de Capadocia (hoy Kayseri), a los pies del Argeo (hoy Erciyes Dağı) hay todavía una especie de morabito donde se venera a san Mamés, pero convertido en santo musulmán. Cuenta la leyenda que hacia el 259, san Mamés nace en la cárcel de Cesárea de Capadocia, de padres mártires. Es adoptado por una matrona cristiana que muere y lo deja rico heredero y buen cristiano, cuando él sólo tiene 13 años. Mamés, reparte sus bienes entre los pobres y durante dos años se gana la vida como pastor, oficio que le permite muchas oras de retiro y soledad. Adquiere fama de “hombre de Dios”, porque es capaz de dulcificar hasta las fieras, y es detenido por su “dañina” influencia cristiana. Llevado ante Aureliano, es condenado a ser arrojado al mar con una piedra al cuello, pero un ángel lo salva y lo traslada al monte Argeo donde vive otros dos años, por lo menos, en soledad. Allí, a falta de fieles, es capaz de convocar a las fieras para predicarles el evangelio, mientras le escuchan mansa y atentamente. Hacia el 275 es detenido, juzgado y condenado a ser devorado por los leones en el anfiteatro de Cesárea de Capadocia. Como los leones le lamen cariñosamente los pies, es asesinado de un golpe de tridente con el que un gladiador le destroza el vientre. La hagiografía de san Mamés está muy influida por los mitos de Orfeo, el amansador de las fieras, y por la historia contada por Esopo sobre Androcles, el esclavo fugitivo que precisamente curó la pata del león que luego se negó a devorarlo en el anfiteatro. Hay un intento muy claro de hacerlo monje en Capadocia ya a mediados del s. III. Los Santos Padres Capadocios[2] fomentan la devoción de su paisano como protector contra las dolencias del aparato digestivo y patrón de los adolescentes y de los pastores. De Constantinopla a Langres y de allí a Manjarrés por el Camino de Santiago.
Tras la conquista y saqueo de Constantinopla en la Cuarta Cruzada (1202 – 1204), las reliquias de san Mamés llegan a la francesa ciudad de Langres. Desde allí su devoción se extiende por todo el Camino de Santiago, reforzando la más antigua en los lugares a los que su culto ya había llegado en época visigótica. En la Rioja lo veneran Manjarrés, Tricio, San Román de Cameros y El Rasillo. Como en Manjarrés, cuando se le traía de la ermita, no tenia altar fijo en la iglesia, se creó la leyenda popular de que el san Mamés de Manjarrés era el de Tricio, que, harto de estar, debajo de la escalera de la torre, también sin altar, se había subido a Manjarrés comiendo moras por el camino y se había metido en la iglesia por la gatera, quedándose también en el ultimo altar de la iglesia. Manolo, el cura de Tricio, que disfrutaba con las leyendas populares, un poco antes de su muerte, tuvo el buen humor de encargar un nuevo san Mamés procesional que llevase la cestita de moras en la mano. Decía Manolo, además, que san Formerio (el de Bañares) no era más que una adaptación de San Mamés. De las célebres rogativas con peregrinación a pedir agua en Santa Coloma ya les hablé en otro artículo.[3] Les recuerdo algunas coplas piadosas populares que los manjarresinos cantaban en esa ocasión:
Para terminar.
Les recuerdo lo que dicen los “gozos” del santo:
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¡Qué san Mamés nos ampare en la que nos está cayendo! NOTAS [1] “Vida de San Mamés (mártir de Cesárea) y novena en honor del santo” por el dr. J. Benito Marco-Gordoqui, presbítero, Director de la Santa Casa de Misericordia de Bilbao, Escuelas Graficas de la Santa Casa de Misericordia, Bilbao, 1946. |
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