LA FUNDACIÓN
La vuelta fue una penosa
marcha presidida por el luto de quienes habían perecido en la
batalla, a la vez que triunfal por la victoria clamorosa. El rey
presidía por igual dolor y triunfalismo, desplegando magníficos
gestos en grandeza y en el consuelo a los
familiares
de sus súbditos muertos, a los que recompensó distribuyendo los
dineros y propiedades de tierras.
Llegaron tras la toma de
Calahorra tiempos rigurosos. Faltaban obreros para el cultivo de
los campos. Los rebaños diezmados y el dolor por pérdidas de
seres queridos o por curarse de las heridas causadas en la
batalla prosiguió durante algunos meses.
Pretendían los religiosos,
monjes y clérigos refugiar al pueblo en la oración para mitigar
sus penas, a lo que los reyes Don García y Montserrat respondían
con su presencia en los actos religiosos.
Más de un millar de soldados
habían muerto en el asalto. También varios nobles y capitanes.
Entre aquellos, el hospitalario y valeroso Conde de Loarre, los
señores de Tobía y Pancorbo, volviendo heridos el leal Matius y
el menesteroso Mosen Ros, entre otros magnates de la Corte. Al
primero le amputaron el brazo izquierdo a la altura del codo. Al
segundo, le rebanaron una oreja con un tajo de cimitarra,
afectándole el lado de la cara una cicatriz que le cruzaba la
mejilla.
Le entrada en la ciudad de
Nájera fue apoteósica en el recibimiento al rey vencedor.
Levantaron arcos para homenajear a la feliz comitiva, que
encabezaba Don García montando su briosa yegua Ozzaburo,
aderezada con un brocal de oro, producto del botín de guerra. En
su mano derecha alzaba el rey la espada luminosa para saludar a
sus súbditos en manifestación de victoria.
En las semanas sucesivas se
dedicó el monarca a extender las normas y nombrar tenientes para
gobernar los territorios conquistados desde Calahorra a Tudela.
Envió su agradecimiento a Fernando, donándole las fértiles
tierras del Valle de Valdivieso y, consumados estos trámites,
centró sus afanes en la fundación de un templo en honor de la
imagen que halló en la cueva, y que tan buenos augurios le
trajo.
Dictó el documento Fundacional que decía así:
“En el nombre de
la Santa e individua Trinidad, determino edificar en Nájera,
en honra de la Santa y beatísima Virgen María, madre de
Dios, una iglesia o Monasterio, y dispongo ponerlo en última
perfección, con la forma más conveniente de oficinas.”
Tras
extender tan importante prefectura, trajo para regir la iglesia
fundada a la orden religiosa más venerable de Europa: Los Hijos
de San Benito de Nursia, y pobló con sabios monjes el recinto,
quienes desarrollaron de inmediato una profusa actividad
cultural y religiosa: escuelas de copistas, filósofos y maestros
en letras y palabra. Recogieron las primeras frases en las que
se entendían los súbditos del reino. Un romance llamado
Castellano nacía venturosamente
en el diálogo y compromisos de las
gentes. Los juglares componían versos en tal idioma, dedicando
los primeros a su gran monarca:
“El rey Don García
De Nájera señor
Fijo del Rey Sancho
A
quien dixeran Meroz
Noble Caballero
Feliz reveador
Tiene cuerpo famoso
Y
en lides de amor
Es el más venturoso
Fundó Santa María
Y
al cielo dio
Gran servicio este día...”
Trabajaron para elevar el
monasterio los mejores arquitectos y canteros de la comarca,
artesanos y orfebres. Y así, tres años después del hallazgo de
la imagen, un gran templo de tres naves y estilo románico estaba
dispuesto para el culto de nativos y peregrinos, bajo la
primicia de ser la primera basílica mariana de las Españolas.