Este cuadro forma parte de una serie catequética sobre la creación del mundo, el hombre y la mujer,y la salida del Paraiso después de pecar.Están ubicados en una estancia de la ermita de San Saturio en Soria.

 

 

 

INTRODUCCIÓN   GENERAL (tesis doctoral)*


 

«Al principio creó Dios, el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos y las tinieblas cubrían el abismo (...). Entonces dijo Dios "Haya luz" y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas, y llamó a la luz DíA y a las tinieblas NOCHE. Hubo así TARDE y MAÑANA. Día primero». "Génesis "


 

            Desde los orígenes de la Humanidad, todos los pueblos han sentido la necesidad de medir el tiempo. Las constantes astronómicas le han marcado el camino inicial, pero no ha sido suficiente porque ese tiempo real se les escapaba a toda precisión puntual, necesitaban establecer unidades de tiempo más fijas, para ello acuden al ciclo solar, al ciclo lunar y así dan cuenta de ese cambio real de los días y las noches, pero no les es suficiente; se inventan artilugios mecánicos que han ido perfeccionándose a lo largo de la historia como el reloj de sol, el reloj de arena, el reloj de agua o de péndulo hasta llegar a los electrónicos y atómicos del siglo actual. Pero todos los elementos externos no son suficientes, porque el hombre sólo encuentra la posibilidad total de formalizar ese tiempo dentro de la lengua, instrumento eterno, inherente a su propia naturaleza humana, con la que es capaz de establecer sus propios límites subjetivos y no depende del continuo de la realidad externa, que es incapaz de darle medido el tiempo porque no pone límites y sólo el hombre a través de su capacidad lingüística ha podido resolverlo en su beneficio bajo los condicionantes de su entorno.

           Nuestra investigación diacrónica está basada en el "Estudio léxico-semántico de los términos que delimitan tiempo en las 24 horas del día" y por tanto está enfocada en este sentido, que es descubrir las posibilidades lingüísticas de nuestra lengua en esta pequeña parcela léxica desde sus orígenes medievales hasta la época actual. Hemos elegido este título tan largo y no, por ejemplo, el de «Campo semántico día» porque, aparte de que hubiese resultado un trabajo diferente al tener que estudiar todas las variantes significativas y no sólo las de esa precisión temporal, nos hubiésemos cerrado la posibilidad de estudiar todos los términos léxicos relacionados con esa base de contenido cuando, en nuestro caso concreto, sabíamos que podíamos enfocar nuestra búsqueda en la doble vertiente del léxico estructurado y del léxico no estructurado lingüísticamente. Pues pensamos que ambas modalidades debemos de entresacarlas y marcar sus diferencias para presentar más claramente todos los términos o formas lingüísticas usadas en la delimitación del 'tiempo' en las 24 horas del día, tanto si son términos estructurados como nomenclaturas o si entre ellos se produce algún trasvase.

Nuestra investigación, por tanto, es diacrónica pero no una diacronía asistemática sino, por el contrario, estudiamos la lengua analizando sus cambios a partir de tres cortes sincrónicos en los que observamos la estructura existente, pero sin perder de vista, a continuación, la posible mutabilidad del sistema; pensamos que ambas posibilidades no se excluyen, sino que forman parte de nuestra realidad lingüística, como nos afirma Coseriu (1958:161): «La lengua se hace, pero su hacerse es un hacerse histórico, y no cotidiano: es un hacerse en un marco de permanencia y continuidad (...). Pero el mantenerse parcialmente idéntica a sí misma y el incorporarse nuevas tradiciones es, precisamente, lo que asegura su funcionalidad como lengua y su carácter de "objeto histórico"» (1). Seguimos estas directrices y de igual modo que Rodríguez Adrados (1975:130-140), pensamos que en un estudio de Semántica estructural, además del interés científico propiamente lingüístico, está también el de hacernos comprender sistemas de pensamientos alejados del nuestro; que sólo mediante las palabras que los expresan pueden corresponderle. Por ello hay que tener en cuenta hechos como la fosilización que mantiene estructuras que ya no continúan vivas, por eso es necesario para solucionar estos problemas, como dice Coseriu (1958:154), estudios sincrónicos con estos planteamientos de una diacronía a través de parciales visiones sincrónicas. La lengua funciona sincrónicamente y se constituye diacrónicamente; aunque estos términos no son antinómicos ni contradictorios porque ambos se realizan en su funcionar, así que su estudio debe implicar la superación de la antinomia como tal. Según esto, no seguimos el planteamiento saussureano que sólo considera los cambios e ignora la continuidad de la lengua, porque como nos puntualiza Coseriu (ob.cit.:157-159):«El cambio no puede entenderse fuera de la continuidad de la lengua». La diacronía, por tanto, no puede olvidar la sincronía, es decir los estados de lengua que se ordenan a lo largo del llamado "eje de sucesiones", porque ignorar que la lengua se continúa en el tiempo es estar fuera del objeto. Incluso Pottier confirma que la sincronía no es real, es una forma ficticia ya que siempre hay un devenir. Así estamos convencidos de que en una investigación científica de contenidos no tenemos por qué separar de nuestros objetivos una proyección metodológica histórica en la que se inserte la descripción de los planteamientos lexemáticos; todo lo contrario, podemos llegar a unas conclusiones más ricas, si se quiere, hasta extralingüísticas, pero que nos las ha posibilitado el estudio, incluso, inmanentista de la propia lengua. Por ello, aunque hemos procurado ser inmanentista en nuestra investigación, sin embargo, toda ella ha estado situada dentro de las coordenadas: lingüística/ extralingüística, estructura/ nomenclatura, con el deseo de delimitar o deslindar ambos bloques y con la consabida precaución de no dejarnos llevar de la realidad extralingüística tan cercana a la lingüística.

Seguimos la linealidad cronológica porque en nuestro trabajo es más consecuente con los fines y el método que nos proponemos. Nuestros cortes sincrónicos han venido marcados por la apreciación de algún cambio en el campo léxico. El primero abarca hasta el siglo XV, el segundo hasta el XVIII y el tercero hasta la época actual. En cada uno de estos, el planteamiento es sincrónico y en ellos intentamos observar los diferentes niveles del sistema de Lengua, Norma y Habla, hasta donde nuestras limitaciones nos lo permiten. Las variedades diatópicas quedan fuera de nuestro estudio porque nuestra línea de búsqueda es diferente, no obstante esto no es obstáculo para que aportemos algunas manifestaciones parciales.

En las citas seleccionadas de nuestras fuentes, hemos procurado dejar constancia de cada uno de los ejemplos de distribución encontrados. De este modo, aunque no hacemos un estudio distribucional, sí lo de jamos planteado. Y, aunque tenemos en cuenta las relaciones sintagmáticas porque partimos de ellas, no las estudiamos con la misma profundidad que las paradigmáticas, en las que se basa fundamentalmente nuestra investigación.

Con método de tipo deductivo-hipotético (Trujillo 1980: 165-188) partimos del uso de las lexías, que estudiamos y delimitamos en función de sus relaciones opositivas, en diferentes contextos; tomamos como base el término más amplio temporalmente DíA, lexía que, como archilexía del campo (2) incluye a todas las demás y a partir de ella presentamos las oposiciones e inclusiones de los términos que forman nuestro campo lexemático. No sólo nos han interesado aquellas lexías que pudiesen formar la estructura del campo sino todas aquellas que tuviesen relación con el título propuesto, así encontramos términos nomencladores que funcionan también lingüísticamente en la delimitación del tiempo en las 24 horas del día. No obstante, no nos hemos librado de simultanear un proceso metodológico inductivo de recogida de material y catalogación de todos los datos, que ha sido la fase empírica e indispensable sobre la que hemos podido desarrollar el proceso deductivo-hipotético que es el que marca esta investigación y argumentos de nuestras conclusiones, a pesar de que la investigación lingüística de esta parcela del contenido no se ha visto supeditada a la mera plasmación empírica. En esto, estamos totalmente de acuerdo con Dolores Corbella (1986:20) que afirma: «por eso nos resistimos a limitar nuestro estudio a uno sólo de estos métodos: la lingüística está necesitada de los desarrollos de ambos, de desarrollos deductivos de grandes teorías a partir de unos datos mínimos y de desarrollos exhaustivos, de carácter inductivo, a partir de análisis de textos», y es en esta línea en la que hemos elaborado nuestro quehacer, en el que nos interesa abordar el estudio de nuestra parcela léxica desde el punto de vista diacrónico, estableciendo estructuras, cambios funcionales en el sistema ya sea en su contenido (cambios semasiológicos) o en su significante (cambios onomasiológicos), siguiendo para ello a Coseriu (1977:11-86).

