CAPÍTULO XVI

 

 

CASTILLA Y LOS TRAIDORES

 

       La peregrinación a Compostela de Don García, en solitario y sobre todo en afán de penitencia, como era arraigado en el alma medieval, la conocían muy pocas personas de su corte. Matius y Mosen Ros quedaron en Nájera como regentes para resolver los problemas de reino en ausencia del soberano. La esposa del rey y muy pocos sirvientes sabían su ausencia, entre ellos el jefe de las caballerizas y el halconero Daniel.

       Ejercía el primero de virtual traidor y confidente de cuanto ocurría en palacio, trasladando a la corte castellana las noticias y movimientos de Don García . Así que con un arriero que abastecía de vino a las ciudades de la Bureba, le hizo llegar al sibilino Gandencio y a su esposa Velasquita la noticia de la ausencia real y su viaje de peregrinación.

       No le fue difícil al cornudo y malvado Gandencio localizar en las hospederías al rey najerense. Dejó que cumpliera su andadura, para esperarlo a la vuelta en la ciudad de León. Allí habían trasladado la Corte de Castilla, cuando Fernando se hizo titular rey, al casarse con Constanza, hija del monarca leonés y sucesora del trono de éste. Fernando como primero de este nombre firmaba edictos y pragmáticas.

       La unión del condado fundado por Fernán González y la monarquía Astur-leonesa era ya una pieza única y poderosa a tenor de los amplios territorios que se unían en el cetro.

       Conquistados los alfoces del Duero, Castilla se extendía hasta los límites de los montes de Toledo, acogiendo también en sus dominios toda Galicia, Asturias, Zamora, Salamanca y parte de Portugal.

       Tenía salida a dos mares, el Cantábrico y el Atlántico, tendiendo rutas comerciales en todo el orbe de aquel territorio tan espléndido y bien gobernado. Burgos y Palencia eran el itinerario de los peregrinos al llegar a la Meseta Castellana. Aquellas tierras pocos años antes pertenecían por igual a Don García y Fernando, mas el primero por su condición de primogénito, fue desheredado por decisión de su madre a favor de su segundo hijo.Unos años antes había muerto la reina madre, rectificando su testamento.

       Al llegar a Carrión, Don García hizo noche en una hospedería cercana al Castillo de los Condes del lugar. Por los juglares tuvo noticia que aquellos malvados nobles habíanse burlado de dos doncellas hijas del gran guerrero cristiano Mío Cid.

       Las habían enredado prometiendo matrimonio con ellas y luego las desnudaron y violaron en un robledal cercano al castillo, dejándolas a merced de los lobos y alimañas del bosque.

       Conocía bien Don García las hazañas del gran Capitán burgalés, llamado Rodrigo Díaz y sintió una gran congoja ante la afrenta que había sufrido de los chulescos Condes de Carrión.

       Llegó a conocer a las doncellas mancilladas cuando unos peregrinos compañeros de viaje las rescataron de aquel abandono en el bosque, llevándolas al refugio de la hospedería, aterradas por el frío y el miedo.

        El rey najerense les compró ropas y les hizo entrega de unas monedas acuñadas en su corte, para que regresaran a Vivar sin contratiempo. En el mismo recinto de hospedaje oyó relatar el rey a los mismos juglares el rapto de su hija Munila y que vivía con el mancebo Gonzalo en un molino cercano, junto al Duero.

       Quiso visitar el lugar, para averiguar el destino de la pareja, con intención también de vengarse ante su hijo bastardo. Mas al llegar a los huertos del molino vio como jugaba un niño de corta edad. Supuso que era su nieto y abandonó el lugar, arrepentido de sus intenciones, pues si se daba a conocer destrozaría aquel feliz hogar.

       Acusando más sentido en la religiosidad y en el desarrollo de la vida, prosiguió su andadura hacia Compostela.

       Fue en León y a la vuelta cuando lo apresaron los sicarios de Gandencio y Velasquita. Recluido en una lúgubre mazmorra, entre ratas y mal alimentado, pasó allí tres largas semanas, preso hasta que llegasen desde Burgos los malvados traidores.

       Con un gran anillo de oro, que ocultaba entre sus cabellos, Don García compró a sus guardianes. Éstos le abrieron las puertas del calabozo y le proporcionaron un caballo, con el que llegó a Oviedo y de allí pasó a sus dominios de Laredo, poniéndose a salvo.

       Un mes después ya estaba en Nájera, abrazando a su esposa e hijos y reflexionando en las desventuras que la peregrinación a Compostela le deparó.

       Dedujo con sus cortesanos de confianza, Matius y Mosen Ros, que la traición y su encarcelamiento en Castilla provenía del caballerizo Pedro Sesé. Éste, al ver volver al rey palideció de terror. Quiso huir mas se lo impidieron los centinela. Se refugió en la cuadra de los caballos, temblando de miedo, sospechando la venganza por su traición.

       No se hizo esperar la presencia de Don García en el recinto, esgrimiendo su espada, con la evidente intención de ajusticiar a Pedro Sesé, quien en conciencia de aquella situación aún tuvo tiempo de consumar una fechoría más. Tomó la vara de un horquillo para retirar el estiércol  y se la introdujo en la vagina a la preciosa yegua Ozzaburo, causándole una mortal herida por la que se desangró. Luego, se puso de rodillas ante su rey emitiendo una sonora carcajada esperando el golpe mortal de la espada. Don García le ordenó que le diera la espalda y que se pusiera de cuajos como una vil rata. Lo atravesó por el ano, llegando el acero a asomar por la cabeza de aquel malvado traidor.

       Hizo llevar sus restos  a la barranca de la Degollada para que las alimañas y los buitres los trasladaran a los infiernos.

       Reclamó por edicto al día siguiente que se celebrara asamblea en el Alcázar. Vieron todos al rey, rojo por la ira. Les transmitió los pormenores de su encarcelamiento en León, ordenando el estado de guerra ante las usurpaciones de sus derechos en Castilla y la grave ofensa de ser hecho prisionero sin razón alguna y alevosamente.

 

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