KONRAD VON ALTSTETTEN. COD. PAL. GERM.848 (CODEX MANESSE). ZÜRICH (1305-1340).(Portada de la revista HISTORIA Y VIDA donde apareció el artículo en 1976)
 

En la lejana Edad Media aparece en la Europa Meridional la figura del trovador, un poeta que dedica su vida a cantar el amor. La pasión de trovar se extiende desde reyes como Alfonso II de Aragón o Ricardo Corazón de León, hasta toda clase de laicos y de clérigos, pasando por mercaderes como Peire Vidal o señores feudales como Guillem de Berguedà, Bertran de Born o Hug de Mataplana. Creador de la poesía, el trovador lo es también de la música: escribe el poema y la música con que debe ser cantado. Todo un mundo perdido de damas y caballeros, de música y poesía... El capitulo que reproducimos corresponde a la obra «Los trovadores». (Editorial Planeta, Barcelona, 1975), del profesor Martín de Riquer, que ha alcanzado un brillante y merecido éxito internacional.

 

 

El trovador es aquel que compone poesías destinadas a ser difundidas mediante el canto y que. por lo  tanto, al destinatario le llegan por el oído y no por la lectura. Es este un punto esencial que nunca debe ser olvidado: las poesías de los trovadores, a los que nos vemos forzados a acceder mediante la lectura -dejemos aparte los posibles recitales o audición de discos de las melodías conservadas-. no fueron compuestas para ser leídas, sino para ser escuchadas. Produciendo en una época en que la palabra poeta estaba reservada a los versificadores que escribían en culto latín, para los trovadores componer es cantar, aunque muchas veces no sean ellos personalmente los que canten sus producciones. En ellos el verbo cantar tiene mayor validez que en Virgilio cuando escribía los versos de Arma virumque cano ...

El arte de componer versos y su melodía se llamaba trobar «trovar» y este verbo ya lo emplea el primer trobador de de obra conservada, Guilhen de Peitieu, que afirma que un poema suyo «fo trobatz en durmen» (fue trobado durmiendo). Aunque ello significa, sin duda, que ya era conocida la palabra trobador, en los primeros tiempos puede sospecharse que estaba en concurrencia con cantador (sujeto cantaire). Textos latinos contemporáneos denominan a Ebles II de Ventadorn, poeta de obra perdida, «Ebolus cantator».

Los orígenes de la palabra trobador (en caso sujeto trobaire) no son una mera curiosidad etimológica, sino una patente y decisiva constante de dos vertientes culturales que confluyen en el arte de nuestros poetas. Se admite que las palabras provenzales trobar y trobador derivan del latín medieval tropare y tropatore, formadas a su vez sobre tropus, nombre de ciertas composiciones versificadas con melodía que se introducían en el canto litúrgico y que precisamente fueron cultivadas con intensidad en el siglo XI en la abadía de San Marcial de Limotges, o sea, en las tierras mismas donde se produjo la poesía trovadoresca y algo antes de sus primeras manifestaciones conocidas. Desdeel punto de vista semántico reparemos en que el verbo provenzal trobar (como en catalán, coma el francés trouver y el italiano trovare) significa también «encontrar, hallar», y en latín lnvenire tiene, entre otros, los valores de «encontrar, hallar», pera también los de «imaginar, inventar», y llegó a adquirir el de «crear literariamente», como demuestra el titulo del tratado ciceroniano De Inventione. El trovador Guiraut Riquier pone en boca del rey Alfonso X el Sabio de Castilla esta afirmación:

segon proprietat

de lati, qui l´enten ...

son inventores

dig tug li trobadar (1),

El estrofismo y las melodías del arte litúrgico medieval, por un lado, y la inventio de la retórica latina, por el otro, no tan sólo explican las palabras trobar y trobador, sino que señalan las dos corrientes culturales más dominantes  y más seguras que confluyen en el fenómeno de la poesía trovadoresca.

 