Nuestra línea de trabajo es similar a la iniciada en la Universidad de La Laguna y llamada por Coseriu (1990:245): «Escuela de Gregorio Salvador» (que continúa los postulados de Coseriu). En nuestra terminología hemos tenido la base de las tesis doctorales que nos han precedido, muy especialmente las de R. Trujillo (1968), Inmaculada Corrales (1969), Cristóbal Corrales (1975), Dolores Corbella (1986), y otras más recientes que las hacemos constar en la Bibliografía.

Disponemos de un corpus de más de 30.000 citas, recogidas y seleccionadas personalmente de nuestras fuentes documentales, como diccionarios de todas las épocas, textos, preferentemente, de obras literarias e históricas, y a partir del siglo XVIII lo incrementamos con algunos ejemplares de periódicos además de, en la época actual, con una encuesta entre diferentes niveles de hablantes. Este material que, en nuestra primera etapa de metodología inductiva, lo hemos ordenado cronológicamente y lo hemos sistematizado en función de nuestros fines, pensamos adjuntarlos en un volumen como anexo a este trabajo, pero dada su amplitud hemos desechado esta idea y únicamente aportamos una pequeña muestra de las autoridades sobre las que se fundamenta nuestra investigación.

En la selección del material de las fuentes literarias hemos tratado de recoger, únicamente, aquellos usos léxicos denotativos, por eso no hemos incluido textos poéticos a partir del Renacimiento porque temíamos perdernos en el campo apasionante del lenguaje literario donde las significaciones asociativas y connotativas son constantes y normales.

Como categoría gramatical fundamental recogemos los sustantivos y sustantivaciones de procesos de metábasis (infinitivos>sustantivos: amanecer). No obstante, no hemos desechamos otras categorías (verbos, adverbios) entre las que presentan cierta relación y nos ayudan a ver mejor la distribución del campo, aunque no las planteamos de igual modo, ni son el fundamento de nuestro mayor interés, porque no podemos ignorar la presencia de ciertos adjetivos derivados, ya que estamos de acuerdo con Ramón Trujillo (1968) cuando señala que la pareja nominal sustantivo-adjetivo, desde el punto de vista semántico son una unidad, no una dualidad, a pesar de que el verdadero portador de la autonomía significativa sea el sustantivo y el adjetivo sea una diferencia sustancial que pueda operar en combinaciones con varios sustantivos.

En el aspecto formal, hemos respetado la ortografía de las citas textuales, sólo hemos actualizado alguna grafía medieval, especialmente, por dificultades de la impresora.

En el inicio de nuestras búsquedas contamos con la ayuda de los diccionarios ya que hacemos un estudio del léxico como fase previa, aunque las delimitaciones de los vocablos del campo no las señalamos a partir de sus acepciones, que utilizamos como base, sino que hemos antepuesto las de nivel de uso de nuestras fuentes. Sólo en la fase final aunamos las lexías para observar sus relaciones opositivas para destacar la funcionalidad del campo y los cambios de relaciones producidos por desplazamientos más o menos sensibles en la lengua, dada nuestra investigación diacrónica, pues el tiempo altera todas las cosas y no hay razón para que la lengua escape de esta ley universal. Es más, aunque resulte paradójico, es precisamente la continuidad la que implica necesariamente la alteración, el desplazamiento de términos más o menos considerables de sus relaciones (como ya apuntaba Saussure 1967:143).

Este trabajo es una continuación y ampliación del que presentamos en esta Universidad de La Laguna como tesina con el título de Estudio de los términos que delimitan tiempo en las 24 horas del día, que es sólo una visión sincrónica de un corpus documental elegido entre los años 1950-1970).

 

 

 

N O T A S

1.- Stephen Ullmann defiende la investigación histórica estructural en "Historical semantics and the structure of the vocabulary", en Miscelánea homenaje a André Martinet, I, La Laguna, 1957, págs. 289-303.

2.- El profesor Ramón Trujillo (1980: 185) afirma: «Archilexema, noción que si bien tiene una cierta validez «lógica» en el campo de la nomenclatura, resulta totalmente incongruente con los hechos semánticos normales de cualquier lengua natural». En nuestro campo estudiado comprobamos la validez de esta afirmación ya que nuestro Día-1 funciona como nomenclatura, pero, no obstante, no nos resulta tan incongruente el que presente una doble funcionalidad como archilexema, por eso hacemos uso de él, que también, siguiendo la terminología de Pottier, llamamos indistintamente archilexía.

 

 

 

INTRODUCCIÓN TEÓRICA

 

Hemos realizado el estudio de una pequeña parcela léxica: "términos que delimitan tiempo en las 24 horas del día", porque como nos enseña Coseriu (1986:27): «No es indispensable abordar de entrada todo el léxico de una lengua en bloque. Se puede comenzar más modestamente por establecer sistemas parciales bastantes simples, reservándose la posibilidad de ordenarlos ulteriormente en sistemas más complejos (o de grado superior)». No obstante, esto nos ha motivado a hacer algunas consideraciones teóricas que nos han guiado en nuestra investigación y desde ella trataremos de justificarlas.

Partimos de Saussure (1967, 2a p., cap.V) que nos dice: «En un estado de lengua todo se basa en relaciones» pero, ¿cómo funcionan estas relaciones?, nos sigue afirmando, «Las relaciones y las diferencias entre términos se despliegan en dos esferas distintas, cada una generadora de cierto orden de valores; la oposición entre esos dos órdenes nos hace comprender mejor la naturaleza de cada uno. Ellos responden a dos formas de nuestra actividad mental, ambas indispensables a la vida de la lengua».

Este apartado se refiere a las relaciones Sintagmáticas y Asociativas y aunque estas pueden ser varias según el estado de lengua (sustancia conformada) o habla (sustancias sin conformar), lo recogemos para aplicarlo al léxico, a lo referente al contenido, que supone en el campo de la lingüística la parte más difícil de sistematizar. Su dificultad nos viene, precisamente, por su proximidad con la realidad extralingüística, pues es la última capa lingüística anterior al paso de la realidad, hecho que nos puede llevar a confundir ambos planos: el lingüístico y el extralingüístico. Nuestro campo de estudio es el primero y en él sólo nos interesa el contenido, el significado que es analizable a través de los rasgos distintivos que caracterizan a un signo con relación a las demás invariantes de la lengua, no como una descripción de los objetos que designa; para R. Trujillo (1974:197-211), el significado no se establece en función de un valor sino de las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas. De aquí que los significados dependientes del sistema lingüístico sólo pueden ser investigados por procedimientos lingüísticos.

El plano léxico es el menos estudiado y, como hemos indicado anteriormente, es el que ocasiona mayor dificultad en su delimitación; la gramática desde su inicio ha sido más clara, porque dispone de una terminología especial para sus significados (singular / plural, masculino/ femenino) y además puede no ser coincidente con la expresión. Pero en el léxico ambos planos no se separan, se estudian conjuntamente porque no dispone de una terminología específica para el contenido, se emplea la misma palabra que corresponde a su significante, por ejemplo, la palabra DíA puede representar el contenido, la expresión y los dos a la vez, hecho que obliga a todo estudioso del contenido léxico a formular unas marcas diferenciadas en cada caso. En nuestro trabajo usaremos las siguiente: mayúscula para las lexías (significante y significado) por ejemplo: DíA; en cursiva para el significante: Día y comillas simples para el contenido: 'día'; las escisiones semánticas de cada lexía, dado que en todas las épocas y en cada caso no se presentan con la misma evidencia, las hemos unificado con una marca numérica: Día-1 y Día-2.

