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Durante el período de la conquista romana y, más tarde, durante las guerras civiles libradas, en gran parte, en el valle del Ebro, se produjeron dos circunstancias que incidieron considerablemente en la difusión de la religión romana1. Por una parte, el valle del Ebro conoció una fuerte implantación itálica desde comienzos del siglo II a.C; entre los indígenas y los colonos de origen itálico —que conservaron siempre sus costumbres y su religión— sabemos que existieron buenas relaciones. Recientemente Roddaz, refiriéndose a esta zona, ha señalado que «les populations italiennes ont joué... un rôle particulièrement important en servant en quelque sorte de catalyseur entre les pratiques indigènes et les moeurs romaines»2. La convivencia entre ambas poblaciones contribuyó —sobre todo en las ciudades— a la romanización del valle del Ebro y, con ella, a la difusión de los cultos y ritos religiosos romanos 3. Por otra parte, las mismas guerras civiles del siglo I a.C. colaboraron también en cierta medida, en la extensión de la religión romana. Al margen del conocido papel romanizador de las tropas romanas en la península ibérica4 o de la inclusión de elementos indígenas como tropas auxiliares en las legiones romanas será oportuno recordar que la actitud mantenida por las diferentes poblaciones con los partidos enfrentados en Hispania (Sertorio y Sila, Pompeyo y César) vino recompensada —cuando aquellas habían luchado de parte de los vencedores— con el estatuto de municipio o con el rango de colonia, acelerándose así el proceso de romanización y, consiguientemente, la implantación de las prácticas religiosas romanas entre los indígenas. Por el contrario, la política de marginación aplicada por Augusto a Tritium Magallum y la Vareia berona por su actitud durante las guerras civiles, explican su decadencia en el cambio de era y también el menor grado de difusión de la religión oficial entre los habitantes de la época. No obstante esta innegable influencia de las guerras civiles como motor de difusión de la religión en el medio indígena tampoco debe exagerarse. No hace mucho F. Beltrán daba a conocer dos glandes inscriptae procedentes probablemente de la navarra Sierra de Lebia y datadas en las guerras sertorianas (hacia 76-74 a.C). Su texto Q(uintus) Sertor(ius) proco(n)sul Pietas, claramente propagandístico, constituye una fuente de primer orden de los ideales de Sertorio. Con acierto señala Beltrán que el uso propagandístico que Sertorio hace de la Pietas entre los años 77-76 a.C. va destinado a los ciudadanos romanos o itálicos que luchan en el norte de la península ibérica y no a los indígenas «tanto por el mismo carácter del concepto a través del cual se expresaba como por estar escrito en latín, lengua que en esta época estaba escasamente difundida en la región»5. Así pues, desde la época de la conquista hasta los comienzos del siglo I d.C, el avance de la religión romana en la zona fue —en líneas generales— lento y, sobre todo, sometido al proceso de romanización y muy especialmente a la transformación de oppida en municipios. En este sentido cabría recordar que la religión romana estuvo sometida siempre a un doble marco: a) un «espacio geográfico», es decir, la ciudad (ciuitas) y, particularmente, el espacio interior del pomerium o recinto sagrado donde se concentraba la mayor parte de los cultos, los principales templos y altares. Asi se percibe bien en los estatutos de colonias romanas que conocemos. b) Pero también la religión romana requirió un «espacio social»; para practicarla era necesario ser ciudadano romano; éste podía manifestar su píelas en el seno de la familia, de las asociaciones cultuales o de las ceremonias públicas. De aquí que, al menos en Roma, al extranjero (equiparado al esclavo] se le prohibiera participar en el culto y tuviese que pedir una autorización previa al Senado. Asi pues, entre las garantes y exigencias que comportaba el acceso a la ciudadanía —políticas, económicas, jurídicas— figuraba la de compartir ideas comunes y tradicionales en torno a la religión, la moral y la ética. Por tanto expresiones tales como «libertad de culto» o «respeto de Roma a las religiones indígenas» se explican mejor por el hecho de que en las provincias, la mayor parte de los habitantes eran no-ciudadanos. Roma —o las autoridades municipales romanas— rara vez intervino en los ritos y cultos locales y sí lo hizo fue cuando éstos —como era el caso de los sacrificios humanos practicados en el norte de la península ibérica- atentaban contra la esencia ideológica del aparato público6. Otro problema que deberemos resolver es cómo se produjo la penetración de los nuevos cultos en un medio indígena que deseaba integrarse en las estructuras socio-políticas romanas. Las respuestas sólo podremos obtenerlas tras un análisis previo de los materiales de que disponemos. No obstante, puede adelantarse que —como es sabido— muchas de las divinidades que se presentan bajo teónimos romanos encubren una divinidad indígena; es lo que se llama una interprétatio indígena que, por lo general, conducía a una plena asimilación de la divinidad romana. En muchos casos los epitheta deorum permiten conocer los niveles de la vida religiosa alcanzados por los antiguos y comprender su concepción de las divinidades romanas7.
Fuente. Las fuentes de que disponemos para el estudio de la religión romana en el área del alto y medio valle del Ebro son, en la actualidad, muy escasas. Las de carácter literario —pertenecientes en su mayor parte a la época augustea- se interesan más por la religiosidad de las tribus prerromanas que por el grado de aceptación de la nueva religión entre las poblaciones sometidas tras la conquista6. El panorama que ofrece la arqueología no es más halagüeño, Los testimonios que en este ámbito más interesan al historiador de la religión romana —templos, lugares de culto, necrópolis— son más bien escasos. No siempre los lugares de culto dejaron, durante la dominación romana, vestigios arqueológicos. U. Espinosa nos sugiere —en otro lugar de esta misma obra colectiva— la existencia de un lucus (o bosque sagrado) en las inmediaciones de la actual Logroño. Hoy sabemos que, propiamente, en un sentido restringuido, el lucus era un espacio libre abierto en el interior del bosque (nemus), es decir, un «claro del bosque», donde tenían lugar ceremonias rituales 9. Además, dentro del conjunto de piezas descubiertas por la arqueología, algunas de ellas son de dificil aprovechamiento en este tipo de estudios. Así, ha sido frecuente por parte de muchos investigadores, emplear representaciones de dioses modeladas en terra sigillata como fuente — única en ocasiones— para conocer la penetración de la religión romana en una determinada zona geográfica. Hace años M.A. Elvira, refiriéndose en particular a los alfares de La Rioja señaló que hay que contar con la banalización de las figuras representadas «y con el hecho de que, en lo que conocemos, la terra sigillata hispánica no tuvo nunca una intencionalidad de producto típico regional, ni vinculación alguna a santuarios o municipios concretos»10. Nadie puede negar las importantes aportaciones al estudio de los temas figurativos de la terra sigillata a la iconografía romana popular, pero la extraordinaria y bien conocida difusión de los productos cerámicos de La Rioja 11 la invalida como fuente para el estudio de la religión en una determinada zona.12 De forma parecida J.M. Demarolle, en su estudio sobre la relación entre cerámica y religión en la Galia romana, concluye que es imposible afirmar si los mitos representados sobre este elemento tienen un sentido religioso tanto para el decorador del molde como para su clientela y que resulta aún más arriesgado definir «l'arrière-plan religieuse» que evocan las representaciones de personajes divinos tomados del panteón grecorromano13. Considera este autor, además, que ligarse demasiado a las realidades cultuales locales en este dominio sería perder de vista que la zona de difusión de las producciones moselanas era extremadamente difusa y tenía una clentela que desbordaba ampliamente el cuadro regional14. Aún con más motivo hay que rechazar el uso de los hallazgos de monedas, mosaicos o lucernas como fuente para la religiosidad de un área geográfica determinada. No cabe duda de que las monedas romanas que circularon por las ciudades y municipios del valle del Ebro contribuyeron en no poca medida a difundir —junto a la ideología imperial— las principales divinidades y cultos romanos, pero a pnori nada nos dicen del éxito obtenido 15. Otra cosa bien distinta sucede cuando dichas acuñaciones incorporan representaciones de templos o altares de la zona que deseamos estudiar lo que, desgraciadamente, no es frecuente para nuestro caso. Entre los estudiosos del mosaico hispano va extendiéndose cada vez con mayor fuerza la idea de que dichas obras respondían —en su mayor parte— a «copy-books» o «libros de imágenes» traídos del exterior, lo que explicarla la extraordinaria similitud de temas entre los mosaicos hispanos y los africanos16; por lo tanto, aquellos mosaicos con escenas mitológicas, por ejemplo, tienen escasísimo valor desde un punto de vista cultual. No obstante, tampoco debemos descartar de forma absoluta el valor de estos materiales como fuente de nuestros cocimientos de la religión romana en la zona ya que aún como elementos ornamentales denotarían al menos unas preferencias por parte de los grupos sociales más romanizados. En cualquier caso, la epigrafía se convierte en nuestra fuente si no única sí, al menos, principal para el estudio de la religión romana en el alto y medio Ebro. Pero un análisis de la distribución geográfica del material epigráfico de la actual región de La Rioja por ejemplo, puede llevarnos a conclusiones erróneas sobre la religiosidad de los antiguos habitantes de época romana si no se tiene presente su irregular presencia, es decir, la ausencia de inscripciones en núcleos urbanos de notable importancia -como Calagurris y Gracchurris y —por el contrario- su concentración en zonas montañosas y alejadas de las vías de comunicación (como Cameros y Canales)17. Diversos factores —ya señalados— inciden en este hecho: ausencia de prospecciones arqueológicas en determinadas zonas, pérdida de lápidas por la deleznabilidad del material pétreo, reutilización en la construcción de nuevos edificios, etc. Esto explica que las conclusiones a las que podamos llegar sean forzosamente provisionales. Como contrapartida, la mayor parte de estas inscripciones, referidas a dioses o cultos romanos, corresponden al periodo alto-imperial y, consecuentemente, a la época de mayor auge de la religión oficial romana en el Imperio, ofreciendo así un material homogéneo.
