En el Archivo Histórico Nacional se encuentran valiosos testimonios que evidencian que La Rioja no pudo sustraerse a unas creencias extendidas en sus zonas limítrofes y que «franceses o francos llegados de allende el Pirineo, dedicados a las faenas de la tejería, y que practicaban la brujería con ritos y asistencia a los aquelarres, en los que incluían a los niños». Es de tener en cuenta que en la línea Pamplona-Estella-Logroño y Nájera, como consecuencia de las peregrinaciones jacobeas constituyen asentamiento de numerosos francos que al amparo de privilegios y Fueros como el de Nájera y Logroño crearon núcleos de población que mantenían creencias, hábitos y costumbres de sus lugares de origen.
   En una información del Inquisidor General de los Reinos Cardenal Sandoval daba cuenta de que en la región vasco-navarra-riojana se celebraban aquelarres y en cuya lista figuraban las localidades de Ribafrecha, Ajamil, Bañares, Sojuela, Medrano, Haro y Matute y manteniendo el criterio de que debían adoptarse medidas de rigurosos castigos hacia los brujos, como ya
se estaba haciendo por el Santo Oficio en las zonas fronterizas y especialmente en las localidades de Fuenterrabía, Zugarramurdi, Hendaya, San Juan de Luz y otros pueblos del Bidasoa.
   Se tienen algunas referencias de que en las proximidades de Logroño, en la parte denominada «Los quemados» se celebraban animados «aquelarres, que en la localidad de Viana adquirieron notoria popularidad». Cuentan que allí, a la luz de la Luna, por los cuatro puntos cardinales aparecían las brujas interrumpiendo el silencio de la noche con ruidos metálicos y espantosos aullidos. Después se escuchaba el sonido de la dulzaina y tamborial en cantigas sacrílegas. El repetido canto del gallo y la luz del crepúsculo, anunciaban el nuevo día y con ello la desaparición de las brujas...
   En La Rioja Baja, también se extendieron estas creencias y prácticas en el período de los años 1507 al 1537, conservándose testimonio de las brujas «Quinquagenas» muy conocidas en Navarra.
   Ribafrecha, Sojuela, Ajamil, Bañares, Medrano, Haro, Matute y otras localidades riojanas, figuran entre los datos facilitados por Tribunales de la Inquisición como lugares donde se practicaba la brujería y en el pueblo de Ojacastro una fuente con la denominación de «Lamín» tenía el significado vascuence de «Lamín-Iturrei» o «Fuente de las brujas».
   La reencarnación del demonio y la brujería también han perdurado en leyendas riojanas. Cuentan que en Igea de Cornago, se reunían las brujas en el monte denominado «Baltearín» y que en cierta ocasión, en una noche iluminada por la tenue luz de las estrellas, unos jóvenes atraparon un cordero para celebrar un festín. En aquel preciso instante se escucharon en la lejanía las campanas de la iglesia, marcando las horas del tiempo.
    ¿Qué hora ha sonado? preguntó el joven que llevaba la presa atrapada.
    -Las doce, contestó el cordero con la voz metálica de una conocida bruja de la localidad. Los muchachos, soltando el animal, huyeron aterrorizados, mientras sus oídos seguían escuchando una estridente risa que interrumpía el silencio de la noche.
   Las bellas y desafiantes montañas riojanas también fueron escenario de acontecimientos sobrenaturales y esotéricos en esa lucha permanente entre el Bien y el Mal. En la Edad Media todo era religioso y nada resultaba inexplicable. El hombre se debatía entre la confianza en Dios y el temor al diablo, como origen de todos los males en una concepción de la mística cristiana, cuyo final, quizás quedará marcado en un monumento de piedra cuya inscripción no podrá borrar el paso del tiempo: «AOUI SAN MILLAN VENCIO VISIBLEMENTE A SATANAS»,
   Una llama de fe en el silencioso paisaje del valle de San Millán con sus antiguos monasterios de Suso y Yuso. Arriba, grises nubes sobre fondos azules proyectándose hacia el cielo. y más allá majestuosa montañas adornando el verdero manto de la frondosidad del bosque.
Si no recordamos mal, la puerta sobre la que está la cruz corresponde a un establo,donde se guardan animales, no a una vivienda.