 

 

 

EL LENGUAJE Y LA REALIDAD

 

Seguimos en nuestro primer planteamiento con Saussure (1967:128): «El signo lingüístico une no una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica». Este pensamiento que tantos frutos ha dado en el siglo XX difiere del tenido anteriormente. Ya desde los orígenes de la gramática, los filósofos griegos dudaban de si el lenguaje se debía a la naturaleza o a una convención, si había algún vínculo real entre el significado y la forma de la palabra. Platón en sus Diálogos sostiene que existe tal vínculo, y por tanto, el descubrir el origen de una palabra y su significado era como revelar verdades de la Naturaleza (1). Esta idea se mantuvo por los estoicos griegos y Sócrates en el Cratilo, dice: «Tanto da que la misma cosa quede significada por medio de una sílaba o de otras; ni siquiera cuenta que añadamos o quitemos alguna letra, mientras en el nombre quede expresada con toda la fuerza la esencia de la cosa». Esta idea que fundamenta un tipo de relación semántica de las palabras y las cosas no es mantenida por el concepto del significado actual, sólo se acerca al de las Nomenclaturas. Frente a estas corrientes naturalistas surge la de los anomalistas que se manifiesta con una postura contraria, la falta de correspondencia entre las palabras y las cosas. Similar controversia se produjo en Roma, testificada en la obra de Varrón (siglo II a. J. C.). Del mismo modo, los escolásticos en la Edad Media veían en el lenguaje una herramienta para analizar la estructura de la realidad y dan gran importancia al significado, de aquí la repetida frase: «Verba significant res mediantibus conceptibus» (la forma de las palabras significan tanto el concepto de las cosas como las cosas mismas). De este modo, surgen desacuerdos filosóficos entre nominalistas y realistas sobre el tipo de relación que se establece entre conceptos-cosas. Hoy todos los investigadores se inclinan por el carácter arbitrario de las relaciones entre los dos planos, pero tampoco se puede negar que existen algunos hechos apasionantes, que han sido observados por algunos lingüistas, como que en latín una familia de adjetivos CAECUS 'ciego' que presentan en la sílaba inicial la vocal -A- esta denota 'defecto físico'. Del mismo modo Y. Malkiel presenta un larga lista de adjetivos españoles bisílabos en los que coinciden el esquema -ó-o y que se agrupan en un campo semántico muy característico (BOBO, TONTO, ÑOÑO, etc). Así se han formulado varias relaciones con los sonidos onomatopéyicos que se enmarcan en el llamado "simbolismo fonético" y aunque esta no es la línea de nuestra investigación, aportamos algunas elucubraciones que justifican esta posibilidad, por ejemplo notamos dominio de la vocal -A- en los términos que participan del sema 'presencia de luz solar' y ausencia de ella en los términos que se oponen con la marca 'no presencia de luz solar'. Esta aportación la comprobamos desde los términos latinos (MANE, MATINA, ALBA, MATURICARE.../ NOX, VESPER, CONTICINIUM...).

Seguimos comprobando esta tendencia de partir de las cosas significadas al acercarnos a las Etimologías de San Isidoro; sus definiciones están en esta línea, en ellas alternan la justificación de la realidad y de la etimología, así resultan muy curiosas y hasta de gran amenidad, como por ejemplo NOCHE: «La palabra «noche» deriva de «nocivo», porque «hace daño» a los ojos. Precisamente tiene la luz de la luna y de las estrellas para que no se encuentren sin claridad alguna y sirva de alivio a cuantos trabajan de noche, y para proporcionar luz suficiente a seres vivos que no puedan so portar la luminosidad del sol (...)» (2). Es decir, da explicaciones con cierto subjetivismo que nada tienen que ver con el concepto de significado lingüístico que se tiene en la época actual; más bien se asemeja al REFERENTE en el que las palabras no significan o nombran sino que se refieren o establecen referencias a las cosas. Saussure al definirnos el signo lingüístico quiso dejar claro lo realmente lingüístico y eliminar toda referencia a la realidad, su conocida dicotomía de significante y significado así lo acredita. Pero su gran aportación no logró cancelar la debatida cuestión que se replantea cuando surgen los famosos diagramas triangulares de Ogden-Richars y Ullmann que, aunque mantienen el dualismo de significante y significado, hacen reaparecer la noción de la cosa, el referente, que se afianza más aún en el diagrama trapezoidal de Hegel, el cual junto al significante y significado sitúa el concepto y la cosa.

Delimitar el significado lingüístico ha sido y es problemático, como ya hemos expresado anteriormente, por su cercanía a la realidad extralingüística. Otras disciplinas como la lógica moderna también se ha preocupado por esta cuestión, es el caso de Frege (3) que, en el siglo pasado, ha demostrado como la significación y designación de un signo no coinciden e intenta distinguir la "referencia" que designa lo que la palabra quiere decir y el "sentido" que expresa como una palabra formula su significado. Todorov (1979:59) lo evoca y justifica con las lexías LUCERO DEL ALBA y LUCERO DE LA TARDE, que tienen la misma referencia que es Venus, pero no el mismo significado porque son diferentes momentos del día.

Hoy se opina que no hay relación directa entre el significante y la realidad, ya que el pensamiento de Saussure sigue abriendo caminos con su planteamiento: «el signo es arbitrario», un mismo objeto se designa de distinto modo en diversas lenguas, hecho que demuestra que no hay relación directa entre la palabra y la realidad. Incluso, las palabras onomatopéyicas, que eran el principal argumento que esgrimían los antiguos para defender o justificar su pensamiento, pueden evolucionar mediante cambios fonéticos y perder su carácter originario. La mayoría de las palabras son inmotivadas originariamente, por lo cual la realidad misma no es objeto de la lingüística, pero no puede evitar el objeto mental, el concepto que está en relación con la realidad extralingüística. En esto incide Lamíquiz (1985:70): «Cada lengua aplica sus peculiares virtualidades sistémicas al marcar límites de significación en la materia amorfa del contenido» y lo ejemplifica con la consabida comparación entre la lengua española y francesa de los términos madera, leña, bosque, selva frente a bois y forêt.

En nuestro campo sacamos ejemplificaciones que las exponemos en el trabajo, por ejemplo MEDIODíA frente a MIDI francés (véase capítulos siglo XX y "horas de las comidas").

Apresjan (1978:50) que nos aporta similar pensamiento: «Las diferentes lenguas descomponen y sistematizan de diferente manera el mismo material», acude al apoyo del conocido ejemplo de los colores y su diferente gama cromática en función de cada lengua.

Seguimos nuevamente el pensamiento de Saussure (1967:206) cuando confirma: «la lengua es forma, no sustancia», idea aceptada y madurada por Hjelmslev y de la que Lamíquiz (1985:70) se hace eco y completa este pensamiento al exponer que la sustancia conceptual es la base del contenido para el hablante, e intenta demostrarlo con el ejemplo real de que igual que la madera es la base de un ebanista, «de manera homóloga el hablante valiéndose de la sustancia básica del con tenido conceptual amorfo, puede conformar unidades de significación lingüística, unidades que se verán precisadas por una forma específica y distinta, en el proceso dinámico de sistematización de las unidades lexemáticas que constituirán las estructuras lexemáticas de la lengua que hable». Siguiendo estos postulados podemos afirmar, respecto a la relación entre lenguaje y realidad, que es el lenguaje y no la realidad quien nos organiza el mundo en nuestra mente, de tal manera que desconocemos las dimensiones reales que él no asume, por eso no podemos poner límites y decir hasta aquí llega el día, la noche o la mañana, nuestro planteamiento debe ser diferente, debemos distinguir los significados. E incluso así, tampoco podemos afirmar esto es día, esto es noche o esto es mañana, sino que hemos de saber distinguir lo que en cada lengua sería 'día','noche','mañana', porque ella no pone límites en las cosas sino en el significado de cada cosa.