Dioses y cultos. Un cierto número de inscripciones halladas en esta zona vienen dedicadas a divinidades «oficiales» cuyo carácter es, dijéramos, prevalentemente política A la cabeza de ellas figura Júpiter que recibe culto como dios supremo de la triada bajo su forma capitalina, lupiter Optimus Maximus, en Varea 18, , Rasillo de Cameros19, Aibar20, Eslava21y en Retortillo, la antigua Iuliobriga 22. Una gigantesca cabeza de Júpiter que se conserva en el museo municipal de Calahorra, parece corresponder a una gran estatua de las que se guardaban en los templos: «el que se trate de la suprema divinidad del panteón romano permite interrogarse si era la del municipal»23. Este hecho no es particular, pues el culto de I.O.M. estuvo profundamente arraigado en Hispania y, particularmente, en los conventos del norte de la península, a los que pertenece el área geográfica objeto de nuestro estudio24. Las aras votivas al dios supremo como Optimus Máximas permiten pensar que su culto no estuvo reducido sólo a las «jpitates del conventos —donde probablemente existían capitolios25- sino que, además, fue conocido por todos tos estratos sociales. Asi parece indicarlo el origen social de los dedicantes, puesto que aparecen, en efecto, algunos con la tria nomina, como L(ucius) Sempronius Geminus, en Aibar, pero también otros de origen indígena, romanizados o en vías de romanización como es el casode Sempronia Paterna (Varea)26, Va(lerius) Cre (---) (Rasillo de Cameros) y Flavius (Eslava) Fig. 106, a la izquierda de estas líneas (Ara dedicada a Júpiter Optimo Máximo Varea]) J. Rufus Fears, a la vista de este tipo de inscripciones, observó que «again in provinces as dissimilar as Spain and Dacia the Román cult of Júpiter Optimus Maximus cut across all social grades... However natives also whorsipped Júpiter as Optimus Maximus»27. En el culto de I.O.M. debemos ver probablemente una manifestación de la romanitas o de la lealtad al emperador y al Estado, si bien quizá esconda también sentimientos religiosos concretos. No obstante, dadas las características del Júpiter como Optimus Maximus, es decir, como protector de Roma y del Imperio, es difícil creer que por parte de los numerosos indígenas que le veneran haya existido un caso de interpretatio, como parece indicar, por ejemplo, la ausencia de epítetos tópicos. En este sentido, Rufus Fears señala con acierto que «like the concept of romanitas itself, the whorsip of Júpiter Optimus Maximus was a national cult and at the same time a universal cult, trascending other national traditions and uniting whorshipers and fellows Romans throughout the Empire»28. Otro hecho bien distinto es el de Júpiter cuando figura solo como tal en las inscripciones; en este caso la devoción por el dios suele encubrir un culto a una divinidad indígena de análogas características. Una inscripción hallada en Ujué (Navarra) es, al respecto, muy significativa: está dedicada a Júpiter (tow sacrum) por tres indígenas -Coelii Tesphoros, Festa y Telesinus— quienes levantan otro ara votiva a una deidad indígena, Lacubegis 29 . Caso aparte merece considerarse la bella inscripción de Arellano dedicada por Flavus Mag(ilo), jefe de una corporación o magistrado al frente de una pequeña comunidad30 a Appenninus, divinidad identificada con Júpiter por los estudiosos que han tratado la inscripción 31. Esta inscripción demuestra la movilidad de muchos hombres de la zona en dirección a otros puntos del Imperio, favorecida por la paz de los primeros siglos. El culto al emperador entraría igualmente dentro de este aspecto de la religión oficial. R. Turcan señaló que en el Imperio no existió un culto imperial uniforme, ni siquiera institucionalmente, sino que se produjeron manifestaciones de diversa naturaleza e intención, frecuentemente difíciles de evaluar desde un punto de vista estrictamente psicológico y religioso32. En el área geográfica del alto y medio Ebro parece haberse conocido tanto el culto a los emperadores vivos como muertos. Las numerosas inscripciones halladas con la alusión al diuus ponen de manifiesto uno de los principales denominadores comunes de la religión imperial y un excelente factor de unidad entre quienes practicaban el culto33. Algunos individuos originarios de la zona que estudiamos alcanzaron notables puestos en el culto al emperador. Así, en el foro de Tarraco, fue hallada una inscripción (fechada generalmente en época de los Antoninos, quizá entre los años 165 y 170 d.C), en la que se menciona a Titus Mamilius Praesens, originario de Tritium Magallum, como flamen provincial de la Hispania Citerior34. Debemos tener presente que en la primera mitad del siglo II d.C., se produjeron en la Península Ibérica frecuentes emigraciones hacia la ciudad de Tarraco, donde Adriano había restaurado el templo de Augusto e introducido el culto a la diosa Roma; la ciudad constituía, pues, una formidable oportunidad para que los flamines y las flaminicae, originarios de diversos puntos de la Hispania Citerior, pudieran promocionarse en el culto imperial. Conocemos, especialmente gracias al trabajo de G. Alföldy, otros personajes originarios de nuestra área geográfica, en especial de Caesaraugusta 35 y de luliobriga36. El culto al emperador comprendía no sólo la figura del César o los miembros de la familia imperial, sino también sus virtudes o cualidades. En este sentido es particularmente interesente la inscripción hallada en Canales de la Sierra (La Rioja) dedicada a la fortuna Augusti 37 y podríamos incluir en este mismo ámbito el templo levantado a la Pietas Augusta en Caesaraugusta(con la inscripción Pietatis Augustae) que conocemos a través de dos emisiones monetarias de época de Tiberio38. La ausencia total de divinidades relacionadas con la guerra o el ejército (como es el caso de Marte), pese a la larga presencia de unidades militares en estas tierras, puede venir explicada si tenemos presente que la retirada de tales fuerzas tuvo lugar a partir de la época de Claudio, coincidiendo, pues, con los inicios de la mayor parte de la producción epigráfica en la zona que refleja así, sobre todo, la situación pacífica de las ciudades y sus habitantes. Debemos recordar que la retirada, bajo Calígula, de la legión IV Macedónica de Cantabria y, poco después, hacia el 63 d.C. de la X Gemina, dejó en Hispania a la legio VI Victrix en solitario, siendo empleados sus efectivos, sobre todo, en trabajos públicos más que en actividades propiamente militares39. El caso de Hércules es extraordinariamente significativo. En estas tierras no aparece como deidad militar, garante de la victoria, sino que recibe culto de carácter popular por parte de comerciantes y gentes pobres o esclavas. A. Blanco reconstruyó hace años los restos de una inscripción hallada en Caesaraugusta dedicada al (deo) I (Al)cidae —es decir, a Hércules Alcida, que según él «formaba parte de un monumento (templo, templete y estatua)» dedicada al dios40—. En su opinión el héroe se relaciona en estas tierras con el mundo del transporte y el almacenamiento del trigo y, en cualquier caso «con el círculo del comercio y los negocios»41. En una inscripción procedente de Manzanera (Teruel) se lee la siguiente dedicatoria: Aquilus et Nigrinus Corneli (serui) Herculi u.s.l.m.42. Se trata pues, de lo que M. Jaczynowska llamó «un Hércule domestique, rural (rusticus), souvent adoré avec Silvain et les dieux protecteurs de la maison»43. Un segundo grupo de divinidades mencionadas por las inscripciones latinas son aquellas que podemos agrupar por su relación con la producción económica en un sentido amplio, es decir, incluyendo aquellas que favorecen la agricultura y el comercio o protegen las aguas y los montes, tan importantes para la supervivencia del conjunto de la población. En las inmediaciones de Alcanadre fue hallada un ara votiva dedicada por Valeria a la diosa Ceres44 que es la primera conocida en el valle del Ebro; aparece en un ambiente de villa, seguramente dedicada a la explotación agrícola, lo que explicaría el culto en ella a esta deidad, como protectora de la fecundidad de las tierras y las cosechas 45. (Fig. 107, a la derecha. Dedicatoria a Ceres en Alcanadre). El culto a Ceres —quizá debido a la existencia de divinidades indígenas de la fecundidad y fertilidad de la tierra— estuvo en efecto, en Hispania, escasamente arraigado46. En