   En las puertas de humildes labradores tres cruces o una escoba vuelta al revés eran prácticas universales para ahuyentar a la brujas en su escenario nocturno. Invocaciones de fe se pronunciaban en momentos de angustia y desolación. Y en ese espíritu cristiano un riojano clavaría en la puerta de su morada un pedazo de papel -cédula de UBAGA- que le librará de las fuerzas del Mal. y en su contenido impreso: «Nuestra Señora de Ubaga. Defiéndenos del enemigo y de las cosas impuras, Apártate Satanás, nunca me aconsejes cosas vanas, son males que tu mismo das... Venena ribas la Cruz Santa sea para mí la luz y, Dragón no sea para mí el que me conduzca...»
   «Cristo vence. Cristo reina. Cristo me defiende de todo mal. Demonios malditos y excomulgados. En virtud de estos santos nombres de Dios: Mesías, Enmanuel, Salvado Salvador, Santo, Fuente, Inmortal, Geobá, Adonia, Itetra, os obligamos y separamos de esta criatura de todo lugar y casa donde estuviesen estos nombres y signos de Dios y os mandamos y obligamos para que no tengais poder ni hacer daño por peste, ni por cualquier otro maleficio, ni en el alma ni en cuerpo. Salir, salir, salir malditos lago de fuego o a los lugares designados por Dios para vosotros...»
   Y en Santo Domingo de la Calzada, la medalla o cruz de San Benito fue un remedio de fe contra las tentaciones del demonio y para salvar la vida a los animales. En el contenido de la cédula se hace un detalle y explicación de su origen, íntimamente enlazado con la devoción que tenía el Santo para con la Santa Cruz, para vencer las tentaciones y evitar los lazos del demonio. Dos hechos contribuyeron a dar una extensión universal a la medalla: la curación milagrosa del joven Bruno (más tarde el papa San León IX) y la declaración de Ias hechiceras de Baviera que al ser apresadas en 1647 confesaron que sus maleficios contra el Monasterio de Metten resultaban sin efecto alguno; indagando la causa se descubrió que en las paredes del Monasterio la imagen de la Santa Cruz rodeada de letras cuyo significado se ignoraba; pero cuyo enigma quedó descifrado con el hallazgo en la Biblioteca de dicho Monasterio, de un manuscrito del año 1415, en el que se veía pintado a San Benito, empuñando la Santa Cruz, en la cual tremolaba una bandera y en ella se hallaban grabadas las letras que hoy aparecen en la medalla.
   La Inquisición en La Rioja funcionó con anterioridad en Calahorra y su jurisdicción se extendía a las zonas limítrofes de Vascongadas- Navarra y parte de las de Burgos y Soria.
   El Tribunal inicialmente se hallaba establecido en Estella, acordándose en 1509 su traslado a Calahorra y posteriormente en el año 1570, a Logroño.
  Sus locales más tradicionales se encontraban situados al lado de la Iglesia de Santiago, que disponían de habitaciones para el inquisidor y su servicio y otras para las funciones de guardia. La parte baja estaba destinada para reclusión de los detenidos.
  En su traslado a la capital de la región influyo de forma decisiva el inquisidor don Jerónimo Manrique, que había sido designado para efectuar una inspección por las irregularidades que se producían en la tramitación de las causas y su cumplimiento.
   Las primeras dificultades surgieron con el problema que planteaba el conseguir en Logroño un edificio adecuado para el funcionamiento del Tribunal, de cuya gestión se facultó a Juan de la Isla a fin de que pudiera adquirir las casas del Hospital de Rochamador; para cárcel perpétua o de penitencia fue alquilada la casa pública, por lo que en esta visión retrospectiva podemos considerar que en su momento inicial la Inquisición de Logroño estuvo situada a orillas del camino que conducía a Valbuena.
   Sus cárceles disponían de reducidos calabozos de escasa luz. Unos entarimados servían de cama y en ciertas ocasiones resultaban insuficientes, por lo que algunos reclusos se veían obligados a dormir en el húmedo suelo.