G. Mounin (1979:185) en su trabajo sobre "La estructuración semántica de las denominaciones de la división del tiempo", nos quiere manifestar el fracaso de una estructuración conceptual completa, partiendo de una ciencia de la naturaleza, y después de intentarlo desde otros supuestos como los socioculturales y los del tiempo civil, vuelve a fracasar ante la imposibilidad de ponerle límites a los términos y llega a afirmar: «La estructuración semántica de un campo no se ordena semánticamente y de manera absoluta ni por condiciones lingüísticas formales ni por exigencias conceptuales no lingüísticas»(pág.190). Esta imposibilidad que de forma casi triunfalista pregona G. Mounin, a nuestro juicio está motivada por un enfoque erróneo, en primer lugar porque no se da cuenta de que es la lengua la que pone sus límites a la realidad y en segundo lugar porque quiere justificar una estructura común y única entre varias lenguas. Nos lo recuerda R. Trujillo (1980:133): «Y una cosa está ya hoy clara para algunos: una teoría lingüística que no parta de la investigación del valor de los elementos de una lengua determinada no resultará luego aplicable a los hechos concretos (comprobados o posibles)».

Coseriu (1990:277), defensor de todo el pensamiento del estructuralismo europeo, ha salido al paso, en varias ocasiones, de interpretaciones diferentes entre el lenguaje y la realidad. El nos confirma que el mundo de los significados, el del lenguaje, es un mundo ordenado, no es el mundo caótico y continuo de las cosas como tales.


 

ESTUDIO DEL LÉXICO ESTRUCTURADO Y NOMENCLADOR

 

Hemos aclarado anteriormente el marco de la funcionalidad del lenguaje en el plano significativo, no obstante, en él nos encontramos con una dualidad léxica formada por: «léxico estructurado» y «léxico nomenclador», o como llama a este último Ramón Trujillo (1974:197­211): «léxico ordenado». En otro estudio, el mismo profesor (1980:141) aclara: «Porque en el léxico hay estructuras y órdenes; objetos creados por el lenguaje y nombres para «cosas» independientes del lenguaje. Mal procedemos si la tomamos así como así (...), todos ellos miembros de series de nomenclatura y correspondientes a una clasificación no lingüística de la realidad (...). Las nomenclaturas o «palabras-cosa» no son, por supuesto, elemento desdeñable en el mecanismo de una lengua; lo que ocurre es que no forman estructuras semánticas propiamente dichas (...)». Del mismo modo, Coseriu (1977:185-209) trata extensamente el problema e identifica esta dualidad con la de «Significación y Designación», igualmente estudiada ampliamente por él.

Ambas dualidades son fundamentales en la semántica estructural, aunque el significado, como ya hemos expuesto, es lo puramente lingüístico y la designación, como referencia a un objeto o a un estado de cosas, dependerá de lo extralingüístico. Ramón Trujillo (1980:141) nos dice: «...una cosa son las estructuras semánticas de una lengua y otra las relaciones que pueden guardar con ellas las nomenclaturas existentes en el seno de esa lengua». Estas dos posibilidades han sido detectadas desde los griegos, aunque ahora se confirman como conocidas debido a los enfoques estructuralistas, especialmente europeos. Su deslinde facilita la tarea de sistematización al simplificarse el número de términos que son estructurables. Ya Saussure nos advertía que «la lengua no es una nomenclatura» y así lo han reconocido varios lingüistas como Eugenio Coseriu (1977:96-100), Gregorio Salvador (1985:69), Ramón Trujillo (1974:197-211), junto a que la lengua se estructura lingüísticamente, pero que incluye en su léxico las terminologías, las nomenclaturas en las cuales la relación es directa entre el signo y la cosa designada y su estructuración obedece a una ordenación según criterios de la realidad y no del propio sistema de la lengua. Por eso G. Salvador (1990:363) nos advierte que es la permanente confusión de las palabras con las cosas, de los referentes con los significados, en la que todos caemos alguna vez. Enseñanza que volvemos a encontrar en Ramón Trujillo (1980:133): «La lexicología dialectal no puede seguir confundiendo orden con estructura, porque un orden no es más que el aspecto que presenta una serie de cosas desde un punto de vista determinado, que siempre es exterior al mismo, mientras que una estructura es el ser mismo de un conjunto como tal y de sus elementos, considerado desde la perspectiva del conjunto mismo y del cual no son más que funciones».

Las investigaciones actuales (4) parece que ya han sentado las bases de su diferenciación, sus límites están aparentemente claros desde un punto de vista teórico, pero en la práctica, cuando intentamos separarlos, podemos confundirnos. Muchas veces, no se suelen reconocer con claridad, especialmente cuando en Lexicología se adopta como punto de referencia las cosas designadas, lo que ocasiona una confusión entre el significado y la realidad extralingüística (5). Ante esta situación nos preguntamos ¿de dónde se parte para la creación de un término? La respuesta es clara en una descodificación de la lengua, ante una realidad lingüística dada, pero no lo es tanto si intentamos desde el origen de ella llegar a lo lingüístico. ¿De dónde se parte?, ¿de la realidad lingüística o extralingüística?, y nos volvemos a preguntar, dicho de otra manera, ¿partimos de lo intuitivo, de lo puramente subjetivo, o de lo objetivo primario? Pues estas dos posibilidades las hemos detectado en el estudio de nuestros términos, por eso nos seguimos preguntando ¿cuál de las dos posibilidades fue primero?, sin que haya una respuesta concreta pues confirmamos en nuestra investigación que ambas han existido desde los orígenes latinos de nuestra lengua; no obstante, comprobamos que las estructuras semánticas eran más simples que las actuales, y que, a medida que avanza la mutabilidad diacrónica que afecta visiblemente a sus significantes, detectamos que va afectando igualmente a sus significa dos; las estructuras de contenido van ganando en complejidad como queda demostrado en nuestra investigación. Así, por ejemplo, en los estudios de lengua latina se tiende más a la observación de tecnicismo que de léxico básico funcional. El lenguaje nomenclador al ser más objetivo es más fácil de captar, más preciso porque se conoce la realidad extralingüística. Por eso llegamos a creer que el léxico estructurado y el nomenclador o terminológico son dos realidades lingüísticas con diferente grado de complejidad.

Hay quien opina que los términos nomencladores deben ser excluidos de un estudio lingüístico ante la afirmación de que no son analizables al ser excluyentes y no oponerse. Esto es cierto, pero participamos del convencimiento de que aunque son diferentes tipos de léxicos, seguimos la idea de Coseriu, se debe incluir en la lengua tanto el léxico de las terminologías como el léxico nomenclador; a pesar de que con ello se matiza la postura de Saussure cuando nos afirma que la lengua no es nomenclatura. Insistimos que estamos de acuerdo, pero creemos que estos términos sí deben estudiarse y más aún en una comprobación diacrónica, porque estamos conformes con R. Trujillo (1980:141) cuando dice: «Las nomenclaturas, o «palabras cosa», no son, por supuesto, elementos desdeñables en el mecanismo de una lengua; lo que ocurre es que no forman estructuras semánticas propiamente dichas, sino elementos «relacionados» de manera diversa y sumamente interesantes, con tales estructuras y en cuya definición intervienen» y añadimos aún más, es a través de una comprobación diacrónica cuando podemos sorprendernos al observar trasvases detectables en los cortes sincrónicos. Puede ocurrir que sus límites varíen de modo que unas veces pueden ser precisos como los existentes en los nombres de los días de la semana, que, aunque impuestos por una convención, se trata de nomenclaturas dentro del lenguaje común. Otras veces, estas nomenclaturas se vuelven imprecisas ante la influencia del lenguaje común, por ejemplo, cuando se dice: «¡un minuto, por favor!», este término MINUTO puede ser en la realidad 'un cuarto de hora', es decir esta nomenclatura deja de serlo para significar 'un poco de tiempo', con lo cual MINUTO puede  convertirse en una polisemia al desdoblarse en dos objetos mentales distintos, uno con límites precisos pero artificiales en la realidad (Nomenclatura) y otro del lenguaje común con límites imprecisos en la realidad.

La lengua, por tanto, puede seguir los límites dados por la naturaleza, pero no los sigue forzosamente, es más, la realidad, insistimos, no conoce límites, sino gradaciones; quien pone los límites es el lenguaje. Baldinger (1970:50) así lo reconoce y asimismo Coseriu (1990:239­288).

