Nájera, 3 de Abril de 1.367. 

       El viento frío de norte azota el alto de San Antón. La avanzadilla inglesa, se repliega hacía Navarrete ante el movimiento de las tropas de Enrique, que dejan el amparo de las aguas del Najerilla y el Castillo de Nájera;  traspasan a buen paso las terrazas del río Yalde y buscan los altos de San Antón que permanecen invisibles bajo la niebla.  
        Mientras, el grueso de las huestes de Pedro el Cruel y del Príncipe Negro mantiene sus líneas y la caballería inicia su estrategia envolvente por el flanco izquierdo del enemigo.


          

PROTAGONISTAS

DON PEDRO I, REY DE CASTILLA Y DE LEÓN

        En primer lugar, surge ante nosotros la notable personalidad de Don Pedro I, rey de Castilla y de León por derecho sucesorio y a quien unos, los más, tildaron de cruel y otros, los menos, de justiciero. Quizá le cuadraran ambos calificativos, dado que, en su reinado y, en general, en toda la Edad Media, los procedimientos judiciales solían ser harto expeditivos, muy personales y sumarísimos. Fue cruel cuando mediaba la sinrazón de su natural apasionado y violento y sería justiciero en aquellos acontecimientos en que la razón o el bien de su pueblo le concedieran la oportunidad de practicar la justicia. De cualquier modo, ser justiciero denota entender la justicia de una forma implacable.
        Nació don Pedro en Burgos el día 30 de Agosto de 1.334 y murió en Montiel (Ciudad Real) el 23 de Marzo de 1.369.A""
        
Heredó el trono de su padre don Alfonso el Onceno y fue su madre doña María de Portugal, a la que pronto abandonaba don Alfonso, enamorado de doña Leonor de Guzmán, dama de gran hermosura y noble linaje, señora de Medina Sidonia y otras plazas, por herencia de sus padres don Pedro Martínez de Guzmán y de doña Beatriz Ponce de León. A los 19 años, doña Leonor, ya era viuda del noble caballero don Juan de Velasco; sin embargo, inspiró a don Alfonso una loca pasión que sólo se extinguió con la muerte del monarca. Con ella tuvo don Alfonso nueve hijos y una hija; de ellos sólamente conocemos a Enrique, Fadrique (hermanos gemelos), Sancho, Tello, Juan y Alfonso; este último moriría pronto.
        Don Alfonso XI murió de peste en el sitio en que tenía puesto a Gibraltar, en 1.350.
        Don Pedro I accedió, entonces, al trono de Castilla y León cuando contaba la edad de quince años y siete meses.
        Tras los funerales de su padre, su madre doña María hizo encarcelar en el Alcázar de Sevilla a doña Leonor de Guzmán, su rival, que luego trasladó a Carmona, después a Llerena y más tarde a Talavera de la Reina donde, por medio de un escudero, le proporcionó la muerte.
        Es lógico deducir hasta qué punto el acto vengativo y sanguinario de su madre, influiría en el vehemente carácter de su hijo, que, a la largo de su azaroso reinado de 16 años, resolvió de idéntica manera las diferencias u ofensas que, con sus opositores y enemigos, se le fueron presentando.
          
        Era don Pedro alto de estatura, blanco de tez y rubio de ca- bello; de majestuoso porte y ceceaba al hablar como los andaluces (no en vano se había criado en Sevilla); era activo y enérgico, resistente y sobrio; dormía poco y trabajaba mucho, pero se afirma que estaba dominado por la codicia y la lujuria.
        De su matrimonio con doña Blanca de Borbón, la francesa hija del Duque de Borbón, por la que pronto sintió gran desvío, no quedó descendencia.
        En cambio, como le ocurriera a su padre con doña Leonor de Guzmán, de su gran amor, doña María de Padilla, nacieron tres hijas: Beatriz, monja clarisa en Tordesillas; Constanza, que casó con el Duque de Láncaster e Isabel, casada con el Duque de York, hermano del anterior. Otro hijo, Alfonso, murió en la infancia. Tuvo, además, muchos hijos naturales.
        Un gran escandalo dió don Pedro al contraer matrimonio, por conseguirla, con doña Juana de Castro, mujer honesta y bellísima de la que se separó, en breve, para no verla más. Era hermana de la también bellísima y desgraciada Inés de Castro.
        No es cosa de extendernos aquí en las casi infinitas vicisitudes de su azaroso reinado, ni del de su hermano Enrique II al que pasamos a conocer también sucíntamente.