   El Tribunal está compuesto por tres inquisidores y un número indeterminado de «calificadores», integrado por frailes de las distintas congregaciones religiosas: Dominicos, Franciscanos, Trinitarios y de la Merced. Como colaboradores en menor grado jerárquico, por medio de los Ayuntamientos, se designaba a los «Comisarios» y «Ios familiares», cuya identidad se procuraba ocultar, que actuaban en misión informativa.
   Se conservaba el secreto del procedimiento, en unas pruebas en las que se admitían la delación y el tormento; que precisaba el asentimiento del Ordinario y de los consuItores.
    La Inquisición logroñesa, a mediados de julio de 1585 y a fines de diciembre de 1588, impuso severos castigos y llevó su rigor hasta el extremo de negar la vecindad de Logroño a cuantos fuesen penitenciados.
   Se celebraron Autos de Fe por diferentes motivos, el 18 de octubre de 1570, 27 de diciembre de 1571, 25 de marzo de 1573, 11 de diciembre de 1575, 22 de agosto de 1583, 28 de octubre de 1584, 14 de noviembre de 1599 y otros, siendo el más conocido el celebrado los días 6 y 7 de noviembre de 1610.
   Como consecuencia de la actuación del Tribunal de la Inquisición, surgieron diferencias con las Autoridades Municipales que se consideraron «ofendidos» con «agravio a la Ciudad» e incluso en una ocasión designaron una comisión para quejarse ante el Rey de «la dura actuación en la Ciudad del inquisidor don Isidoro Vicente que estaba ocasionando graves conflictos».
   Según antiguas crónicas, el Tribunal de la Inquisición de Logroño desapareció al poco tiempo de penetrar en la ciudad las tropas francesas. El inquisidor Fernando Antonio de Sisniega, reclamaba en 3 de setiembre de 1814 el hierro y otros efectos de castigo y tortura utilizados por la Inquisición «cuyo edificio fue quemado y demolido, y su piedra la utilizó el enemigo para sus fortificaciones».

   En una época de movimientos filosóficos reformistas contra una intolerancia de ortodoxa conservadora, un escritor riojano Juan Antonio Llorente con su racionalismo enciclopédico suscitará vivas polémicas sobre la actuación del Santo Oficio.
   Nació en Rincón de Soto en 1756 y murió en Madrid en 1823. canónigo de Calahorra, desempeñó posteriormente el cargo de Secretario de la Inquisición de Corte. Comisionado por Jovellanos para la redacción de un estudio que justificara la conveniencia de abolir el Santo Oficio, intentó introducir reformas con tendencias liberales, por lo que fue destituido. Emigrado a Francia en 1814 con sus profundos conocimientos religiosos e históricos y documentaciones que había trabajado, público en francés la obra «Histoire critique de I'inquisition d'Espagne» (1817-18), que tu
vo una gran resonancia en Europa, siendo publicada en España en 1822 con el título de «Historia crítica de la Inquisición desde Fernando V hasta Fernando VII».

 

El famoso proceso de las brujas de Logroño

  Juan de Mongastón, con la licencia que le fue otorgada en 7 de enero de 1611 por «nos el doctor Vergara de Porres, chantre y canónigo de la Colegial de Nuestra señora de la Redonda de esta ciudad de Logroño, y vicario en todo este arciprestazgo de la dicha ciudad por don Pedro Manso, obispo de Calahorra y la Calzada, del consejo del rey nuestro señor», publicó la relación del Auto de Fe «que los señores Alonso Becerra Holguín del Hábito de Alcántara, licenciado Juan Valle Alvarado y licenciado Alonso de Salazar y Frías, inquisidores del Reino de Navarra y su distrito, celebraron en la ciudad de Logroño en 7 y 8 días del mes de noviembre de 1610 años, y de las cosas y delitos que fueron castigados», señalando que la relación «comprende con gran verdad y puntualidad, los puntos y cosas más esenciales que se refirieron en las sentencias de los reconciliados y condenados por la demoníaca secta de los brujos», y añadiendo que:
