CASTILLA Y LOS TRAIDORES
La
peregrinación a Compostela de Don García, en solitario y sobre
todo en afán de penitencia, como era arraigado en el alma
medieval, la conocían muy pocas personas de su corte. Matius y
Mosen Ros quedaron en Nájera como regentes para resolver los
problemas de reino en ausencia del soberano. La esposa del rey y
muy pocos sirvientes sabían su ausencia, entre ellos el jefe de
las caballerizas y el halconero Daniel.
Ejercía el primero de virtual
traidor y confidente de cuanto ocurría en palacio, trasladando a
la corte castellana las noticias y movimientos de Don García .
Así que con un arriero que abastecía de vino a las ciudades de
la Bureba, le hizo llegar al sibilino Gandencio y a su esposa
Velasquita la noticia de la ausencia real y su viaje de
peregrinación.
No le fue difícil al cornudo y
malvado Gandencio localizar en las hospederías al rey najerense.
Dejó que cumpliera su andadura, para esperarlo a la vuelta en la
ciudad de León. Allí habían trasladado la Corte de Castilla,
cuando Fernando se hizo titular rey, al casarse con Constanza,
hija del monarca leonés y sucesora del trono de éste. Fernando
como primero de este nombre firmaba edictos y pragmáticas.
La unión del condado fundado por
Fernán González y la monarquía Astur-leonesa era ya una pieza
única y poderosa a tenor de los amplios territorios que se unían
en el cetro.
Conquistados los alfoces del
Duero, Castilla se extendía hasta los límites de los montes de
Toledo, acogiendo también en sus dominios toda Galicia,
Asturias, Zamora, Salamanca y parte de Portugal.
Tenía salida a dos mares, el
Cantábrico y el Atlántico, tendiendo rutas comerciales en todo
el orbe de aquel territorio tan espléndido y bien gobernado.
Burgos y Palencia eran el itinerario de los peregrinos al llegar
a la Meseta Castellana. Aquellas tierras pocos años antes
pertenecían por igual a Don García y Fernando, mas el primero
por su condición de primogénito, fue desheredado por decisión de
su madre a favor de su segundo hijo.Unos años antes había muerto
la reina madre, rectificando su testamento.
Al llegar a Carrión, Don García
hizo noche en una hospedería cercana al Castillo de los Condes
del lugar. Por los juglares tuvo noticia que aquellos malvados
nobles habíanse burlado de dos doncellas hijas del gran guerrero
cristiano Mío Cid.
Las habían enredado prometiendo
matrimonio con ellas y luego las desnudaron y violaron en un
robledal cercano al castillo, dejándolas a merced de los lobos y
alimañas del bosque.
Conocía bien Don García las
hazañas del gran Capitán burgalés, llamado Rodrigo Díaz y sintió
una gran congoja ante la afrenta que había sufrido de los
chulescos Condes de Carrión.
Llegó a conocer a las doncellas
mancilladas cuando unos peregrinos compañeros de viaje las
rescataron de aquel abandono en el bosque, llevándolas al
refugio de la hospedería, aterradas por el frío y el miedo.
El rey najerense les compró
ropas y les hizo entrega de unas monedas acuñadas en su corte,
para que regresaran a Vivar sin contratiempo. En el mismo
recinto de hospedaje oyó relatar el rey a los mismos juglares el
rapto de su hija Munila y que vivía con el mancebo Gonzalo en un
molino cercano, junto al Duero.
Quiso visitar el lugar, para
averiguar el destino de la pareja, con intención también de
vengarse ante su hijo bastardo. Mas al llegar a los huertos del
molino vio como jugaba un niño de corta edad. Supuso que era su
nieto y abandonó el lugar, arrepentido de sus intenciones, pues
si se daba a conocer destrozaría aquel feliz hogar.
Acusando más sentido en la
religiosidad y en el desarrollo de la vida, prosiguió su
andadura hacia Compostela.
Fue en León y a la vuelta cuando
lo apresaron los sicarios de Gandencio y Velasquita. Recluido en
una lúgubre mazmorra, entre ratas y mal alimentado, pasó allí
tres largas semanas, preso hasta que llegasen desde Burgos los
malvados traidores.
Con un gran anillo de oro, que
ocultaba entre sus cabellos, Don García compró a sus guardianes.
Éstos le abrieron las puertas del calabozo y le proporcionaron
un caballo, con el que llegó a Oviedo y de allí pasó a sus
dominios de Laredo, poniéndose a salvo.
Un mes después ya estaba en
Nájera, abrazando a su esposa e hijos y reflexionando en las
desventuras que la peregrinación a Compostela le deparó.
Dedujo con sus cortesanos de confianza,
Matius y Mosen Ros, que la traición y su encarcelamiento en
Castilla provenía del caballerizo Pedro
Sesé. Éste, al ver volver al rey
palideció de terror. Quiso huir mas se lo impidieron los
centinela. Se refugió en la cuadra de los caballos, temblando de
miedo, sospechando la venganza por su traición.
No se hizo esperar la presencia
de Don García en el recinto, esgrimiendo su espada, con la
evidente intención de ajusticiar a Pedro Sesé, quien en
conciencia de aquella situación aún tuvo tiempo de consumar una
fechoría más. Tomó la vara de un horquillo para retirar el
estiércol y se la introdujo en la vagina a la preciosa yegua
Ozzaburo, causándole una mortal herida por la que se desangró.
Luego, se puso de rodillas ante su rey emitiendo una sonora
carcajada esperando el golpe mortal de la espada. Don García le
ordenó que le diera la espalda y que se pusiera de cuajos como
una vil rata. Lo atravesó por el ano, llegando el acero a asomar
por la cabeza de aquel malvado traidor.
Hizo llevar sus restos a
la barranca de la Degollada para que las alimañas y los buitres
los trasladaran a los infiernos.
Reclamó por edicto al día
siguiente que se celebrara asamblea en el Alcázar. Vieron todos
al rey, rojo por la ira. Les transmitió los pormenores de su
encarcelamiento en León, ordenando el estado de guerra ante las
usurpaciones de sus derechos en Castilla y la grave ofensa de
ser hecho prisionero sin razón alguna y alevosamente.