este caso la dedicatoria parece estar hecha por una uillica que trabaja en la finca, si bien no podemos olvidar la vinculación, durante el Imperio, de las mujeres con la diosa Ceres: «mondo feminile e mondo agrario trovano —escribe I. Chirassi Colombo- un punto de qualificazione ideologica ben preciso nel complesso mitico e cultuale en atto, cioè della vita urbana intessa come specchio di attualità»47.Minerva, que no aparece como miembro de la tríada capitolina, es, sin embargo, objeto de un ara votiva hallada en Murillo de Rio Leza48. La inscripción —incompleta— surge en un pagus, fuera del contexto urbano y que «por ello es un testimonio de culto individualizado a la diosa, en cuanto que protectora de las habilidades y de las artes en un sentido amplio»49. Un aspecto interesante de esta inscripción lo constituyen los cultores que dedican el ara; en opinión de M.E. Solovera y T. Garabito «puesto que Minerva tiene un cierto carácter agrario, podrían ser los cultores de la zona los que dedicasen el ara a su divinidad protectora, o simplemente un grupo de adoradores»50.Posiblemente sea este último —a mi juicio— el sentido del término cultores de la inscripción que, como tales, aparecen registrados en Tarraco51 y otros puntos del Imperio52. En la época imperial la vinculación de Minerva con el mundo agrario es rara y frecuente, por el contrario, su función como protectora de toda clase de artesanos que le tributaban un homenaje en la festividad del Quinquatrus (19 de marzo en el calendario prejuliano o el artificium dies del calendario de Praeneste). Sin embargo, tampoco puede descartarse totalmente un sincretismo con alguna divinidad indígena, fenómeno que Minerva -según J.L. Girard— favoreció particularmente en la Hispania Citerior53.Mercurio es repetidamente mencionado por las inscripciones de la zona (dos veces en Agoncillo y una en Murillo del Rio Leza). En Agoncillo es venerado con el epíteto de Visuceus54, que «es el cognomen de un Mercurio repetidamente documentado en la margen izquierda del Alto Rhin» y, por tanto, «estaríamos ante el único testimonio del Mercurio galo al sur de los Pirineos»65. Sin descartar que el culto pueda deberse al traslado de militares, ante el epíteto de la divinidad y las desinencias gramaticales, es preferible una explicación en base al trasfondo céltico de la región. Ciertamente es así porque —como tendremos ocasión de comprobar — la principal peculiaridad — desde mi punto de vista—de la religión romana de esta zona es, sin duda, su vinculación con el mundo céltico.La inscripción hallada en Murillo, está dedicada por Flavius Flavianus, veterano del ejército66. El epíteto de Compitalis del dios y su posible localización en relación con la calzada del Ebro «quizá no lejos del puente que existía sobre el Leza»57 nos llevaría en principio a su función como protector del comercio, actividad del antiguo militar. Sin embargo, Le Roux se pregunta si esta dedicación a Mercurio hecha por un antiguo miembro de las cohortes auxiliares «a peut-être le sens d'un remerciement pour un voyage favorable marquant le retourn au pays?»58. Mercurio parece haber gozado en estas regiones, como protector de los viajes y los caminos, más del favor de los militares que de quienes se entregaban a la actividad mercantil, pues en definitiva, como dice Combet-Farmoux, el dios era «protecteur des chemins et de leurs usagers les merchands et les voyageurs»59. Pero tampoco podemos olvidar que funciones parecidas tenía el Mercurio galo, como recuerda el propio César en su de bello gallico (6,17,1): «el dios que más veneran es Mercurio; éste es el que tiene más imágenes; lo consideran inventor de todas las artes, guía de los caminos y viajes, y le atribuyen influencia decisiva en el logro de dinero y en el comercio». Muy en relación con esta función, está el culto a los Lares en la zona del alto y medio Ebro donde aparecen exclusivamente como Lares Viales, es decir, como protectores de los caminos y las encrucijadas. Documentado su culto en San Pelayo (Álava) a mediados del s. IV, en Cervera del Río Alhama, Sulpicius dedica un ara a los Lares Viales 60; «el culto a los Lares en Cervera puede tener relación con la vía que desde Gracchurris (Alfaro) conducía a la meseta por el valle del Alhama»61. En Laguardia se halló una inscripción de Segilus et Rusticus f(ilius) a los Laribus Q(uadri) V(iis) 62, protectores de las encrucijadas (segunda mitad del s. IV d.C), cuya presencia, rara en Hispania, es por el contrario muy frecuente en Germania y Galia. El culto a los Lares —y también a los Lares Viales— estuvo especialmente arraigado en el norte de la Península Ibérica sobre todo desde comienzos del siglo II d.C, haciendo el papel de «liaison entre les divers numina loci de l'endroit»63; los Lares Viales representan el último grado de evolución de los Lares de las localidades o gentilidades 64, siendo su culto uno de los factores más destacados de la difusión de la religión romana. Pero no podemos olvidar tampoco que desde el año 7 a.C, Augusto hizo asociar a los Lares de las encrucijadas el Genius Augusti y, por lo tanto, el culto a los Lares Viales estuvo en relación con el culto imperial. Por último, se detecta también una notable presencia de las divinidades relacionadas con los montes y las aguas. En Nieva de Cameros 65 se encontró una inscripción a Silvano Calaedico(n) dedicada por un hombre de onomástica indígena, Titullus Viam(i) f(ilius). Según Morestín se trata del «primer Silvano no romano, dado que aparece en un medio indígena»66. En efecto, en otro lugar 67 traté de demostrar que Silvano asume en el norte de la Península Ibérica —en la provincia de Soria apareció una inscripción de Ucaennus Culemqum Edinis f(ilius) a Silvano68— un carácter muy diferente que en el este y en el sur, donde fue conocido, al menos en los am bientes de las uillae, como un Silvanus domesticus, vinculado especialmente a los libertos. Una pequeña cabeza de mármol, precedente de Varea, tiene, sin embargo, como observa J.C. Elorza, un sorprendente «aspecto pacífico» 69, quizá influido por un entorno romanizante de la zona, lo que le distancia del dios de aspecto violento y salvaje que cabría atribuir al Silvano de Nieva (Fig. 108, bajo estas líneas. Cabeza de estatua de Silvano [Museo de La Rioja]).De Celsa (Velilla de Ebro) procede una inscripción con el probable encabezamiento D(ivae) D(ianae) D(icatum), en ella Lucius y Cornelia hacen constar que dedicaron un praedium como diezmo ofrecido a la divinidad, que sin duda era conocida también a través de sus representaciones en la sigilata 70. También las ninfas gozaron de gran popularidad. En Cabrianafue hallada un árula de piedra arenisca dedicada a las Ninph(is) bonis et locos, según nos da a conocer la inscripción en una de sus caras71. Su proximidad al Ebro hace pensar que las ninfas buenas son las protectoras del río. Uno de los descubridores de la inscripción, Barandiarán, escribió al respecto: «Los habitantes de Cabriana imploran a las ninfas habitantes del río, del que dependen en buena manera para su prosperidad, que intercedan para que éste les sea propicio. Del dedicante no sabemos nada, si bien al ir la segunda divinidad en acusativo y no en dativo —Locos— no parece proceder de un estrato muy romanizado»72. En Tricio, también tenemos otro testimonio de piedad hacia las ninfas, si bien éste es más dudoso 73. En Puente Madre, lugar de la toma de aguas a Varea, debió de existir un culto a las aguas, quizá a las ninfas, en época romana. Así se explicarla, según ha sido observado, la advocación «Santa Marina de Puente Madres» como topónimo medieval y moderno 74. Diversos autores han localizado con bastante fundamento, cultos a las aguas durante la época romana (que tuvieron continuidad durante los primeros siglos del medievo) en distintas localidades del territorio riojano Foncea, Ojacastro, o Viniegra de Abajo.Fuera de los límites geográficos que estudiamos, en Leyre (Navarra) se encontró, al reformar el ala del monasterio, un ara que «con toda probabilidad puede considerársela procedente de la vecina localidad de Tiermas»75. Se trata de una dedicatoria de Quintus Licinius Fuscus, de profesión aquilegus, originario de Vareia (varaiensis), a las ninfas, divinidades en este caso de las fuentes, ya que los aquileges eran según Servio, scrutatores vel