«Este Auto de Fe es de las cosas más notables que se han visto en muchos años, porque a él concurrió gran multitud de gente de todas partes de España y de otros reinos; y sábado 6 días del mes de noviembre se comenzó el Auto con una muy lucida y devotísima procesión en que iban, lo primero, siguiendo un rico pendón de la cofradía del Santo Oficio hasta mil familiares, comisarios y notarios de él, muy lucidos y bien puestos, todos con sus pendientes de oro y cruces en los pechos. Después iban gran multitud de religiosos de las Ordenes de Santo Domingo, San Francisco, la Merced, la Santísima Trinidad y la Compañía de Jesús, de los cuales hay conventos en la dicha ciudad; y para ver el dicho Auto, de todos los monasterios de la comarca había acudido tanta multitud de religiosos, que vino a ser tan célebre y devota esta procesión como jamás se ha visto. Al cabo de ella iba la Santa Cruz verde, insignia de la Inquisición, que la llevaba en hombros el guardián de San Francisco, que es calificador del Santo Oficio, y delante iba la música de cantores y ministriles y cerraban la procesión dos dignidades de la Iglesia colegial y el alguacil del Santo Oficio con su vara, y otros comisarios y personas graves, ministros del Santo Oficio, que todos en muy buen orden llevaron a plantar la Santa Cruz en lo más alto de un gran cadalso de ochenta y cuatro pies en largo y otros tantos en ancho, que estaba prevenido para el Auto, y con vistosos faroles y familiares de guarda, estuvo toda la noche, hasta que el día siguiente, luego que amaneció, salieron de la Inquisición».
  Moratín nos facilitó unas referencias de Mongastón :
  «Este Juan de Mongastón imprimió en el año 1618 las Eróticas de Esteban Manuel de Villegas, y el poeta en el exceso de su agradecimiento le llamó prez de los impresores, pero me parece que anduvo muy hiperbólico».
  La relación de Juan de Mongastón ha sido publicada repetidas veces, especialmente por el interés suscitado por esas notas de don leandro Fernández Moratín, apareciendo en distintas obras, entre las que destacan la de «Biblioteca de Autores Españoles».
  El proceso de las brujas de Logroño ha sido considerado como uno de los más importantes de su época.
  Para unos fue objeto de grandes críticas, mientras que otros lo consideran como unas medidas necesarias para reprimir el culto a la brujería.
  Como antecedentes, son de tener en cuenta que la intervención de la Inquisición se produjo como consecuencia del terror y pánico hacia la brujería, que se extendió en la región, y especialmente en Zugarramurdi, como parte lindante con Labourd, comisionándose al inquisidor don Juan Valle Alvarado para que realizara una información e inspección por tales lugares.
   El inquisidor realizó un minucioso trabajo recogiendo comentarios, denuncias y tomando en consideración su contenido; quedaron inculpadas más de trescientas personas. Cuarenta de ellas, como más sospechosas y culpables, fueron trasladadas a Logroño e internadas en prisión, serían juzgadas en el conocido proceso de Logroño.
   Las actuaciones se iniciaron por la denuncia de una joven... «y es que una bruja (cuyo nombre no se declaró más que era de nacionalidad francesa y se había criado en Zugarramurdi), habiendo vuelto a Francia con su padre, una mujer francesa la persuadió a que fuera con ella a un campo donde se holgaría mucho, industriándola en lo demás que había de hacer y dándole noticias de cómo había de renegar y habiéndola convencido la llevó al aquelarre y puesta de rodillas en presencia del demonio y de otros muchos brujos que la tenían rodeada, renegó de Dios y no se pudo acabar con ella que renegase de la Virgen María su Madre, aunque renegó de las demás cosas y recibió por dios y señor al demonio... que en año y medio que fue bruja hizo todas las cosas que hacían los demás brujos, siempre andaba con recelo de parecerle que no podía ser dios aquel demonio...» Cayó enferma y arrepentida de delatar a los brujos que había conocido.
   El fondo argumental del proceso de Logroño, evidencia cierta similitud con otros procesos célebres, como el de la quema de las brujas de Salem, y con más vinculación al proceso de las brujas de Labourd, iniciado al comienzo del año 1609 en el parlamento de Bordeaux, que conduciría a un drama impulsado por el fanatismo del juez Pierre de Lancre, que en su locura se imaginaba que gran número de demonios, huidos de la presencia de misioneros cristianos en la China y en las Indias, atravesando los aires se habían refugiado en Labourd (Francia), invadiendo la zona Pirenáica.
