Las
brumas de la noche amenazaban con envolver la ladera del monte.
Una niebla sutil jugaba con la nieve. La perfecta complicidad
de un gélido viento parecía mover la cortina de niebla y la
suntuosa alfombra blanca. El cazador caminaba jadeante, por la
emoción de sentir muy cerca la pieza. Perseguía desde la mañana
un gigantesco jabalí, que sabía estaba herido al comprobar
las gotas de sangre caliente que estaban derramadas
sobre unos helechos.
Lo había
alcanzado con un certero disparo de arco, empero no era
mortal la situación del animal. Más aún, había despertado su
fiereza y agresividad, considerando al cazador su enemigo. Por
fin este lo localizó al pie de una vieja encina. Desenvainó su
corta y ancha espada y se acerco a la fiera, que en desafiante
actitud lo esperaba, rugiendo y encrespando la cabeza. Se
arrancó en veloz carrera orientada para atropellar al cazador.
Con serenidad, este, se inclinó a un lado para evitar la
acometida, a la vez que asestaba al jabalí un golpe de
espada que le atravesó de parte a parte los costados, quedando
agonizante sobre la nieve.
Lanzó un grito
de victoria el cazador, que se oyó en todo el valle ayudado por
el eco de las montañas.
Desenvainando la
daga, asestó repetidas e incisivas puñaladas en el testuz del
jabalí, acabando con su vida, no sin antes apreciar el egregio
triunfador, que su presa exhibía una expresión de idéntico
triunfo.
Nuestro personaje, es el Príncipe heredero de una corona
transcendental, por tradición de sangre y de linaje al que
llamaremos García. En este recorrido de su epopeya,
en el legendario siglo XI de la era de Cristo.
Su
padre, era el gran Monarca Sancho III, llamado el Magno.
Regentaba un basto imperio.
Gobernando desde el Pirineo al Moncayo. Toda la Rioja
hasta los Montes de Oca y las tres provincias vascongadas.
También era su feudo, el Señorío de Navarrete. Termino al que
correspondía el área en la que se llevo a cabo la cacería
referida. Su gran señor era Matius Garcés. Al cual tenía gran
aprecio y fidelidad a su príncipe. Guiando sus pasos juveniles e
imprimiéndole la afición a la caza, antesala de la guerra...
Fue Matius quien organizó la cacería por los montes
cercanos a su señorío y cómplice de la especial libertad y
albedrío del joven príncipe, para que se arriesgase a
cobrar la pieza. De cuyo éxito, se sentía responsable,
máxime al perder la pista del joven cazador, de quien sospechaba
que algún percance la habría ocurrido, tras las horas
transcurridas en ausencia de la comitiva y la jauría de perros
que le auxiliaron en descubrir y seguir el rastro del jabalí.
Lo dejamos inerte ante el cazador, quien tras
tranquilizarse, lo abrió en canal para aliviar su peso
extrayendo sus vísceras. Cargándolo sobre su espalda e iniciando
el descenso por la ladera, con la intención de buscar el curso
del río Yalde. Sabía que por aquellos parajes existía el molino
de Zoilo
Y pronto lo descubrió, al ver una tenue luz y la cortina de humo
que emanaba de la chimenea.
Exhausto por la pesada carga del jabalí, llegó ante la puerta de
la estancia y casi sin fuerzas golpeó repetidamente la recia
aldaba. Cayendo desmayado en el zaguán.
Se oyó un ruido que provenía del interior. Alguien había corrido
el pesado cerrojo de la puerta. Portaba un candil con el que
alumbró la escena y pensó horrorizada que el jabalí que yacía
encima del cuerpo de aquel hombre habría matado a este. Decidió
retirarlo y comprobó que el cazador respiraba.
Lo arrastró al interior de la estancia, donde ardía un
gran leño de almendro, que lejos de producir aromas nocivos y
humos irritantes se prodigaba en calor y luminosidad. La
muchacha, joven hija de Zoilo el molinero, ante el reflejo de
las llamas, contempló el cuerpo tendido del príncipe heredero de
la Tierra Najerense, Se enamoró de su perfil, de su color y de
su juventud. En un impulso irresistible, lo desnudó para calmar
las convulsiones de frío que manifestaba en temblores,
producto de la humedad y la fatiga.
Sacó de un baúl un denso paño de lana tejida y arropó el cuerpo
desnudo de su improvisado invitado, ajeno a las atenciones y
mimos que le dispensaban. Ante el estado que
presentaba, decidió mitigar su situación con atenciones más
directas. Se desnudó por completo y arropándose en la
misma manta fundió su cuerpo con el del joven príncipe
contemplando como ardía en el hogar de la chimenea el vetusto
leño de almendro.
Se despertaron a la vez cuando el gallo cantó, cómplices de que
aquello era el cielo. Disfrutaron juntos y por primera vez del
vinculo de la pareja humana, sin mediar palabra alguna. Como dos
animalitos a los que el azar de la vida puso frente a frente
para honrarla con su ritual más sagrado. Se miraron a los ojos,
incrédulos ante lo que habían hecho... Cuál es tu nombre
le preguntó el muchacho:
- Margot -, contestó a la vez que se levantaba del lecho,
con la intención de llevar a su amante algo de comer. Pronto
apareció con un surtido plato de viandas. Cecina de ciervo,
cuencos con cuajadas, nueces y miel. Los dos comieron con
apetito. Cuando terminaron, volvieron a disfrutar del placer
carnal en el tálamo junto a la chimenea, sin importarles nada
que el leño estuviera ya convertido en ceniza fría. Tendidos en
fiel y apasionado abrazo, que confundía sus siluetas, volvieron
a quedarse dormidos.
Esta vez los despertó un griterío que provenía del exterior. Era
la escolta y comitiva del príncipe García, capitaneada por
Matius a los que se había unido el Obispo de Nájera, Fermintius
con un mensaje del Rey Sancho para que el heredero volviese con
urgencia a la corte, para resolver graves asuntos de Estado.
Matius penetró en la estancia con vehemencia, temiendo que algún
contratiempo podría haberle ocurrido a García. Al verlo sano y
salvo emitió un suspiro de alivio. Pues al fin, como Ayo Real
era el responsable de su formación y seguridad.
Fijándose en el jabalí, dijo: - Buena caza la de ayer
García... -.
Margot,
estaba agazapada en un rincón de la sala. Cubriendo su cuerpo
tan solo con la manta de lana. Atemorizada, contemplaba como
García se vestía presurosamente con sus regias ropas.
Enseguida penetró en la estancia el obispo Fermintius, que se
escandalizo ante la escena y manifestó al príncipe, el mensaje
del Rey su padre.
A
esto, dijo Matius:
- Veo que os han atendido bien. Premiaré a Zoilo, que es un
buen súbdito. Debo decirte, García, que tu perrita Ozma,
fue herida por el jabalí. Está grave, tiene el vientre
destrozado. La dejaremos al cuidado de Marguoz -.
- Volveré en primavera - ,dijo García, mirando tiernamente a la
muchacha.
Y
así, la comitiva encabezada por el príncipe, inició el retorno a
la Corte, portando el gran trofeo de caza.