receptores aquarum 76 o, en palabras de Columela, indagatores aquarum 77. En otro estudio he tratado de poner de manifiesto el contraste entre los conocimientos técnicos que poseían los aquileges y su sencilla piedad religiosa, particularmente su devoción a las divinidades de las aguas78. La ausencia junto al nombre de las ninfas —como junto al de los Lares— de un epíteto indígena permite pensar que los dedicantes han adoptado mayoritariamente nombres o términos latinos para designar a las fuerzas indígenas de los ríos o las fuentes y quizá también, como ocurre en el noroeste, a divinidades con funciones terapéuticas. Lo mismo sucede en la inscripción hallada en Alhama de Aragón (Zaragoza) dedicada a Deo Tutel(ae) Genio Loc(i)79. A Tutela, divinidad «más específica de lugares que de personas»80 viene asociada el Genius que, probablemente, protege también el lugar donde se consagró la inscripción; dicha asociación es bastante frecuente en la epigrafía de la península ibérica. Para F. Marco constituye un ejemplo ilustrativo de sincretismo: «la inscripción identifica las nociones romanas de Genius y Tutela como deidades topónimas. Pero, además, esa divinidad es, un realidad, indígena, lo que se deduce de la mención de deus que ya Lambrino señalaba como elemento caracterizador de la asimilación entre divinidades indígenas y romanas»81. Una inscripción hallada en Zaragoza, hoy desaparecida, fue dedicada por A(ulus) Annius Eycharistius (personaje que presenta los tria nomina pero cuyo cognomen es de origen griego) al Genio Tutelae Horreorum 82; a Tutela, asociado esta vez al Genius, se confía, pues, la custodia de los graneros, acechados siempre por los robos o los incendios. La proliferación de genii o numina protectores de ciertos lugares y espíritus de la prosperidad general parece corresponderse bien con un transfondo céltico 83. De aquí que no sorprenda en Vareia una pequeña terracota que podemos identificar como un genius cucullatus 84. Se trata de un genius de aspecto infantil enteramente revestido con un manto cuya capucha (cucullus) cubre su cabeza. Dicha pieza, datada en época del alto imperio es la única conocida en Hispania, siendo, por el contrario, muy frecuente su representación (en estatuillas de piedra, bronce, terracota e incluso relieves) en la Galia, Germania, las regiones danubianas y Gran Bretaña, lo que hace pensar que el culto a esta divinidad fue común a las poblaciones célticas. No obstante, los paralelos más próximos a esta estatuilla los hallamos en las proximidades de Tréveris, pues en Britannia, aún estando muy difundido el culto presenta una versión triplicada que no se ajusta al ejemplat vareyense. El genius cucullatus es considerado hoy como una deidad de carácter popular asociada principalmente a la riqueza, prosperidad y fertilidad, si bien autores como W. Deonna subrayaron su sentido fúnebre. El ejemplar de Vareia puede ser, quizá, un objeto votivo como sucede en Germania. El culto a estos genii aparece estrechamente vinculado a la diosa-madre o Deae Matres. Recientemente fue hallada en Varea una pequeña terracota de Venus, de la que tampoco conocemos otros paralelos en Hispania y cuya procedencia exacta resulta difícil determinar 85. Estas figuras, que en su mayor parte proceden de los talleres de la Galia central (generalmente del s. I y II d.C), pero también abundantemente documentadas en Britannia, representan diosas de la fertilidad y prosperidad, vinculadas al culto de la Gran Madre de la religión celta. En suma, estos testimonios, unidos a otros ya examinados (como es el caso del Mercurios Visuceus) ponen en evidencia los estrechos contactos del área vareyense con las culturas transpirenaicas. Sin embargo, a pesar de que con frecuencia aflore la mentalidad indígena, podemos decir que en términos generales —en base a la antroponimia latina, escasa presencia de epítetos tópicos, etc.— el grado de asimilación de las divinidades romanas en la zona fue considerable, si bien —como ya hemos expuesto— dependiente siempre de la integración social de los individuos en el sistema romano. En lo que constituye propiamente el área del alto y medio Ebro, no han aparecido testimonios significativos o de primer orden en relación con los cultos o las divinidades orientales. Salvando las dedicaciones al Sol Invictus halladas al sur de Pamplona y, por tanto, a considerable distancia del área que estudiamos 86, la arqueología ha puesto al descubierto hace años un relieve de piedra hallado en Herramélluri que podría guardar alguna relación con las religiones orientales 87. Según algunos autores, determinados elementos de las religiones indígenas, con la antigüedad del culto al toro que en las estelas de Pamplona aparece junto a ruedas o rosetas (emblemas solares), pudieron haber facilitado el sincretismo con las religiones orientales y, particularmente, con los cultos mitraicos88. Sin embargo, hasta la fecha, ninguna inscripción ha aparecido en la zona con dedicatoria al dios. Varios factores contribuyen desde mi punto de vista a explicar esta ausencia. Las tierras del alto y medio curso del Ebro no estuvieron en contacto directo con el comercio mediterráneo (abierto desde época julio-claudia a las influencias religiosas orientales), siendo los intercambios comerciales uno de los principales factores de difusión de dichos cultos. De igual forma la ausencia —ya en el alto imperio— de efectivos militares numerosos así como de esclavos orientales, contribuyen a explicar el escaso arraigo de las divinidades orientales en estas tierras (Fig. 109. Cultos romanos testimoniados el actual Rioja).
Rituales funerarios. Por lo que se refiere a la ideología funeraria, la extensión de la fórmula DM o DMS hace pensar que ésta gozó de cierta aceptación —al menos a partir del s II d.C— entre los ambientes más romanizados, lo que quizá pudo venir favorecido por ciertas similitudes con las creencias indígenas 88. Sin embargo, el escaso número de fórmulas funerarias o de consagración en inscripciones de onomástica indígena, así como la persistencia de elementos decorativos funerarios de tradición indígena invitan a pensar que las concepciones romanas de la ultratumba no alcanzaron todos los ámbitos sociales. La ausencia de divinidades infernales —Plutón, Proserpina— no hace sino confirmar que la ideología romana de la muerte no llegó a calar con profundidad. Ya señaló F Marco que «en el Norte de la Península y en época imperial romana persisten elementos característicos de la mentalidad funeraria indígena en dos aspectos tan fundamentales como el ritual y la relación astral con el mundo de ultratumba»90. En ese sentido las pervivencias célticas tampoco podían estar ausentes del mundo funerario conocido en la época romana. El propio F. Marco recuerda para el territorio del norte (mencionando La Rioja y Navarra) la frecuencia de las representaciones de tres personajes que «fuera de los casos en que la iconografía o el propio epígrafe abocan a una lectura realista como retratos familiares, nos lleva a una simbología trinitaria muy característica del mundo céltico»91. No obstante, no cabe duda de que, principalmente en los núcleos urbanos, las costumbres funerarias romanas se hicieron sentir; así se impuso la costumbre, por ejemplo, de enterrar (o de incinerar) a lo largo de las vías que partían de las ciudades, como se ha supuesto para Calahorra y sabemos para Varea.92 Tampoco es desconocida en las necrópolis de la zona la costumbre romana de introducir una moneda en la boca del difunto (como pago de la barca de Caronte), si bien no parece ampliamente difundida 93. De las necrópolis y de aquellas vías, flanqueadas por edificaciones de carácter funerario, proceden algunos materiales que han sido puesto al descubierto en recientes campañas arqueológicas. Asi, por ejemplo, procedente de la necrópolis de Vareia fue hallada una metopa dórica con triglifos en los laterales y una cabeza de toro en relieve que podría datarse en los primeros decenios del s. I d.C. Es probable que esta pieza formara parte de un monumento funerario perteneciente a un individuo de procedencia militar, quizá un oficial 94.La actividad artística de los talleres ligados a las tropas es, por otra parte, muy notoria en la zona. Hace algunos años se dio a conocer un molde cerámico, procedente probablemente de Vareia, que consta de una máscara humana y, sobre ella, de una cabeza de bóvido flanqueada por dos «formas alargados triangulares que presenta pie o basa y un cuerpo alargado que podrían ser trípodes»93; sobre la cabeza del bóvido la autora cree reconocer un bordón, inclinándose por considerar su positivo una pieza decorada de carácter religioso. Pudiera tratarse, más concretamente, de una pieza ornamental perteneciente a otro monumento funerario donde con frecuencia los bucráneos aparecen en los frisos, junto con altares sacrificiales, candelabros e incluso —por influencia de la arquitectura militar— con efigies de prisioneros. En 1989 aparecieron dos bloques tallados que forman parte de los puluini de sendos altares funerarios aparejados con sillería que podrían datarse en el s. II.96