   Las graves maldades que han cometido los brujos en la larga narrativa, se materializa en las increíbles apariciones, en mutantes transformaciones del demonio, concurrencia a los aquelarres y otros actos reiteradamente achacados a la brujería, en un escenario bañado por la tenue luz de la luna,
en el que no faltarán demonios en figura de sapo, murciélagos y otros animales. Es el mundo apocalíptico o fatídico en que se mueven sus personajes, María de Yurreteguía, Johanes de Goyburu, Juan de Sansín, Esteban de Navalcorea, María Chipia, Graniana de Barrenechea -Reina del aquelarre- Miguel de Goyburu -Rey del aquelarre-, María de Zozaya, Beltrana Fargue, Joanes de Echalar -brujo reconciliado-, Juana de Telechea, María Juanto, María Presoná, María de Iriarte, Graciana y Estefanía de Telechea y otros que se someten a la voluntad del demonio, que incluso les llevará por los aires a San Juan de Luz, para causar una tempestad y destruir navíos o sembrar el Mal, destruyendo frutos y cosechas.
   El demonio aparece sentado en sillas de oro o madera negra, con gran trono, majestad y gravedad y con un rostro muy triste, feo y airado... en figura de hombre negro con una corona de cuernos pequeños y tres de ellos muy grandes... el de la frente da luz y alumbra a todos los que están en el aquelarre...; los ojos tiene redondos... encendidos y espantosos; la barba como de ganso... la voz espantosa y, cuando habla, suena y suena como un mulo cuando rozna...
   Los procesados fueron condenados con rigor: «...cincuenta y tres personas que fueron sacadas al Auto en esta forma: veintiún hombres y mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cinturón y con una vela de cera en las manos, y los seis de ellos con sogas a la garganta, con lo cual se significa que habían de ser azotados. Luego seguían unas veintiuna personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados, que también llevaban sus velas en las manos y algunas sogas a la garganta. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas, con sambenitos relajados y otros cinco ataúdes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas. Y las últimas iban seis personas con sambenito y corozas de relajados y cada una de las dichas cincuenta y tres personas entre dos alguaciles de la
Inquisición...»
«Comenzó el Auto por su ser
món que predicó el Prior del Monasterio de los Dominicos, que es calificador del Santo Oficio y aquel primer día se leyeron las sentencias de las once personas que fueron relajadas a la justicia seglar , que por ser tan largas y de cosas tan extraordinarias ocuparon todo el día hasta que quería anochecer, que la dicha justicia seglar se entregó de ellas y las llevó a quemar, seis personas y las cinco estatuas con sus huesos, por haber sido negativas, convencidas de que eran brujas y habían cometido grandes maldades. Excepto una que se llamaba María de Zozaya, que fue confidente y su sentencia de las más notables y espantosas de cuantas allí se leyeron. y por haber sido maestra y haber hecho brujos a gran multitud de personas, hombres y mujeres, niños y niñas, aunque fue confidente, se mandó quemar por haber sido tan famosa maestra y dogmatizadora.» En los hechos que narra el Auto de Fe de Logroño, el interés dramático se va diluyendo en su propia narrativa. La creencia en las brujas se afianza con la práctica de antiguas supersticiones, en un intento de alcanzar lo que se encuentra más allá de los límites de nuestro entendimiento. Si la mística cristiana en su concepción del bien admitía milagros y apariciones celestes, con sus misterios de fe, la figura del demonio, con su cortejo de brujas, simbolizaba ese mal incurso en la herejía que se intentaba reprimir.
El teólogo Pedro de Valencia, en un largo memorial, se escandalizó de las infamias cometidas por «gentes cegadas por el vicio y que con deseo de cometer fornicaciones, adulterios o sodomías, hayan inventado aquellas juntas y misterios de maldad en que alguno, el mayor bellaco, se finxa Sathanas y se componga con aquellos y traxe horrible de obscenidad y suciedad que quentan».
