LA ÚLTIMA BATALLA
Salió de madrugada el rey
Don García de sus reales, en cuya tienda ondeaba el halcón
divisa de su orden. Borrosamente contempló como los hombres del
campamento se preparaban en orden de combate. Los bloques para
entablar la batalla se componían de seis columnas dispuestas
para el choque. Las capitaneaban: Matius, Mosen Ros, Lope señor
de Vizcaya, el gobernador de Pamplona, el Conde de Nájera García
Ordóñez y el Emir de Zaragoza.
Se vio llegar una séptima
mesnada en cuya cabeza cabalgaba Ramiro de Aragón, que llegaba
en ayuda de su hermanastro, cumpliendo la promesa dada. Exhibía
como blasón las barras de la enseña catalana.
El fiel halconero Daniel ensilló
el caballo del rey Don García y le ayudó a vestir la armadura y
el yelmo. Cuando ya salió casi tambaleándose por la enfermedad,
para montar en el caballo sacó fuerzas de flaqueza para ocultar
su debilidad ante las tropas y se puso erguido sobre la montura,
colocándose a la cabeza de los ejércitos. Allí le esperaba
Oscarón, en puesto de alférez Real de la Tierra Najerense.
Antes de
dar la voz de la orden de ataque el rey rezó a Santa María y
elevó la espada Luminosa en desafiante actitud al contemplar a
Fernando su hermano, dispuestas también sus tropas. Exhibiendo
el pendón
de Castilla, un grave caballero en quien
Don García reconoció a Rodrigo Díaz.
Al fin gritó: “¡A la lucha,
Caballeros de la Orden del Halcón! ¡Por Santa María la Real de
Nájera!”
Vio como arrancaban también los
castellanos cabalgando a su encuentro. Pronto, entre el
estruendo del choque de las espadas y el relinchar de los
caballos se entabló la batalla. Don García peleaba con bravura
abriendo brecha en las filas de su desnaturalizado hermano. De
pronto surgieron tres caballeros emboscados, a las espaldas del
rey tras un pequeño montículo. Dispusieron sus lanzas y
arremetieron contra el rey najerense derribándole a traición de
su montura y causándole graves heridas.
Agonizante pudo contemplar a sus
verdugos. Sonriente por el lance estaba el cornudo Gandencio. Le
oyó gritar:
-
¡El Rey de Nájera ha caído!
La voz se entendió en el campo
de batalla y como por arte de magia todos dejaron de pelear,
como sintiendo el luto de la muerte cercana de un gran rey y
guerrero.
Rodrigo Díaz fue el primero en
llegar hasta el caído cuerpo de Don García. Le besó la mano y
dijo:
-
No
merecéis este final señor...
En sus últimas palabras el rey pronunció casi sin sonido estas
palabras.
-Rodrigo Campeador, yo se bien
que la muerte cruel a ninguna edad perdona, y que por necesidad
misma de la madre naturaleza todo lo roe con voraz mordedura...
Conocí a vuestras hijas.
Cumplid que Elvira se despose con mi hijo Ramiro. Vuestra sangre
es la más noble y valiente de todos los reinos de España.
Dicho esto expiró. Pronto
llegaron Fernando y el bastardo Ramiro, llorando allí mismo la
muerte de Don García. Al ver cerca al traidor Gandencio, que le
había quitado la vida al rey najerense, ordenó que fuera
ahorcado allí mismo y su mujer Velasquita quemada en la hoguera
y devastadas todas sus pertenencias.
Matius y Mosen Ros al ver caer a
su rey se adentraron sin coraza ni armas en las filas enemigas,
siendo acribillados por los caballeros de Fernando.
Cuatro días después de la
batalla, un cinco de Septiembre de aquel año de 1054, a la hora
sexta, llegó la fúnebre comitiva a Nájera, celebrándose sentidas
exequias.
Proclamaron rey al infante
Sancho. Montserrat, la reina, se retiró del mundo en un
monasterio cercano a su Corte.
En la tumba del rey se dejó
incrustada la Luminosa y en la losa frontal se esculpió un
halcón, con las alas extendidas.
Así vivió y terminó sus días un
gran rey de la cristiandad, gustó de cristiana imprenta,
valiente y leal a sus mayores y a su destino sólo las traiciones
y maldad pudieron con su vida. La historia lo conoce como Don
García IV el del Nájera: el Rey Halcón.
Su hijo Ramiro se desposó con
Elvira, la mayor de las hijas del Campeador, y el emperador
Carlos V, cinco siglos después, reconoció que por sus venas
corría sangre de aquellos indomables guerreros que fueron el Rey
Don García y el Cid.