Magia y superstición. Pero si en el valle medio del Ebro se conservan diversas manifestaciones de la religio, parece lógico también que —como en Roma— conozcamos algunas huellas de un concepto antitético: la superstitio. En 1979 se encontró —entre los restos de un hipocausto romano— un amuleto fálico de bronce con cabeza de toro que según M.P. Galve —quien nos lo describe minuciosamente en una publicación 97— apareció con otros materiales que corresponden a la época de Tiberio y Claudio9 8. Otro similar en aspecto y contexto arqueológico apareció en la villa de Soto Galindo, al otro lado del Ebro 99. Se trata de un objeto que con las lógicas variantes tipológicas, era muy frecuente en el mundo romano100. Tenía la finalidad de proteger a quien lo llevara del fascinum o mal de ojo. La mejor especialista en magia romana, A. M. Tupet, señaló que «les phylactères les plus réputés son des représentations d'animaux divers, surtout munis de cornes, les images de certaines parties du corps, un oeil, un phallus, un main ouverte»101; elementos que concurren en el amuleto de Varea. También, según nos dicen las fuentes antiguas, este tipo de amuletos eran expuestos en el interior de sus negocios por los artesanos como protector contra los sortilegios y el mal de ojo: esta facultad apotropaica era atribuida al falo que, en tanto que símbolo de la propagación de la vida, se oponía a los ataques de las fuerzas malignas, especialmente al mal de ojo 102. Similar carácter parece tener otro reciente hallazgo: la representación de un animal fantástico tallado en una piedra de anillo103. Podría tratarse de un grifo, animal de Apolo y Némesis, que aparece en el célebre mosaico encontrado sobre el Aventino en la Basílica Mariana104 rodeando, junto a otros animales un ojo travesado por una lanza. Pero a mi juicio -dada la ausencia de pico y alas y la poca envergadura de su cuerpo- se asemeja más al Capricornio. P. Zanker ha señalado que este símbolo ―signo zodiacal de Augusto―es adoptado en los años siguientes a su muerte por los particulares, que lo usan sobre ellos o anillos 105.
Conclusiones. El carácter limitado de nuestras fuentes, que las conclusiones que sobre la implantación de la religión romana en el entorno geográfico de Váreia podemos extraer, sean forzosamente provisionales. En primer lugar, como hemos venido señalando la penetración de la religión oficial romana en el medio indígena fue fruto de un proceso más amplio (romanización, aculturación) y, por lo tanto dependió en gran medida de la integración de estas poblaciones en el sistema político y económico. La difusión de la religión romana fue consecuentemente, mayor en las zonas o núcleos más romanizados. Por esta razón la colonia romana de Caesaraugusta, por ejemplo, ofrece un mayor número de testimonios de la vida religiosa que luliobriga y su entorno, donde la romanización fue mucho más superficial. En líneas generales podríamos decir que —geográficamente— la presencia de la religión romana se debilita río arriba, en la misma medida que el proceso de urbanización 106. No obstante, dentro de una misma zona se advierten varios grados de aculturación, según la integración de los indígenas en el sistema político y económico romano; así, en La Rioja, la religión romana aparece más desarrollada en Tritium que en Cameros donde la pervivencia indígena es mayor. En segundo lugar, hemos señalado también que por parte de las autoridades romanas no hubo imposición de sus creencias o cultos religiosos. De la misma forma, no sería apropiado hablar de una «resistencia» o de una «oposición» indígenas en materia religiosa 107. Existió un proceso extraordinariamente largo de sincretismo, una de las expresiones de la aculturación entre los romanos e indígenas o, se si prefiere utilizar un término al que se ha recurrido, una «osmosis», sensible a partir del siglo II d.C. «cuando el proceso de la asociación de divinidades y, después, de sustitución de una divinidad local por la divinidad romana es más evidente y se generaliza»108. Parece, en fin, más conveniente, hablar, pues, sencillamente, de «persistencia» de los cultos e ideas religiosas indígenas de la misma forma que perduraron las técnicas artesanales o muchos aspectos culturales. Esta supervivencia de las tradiciones locales pudo intensificarse en determinados períodos del Imperio, como la segunda mitad del siglo III d.C.109, coincidiendo con una decadencia del poder central y provincial. Parece desprenderse también de la documentación examinada que —al igual que en otros puntos de la península- las élites y oligarquías indígenas se integraron antes y más fácilmente en el proceso de sincretismo religioso que aquellas otras familias que vivían en condiciones económicas más precarias o más apartadas de la vida social urbana y sus circuitos económicos. Estas élites se unieron, naturalmente, a los sectores militares y a los cuadros de la administración, fieles devotos de la religión romana y difusores ellos mismos de sus cultos. De las inscripciones se deduce igualmente que las divinidades más invocadas (al margen, lógicamente, de las promocionadas oficialmente) son aquellas que tenían una relación directa —como protectoras o benefactoras— con la actividad económica de los dedicantes. Por el contrario, los indígenas que no desempeñaron funciones militares o civiles, o ni siquiera alcanzaron la ciudadanía, siguieron apegados a las antiguas divinidades prerromanas (lo cual explica que con frecuencia aflore el sustrato céltico), siendo el arraigo de los dioses y cultos oficiales entre estos medios sociales, consecuentemente, muy limitado. Es evidente, pues, que un conocimiento más profundo del grado de implantación o de aceptación de la religión romana, dependerá exclusivamente de que en el futuro sigan efectuándose trabajos arqueológicos en la zona, lo que todos deseamos.
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NOTAS 1 El presente trabajo fue realizado en la Kommision für Alte Geschichte und Epigraphik de Munich con una ayuda del Deutsche Akademische Austauschdiens. Al Dr. A. u. Stylow, muy especialmente, y a mis compañeros J. Gómez- Pantoja y F. Beltrán quisiera agradecerles sus orientaciones así como algunas de sus valiosas sugerencias. 2 J.M. RODDAZ, «Guerres Civiles et Romanization dans la Valle de L'Ebre», en Hommage á R. Etienne, París 1988, 332.
3 No es muy abundante la bibliografía sobre la religión romana en la zona; tan solo conozco como estudio de conjunto el de M.E. SOLOVERA - T. GARABITO, «La Religión Indígena y Romana en La Rioja de los Berones», HAnt. 6, 1978, 143-199. También puede consultarse Rosa Mª VALDIVIESO, Religiosidad Antigua y Folklore Religioso en las Sierras y sus Aledaños, Logroño 1991. Por su proximidad geográfica puede ser de interés el trabajo de J.C. ELORZA, «Religiones del País Vasco-Navarro en la Época Romana», // Semana Internacional de Antropología Vasca, 409-419. Otros trabajos abordan temas más puntuales: cfr. U. ESPINOSA, Estudios de Bibliografía Arqueológica Riojana: Prehistoria e Historia Antigua, Logroño 1961, 237-238 4 Cfr A BALIL, «Un factor difusor de la romanización: las tropas hispánicas al servicio de Roma, siglos III a. de J.C.», Emérita 24,1956,108-134; J.M. BLAZQUEZ, Nuevos Estudios sobre la Romanización, Madrid, 1989. En particular sobre la zona que estudiamos: J.M. ROLDAN, «Los reclutamientos romanos en el vate del Ebro, en época republicana», Estudios en Homenaje al Dr. Antonio Beltrán Martínez, Zaragoza 1968,761-779; id., Ejerció y Sociedad en la España Romana, Granada, 1989.