   Con motivo de la celebración del Auto de Fe, celebrado los días 7 y 8 de noviembre de 1610, la afluencia de forasteros a la ciudad fue muy grande, hasta el punto -que según antiguas crónicas- se hicieron aprovisionamientos abundantes de pan, carne y otros alimentos, abaratándose el vino, dictándose instrucciones por las autoridades de la ciudad para que se expendiese el de mejor calidad como previsión de concurrencia de gentes y coincidir con días feriados.
  Moratín, en sus sarcásticos comentarios al Auto de Fe de Logroño, comentando la concurrencia de religiosos de los distintos monasterios de la comarca, exclamará:
   «Asueto y mula holguera de tres semanas; y engullir sin término y beber sin medida. jY en Logroño!».
   Parece un hecho acreditado que Goya tuvo una íntima amistad con Moratín, a quien admiraba profundamente e incluso tenía una coincidencia de ideas con las del comediógrafo. Sus pinturas negras son una crítica en imágenes de fuertes matices de un mundo obsesionado por un terror impulsado a lo irreal.
   El famoso fabulista Samaniego, vecino de Laguardia, compuso una copiosa colección de cuentos irreverentes y desenvueltos que circularon durante mucho tiempo por la comarca.
   En el Archivo Municipal de Logroño se encuentran algunos papeles, consultas, cédulas y copias referentes a diversas actuaciones del Tribunal de la Inquisición de Logroño, siendo curioso que hayan desaparecido los más interesantes, referentes al proceso de Logroño. Hoy los datos más interesantes obran en el Archivo de Historia Nacional.
   Los que intervinieron en el proceso fueron: don Juan del Valle Alvarado, don Alonso Becerra Holguín y don Alonso de Salazar y Frías, el ordinario del obispado y cuatro consultores, como se desprende de las numerosas actuaciones inquisitoriales que concluirían con el famoso Auto de Fe.
   Entre la opinión de Salazar y los restantes inquisidores, desde el momento inicial se produjeron evidentes discrepancias, ya que frente al criterio duro y riguroso de Alonso de Becerra y don Juan del Valle, que creen ciegamente en la existencia de brujas y consideran deben ser castigadas de forma rigurosa, existe una oposición por parte de Salazar y Frías, que no admite su existencia y considera que son necesarias unas mayores pruebas, no aceptando la mayoría de los hechos denunciados o dando esca
so valor a las declaraciones testificales o confesiones de los condenados de haber estado sometidos a duros tormentos o castigos.
   Alonso de Salazar y Frías merece una especial atención, si bien fue uno de los inquisidores del proceso de Logroño, con una responsabilidad -moral y legal- de sus consecuencias, también es evidente su disparidad de criterio con los otros inquisidores, en una conducta fundamentada en humanitarios principios cristianos que Caro Baroja la calificará de «acción práctica». Por la Suprema será designado para efectuar esas averiguaciones a que hemos aludido y 1.512 personas serán minuciosamente interrogadas. Salazar llegará a la conclusión de que no existían pruebas claras y concretas sobre la realidad de los hechos y que tanto las denuncias como las acusaciones eran producto de la imaginación, y así se evidenciará con el resultado médico de las jóvenes confesas de haber tenido relaciones carnales con el demonio; analizados los ungüentos que las supuestas brujas utilizaban como recetas del diablo, sus resultados revelaron que se trataba de preparados inofensivos, y los vuelos nocturnos a los aquelarres producto de una mera fantasía.
  Las creencias personales de algunos inquisidores que intervinieron en el proceso de 1610, se pone de manifiesto en consulta que Alonso de Becerra y el licenciado Juan del Valle, el 9 de julio de 1611 , formulan al Consejo de la Suprema Inquisición señalando que corre el rumor en la ciudad que había brujos que hacían sus aquelarres de noche, sucediendo algunos casos que «nos han obligado a entender tienen fundamento cierto... que numerosas personas, de diez a doce horas de la noche, han visto fuegos extraordinarios en diferentes partes de la ciudad y otras siete que se hallaban en un molino, deponen haber visto brujos bailando y rodeando al fuego; que un francés les llevó a su hijo para que le dieran un remedio por la persecución que le hacían los brujos, declarando el niño que le llevaban al aquelarre tres franceses de los muchos que hay en la ciudad y la comarca» y finalizando con la súplica de «Sírvase V. E. mandarnos lo que debemos hacer... juzgamos ser muy grande atrevimiento el de estos franceses, y que en este contorno hay muchos ocupados en oficio de tejeros...»
