Biblioteca Gonzalo de Berceo Viñedos de Uruñuela en los pagos cercanos a Somalo, al fondo, los montes Obarenes
 

 

 

Introducción

Desde la caída del protagonismo najerense hasta los lustros iniciales de la política integradora de los Reyes Católicos, La Rioja recorre el tracto de la historia bajomedieval, unida como un territorio más de los pertenecientes a la monarquía castellana. Dentro de la cronología riojana podríamos señalar como hito inicial el año 1177, fecha en que el laudo de Enrique II de Inglaterra apuntó al Ebro como línea divisoria entre Castilla y Pamplona, la cota final del período habría que situarla a mediados del siglo XV, cuando en la división que sufrió la Sonsierra se adherieron definitivamente San Vicente y Abalos a La Rioja, en tanto que Laguardia y Labastida se vincularon a las Juntas Alavesas.

Durante estos tres siglos, el ámbito de la política exterior riojana, sólo relativamente exterior, por estar La Rioja integrada en Castilla, debe observar la lucha tricentenaria por fijar la frontera con Pamplona en las cercanías del Ebro, y estudiar la creciente integración administrativa de las comarcas riojanas al sistema de merindades de Castilla, en consideración a que La Rioja calceatense y la comarca de Logroño funcionaron muy tempranamente como merindades intermedias y sometidas a éstas se registran otras de menor entidad.

En política interior asistimos al paso de la señorialización de esquemas altomedievales hacia la fijación jurisdiccional de los señoríos, continuadores de la política najerense, y más tarde, a los surgidos de las mercedes enriqueñas. Con la llegada de Enrique de Trastámara, cuando las viejas familias de la nobleza riojana tienen que ceder a los linajes nuevos el disfrute de los señoríos, se generó una relación muy distinta de los señores con los reyes: los primeros actuaron comprometidos con la corona en el gobierno de La Rioja; los otros limitaron su interés a sus pequeños feudos sin comprometerse con la corona en la cohesión de las tierras riojanas.

La economía del pueblo riojano continuó basándose en la agricultura y la ganadería principalmente. La agricultura se va liberalizando con el acceso al cultivo, mediante censos y rentas, a partir del régimen anterior de colonos y collazos; la viña se va extendiendo como cultivo importante en todas las comarcas, excepto en Cameros y la Demanda. En éstas se aprecia un auge considerable de la ganadería en el siglo XIV.

Se fortalece la entidad municipal de las villas realengas, sobre todo las que viven junto al Camino de Santiago, Logroño en cabeza durante el siglo XIII, con una clara mejora de sus efectos urbanos; en cambio, decae la autogestión de los concejos en los siglos XIV y XV, con la implantación de regidores y corregidores, de nombramiento real; sin embargo, la corona, aun casi entregada a la veleidosa nobleza, se ve precisada a mantener relaciones de interés mutuo con las villas.

Finalmente, conviven los cristianos con unas minorías de moros y judíos: los moros persisten en los valles del Alhama y del Cidacos, principalmente, como reductos; los judíos, aunque se extienden a más localidades, pierden, a lo largo de estos tres siglos, influjo y consideración hasta llegar en el siglo XV a ser objeto del odio violento antisemita.

Considerados estos aspectos y sus dos vertientes claramente divergentes, dividimos el estudio de La Rioja durante la monarquía castellana en dos períodos; para ello aceptamos como vértice la política de «mercedes» ejercida por Enrique II de Trastámara:
          La Rioja bajo la monarquía castellana (1217-1369).

          La Rioja bajo la Casa de Trastámara (1369-1474).

La Rioja bajo la monarquía castellana (1217-1369)

Consolidación de la frontera

La Rioja desde Alfonso VI constituía el rincón oriental de Castilla, sólo separada de ésta por los Montes de Oca y el sistema Ibérico; con el reino de Aragón limitaba en una muga insignificante. El problema persistente estaba en las comarcas limítrofes del Ebro, zona límite con las tierras de Pamplona hasta llegar a constituir una constante histórica, en tal manera que desde el castillo de Buradón o el castro de Bilibio hasta Alfaro y Tudela los reyes de ambos Estados fortificaron las plazas cercanas al río y favorecieron a su población, como sistema político-defensivo, de sus reinos respectivos. Un contrapunto de seguridad repetido a uno y otro lado: Briones-San Vicente, Logroño-Viana, Calahorra-Milagro, Alfaro-Tudela ...

Conviene anotar también el aspecto coyuntural de esta frontera, cuya línea cambiante dependía con frecuencia de contratos matrimoniales regios, de coaliciones bélicas frente a terceros, del variable interés de los señores e infanzones de la tierra; no intervenían sólo las armas.

Aproximándonos ya a nuestro período, asistimos durante la segunda mitad del siglo XII a continuos forcejeos por la posesión de las plazas del Ebro. El reinado de Sancho el Deseado en Castilla duró sólo dos años (1157-1158); quedó como heredero un niño de tres años, Alfonso VIII, a merced de dos familias que se disputaron violentamente la tutela. Aprovechando esta favorable circunstancia, los monarcas de Pamplona, tanto García Ramírez como Sancho el Sabio, ocuparon desde 1163 Logroño, Navarrete, Entrena, en la comarca logroñesa; Autol, Quel, Resa, Ocón y Alfaro, en las tierras calahorranas; Grañón, Pazuengos, en la zona calceatense. Diez años más tarde, desde 1173 hasta 1176, Alfonso VIII fue arrancando a Pamplona las plazas de Quel, comarca de Ocón, Grañón, Pazuengos, Cerezo, Treviana, Miranda. Siguió a esto un acuerdo firmado en 1174 por los reyes de Castilla y Aragón para atacar conjuntamente al pamplonés, quien vio perdidos, como consecuencia, la plaza de Milagro y el castillo de Leguín, en el corazón mismo de su reino.

En 1176, Sancho el Sabio tuvo que firmar forzosamente la paz; en una entrevista celebrada con el rey de Castilla, entre Nájera y Logroño, convinieron en someter sus diferencias al arbitraje de Enrique II de Inglaterra. Previamente firmaron una tregua de siete años, poniendo bajo garantía el castillo de Yerga, por parte de Sancho, y la plaza de Calahorra, por parte del de Castilla; para asegurar el cumplimiento del futuro laudo comprometió Alfonso VIII los castillos de Nájera, Cellorigo y Arnedo, en tanto que Sancho el Sabio lo hacía sobre los de EsteIla, Funes y Marañón.

El 9 de marzo de 1177 los delegados de Pamplona y de Castilla, una vez recibidos por Enrique de Inglaterra, tuvieron tres días para presentar reclamaciones. Respecto a La Rioja, los de Castilla apoyaban su alegato en los días de ocupación de las comarcas riojanas por Alfonso VI, hacía un siglo, en 1076; los pamploneses recordaron los años de García, el de Nájera, fechas del protagonismo najerense y mayor extensión del reino de Pamplona, reclamando en consecuencia:
1. las tierras ocupadas por Alfonso VI en 1076;
2. las plazas conquistadas por Alfonso VII en 1135, como eran Cerezo, Grañón, Pancorbo, Belorado, Cellorigo, Bilibio, Nájera, Viguera y Clavijo;
3. mucho más insistían en la devolución de las conquistas hechas por Alfonso VIII en los años 1173 a 1176.

Enrique II de Inglaterra mandó restituir a cada una de las partes las plazas ocupadas en tiempos de Alfonso VIII: Logroño, Navarrete, Entrena, Autol y Ausejo quedaron para Castilla.

La sentencia cayó mal a los interesados y el más fuerte, en esta ocasión Castilla, llegó a un compromiso con el rey de Aragón en vistas, celebradas en Cazola, cerca de Ariza, el 20 de marzo de 1179, según el cual atacarían ambos a don Sancho y se repartirían las conquistas por partes iguales; bajo esta alianza amenazadora, un mes más tarde Alfonso de Castilla arrancó a Pamplona la devolución de las tierras cuestionadas en cumplimiento del laudo del monarca inglés. De Bilibio a Alfaro quedaba definida la frontera: la margen derecha del río con sus comarcas todas pertenecían a Castilla; las tierras y plazas de la izquierda eran de la corona de Pamplona.

Uno y otro monarca se apresuraron a levantar cerca de la apoyatura del Ebro una línea fortificada de torres y plazas amuralladas, actualizando las antiguas o levantando otras nuevas: Briones-San Vicente, Navarrete-Laguardia, Logroño-Viana, Calahorra-Milagro, Alfaro-Tudela.

Dentro de esta política estratégica y poliorcética, los reyes se dispusieron a otorgar fueros y privilegios a las villas fronterizas, cuyo crecimiento interesaba a la corona para tener hombres disponibles en días de peligro. Alfonso VIII tomó medidas para fortificar la villa de Logroño, levantando un castillo llamado Corvo junto a las viñas logroñesas en 1195. Este mismo año desde Carrión dio fueros a Navarrete y en 1200 nombró tenente de estos territorios a Diego López de Haro, hombre de su confianza. Alfonso X el Sabio dio fueros a Briones en 1256 «por que sean ricos e bien abonados e se pueble bien la dicha villa»; en 1258 concedió con el mismo fin amplias exenciones a los de Alfaro. En la margen navarra, Sancho el Sabio de Navarra otorgó fueros a Laguardia, Mendavia, San Vicente de la Sonsierra, Bernedo, Antoñana. Sancho el Fuerte confirmó los de Laguardia en 1208 y después de fortificar la villa de Viana concedió a sus vecinos fueros de poblamiento en 1219. Pasados los años, Carlos II de Navarra dispuso que todos los vecinos de San Vicente de la Sonsierra, en atención a sus servicios frontereros, «sean tenidos e finquen fijosdalgo». Esta fue la norma continuada de ambas coronas.

La basculación fronteriza, con favor alternante de los dos reinos, motivó la frecuente anécdota bélico-política en numerosos episodios, a los que asistió La Rioja durante todo este período.

 

Fernando III y Sancho el Fuerte

El Gobierno de Fernando III, el Santo, coincidió, desde 1217 hasta 1234, con el de Sancho VII de Navarra. Sancho, ya viejo, no intentó rescatar los territorios perdidos, cercanos al Ebro, ni siquiera aprovechando la oportunidad que le ofrecía la minoría, creada en Castilla el año 1214, con la muerte de Alfonso VIII. Contribuyó también a la paz entre los dos reinos la primordial atención prestada por Fernando a la empresa reconquistadora del sur.

No obstante, la guerra pudo surgir por culpa del conde Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, quien por iniciativa propia había tomado varios castillos del navarro en las márgenes del Ebro; Sancho, débil y anciano, buscó la ayuda y buenos servicios de Jaime el Conquistador para arreglar la situación.

 

Alfonso X de Castilla y los reyes de Navarra

Durante su largo reinado vio pasar por el trono de Navarra a los cuatro reyes de la casa de Champaña: los Teobaldos, Enrique I y Juana I de Navarra. Sus relaciones con ellos fueron muy varias.

Los problemas internos surgidos en su reino distrajeron a Teobaldo I de toda reivindicación fronteriza; cuando aquéllos amainaron «inflamado de fe -dice Ximénez de Rada- se fue a socorrer a Tierra Santa, donde se apoderó de muchos lugares, que devolvió a los cristianos»; de regreso cuidó su reino y sus Estados de Champaña. Las comarcas del Ebro gozaron de paz.

En 1254, Teobaldo II, recién subido al trono, firmó en Estella un compromiso de mutua ayuda con Jaime I de Aragón. Sospechando al ver ciertos movimientos de tropas, Alfonso de Castilla empezó a concentrar fuerzas castellanas en las orillas del Ebro riojano. Vino a precipitar más los acontecimientos la llegada a Estella de Diego López de Haro, que había roto con el rey de Castilla y venía a ponerse bajo las órdenes y protección de Jaime I de Aragón. Las huestes castellanas, llegadas de León y Castilla, acamparon en Calahorra y Alfaro; las de Aragón, en Tarazona, y las de Navarra, en Tudela y su comarca. Hubieran llegado a las armas de no haber intervenido prelados y caballeros, esgrimiendo el argumento de que en la lucha de los príncipes cristianos el único beneficiario sería el moro; que se avistasen Jaime y Alfonso, su yerno, para ver si «las vistas daban sin estrago lo que las armas buscaban en él». La amenaza se disipó con la celebración de varias entrevistas, tenidas en Tarazona y Agreda, por los dos reyes.

Teobaldo II no desatendió los fortines cercanos a Logroño; en 1264 donó a Roncesvalles el de Munilla, en la vertiente sur del Cantabria logroñés, con orden de poner en él un comendador, bien comprometido con el trono de Navarra; más tarde, ya en la cruzada de Túnez, mandó diez sueldos al hospital, anejo a dicha torre.

En 1274, Enrique I de Navarra dejaba como heredera una hija de un año de edad, hecho que despertó las apetencias de los reyes vecinos: vieron en un enlace matrimonial la fórmula para apoderarse de Navarra y se dedicaron a buscar, dentro de sus respectivas casas, el pretendiente de la infanta navarra que, como futuro consorte, heredase con ella el trono. Alfonso X pensó en su primogénito, el infante Fernando de la Cerda, y omitiendo toda vía diplomática colocó a éste con sus tropas en la villa de Logroño.

El infante atacó a Viana y a Mendavia, plazas navarras; esta última cayó en su poder, pero el castillo y la plaza de Viana resistieron un largo sitio; mientras, los navarros realizaban frecuentes correrías de castigo por las márgenes riojas para distraer fuerzas del asedio de Viana. Al fin, Fernando de la Cerda regresó a sus cuarteles de Logroño y La Rioja, donde mantuvo la guardia durante el año de 1275.


 

 

Sancho IV y Fernando IV frente a Juana I de Navarra

Los años finales del siglo asistieron a un recrudecimiento de las luchas fronterizas, propiciadas por las tensiones internas que sufrió Castilla a la muerte de Sancho IV.

Las connivencias clandestinas de los nobles de uno y otro reino con el bando contrario no cesaron. Así, en 1276, durante la ausencia del infante don Fernando de la Cerda, que había partido para la guerra de Andalucía, se encargaron de las tropas fronterizas de La Rioja don Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y Simón Ruiz, señor de Cameros; la facción navarra, opuesta al gobernador de Navarra Eustaquio de Beaumarchais, convino con los dos nobles riojanos que atacaran por el Ebro, con el fin de que el gobernador abandonase Pamplona para atender la frontera; salió éste camino de Logroño, pero regresó inmediatamente, sospechándose la treta de «que algunos de los principales del reino se entendían con los cabos de las tropas de Castilla que se tenían en la frontera.»

En 1284, año inicial del reinado de Sancho IV. las fuerzas de Navarra, coaligadas con las huestes del infante don Jaime, hermano del rey, y las de don Juan Alfonso de Haro, esperaban invadir las comarcas de Haro y Logroño, después de que los navarros habían corrido con 400 caballos los Obispados de Calahorra, Osma y Siguenza, comenzando su invasión por Alfaro.

Aun en los años de paz, siempre quebradiza, los rectores navarros multiplicaron su cuidado por equipar los castillos y plazas de la Sonsierra y encomendarlos a tenentes ajenos a toda sospecha; quizá intuían cómo Castilla estaba tirando de este rincón, cercano a La Rioja, para unirlo a su corona. Eran los fuertes de San Vicente, Laguardia, Toro, Toloño, Herrera.

En 1295, muerto ya Sancho IV, los reyes de Navarra, Aragón, Portugal y el moro de Granada pretendieron intervenir en Castilla, con el fin de que la corona, en disputa, recayese en Alfonso de la Cerda y no en Fernando, hijo de don Sancho. El primer intento, que apuntaba a la conquista de Soria, fracasó por culpa de la peste, traída por los soldados portugueses. En la nueva campaña de 1297 aragoneses y navarros, entrando en La Rioja y alcanzando la villa de Nájera, se apoderaron del barrio de la judería, que era muy fuerte; después de fortificar la plaza proclamaron al infante por rey de Castilla, pero éste no pudo llegar a sus puertas porque Juan Alfonso de Haro, señor castellano que dominaba muchas tierras en la comarca de Nájera, puso sitio a la villa, la atacó con gran aparato y la desalojó de navarros y aragoneses.

 

Alfonso XI de Castilla y los hijos de Juana de Navarra

Los hijos de Juana de Navarra subieron al trono pamplonés sucesivamente, en reinados efímeros; les sucedió Juana II, nieta de Felipe el Hermoso y Juana I; todos cuatro sincronizaron con los años del reinado de Alfonso XI de Castilla.

Durante el siglo XIV, la zona de Alfaro frente a Corella y Cintruénigo se convirtió en el escenario más frecuente de conflictos. No poco contribuyó a ello el hecho de que, ausentes los reyes de Navarra, con frecuencias en sus Estados de Francia y los de Castilla en la guerra del moro, los gobernadores navarros y los nobles riojanos atizaron el fuego de las diferencias en provecho propio.

En la década de 1330, la chispa saltó, y con ella la guerra, junto al monasterio de Fitero. «Contra la voluntad de los tres reyes -dice Lacarra, a quien sigo-, un pleito local sobre la propiedad del monasterio de Fitero y del castillo de Tudején, acabaría en un conflicto armado entre Castilla y Navarra, en el que se vio también mezclado Aragón». Mientras se negociaba sobre los derechos encontrados, en los que los mismos monjes andaban divididos entre Navarra y Castilla, invadieron las tierras de Castilla aragoneses y navarros; Alfonso XI concentró sus fuerzas en Alfaro bajo las órdenes de Martín Fernández de Portocarrero, portador del estandarte del infante Pedro, más tarde Pedro el Cruel, que a la sazón tenía doce años. Los castellanos tomaron Fitero y Tudején; luego, penetrando en Navarra, saquearon el país hasta que el rey ordenó la retirada. El conflicto se extendió a la comarca logroñesa, en la que Garcilaso de la Vega, con una tropilla castellana, saqueó la Sonsierra, mientras el navarro Gastón de Foix atacaba desde Viana la plaza de Logroño.

Dos años más tarde, en 1334, aprovechando la ausencia del rey Alfonso, en Gibraltar, el gobernador de Navarra, Enrique de Sulli, reconquistó Fitero y Tudején; le incitaban algunos poderosos de Castilla, en aquellas fechas desafectos a su rey, como eran el infante don Juan Manuel, don Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, y don Juan Alfonso de Haro, señor de Cameros. Este, que se había brindado a luchar con su rey en Andalucía y a llevarle el dinero tomado a préstamo para la campaña, cometió, primero, el «grande yerro de tomar los sus dineros e no se los yr a servir e robarle la tierra», y más tarde la torpeza de escribir unas misivas invitando a sus aliados y cómplices a devastar las tierras del monarca. Estas letras fueron secuestradas por los servicios reales; el rey llegó a Logroño desde Burgos; «e esa noche que llegó supo que -Juan Alfonso- estaba en un lugar que decían Agoncillo. E el rey partió de Logroño otro día e fue a aquel lugar e llamó a don Juan Alfonso». El rey le echó en cara los dineros sustraídos, las tierras robadas, y le presentó las cartas intervenidas: «e por estos yerros tan malos e feos en que había caído, mandólo luego el rey matar) (Crónicas).

El monarca regresó a Burgos y sus tropas marcharon hacia Alfaro. Navarros y castellanos reanudaron la lucha, junto a esta villa, con la victoria de los últimos; inmediatamente entraron en Fitero y sometieron el castillo de Tudején. El pleito sobre estos dos asientos continuaría hasta 1373, fecha en que se falló a favor de Navarra, al sentenciar que se hallaban dentro de los términos de Tudela y Corella.

 

Logroño y la hazaña de Rui Díaz de Gaona

Cuentan los Anales del Reino de Navarra que en 1336 llegó de Francia Gastón de Foix, el cual, «llevando mal que se hiciesen tan desacostumbrados estragos en tierras del rey don Felipe de Navarra, cuyo pariente era, vino en su ayuda con buen grueso de gente de guerra. Y juntándose con algunas tropas de navarros, amagados de los pasados sucesos, de los robos y estragos de la Sonsierra, y coligiendo que aquellas hostilidades se cebaban desde Logroño, plaza confinante con la Sonsierra, con sólo el Ebro en medio, tomaron la marcha contra ella y llegaron a Viana, una legua grande de Logroño, cuyos moradores -los de Logroño-, hallándose con presidio muy grueso introducido y llamando a prisa las fuerzas de los comarcanos, se haliaron con tal número, bastante para hacer rostro al conde en campo abierto. Y con efecto, pasando la puente sobre el Ebro salieron a él y se compusieron de batalla esperándole. Pero las gentes del conde embistieron con tal denuedo que los pusieron en fuga tan apresurada que, envueltos con ellos, se entraron por el puente adelante y corrió gran riesgo de ganarse la ciudad por los navarros a no lo haber atajado un esforzado y noble escudero llamado Rui Díaz de Gaona, que viendo el riesgo con otros compañeros que animó con el ejemplo, volvió a hacer cara al enemigo y peleó con él hasta que se aseguraron las puertas y se cerró la entrada y cayó allí muerto de muchas heridas y su cuerpo fue arrojado al Ebro, que le dio sepulcro más honroso y fama duredera. Hasta hoy llaman el pozo de Rui Díaz a una ensenada profunda del río en que le arrojaron».

El Tratado de Cuevas (Viana) de 1336

    Ambos reinos apetecían la paz. En pos de ella, los reyes de Navarra enviaron desde Francia como gobernador a Saladín de Anglera; quizá con igual motivo, pero so pretexto de peregrinar a Compostela, llegó también el arzobispo de Reims, ofreciéndose como mediador al rey de Castilla: «Era doloroso -decía- que los reyes cristianos corrieran a hierro y fuego»; ya se habían sufrido bastantes guerras, muertes y prisiones.

   Para los primeros contactos salió con los suyos desde Logroño Martín Fernández de Portocarrero, a fin de celebrar vistas entre Viana y Logroño con Saladín de Anglera como apoderado del rey de Navarra. Días más tarde, el 28 de febrero de 1336, dentro de la pequeña iglesia de Santa María, cuatro hombres buenos, en calidad de árbitros, llegaron a la paz llamada de Cuevas, despoblado entre Logroño y Viana. El arzobispo se comprometió a solicitar su cumplimiento a la Corte de Navarra, petición que haría también el obispo de Calahorra ante los reyes de Castilla.

Aún había de motivar Alfaro nuevas algaradas fronterizas. En 1348 sus vecinos derribaron una presa del río Cañete, con perjuicio de las gentes de Corella, Tudela y Cintruénigo; vinieron a las armas los concejos y de resultas murieron algunos de Alfaro; sus compatriotas entraron en Navarra para vengarlos. Los reyes actuaron rápidamente: Alfonso de Castilla ordenó que se investigaran los hechos, mientras Juana de Navarra pedía un arreglo pacífico en una súplica que llevó a la Corte castellana el obispo de Pamplona.

 

De la señorialización altomedieval al desarrollo de las villas y señoríos

Dentro de las décadas del siglo XIII, podemos señalar con García de Cortázar un cuádruple proceso:

POBLAMIENTO TOTAL DE LA RIOJA

Si atendemos a la toponimia de poblados, que registran las colecciones de Ubieto, Rodríguez de Lama y Sainz Ripa, encontramos que ya en el siglo XIII se ha completado toda la red de núcleos demográficos en el valle y en la montaña. La población ha alcanzado además una densidad no lograda antes.

A estos poblados, predominantemente rurales, se ha llegado a través de las comunidades de aldeas. Quizá nacidas de uno o pocos troncos comunes, se constituían por varias familias que reconocían por suyo un territorio con unos bienes comunales, como dehesas y montes, donde apacentaban los ganados y aprovechaban madera y leña; las tierras de labor, ya parceladas, eran propiedad de cada familia: viñas, huertos, cultivos. Con frecuencia se reconocía una comunidad de pastos entre varias aldeas, como consta de Ocón con Alcanadre y las aldeas de la Demanda y Cameros. La aldea se autoabastecía. Administraba una asamblea, integrada por todos los hombres y mujeres, que para algunas funciones se restringía a un concejo de cabezas de familia: aparecen tempranamente en Cameros.

Estas comunidades vinieron muchas veces a depender de un señor, de un monasterio o directamente del rey, bien por presión violenta, bien por donación real, bien por cesión o compraventa en momentos de un endeudamiento progresivo de los campesinos, provocado por una serie continuada de malas cosechas. Recordemos las cartas vecinales de Albelda de 1063, la de Cihuri de 1168, la de Alesón de 1123 por la que entraban en dependencia del señor, o la cesión a la corona de la villa calceatense en 1250, o la compra de heredades del alto Camero Viejo, efectuada por el señor de Cameros en 1356.

Unos cuantos núcleos urbanos, dependientes de la corona, se potenciaron gracias a los favores reales, máxime los cercanos al Camino de Santiago, como Logroño, Navarrete, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, a los que se deben añadir Haro, Calahorra, Briones, Entrena, Arnedo, Cervera, Cornago, Alfaro. Tales favores se concentraron en cartas de gracia a los inmigrantes, concesión de mercados, exención de impuestos. Calahorra pudo celebrar mercado libre desde 1255; lo mismo Logroño, Alfaro, Nájera ... Briones obtuvo fueros en 1256. Los alcaldes de Logroño amplían sus atribuciones para juzgar según el fuero desde 1276. Esta política de la corona determinó la ampliación de barrios urbanos y de pagos roturados; así, el auge demográfico que provocó el fuero de Albelda, otorgado por Sancho IV en 1282, obligó a su concejo en 1305 a preocuparse por la puebla de la villa y los «pobladores que moran cinto afuera»; lo mismo ocurrió dentro de las villas amuralladas, como Logroño, cuya población había cubierto ya en 1278 todo el espacio interior con nueve quinoñes y otro que se desbordaba al exterior.

El municipio, que es ya una entidad pública con jurisdicción y autonomía, alcanzó en este siglo a muchas aldeas aún de escasa demografía, debido a los fueros alcanzados: Fernando IV los concede al valle de Ezcaray, Ojacastro, Valgañón y Zorraquín.

NUEVA ORIENTACION DE LA VIDA RURAL Y AGRICOLA

El sistema de cultivo, mediante colos y collazos, dio paso paulatinamente a una mecánica de arrendamientos, censos y salariajes. Se buscaba con ello una mayor explotación que en el llano se centró en productos de huerta, cereales y viña; ésta se extendió a toda La Rioja, menos Cameros y la Demanda, merced a la fórmula, muy generalizada, de censos en que el dueño de la tierra con la obligación de que se la plantasen de viña. Por otra parte, la obligación del trabajo personal, como prestación y pago, en los predios señoriales quedaba ya sustituido por contribuciones pagadas en trigo.

Los Cameros y la Demanda se dedicaban a la ganadería. Los monasterios de San Millán y Valvanera poseían grandes rebaños que gozaban de pastos libres en todo el reino, a juzgar por las concesiones, como la de Fernando III a San Millán.

Se comprende cómo esta activación económica determinó circuitos comerciales en relación campo-ciudad, registrada sobre todo entorno a Santo Domingo, Nájera, Logroño, Haro, Calahorra.


 

 

FORTALECIMIENTO Y FEDERACION DE LAS VILLAS

Anotemos la importancia que fueron adquiriendo, dentro de algunas villas, los ruanos y los francos; en Logroño, por ejemplo, se registra las «rúas» y la «cal de francos». Podían ellos junto con otros artesanos y labradores acomodados representar una burguesía incipiente, empeñada en eximirse de la jurisdicción señorial y en la lucha contra las tropelías de los nobles. Este grupo, junto con las iglesias de las villas, fueron los primeros en adoptar los nuevos estilos artísticos que constituyeron un signo de aire más urbano y ciudadano, frente al modo románico, avocado o atraído ya a las zonas rurales.

Los turbulentos años finales del siglo XIII y las primeras décadas del XIV, llenos de luchas banderizas, determinaron el acercamiento de los pueblos a la corona protectora y a la creación de movimientos federativos que La Rioja concretó en su adscripción a las hermandades de Castilla. La Crónica de Alfonfo XI recuerda que:

«avia muchas razones e muchas maneras en la tierra por que las villas del rey e otros lugares del reyno recibieron muy gran daño por lo qual eran destruydos, ca los ricos omes e cavalleros bivian de robos e de tomas que fazian en la tierra e los tutores consentianselo por los aver cada uno de ellos en su ayuda. E quando algunos de los ricos omes e cavalleros se partien de su amistad de alguno de los tutores aquel de quien se partia destruiale todos sus lugares e vasallos que avia diziendo que lo azian a boz de justicia.

E otrosi los de las villas, cada vno de sus lugares, eran partidos en bandos atanbien los que avien lugares como los que non los avien tomado. E en las villas que avien tutores los que mas podian apremiavan a los otros ... En algunas villas que non tomaron tutores los que avian podaer tomaban las rentas del rey e mantenían con ellas grandes gentes e apremievan a los que poco podian e echavan pechos desaforados. En algunas villas destas atales levantaronse por esta razon los labradores e a boz de comun mataron algunos de los que apremievan a ellos e tomaron e destruyeron todos sus algos.

E en ninguna parte del reyno non se fazie justicia con derecho e llegaron la tierra a tal estado que non osaban andar los omes por los caminos sino armados e muchos en una compaña porque se podiese defender de los robadores e en los lugares que non eran cercados no morava ay ninguno e en los lugares que eran cercados mantenianse los mas dellos de los robos e furtos que fazian e en esto atanbien avia muchos de los de las villas de los que eran labradores como de los hijosdalgo. E tanto era el mal que se fazia en la tierra que aunque fallasen los omes muertos por los caminos non lo avian por extraño ... e demas desto los tutores echavan muchos pechos desaforados e servicios de la tierra de cada año.E por estas razones vino gran hermanamiento en las villas del reyno e en muchos lugares de los ricos ames e caballeros.»

 

También en las comarcas riojanas las villas se protegieron con muros. Logroño y quizá Nájera los tenían ya en el siglo XII; Albelda reparaba sus murallas en 1305 y pedía en 1310 protección al obispo contra los atropellos de don Juan Alfonso de Haro; Badarán cobijaba dentro de su cerca a las aldeas vecinas; Calahorra remodelaba sus torreones en este siglo.

No sólo recurrieron a las murallas. Dentro del movimiento federativo que nace en estos lustros por necesidades de mutua defensa, entre las sesenta y cinco villas que suscribieron una carta de Hermandad en Burgos el año 1282 con el infante don Sancho se hallan Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Navarrete, Albelda, Sajazarra, Logroño, Calahorra, Cellorigo, Belorado y Labastida. El año 1295 renuevan en Burgos esta hermanación los concejos de Calahorra, Sajazarra, Navarrete, Haro, Nájera, Logroño y Briones; al año siguiente se reúnen en Haro, con los mismos fines, hasta una docena de villas riojanas. Buscando el mismo respeto a sus bienes y derechos acudieron a las Cortes compromisarios de Santo Domingo, Briones, Belorado, Arnedo, Nájera, Navarrete, Haro, Logroño, Calahorra, DavaIillo, Autol, Magaña, que se asientan en las de Burgos de 1315, y dos años antes en las de Palencia, con peticiones tan concretas como la de que se devuelvan al obispo de Calahorra la villa y el castillo de Albelda, que «le tenían tomado por la fuerza».

La llegada de Alfonso XI a la mayoría de edad conllevó de hecho el fin de la hermandad general; no obstante, la necesidad defensiva frente a malchechores y señores las mantuvo aún durante muchos años, nutriendo las cofradías de ballesteros contra las numerosas bandas que tras sus robos se refugiaban en los sotos del Ebro o la montaña de Cameros; conocemos las cofradías de Logroño, Abalos, Calahorra.

Este crecimiento de las villas rompió su estancamiento altomedieval en tres sentidos: dentro de un cinturón defensivo y el apiñamiento de casas en su interior, con calles y plazas angostas, surgía la llamativa iglesia gótica y las suntuosas moradas de los nobles. Para mantener las murallas y levantar sus cargas se esforzaron las villas en conseguir la afiliación de aldeas cercanas con derecho a refugio; así Logroño adquiere a Varea, Lardero y Alberite; Gimileo, Cuzcurritilla y Briñas se entregan por venta a Haro, en 1327; Calahorra obtuvo a Pradejón, Aldeanueva de Ebro, Murillo, Rincón de Soto; Arnedo comandaba a Villar de Arnedo, Santa María y San Vicente de Robles; a Santo Domingo se afiliaron Ayuela y Pino de Suso y Yuso. Finalmente, la comarca se autoabastecía en una dependencia mutua villa-campo, en la que el campo ofrecía sus productos agrarios y ganaderos y la villa su artesanía, intercambio que culminaba en los mercados libres: Santo Domingo lo celebraba el sábado, Nájera los viernes, Calahorra y Haro los martes; Logroño concentraba las gentes de la comarca los martes y viernes. Los barrios antiguos de estas poblaciones conservan los nombres de gremios y tiendas, como Zapatería, Zurrerías, Boterías, Carnicerías, Platerías, alusivos a sus ofertas y artesanías.

Se ha aludido con frecuencia a la ciudad de Santo Domingo de la Calzada. Valga como paradigma de evolución medieval el burgo calceatense que recibe fueros de Alfonso VIII en 1207; pasa a ser villa realenga con Fernando III en 1250; se constituye en cabeza de la merindad de Rioja; figura con asiento en Cortes en 1315; comparte con Calahorra la sede diocesana; asiste al paso de los modos románicos a los góticos en su catedral; gana el título de ciudad en 1333.

CREACION DE UN MARCO CON TENDENCIAS REGIONALES

Desde el siglo XIII se advierten tres factores en esta articulación regional.

Ya el fuero logroñés creó una red o familia de fueros con gran poder cohesionante por su difusión, máxime desde que los recursos de alzada quedaron sometidos al alcaide logroñés en muchas comarcas con fueros nacidos del de Logroño.

La consolidación de la frontera, piensa Cortázar, que motivó un comercio interregional en el que Logroño y Haro se sitúan frente a Alava y Navarra con problemas frecuentes, sobre todo al colocar los excedentes de vinos: en 1286 se da carta real a Logroño prohibiendo la entrada de vinos navarros; en 1336 los procuradores de Logroño, Navarrete, Nájera, Briones, Santo Domingo y Belorado recurrían al rey, quejándose de la importación de vinos a Castilla.

Pero la mayor y definitiva vinculación regional se ejerce a través del afianzamiento del sistema de merindades en Castilla. Se registran ya, a principios del siglo XIII, las de Cameros, Logroño, Río Iregua, Albelda, Ocón, dependientes de la de Logroño, y la de Rioja.

En 1352 el Becerro de Behetrías de Castilla registra quince merindades dependientes de la Merindad Mayor de Castilla; lamentablemente faltan cuatro, cuyos efectos tal vez se han perdido: la de Bureba, la de La Rioja-Montes de Oca, la de Logroño y la de Allende Ebro. La de Rioja-Montes de Oca comprendía setenta y tres lugares en la actual provincia de Burgos y ciento diez más veintiún despoblados en la de La Rioja; la de Logroño abarcaba ciento cuarenta y cinco lugares en la provincia actual de La Rioja más Cigudosa en la de Soria; en la de Allende Ebro caía la actual provincia de Alava menos la Sonsierra, que era de Navarra. Los lugares de Val de Canales, las cinco villas hasta Valvanera, pertenecían a la merindad de Santo Domingo de Silos, mientras que Villalba de Rioja y Cellorigo con sus comarcas accedían a la merindad de Castilla la Vieja.


 

 

LAS CLASES SOCIALES Y LAS INSTITUCIONES

Puede decirse que, llegado el reinado de Alfonso XI, la sociedad de La Rioja alcanza la edad adulta: una clase de nobleza, amalgama de clérigos, caballeros locales y letrados, accedió a la vida riojana, en tanto que los estratos ínfimos, antes serviles, ya emancipados, gozaban de plenos derechos. Atendiendo a criterios económicos y sociales, conviene diferenciar el grupo de los dominantes, formado por la alta nobleza, los hidalgos y la Iglesia del otro grupo del campesinado y la masa popular urbana.

En manos casi siempre de dos familias emparentadas, dominaron hasta la mitad del siglo XIV: los gobernadores de Nájera y los señores de Cameros. Seguimos su doble serie en el período que historiamos.


 

 

La iglesia diocesana, los monasterios, los conventos

 

A mediados del siglo XIII, la diócesis de Calahorra comprendía cuatro arcedianatos y veinticuatro arciprestazgos, con unas seiscientas parroquias dependientes del obispo más otras cien afectas a los monasterios. Dos de estos arcedianatos correspondían al área de La Rioja, el de Nájera y el de los Cameros. El de Nájera abarcaba cuatro arciprestazgos; el de Oja, con 53 parroquias; el de Nájera, con 50 parroquias; el de Miranda y el de Laguardia. El arcedianato de Cameros estaba constituido por cinco arciprestazgos: el de Camero Viejo, con 23 parroquias; el de Camero Nuevo, con 13; el de Logroño, con no menos de 38; el de Val de Arnedo con 7; el de Yanguas, con 9.

Cada parroquia, además de mantener al clero propio, pagaba sus décimas al obispo y a los cabildos de Calahorra y la Calzada. Las parroquias, de acuerdo con las sinodales del obispo Aznar, de 1260, se dividían en mayores y menores, sometidas éstas a las primeras; sus responsables se nombraron por suerte hasta 1260, fecha en que Aznar dispuso que se hiciera por votación entre los clérigos, gozando los nativos de prelación. Mandó, además: «que este capellán fuera perpetuo e sirva la iglesia en todas las horas de día e de noche». Dentro de cada feligresía, los fieles se encuadraban en cofradías devocionales, con algunas obligaciones de mutua ayuda y sufragios funerarios.

   El ritmo histórico de los monasterios se recoge en otro lugar de este libro. En el siglo XIII llegaron los primeros frailes mendicantes fundando el convento de San Francisco, en Logroño. Tal vez lo fundó Francisco de Asís en su peregrinaje a Compostela o la primera remesa franciscana llegada a España en 1217; ciertamente, antes de 1240 estaban ya los menores en su convento logroñés, junto al Ebro. Predicaban sencillamente en el burgo logroñés y en las rúas; vivían de limosna o del trabajo agrícola o artesanal y por la tarde regresaban a la oración monacal, que alternaban con el apostolado en la sístole-diástole que es el movimiento franciscano. Había un guardián y doce frailes.

Las clases populares, el común

   Debajo de los señores y los eclesiásticos formaban el común las clases inferiores. La mayor parte vivía en las aldeas dedicados a la agricultura, bien en sus propias heredades, bien al servicio de otros propietarios, como peones o como renteros. A cuantos trabajaban para los monasterios o señores se les repartía para la comida pan, vino y queso; para la merienda, pan y vino; para la cena, pan, vino y carne; para el buey o ganado de tiro se les daba una ración de cebada. La vida del campesino discurría bajo un régimen de duro trabajo y de nada soportables pagos por las fincas, por los pastos, por la molienda en el molino del señor, por los peajes, por el mantenimiento de huestes, caminos, murallas, puentes y fuentes.

Dentro de las filas del llamado común, los artesanos ocupaban en la villa calles conocidas por los oficios y mercancías que en sus casas se concentraban. En las colecciones documentales se registran vendedores, albergadores, plateros, libreros, zapateros, sogueros, sastres, fusteros, zurradores y curtidores, yeseros, alfagemes, canteros ...

Las minorías étnicas: judíos y moriscos

En los valles del Cidacos y del Alhama, tal vez en el Iregua y Cameros, persistieron en los cultivos agrícolas y oficios artesanales algunas familias de mariscos, que, por analogía con comarcas similares, como la de Tudela, podríamos calcular en un veinte por ciento de la población.

   Mayor densidad e importancia alcanzaron las comunidades judías o juderías, que unas veces ocupaban barrios estancos de las poblaciones, otras se albergaban en las afueras, otras vivían inmersas en el caserío, separados por muros, siempre segregados por su raza y su religión. La aljama o judería se organizaba como un concejo independiente, con sus cargos y oficios, al margen de la municipalidad cristiana. Celebraban sus cultos en la sinagoga, templo de sencillo atuendo. Todos eran súbditos del rey, que los respetaba así como a los moriscos. Sin embargo, entre el pueblo cristiano se pasó de una cierta consideración y respeto al odio y a la persecución. Con el mundo cristiano y con los reyes se rigieron por variadas concordias; así, sabemos que a la iglesia de Santo Tomás de Haro pagaban el cinco por ciento de la cosecha de trigo y un dos y medio de la de vino.

El Padrón de Tributos de Huete, redactado en 1290, menciona siete aljamas en La Rioja, con sus impuestos correspondientes.

 

 

 

 

Judería

Servicio

Encabezamiento

Logroño

4.770

15.008

Calahorra

2.898

11.692

Haro

5.965

25.775

Arnedo

939

     3.617

Nájera

4.778

19.218

Alfaro

732

    3.256

Albelda

2.538

   9.110

 

No pagaban esta capitación más que los varones casados con una tasa de treinta maravedíes por cabeza, de lo que podemos deducir que en el siglo XIII había en La Rioja varios millares de judíos. La más importante aljama fue la de Haro, y en el siglo XIV, la de Logroño.

La economía basábase principalmente en la agricultura y ganadería. Gonzalo de Berceo registra los cereales y la viña con otros productos como las frutas y hortalizas en las orillas de los ríos y el aceite en los secanos: trigo, cebada, olivas, mengranas, peras, bellotas, higos, almendras, duraznos.

 

«avie hy gran abondo de buenas arboledas,

milgranos e figueras, peros e manzanedas,

e muchas otras frutas de diversas monedas,

mas no avie ningunas podridas nin acedas».

 

Los vinos que registra Berceo son mostos, piment, sidra. Habla también de miel y leche.

La ganadería se potenció gracias a que las conquistas de tierras en el sur efectuadas en el siglo XIII permitieron a los señores desarrollar la trashumancia en los pastizales andaluces y extremeños. Desde finales del siglo XII aumentó la producción lanera, cuya poderosa economía atrajo hacia las montañas a la población del valle. Se supone que la Mesta cornaguesa, con su alcalde de cuadrilla, existía antes de 1367; quizá ya antes de que Alfonso X institucionalizara la Mesta funcionara una hermandad de pastores en Cornago. Por otra parte, los monasterios riojanos gozaban de libertad de pastos por todo el reino. Para favorecer a la Mesta los reyes suprimieron portazgos y montazgos, pero Sancho IV y Fernando IV concedieron de nuevo a algunas villas la merced de cobrarlos de nuevo, como ocurrió con Ojacastro en 1312.

 

Administración concejil

De acuerdo con su dependencia jurisdiccional, las villas eran realengas, si dependían del rey, como Logroño, Nájera, Santo Domingo ... ; abadengas, si se sometían a una iglesia, como Albelda, Cañas, Badarán ... ; o de señorío, como las de Cameros. El rey, el abad u obispo o los señores ponían respectivamente alcaldes, merinos y jurados que administraran la economía común y la justicia. Desde Alfonso XI se limitó la gestión de los concejos abiertos, suplantados por los regidores perpetuos de nombramiento real y casi siempre anejos a las familias más influyentes, que acabaron por ser los instrumentos centralizadores de justicia y administración, ya que ellos designaban los cargos concejiles que antes elegía democráticamente el pueblo.

 

Comida y vestido

Ya hemos anotado la dieta del pueblo en los días de trabajo, según regulaba el cabildo de Albelda para sus peones. Los viajeros que pasan por La Rioja en 1352 encuentran en las aldeas carnes, preferentemente carnero; verduras, pan y vino; menos frecuentemente, queso y fruta; los viernes, pescado; cuando llegan a las villas, la cesta es más diversificada. En los días festivos mejoraba la mesa, según Berceo:

 

«adovaban convivios, davan a non aventes

sus carnes, sus pescados salpresos e recentes,

andaban las redomas con el vino piment,

conduchos, adovados maravillosament».

 

Los obispos hubieron de prohibir con frecuencia los abusos culinarios en comidas de hermandad y de concejo.

 

Cultura y enseñanza

Los escasos datos registrados sobre la enseñanza apuntan a una diversificación docente en la que se encuentra una escuela rural, una intermedia más selecta y una tercera bastante más elevada. Prescindamos de la enseñanza impartida en los monasterios, por ser objeto de otro lugar. Gonzalo de Berceo encontró en las villas y aldeas riojanas el tipo de escuela rural a la que acudían cristianos y judíos:

 

«Tenie en esa villa, ca era menester,

un clérigo escuela de cantar e leer.

Tenie muchos criados a letras aprender

hijos de bonos omes que querien más valer.

Venie un judezno natural del lugar

por sabor de los ninnos por con ellos iogar».

 

Esta define el código de las Siete Partidas: «es la que dizen estudio particular, como cuando algún maestro apartadamente en alguna villa muestra a pocos escolares; e tal como éste pueden facer prelado o concejo de algún lugar».

Con vuelos más elevados, las Constituciones de Aznar de 1240 se referían a un cuadro más cualificado: «Establecemos que en cada arcedianado lean dos maestros de gramática e nos que sepamos si son suficientes para leer e sea su salario convenible, establecido por el obispo o por el arcediano o por el arcipreste». Se advierte la funcionalidad del latín y de su aprendizaje como camino para la cultura y el culto; por ello, mandaba a los clérigos asistiesen a estas escuelas sin pérdida de sus raciones por ausencia de sus servicios, «e así non podrán aver excusa que non saben latín o pronunciar».

Respecto a la enseñanza superior, no sabemos qué alcance puede tener la inclusión de Calahorra -que hacen las citadas Constituciones- entre las universidades de Bolonia, París, Tolosa, para que los clérigos puedan asistir a las facultades de Teología y otras sentencias, fijando en tres años el permiso de estudios, supuesto y demostrado el aprovechamiento. Las Partidas advierten que en estos centros, «si para todas las esciencias no pudiese haber maestro abonado, que haya de gramática e lengua e retórica e de leyes e de decretos».

 

 

 
Entre estos dos baluartes defensivos, los amplios meandros del río Ebro que servían de frontera natural a navarros y riojanos.
 

La Rioja, bajo la casa de Trastámara (1369 - 1474)

Relevancia de La Rioja en la guerra dinástica

La guerra civil que surgió entre Pedro el Cruel y su hermano Enrique vino a ser cota singular dentro de la historia riojana, no sólo por la importancia de los hechos que en su geografía se desarrollaron, como son la proclamación de Enrique por rey, celebrada en Calahorra, las dos batallas de Nájera, la construcción de las murallas calceatenses, sino también por las secuelas que siguieron para la política interna de la región al pasar los señoríos riojanos a nuevos linajes.

Cuando ponía cerco a Gibraltar, murió víctima de la peste el rey Alfonso XI en 1350. De su mujer legítima, la princesa María de Portugal, nació el rey don Pedro I, que la historia llamó el Cruel; de sus relaciones con la dama sevillana Leonor de Guzmán, Alfonso XI dejaba una larga prole: hijos bastardos suyos fueron Enrique, llamado de Trastámara, por ser conde de este título; Fadrique, que llegó a ser Maestre de la Orden de Santiago; Tello, más tarde conde de Vizcaya; Sancho, con el tiempo, conde de Alburquerque y señor de Briones, Belorado y Cerezo de Rioja.

A la muerte de su padre, en 1350, fue jurado rey de Castilla don Pedro. No tardó en actuar contra sus hermanos bastardos y la madre de los mismos: ésta fue encarcelada en Talavera y ajusticiada con otros nobles. La muerte de doña Leonor de Guzmán levantó un grito unánime de rebelión contra el monarca entre el pueblo y la nobleza. Muchos nobles encabezados por los infantes se confederaron en la lucha armada. En los avatares y suerte alterna de la guerra, los confabulados llegaron a prender a don Pedro, pero se les escapó; el conde de Alburquerque murió, quizá envenenado; don Fadrique y don Tello acabaron por reconocer a don Pedro como rey; al fin quedó solo, enfrentándose a él Enrique de Trastámara, quien derrotado en los episodios iniciales tuvo que huir a Francia.

La primera batalla de Nájera en 1360

Hacia los años 1350 las relaciones de Aragón y Castilla estaban muy tensas, debido al apresamiento de unas naves italianas que defendían los derechos de Castilla y capturadas por los bajeles catalanes. El monarca aragonés Pedro IV encontró en ello la ocasión de hacer la guerra a Pedro el Cruel. En esta circunstancia, don Tello y don Enrique de Trastámara, regresando del destierro en Francia, se enrolaron bajo las banderas de Aragón, entraron en La Rioja por Alfaro y después de avanzar hasta Nájera, donde asolaron la judería, ganaron la villa de Haro y llegaron hasta Pancorbo.

El primer episodio importante de esta campaña se dio en Nájera. A esta villa volvió Enrique al enterarse de que Pedro, llegado del norte, acampaba con su tropa cerca de Azofra. Era el último viernes de abril de 1360. Don Enrique ocupaba un otero delante de la villa de Nájera con el fin de proteger la plaza; pero sus vanguardias, sorprendidas en las faldas del montículo por el empuje de las huestes de don Pedro, empezaron a retroceder; la retaguardia cedió también hasta que la intervención heroica de Gonzalo Mexía, que después fue maestre de Calatrava, pudo contener al enemigo junto a los muros, dando tiempo al conde don Enrique para llegar al «castillo que dicen de los judíos e los suyos que estaban dentro -según cuenta la Crónica- foradaron el muro de la villa e por allí entró el conde e otros de los suyos». Muchos caballeros cayeron de uno y otro bando.

Incomprensiblemente, don Pedro se retiró a sus reales de Azofra sin atender a los de su consejo que le animaban a entrar en Nájera, cercada y mal pertrechada, y capturar dentro a su hermano, pieza clave en la guerra del de Aragón. De Azofra marchó al día siguiente para Santo Domingo de la Calzada. Los del conde, tras el duro castigo sufrido, dejando Nájera y Haro, se refugiaron en Navarra; tardíamente quiso salir en su persecución don Pedro y volvió sobre sus pasos hacia Nájera y Logroño. Quizá en esta villa le alcanzó don Guido, cardenal de Bolonia, que llegaba con proposiciones de paz; con ellas, en principio aceptadas por el rey, acabó este primer capítulo de la guerra.

(Nota del editor web: más sobre la Batalla de Nájera )

El nuevo brote de 1366 y la proclamación de Calahorra

El retorno de las hostilidades constituyó una guerra civil entre los dos hermanos, aunque anduvieron de por medio Aragón y su rey. En 1366 se enteró don Pedro, que luchaba en Andalucía, de que «eran prestos ricos omes e caballeros de Aragón para venir con el conde don Enrique a entrar en Castilla». Integraban estas tropas de Aragón las Compañías Blancas, caballeros castellanos agraviados con su rey, aragoneses, ingleses, franceses, encabezados por Beltrán Du Guesclin. Entraron por Alfaro, cuya plaza no tomaron por no entretener su marcha; al día siguiente, lunes 16 de marzo, llegaron a Calahorra, en cuyas puertas el obispo don Fernando y el alcalde Fernán Sánchez de Tobar le rindieron pleitesía; el pueblo le recibió entre aclamaciones de adhesión.

Como urgía determinar la estrategia a seguir, puesto que llegaban noticias de que don Pedro había entrado ya en Burgos, el consejo del infante le sugirió que se proclamase rey «e luego allí en la dicha ciudad de Calahorra le nombraron rey e anduvieron por la ciudad llamando: Real, real, real, por el rey don Enrique».

Ebro arriba marchó don Enrique hacia Burgos para hacer frente a su hermano y rival; evitó la plaza de Logroño, siempre fiel a don Pedro; las de Navarrete, Nájera, Santo Domingo, Grañón y Belorado le abrieron sus puertas. A primeros de abril se ceñía la corona de Castilla bajo las naves del monasterio de las Huelgas, en Burgos.

    Castilla tenía dos reyes.

No regateó promesas don Pedro en su afán de captar aliados para luchar con su hermano: al Príncipe de Gales le prometió en Liourne -23 de setiembre de 1366- el señorío de Vizcaya; al rey de Navarra le ofreció las tierras de Vizcaya y Guipúzcoa, junto con las plazas de Calahorra, Alfaro, Fitero, Logroño y Navarrete y repetidas promesas de atender las reclamaciones de Carlos II de Navarra sobre Treviño, Nájera, Haro, Briones, Labastida y otros lugares que habían pertenecido a su patrimonio.

No se mostró menos generoso don Enrique al tomar a sueldo las compañías de mercenarios que habían quedado libres en Francia y al pedir secretamente ayuda al rey de Aragón, con el ofrecimiento, signado en Monzón -31 de marzo de 1363-, de entregarle la sexta parte del territorio que se conquistase.

Ambos rivales volvieron a encontrarse en un desafío definitivo junto a Nájera otra vez. Asentó sus reales don Enrique en el encinar de Bañares; en Logroño se concentraron las fuerzas de don Pedro y las del Príncipe de Gales, que llegaron por Salvatierra y Viana. El día 3 de abril de 1367, partiendo el uno de dicho encinar y el otro ejército desde Logroño, midieron sus armas en las cercanías de Nájera, con suerte adversa de nuevo para el de Trastámara. Entre los muchos caballeros que lucharon junto a éste se hallaba don Juan Ramírez de Arellano, futuro conde y señor de Cameros. A don Enrique le perdió la impaciencia: desde su baluarte de Nájera, tras cuyo río debió esperar al grueso del ejército enemigo, saltó a campo abierto por las campiñas de Alesón, Huércanos, Manjarrés; por ellas, su ejército, fuertemente acosado, se dispersó y sus tropillas dispersas fueron aniquiladas; don Enrique logró huir a uña de caballo hasta Soria, de donde pasó a Aragón y después a Francia. En el mismo campo de batalla comenzó don Pedro el cuadro de sus represalias y crueldades que le dieron fama y nombre; el terror sembrado entre los vencidos y sospechosos despertó la malquerencia de los pueblos.

Dos años más tarde, en 1379, se reanuda la lucha, esta vez lejos de La Rioja. Concentrados ambos ejércitos en los campos de Montiel, fue atraído con añagazas don Pedro a una tienda del campo enriqueño, so pretexto de negociar la paz; allí fue apuñalado por su hermano, ayudado del mercenario Du Guesclin.

Don Enrique, después de la batalla de Nájera, agradeció la fidelidad que le demostró esta villa, concediéndole en 1368 dos días de mercado libre, uno en San Miguel de mayo y otro en San Miguel de setiembre.
 

 

La fijación definitiva de la frontera

Tras el Tratado de Cuevas, los conflictos de límites no afectaron a comarcas riojanas de amplitud, sino a la posesión, cesión o conquista de plazas y castillos en su función de «fialdad» o rehenía. En gran parte, el litigio queda localizado en los aledaños de Logroño y en la comarca de la Sonsierra, con cuyo reparto -el de la Sonsierra entre Castilla y Alava quedarán asentados definitivamente los contornos políticos de La Rioja.

   Anotemos también el contraste sicológico de los dos monarcas navarros que cubren el largo período desde 1349 a 1425: Carlos II, sagaz e intrigante, a quien la posteridad llamó EL Malo; y Carlos III, de talante generoso y pacificador en los pleitos propios y en los ajenos, a quien se le apellidó el Noble. El divergente comportamiento de ambos se hizo notar en los problemas de vecindad.

Carlos el Malo de Navarra en la frontera riojana

En el Tratado de Libourne de 1366, Carlos I1 de Navarra, con su natural sagacidad, a cambio de una ayuda a Pedro el Cruel, estipulada en mil hombres de a caballo y otros mil de a pie, recabó de éste las villas y castillos de Vizcaya y Guipúzcoa, más la entrega de Navarrete, Calahorra, Fitero, Alfaro, en tanto que otras plazas, como ya se dijo, quedaban, respecto a su futura devolución, a criterio del príncipe de Gales.

Víctima de su volubilidad, en octubre del mismo año, el rey de Navarra negociaba ahora con Enrique de Trastámara, reclamando las plazas fronterizas siempre cuestionadas a cambio de no permitir el paso de los ejércitos ingleses que venían en ayuda de su hermano a través de los Pirineos y Navarra; obtendría, además, la plaza de Logroño en pago de su colaboración activa con las armas. Con tal motivo, el navarro tuvo que entregar en rehenes las plazas de Laguardia, de San Vicente de la Sonsierra y el castillo de Buradón al arzobispo de Zaragoza, fiel seguidor de don Enrique, a Beltrán Du Guesclin y a Juan Ramírez de Arellano, respectivamente.

Después de la proclamación de Enrique como rey en Calahorra, el año 1367, Carlos el Malo incorporó bélica mente a su corona las plazas de Logroño, Vitoria, Santa Cruz de Gampezo y Salvatierra, bajo pretexto de que se negaban a reconocer como señor al de Trastámara; reclamado por sus negocios al otro lado del Pirineo, salió para Francia, ausencia que aprovechó Enrique de Castilla para intentar la recuperación de dichas fortalezas, poco hacía ocupadas. Al fin, se vino a un acuerdo, gracias a la llegada urgente del cardenal Guido de Bolonia a San Vicente de la Sonsierra, ofreciéndose como mediador entre las partes. Ambos monarcas, Enrique II y Carlos de Navarra, se entrevistaron entre Briones y San Vicente; al día siguiente, el de Navarra comió en Briones invitado por el de Castilla; allí se firmaron unas bases de concordia. El cardenal falló que las plazas de Vitoria, Logroño y Salvatierra con sus territorios quedaran para Castilla, y las de San Vicente, Laguardia y Buradón se adjudicaran a Navarra; aparte se negociaron una serie de enlaces matrimoniales entre príncipes e infantes de Castilla, Navarra y Aragón con el fin de asegurar una paz duradera. El 10 de agosto del mismo año, los procuradores de los tres reinos confirmaban en Logroño las cláusulas de la sentencia arbitral.

En julio de 1378, dice Lacarra, un incidente ocurrido en Logroño, que pudo tener consecuencias insospechadas, contribuyó a precipitar la guerra. Pedro Manrique, capitán castellano de la frontera en Logroño, sobornado por Carlos de Navarra, se comprometió a entregarle la plaza de Logroño a cambio de 20.000 florines que le aseguraba el navarro, como compensación de su pensión anual. Carlos se hallaba en Viana desde el mes de mayo y con él trescientas lanzas de gascones y navarros dispuestos para tomar posesión de Logroño; el 23 de mayo daba orden de pagar los florines convenidos a Manrique, quien le prestaba homenaje y se declaraba su vasallo, fingiéndose perseguido por Enrique; dos días más tarde reconocía haber recibido dicha cantidad de manos de fray García de Eugui, confesor del rey. Siguiendo el mismo juego de la traición, Pedro Manrique había colocado algunas fuerzas, pocas, en Logroño y seis mil lanzas apostadas en Navarrete bajo Pedro González de Mendoza. Entonces invitó a Carlos II a que hiciera acto de presencia en Logroño; pero algo debió de sospechar éste y se volvió de mitad del puente, diciendo que lo haría otro día buenamente. La captura del rey navarro había fracasado y, como no podía prolongarse la ambigua situación, se decidió Manrique a reducir a la guarnición navarra que ya se había instalado en Logroño; entre los que lograron escapar estaba Martín Enríquez de Lacarra, que, saltando desde el puente, pudo salvar el pendón que como alférez portaba.

No se hizo esperar la invasión de Navarra por las tropas de Enrique; la plaza de Viana, como llave del reino navarro, fue ocupada por los castellanos y encomendada a la custodia de Pedro Manrique. De nuevo el rey de Navarra, viéndose acosado en su misma corte de Pamplona, que asediaban sus enemigos, buscó la paz en el tratado de Briones.

El Tratado de Briones, firmado el 31 de marzo de 1379, impuso duras condiciones a Navarra: todos los castillos y plazas cercanas al Ebro quedaban en hipoteca favorable al castellano, entre ellas Abalos y San Vicente de la Sonsierra; cincuenta y seis nobles y burgueses navarros debían entregarse como rehenes. Estas onerosas cláusulas se mitigaron gracias a la pacificadora actuación del joven infante Carlos de Navarra, futuro Carlos III, siempre dispuesto al buen entendimiento con su cuñado Enrique II de CastilIa. El fruto de esta política de acercamiento se recogió en las Capitulaciones de Estella, de 1386, con el paso de las plazas ribereñas, Abalos y San Vicente entre ellas, a la corona navarra.

Juan I, Enrique III y Juan II en la frontera riojana

Sus reinados, que coinciden con el de Carlos III el Noble de Navarra, discurrieron por los mismos cauces de política amistosa, no sin que periódicamente surgieran brotes de litigios concejiles en la comarca de Alfaro y Tudela.

El 20 de enero de 1423, Carlos III de Navarra otorgó el documento fundacional del Principado de Viana. Quizá buscaba con ello una vía más política que bélica para defender el rincón de la Sonsierra y las comarcas vecinas de Viana. Aunque en este protocolo hablaba de «ensalzamiento del Estado», no deja de ser sospechoso el que a la metrópoli, Viana y a su partido, junto con los señoríos de Corella y Peralta, se anejase el conflictivo distrito de la Sonsierra, enmarcado entre el Ebro y los castillos de Herrera, Toro, Toloño y Buradón. El primer titular fue su nieto Carlos, que ha pasado a la historia como el Príncipe de Viana por antonomasia. Nada, sin embargo, temió Castilla: el trono de Navarra caminaba a su extinción.

    Carlos el Noble murió en 1425. Su hija y heredera, Blanca, estaba casada con Juan, más tarde Juan II de Aragón. En esta figura poliédrica -infante de Aragón, señor de extensas heredades en Castilla, rey consorte de Navarra- anidaba un espíritu intrigante que necesariamente llevó la intranquilidad a la frontera. Por su intervención, una guerra ideada por los aragoneses, en 1429, se inició con un ataque simultáneo desde Calahorra, Logroño y Haro a las comarcas navarras, tomando las plazas de San Vicente, Laguardia y los castillos de Toloño, Toro y Buradón, que pasaron a Castilla, hasta que al año siguiente se acordó su devolución en las treguas de Majano, en Soria.

No todo fueron guerras y trasiegos de fortalezas fronterizas. En el matrimonio de Blanca, infanta de Navarra -hija mayor de Blanca y Juan de Aragón- con Enrique, príncipe de Asturias y heredero ya jurado de Castilla, se buscó la paz de ambos reinos, en 1436. En 1437 se casaron por poderes en Alfaro. La princesa, acompañada de su madre y del príncipe de Viana, llegó a Corella, adonde fue a buscarla el príncipe de Asturias para conducirla a Alfaro y allí celebrar las bodas. Se estjpuló la paz y, según Moret, fue entonces cuando se reintegraron a Navarra las repetidas plazas de la Sonsierra.

Pero la lucha de Juan II de Aragón con su hijo Carlos, príncipe de Viana, tantas veces complicadas por intereses de reyes y nobles de otros reinos, acercó de nuevo las armas al escenario de La Rioja y la Sonsierra. Temiendo una ofensiva de los castellanos partidarios del príncipe, don Juan fortificó, en 1451, la plaza de Briones, que había arrebatado a Sancho de Londoño; todo el mes de julio vigiló la frontera riojana, pero no pudo evitar la caída de Buradón en manos de Enrique de Castilla y la penetración de éste en Navarra.

 

Enrique IV y la Sonsierra de Navarra

En 1461, Enrique IV, primo y cuñado del príncipe de Viana, prometía a éste su ayuda para recuperar el trono de Navarra; en tal plan consiguió la rendición de Laguardia, San Vicente, Viana y Los Arcos, que ocupó Gonzalo Saavedra con el ejército castellano. En la sentencia arbitral, pronunciada por Luis XI de Francia, en 1463, para dirimir las cuestiones surgidas entre Castilla y Aragón, con motivo de la sublevación de Cataluña, la Sonsierra y el partido de Los Arcos, como peones de ajedrez, entraron en juego y no se devolvieron a la corona de Navarra. Tampoco sirvió la violencia: durante la gobernación de doña Leonor en Navarra, en 1462, su esposo el conde de Foix, aprovechando momentos de crisis castellana, se apoderó de Calahorra e intentó penetrar en Alfaro, como bazas para exigir la devolución de Los Arcos y la Sonsierra; llegó a las puertas de Alfaro sin más éxito y al fin hubo de evacuar Calahorra.

En 1466, Enrique IV ordenó a los habitantes de la Sonsierra que accedieran a la Hermandad de Alava para luchar contra las partidas de ladrones y malhechores que se refugiaban, saltando a esta parte desde Alava.

La suerte estaba echada. Aunque los reyes de Navarra reclamaron repetidas veces las tierras de la Sonsierra a don Enrique y después a Isabel y Fernando, no sólo ellas, sino toda Navarra, sería ocupada por Fernando en 1512 y sancionada su anexión a la corona de CastilIa en las Cortes de Burgos de 1515. Navarra, no obstante, mantuvo su personalidad, instituciones e identidad dentro de la unidad española.

Dinámica interna en los siglos XIV y XV

Es sabido cómo las «mercedes» de los Trastámara o favores otorgados a la nobleza, en títulos y señoríos, constituyeron un arma de dos filos para su débil dinastía: por una parte, la promesa de tales mercedes proporcionaba a la corona el apoyo de los nobles en momentos de apuro; por otra parte, una vez concedidas, potenciaban de tal forma la situación de la nobleza que los pueblos quedaban totalmente sometidos y el poder de la corona virtualmente mediatizado.

Con la victoria de Enrique II, llamado el de las Mercedes, el mapa de señoríos de La Rioja queda totalmente trastocado según estas líneas:

 

El Señorío de Cameros

 

EI 18 de abril de 1366, Enrique de Trastámara concedía a don Juan Ramírez de Arellano, caballero navarro, adicto siempre a su partido y a sus armas, el señorío de Cameros, que comprendía las tierras de Yanguas y de Munilla, la casi totalidad de los Cameros Viejo y Nuevo, tierras de Mansilla y Anguiano, tierras de Cornago, valle medio del Iregua en Nalda y Entrena. Más tarde absorbió las villas de Murillo de Río Leza, Arrubal, Ausejo y Carbonera; en 1381 se extendió a Aguilar de Inestrillas con Navajún y Valdemadera, titulándose sus señores por ello condes de Aguilar. Al fin, Cervera del Río Alhama, que concediera Du Guesclin, fue cedida por éste a los Ramírez de Arellano. Cuadro extenso el del Señorío de Cameros, que desde Cervera a Canales de la Sierra abarcaba casi una tercera parte del suelo riojano.

 

 
Puente de San Vicente, puerta de la Sonsierra.
 

 

Señorío de Ortigosa, Villoslada y Lumbreras

El mismo año de 1366 recibía estas villas como señor don Pedro Manrique III, señor de Amusco.

 

Señorío de Ocón y su castillo

Extendido por las aldeas de Corera, Galilea, El Redal, Pipaona, Santa Lucía, Los Molinos, Aldealobos, Oteruelo, Las Ruedas y presidido por el castillo el señorío de Ocón, vino al adelantado mayor de Castilla, don Diego Gómez Manrique, en 1379, que además inició la línea de los condes de Treviño y cuyos descendientes en tiempo de los Reyes Católicos obtendrán el título de duques de Nájera.

Señorío de Arnedo

A través de Du Guesclin, recibió el señorío de Arnedo don Pedro Fernández de Velasco. Su nieto, del mismo nombre, fue nombrado más adelante por Juan II de Castilla señor y conde de Haro.

Señorío de Cornago, Alfaro y Jubera

Con estas villas y sus tierras hasta las alturas del valle juberano, fue galardonado don Juan Martínez de Luna, caballero aragonés de las filas enriquistas. En 1440 se hizo mayorazgo por concesión del rey a una hija bastarda del condestable Alvaro de Luna.

Señorío de Bríones

Concedido por el rey don Enrique a su hermano el infante don Sancho.

Abadengos en los siglos XIV y XV

Se mantuvieron en el cuadro de jurisdicciones los mismos estados de los monasterios tradicionales.

El Monasterio de San Mil/án agrupaba los lugares de Pazuengos, Badarán, Cordovín, Villaverde, Cárdenas, Bobadilla, Ledesma, Camprovín, Ventosa, Cidamón, Villaporquera, Castañares y Cihuri. El de Valvanera gozaba de comunidad de pastos con las villas de Matute, Tobía, Anguiano, con San Millán y valle de Ojacastro y cinco villas de Canales. El abadengo de Cañas se extendía por el valle de este nombre.

El Señorío de Arnedillo pertenecía al obispo de Calahorra desde Alfonso VIII; el Señorío de Laguna, en Cameros, era vasallo y feudo de la colegiata de Albelda, comprado al monasterio de Cañas en 1372.

Las villas realengas

Completaban la panorámica jurisdiccional riojana unas cuantas villas, vinculadas al poder real: Logroño, Calahorra, Santo Domingo, Nájera, Navarrete con sus cinco villas, Cenicero, Grañón y otras menores. Sólo un tercio de las villas riojanas, según este cuadro, eran libres; obsérvese que casi todas ellas se alineaban junto al Camino de Santiago: con ello y con las mayores libertades de que gozaban se determinó un crecimiento mayor en ellas en la baja Edad Media.

La nueva política señorial y las villas

Ya se ha dicho que el sistema de aprovechamiento del territorio riojano pasó de la ocupación altomedieval, en buena extensión, a través de las comunidades de aldeas, al dominio jurisdiccional de los señoríos. Los señores llegaron a imponer la regulación de cultivos, la cuantía de rentas e impuestos y el nombramiento de oficiales y ejecutores de la justicia.                       

La diferencia -observa Leza- entre los señoríos anteriores y los que se dan con la dinastía trastamarense atiende sobre todo a que los López de Haro y los Díaz de Cameros gobernaron la mandación de La Rioja políticamente vinculados a la corona, por una delegación regia y unas actuaciones de mayor resonancia pública, en tanto que los señores aupados por los Trastámara ofrecen unas miras particularistas, pues «su jurisdicción, en cierto modo personal, gozaba de autonomía en la administración de la justicia y regulación de las actividades de los concejos, es decir, unas actuaciones de tipo administrativo local, de escasa manifestación en la vida pública del reino y que, por lo tanto, no dejan huella perceptible para la historia».

Paulatinamente esta nobleza, delegadas sus funciones en los alcaldes y merinos, fue trasladando su residencia desde las villas y sus Estados, a la Corte, al ambiente de lujo y de intriga, clima de mayores éxitos. Desde allí imponían gravámenes múltiples a sus súbditos, en detrimento de la corona y los municipios. Se trató de remediar la situación en 1442, con una normativa que frenaba la enajenación de realengos y propiciaba la oposición, aún armada, a las tropelías de los nobles, pero la debilidad de Juan II y de Enrique IV la hicieron ineficaz.

Los municipios, por su parte, se vieron sometidos a situaciones críticas. Las mercedes reales motivaron el oscurecimiento de las villas reales, mientras se vigorizan las tierras de señorío: numéricamente los núcleos del señorío superaron las tres cuartas partes, cuando las villas del rey sumaban un tercio de los poblados riojanos.

Vino a sumarse en este entorpecimiento progresivo de las libertades y derechos forales de las villas la introducción de los corregidores desde Enrique III, elemento cada vez más poderoso de centralización en manos de los reyes. No obstante, la tributación de las realengos no alcanzaba las altas tasas impuestas por los señores ni sus libertades se vieron tan limitadas. Ello explica la lucha de las villas y poblados por liberarse de la nobleza, la constancia de las mismas en defender sus fueros, la persistencia en mantener movimientos federativos, como tendremos ocasión de ver en la secuencia histórica de cada monarca.

Consecuencia histórica de los Trastámara

Enrique II, EL DE LAS MERCEDES (1369-1379)

La villa de Haro se dio en señorío al infante Sancho. No lo soportó el talante de sus vecinos, que ya en tiempos de Pedro el Cruel, año 1358, habían suscrito la llamada Junta de Haro, para defenderse de poderosos y malhechores con Vitoria, Logroño, Nájera, Miranda, Salinas de Buradón, Briones, Davalillo, Treviño, Puebla de Arganzón, Santa Cruz de Campezo; no extraña que, muerto don Sancho, los procuradores de Haro recabaran del rey su vuelta a villa realenga. Lo mismo consiguió Navarrete y Canales no cejó hasta conseguir la facultad de nombrar alcaldes al margen de su señor Ramírez de Arellano. En tanto, las realengas ven confirmados sus fueros para nombrar alcaldes y merinos, como Calahorra en 1371, Nájera en 1387, Santo Domingo de la Calzada en 1375.

Enrique II, por tantos motivos vinculado a La Rioja, volvió a estarlo por su muerte: le alcanzó repentinamente en Santo Domingo, el 29 de mayo de 1379. Allí mismo fue alzado rey su hijo Juan I de Castilla.

JUAN I DE CASTILLA (1379-1390)

Con ánimo de restaurar el orden, afianzó las Cortes, donde se vieron representadas las villas e intentó promover la vitalidad de los concejos, fijando las competencias de las jurisdicciones municipal y señorial. Confirmó, en este sentido, el privilegio ya otorgado por Fernando IV de que los pueblos afectos al fuero de Logroño apelaran al alcalde de esta villa; mejoró los privilegios de las iglesias, como la de la Calzada, o de los monasterios sobre frutos y pastos. Hubo paz en la frontera navarra.

Enrique III EL DOLIENTE (1390-1406)

Conminó las mercedes hechas a los señores con el favor a las villas mayores, eximiendo a la de Santo Domingo de portazgos en 1391, allanando las dificultades que se ponían a quienes inmigraban a Nájera o Briones, concediendo a San Millán todo el pan de la castellanía de Nájera, privilegio ya otorgado por Enrique II. No obstante, la nobleza aspiraba a continuas mercedes y de este modo Juan Alfonso de Salzedo recibía, en 1394, en señorío la villa de Anguciana, «en consideración a los muchos e buenos servicios». Durante este reinado se generaliza la actuación de los corregidores, guardianes primero de la administración municipal y más tarde fiscales regios en los municipios.

JUAN II (1405-1454)

Declarado mayor de edad a los quince años, su reinado significó el ascenso vertiginoso y el trágico fin del condestable Alvaro de Luna. Después de una turbulenta minoría del rey se estableció un triple turno de nobles que se sucedieron en el Consejo Real, para evitar más luchas; en uno de estos turnos, el joven rey quedó secuestrado y sólo la audacia de Alvaro de Luna pudo liberarle; desde ese momento, Luna entró en la privanza del monarca. Durante los años de amistad, encontramos al rey ya don Alvaro sometiendo en las luchas banderizas a Logroño y Navarrete, y al Luna saltando los muros y luchando por las calles de Briones. Pero las intrigas de la infanta portuguesa Isabel se cruzaron en los caminos del condestable hasta provocar su voluntario ostracismo y en un momento de ruindad regia hasta su prisión y su muerte en una condena que la historia ha juzgado injusta. En el asendereado final de don Alvaro le fueron fieles su sobrino Juan de Luna, señor de Cornago, lo mismo que el mariscal Sancho de Londoño, señor de Briones, y Juan Ramírez de Arellano, que lo era de Cameros.

En 1430, los Fernández de Velasco, linaje que ya tenía el señorío de Arnedo, amplió su prestigio, adquiriendo por concesión real el título de condes de Haro y el señorío de esta villa. Gran figura la de su primer titular, don Pedro: «Celoso de la justicia, de íntegra honradez y de corazón bondadoso, mereció el bello dictado de buen conde de Haro»; cargado de años y méritos, murió a los noventa, en el monasterio de Medina de Pomar.

Haro, pues, perdió su realengo una vez más, en tanto que otras villas reafirmaban su personalidad. Logroño accede al título de ciudad en 1431, y una de sus iglesias, Santa María la Redonda, asciende a colegiata en 1435; en su plaza mayor se abren los tribunales diocesanos; llegaron en 1432 con su bagaje docente los dominicos; como nudo de comunicaciones por su puente y sus rúas pasan recuas con varios géneros, sobre todo vinos y lanas. Logroño va destacando demográfica y socialmente de las otras villas riojanas. Nájera consigue el título de ciudad en 1437. Los de Alfaro se emancipan de los Luna en 1456, para gozar de las exenciones como villa realenga y otras franquicias y libertades.

ENRIQUE IV EL IMPOTENTE (1454-1474)

Con la llegada paulatina de los nobles a la Corte, la indisciplina alcanzó a la misma vida palaciega; rayó en cotas de libertinaje durante la situación histórica que nace y se desarrolla en torno a la figura de Juana la Beltraneja.

Aunque confirmó ciertos favores antiguos a Santo Domingo, sobre pedido y moneda, así como a Nájera sobre población y a los monasterios sobre pastos, impuso a toda la merindad de Rioja, en 1462, un tributo de moneda y pedido.

En el pleito sucesorio de la Beltraneja, frente a las aspiraciones del infante Alfonso e Isabel la Católica, no pudo menos de tomar partido la nobleza riojana. El «buen conde de Haro» firmó al carta de Burgos, haciendo crítica al rey e intimidándole a que desconociese como hija a la Beltraneja; su hijo, adicto primero a Enrique, sirvió después de muerto éste con lealtad a Isabel; el señor de Cameros y don Pedro Girón, señor de Briones, militaron siempre en las banderas enriqueñas contra Isabel y Alfonso; no así don Pedro Manrique, conde de Treviño, señor de Ortigosa, Lumbreras y Villoslada, que fue partidario primero de Alfonso y después de Isabel. En 1468 encontramos al obispo de Calahorra, don Rodrigo Sánchez de Arévalo, en la comitiva del rey que asiste a la junta de Toros de Guisando. Las villas y concejos, hartos de tropelías pasadas y temerosos de otras futuras, se abstuvieron de intervenir y mantuvieron algunas hermandades, como único freno a las demasías de los poderosos.

Vida e instituciones bajomedievales

LA POBLACION

Carecemos de estudios sobre la población bajo medieval en La Rioja. Encajadas sus comarcas entre Castilla, Navarra y Aragón, podemos pensar que la evolución demográfica registrada en estos reinos afectó a esta pequeña parcela intermedia. Debido a los fenómenos sufridos por el ámbito peninsular, como fueron la peste negra y las crisis de subsistencias, se determinó en el siglo XIV un proceso regresivo en la población, que vino a superarse a lo largo del siglo XV. Puede orientarnos respecto a La Rioja la desaparición múltiple de aldeas en la región, y más concretamente en el valle del Iregua; el poblado de Madres aparece por última vez en 1392; Mogrones, en 1386, Oriemo, en 1335; Palazuelos, en 1331; Yangua, en 1265; Pavía, en 1315; Vililla de Ocón, en 1358; Cuevas, en 1358; es bastante indicativa la desaparición de tantos poblados a lo largo del siglo XIV.

Por otra parte, como ya se ha visto, los reyes insistieron en dar facilidades a los inmigrantes que acudían a las villas realengas de Nájera, Briones, así como la liberalización de los mercados en las villas.

LAS CLASES SOCIALES

Como en el período anterior, encontramos a los nobles y eclesiásticos, a los cultivadores de la tierra y pequeños artesanos; a las minorías étnicas de judíos y mariscos.

De los nobles ya se ha dicho bastante, por su intervención continuada en la dinámica interna de la región, en los siglos XIV y XV.

VIDA Y ORGANIZACION ECLESIASTICA

La diócesis, sufragánea de Tarragona desde 1238, pasa a serlo de Zaragoza en 1318, erigida como metropolitana por Juan XXII, a petición de Jaime I. Dentro de la extensa diócesis calagurritana continuó la misma división en arcedianatos, arciprestazgos y parroquias.

En la organización parroquial se detectan abundantes cofradías, en cuyas advocaciones e iconografía registramos, como devociones centrales del pueblo, los temas góticos de Cristología y Mariología y hagiografía variada.

Sólo de paso estuvieron muchos de los obispos, bien en espera de diócesis más pingues, bien dedicados a la política y a la guerra, por pertenecer a familias nobles, bien ocupados en Roma por largos pleitos. El episcopologio de la época se nutrió de notables apellidos, como Díaz de Mena, Juan de Guzmán, Pedro González de Mendoza -hijo del marqués de Santillana-, Fadrique de Portugal -hijo del conde de Haro-, Pedro Fernández de Velasco -hijo del condestable de Castilla, Alonso de Castilla, nieto de Pedro el Cruel-, Diego de Zúñiga ... Aunque los vicarios atendieron la vida diocesana, los obispos asistían a los concilios provinciales de Zaragoza, a las cortes de Castilla y celebraron frecuentes sínodos locales con minuciosas constituciones. Puede citarse como tipo a Diego de Zúñiga, gran legislador en sus sínodos y constituciones; como administrador erigió la colegiata de Santa María de la Redonda, cerca de su palacio y tribunales episcopales; como hombre de su tiempo, sufrió y gozó los vaivenes cortesanos y guerreros de su noble familia.

Cercanos a villas y ciudades se abrieron los pequeños conventos franciscanos de Cidamón, en 1456, trasladados más tarde a Santo Domingo; el de Navarrete, fundado en 1427; el de Arnedo, en 1446; el de Cornago, en 1458. Siguiendo los mismos cánones de pobreza, junto con su vocación docente, aparecieron en Logroño los dominicos, en 1432, reaprovechando la casa de Valcuerna, atentos a la promoción cultural y religiosa de Logroño y su comarca.

JUDIOS y MORISCOS

Numéricamente las aljamas de La Rioja fueron aumentando, si comparamos las siete que registra el Padrón de Huete, de 1290, con la relación recogida por Amador de los Ríos en su Historia de los judíos en España, que además de estas siete, recuerda las de Jubera, Arnedillo, Herce, Préjano, Cervera del Río Alhama, Grañón, Leiva, Briones, Bañares, Navarrete en tiempos de Enrique IV. «En su tierra y en su corte -dice del conde de Haro el viajero León de Vozmital, al pasar por La Rioja- hay moros, judíos y cristianos, y a todos los deja en su manera de pensar.» No obstante, latía en el pueblo un odio antisemita, nacido de sentimientos raciales y religiosos y de su molesta dedicación a la usura y a la recaudación de los tributos del rey, con que se compensaban del dinero adelantado a la corona: con este encargo recorren La Rioja don Çab Goey, judío de Burgos, en 1367, y Bienveniste, de Burgos, con Rabí Mose Uriel, como recogedores de los tercios reales en las iglesias riojanas. Con frecuencia, la hostilidad no pasaba de obligarles a llevar un signo distintivo, como ordenara el Concilio de Letrán en 1215; pero llegado el siglo XIV, las relaciones se fueron enrareciendo por culpa de las predicaciones antisemitas, como la del 1328 en Navarra, a la que siguieron abundantes atropellos, o por la enemiga de Enrique de Trastámara, lleno de saña antijudía, en tanto que su hermano Pedro seguía una política filosemita. Debemos recordar dos situaciones relevantes: las matanzas de judíos en Nájera y Miranda de Ebro, ejecutadas por las tropas enriqueñas; y la explosión popular de Logroño, que haciéndose eco de las jornadas de Andalucía y Castilla, atizadas por el arcediano de Ecija, en 1391 incendiaron la judería logroñesa en ese mismo verano. Se siguieron hasta 1412 muchas conversiones sugeridas por el miedo; muchos huyeron, otros se ganaron a las autoridades con sobornos, hasta que el ordenamiento sobre judíos y moros mandó «que los judíos viviesen en barrios separados de los cristianos por murallas con una sola puerta de acceso». Al amparo de esta normativa, los judíos logroñeses volvieron a reconstruir en 1480 su ghetto, que el pueblo llamó la Villanueva.

LABRADORES E HIDALGOS

Así aparecen llamados los integrantes del último de los estratos sociales. Los hidalgos, aunque pertenecientes a la baja nobleza, económicamente son asimilables a los villanos, sin que se aprecie entre ellos apenas mayor barrera social. Predomina la vida rural, dedicada a la ganadería y más aún a la agricultura.

 

Economía y caminos

Durante estas dos centurias, se promovió la plantación de viñas, mediante el cultivo directo del dueño de la tierra o bien por rentacenso, con la obligación de plantar viña en la tierra de secano. Los protocolos señalan las labores de plantar, cavar, hedrar, podar y la proporción en los repartos del fruto. Los excedentes de vino crearon problemas de competencia con los caldos de Navarra y Alava. Se registran numerosas bodegas y grupos de artesanos vinculados al vino, como toneleros, cuberos, pellejeros.

En los secanos se producía trigo, cebada y centeno; en los Cameros, la comuña. Las rentas se pagaban en trigo medido, como los otros cereales, en cozuelos o cozoladas. Las veredas pagaderas al señor o al dueño de la tierra, que en siglos anteriores se satisfacían con prestaciones «trayendo e acarreando las mieses de las piezas e el pan de las aldeas e la vendema de las viñas al sahariz», vinieron a pagarse en trigo o en dinero desde mediados del siglo XIV. El animal de tiro era el buey. Junto a los ríos se alzaban molinos y ruedas de los particulares o de las villas, donde se pagaba la maquila por la molienda. En las márgenes del río abundaban los huertos, los árboles frutales y se cultivaba el cáñamo.

En la sierra se experimentó durante estos dos siglos un auge notable de la ganadería gracias a la Mesta y a la trashumancia; registramos ganado vacuno y porcino en los pastizales cameranos y sobre todo numerosos rebaños, así como en la Demanda y sierras de Cornago y Jubera.

El cáñamo y la lana se tejían dentro de cada comarca en las cantidades necesarias para el consumo local. Para cuya elaboración funcionaban en los ríos riojanos numerosas ruedas y batanes. Así lo asegura la toponimia. El resto de la lana se exportaba a Castilla por Soria y Burgos. Un trazado de vías y caminos unía los poblados con las villas de cabecera; otras rutas interregionales llegaban a Burgos por Montes de Oca; a Soria por Piqueras y Oncala; a Vitoria por Herrera y Lapoblación; a Navarra por Viana; a Zaragoza por Alfaro y Cervera. En muchas villas y aldeas se abrían hospitales y albergues, como en Albelda, Torrecilla en Cameros, Lumbreras, Bañares, Cenicero, Cañas, Matute, San Millán, Briones; los tenían también las villas aledañas a los grandes caminos. Por éstos abundaban los pobres.

El porcentaje de pobres rayaba muy alto a juzgar por los datos conocidos de la Sonsierra -en 1366 eran en San Vicente el 69 por 100-, índices correctamente transferibles a las comarcas riojanas, parecidos y confirmados por las asignaciones dedicadas a alimentar y vestir pobres que aparecen en los testamentos y reglas de cofradías.

Gobierno, justicia y policía en villas y señoríos

Régimen en las villas reales

Se acentúa en estas dos centurias la centralización mediante leyes que robustecían los poderes del príncipe y el fortalecimiento de la figura de los corregidoresy regidores perpetuos.

En las Cortes de Toro se crea una audiencia central para la administración de la justicia. Desde Juan II se pretendió llegar a un ejército estable para el que villas y ciudades debían aportar lanceros y ballesteros. Otras cofradías de ballesteros se encargaban de la policía local, como la de Logroño, Abalos, Calahorra. Para subvenir a los gastos de guerra y de corte se recurrió a una gestión rígida de la hacienda pública, mediante el cobro ordinario de alcabalas por comercio y de tercias a las iglesias, como principales fuentes de ingresos regios; el pueblo sufría también derramas extraordinarias, como la que soportó el vecindario de Logroño en 1366 para gastos de guerra. Las recaudaciones reales, como ya dijimos, caían frecuentemente en manos de los judíos. Los productos del campo y de la ganadería pagaban además diezmos a la iglesia local y diocesana.

Rioja y Logroño siguieron como merindades dependientes del merino mayor de Castilla, cargo de confianza del rey. Numerosas villas riojanas gozaban de asiento en Cortes; su importancia decayó en el siglo XV; del mismo modo estaban adheridas a hermandades generales y locales.

El Ordenamiento de Alcalá reforzó aún más la centralización al ordenar que en cualquier situación jurídica prevaleciera la legislación real sobre los fueros municipales. En La Rioja, por su situación de frontera, los reyes hubieron de acceder a concesiones que retardaron los efectos del Ordenamiento. Dentro de cada localidad, los regidores perpetuos, pertenecientes de ordinario a las clases poderosas, suplantaron la buena intervención de los concejos locales; junto con los regidores ordenaban la vida local los merinos y los alcaldes, ayudados de fieles y veedores.

Cada población se dividía en quiñones, cuadrillas o vecindades.

Régimen en una villa abadenga

A juzgar por las ordenanzas municipales de Laguna de Cameros, datadas como del siglo xv y por algunas visitaciones como de principios del XVI, el cuadro social de una localidad camerana se describe dentro de estas líneas.

El señorío de Laguna y sus vecinos, como vasallos, pertenecían a la colegiata de San Martín de Albelda desde 1372.

Vivían una economía ganadera principalmente, con abundancia de ganado bovino, porcino, ovino, mular y asnal, y cubrían algunos pagos con algo de trigo y cebada y bastante comuña. Funcionaban también algunos telares de paño basto y algunos molinos. Cada vecino, aparte sus heredades, podía explotar cuatro fanegas de terreno comunero del cabildo, perdiendo su derecho si no las cultivaba; también podía recriar ganados y engordarlos en las dehesas del común. Un ganadero o varios guardaban el ganado de los vecinos. Cada vecino debía cerrar sus fincas para que no entrara el ganado ajeno, y se sancionaba duramente a los que hurtaban las traviesas de las cerraduras.

La administración del concejo se ejecutaba por alcaldes y jurados, necesariamente residentes; los alcaides, en número de dos: uno residente y el otro «de los que van a Extremo», que debía dejar un sustituto en su ausencia. Atribuciones suyas eran repartir los impuestos por vacas y fuegos o familias, urgir el pago de rentas por entras, empadronar las fincas y cobrar por ellas antes de San Miguel, cuidar que el ganado no ande suelto de junio a agosto por las mieses. En los primeros días de cada año, los alcaldes salientes debían dar cuenta de los ingresos, gastos y asuntos pendientes a los alcaldes nuevos, a los cuadrilleros y a seis hombres buenos elegidos por todo el concejo. Un escribano registraba «gastos e repartimientos del concejo» en un libro abierto cada año. El concejo tenía en la iglesia, como lugar más seguro, un arca de dos llaves, una para cada alcalde, donde el escribano guardaba cartas y memorias y, a veces, algún dinero.

Los alcaldes se sentaban los lunes y viernes para administrar justicia a la puerta de la iglesia. Al demandante forastero se le oía en cualquier día. Las sanciones más frecuentes se producían por faltas del ganado en los pastos, denunciadas por los montalgueros o deheseros, en su función de guardianes de la propiedad particular y de los propios del concejo. Quienes quebraban setos y cerraduras sufrían la sanción de diez maravedís; los que hurtaban carneros u ovejas, cincuenta y treinta maravedís; los hurtos mayores o menores, proporcionalmente a este módulo. Bajo sanción se prohibían las palabras injuriosas a particulares y, más duramente, a los oficiales, alcaides y merinos; mayores sanciones se cuantificaban contra quienes empleaban armas contra el merino, alcaldes u oficiales cuando éstos iban a prendar o a prender; mucho más, los delitos de sangre. Los alcaldes podían pedir ayuda a los vecinos para prender a los delincuentes.

Se castigaba con pérdida de acción al vecino que tomaba prendas por su mano, sin recurrir a los alcaldes. Cuando un vecino, emplazado por otro, no se presentaba, debía pagar una sanción a discreción del alcalde, así como el que presumiblemente acusaba sin fundamento y con mala intención.

Aparte de las rentas y pechos, los canónigos de Albelda, como señores, tenían derecho de visita anual, con cobros de costa y hospedaje.

 

 

Obras de consulta

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De Leza, Jesús. Los López Díaz de Haro, señores de Vizcaya, y los señores de Cameros en el gobierno de La Rioja. Logroño, 1954.

De Leza, Jesús. Señoríos y municipios de La Rioja durante la Baja Edad Media. Logroño, 1955.

Crónicas de los reyes de Castilla. Preparada por Cayetano Rosel!. Biblioteca de Autores Españoles Ribadeneira. Madrid, 1875.

La gran Crónica de Alfonso XI. Edición preparada por Diego Catalán. Madrid, 1977.

Pero López de Ayala. Crónicas de los reyes de Castilla. BEA. Madrid, 1875.

Hergueta, Domingo. Historia de la ciudad de Haro. Haro, 1906.

González de Tejada. Historia de Santo Domingo de la Calzada. Madrid, 1702.

Martínez Díez, Gonzalo. Fueros de La Rioja. Madrid, 1979. (Felipe Domingo Muro Fueros de La Rioja: nota editor web)

Goicoechea, Cesáreo. Castillos de La Rioja. Logroño, 1949.

Maldonado y Cocat, Ramón. La Rioja en la guerra civil entre don Pedro el Cruel y don Enríque de Trastámara, Berceo V (1950), 523-546.

Crónica de don Alvaro de Luna. Madrid, 1754.

Suárez Fernández, Luis. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV (1407-1474) en «Historia de España» de Menéndez Pidal.

García de Cortázar, José Angel, Introducción al estudio de la sociedad altorriojana en los siglos X a XIV. Berceo 88 (1975), 3-29.

García Prado, Justiniano. El Reino de Nájera. Logroño, 1981. (Este autor recoge una amplia bibliografía de consulta, así como fuentes sobre la historia medieval riojana.) 

 

 

 
 

 

HISTORIA DE LA RIOJA (VOL. II)
EDAD MEDIA
La Rioja bajo la monarquía castellana
ELISEO SÁINZ RIPA 
(Catedrático de Instituto. Miembro numerario del I.E.R.)
Edita CAJA RIOJA
LOGROÑO 1983

 

 

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