5 F. BELTRAN LLORIS, «La «Pietas» de Sertorio», Gerión 8, 1990, 224.
6 Sobre estas cuestiones cfr. F. SCHEID. La religione a Roma. Barí 1983, 13-70. Sobre la práctica de sacrificios humanos entre los celtiberos, cfr. F MARCO, «La religión de los celtíberos», / Symposion sobre los celtiberos, Zaragoza 1986,68 con bibliografía al respecto. 7 Sobre la implantación de la religión romana entre los pueblos del norte de Hispania, cfr.: S. LAMBRINO, «Les cultes indigènes en Espagne sous Trajan et Hadrian», Les empereurs romains d'Espagne, Paris 1966, 223-239; J. BEAUJEAU, «Cultes locaux et cultes d'empire dans les provinces d'Occidente aux trois premiers siècles de notre ère», Assimilation et résistence à la culture gréco-romaine dans le monde ancien. Travaux du VI Cong. Int. d'Etudes Classiques, Paris 1976, 433-442; La religión romana en Hispania. Symposio organizado por el Instituto de arqueología Rodrigo Caro, Madrid 1981; J. MANGAS, «Die römische Religión in Hispanien während der Prinzipatszeit», ANRW. II, 18.1, 276-244; J.M.ª BLAZQUEZ, Religiones en la España Antigua, Madrid 1991, con abundante bibliografía.8 Las fuentes literarias sobre los berones han sido recogidas por M.A. VILLACAMPA, Los berones según las fuentes escritas, Logroño 1980.9 Cfr. en general Les bois sacrées. Actes du Colloque International du Centre Jean Bérard, Napóles, 1993 y en particular en estudio introductorio de J. SCHEID, «Lucus, nemus. Qu'est-ce qu'un bois sacré?» (pp. 13-22).10 M.A. ELVIRA BARBA, «Los dioses hispanos en la terra sigillata hispánica «, en La religión romana en Hispania, Madrid 1981, 64.11 Cfr. el trabajo de T. GARABITO, E. SOLOVERA, D. PRADELES, «El alfarero Segius Titiensis», Estudios sobre la Antigüedad en homenaje al profesor Santiago Montero Díaz, Gerión (Anejos II), 1989, 441 ss.12 En contra de esta visión F. MARCO, supra p. 80.13 J.M. DEMAROLLE, «Céramique et religión en Gaule romaine», ANRW. II, 18.1, 532.14 J.M. DEMAROLLE, op. cit. 533.15 Cfr. G. GUIDO BELLONI, «Monete romane e propaganda. Impostazione di una problemática complessa», / Canali della propaganda nel mondo antico, Milán 1976, 131-159. Algo parecido puede decirse de la representación escultórica de divinidades romanas que, en buena parte, tenían solo una función decorativa y sólo muy excepcionalmente, cultual. Cfr. J.C. ELORZA, Esculturas romanas en La Rioja, Logroño 1975.Sobre los hallazgos numismáticos en Varea: S. ANDRES VALERO y J.A. TIRADO MARTÍNEZ, «Varea 1979-1988: Epigrafía y Numismática», Berceo 120, 1991, 7-64.16 Cfr. K.M. DUDNABIN, The Mosaics of Roman North África. Studies in Iconography and Patronage, Oxford 1978; J.M. BLAZQUEZ, «El mosaico tardoantiguo en España» (en prensa).17 U. ESPINOSA, Epigrafía romana de La Rioja, Logroño 1986, en cuyas páginas preliminares (9 ss.) presenta una «Geografía de los hallazgos epigráficos».18 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 19: lovi/O(ptimo) M(aximo)/Sempro/nia Pat(erna).19 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 59: l(ovi) O(ptimo)/ M(aximo) Va(lerius) Cre(...)/ ara(m) p(osuit)/ u(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito).20 C. CASTILLO et alii, Inscripciones romanas del Museo de Navarra, Pamplona 1981, n.° 17: lovi O(ptimo)/ M(aximo). L(ucius) Se/mpro/nius G/eme-llus/ l(ibens) p(ecunia) s(ua).21 C. Castillo et alii, op. cit. 1981, 22: lovi op[t]/[i]mo ma[x]/[i]m[o] Flav(us)/ Vo(tum) lib(ens) s(olvit) merit[o].22 En luliobriga aparece la fórmula l(ovi) O(ptimo) M(aximo). Cfr. J. GONZALEZ ECHEGARAY, Los cántabros, Santander 1986, 223, n.° 99. En el Apéndice de esta obra se recogen las inscripciones a Júpiter y lupiter Optimus Maximus de la zona.23 U. ESPINOSA, Calagurris lulia, Logroño 1984.24 El trabajo más reciente sobre la implantación de esta divinidad en nuestra península es el de A. VÁZQUEZ, «El culto de Júpiter en Hispania», CFC. 18, 1983-1984, 83-215.25 Cfr. I.M. BARTON, «Capitoline Temples in Italy and the Provinces», ANRW. II, 12.1, 259-342 y para Hispania particularmente 267 ss.; E. BLUTSTEIN-LATREMOLIERE, «Les places Capitolines d'Espagne», Melanges Casa Velazquez 27,1,1991, 43-64 con alusión a los Capitolios de Bilbilis (Calatayud), Caesaraugusta (Zaragoza).26 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 78 dice del dedicante: «que es obra de un privado» y que éste, «incluso, puede pertenecer al medio social indígena de la comarca».27 J. RUFUS FEARS, «The cult of Jupiter and Roman Imperial Ideology», ANRW. 11,17.2, 102.28 J. RUFUS FEARS, op. cit., 107.29 C. CASTILLO et alii, op. cit. 1981, 34: Coelii Te/sphoros et festa/ et Te-lesi/nus, Laculbegi. Ex/ voto. Sobre Lacubegis, cfr. J.M.ª BLAZQUEZ, Diccionario de las Religiones Prerromanas, Madrid 1974, 111-112.30 C. CASTILLO et alii, op. cit. 1981, 18. 31 S. MARINER, Inscripciones romanas en verso, Barcelona 1952, 214 ss. En el norte de Italia se localizaría un oráculo de Júpiter Appenninus citado tanto en la epigrafía (CIL. VIII, 7961; XI, 5803) como por las fuentes (S.H.A., Firm. 3,4; Claud. 10,4; Claud. 6 y cons. Hon. 504). 32 R. TURCAN, «Le culte imperial au III siècle», ANRW. II, 16.2, 999. 33 El culto imperial cuenta en Hispania como precedente con la vieja tradición que conoció el culto al jefe entre las tribus ibéricas y celtibéricas. R. Etienne ha sido quien de forma más convincente expuso los vínculos existentes entre la deuotio ibérica y el culto al emperador. En este sentido es oportuno recordar la guardia calagurritana de Octavio (Suet. Aug. 49; Cfr. U. ESPINOSA, op. cit. 1984, 71 ss.). Sobre este debatido tema pueden consultarse, entre otros, los siguientes trabajos: J.M. RAMOS Y LOSCERTALES, «La devotio ibérica. Los soldurios», AHDE. 1,1924, 7-26; F. RODRÍGUEZ ADRADOS, «Fides Ibérica», Emérita 14, 1946, 128-209; R. ETIENNE, Le culte imperial dans la Péninsule Ibérique d'Auguste a Diocletien, París 1958. A ellos puede añadirse ei trabajo de RODDAZ, op. cit. 1988, 318-319. 34 CIL. II, 4227. Sobre este personaje, cfr. G. ALFÖLDY, Flamines provinciae Hispaniae Citerioris, Anejos de AEspA. 6, Madrid 1973. 35 G. ALFÖLDY, op. cit. 1973, 29 y 85-86. 36 J.M. SOLANA SAINZ, Los cántabros y la ciudad de luliobriga, Santander 1981, 192. 37 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, n.° 64. Fortúnâ[e]/Augusti/Licinia/Paterna. A/ureliani fil[i]/a in mem/oriam sib[i¡/et suuis. Id., «Fortuna Augusti: ein neues epigraphisches Zeugnis aus Hispania Citerior», ZPE. 51, 1982, 199-203. En general sobre Fortuna Augusta y Augusti: J. CHAPEAUX, Fortuna. Le culte de la fortune dans le monde romain, II. Les transformations de Fortuna sous la République, París 1987, 85 ss. 38 Se trata de un templo, hexástilo en la emisión del 29, tetrástilo en la serie del 31 que, según R. Etienne, serían diferentes. Ningún éxito ha tenido hasta la fecha la identificación de una estatua que seguramente estaría emplazada en este templo (R. ETIENNE, op. cit. 1958,107 y 275). Sobre la erección del altar de Pietas Augusta en la Roma de Tiberio, cfr. CIL. VI, 562; R. BLOCH, «L'Ara Pietatis Augustae», MEFR. 66, 1939, 81-120. En relación con el culto a los emperadores divinizados será oportuno recordar que Bilbilis (que en época augústea recibe el rango de municipium) tuvo, según MARTIN BUENO (Bilbilis, estudio histórico arqueológico, Zaragoza 1975) un centro de culto imperial al Divo Augusto. Cfr. M. BUENO, M.L.C. RAMÍREZ DE ARELLANO, «Municipium Augusta Bilbilis», Arqueología de las ciudades modernas superpuestas a las antiguas, Zaragoza 1983, 255-270. 