   Es innegable que los juzgadores del proceso de Logroño, encubiertos en la capa de un puritanismo religioso mantuvieron actitudes inflexibles en sus pronunciamientos; pero tampoco se puede olvidar que se hallaban en momentos de una presión colectiva que les obligaba al mantenimiento de unas medidas de represión para evitar que a través de ciertas prácticas -brujería, magia, ciencias ocultas, etc.se pudieran socavar creencias y tradiciones religiosas con ofensa a los preceptos cristianos.

 

Otros procesos célebres

   Sobre otros procesos, acerca de la brujería y sus personajes en La Rioja, podemos destacar los siguientes:
   Antonio de Medrano fue célebre en la misteriosa historia de los «alumbrados» e «iluminados». Su nombre se repetirá increíblemente en los distintos Tribunales de la Inquisición y el promotor fiscal lo calificó de: «hereje, apóstata, dogmatizador, enseñador de errores, nueva, falsa, dañosa y escandalosa doctrina»; descubrirá una nueva herejía: el epicureísmo.
   En su proceso en Logroño, en el año 1526, aparece por vez primera el término «iluminado», en lugar de «alumbrado».
   Medrano había nacido en la localidad de Navarrete, siendo conocidas sus andanzas con Francisca Hernández; condenado a muerte en la hoguera, se libró gracias a la intervención del duque de Nájera, y murió en su pueblo natal, exhonerado y despreciado.
  Actuaciones contra Diego Alfonso de Medrano, también figuran en los procesos del Tribunal de la Inquisición logroñesa. Según sus juzgadores, hacía sellos y medallas secretas con observaciones de los planetas y signos misteriosos de comunicación con el diablo. Los cuadernos hallados en su poder estaban escritos en un tipo de letra desconocido y los nombres que citaba no eran latinos ni griegos y decía que con el conjunto del espejo se le aparecía el demonio. El promotor fiscal le acusó de planetario, geomántico, agorero, hechicero, encantador (mágico) y nigromático. Había nacido en Logroño. El 30 de octubre de 1612, el Consejo de su Majestad de la Santa Inquisición confirmaba la sentencia del Tribunal de la Inquisición de Toledo, que le condenaba a su reclusión perpetua por todo el tiempo de su vida en un hospital o monasterio.
    La figura de Johanes el de Bargota, reviste todos los caracteres de un artificioso creador de «un mito de sí mismo». Leía con pasión libros de magia, ciencias ocultas, nigromancia y brujería, que después narraba a sus vecinos con la variante de que se transformaba en protagonista de sus propias lecturas. Historias que después se divulgaban en las «candiladas» o asiduas reuniones de las hilanderas del pueblo. Las denuncias que le formularon la Cofradía de Arcabuceros de Torralba por actos de magia y encantamiento, sus asistencias a tertulias de tranquilladores, peleires, aquelarres y, sobre todo, su presencia en el lugar donde se ocasionó la muerte del conde de Aguilar -que no tuvo intervención directa- motivaron su prisión por el Tribunal de la Inquisición de Logroño, figurando entre las causas que se celebraron los días 7 y 8 de noviembre de 1610, «La cieguecita de Viana» y «Los brujos de Zugarramurdi».
   En el Auto de Fe desfiló «vestido de loba y ferruelo de luto, con una vela amarilla en la mano y con un sambenito doble colgado al cuello, en el cual se leía: Señor, perdonad al nigromante». Después de cumplir la pena de prisión regresó a su pueblo natal de Bargota, después de un ejemplar arrepentimiento.
   La historia de
«La cieguecita de Viana» con el asesinato del conde Aguilar, es una narración alucinante de dos seres sumidos en la locura. Condenada a la hoguera por orden del Santo Tribunal de la ciudad de Logroño, no fue castigada por bruja, «sino por haber usado venenos, por haber dado espantosa muerte a un anciano venerable de la nobleza de la ciudad de Viana...»

 

HISTORIA DE LA RIOJA
Vol. 3

Edita CAJA DE AHORROS DE LA RIOJA
LOGROÑO 1983

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