CAPÍTULO XI

 

 

LA FUNDACIÓN

 

       La vuelta fue una penosa marcha presidida por el luto de quienes habían perecido en la batalla, a la vez que triunfal por la victoria clamorosa. El rey presidía por igual dolor y triunfalismo, desplegando magníficos gestos en grandeza y en el consuelo a los familiares de sus súbditos muertos, a los que recompensó distribuyendo los dineros y propiedades de tierras.

       Llegaron tras la toma de Calahorra tiempos rigurosos. Faltaban obreros para el cultivo de los campos. Los rebaños diezmados y el dolor por pérdidas de seres queridos o por curarse de las heridas causadas en la batalla prosiguió durante algunos meses.

       Pretendían los religiosos, monjes y clérigos refugiar al pueblo en la oración para mitigar sus penas, a lo que los reyes Don García y Montserrat respondían con su presencia en los actos religiosos.

       Más de un millar de soldados habían muerto en el asalto. También varios nobles y capitanes. Entre aquellos, el hospitalario y valeroso Conde de Loarre, los señores de Tobía y Pancorbo, volviendo heridos el leal Matius y el menesteroso Mosen Ros, entre otros magnates de la Corte. Al primero le amputaron el brazo izquierdo a la altura del codo. Al segundo, le rebanaron una oreja con un tajo de cimitarra, afectándole el lado de la cara una cicatriz que le cruzaba la mejilla.

        Le entrada en la ciudad de Nájera fue apoteósica en el recibimiento al rey vencedor. Levantaron arcos para homenajear a la feliz comitiva, que encabezaba Don García montando su briosa yegua Ozzaburo, aderezada con un brocal de oro, producto del botín de guerra. En su mano derecha alzaba el rey la espada luminosa para saludar a sus súbditos en manifestación de victoria.

       En las semanas sucesivas se dedicó el monarca a extender las normas y nombrar tenientes para gobernar los territorios conquistados desde Calahorra a Tudela.

       Envió su agradecimiento a Fernando, donándole las fértiles tierras del Valle de Valdivieso y, consumados estos trámites, centró sus afanes en la fundación de un templo en honor de la imagen que halló en la cueva, y que tan buenos augurios le trajo.

     Dictó el documento Fundacional que decía así:

 

  “En el nombre de la Santa e individua Trinidad, determino edificar en Nájera, en honra de la Santa y beatísima Virgen María, madre de Dios, una iglesia o Monasterio, y dispongo ponerlo en última perfección, con la forma más conveniente de oficinas.”

 

       Tras extender tan importante prefectura, trajo para regir la iglesia fundada a la orden religiosa más venerable de Europa: Los Hijos de San Benito de Nursia, y pobló con sabios monjes el recinto, quienes desarrollaron de inmediato una profusa actividad cultural y religiosa: escuelas de copistas, filósofos y maestros en letras y palabra. Recogieron las primeras frases en las que se entendían los súbditos del reino. Un romance llamado Castellano nacía venturosamente en el diálogo y compromisos de las gentes. Los juglares componían versos en tal idioma, dedicando los primeros a su gran monarca:

                                “El rey Don García

                                De Nájera señor

                                Fijo del Rey Sancho

                                A quien dixeran Meroz

                                Noble Caballero

                                Feliz reveador

                                Tiene cuerpo famoso

                                Y en lides de amor

                                Es el más venturoso

                                Fundó Santa María

                                Y al cielo dio

                                Gran servicio este día...”

 

       Trabajaron para elevar el monasterio los mejores arquitectos y canteros de la comarca, artesanos y orfebres. Y así, tres años después del hallazgo de la imagen, un gran templo de tres naves y estilo románico estaba dispuesto para el culto de nativos y peregrinos, bajo la primicia de ser la primera basílica mariana de las Españolas.

 

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