 

 

 

FUNCIONAMIENTO DE LAS ESTRUCTURAS

 

           Los términos estructurados son inclusivos, es decir, el término negativo o no marcado (-), puede englobar al término positivo o marcado (+): Así DíA puede oponerse a NOCHE pero también puede incluirlo ('día'+'noche'), como ocurre en el lenguaje con el género masculino y femenino que, igualmente, se oponen y en otras ocasiones el masculino puede incluir a los dos. Además son únicamente los términos estructurados los que pueden comprobarse en la doble relación paradigmática y sintagmática, porque son estructuras impuestas a la realidad por la interpretación humana, de tal modo que son arbitrarias, libres y no motivadas objetivamente, además de ser constantes desde el punto de vista sincrónico. En un análisis hay que enumerar los rasgos semánticos mínimos distintivos (semas o marcas) más importantes de cada unidad léxica, con los que se establecen sus relaciones y diferencias con otras unidades. El profesor Trujillo (1980:177) nos deja claro este funcionamiento semántico: «...en semántica las unidades básicas, manejadas por el hablante son los contrastes o «ejes», ya que aunque un elemento léxico pueda contener varios, puede ser usado en función de cualquiera de ellos por separado». Así la significación ha de entenderse como relación interna de significados, como formación de oposiciones significativas. Las oposiciones son claras, los límites en la realidad son imprecisos. Por ejemplo: los límites entre el día y el alba, entre el día y el ocaso o entre el ocaso y la noche son totalmente imprecisos. Esto ocasiona, por ejemplo, problemas en el lenguaje jurídico (tema tratado por Austin y Fillmore) porque necesita de límites precisos que se fundamenten en la realidad y esto es imposible (6). Sobre este particular nos cuenta Baldinger (1970:58) una anécdota sobre lo ocurrido en un juzgado cuando surgió la necesidad de trazar los límites que separan 'claro' y 'oscuro', motivado por el hecho de que un automovilista en un atardecer marchaba sin luz y provocó un accidente y ante la pregunta ¿qué grado de oscuridad se necesita para que un automovilista se sienta obligado a conducir sin luz?, les fue muy difícil precisar, no pudieron señalar una hora numérica, porque la naturaleza varía según los momentos. Este ejemplo es ilustrativo de cómo la lengua pone sus límites lingüísticos, pero no la realidad. Esta imprecisión real de 'claro' y 'oscuro' es la misma que entre 'día' y 'noche'. Del mismo modo sería un error decir que CREPÚSCULO tiene límites imprecisos en el plano de la lengua porque participa de rasgos que se dan en DíA y NOCHE, sólo es una intersección. En esta línea se define R. Trujillo (1980:186): «...los famosos  «límites borrosos» tan socorridos en la pseudo-semántica es siempre un problema del sujeto hablante en su búsqueda de una coherencia que realmente no existe», aquí alude al esfuerzo del hablante en establecer la relación lengua-realidad que necesita comunicar y expresa la dificultad de que su sistema no prevea todas las posibilidades o que su inteligencia no acierte con la elección más ajustada en cada ocasión.

Y es más, situados en el plano de lo puramente lingüístico, Saussure nos ha dejado la herencia, plenamente aceptada por otros lingüistas, de que sólo por oposición hay valores en la lengua, pero para que estos se puedan producir se necesita una base de comparación y sobre ella se podrán observar las relaciones de inclusión, intersección y exclusión. Además de fundamentarnos en el principio del binarismo, por ejemplo de las oposiciones de DíA/NOCHE, MAÑANA/TARDE, AMANECER/ANOCHECER, defendido por Jakobson (1956:60-65), mientras que Trubetzkoy esté en contra y Martinet (1965:81-87) presente un sistema de seis términos que distribuye en positivos (+), negativos (-) y neutro (0) (que podría corresponder a nuestro Día-2, NOCHE, Día-1) y complejo positivo, complejo negativo y complejo polar (AMANECER, ANOCHECER, ATARDECER). Aunque es comprobable que en estos seis términos se producen, igualmente, oposiciones binarias: neutro o polar, complejo o simple, positivo o negativo (7). El binarismo u oposiciones binarias es el principio más importante que gobierna la estructura de la lengua, así nos lo confirman varios lingüistas como J. Lyons (1980:254) o Ramón Trujillo (1980:179-180): «Si no se tiene en cuenta este notable hecho de los ejes semánticos (binarios), resultan incomprensibles la mayor parte de las actuaciones lingüísticas que comprobamos». Además, como nos enseña Coseriu (1976:35-55), dentro de un sistema de relaciones semánticas hay una tensión opositiva más o menos vigorizada que oscila entre valores polares y neutros. Si no se polariza se produce la neutralización que es un hecho de la significación no de la designación, comprobado en DíA que incluye 'día' + 'noche', y si no se diferencian se produce el sincretismo como también admitimos en DíA (Día-1 y Día-2).

No obstante, dentro de un paradigma las oposiciones pueden presentar situaciones ambiguas, de modo que una palabra puede pertenecer simultáneamente a dos campos semánticos (8) al oponerse a otras dos con un rasgo diferente, que las convierte en otros signos. Además una misma palabra (9) contiene unidades significativas distintas si se opone a unidades expresivas distintas.

De aquí, llegamos al principio de funcionalidad de Coseriu (1986:187-217) que se basa en la solidaridad entre el plano del contenido y el plano de la expresión en el lenguaje en general y en las lenguas. Así, no podrá haber una oposición de significados sin una oposición de significantes, pero sí es posible una diferenciación de significantes sin una oposición de significados. Por ejemplo, DíA contiene unidades significativas distintas según se oponga a unidades expresivas distintas: Día-1/SEMANA = 'temporalidad', Día-2/NOCHE = 'luz solar'. Opera en campos semánticos o microestructuras diferentes. En el primer ejemplo la noción de 'temporalidad' sustenta la oposición 'Día'/'Semana' y es diferente de la segunda en la que 'luz solar' es la base de la oposición Día-2/NOCHE. Por lo tanto el principio de funcionalidad está condicionado por el de oposición en lo que concierne a los rasgos distintivos (10).

 

 

FUNCIONAMIENTO DE LAS NOMENCLATURAS 

 

Si debido a la imposibilidad de gran parte de nuestro léxico de constituir estructuras, lo único que logramos son definiciones objetivas, nos encontramos con las terminologías o nomenclaturas que se caracterizan fundamentalmente por ser exclusivas, por ejemplo: PRIMA, TERCIA, SEXTA, NONA; además son términos lingüísticos por su significante y su componente gramatical y no, de forma clara, por su significado que se manifiesta como extralingüístico. Hasta aquí es evidente, pero las dificultades comienzan al establecer los límites entre ellas y el léxico ordinario ya que es patente el paso de uno a otro, aunque no muy frecuente, por ejemplo, en una visión diacrónica, SEXTA, que es nomenclatura romana pasa a SIESTA, voz del léxico común, así como MAITíN, voz del léxico estructurado pasa a MAITINES, término nomenclador eclesiástico. Y aún se pueden complicar más estos trasvases cuando un mismo término pertenece, en una visión sincrónica a ambas modalidades, por ejemplo, DíA, lexía que puede funcionar como nomenclatura que designa 'las '24 h. del día' y por ello pertenece a la serie: «...HORA, DíA, SEMANA, MES... » o puede funcionar como archilexía de nuestro campo semántico (Día 1).

Dentro de este bloque léxico tendríamos que hacer la diferenciación entre nomenclaturas populares (de oficios, agrícolas, temporales (Horas)... ) y términos científicos y técnicos, específicos de diferentes ramas del saber. Aunque se han querido englobar con las mismas características, pensamos que pueden diferenciarse en su mayor o menor grado de objetividad con relación a la realidad expresada, en ser más o menos etiquetas hechas.

Las terminologías científica van unidas a las ciencias, sus evoluciones marcan su supervivencia o caducidad relativa, las variaciones de criterios clasificadores pueden llevar a variaciones en las nomenclaturas. Por ejemplo, las nomenclaturas horarias romanas no han llegado en su totalidad hasta el siglo XX, pues como opina Vidos (1965:263-264): «...aunque estos términos envejecen jamás mueren». Esta afirmación se corrobora en las horas nomencladoras romanas: PRIMA, TERCIA, SEXTA, NONA, pues, aunque varía su uso en el siglos XIV y XV, por la aparición del nuevo sistema horario nomenclador, no se pierden definitivamente, sino que se repliegan en los usos eclesiásticos e incluso perduran en zonas aisladas como residuos de su uso temporal. Así, en Canarias registra Manuel Alvar (ALEICan-II,Map.716) el término PRIMA con sus diferentes valores temporales, en los que ya no funciona de modo tan evidente como tal nomenclatura.