39 Vid. supra U. ESPINOSA, p. 119. Esta es la razón de que hasta la fecha sólo se haya hallado una dedicatoria a Marti invicto en Monteagudo, realizada por Statius Arquio, un ciudadano romano o indígena romanizado, en época probablemente tardía. Dicha inscripción ha sido tratada por J.C. ELORZA, «Religiones del País Vasco-Navarro en época romana», La Romanización del País Vasco, Bilbao 1972, 357 ss.; J.L. RAMÍREZ, «Las creencias religiosas, pervivencia última de las civilizaciones prerromanas en la Península Ibérica», La Religión Romana en Hispania, Madrid 1981, 239, quien la fecha en la segunda mitad del s.lV d.C. Como ocurre con Hércules, la presencia de Marte es muy Intensa en la provincia de Soria (A. JIMENO, Epigrafía romana de la provincia de Soria, Soria 1980, 21-24) lo que parece explicarse por la mayor militarización de la zona. 40 A. BLANCO, «Posibles vestigios del culto a Hércules en Caesaraugusta», // Symposion de Ciudades Augusteas, Zaragoza 1976, 99. No obstante, el valle del Ebro es un área geográfica prácticamente vacía de testimonios en honor al héroe, como ha observado recientemente M. ORIA, «Distribución del culto a Hércules en Hispana según los testimonios epigráficos», Habis 20, 1989, 263 ss. 11 A. BLANCO, op. cit. 1976. Por el contrario, en la provincia de Soria contamos con cinco aras dedicadas a Hércules (A. JIMENO, op. cit, 1980, 42 ss.) en su mayor parte por Individuos de onomástica indígena. 42 VENTURA, op. cit. 1975, 217-218. 43 M. JACZYNOWSKA, «Le culte de l'Hercule Romain» ANRW. II, 17.2, 641. Conocemos también varios colegios de cultores Herculis integrados en su mayor parte por esclavos (cfr. ídem, 646). 44 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 14: Vale/na t(itulum) p(osuit)/ Cer(eri). 45 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 35. 46 Cfr. CIL. II, 66, 2407; BRAH. 52, 1900, 456. 47 I. CHIRASSI, «Funzioni politiche ed implicazioni culturali nell'ideologia religiosa di Ceres nell'impero romano», ANRW II, 17.1, 428.48 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 16: M[i]nerv(a)e/аrат at lucu(um) Bruu(---)/ c(ultores) p(onendam) f(ecerunt).49 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 37.50 E. SOLOVERA -T. GARABITO, op. cit.. 1978, 170.51 CIL. II, 4085.52 Cfr. Los cultores Minervae de Cortona (CIL. XI, 1906) y las dedicaciones corporativas recogidas por G. WISSOWA, s.v. «Minerva», en W. ROSCHER, Ausführliches Lexicón der griechischen und römischen Mythologie, Leipzig 1897, vol. II c. 2991. Sobre la divinidad, cfr. en general J.L. GIRARD, «La place de Minerve dans la religión romaine au temps du principat», ANRW. Il, 17.1, 203 ss.53 J.L. GIRARD, op. cit. 213 escribe: «...il faut tenir compte aussi du fait que, dans un certain nombre de régions d´Occident, la dévotion à la déesse avait rencontré un terrain particulièrement favorable, à cause de la présence de divinités locales que la pratique de l'interpretatio permittait d'assimiler à Minerve. Le phénomène s'observe d'abord en Espagne où, dès la période républicaine, Tarragone a donné les traits de Minerve à sa déesse poliade».54 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 10: [Mercuriu] Visuceu/ votûm [s(olvit)] libe(n)s. Ha sido observada la existencia en la zona de topónimos como Morcuera o Morcueros, deformación de Mercurius. Cfr,. R.M. VALDIVIESO, op. cit. 1991, 27. Cfr. en general, M.L. ALBERTOS, «¿Mercurio, divinidad principal de los celtas peninsulares?», Emérita 24,2, 1956, 294 ss.55 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 31. F. MARCO, op. cit. 1986, se hace observar que dicho inscripción se halló en «los aledaños de la Celtiberia estricta». De la segunda inscripción de Agoncillo, cuyo texto es problemático, cabe destacar su función de portaestandarte; cfr U. ESPINOSA, op. cit. 1986, n.° 11.56 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 15: Mercurio/ Co(m)petali/ Flavius/ Flavinus/ veteranus/ v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito).57 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 36.58 P LE ROUX, L´Armée Romaine et l´organisation des provinces ibériques d'Auguste a l'invasion de 409, Paris 1982, 224.59 R COMBET-FARNOUX, Mercure Romain, Paris 1980, 466.60 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, n.° 3: [S]ulpici(us)/ Laribus/ Voleabais v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito). 61 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 22.62 VIVES, Inscripciones latinas de la España Romana, 6775; J.C. ELORZA, «Ensayo topográfico de epigrafía romano-alavesa», EAA. 2,1967,160. Aún hoy se celebran actos en las encrucijadas de muchos pueblos de La Rioja lo que, unido a otros elementos folklóricos —tales como pasar hogueras, fabricar bollos, azotar a los participantes— nos remonta sin duda a la época romana; el largo paso de los siglos medievales hace casi imposible, sin embargo, el reconocimiento de cada festividad. Cfr. Guía de fiestas de La Rioja, Sorzano 1988.En este sentido merece destacarse la posible celebración de las Saturnales, fiesta de carácter rural pero también urbano; en Calahorra fue hallado un fragmento cerámico donde puede leerse una inscripción que alude a dicha festividad; cfr. J.L. GARCIA, «Un testimonio de la celebración de las Saturnales en Calahorra», en Symposio conmemorativo del bimilenario del municipio calagurritano, Calahorra, 1982; y U. ESPINOSA, p. 245 (fiestas de fin de año).63 En expresión de S. LAMBRINO, op. cit. 1966, 233-234.64 Sobre los Lares en Hispania, cfr J.Mª BLAZQUEZ, Diccionario de las Religiones prerromanas en Hispania, Madrid 1975, 113 ss. con bibliografía65 U. ESPINOSA, op. cit. 1986, 52: Silvano/ Titullus/Câlâedico(n)/ Viam(i) f(ilius)/ v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito). Sobre el culto a los montes entre los indígenas de la zona que estudiamos, cfr. M.L. ALBERTOS, «El culto a los montes entre los Galaicos, Astures y Berones y algunas de las deidades más significativas» EAA. 6, 1974, 147-157. Calaedico ha sido considerado por varios autores como el nombre de una gentilidad, documentada además entre los arévacos.66 M. MORESTIN, «Inscriptions religieuses et pierres inédites ou peu connu de la province de Logroño», AEspA. 58. 1985, 99-106.б 7 S. MONTERO, «Los libertos y su culto a Silvano en Hispania», AEspA. 59,1985, 99-106. Al corpus de inscripciones relativas a Silvano que ofrecí en aquél artículo habría que añadir la recogida por J. D'ENCARNAÇAO, Inscriçoes romanas do Conventus Pacensis, Coimbra 1984, núm. 61: S(ilvano) s(ancto ?) T(?)/ votum posuit T(?)