Los siglos XII y XIII en Europa son los que marcan el auge de uno de los fenómenos más interesantes del Cristianismo: el culto a la Virgen María. Hasta esta época, la devoción a la Virgen había sido algo de importancia menor en la Iglesia. Por cierto, en las Sagradas Escrituras Nuestra Señora apenas desempeña un papel importante, y la más temprana referencia conocida a ella no es sino la que hace San Pablo (Gal., 4.4), unos cincuenta y siete años después de la muerte de Cristo 14.
No es hasta mediados del siglo II cuando María comienza a destacarse como una fuerza importante en la devoción occidental. Con los escritos de San Justiniano y San Ireneo, la madre de Cristo empieza a incorporarse a un esquema teológico de la salvación y redención cristianas. Por medio de la exégesis de las Sagradas Escrituras estos Padres de la Iglesia intentan reconciliar el Antiguo Testamento con el Nuevo, y trazan un elaborado concepto en que María se identifica con la «Nueva Eva», la mujer que ha venido a redimimos de los pecados de la Eva Antigua. A partir de este momento, y con la aparición de los tempranos libros apócrifos de la Biblia (siglos II y III), se nota una creciente devoción a la figura de María con un concomitante desarrollo teórico en cuanto a su importancia en el plan de la Providencia Divina. En el año 431 en Éfeso ya se declara a María Theotokos, o madre divina, y a partir del siglo V, su presencia en España va cobrando más y más importancia en la liturgia mozárabe15.
En la Iglesia visigótica española se prestaba mucha atención a la Virgen, y son los eclesiásticos visigóticos los que desarrollan y plantean muchas de las creencias claves del marianismo: San Ildefonso de Toledo (606-667), protagonista del primer Milagro de Berceo, es el autor de un tratado muy influyente sobre la virginidad de María, además de ser reconocido como el primer gran reformador de la liturgia mariana. En la liturgia mariana visigótica aparece ya la idea de María como Humani generis reparatrix, mediadora en la salvación que nos puede abrir las puertas del cielo. Allí la virgen aparece unida a la salvación de los pecadores y como sujeto especial de la gracia de Dios. Hay en la Península Ibérica una fuerte inclinación hacia el marianismo y la teología mariana en los siglos anteriores a la aparición de nuestro poeta, y es «en San Ildefonso y en los textos de la liturgia hispánica que Berceo encuentra el esbozo de una teología de la mediación de la virgen» 16.
Esta tendencia de la Iglesia hispánica hacia la veneración de la Virgen se complica a partir de los comienzos del siglo XII, época que marca la vida de uno de los individuos más destacados del Cristianismo medieval, San Bernardo de Clairvaux († 1153)17. Sus sermones, de enorme importancia en la evolución de la piedad en Occidente, se difundieron por todo el mundo cristiano, y la clara orientación mariana de su teología, además de su sensibilidad religiosa, se convirtieron en la piedra de toque de un nuevo espiritualismo caracterizado por su afectividad y humanidad. Aunque la mariología parece ser un fenómeno de gran extensión en la devoción del siglo XII, se codifica gracias a la obra de San Bernardo y se da a conocer, sobre todo, en su famoso sermón titulado De aquaeductu.
En De aquaeductu, el Santo cisterciense desarrolla en forma metafórica su teoría de la mediación universal. Para San Bernardo, la Virgen es el canal de la gracia divina y el mejor camino hacia Dios. Si Cristo es la fuente de la vida, las aguas redentoras de la fuente, que son la gracia, llegan a nosotros por medio del siempre pleno acueducto que es su Madre. Como ha señalado Joel Saugnieux, Berceo probablemente conocía las homilías del abad de Citeaux, puesto que era consciente de esta imagen y la emplea en los Milagros18 :
Tal es Sancta María como el cabdal río,
que todos beben d'elli, bestias e el gentío,
tan grand es cras como eri, e non es más vazío,
en todo tiempo corre, en caliente e en frío (584).
La naturaleza humana de la Virgen es el factor decisivo que lleva a San Bernardo a definida como la mediadora ideal entre los hombres y Cristo. En su Sermón séptimo sobre la Natividad, el santo declara que «Es María quien os ha dado este hermano Cristo. Pero quizá teméis en él la majestad divina, pues aunque se haya hecho hombre, continúa siendo Dios, sin embargo. ¿Queréis tener un abogado cerca de él? Recurrid a María. No hay en ella más que humanidad pura, no solamente porque es pura de toda mácula, sino pura aún en el sentido de que no hay en ella más que la sola naturaleza humana» 19. La Virgen es definida aquí como la figura ideal para interceder entre el hombre y Dios, y además de su misma humanidad, su papel materno capta la imaginación de los fieles. A partir del siglo XII hay una verdadera explosión de devoción popular mariana ya que la presencia de la Virgen cobra una importancia enorme en las peregrinaciones a los santuarios, en la iconografía y, sobre todo, en la literatura.
La mariología debió de formar parte importante de la vida espiritual medieval en el Monasterio de Yuso de San Millán de la Cogolla, puesto que Brian Dutton ha demostrado sin lugar a dudas la existencia allí del culto a la Virgen 20. Desde el año 926, cuando el rey García Sánchez de Navarra cede a San Millán las villas de Asa y Logroño, se cita en la documentación del Monasterio la presencia de las reliquias de San Millán en el altar mayor de la Virgen. La existencia de este santuario fue motivo de peregrinaciones y está estrechamente vinculada al origen de las obras marianas de Berceo, clérigo íntimamente ligado a la casa de San Millán. Había en la Cogolla un culto especial a la Virgen, fomentado por la influencia cluniacense y sin duda movido por el intento de atraer a los peregrinos que pasaban por el Camino de Santiago, a unos pocos kilómetros de la abadía.
El Monasterio de San Millán adquirió en el siglo XI el hospital de Azofra, cerca de Nájera en el Camino de Santiago, con la iglesia de San Pedro, la cual se destinaba a la sepultura de peregrinos fallecidos en sus cercanías. Es probable que este hospital sirviera de punto de partida para pequeñas excursiones de peregrinos que se dirigían al Santuario de la Virgen en el Monasterio de Yuso. Si esto era así, es posible que los Milagros se recitaran en Azofra como aliciente al viaje. Es de notar que el narrador de los Milagros se retrata muy deliberadamente en la Introducción a la obra como peregrino de la Virgen, y que diserta sobre el papel de Nuestra Señora en el plan de la salvación universal. Presentándose como romero de la Virgen, Berceo se aproxima y se identifica con sus oyentes, facilitando así la comprensión de su mensaje y animando a la vez el deseo de emprender la peregrinación. De esta manera el narrador peregrino está recomendando indirectamente a su público de peregrinos la romería a San Millán. Lo cierto es que los Milagros, además de recoger anécdotas de la literatura mariana europea, están estrechamente ligados a otras expresiones de fe, como la peregrinación a Santiago de Compostela y a un culto a la Virgen en el monasterio riojano donde se crió Berceo.
Los Milagros de Berceo surgen de dos realidades importantes, una local y otra más universal, lo que permite comprender mejor la génesis y propósito de su literatura mariana. Los Milagros no sólo reflejan el clima de la devoción popular europea de los siglos XII y XIII, cuyo aliciente más importante es el modelo de la piedad bernardina, sino que responden a necesidades más prácticas y quizás menos pías -el deseo de atraer a los peregrinos del Camino al cenobio de San Millán. En la Edad Media, los monasterios del Camino de Santiago competían entre sí por la riqueza y la preeminencia, y es este hecho innegable el que provee una de las fuerzas matrices más vigorosas latentes en los Milagros de nuestro poeta. Obra de devoción y de propaganda, los Milagros de Berceo sirvieron para atraer, instruir y entretener la masa devota que pasaba por el Camino de Santiago.
El aspecto «público» de los Milagros se destaca en las referencias al auditorio cuya atención desea captar el poeta:
Amigos e vassallos de Dios omnipotent,
si vos me escuchássedes por vuestro consiment,
querría vos contar un buen aveniment;
terrédeslo en cabo por bueno verament (1).Sennores e amigos, companna de prestar,
deque Dios se vos quiso traer a est logar,
aún si me quissiéssedes un poco esperar,
en un otro miraclo vos querría fablar (500).
Estas alusiones oblicuas, juntamente con la documentación del culto a la Virgen en San Millán aducida por Dutton, nos permiten situar los Milagros en un contexto histórico y en un clima intelectual específicos. Por medio de ellas comprendemos mejor el origen del marianismo en la obra de Berceo, y por su carácter local y público penetramos en el ambiente en que fue concebida: los Milagros surgen de una compleja realidad social e ideológica fundiendo la piedad y la tradición marianas con la necesidad práctica para crear una de las obras más interesantes y reveladoras de la vida española en el siglo XIII.
NOTAS
14 La mejor y más asequible historia reciente del culto a la Virgen es la de Marina Warner, Alone of AII Her Sex: The Myth and the Cult of the Virgin Mary, Nueva York, Alfred Knopf, 1976. Sin embargo, el excelente libro de Hilda Graef se encuentra en traducción española: María, la mariología y el culto mariano a través de la historia, Barcelona, 1968.
15 Para la historia de la liturgia mozárabe, véase Dom Ferotin, Le Liber Ordinum en usage dans l' Eglise Wisigothique et mozarabe d´Espagne du V a XI' siécle, París, Didot, 1904. J. Menéndez Peláez en «La tradición mariológica en Berceo», Actas de las III Jornadas de Estudios Berceanos, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1981, 113-27, se niega a aceptar una conexión de la mariología de Berceo con la liturgia mozárabe.
16 Joel Saugnieux, Berceo y las culturas del siglo XIII, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1982, 54.
17 Hay, por ejemplo, fuertes tendencias marianas en la obra de San Anselmo de Canterbury († 1109) quien no pudo haber conocido la de San Bernardo. Asi también las hay en la de Pedro Damián († 1072) y la de Guibert de Limbourg († 1098).
18 «Los Milagros y la tradición mariana», en op. cit., 61-62.
19 Apud, Saugnieux, 62.
20 Véanse las págs. 3-12 de la Introducción de su edición de los Milagros ya citada. En San Millán de la Cogolla hay, de hecho, dos monasterios, el de Suso y el de Yuso. El primero y más antiguo se sitúa en la montaña, mientras que el segundo se ubica en el valle.
MILAGROS DE NUESTRA SEÑORA
(pags. 19-24)
Michael Gerli
CATEDRA
Letras Hispánicas