Hasta el siglo XVIII son más abundantes las nomenclaturas populares como son las que se registran en nuestro estudio. La irrupción de terminología científica y técnica va pareja al progreso científico de tal modo que el número de términos, actualmente, debe de ser muy superior al de las nomenclaturas populares; este aumento progresivo ha llegado a plantear una cierta inquietud entre los lingüistas, como se advierte en Ramón Trujillo (1974:197-211).

Es una afirmación reiterada la idea de que las "terminologías científicas y técnicas" no pertenecen al lenguaje ni a las estructuraciones léxicas del mismo modo que las palabras usuales, sino que constituyen utilizaciones del lenguaje para clasificaciones diferentes de la realidad o de ciertas secciones de la realidad, al no estar estructuradas del mismo modo, al no seguir las normas del lenguaje sino las de las ciencias, las de las técnicas y las de la realidad de las cosas, por tanto es un léxico, más bien, ordenado que no nos da ningún dato de información de las cosas sólo las nombra. Pertenecen a la lengua por sus significantes y su funcionamiento gramatical y por ciertas funciones léxicas de relación como la derivación. Desde el punto de vista del contenido las clasifica Coseriu (1977:97-98) en subidiomáticas, por pertenecer a ámbitos (11) limitados dentro de cada comunidad idiomática, y por otro lado interidiomática (o virtualmente interidiomáticas) por pertenecer al mismo tipo de ámbito en varias comunidades idiomáticas (por ejemplo, la estructura horaria numérica es común en varios idiomas).

Estas características son las que facilitan la traducción, ya que los significados se conocen en virtud de la ciencia o la realidad y la sustitución de significantes no es problemática porque pueden ser calcos perfectos. Este hecho no ocurre igual, según hemos expuesto, con los términos estructurados lingüísticamente. Estas terminologías se conocen en la medida de que aumente nuestro conocimiento en esa ciencia y no en el mayor o menor grado de competencia lingüística, por eso un médico o un matemático, por ejemplo, no tiene por qué conocer qué es un "morfema" o un "sintagma" si no ha estudiado las taxonomías lingüísticas.

En cambio, las "nomenclaturas populares" sí son más generales y nombradas, forman parte de las denominaciones cotidianas, como SALIDA DEL SOL, CANTO DEL GALLO, conocidas por todos, igual que CABALLO, ARADO, etc. Estas clasificaciones populares que pueden ser diferentes a las terminologías científicas o técnicas y sin embargo, intentan imitarlas, son manifestaciones en el habla y se nota una tendencia descriptiva de las imágenes de los objetos designados, por ejemplo,. en botánica junto a HORTENSIA, HYDRANGEA HORTENSIA (términos cultos, técnico y científico respectivamente), está Flor de Mundo (forma popular), las tres son nomenclaturas pero la versión popular es más descriptiva. También puede influir en sus descripciones populares motivos subjetivos, como en el nombre técnico TAGINASTE, científico ECHIUM SIMPLEX y el popular Orgullo de Tenerife. A similar conclusión ha llegado Max Steffen (12) en "Nombres populares de algunas plantas canarias", en donde nos da los nombres vulgares y técnicos del HYPERICUM y hace un estudio detenido en su aspecto semántico como por ejemplo, en uno de los nombres populares, Corazoncillo, que se debe a la forma acorazonada de las hojas, o Leña de brujas, por la importancia que durante algún tiempo tuvo el hipérico en los conjuros como se refleja en el nombre palmero dado. Sobre la diferenciación de estos vocabularios especiales es interesante la aclaración de Fremiot Hernández (1987).

Estas determinaciones de la designación por medio de las cosas pueden llegar a una fijación del significado en el plano de la Norma de la lengua, esta afirmación de Coseriu (1977:105) la confirmamos en los ejemplos de las lexías compuestas de nuestro trabajo: SALIR EL SOL, PONERSE EL SOL, u otras combinaciones posibles con otros verbos, ya que no son justificables desde el punto de vista de la realidad, se conoce actualmente que el sol no es el protagonista del fenómeno, pero la realidad ya es indiferente, las lexías se han situado con fuerza en la Norma de la lengua, de tal forma que casi pueden ser manifestaciones del «discurso repetido»(13) (lo que tradicionalmente está fijo en la expresión y no es cambiante) que en estos casos pueden ser combinables y reemplazables como los elementos de la «técnica del discurso» (13) (lo analizable sincrónicamente y estructurable) porque pueden ser reemplazadas por palabras simples, como es evidente en SALIR EL SOL, RAYAR EL DíA, OCULTARSE EL SOL, pueden oponerse a ANOCHECER, ATARDECER, AMANECER y ser reemplazadas por AMANECER, CLAREAR, ANOCHECER, ya que funcionan como verdaderas «Perífrasis léxicas» (14) y como tales su estudio pertenece a la Lexicología, pero, nos asalta la duda si estas perífrasis son nomenclaturas populares o unidades léxicas estructuradas. Ante esto creemos que las llamadas "Nomenclaturas populares" tienen unos márgenes de movilidad mayores que las terminologías científicas y técnicas, porque su único cambio va supeditado a la parcela científica-técnica a la que pertenecen; pero, por el contrario, las populares son más susceptibles de funcionar como términos estructurados o nomencladores e incluso de incorporarse en un determinado momento a unos u otros; además de poder justificarse como realizaciones propias de las diversidades motivadas por la arquitectura de la lengua (15).Estos ejemplos ya los definió Ch. Bally: «A la norma pertenecen asimismo los «clichés léxicos», es decir los sintagmas léxicos tradicionalmente fijados, pero no justificados por una necesidad distintiva» que son estas combinaciones consagradas por el uso, SALIR EL SOL es un «cliché léxico» desde muy antiguo y no es necesario al sistema que dispone de otra lexía simple,

AMANECER.

Otra característica de los términos nomencladores, como apunta Ramón Trujillo (1974:206-207), es que no contraen implicaciones sintagmáticas y paradigmáticas, sólo pertenecen a la clase gramatical.

De todas formas, como opina Baldinger (1970:54), la diferencia entre el léxico estructurado, lingüístico, y el léxico nomenclador, terminológico, no es tan nítida como Coseriu quisiera verla. De igual modo nos dice Ullmann (1972), que está de acuerdo con Coseriu, pero se pregunta si las nomenclaturas populares, botánicas, zoológicas, etc. deben equipararse a las terminologías técnicas y científicas; esta misma duda ya la planteamos, pues sabemos cuántas etimologías populares y estructuraciones particulares hay depositadas en esas nomenclaturas que confirman nuestro punto de vista ya expuesto sobre su diferenciación, es más, especificamos como posible en relación con el contenido de estas nomenclaturas la metáfora, sin embargo la polisemia es casi una enfermedad.

En las nomenclaturas no se produce el binarismo u oposiciones binarias tan importantes en la estructura de la lengua, pero sí se pueden establecer otras relaciones de sentido entre lexemas agrupados en conjunto, por ej. LUNES / MARTES / MIÉRCOLES /... /DOMINGO, estas relaciones que las denomina J. Lyons (1980:270) de incompatibilidad (similar a lo de término exclusivo de Coseriu) se trata de un contraste dentro de la similitud. Lyons igual que Fillmore (16) (que afirma que sólo ha logrado hacerse una idea muy inadecuada de la teoría europea actual de los campos semánticos) nos hablan de las estructuras seriales y cíclicas; en esta ordenación seriada que se manifiesta en escalas, se ordenan de manera estricta, por ejemplo las horas temporales, las nomenclaturas temporales romanas, PRIMA / TERCIA / SEXTA / NONA. En las cíclicas podríamos encajar los períodos de tiempo como los "Días de la semana" ('Lunes','Martes','Miércoles'... ) porque se ordenan sus términos en sucesión esto motiva que no sean analíticas: «...el miércoles viene después del martes» y «...el martes viene después del lunes». El hecho de que exista DOMINGO como 'fin de la semana' no invalida su estructura cíclica, así: « el día siguiente al Domingo vino Pedro» = ' lunes'. De esta manera, al considerarlas, únicamente, como seriales ambas estructuras pueden ser operativas en el mismo conjunto léxico. Fillmore en los ciclos representa series lineales pero cerradas y pone como ejemplo: MAÑANA, TARDE, NOCHE y PRIMAVERA, VERANO, OTOÑO, INVIERNO

(17). Para nosotros no es igual el primer ejemplo que el segundo, porque MAÑANA se superpone y al mismo tiempo se opone a NOCHE y no dispone, por tanto, de una estructura circular cíclica ni lineal y, aunque en algunos momentos presenten una estructura cíclica, es diferente desde el momento en que una lexía no descarta a la otra, como en los "días de la semana" y las "estaciones del año".