Reyes, obispos, militares, burgueses: peregrinos y trovadores

La lírica provenzal de las siglos XII y XIII está integrada por unos trescientos cincuenta trovadores hoy conocidos, de muy diverso estamento o, como diríamos ahora, condición social (2). A 'lo ,largo de este texto tendremos ocasión de ocuparnos de poetas de muy diferente clase: reyes, grandes señores, obispos, canónigos, militares, burgueses y gente de baja condición. Y como sea que no nos queda de él ninguna poesía lírica, sino solamente unos siete gozos de la Virgen, no podemos incluir en nuestras páginas a Gui Folquels, que fue obispo del Pueg, arzobispo de Narbona y finalmente Papa con el nombre de Clemente IV (pontificado de 1265 a 1268), pero que de hecho fue un trovador. Lo importante es que, contra todo lo que podría hacer suponer la rígida compartimentación de las clases sociales en la Edad Media, la diferencia de condición no es tenida en cuenta en las múltiples relaciones de unos trovadores con otros. Guerau de Cabrera, vizconde de Gerona y de Urgel, tendrá contactos literarios con Marcabrú, trovador al parecer de condición humilde, y grandes señores, coma Huguet de Mataplana o Dalfin d'Alvernha, no tendrán a menos dialogar poéticamente con juglares, más a menos pordioseros o miserables, como Reculaire o Artus. Peire Vidal, hijo de un peletero de Tolosa, frecuentará las cortes del mediodía de las Galias, de España, de Hungría y la pequeña de la isla de Malta y se tratará con reyes y grandes señores, a los que dará consejos y, cuando sea preciso, afeará sus acciones. Raimbaut de Vaqueiras, hijo, tal vez, de un pobre caballero, y que hasta es posible que iniciara su carrera ejerciendo la profesión de juglar, únicamente gracias a sus méritos literarios, fue armado caballero por Bonifacio de Monferrato, a quien dirigió una notabilísima epístola en tres partes que es un precioso documento para advertir la familiaridad entre un trovador y un gran señor.

La cansó de crozada es un género destinado a levantar los ánimos a favor de las expediciones religioso-militares hacia la España musulmana y ultramar. Conviene añadir que son muchos los trovadores que tomaron parte en las cruzadas: dejando aparte las cispirenaícas, consta que fueron a Oriente Guilhem de Peitieu, Jaufré Rudel, Giraut de Bornelh, Peire Vidal, Gaucelm Faidit, Peire Bremon lo Tort, Raimbaut de Vaqueiras, Elias Cairel, Savaric de Mauleon, Peirol, etcétera, aunque, en algunos casos, más que como cruzados fueron a Tierra Santa como peregrinos. Ello, que sin duda estrechó el trato entre trovadores de muy distinta categoría social, también sirvió para que se relacionaran con trouvères franceses y Minnesänger alemanes que tomaron parte en las cruzadas. Se ha supuesto, además, que estos viajes de nuestros poetas a las proximidades de la España musulmana y a Oriente los pudieron poner en contacto con la poesía árabe, de la que algunos ven ciertos influjos en la lírica trovadoresca.

 

 

Trovadores profesionales y trovadores de afición

Pero es preciso hacer una distinción muy importante. Hay trovadores profesionales y trovadores para quienes el cultivo de la poesía es un complemento de la personalidad o un instrumento de sus actitudes, lo que puede concretarse afirmando que los primeros viven de su arte y los segundos tienen al arte como un adorno o un arma.

El trovador profesional, que vive de lo que recibe del público (que puede estar formado por una corte muy selecta o por un auditorio muy mezclado y popular), constituye el primer caso conocido de escritor en ejercicio de la Europa moderna. Ello parece ya configurarse en Marcabrú y en Bernart de Ventadorn, pero aparecerá con características bien determinadas en Giraut deBornelh y Peire Vidal; y más tarde, en los casos concretos de un Pere Salvatge o de un Cerverí de Girona, el trovador tendrá un carácter áulico estable, al estar vinculado a una corte en cuya nómina constará como una especie de funcionario.

Pero hay otros trovadores que, por su situación feudal, su jerarquía eclesiástica o sus bienes de fortuna, no tan sólo no compondrán versos para que éstos les sean retribuidos, sino que lo harán por mero placer o por necesidades inherentes a su postura en la vida. No en vano la literatura trovadoresca se inicia con los nombres de tres grandes señores: Guilhem de Peitieu, duque de Aquitania; Ebles ll, vizconde de Ventadorn, y Jaufré Rudel, príncipe de Blaia. Fueron excelentes cultivadores de la poesía, que dominaban en recursos técnicos y en adornos retóricos, pero su actividad literaria está al margen de su misión en la vida. Uno de ellos, Raimbaut, conde de Aurenga, empieza así una de sus canciones:

Ben sai c'a sels seria fer

que 'm blasmon qar tan soven chan

si lor costavon mei chantar.

Miels m'estai

pos leis plai

que'm te jai

qu'ieu no chant mia per aver:

qui'eu n'enten en autre plazer (3).

Y si entre los poetas aquí recogidos figuran reyes como Alfonso II de Aragón, Ricardo Corazón de León, Pedro el Grande de Aragón, o Federico III de Sicilia, ya se comprende que los llamamos trovadores sólo en atención a su esporádico cultivo de la poesía provenzal.

En grados inferiores, pero todavía entre señores feudales, vemos que cultivan la poesía trovadoresca Rigaut de Berbezilh, Ponç de la Guardia, Guilhem de Sant Leidier, Raimon Jordan, Savaric de Mauleon, Guillem de Cabestany, Gui de Cavalhon, Dalfin d'Alvernha, Pons de Capduelh, Blacatz y su hijo Blacasset, Ponç d'Ortafà o Bertran d'Alamanon, muchos de ellos de obra extensa y fuertemente profesionalizados, al parecer, pero que probablemente sin el ejercicio de la poesía su estado social no habría variado y que parece indudable que no vivían de ella.

Pero hay casos en que el señor feudal hace de la poesía algo que forma parte importante de su personalidad, aunque desde luego no viva de ella. Guillem de Berguedà tiene en la poesía un elemento capital para expresar sus odios, su actitud de barón rebelde, en la que milita con las armas, y la polÍtica de su bandería. Bertran de Born escribe sirventeses sobre conflictos bélicos en los que está comprometido y azuza a la guerra porque en ella, barón casi arruinado, ve posibilidades de rehacer su patrimonio. No puede negarse que ambos sean dos grandes y personalísimos trovadores, pero no son unos profesionales del arte de trovar.

Como tampoco podemos considerar un profesional a Folquet de Marselha, rico mercader que sabe escribir poesías perfectas, amigo de los mejores trovadores de su época, y que abandonó el arte de trovar para ingresar en religión y acabó obispo de Tolosa. Téngase en cuenta que la participación de la burguesía en la poesía trovadoresca es bastante considerable. Aimeric de Peguilhan era hijo de un burgués de Tolosa, Calega Panzan fue un rico comerciante de paños genovés, y, ya más humildemente, Bernart Martí era pintor, Joan Esteve alfarero y Guilhem Figueira sastre e hijo de sastre. Algunos se enriquecieron con la poesía y se hicieron mercaderes, como Salh d'Escola y Pistoleta.

Algunas veces se cruzan los límites entre la nobleza y la profesionalidad. Raimon de Miraval, señor de castillo, desposeído y arruinado, parece evidente que se ganaba la vida con la poesía. Y por lo que a los eclesiásticos se refiere, si bien es seguro que Robert d'AIvernha, obispo de Clarmont, sólo toma la pluma, como un aficionado, para insultar a sus parientes, no cabe duda de que el pintoresco Monje de Montaudon vivía de sus versos más o menos ajuglaradamente.

A pesar, pues, de la distinción entre trovadores profesionales y no profesionales, hay entre ellos, como antes se ha señalado, constante relación, sin barreras sociales, tanto las de carácter afectuoso (por ejemplo Raimbaut d'Aurenga y Giraut de Bornelh o Guillem de Berguedà y Almeric de Peguilhan) como hostil (por ejemplo entre Alberto, marqués de Malaspina, y Raimbaut de Vaqueiras.

Si se acepta la apasionante tesis de Erich Köhler, que sitúa, en los orígenes de la poesía trovadoresca, la tensión entre la baja nobleza y la alta feudalidad en su convivir en la corte, lo que habría creado un ideal común, borrador de diferencias, concebido por la clase inferior y aceptado por la superior, cuanto tan rápida y ligeramente acabamos de exponer supondría que las clases inferiores realmente ganaron esta batalla y consiguieron un equiparamiento personal entre altos y bajos que no tienen parangón en otras culturas literarias contemporáneas, ni tan sólo en la poesía francesa de oïl.

 

 

Qué sabemos de la vida de los trovadores

Nuestra información objetiva sobre datos biográficos de trovadores es muy irregular. Como es natural, de aquellos que fueron reyes o grandes señores tenemos noticias más o menos abundantes, sabemos en qué fechas nacieron, empezaron a gobernar y murieron, con quién estuvieron casados, y a veces incluso qué amigas tuvieron, y otros detalles personarles. De un Guilhem de Peitieu, el primero de todos, hasta conocemos anécdotas que reflejan su curiosa personalidad y tenemos testimonios contemporáneos de sus actividades Iiterarias. Poseemos datos de archivo que nos ilustran sobre algunos de los trovadores feudales, como Guillem de Berguedà, Huguet de Mataplana, Gui de Cavalhon, Dalfín d'Alvernha, Pons de Capduelh, etcétera, que nos permiten situar histórica y cronológicamente sus figuras.

Pero en cuanto descendemos a trovadores de inferior condición, en los que entran la mayoría de los estrictamente profesionales, los datos históricos procedentes de documentos o crónicas suelen ser escasos o nulos. Bien cierto es que poseemos documentación sobre Guilhem de Montanhagol, Sordel. Daude de Pradas, Paulet de Marselha, Cerveri, etcétera, y que por una noticia casual sabemos en qué año nació el insignificante Folquet de Lunel, ejemplos que desdichadamente no son tan frecuentes como desearíamos. En muchos casos el provenzalista, para rehacer la biografía de un trovador, ha de guiarse por los datos que extrae de sus mismas poesías, lo que si bien a veces resulta fácil cuando entre éstas abundan los sirventeses personales y políticos, suele convertirse en una indagación estéril o conjetural cuando el acervo del poeta se limita a canciones amorosas sin referencias objetivas. Otro filón de datos nos lo suministran las referencias que unos trovadores hacen de otros, afortunadamente bastante abundantes, y ello permite, a falta de otros asideros, situar a un trovador en una parte de un siglo. De ahí la vaguedad con que nos vemos obligados a indicar la cronología de Bernart Martí, Grimoart, la comtessa de Dia. Almeric de Sarlat, Raimon d'Avinhon, Bernart de Venzac, Formit de Perpinyà, etcétera. Algunas veces un dato nos autoriza a dar una sola fecha a un trovador, cuya producción sin duda empezó años antes y acabó años después, pero nada permite fijar ni tan sólo vagamente este comienzo o este final, como ocurre con Azalais de Porcairagues, Peire Bremon lo Tort, Guillem de Cabestany, Raimon Escrivan, Bernart Sicart de Maruèjols, Englés, etcétera.

Imagen de cancionero alemán del siglo XIV  

 

Cortes feudales, viajes, aventuras...

 

Este panorama informativo seria desolador si no dispusiéramos, para un centenar de trovadores (concretamente para ciento uno), de unos textos en prosa que narran esquemáticamente sus biografías, Vidas, o las circunstancias o finalidades de algunas de sus poesías, razós. Estos textos se hallan en algunos cancioneros unas veces encabezando la producción de un trovador, otras dispuestos agrupadamente aparte. Son de extensión desigual, pues pueden ser brevísimos (como 'las Vidas de Cercamon, Azalais de Porcairagues, Giraut de Salanhac, la comtessa de Dia, Raimon de las Salas, etcétera) o de una extensión aproximada a la de doscientas líneas de impreso normal (como la redacción extensa de la Vida de Guillem de Cabestany).

El tipo corriente de Vida suele dar el lugar de nacimiento del trovador, a veces precisando el señorío o diócesis, su condición familiar (barón, caballero, pobre caballero, burgués «de paubra generaclon», etcétera), sus estudios o comienzos de carrera (aprendió letras, fue juglar), las corte a que visitó o los viajes que hizo, ,los señores y damas que celebró en sus poesías, en ocasiones descubriendo qué nombres se ocultan bajo los senhals y pseudónimos poéticos, alguna circunstancia de su fin (si ingresó en alguna orden religiosa, dónde murió) y, en determinados textos, un sintético juicio sobre el valor de su obra o sobre su aceptación.

Las razós intentan precisar los motivos y circunstancias que movieron a un trovador a escribir determinada poesía, aclarar los hechos históricos en ella aludidos e identificar a los personajes que se citan o a los que se hace referencia, a veces en acertada forma narrativa, incluso con diálogos.

 

En líneas muy generales es posible afirmar que las Vidas se redactaban para encabezar una antología escrita de las obras de un trovador, y así dar información sobre la personalidad del autor, y que las razós eran a veces recitadas por el juglar antes de cantar la canción en ellas comentada. Tal vez no seria del todo desencaminado pretender que algunas razós, o por lo menos su núcleo originario, procedieran de informaciones orales o escritas que el trovador daba al juglar para que éste las comunicara al auditorio antes de cantar una pieza, principalmente un sirventés que, por sus referencias a hechos locales y del momento, no podría ser comprendido en otro ambiente o años más tarde.

Tanto Vidas como razós ofrecen una sorprendente uniformidad de estilo, de fórmulas, de expresiones y de lengua (correcto provenzal con algunos italianismos), aspecto que en principio podría inducir a suponerlas obra de un mismo autor o de una especie de escuela. Por lo que de sus autores sabemos, lo único cierto es que el trovador Uc de Sant Circ escribió una de las redacciones de la Vida de Bernart de Ventadorn y las razós que ilustran dos Poesías de Savaric de Mauleon, y que la de Peire Cardenal fue compuesta por Miquel de la Tor, copista de cancioneros, y cabe la sospecha de que el trovador Uc de Pena, de insignificante obra conservada, redactara algunas. Partiendo de estos datos la critica ha 'intentado profundizar más, por lo general aumentando la participación de Uc de Sant Circ; y así Panvini considera que éste es autor de treinta y seis biografías, y Favati supone que redactó las razós en 1219-1220 y después un conjunto de Vidas. Como Uc de Sant Circ, carsinés, residió en Italia, ello explicaría los italianismos léxicos y las noticias que ofrecen las Vidas sobre aspectos de la Italia septentrional. Si nos atenemos a lo seguro y prescindimos de hipótesls, sólo podemos asegurar que el conjunto de Vidas y razós estaba constituido en el XIII, pues aparece transcrito en cancioneros copiados en este siglo.

 Pero lo que interesa más, sobre todo en lo que afecta a las Vidas, es su valor como documento histórico, problema debatidísimo por los provenzalistas, pues van del extremo de negarles todo valor y considerarlas una sarta de fantasías hasta el de otorgarles la autoridad del documento. Al entrar en este problema observemos que el medievalista que se dedica a la historia política concede toda la confianza al documento de archivo y, en segundo lugar, da fe a, lo verosímil y posible que extrae de los cronistas que han escrito en proximidad ambiental y temporal al hecho que narran. El provenzalista, ante las  Vidas se encuentra frente a una documentación similar, y en principio cabría esperar que procediera como el historiador ante los cronistas.

En Vidas y razós aparecen, aunque con poca frecuencia, elementos que parecen legendarios o que se revelan inverosímiles o fantásticos y otros que se contradicen con lo que realmente se sabe por medio de fuentes seguras. En este sentido han sido atacadas como suspectas, y con toda la razón, la Vida de Guillem de Cabestany y la de Perdigon en su redacción extensa.

 Otras veces Vidas y razós nos ofrecen datos que son o pueden ser ciertos, pero que se advierte en seguida que han sido tomados de fragmentos de poesías del trovador que biografían. En este caso las noticias del biógrafo son nulas, pues nosotros también podemos llegar a ellas examinando la obra del trovador. A este tipo pertenece, con otra muchas, la segunda Vida de Marcabrú; y en este aspecto es curioso  el caso de la Vida de Peire de Valeria, pues está montada sobre datos de una poesía que el biógrafo supuso que era de este trovador (y a él infundadamente la atribuyen tres cancioneros), y en realidad es obra de Arnaut de Tintinhac.

 Pero otras veces el biógrafo ha exagerado, interpretando fantásticamente o ha deformado legendariamente detalles que ha encontrado en las poesías del trovador. Es dudoso que la Vida de Jaufré Rudel entre en esta categoría. pero típica de ella es la razó de una poesía de Peire Vidal en la que el biógrafo, interpretando al pie de la letra un juego de palabras y una Imagen del trovador, nos lo presenta disfrazado de lobo. La historia de Gausbert de Poicibot y su deshonesta esposa repite, más o menos, un viejo cuento muy conocido.

 Si todo fuera así, poco crédito podríamos dar a Vidas y razós. Pero ocurre que sobre algunas biografías se han podido hacer serios estudios históricos que han demostrado que, independientemente de los datos que se pueden extraer de la obra del trovador, contienen noticias rigurosamente ciertas que de otro modo ignoraríamos, lo que supone un biógrafo excelentemente informado y con espíritu crítico. Vidas de este tipo son las de Guillem de Berguedà, Folquet de Marselha, Bertran de Born, Aimeric de Peguilhan, Gui d'Ussel, Tomier e Palaizí, Cadenet, etcétera, y no hay duda de que la de Peire Cardenal ofrece toda clase de garantías, porque la firma Miquel de la Tor, que lo conoció y copió sus poesías.

 Este estado de cosas sitúa ante un auténtico dilema cuando nos encontremos frente a una Vida en la que nos es imposible hallar errores ni demostrar verdades, como por ejemplo la tan discutida de Bernart de Ventadorn, trovador del que no se tienen datos documentales y que es muy parco en dar noticias concretas en sus versos. Ante textos como el de su Vida es inadmisible una actitud cándida que acepte todo lo que dice el biógrafo, pues sabemos que hay otros biógrafos que no dicen la verdad; y también es inadmisible una actitud hipercrítica que niegue la veracidad de todo lo que dice el biógrafo, pues sabemos que hay biógrafos perfectamente informados. El crítico no puede ni caer en el engaño ni echar por la borda una documentación preciosa. Ante este dilema creo que mantienen toda su virtualidad aquellas conclusiones a las que, tras muchos años de inteligente estudio, lIegaba Stanislaw Stronski en 1943:

1.ª los datos generales sobre la vida real de los trovadores, sus nombres, familia, condición, profesión, participación en los acontecimientos de su tiempo y otras informaciones semejantes han podido ser recogidos seriamente y con sumo cuidado por los biógrafos, que escribían unos decenios más tarde y conocían los lugares donde vivieron los trovadores. En esta parte de su obra los antiguos biógrafos son verdaderos cronistas: se ocupan de personas que han existido y de cosas que han ocurrido; se encuentran, en una palabra, en el terreno de la realidad. Pero a veces pueden haber recogido informaciones inexactas en algún punto, y por consiguiente cometer errores, lo que ocurre en todas las crónicas; sin embargo, el conjunto es sólido.

2.ª En lo que se refiere a las relaciones de los trovadores con las damas y a sus aventuras amorosas, los autores de las Vidas, y sobre todo los de las razós, se empeñan en explicar las alusiones que encuentran en las canciones. En esta parte de su obra los antiguos biógrafos no pasan de ser comentaristas, y para explicar inventan. Cada mención de una dama en el cancionero de un trovador lo incita a identificarla, y cada alusión a los gozos y a las penas del amor es para ellos la expresión de cosas vividas.

 Se impone, pues, considerar Vidas y razós con el espíritu crítico del historiador experimentado y tener el buen juicio de desechar lo que manifiestamente se revela falso y aceptar lo que se puede demostrar que es verdadero e incluso lo que no se puede probar que es mentira, y huir de la funesta manía de ver tópicos por todas partes, pues incluso ha habido quien ha sostenido que cuando un biógrafo afirma que un trovador «fue de Gascuña» ello es un topos y el trovador podía no ser gascón.

Aparte de todo esto, las Vidas y las razós constituyen la más bella muestra de prosa provenzal. Sea quien fuere el que las escribió, a veces alcanzan unos valores narrativos de gran mérito y recogen preciosas y bien estructuradas escenas. Léanse, como ejemplo, la razó que precede a Atressi con l'orifanz de Rigaut de Berbezilh, la emotiva escena de la reconciliación de Bertran de Born con Enrique II de Inglaterra, la sesión literaria en la corte de Monferrato, la sutil escena de interior que originó el senhal de Bels Cavaliers, la aventura del beso robado por Peire Vidal, la alucinante historia de Guilhem de la Tor sacando de la tumba el cadáver de su esposa y, sobre todo, la trágica muerte de Guillem de Cabestany y de su dama. No extrañará, pues, que estos relatos provenzales, que narran hechos inmediatos y contemporáneos, y no sucesos exóticos o lejanos en el tiempo, hayan influido poderosamente sobre el Novellino italiano y sobre Boccaccio. Aunque todos sus datos fueran mentira, constituirían el mejor comentario ambiental de la poesía de los trovadores; y aunque ello suponga volver al problema de su valor histórico, imaginemos cuán distinta sería la historia literaria de los trovadores si no dispusiéramos de esta serie de breves relatos en prosa, de que carece toda otra literatura europea. ¡Qué daríamos por tener una breve biografía medieval de Chrétien de Troyes o del Arcipreste de Hita!

 

 

Juglar de gestas y juglar de lírica

La poesía trovadoresca, acompañada de su melodía y destinada a ser escuchada, era divulgada por los músicos-cantores llamados juglares Goglars en provenzal), y podríamos afirmar que hasta que un juglar no había cantado en público una composición ésta no había sido «publicada».

Es harto conocida la figura del juglar medieval, profesional existente en la antigüedad e incluso actualmente en ciertas modalidades de intérpretes. Pero también es sabido que en la Edad Media hay multitud de tipos de juglar, denominación en la que hasta entran payasos, funámbulos, acróbatas, mostradores de animales amaestrados, etcétera. Aquí nos referimos exclusivamente al juglar, que canta una obra literaria; y también en preciso distinguir, como hace Menéndez Pidal, entre el juglar de gestas y el juglar de lírica. Aquél es más populachero, expone una materia episódica y larga en la que le es lícito introducir cambios y puede suplir las faltas de memoria con la improvisación, y la música de sus textos ofrece pocas dificultades. El juglar de lírica, en cambio, y concretamente el que tenía por misión divulgar las poesías de los trovadores, se veía obligado a ser fidelísimo a un texto que, aunque breve, a veces ofrece grandes complicaciones rítmicas y métricas, y a una melodía con afiligranados virtuosismos. Podríamos compararlo al actual cantante de lieder o de ópera, que ha de dar vida y entonación a una partitura, pero sin traicionarla jamás.

El juglar es, pues, un ayudante imprescindible del trovador, pues sin él su arte quedaría ignorado. Los grandes señores y los trovadores de prestigio y posibilidades parece que tenían juglares adscritos a su persona que se limitaban a cantar sus poesías: podrían serlo el Papiol que Bertran de Born menciona en varios de sus sirventeses, Montaner, Hamon de Pau, el de Ripollés y otros afectos a Guillem de Berguedà. Pero hubo juglares en cuyo repertorio entraban poesías de varios trovadores.

El juglar, como los heraldos y los reyes de armas, a veces llevaba un nombre alusivo a sus menesteres o a aquel de quien dependía. El trovador Pistoleta, que fue juglar, se llamaba así porque como tal actuaba de mensajero («epistolita»), caso similar, sin duda, al de Peire Bremon Ricas Novas («buenas noticias»)., y el de Guerau de Cabrera era llamado Cabra porque en las armas del linaje de aquel gran señor figuraba una cabra. Guiraudó lo Ros, Perdigon y Aimeric de Belenoi («hermoso aburrimiento», mote malintencionado) fueron trovadores que conservaron sus nombres juglarescos. Los llamados Peire de Ia Mula, Rofian, Reculaire, Pelardit («hirsuto»), Tostemps, etcétera, revelan claramente su condición de juglares.

Pero hay que tener presente que algunos juglares componían versos, sin dejar de serlo, o sea sin acceder a la categoría de trovadores. Alegret sin duda fue juglar, denostado por Marcabrú, y es posible que estuviera adscrito a Bernart de Ventadorn. Y las Vidas nos informan de que muchos trovadores profesionales iniciaron su carrera ejerciendo de juglares, como Albertet, Guilhem Augier Novella, Aimeric de Sarlat, Uc de la Bacalaria, Falquet de Romans, etcétera. Pero también nos dan cuenta de trovadores que, cambiando su fortuna, se vieron precisados a ejercer de juglar, como Guilhem Ademar y Peirol.

 

Imágenes de Cancionero alemán del siglo XIV.  

Enamorados y amantes

La canción provenzal es, en gran parte, un detallado análisis de lo más externo de la pasión amorosa. No falta el amor interpretado alegóricamente, con elementos más o menos ovidianos, como en el sueño que describe Guilhem de Sant Leidier, y como ocurre en la famosa canción «del menor tertz d'amor» de Guiraut de Calanson, que fue comentada por Guiraut Riquier. Pero abandonando el plano alegórico y atendiéndonos a una graduación que realmente parece darse en algunos textos trovadorescos, aunque nunca con una ordenación tan rígida, el anónimo autor de un salut d'amor, que se puede fechar entre 1246 y 1265, explica que en el amor hay cuatro «escalones», que corresponden a cuatro situaciones en que se encuentra el enamorado, respecto a la dama: -la de fenhedor, «tímido»;la de pregador, «suplicante»; la de entendedor, «enamorado tolerado» , y la de drutz, «amante». En el primer escalón el enamorado, temeroso, no osa dirigirse a la dama; pero, si ella le da ánimos para que le exprese su pasión, pasa a la categoría de pregador. Si la dama le otorga dádivas o prendas de afecto («cordon, centur'o gan») o le da dinero («son aver»), asciende a la categoría de entendedor.

 
         

Finalmente, si la dama lo acepta en el lecho ( «el colg ab se sotz cobertor»), se convierte en drutz. Este texto es tardío y tal vez peca por un excesivo afán clasificador y sintetizador, pero lo cierto es que las cuatro situaciones aparecen en numerosas poesías de amor de los trovadores. Nos aclara el preciso alcance del verbo se entendre, frecuente en los versos y en la prosa de Vidas y razós, y el sentido de las prendas de amor, como el guante o el cordón sobre los que tanto discurren Giraut de Bornelh y Cerverí de Girona, y finalmente, al describirnos de un modo tan gráfico al drutz, corrobora que el amor cortés o fin´amors aspiraba a un fin muy concreto y muy determinado: el fach (o fait).

El fach, que los diccionarios definen «acte de la copulation», es el último grado de los cinco que, según graves escritores latinos, hay en el amor: «Gradus amoris sunt hii: visus et alloquium, contactus, basia, factum" (4). Hubo un tiempo una tendencia por parte de los provenzalistas a considerar que las canciones de los trovadores sobre el amor se caracterizaban por cierto platonismo, eran meras lucubraciones exentas de sensualidad activa y se reducían a divagaciones sobre la pasión amorosa sin propósito libidinoso. Es innegable que esto sigue siendo válido para algunos trovadores, y, si les quitamos el carácter generalizador, todavía son aceptables unas palabras de Stanislaw Stronski, muchas veces repetidas con aprobación o con reprobación: «Ya hemos visto en estas canciones ... la expresión del amor idealista o apasionado de los trovadores hacia sus damas que allí son cantadas y muchos críticos se han aplicado a seguir, según las canciones, las peripecias sucesivas de los sentimientos de los poetas. Pues bien, si cabe dar un consejo a cualquiera que se inicie en las, lecturas de las canciones de los trovadores, es ciertamente éste: "no busquéis a la mujer". Estas canciones son disertaciones sobre el amor y no la expresión del amor. Ha llegado el momento de abandonar las ideas del "amor libre" o de los "cultos amorosos", más, o menos idealistas en la sociedad meridional, durante la época de los trovadores. El sentido común ocupaba en ella aproximadamente el mismo lugar que en cualquier otra época y una poesía que hubiese tenido semejante base no hubiese sido protegida ni siquiera tolerada. El caso de Folquet de Marsella, rico mercader y padre de familia que uno se representaba vagabundo, como un trovador amoroso, tan pronto enamorado de una vizcondesa, otras veces de una princesa imperial, provocando los celos de alguna dama, es muy instructivo en lo que a este problema se refiere», Esta interpretación es totalmente lícita para comprender el alcance de la poesía amorosa de Folquet de Marselha y sin duda de otros varios trovadores. Pero peca al ser enunciada con carácter general, no tan sólo porque en este punto concreto hubo muchos trovadores que pretendían la unión carnal con Ia dama, sino porque hay que evitar emitir juicios de conjunto que afectan nada menos que a unos trescientos cincuenta poetas que produjeron a lo largo de dos siglos. Incide ello en el grave problema de la sinceridad de los trovadores, tan bien estudiado en el libro de Nydia G.B, de Fernández Pereiro, la cual, con acierto, analiza la importancia de aguellas palabras que se encuentran en la Vida de Uc de Sant Circ: " ... mas non féz gaires de las cansos,quar anc non fo fort enamoratz de neguna; mas ben se saup feingner enamoratz ad ellas ab son bel parlar. E saup ben dire en las soas cansos tot so que'ill avenia de lor, e ben les saup levar e ben far cazer, Mas pois qu'el ac moiller non fetz cansos" (5).

Los estudios de Moshé Lazar y de F. R. P. Akenhurst, entre otros, han dejado claro que la fin'amors puede aspirar a la unión física, lo que ya se advierte en los trovadores más antiguos, como precisó l.-M. Cluzel. Añadamos que si tal aspiración no existiera, de modo patente o en estado latente, no tendría ningún sentido el género llamado alba, que supone ya consumada la unión entre los amantes. En una estrofa que algunos cancioneros agregan al sirventés Be'm platz lo gais temps de pascor, atribuido a Bertran de Born, se ponderan las cualidades del drutz, y se llega a añadir, que «donna 'qu'ab aital drut jatz l Es monda de totz sos pechatz» (6). Podríamos exhibir gran número de textos que demostrarían al lector atento cuanto se va exponiendo; y repárese en la alta tensión sensual que en las poesías escritas por trobairitz (las de la comtessa de Dia, por ejemplo) nos ofrece el lenguaje de las damas, tan parecido al de los más audaces trovadores que hasta trasladan a lo femenino lo masculino de la ficción del vasallaje amoroso. Si las damas se expresaban con tanta desenvoltura, suponer que los trovadores eran unos «platónicos» significaría poner en duda la hombría de seis generaciones de poetas. Aunque a Vidas y razós se negara todo valor histórico, no cabe duda de que son textos del siglo XIII que reflejan una realidad y no pueden inventar todo un sistema moral imaginario. Pues bien, en ellas con mucha frecuencia se recogen amores realizados entre trovadores y damas, como en la razó de la más famosa de las canciones de Rigaut de Berbezilh o en la que comenta otra del trovador y canónigo Gui d'Ussel. La serie de razós que tejen la pintoresca historia de los amores de Guacelm Faidit hay momentos que adquiere trazas de vodevil. El autor de la Vida de Arnaut Daniel revela que amó a una dama gascona, esposa de un caballero que menciona con nombre y apellido, pero se apresura a observar «mas non fa cregut que la domna li fezes plaiser en dreit d'amor» (7). No es que aceptemos ciegamente que tal trovador y tal dama tuvieran tan estrechas relaciones, sino que aceptamos el testimonio de los biógrafos como un dato que refleja costumbres reales.

 

 

NOTAS

(1) («según propiedad del latín, para quien lo entiende ...", todos los trovadores son llamados inventores».)

(2) Por extensión, y a veces abusivamente se da el nombre de trovadores a poetas del mediodía de las Galias de los siglos XIV y XV o a catalanes, castellanos y gallegos medievales, a los trouvères franceses, a los Minnesänger alemanes, etcétera; Aunque ello es muchas veces correcto, la práctica entre los provenzaIistas, aquí seguida, es dar este nombre sólo a los poetas en lengua de oc de los siglos XII y XIII, es decir, a los que tienen número propio en los repertorios bibliográficos de Bartsch, PilIet y Carstens y Frank.

(3) «Bien sé que les seria muy desagradable a los que me critican porque canto tan a menudo si mis canciones les costaran [dinero]. Mejor es para mi que plazcan a aquella que me mantiene gozoso, pues yo no canto en modo alguno por dinero, porque me ocupo en otros placeres.»

(4) «Los grados del amor son éstos: la vista y la conversación, el contacto, los besos y el hecho.»

(5) En traducción libre: « ... pero no hizo muchas canciones; pues nunca estuvo enamorado de ninguna (dama); pero bien se supo fingir enamorado de ellas con su pico de oro. Y supo decir muy bien en sus canciones todo cuanto le gustaba de ellas, y bien las supo enamorar y, bien las supo hacer caer. Pero en cuanto tuvo mujer ya no hizo más canciones »

(6) «Dama que yace con tal amante queda libre de todos sus pecados.»

(7) «Pero no se creyó que la dama le otorgara placer según el derecho de amor»

 

 

 

 

 

 

el troVador y su mundo

 

 

MarTÍN DE RIQUER


 

Historia y Vida, num. 103, año IX, págs.21-31, 1976