 

 DON ENRIQUE II DE CASTILLA y LEÓN

        Conocido como "El de Las Mercedes", "el Fraticida" y "el Bastardo" , era el mayor de los hijos, ya nombrados, fruto de los amores de don Alfonso XI y de doña Leonor de Guzman.
        Nació en Sevilla a finales de 1.333 y murió en Santo Domingo de la Calzada el 29 de Mayo de 1.379, siendo llevado a enterrar a Burgos por su hijo y sucesor el Infante don Juan, después Juan I; más tarde su cadaver fue llevado a Valladolid y Últimamente a Toledo, según su voluntad, y allá descansa en la Capilla que él mandó construir en la iglesia Mayor de Santa Maria.
        Su corazón, sin embargo, reposa en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, en una arqueta de madera. Un corazón que latiera tan agitadamente, hace seis siglos, en el fratricidio de Montiel.
        Todavía muy niño, era nombrado Conde de Trastamara, asistiendo junto a su padre al sitio de Gibraltar en el que sabemos que don Alfonso murió de peste.
          Poco después, fué apresada su madre, doña Leonor, en el Alcazar de Sevilla. La prisión no era todavía tan rigurosa que no se permitiese a su hijo, el Conde don Enrique, visitar diariamente a su madre. 
          Una imprudencia de ésta vino a empeorar su situación y turbó, una vez más, la discordia entre las dos familias rivales.
          La imprudencia de doña Leonor, amén de tener su arte y su gracia, tuvo también sus consecuencias históricas. Y es el caso, que, doña Juana, hija de don Juan Manuel, señor de Villena, estaba prometida a don Enrique. Sin embargo, su influyente hermano don Fernando de Villena, de acuerdo con la reina madre, doña María de Portugal, quiso deshacer el compromiso de su hermana, intentando desposarla, bien con el propio don Pedro I, bien con el infante don Fernando, hijo del rey de Aragón.
          Este proyecto consiguió malograrlo doña Leonor desde la prisión y como en los tiempos de su mayor poder, convenciendo a los prometidos para que contrajeran y consumaran secretamente su matrimonio dentro del propio Alcazar.
          De allí en adelante se consideró a doña Juana como condesa de Trastamara, que llegó a ser reina, y madre del sucesor al trono, don Juan I.
          Fué la gota que colmó el vaso para su sentencia de muerte.
          De este matrimonio, amén del dicho don Juan, nacieron las infantas doña Juana y doña Leonor.
          Los hijos bastardos de don Enrique fueron también muy numerosos y a todos ellos dispensó grandes liberalidades, según su testamento otorgado en Burgos en 1.374.
          Don Enrique, conde de Trastamara, que venía con gran poder, resuelto a arrebatar el trono a su hermanastro, fué proclamado rey de Castilla y de León en Calahorra en 16 de Marzo de 1.366 (y, por tanto, antes de la batalla de Nájera) con el nombre de Enrique II: !Real, Real por el rey don Enrique! clamaban las gentes en Calahorra. Enseguida, era coronado en Burgos, ciudad que don Pedro, atemorizado, abandonaba a su suerte, liberándola de la pleitesía que le venía rindiendo.
          Aunque, en 1.367, fué derrotado por su hermanastro don Pedro en la batalla de Nájera, volvió a ser entronizado, tras la batalla de los Campos de Montiel, el 14 de Marzo de 1.369, cuando, nueve dias más tarde de aquella batalla, en la noche de día 23, su daga daba muerte a don Pedro, ayudado por Duguesclín cuando pronunciara su frase famosa: "ni quito ni pongo rey pero ayudo a mí Señor".
          Fué una traición urdida entre el caballero Men Rodríguez de Sanabria y Bertrand Duguesclín cuando llevaron a don Pedro, engañado, a la tienda de este último, sacándolo del castillo de Montiel donde se hallaba cercado por las tropas de don Enrique. Le habían prometido proporcionarle la fuga. Aquella noche y en aquella tienda le esperaba la muerte.           
          Era don Enrique hábil politico, buen guerrero, de noble y piadoso corazón; y añade nuestro cronista López de Ayala: .'Era pequeño de cuerpo, pero bien fecho, e blanco, e rubio, e de buen seso, e grande esfuerzo, e franco, e virtuoso, e muy buen rescebidor e honrador de las gentes". Vemos de qué manera aventajaba a su hermano Pedro en lo que a condiciones humanas se refiere.
          Trajo al trono el estigma de los Campos de Montiel pero,tengamos en cuenta la terrible persecución de que fueron objeto él y su familia por parte de su desenfrenado hermanastro.
          Su madre asesinada en Talavera; su hermano gemelo don Fadrique muerto a mazazos en el Alcazar de Sevilla; su hermano Juan asesinado en Bilbao; su otro hermano Tello y él mismo huyendo como fieras acorraladas; todos, en fin, desperdigados y fuera de la Ley ¿ Qué ha de extrañar que, ante el verdugo de todos los suyos, viera en él a su peor enemigo?
          Baste para su buena memoria que, de un reinado infeliz presa de todos los males, hizo un territorio respetado sin que, a sangre fría, se cometieran las atrocidades del reinado anterior.        
          Ahora vamos a conocer al mejor caballero de aquel tiempo, al mejor estratega, al mejor acompañado militarmente en la Batalla de Nájera y, desde luego, al que hizo posible la victoria de don Pedro:
          

 

EDUARDO DE LANCASTER, PRINCIPE DE-GALES-PRINCIPE NEGRO

          El Principe de Gales, Eduardo de Lancaster, universalmente conocido, como "El Principe Negro" por el color de su armadura, nació en Woodstok (almacén de madera) el 15 de Junio de 1.330 y murió Westminster el ocho de julio de 1.376.
          Era el primogénito de Eduardo III de Inglaterra y ostentaba también los ítulos de Príncipe de Aquitania, Duque de Cornualles y Conde de Chester.
          Después de infinidad de empresas militares que dirigió contra Francia exitósamente, ganó la famosa batalla  de Poitiers en la que tomó prisioneros al rey Juan I de Francia y a su hijo Felipe, nada menos.
          Reclamada su ayuda por nuestro Pedro I en 1.367, entró con él por Roncesvalles, camino de Castilla, con lo más florido de los ejércitos de Inglaterra, de Guiena, de Bretaña, de Gascuña y de Aquitania. No olvidemos que estas últimas regiones francesas se hallaban entonces bajo el poder de Inglaterra y el mando del Principe de Gales. Tenía en su mano las mejores tropas de Europa y las más experimentadas. Le acompañaba, por orden de su padre, su hermano el Duque de Lancaster.          
          Las razones de su ayuda a don Pedro, amén de las promesas que éste le había hecho, las veremos reflejadas en una interensatísima carta suya que, más adelante, ha de deleitarnos.
          Antes de penetrar en la Península, fué firmado un tratado tripartito en Libourne (cerca de Burdeos) en 23 de Septiembre de 1.366 por Pedro I, Carlos II (El Malo) de Navarra y el Principe Negro.
          Carlos II les dejaría expedito el paso por Roncesvalles y les ayudaría con su persona y sus tropas.
          Don Pedro se comprometía a sufragar todos los gastos de campaña a las tropas del Príncipe, al derecho de rescate de cuántos prisioneros consiguiesen él ó sus caballeros, a cederle el Señorío de Vizcaya y de Castro Urdiales (!menuda baza para Inglaterra en sus luchas contra Francia !) y al Condestable de Guiena, el famoso capitán Juan Chandos, la ciudad de Soria. Además dejaría como rehenes a sus tres hijas en Bayona.
          Posteriormente, en Enero de 1.367, el incalificable Carlos II (porque el de "Malo" se le queda muy corto) juraba a don Enrique por la Hostia Consagrada, ante los Arzobispos de Toledo y de Santiago, en la villa alavesa de Santa Cruz de Campezo, lo contrario que había tratado con don Pedro en Libourne. Don Enrique le premiaría con la ciudad de Logroño.
          Don Pedro le había ofrecido al navarro, en el dicho tratado, las provincias de Guipuzcoa y Alava y, además, Calahorra, Alfaro, Nájera y todas las tierras que decía haber pertenecido antes a Navarra. Sin embargo, tampoco con éste cumplió, salvo en lo de dejarle pasar por Roncesvalles y la ayuda de trescientas lanzas como luego veremos.         
          Pues bien, el Príncipe Negro al decir de don Modesto Lafuente, era tan cumplido caballero, como guerrero brioso y capitán entendido y esforzado, impetuoso con los fuertes hasta vencerlos, generoso con los vencidos y compasivo con los débiles y menesterosos; cumplidor de sus palabras, templado en el decir y delicado en el obrar; modesto en sus pensamientos, moderado en sus pasiones y galante con los amigos y con las damas. Era, así, el dechado de los caballeros de su siglo.
             
          Huelga decir que, con tales prendas, pronto chocó con las deslealtades, incumplimientos y malas mañas de don Pedro del que, tras la Batalla de Nájera, que le ayudó a ganar de forma decisiva, sin recibir nada de lo prometido en Libourne (salvo unas joyas que allí le entregó y que alcanzaron para poco), ya llegados a Burgos y después de múltiples conversaciones de las que, como único fruto,no consiguiera sino promesas de pago y aplazamientos, volvió despechado a Francia y arrepentido de haber prestado su ayuda personal y la de sus tropas a un rey incumplidor, violento y sanguinario.          
          Eso sí,como regalo personal,don Pedro entregó al Príncipe el famoso Rulei, piedra preciosa de gran valor que hoy es pieza central de la corona inglesa y que se decía haber pertenecido a Nájera. Aún siguió este valiente Príncipe protagonizando varias bataIlas contra el rey de Francia y tras apoderarse de la ciudad de Limoges, volvió a su cuartel general de Cognac donde,sintiéndose débil y enfermo,sufriendo,además, la muerte de su hijo primogénito,resolvió renunciar al principado de Aquitania y embarcó para Inglaterra en enero de 1.371,muriendo en 1.376, como quedó dicho,a los 46 años de edad. Su muerte fué muy edificante y su tumba se conserva intacta en la Catedral de Cantérbury.

 

MARISCAL DE FRANCIA BERTRAND DUGUESCLIN

          Este coloso de las armas, este francés de la Bretaña, era hijo de una de sus más nobles familias. Cuentan de él que era de aspecto insignificante, algo contrahecho de cuerpo y de muy fea catadura ("Yo soy muy feo, solía decir de sí mismo; nunca inspiraré interés a las damas, pero, en cambio, me haré temer siempre de mis enemigos").
          No sabía leer ni escribir, pero estaba dotado de una fuerza inconcebible y consiguió tál maestría en el uso de las armas que, a los diecisiete años derribó, en un torneo, él solo a doce caballeros de otras tantas lanzadas. No había armadura que resistiera el golpe de su lanza y la maza que él usaba apenas podía ser levantada por otro hombre.
          Acreció su fama en las muchas batallas ganadas a los ingleses por rescatar de ellos su Bretaña y el rey Carlos V de Francia le dió el mando de las tropas que marchaban sobre Carlos II El Malo  que había invadido la Normandía, y al que venció en la batalla de Cacherel, por lo que ganó el condado de Longueville y fué nombrado Mariscal de Normandía. 
          
Conseguidas por el rey francés las paces con Inglaterra y con Navarra, quedaron sin ocupación miles de aventureros mercenarios que infestaban Francia, reunidos en bandas, que, conocidas como "Grandes Compañías" o "Compañías blancas" (por el color de sus armaduras y bacinetes) turbaban con sus rapiñas y desafueros aquella nación.
          El rey dió a Duguesclín el encargo de terminar con ellas y éste consiguió inclinarlas a pasar a Castilla, entrando, con Duguesclín, al servicio de Enrique de Trastamara en su lucha contra su hermanastro Pedro I.
          Menos mal que estas "Compañías Blancas" pronto fueron licenciadas por el cáuto don Enrique que las pagó con explendidez, quedándose sólamente con Duguesclín y sus compañías bretonas.
          Duguesclín peleó valerosamente en la batalla de Nájera honrando el estandarte de Castilla y León, pero fué hecho prisionero. Cuando se vió totalmente acorralado, se dirigió al Príncipe de Gales diciéndole: "Solamente a vos, Señor, entregaré mi espada pues sois el mejor caballero de esta batalla".
          Dos años mas tarde, se unió de nuevo a don Enrique con 500 lanzas y, con él, avanzó de nuevo contra don Pedro buscando la victoria, que consiguieron juntos, en los Campos de Montiel el 14 de Marzo de 1.369.
          La intervención que tuvo Duguesclín, nueve dias más tarde, como ya dijimos, en la fratricida lucha cuerpo a cuerpo, no fué nada honrosa para él. Sin embargo, don Enrique el de las Mercedes, consumado el fratricidio, le premió con largueza concediéndole el título de Consdestable de Castilla, el Condado de Trastamara, el Señorío de Molina y, con el título de Duque, la ciudad de Soria, con las villas de Almazán, Atienza, Monteagudo y otras, más 20.000 doblas de oro;  pago generoso que le dejó expeditos los reinos de Castilla y León.
         Llamado a París en Octubre de 1.370, el rey le nombro Condestable de Francia y, enviado a sofocar la rebelión de languedoc, enfernó allí, falleciendo a la edad de 66 años, no sin antes haber conseguido las llaves de aquella plaza que los rebeldes colocaron, caballerosamente, sobre su féretro.
          Los franceses hicieron de él un héroe semejante a nuestro Cid Campeador y el poeta Cuvelier, para mayor semejanza con nuestro Rodrigo Díaz de Vivar, le dedicó una crónica rimada de 30.000 versos.
          Su cadaver fué trasladado con honores casi reales a Saint-Denís, cerca del sitio elegido por el rey para su propia sepultura.
          Y ahora, creo que bien merece una rápida mención al cronista que constituye la mejor fuente de información de aquella época. Su larga vida le permitió informar sobre los acontecimientos de cuatro reinados: Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III.

 

DON PERO LÓPEZ DE AYALA
          

          Hernán Pérez de Guzmán, sobrino del crónista, dice de él que era "alto de cuerpo, e delgado, e buena persona, home de gran discresión e abtoridad; e de gran consejo ansi de paz como de guerra. Ovo gran lugar cerca de los reyes en cuyo tiempo fué..."
          Este crónista, también buen poeta, consumado político, esforzado guerrero y hombre inteligentísimo, entre tantas concesiones de la fortuna, alcanzó una dilatada vida que le permitió convivir con cinco reyes de Castilla (también con Alfonso el onceno)  siendo testigo presencial de los mayores acontecimientos y llegando a ser Canciller Mayor de Castilla por merced de Enrique III en 1.398.
          Amén de erudito y todo lo que va dicho, era hombre de gran valor, destreza suma en todos los ejercicios de armas y de caballería, de cetrería y de monte y muy robusto físicamente. Así se explica su lozana y briosa vejez a pesar de, en frase de su sobrino Pérez de Guzmán, "Haber sido muy dado a mujeres, más de lo que a tan sabio caballero como él convenía". 
           López de Ayala nació en Vitoria de una ilustre familia y murió en Calahorra en Abril de 1.407, a la edad de 75 años. Se acrecentó aún más la fama de su casta por descender Fernando el Católico de una hermana suya.
           Sintetizando al máximo, diremos de él que, aparte de haber asistido a numerosas batallas, cayó prisionero en la de Nájera (portando la Banda o bandera de Castilla al ser nombrado Alferez Mayor de la Orden de la Banda por el rey Enrique) y en la de AIjubarrota, en Portugal, luchando a las órdenes de Juan I de CastiIla. En su captura, cubierto de heridas, le fueron quebrados sus dientes y muelas, siendo encerrado, durante un año, en una jaula de hierro. En tan agobiante prisión tuvo ánimos para escribir su más famosa obra: El Rimado de Palacio. El Rey lo rescató por  30.000 doblas de oro.
           No acabaríamos nunca de enumerar los títulos y mercedes que recibió de los cuatro soberanos a los que sirvió.
           Está sepultado en el Monasterio de Quejana, en Alava, junto a los caballeros de su linaje.
           

 

 MOTIVOS

          No encontramos una más curiosísima, interesante y clara explicación que la que nos ofrece el contenido de dos cartas, cruzadas entre el Príncipe Negro y don Enrique en la antevíspera y la víspera de dicha batalla, por medio de un haraute, faraute o mensajero, del legendario Príncipe, al que don Enrique recibió, según caballerosa costumbre, con dádivas que nuestro crónista López de Ayala describe así: "El rey rescebió muy bien al haraute e diole de sus doblas e de sus paños de oro".
          Lógicamente, el crónista Ayala todo lo escribió en el castellano de aquella época y, por tanto, para mayor claridad y rapidez de exposición, me he tomado la libertad de transcribir las cartas al actual castellano:

 

CARTA DEL PRÍNCIPE DE GALES A ENRIQUE II

          Eduardo, hijo primogénito del rey de Inglaterra, príncipe de Gales y de Guiena, Duque de Cornualles y Conde de Cestre: Al noble y poderoso príncipe don Enrique, Conde de Trastamara:
          Sabed que, en estos días pasados, el muy alto y muy poderoso príncipe don Pedro, rey de Castilla y de León, nuestro muy querido y muy amado pariente, llegó al principado de Guiena donde nós estábamos y nos hizo entender, que, cuando el rey don Alfonso, su padre, murió, todos los de los reinos de Castilla y de León le recibieron pacíficamente y tomaron por su Rey y Señor, entre los cuales fuísteis vós uno de los que así le obedecieron y estuvísteis gran tiempo en su obediencia.
          Y dice que, despues de esto, ahora puede hacer un año, que vós, con gentes y fuerzas de diversas naciones, entrásteis en sus reinos y se los ocupásteis y os Ilamásteis Rey de Castilla y de León; y le tomásteis sus tesoros y sus rentas y le teneis su reino asi tomado y forzado y decís que lo defendereis de él y de los que le quisieren ayudar. Por lo cual, estamos muy maravillados de que un hombre tan noble como vós, hijo de rey, hiciéseis cosa tan vergonzosa contra vuestro rey y señor.
          
        
Y el rey don Pedro envió a contar todas estas cosas a mi señor y padre,el Rey de Inglaterra,y le requirió auxilio,lo uno por el gran deudo y linaje que las Casas de Inglaterra y Castilla tuvieron juntas (no olvidemos que Eduardo I de Inglaterra casó con Leonor de Castilla) y también por las ligas y confederaciones que el dicho rey Don Pedro tiene hechas con el rey de Inglaterra, mi padre y mi señor. Y conmigo,q ue le quisiese también ayudar a retomar su reino y cobrar lo que es suyo.
          Y el rey de Inglaterra,mi padre y mi señor,viendo que el rey Don Pedro,su pariente,le enviaba a pedir justicia y derecho y cosa razonable a que todo rey debe ayudar, quiso así hacerlo y nos envió el mandato de que, con todos sus vasallos y valedores y amigos que él tiene, le viniésemos a ayudar y confortar según cumple a su honra.
          Por esta razón nos encontramos aquí y estamos hoy en el lugar de Navarrete,que está en los términos de Castilla.Y porque, si fuese voluntad de Dios que se pudiese evitar tan gran derramamiento de sangre de cristianos como acontecería si hubiese batalla, de lo cuál sabe Dios que,a nós,pesará mucho.
           Por ello,os rogamos y requerimos,de parte de Dios y del Martir San Jorge, que,si os place que nós seamos buen medianero entre el dicho rey Don Pedro y vós, que nos lo hagais saber y nós trabajaremos para que vós encontreis ventajas en sus reinos y en su buena gracia y merced, para que, honrosamente,podais vivir holgadamente y gozar de vuestro estado y condición. Y si algunas otras cosas tuviese que aclarar entre él y vós,con la merced de Dios,procuraremos ponerlas en tál estado que vós quedeis bien satisfecho.
          Y si esto no os place y quereis que se libre la batalla,sabe Dios que ello nos desagradará mucho; sin embargo,no podemos excusar ir con el dicho rey Don Pedro,nuestro pariente,por el reino;y si algunos quisiesen obstaculizar los caminos a él ya nós, que con él vamos,nós haremos mucho con la gracia de Dios.
           Escrita en Navarrete, villa de Castilla,a primero de abril.

 

 

CARTA DE DON ENRIQUE II A EDUARDO DE GALES

          Don Enrique, por la gracia de Dios rey de Castilla y de León: Al muy alto y poderoso príncipe don Eduardo, hijo primogénito del Rey de Inglaterra, Príncipe de Gales y Guiena, Duque de CornuaIles y Conde de Cestre:
         Recibimos, por un haraute, una carta vuestra en la que se contenían muchas razones que os fueron dichas por ese nuestro adversario, que ahí está.
         Y no nos parece que habeis sido bien informado de cómo ese nuestro adversario, en los tiempos que tuvo estos reinos, los rigió en tál manera que, los que lo saben y lo oyen, se pueden maravillar del por qué ha sufrido él tánto por perder el señorío que tuvo.           
         Que todos los de los reinos de Castilla y de León, con muy grandes trabajos, daños y peligros de muertes y de mancillas, sufrieron las malas obras que él hizo hasta aquí; pero ya no las podían encubrir ni sufrir más; tántas malas obras, que serían muy largas de contar.
          Y Dios, por su merced, tuvo piedad de todos los de estos reinos, por que no fuera este mal cada día mayor... y no habiendo hombre de todo su señorío que hiciese otra cosa que obedecerle; y estando todos con él para ayudarle y servirle y para defender los dichos reinos, en la ciudad de Burgos Dios dió su sentencia contra él, porque, de su propia voluntad, los desamparó y se fué.
          Y todos los de los reinos de Castilla y de León, tuvieron por ello un gran placer, seguros de que Dios les había enviado su misericordia para librarlos de un señorío tan duro y tan peligroso como tenían.
           Y todos los de los dichos reinos vinieron,de su propia voluntad,a tomarnos por su Rey y su Señor, tanto Prelados,como Caballeros y Fijosdalgos, como Ciudades y Villas.
          Por tanto, entendemos, por estas cosas susodichas,que ésto fué obra de Dios y que por voluntad de Dios y de todos los del reino nos lo fué dado, vós no teneis razón ninguna para impedírnoslo.
          Si la batalla hubiese de celebrarse, sabe Dios que no nos agradará. Sin embargo, no podemos excusarnos de poner nuestra persona a la defensa de estos reinos, a los que tánto derecho tenemos, contra cualquier enemigo que los ataque.
          Por todo esto os rogamos y requerimos, con Dios y con el Apostol Santiago,que vós no querais entrar con tánto poder en nuestros reinos,haciendo en ellos daño alguno, que, si lo haceis, no podremos excusar defenderlos.
     Escrita en nuestro Real, cerca de Nájera, segundo día de Abril.

(Estaba en los encinares de Bañares y era la víspera de la batalla)

    

 

!!! A LA BATALLA

          El tercer día de Abril,quince mil caballeros jinetes y sesenta mil infantes ensangrentaron nuestros queridos campos y nuestros ríos Henares,Huertos, Yalde y Najerilla. Los de don Pedro y el Príncipe Negro al grito de !Por Guiena y San Jorge! .Los del rey don Enrique al de !Por Castilla y Santiago! .Llevaban los primeros, en sus sobrevestas, como distintivo o sobreseñal, la cruz roja de San Jorge sobre fondo blanco y, los segundos, sobre el mismo fondo, una franja dorada del hombro a la cadera.
          Las fuerzas de Don Pedro y el Príncipe Negro,penetrando por Roncesvalles, ( como llevamos dicho ), habían descendido por Pamplona a la tierra llana, a través del valle de Araquil, hacia tierras de Alava y, desde allí, giraron hacia Logroño, que estaba por el rey Don Pedro y en donde se les unieron las 300 lanzas del de Navarra, al mando de Don Martín Enríquez de Lacarra, Alferez Mayor de aquel reino.
          Tras pequeñas escaramuzas por parte de ambos ejércitos en zonas alavesas, los de Don Pedro atravesaron el Ebro por el puente de Logroño y tomaron posiciones en la villa de Navarrete, encastillada por Alfonso VIII (el de Las Navas) y lindero, entonces, de Castilla.
          Don Enrique, en un principio, apoyaba la cabeza de sus tropas en la fortaleza y cordillera de Nájera, llegando su ala izquierda hasta Haro y la derecha hasta Santo Domingo de la Calzada: inmejorable posición y muy ventajosa contra el enemigo, que tendría que atacarla.
          Tanto el rey Carlos V de Francia, como el propio Duguesclín, aconsejaban a don Enrique que no saliera a dar batalla, porque el Príncipe de Gales llevaba consigo los mejores caballeros de la cristiandad, y aun del mundo, y se inclinaban por que se les fuese entreteniendo hasta que se les pasara el primer entusiasmo y se les fueran agotando los víveres y las pagas para las tropas. Empero, don Enrique, queriendo dar a sus tropas un testimonio de su valor, renunció a la ventajosa posición que ocupaba y, atravesando el Najerilla, avanzó con sus huestes entre Alesón y Huércanos, traspuso el llamado Puerto de San Antón y avistáronse los dos ejércitos.           
          ! Por San Jorge que es un valiente caballero este bastardo ! dicen que exclamó el Príncipe Negro al divisar su ejército. Acto seguido y tomando la mano de Don Pedro,al que acababa de armar caballero, le dijo: "Señor rey: Hoy sabreis si no sois nada ó sois rey de Castilla".           
          Dice López de Ayala, nuestro cronista,queriendo dar explicación a este gran error táctico: « El Rey Don Enrique era ome de muy grand corazón e dixo que,en todas guisas,quería poner la batalla en plaza Ilana,sin aventaja alguna».
          Cuando abandonaba la fortaleza de Nájera y la ventajosa posición de sus montes y aun de su río,la batalla estaba practicamente perdida para Don Enrique.


          Veamos ahora cómo estaban situados tácticamente ambos ejércitos y, para ello, nada mejor que atenernos a los datos que nos ofrece Don Jaime Albelda en su Antología de Batallas en el Camino de Santiago, que,según me dice, es una transcripción de lo reflejado por nuestro Don Constantino Garrán y que,como he comprobado,viene a ser lo expuesto por el cronista presencial Don Pero López de Ayala.


          Para el mejor órden de la batalla, el ejército de Don Pedro se dividió en tres Cuerpos:
          Mandaba la vanguardia el Duque de Lancaster,hijo también del Rey de Inglaterra,que llevaba a su lado al bravo capitán Juan Chandos,Condestable de Guiena,y al célebre caballero inglés Hugo de Calverley,desaforado en Haro del ejército de Don Enrique por no querer luchar contra sus compatriotas.
           El centro lo acaudillaba el Príncipe de Gales, con quien iba el Rey don Pedro y un lucido cortejo de nobles y magnates ingleses y castellanos; llevaban por escolta las 300 lanzas navarras de Don Martín Enríquez de Lacarra. Ya sabemos que, a cada lanza de a caballo, la amparaban o protegían (y viceversa) unos cinco hombres de a pié.
          La retaguardia obedecía las órdenes del Príncipe Don Jaime, hijo del Rey de Mallorca, a cuyo lado iban los Condes de Armañac y de Perigord, el Captal del Buch y los Señores de Clison, de Retz, de Albret y de Cominges.


          El ejército de Don Enrigue se dividió también en tres cuerpos: Mandaba la vanguardia el terrible Mariscal de Fracia Bertrand Duguesclín, acompañado de Don Tello y Don Sancho, hermanos de don Enrique, gran parte de la nobleza castellana, el Máriscal Conde de Adenhán, el Begué de Villaines y otros nobles ilustres franceses.         
         El centro iba a las órdenes del mismo don Enrique, a cuyo lado marchaban su hijo don Alonso, su sobrino don Pedro, los Gandes Maestres de las Ordenes Militares de Caballería y, entre otros caballeros don Juan Alfonso de Guzmán, don Juan de luna, Hernán Sánchez de Tovar, Garcílasso de la Vega, enterrado en Nájera, Don Pedro Fernández de Velasco (Señor de Mahave), Don Suero Pérez de Quiñones, el Obispo de Badajoz, Don Juan Ramírez de Arellano (Señor de los Cameros), nuestro cronista Pero López de Ayala y otros muchos caballeros de Castilla.
         Comandaba la retaguardia Don Alfonso, hijo del Infante Don Pedro de Aragón, Conde de Denia y de Ribagorza, acompañado del noble catalán Vizconde de Rocaberti y de muchos ilustres y nobles aragoneses.


         El combate comenzó entre la antigua venta de Ventosa y el arroyo Henares que, como sabeís, corre de sur a norte entre Ventosa y Navarrete.
         Chocaron los ejércitos con ímpetu terrible. El ala derecha de la vanguardia de Don Enrique, comandada por Duguesclín y los Caballeros de la Banda, se enfrentó con el ala izquierda de la vanguardia de don Pedro, comandada por el Duque de Lancaster y Mosén Chandos, en el Monte de Ventosa, haciendo retroceder a los Ingleses. Presintiendo Don Enrique que por aquel lado estaba la victoria, apoyó con los suyos en aquella dirección haciendo retroceder doblemente al enemigo.
         En muy contraria suerte se hallaba el ala izquierda de Don Enrique, donde su hermano Tello no hacía por atacar y, no contento con eso, al venírsele encima las formidables tropas del Conde de Armañac y, en general, las no menos formidables del Principado de Guiena, no los esperó y dice López de Ayala que dejarón el campo «a todo romper fuyendo» .
         Los de Guiena aprovecharon la brecha abierta y penetraron por ella buscando la retaguardia de Don Enrique y, al decir también de Ayala (y cómo lo sabría él, que estaba en aquel mismo lugar): «e firiéronlos por las espaldas e comenzaron a prisa a matar dellos e eso mismo hizo la otra ala del Príncipe... en guisa que pronto fueron muertos ó presos, ca ninguno los acorría, e ellos estaban de toda parte cercados de los enemigos».
          A pesar de todos los esfuerzos personales de Don Enrique y los ánimos que daba a los suyos a grandes voces y viendo que sus gentes ya no peleaban, no pudiendo soportar más el ímpetu de los enemigos, hubo de volver grupas y salir huyendo hacia Nájera con los de a caballo que le pudieron seguir.
         Los ingleses, gascones y bretones de a caballo los persiguieron hasta esta Villa, hoy Ciudad.           
         Los de Don Enrique, con la prisa no podían entrar en Nájera todos por el puente. A la derecha los riscos de arenisca que guarecen a Nájera,   a la izquierda los chopos de la orilla del río Najerilla; es el PASO MALOEl río venía crecido y allí murieron muchos y otros fueron hechos prisioneros. Los que pudieron vadear el río por otros puntos, fueron acorralados contra las cuestas y barrancos de la salera y Santa Lucía obligándolos a despeñarse. Hay uno de triste memoria "el Barranco del Inglés" donde los najerinos, de chicos, todavía encontrábamos huesos humanos fácilmente.
          Del ejército de Don Enrique, los que no fueron muertos, quedaron prisioneros. sólamente él, tomando un caballo de uno de los suyos, pues el que montaba ya no podía moverse, y acompañado de unos pocos caballeros, escapó como pudo, Paso Malo adelante. Pasando, seguramente, por Mahave, buscó la salida por los montes de Pedroso, camino de Aragón, a través de los campos de Soria, para luego refugiarse en Francia, de donde volvió, rehecho y preparado, para la victoria de Montiel.
          Esta huída de Don Enrique, a uña de caballo, inmortalizó en España la frase "salir de Naja", salir de Nájera, como él salió.
         

         Faltaban dos años escasos para que, en los Campos de Montiel, en pugna una legitimidad ensangrentada con una ambición más o menos justificada, (al final dos ambiciones nefastas) vinieran a dar carta de naturaleza al famoso aforismo: "El que a hierro mata a hierro muere".
         Este duelo fratricida, este Juicio de Dios, debiera haber tenido lugar y tiempo en Nájera el día dos de Abril de 1.367, víspera de nuestra batalla, y nó en los Campos de Montiel, a destiempo y de forma tan artera, el día 23 de Marzo de 1.369. i Cuánta sangre, cuánto dolor y cuántos recursos se hubieran ahorrado las gentes y la economía de aquellos reinos!
          Para Pedro y Enrique, Enrique y Pedro, no se trataba de una guerra europea ni, aun tan siquiera de una guerra entre dos naciones en las que se legitima y se impone la defensa de personas y territorios, ni tampoco la confrontación de dos ideologías y programas políticos distintos. Se trataba sólamente de la lucha de dós personas por el poder.

 

Conferencia dictada en Nájera el 3 de Abril de 1995 por D. Alfonso Vélaz de Medrano.
El texto se mantiene íntegro, salvo algún párrafo coloquial   que  en nada rompe  o desvirtúa  el relato histórico del autor.
La ilustración de cabecera pertenece a la obra LA RIOJA, ESPACIO Y SOCIEDAD, de la Fundación CAJA RIOJA.
Agradecemos a Rufino Molina que aportó la fotografía que ofrecemos sobre la Batalla de Nájera

 

En la foto detalle de las tropas de Pedro I y El Príncipe Negro en la batalla de Nájera. Se puede ver la ilustración completa de la batalla haciendo clic sobre esta imagen.
 

Batalla de Nájera (detalle). Cròniques de Froissart, (1338?-1410?), Paris, Bibliothèque Nationale (Ph. H.M.)

 

Más información:

BATALLA DE NÁJERA, MÁS CORAZÓN QUE INTELIGENCIA
(Según la crónica de don Pero López de Ayala)
F.GARCÍA DE ANDÓIN S.I.

 

Biblioteca Gonzalo de Berceo