Hay otro tipo de ordenación que nos da Lyons (1980:272), que es la que se establece en relación «parte-todo» por ejemplo, 'segundo', 'minuto', 'hora', 'día', 'semana', 'mes', 'año'. En el significado de cada una de ellas hay esta relación que Fillmore denomina series lineales, no cíclicas.

Según ya hemos expuesto, no todas las oposiciones son binarias como serían, especialmente, las estructurables; cuando abarcan más términos son las «taxonomías múltiples» (Goeffrey Leech 1974:127-128) que son las series de tecnicismo (Oro, Cobre, Hierro, Mercurio = Meta!), los meses del año o las jerarquías numéricas de horas; estas son, como toda taxonomía, categorías exclusivas que pueden dar lugar a contradicciones y relaciones incoherentes:«El lunes pasado fue martes» en donde está clara su incoherencia, e igualmente contra- dicciones: «Las seis horas es antes de las tres horas» e incluso tautologías: «El domingo es el día siguiente del sábado» o «anterior al lunes». Existen, como dice Adrados (1975:128), dificultades para fijar la noción que organiza toda la cadena, pues, a veces, da la sensación de que los términos se oponen entre sí con matices diferenciales no muy uniformes. Las oposiciones en cadena son graduales que, según Ramón Trujillo (1976:185-189), son las menos lingüísticas; pensamos por ello que estas llamadas «oposiciones graduales» tienen similitud con las «incompatibilidades» de Lyons, que es una relación léxica igual que la oposición y que, como ya hemos indicado anteriormente, consiste en un contraste dentro de la similitud.

Hasta aquí hemos intentado ir delimitando, con el apoyo de las ejemplificaciones, estos dos bloques léxicos estructurados y no estructurados, cuya dificultad inicial en su diferenciación es palpable dada la proximidad de la función léxica con la realidad designada por los lexemas. Ello ha motivado que algún lingüista joven, como H. J. Niederehe, haya intentado recuperar para la semántica lingüística las terminologías técnicas y científicas, porque no encuentra separación absoluta entre los tipos de léxicos y se opone abiertamente a Coseriu; del mismo modo G. Bossong se opone a la tesis de Coseriu de que en las terminologías la significación coincide con la designación. Ante esto, Coseriu, en un artículo que titula "Palabras, cosas y términos"(18) sienta las bases de sus criterios utilizando para ello los términos de nuestro campo lexemático: DíA, NOCHE, CREPÚSCULO, y deja claro que la designación no es la referencia a lo extralingüístico como tal sino la contribución del conocimiento de las cosas al hablar. Pero no se cierra con Coseriu este problema, pues en el quehacer de los transformacionalistas actuales se está iniciando un proceso de reducir el significado a los estados de cosas extralingüísticas designadas en el habla, dejando totalmente descuidado el plano funcional de la lengua y como insiste Coseriu, (1977:185 y ss) la distinción entre significación y designación corre peligro de perderse por completo, ante las llamadas «restricciones semánticas» que van aumentado el confusionismo entre ambas, al identificar el significado con el objeto real designado, y lo que es verdaderamente lingüístico no se está entendiendo y valorando, sólo se revaloriza lo designativo. Además de esta corriente están surgiendo nuevas tendencias (especialmente americanas) que siguen la misma trayectoria, por lo cual Coseriu (1990:239-282) ha levantado nuevamente su voz contra la llamada semántica «cognitiva» o Semántica de los «prototipos», muy desarrollada en los últimos años no sólo en EE.UU. sino también en Europa (19), cuyos fundamentos teóricos son de la sicóloga Eleonor Rosch (20) que ha querido unir lo psicológico con lo lingüístico; se opone al análisis componencial y se pretende hacer una verdadera revolución "roschiana" no sólo en semántica sino también en los conocimientos de los universales. Esta «semántica de los prototipos» se basa exclusivamente en sus relaciones de designación con respecto a las cosas, sin diferenciar ni distinguir entre léxico estructurado y léxico no estructurado y es más, estudia con preferencia las nomenclaturas y terminologías, considera todo el léxico como nomenclatura y por lo tanto ignora la neutralización, fenómeno tan característico en las estructuras de la lengua y que sólo es identificable en las relaciones opositivas del significado.

Comete un error, como señala Coseriu, al identificar y confundir las clases objetivas con las categorías mentales y le atribuye a estas últimas la gradualidad que es propia de las clases objetivas: El paso de gradualidad se da entre el día y la noche como hecho objetivo, no entre los significados 'día' y 'noche'. La continuidad es de las cosas y de sus propiedades, no de los significados y de los rasgos semánticos (Coseriu 1990:270). Pero el error más grave que comete, y el más elemental que se puede cometer en semántica, es el de confundir significaciones con las cosas designadas.

En la última década del siglo XX siguen las posturas encontradas en esta distribución léxica, tan evidente para los estructuralistas europeos y tan ignorados o con un enfoque diferente en la semántica norteamericana. Cada postura tiene sus justificantes, sus planteamientos son contradictorios. Eugenio Coseriu (1990:281) junto a la defensa de su quehacer lingüístico aboga para que se haga una lingüística esqueológica (del griego okevos=cosa), una lingüística de las cosas que incluso abarque dominios de la gramática (muchos aspectos gramaticales del hablar están determinados por el conocimiento de las cosas) pero debe ser estudiada sólo como disciplina auxiliar de la "lingüística del texto" (para determinar lo extralingüístico del habla), para que nunca se confunda con la lingüística de las lenguas, con la única semántica posible. Pues, de lo contrario, pensamos que el confundirlo sería no hacer una ciencia de la semántica y retroceder a los orígenes de la concepción del mundo clásico, que ignoraba la diferenciación entre el léxico estructurado y el léxico no estructurado al no poner límites entre lo lingüístico y extralingüístico, como parece que defienden ciertas tendencias actuales, por ejemplo, las de enfoque pragmático.

 

N O T A S

 

1.- Así nos lo recuerda John Lyons, Introducción a la lingüística teórica, Barcelona, Teide, 1972, pág.5.

2.- San Isidoro, Etymologiarum, damos la versión española de José Oroz y M.A. Marcos Casqueros, Madrid, Edit. Católica, 1982.

3.- Gottlob Frege, Estudios sobre Semántica, trad. de Ulises Moulines, Barcelona, Ariel, 1984, págs. 64-65.

4.- Nos referimos especialmente al estructuralismo europeo.

5.- Lexicología tradiciones y estudios de Semántica actual norteamericana. Nos remitimos al apartado teórico, págs. 4l-44.

6.- Charles J. Fillmore, Proceedings of the Parassesion on the lexicon , "on the organization of Semantic Information in the lexicon", Chicago, CLS, 1978, págs.148-173.

7.- Cfr. en Benjamín García Hernández, 1980, nota 22, págs.32-33.

8.- Coseriu (1977b) define campo semántico: «paradigma constituido por unidades léxicas de contenido (lexemas) que se reparten una zona de significación común y se encuentran en una oposición inmediata unas de otras», pág.170.

9.- El concepto de palabra es examinado por Gregorio Salvador (1990:352), Dolores Corbella (1986:65) y John Lyons (1981:45-61).

