EL VIAJE DEL REY SANCHO
De
madrugada se abrió la gran puerta del Alcázar real de Nájera, a
la vez que descendía el vetusto puente de madera tendido ante
el foso del castillo.
Toda la corte en plenitud se reunió en el umbral. Los presos
recién liberados vitoreaban a su magnánimo Rey. García y su
madre la Reina, presidían aquel homenaje de despedida siempre
muy cerca del príncipe estaban Matius y su halconero Danielgo.
Incluso se encontraban allí los tres discordes cortesanos, muy
cerca del Obispo Fermintius y una turba de monjes y clérigos.
La comitiva salía majestuosamente. El Rey iba a la cabeza,
seguido de su guardia personal. Luego el capellán de palacio.
Varios mulos con sus conductores de brida, portando la
impedimenta y las viandas. También efectos y útiles de
escritorio para extender documentos, edictos, pragmáticas o
donaciones. De lo que se ocuparían un escriba y un notario,
para ratificar la voluntad real.
Una hora antes, habían partido los aposentados, con el fin de
disponer posada a la comitiva ante cuyos servicios el rey
extendía espléndidas propinas . Ante tal sistema de generosidad
el agradecimiento popular era notorio adquiriendo de su
vasallos gran estima y cariño.
Eligieron un itinerario de
seguridad, a través de las tierras que gobernaba el reino. Para
llegar hasta los Pirineos, por la ruta de sus ancestrales
dominios en la vieja Navarra. Atravesó el Ebro, buscando el
río Arga caminando hacia el Norte y llegaron a la legendaria
población de Garés . Allí, mandó construir un puente de
generosas proporciones y solidez con el fin de que sirviera de
utilidad a los peregrinos que se dirigían hacia Santiago de
Compostela
Dos días después, hicieron escala
en Pamplona para despachar asuntos de gran trascendencia con
el gobernador de la ciudad y. el obispado. No en vano la vieja
Corte pirenaica, de la dinastía de sus mayores, los Abarcas.
tuvo allí su origen y proyección.
Oscarón era el capitán de confianza del Rey y quién, en la
vanguardia de aquel viaje, ejercía como explorador de los
caminos de la ruta y también la misión de aposentar la
comitiva. Era a su vez, un guerrero valiente y leal vigilando la
seguridad del séquito, que normalmente pernoctaba en las zonas
de los molinos junto a los ríos. En su entorno disponían de
posibilidades de suministro para la intendencia del viaje
pues había cultivos, granero y corral en las cercanías. Oscarón
mandaba la mesnada de avanzadilla, en los caminos y, procuraba
que todo estuviera a punto ante las voluntades de su Rey
vigilando el exacto cumplimiento, de las normas que el monarca
disponía con cabal decisión .
Resueltos los asuntos en Pamplona , se dirigieron a Leyre,
monasterio famoso y venerable en el que estaban enterrados los
reyes antepasados de Sancho. Allí los monjes celebraron solemnes
oficios de oración y cantos. Recibiendo del rey generosas
donaciones incluso dineros en monedas de oro acuñadas en su
corte de Nájera. Una gran nevada les obligó a quedarse en Leyre
varias semanas, tiempo que aprovechó el rey para la reflexión
espiritual y poner en orden sus ideas políticas.
En aquel monasterio profesaban religiosos de ambos sexos.
Ocurrió una noche el desagradable incidente de la violación de
una monjita por un soldado de la escolta. No se hizo esperar el
castigo al violador, a quien el propio abad del Monasterío le
rebanó los testículos en presencia de toda la comunidad y la
comitiva real. El desdichado murió desangrado a las pocas
horas. El puritanismo y la crueldad iban de la mano en aquella
época de principios del siglo XI.
Cuando mejoró el tiempo, partieron de Leyre siguiendo el viaje
por los valles de Huesca con la intención de llegar en la
primavera al condado de Cataluña, A la expedición se había
unido la monjita por decisión del Rey, prometiéndole este que
al volver a la Ciudad de su corte ocuparía un cargo como dama de
su esposa. La monjita, se llamaba Rabel y se integró pese a las
dificultades y fatigas entre aquellos esforzados jinetes
compartiendo sus vicisitudes cotidianas colaborando en los
trabajos cuando acampaban.
Cabalgaba en el mismo caballo que el capitán Oscarón y se iba
acostumbrando a su protección y su palabra, entablando amenas
conversaciones, no muy religiosas por cierto,a tenor de las
cómplices sonrisas y miradas que se dedicaban.
Cierta tarde llegaron al castillo de Loarre, siendo recibidos
por el Conde de aquellos territorios, buen vasallo del Rey
Sancho en cuyo honor celebró una gran fiesta. Un ahijado del
conde llamado Ramiro, intentó cortejar groseramente a la bella
monjita Rabel, proponiéndole incluso que le acompañara aquella
noche a su cama. La muchacha rechazó la cita y al observar
Oscarón la conducta del ahijado del conde, lo desafió en duelo
personal.
En el patio de armas del
castillo, al alba , los dos contrincantes con las espadas
desenvainadas, iniciaron un feroz combate.
Tras muchos golpes que pararon las rodelas, Ramiro cayó al
suelo exhausto. Estaba a merced del valiente adalid del Rey
Sancho, que en aquel momento mando con un grito que cesara la
pelea.
-
Detente, Oscarón dijo, no quiero
que mi presencia aquí deje manchas de sangre.-
Partieron antes del mediodía. Sin más incidentes en el viaje; en
los primeros días de la primavera pisaron las tierras del
Condado Catalán. Estaban bellísimas, exuberantes en vegetación
y colorido con el arbolado en flor. La primera visita fuera la
Abadía de Ripoll, bajo el prestigioso prelado Abad Oliva, viejo
conocido del Rey Sancho, con el que había coincidido en
importantes asuntos de estado, muy convenientes y prósperos para
el Condado y el Reino. Coincidió la llegada con la visita regia
al lugar de la anciana Hermensinda, madre del Conde titular de
aquellas tierras. Sancho conversó con ella, tomando el acuerdo
de la boda de su heredero el Príncipe García, con la bellísima
Montserrat, hija del noble Berenguer. Sellaron el pacto de tan
alta diplomacia, y nada mejor para hacerlo que celebrar con
solemnidad y posteriores festejos la unión santificada por el
Abad Oliva, del Capitán Oscarón con la bella Rabel, cuyo idilio
tan tierno como apasionado clamaba por hacerlo vinculo cristiano
de por vida.
Pasaron muy felices días en las tierras del condado que se
esmero en especiales atenciones. Aconsejaron al Rey Sancho que
nominara como asesor comercial de su corte al judío Mosen Ros,
quien aceptó el cargo uniéndose a la embajada en su vuelta a la
Corte. El verano ya estaba en su comienzo, cuando emprendieron
el viaje de vuelta.