/аrат/ Peculiaris. El dedicante es, posiblemente, un siervo vicario lo que confirmaría la preferencia de los grupos dependientes por el dios en la península. Cfr. S. CRESPO, «La subdepedencia entre siervos y libertos», HAnt. 25, 1991, 239-261.68 A. JIMENO, op. cit. 1980, n° 34; corresponde concretamente a Vilvestre de los Nabos. J. Gómez-Pantoja me comunica amablemente que él lee Atrasus Culeric(on) Asonis f(ilius).69 J.C. ELORZA, op. cit. 1975, 30 y supra S. SCHRÖDER.70 CIL. II, 3015. M.J. PENA dice de ella que es «la sepultura de Lucius y Cornelia, quienes dedicaron un praedium como diezmo ofrecido a la divinidad. El hecho de una propiedad dedicada a Diana, único caso conocido en la Península, nos trae a la memoria el caso del templo de Diana Tifatina, muy próximo a Capua, donde está atestiguada epigráficamente la existencia de praedia Diana, es decir, de una propiedad del templo de Diana». Cfr. Contribución al estudio del culto de Diana en Hispania», en La Religión romana en Hispania, Madrid 1981, 55.La diosa aparece representada en un fragmento de sigillata del taller de Aco (mediados del s. I d.C). Cfr. C. PUERTA, Cerámica de parets fines, Badalona 1989, 55ss.71 J.C. ELORZA, op. cit. 1967, n.° 20.72 J. M. BARANDIARAN, en Eusko-Folklore, 1925. Cfr. también las observaciones de ABASÓLO y ELORZA en EAA. 5, 1974, 250-251.73 U. ESPINOSA, op. cit, 1986, 32. En C. CASTILLO et alii, op. cit. 1981, 56 se ha ensayado la siguiente interpretación: F(aciendum) c(uravit) l(ibenter) Ninph/[is] de j[p]ec[uj/[nia] [sua]. Cfr. el estudio de N. DUPRE, «Sources médicinales et thermalisme dans le bassin de l'Ebre. Les problèmes de la documentation antique», Espacio, Tiempo y Forma, 5, 1992. 277-294 quien recomienda más prudencia en la vinculación de epígrafes votivos a las ninfas con aguas termales.74 Cfr. E. SAINZ RIPA, Colección diplomática de las colegiatas de Albelda y Logroño, III, Indices, Logroño 1983, 126.75 C. CASTILLO et alii, op. cit. 1981, 26 y 53. También en Araya (Álava) se documenta el culto a las ninfas, Cfr. J.C. ELORZA, «Religiones del país vasco-navarro en época romana», // semana internacional de Antropología vasca, 413.76 Serv. Georg. 1,109. 77 Colum. 2,2,20. 78 S. MONTERO, «Conocimiento técnico y creencias religiosas de una profesión: los aquileges», Faventia 12-13, 1990-1991, 247-252. 79 G. FATAS y M. MARTIN BUENO, Epigrafía romana de Zaragoza, Zaragoza 1977 (n.° 1).80 G. FATAS y M. MARTIN BUENO, op. cit. 1977, 1181 F. MARCO, op. cit. 1986, 56.82 CIL. Il, 2992. Cfr. también Hyacintus Surae Horrearius (M. BELTRAN LLORIS, «La arqueología romana del valle medio del Ebro», CNA. XVII, Zaragoza 1985, 33). Ambos documentos epigráficos demuestran la importancia de los horrea como almacenes de grano que se producía en la zona y al que se daba salida mediante el transporte fluvial. Cfr. N. DUPRE, «Le stockage des cereales dans le Bassin de l'Ebre à l'époque romaine», Alimenta. Estudios en homenaje a M. Ponsich, Gerion, Anejos III Madrid 1991, 205 ss.83 Cfr. M.J. GREEN, A corpus of Religious material from the civilian Áreas of Britain, Oxford 1976, 28. No obstante, desde que en época augústea se asocia el culto del genius Augusti a los Lares, los genios aparecen en el Imperio como protectores de núcleos urbanos, familias e incluso individuos.84 S. SCHRÖDER supra, p. 258. En general sobre el genius cucuilatus: E. ESPERANDIEU, Recuil Général des Bas Reliefs de la Gaule Romaine, Paris 1917/1960; R. EGGER, «Genius Cucullatus», WPZ, 19,1932,311-323; FM. HEICHELHEIM, «Genii Cucullati», ArchAel. 12, 1935, 187-195; F. JENKINS, «The Genius Cucullatus in Kent», Archaeologia Cantiana 66,1953, 86-91; R. NOLL, «Telesphoros-Genius cucullatus. Zu Denkmâllern von Kapuzengótter», Festchrift Egger, Bonn II, 1953, 184 ss. Pero sobre todo, W. DEONNA, «Télesphore et le «genius cucullatus» celtique», Latomus 14,2, 1955, 43-74 quien defiende, aunque tímidamente, el carácter funerario del genius.Como síntesis de la religión céltica, remito al trabajo de V. KRUTA, «La religione», en I Celti, Milán 1991, 499-506.85 Será oportuno recordar la inscripción de Canales de la Sierra (U. ESPINOSA, op. cit. 1986, n.° 63) dedicada por un individuo de la gentilitas Avilioc(um) a las Matres Useae que también aparecen documentadas en Laguardia (Álava); Cfr. J.C. ELORZA, «Religiones del país vasco-navarro en época romana», op. cit. 413. Sobre la difusión de estas figuras de Venus o pseudo-Venus, cfr. M.J. GREEN, op. cit. 1976, 30 ss. y plate XIV a-f. En general, pueden consultarse los trabajos menos recientes de A. BLANCHET, «Etude sur les figurines en terre culte de la Gaule Romaine», MSA. 1890 y 1899 y los trábalos de F. JENKINS, «The cult of the Dea Nutrix in Kent», Archeologia Cantiana 71,1957, 30 ss; «The cult of the Pseudo-Venus en Kent», Archeologia Cantiana 72, 1958, 60 ss.86 Cfr. C. CASTILLO ef alii, op. cit. 1981, 30 y 31. Se trata de inscripciones consagradas a la Ma(lri) Magna y al ln(victo) So(li) una misma dedicante de onomástica indígena (S. Martín de Unx) y al Sol Invictus también (Ibañeta).87 Fue publicado hace años por F. FITA, «El candelabro sideral de Herramélluri» BRAH. 44, 1904, 277-293. V. VERMASEREN, recoge en su Corpus Inscriptionum et Monumentorum Religionis Mithriacae, La Haya, 1960, vol. II, 211-212 dos relieves hallados en Sos del Rey Católico. Sobre la controvertida presencia de cultos orientales en Bílbilis, cfr. M. MARTIN BUENO, «Elementos de cultos orientales en Bílbilis (Calatayud)», Caesaraugusta, 39-40, 1975-1976, 165 ss.88 Así lo sugirió, por ejemplo, R. ETIENNE, «Les dimensions sociales de la romanisation dans la Péninsule ibérique des origines à la fin de l'Empire», Assimilation et résistence à la culture gréco-romaine dans le monde ancienne, VI Congrès Int. Etudes Classiques, Paris 1976, 195.89 Cfr. las reflexiones de S. LAMBRINO, op. cit. 1966, 234-236.90 S. LAMBRINO, op. cit. 1966, 57-58.91 S. LAMBRINO, op. cit. 1966, 57-58.92 Vid. supra U. ESPINOSA, p. 247.93 Así, por ejemplo, en la necrópolis de Santa Ana. Cfr. A. BLANCO-U. ESPINOSA, «La necrópolis del poblado celta-romano de Santa Ana (Entrena, Logroño)», AEspA. 45,1976,164-174. La tumba se fecha en el Bajo Imperio.94 Vid. supra U. ESPINOSA, p. 250.95 R VALLALTA, «El molde cerámico del ayuntamiento de Logroño», CNA. XVII, Zaragoza 1985, 789. 96 Vid. supra U. ESPINOSA, p. 250 s.97 M.P GALVE, «El amuleto fálico con cabeza de toro de Varea (La Rioja)», Caesaraugusta 57-58, 1983, 111-133.98 Según dice la autora, en Velilla de Ebro apareció otro de similares características.99 J.C. LABEAGA, «Amuletos mágicos y téseras de hospitalidad en los yacimientos arqueológicos de Viana», / Cong. General de Historia de Navarra. PV. Anejo VII, Pamplona 1987.100 A.M. TUPET, «Rites magiques dans l´Antiquité romaine», ANRW. II, 16.3, 2608.101 A.M. TUPET, op. cit. 2608. Porph. 8,18 explica el término fascinus por el sentido de phallus: Fascinum pro uirili parte possuit quoniam praefascinandis rebus haec membri deformitas appeni solet.102 Tal es el criterio de A.M. TUPET, op. cit. 2608.103 Cfr. S. SCHRODER supra, p. 257. 104 Cfr. A.M. TUPET, op. cit. 2608105 R ZANKER, The Power of Images in the Age of Augustus, Ann Arbor 1990, 84 ss., fig. 66.106 J.M. ABASCAL y U. ESPINOSA, La ciudad hispano-romana. Privilegio y Poder, Logroño 1990.107 Sobre el concepto de «oposición» en religión, cfr. A. MOMIGLIANO, «Some Preliminary remarks on the «religious Opposition» to the Roman Empire», en Opposition et résistences à l'Empire dAuguste à Trajan, Ginebra 1986, 103-129.108 Son palabras de S. LAMBRINO, op. cit. 1966, 239.109 En general sobre la crisis de la religión romana en aquella época: G. ALFÖLDY, «Die Krise des Imperium Romanum und die Religión Roms», Religión un Gesellschaft in der römischen Kaiserzeit. Kolloquium zu Ehren von F. Vittinghoff, Viena 1989, 53-102.
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