10.- Benjamín García Hernández (1980), págs. 39 y ss, recoge los "Principios de lexemática" según establece Coseriu (1976: 222 y ss).

11.- Para Coseriu (1977b:100-101), «ámbito» es el espacio en el que se conoce o no un objeto material o inmaterial, como elemento de un dominio de la experiencia o de la cultura. Frente al «ámbito» está la «zona lingüística» que es el espacio en el que se conoce y se emplea una palabra como signo lingüístico. El «ámbito» puede ser más estrecho que la zona correspondiente o, por el contrario, incluirla.

12.- Max Steffen, en su Curso monográfico "Nombres populares de algunas plantas canarias", Cfr. en J. Régulo Pérez, Rev. de Historia, T. XIII, n° 77, (Enero-Marzo 1947), La Laguna.

13.- Coseriu (1977b:116-117).

14.- Recogemos de Coseriu (1977:117), Perífrasis léxicas son todo sintagma capaz de funcionar en un campo léxico como unidad opuesta a palabra simple.

15.- (Idem: 118-119), Arquitectura de la lengua es el conjunto de diferencias internas de la lengua histórica (Diatópicas, Diastráticas y Diafásicas).

16.- "Quaderni de Semántica" 12, págs.226-230, Cfr. en Coseriu: "Semántica estructural y semántica cognitiva".

17.- Cfr. Ignacio Bosque: "Sobre la teoría de la definición lexicográfica", en Verba, 9, 1982, pág.109.

18.- In memoriam Inmaculada Corrales, La Laguna, 1987, págs. 175-185.

19.- B. Pottier se confiesa partidario de la Semántica Cognitiva, ya que para él es la verdadera semántica. Declaración hecha en el curso de "Semántica léxica", dado en el Instituto Universitario de Lingüística "Andrés Bello" de la Universidad de La Laguna, 27 de Abril a 8 de Mayo, 1992.

20.- Eleonor Rosch, "Natural categories" en Cognitive Psychology, 1973.

 

 

 

E D A D      M E D I A

SIGLOS VII-XV

 

Al intentar entrar en ese mundo oscuro y amplio de la Edad Media, se nos presentan dificultades de documentación, ya que sólo disponemos de obras literarias, glosarios, vocabularios de obras concretas y algún diccionario como el Universal Vocabulario de A. Palencia (1490), El Vocabulario de Romance en Latín de Nebrija (1516) y muy especialmente para el latín medieval de sus inicios las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, obra importantísima por ser lo poco que tenemos para conocer esa época, ella es el mejor ejemplo del latín del siglo VII y nos sirve de puente entre el mundo clásico y el medieval, por eso nos identificamos con Menéndez Pelayo cuando dice: «Colocado entre una sociedad agonizante y moribunda y otra infantil y semisalvaje, pobre en artes y de toda ciencia, y afeada además con toda suerte de escorias y herrumbres bárbaras, su gran empresa debía ser transmitir a la segunda de estas sociedades la herencia de la primera. En el siglo VIII cuando España fue invadida por los árabes, en esta remota provincia romana terminará la cultura clásica y son las Etimologías la huella de la duradera latinización de la Península Ibérica».

De aquí que nos encontramos en el español medieval con dos corrientes que se cruzan, se superponen y se confunden, que son: El latín, que continúa como lengua culta y el romance incipiente que, como lengua vulgar, quiere madurar para adquirir fuerza, pero antes tiene que luchar con todas sus vacilaciones ortográficas y de contenido. Y es precisamente este último aspecto el que más nos interesa, por no decir el único, en nuestra investigación, sometida a las presiones ejercidas por una u otra lengua, entre las que intentamos sacar el origen, primera estructuración de nuestro campo semántico y la distribución de aquellos términos que funcionan en él.

Además, ese latín se apoya, especialmente en esta etapa de la Edad Media, en el empuje que la Iglesia ofrece a la cultura y pensamiento de entonces, ya que gran parte de la cultura medieval está fundamentada en la tradicional dualidad latino-cristiana y será un fiel reflejo de ella el panorama lingüístico; por ello, se justifica en la lengua castellana el uso y mantenimiento de varias de nuestras lexías. Y, aunque a partir del siglo XII se encuentren documentos y obras literarias totalmente redactadas en romance, es cuando se puede afirmar que el latín medieval ha perdido conciencia de unidad porque sus límites son contradictorios, como nos lo demuestra el estudio de los glosarios latinos-medievales en los que leemos, por ejemplo VESPER,-ERIS: «qualquiere ora del día». Así, hay una maraña de términos que nos confunden y nos acercan más al problema lingüístico de ese mundo que se debate entre dos grandes presiones, como su poder y su deseo innovador y popular frente al conservadurismo culto impuesto por el latín. Y ese mundo entre dos tendencias es la Edad Media.

En este primer corte, aparentemente sincrónico, de nuestra Edad Media hemos seguido de forma paralela la evolución de los restos latinos junto a la realidad de la lengua española en la que detectamos tres pequeñas variaciones: (véase panorámicas I y II de usos de lexías) 1°.- Hasta el siglo XII, una mayor convivencia con el latín. 2°.- En el siglo XIII deseo de autonomía con el gran apoyo de Alfonso X. 3°.- Siglo XV etapa de transición.

Las tres épocas las estudiamos de manera continua, incluidas en un mismo corte sincrónico, quizás artificial, porque tememos no tener suficiente espacio en cada una de ellas para llegar a unas conclusiones que nos aporten cambios en la estructura del campo, dada la dificultad de documentación y las razones antes expuestas de falta de claridad y unidad lingüística.

 

RELACIÓN DE TÉRMINOS RECOGIDOS EN EL SIGLO XII

Albores, Alvores

Alva

Al Alva de la man

Crebar albores

Crieban los albores

Amanecio

Remanecio

Ixie el sol

Apuntare el sol

Salie el sol

Venie la mañana

Rayar el sol

Sol quiera rayar

Día

Los segundos gallos

Mediados gallos

Vigilia

Oración

Prima

Ora tercia

Almorzar

Yantar

A través de esta lista de lexías usadas, fundamentalmente, en el Poema de Mio Cid, se puede plantear la hipótesis de que la abundancia de perífrasis, que funcionan como verdaderas lexías complejas, justifica la pobreza lingüística del momento, que se acentúa con el limitado número de términos usados. E incluso en varias de ellas notamos relaciones temporales-espaciales que funcionan fusionadas: SALIR EL SOL, VENIR LA MAÑANA, EL SOL QUIERE RAYAR, además de la presencia de verbos.

 

RELACIÓN DE TÉRMINOS A PARTIR DEL SIGLO XIII

Albores-alvores Alvorada

Amanescer-amanecer

Amasco

Anochecer

Aurora

Cena

Cenado-a

Cenar

Cutiano

Cras

Declinar

Día

Gallo (canto del) Gallos primeros Hora

Levantar-levar-lievar Luna

Matutino-a Matino

Matinas-Matines-Maitines

Matinada

Matinal

Meridiana

Merenda-Merienda

Madurgada-Madrugada

Madurgar

Medio (medio día)

Meidia- Meydia

Mannana

Man

Noche-nochi-noch Oratión-oración Oi-oy Ora-oras

Orto

Prima

Siesta-Siesto Sonochada Sol-Solano Tercia

Trasnochada

Trasayunar

Tiniebra

Tocar (viesperas tocas)

Vesperada

Velar

Velador

Vigilia

Vies-peras-vísperas Yantar

 

Según este listado, se gana en precisión, no abunda tanto las lexías complejas y aumenta el número de términos usados. Nuestra hipótesis es que se inicia una etapa que empieza a madurar lingüísticamente.

 

De día

Día de cras

Día de mannana

Ora de medio día

Mannana

Man

Matino

Matines

Cras

Cras a la mannana

Cras mañana

Gallos mediados

Noche-Noch

De noche - de noch

Anochesca

Trasnochar

Trasnochados

Puesto el sol

Cantar los gallos

 

[...]

 

[Seguir la lectura de este capítulo en fichero formato pdf, o ver la tesis doctoral completa, también en pdf]

 
 
 

 

EDAD MEDIA
SIGLOS VII-XV

Ma LAURA IZQUIERDO GUZMÁN

UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA