CAPÍTULO IV

 

 

LA EDUCACION DEL PRINCIPE GARCIA

 

 

        Siguiendo la voluntad del Rey y durante  los meses de su  ausencia, la educación del príncipe heredero siguió su curso. Asimilando las lecciones este,  con todo rigor,  puntualidad y eficacia.

        La curia de maestros la componía un docto filósofo, el mejor geógrafo del reino, un maestro en alquimia y otro en las ciencias de los números. El noble Matius y el prelado Fermintius se reservaron  ejercitar a García en el arte de la guerra y las reflexiones y hondura de  la religión.

        Cada mañana se reunían en la gran biblioteca del  palacio que atesoraba en sus estantes los mejores libros llegados de todos los rincones del reino. Clásicos de Grecia y Roma en letras y ciencias y pensamiento,  legado inestimable de aquellas legendarias civilizaciones.  También  existían libros valiosos escritos en árabe.  En  muchos de aquellos textos, resaltaban numerosas anotaciones en romance castellano, idioma autóctono en que se entendían las gentes del pueblo llano;  en el mercado y los sermones religiosos proliferaban nuevas palabras articuladas en una primaria gramática  con gran riqueza de verbos y adjetivaciones. El príncipe estaba obligado a estudiar también el nuevo idioma. Pues el Rey, su padre, dominaba varios  para entenderse en sus Estados y  fuera de ellos. Con tal bagaje de cultura, era difícil, distraer o engañar a Sancho. Tal herencia la quería para su hijo.

        Antes de la llegada del regio alumno, discutían los maestros sobre la calidad y trascendencia de sus lecciones. Manteniendo cada uno de ellos que la ciencia que impartían  era la más importante.

        Llegaron a tal rivalidad que una mañana hicieron beber un brebaje al geógrafo que murió envenenado, por mantener la teoría de que su ciencia marcaba el rumbo de la vida. Decía en sus lecciones que el imperio de los territorios daba prestigio y riqueza a los reyes y a los súbditos. Los demás, opinaban que las fronteras, eran manchas de tinta  inventadas por los geógrafos, que de nada servían, pues con el tiempo cambiaban y los hombres se convertían  en traidores de quienes los gobernaban.

        El filósofo persona instruida y convincente  tenia gran influencia sobre el príncipe. Le hacía comprender que era la ciencia suprema  para traer felicidad a la gente, sosiego en el alma e ilusiones constantes para afrontar la vida.

        El matemático siempre le dada vueltas a lo mismo. Dos y dos son cuatro, recordaba, nada ni nadie lo puede cambiar. Y concluía que en la hacienda, en el mar o en los cielos, todo está medido con exactitud, ignorarlo es confundir la vida. El alquimista, aseveraba que la vida se basa en la salud, la fuerza y el ánimo, y esto lo da la alquimia. Todo es física, la  droga del cuerpo y del alma.

        De hereje y cabrón, solía tratarlo el Obispo Fermintius, opinando que la salvación eterna y la ilusión por alcanzarla colma la existencia de los hombres.

        García escuchaba las diatribas sacando conclusiones, sin que le convencieran por completo los argumentos expuestos. Matius se complacía con la alta personalidad y criterios con los que el príncipe absorbía  su educación.

        A veces se tomaba días libres para ejercer su pasión por la caza. Jornadas a las que le acompañaba su fiel halconero Daniel, quien le adiestraba las aves de cetrería.

        Eran dos grandes amigos  unidos por la fuerza de la juventud y su capacidad de asombro. Hercúleos de cuerpo, gigantescos  de estatura, casi cuatro codos separaban su cabello de las uñas de sus pies.

        Muchos días, madrugaban y salían a pescar al río. Lo hacían zambullidos en los pozos, sacando tres truchas cada cual, Una entre los dientes y dos en las manos, y apostando quién de ellos resistía más bajo las aguas.

        Viajaron un día al Molino de Zoilo para recoger a la perrita Ozma. Se  encontraron, Margoz y García abrazándose apasionadamente, con la mutua promesa de volverse a ver muy pronto. La pasión había conectado en ellos.

        En otras jornadas, se ejercitaban en la caza. Salían hacia los campos de Valpierre y con los halcones cobraban  las perdices, tan abundantes en aquellos  parajes. Su maestría  era famosa en la comarca, sobre todo en el adiestramiento de las aves de cetrería.  Volvían al alcazar cargados con varias docenas de aves, portando con orgullo y agradecimiento los halcones  en los  antebrazos.

        El ejercicio de hacerlo experto y hábil con las armas, así como astuto y desconfiado en el combate ocupaban  en las  lecciones al príncipe gran parte de las tardes, en el patio del castillo bajo la experta vigilancia de Matius. Lanzas  y espada, disparos de arco y cabalgadas, en simulacros de lucha real, consumaban una experiencia muy bien asimilada por  García, ante la que cantaban los trovadores , calificándole como el mejor guerrero de su tiempo.

        Un día de verano, llamó a las puertas del Alcázar un apuesto jinete. Era el Capitán  Oscarón. Anunciando la vuelta  del Rey Sancho.   

 

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