LA EDUCACION
DEL PRINCIPE GARCIA
Siguiendo la voluntad del Rey y durante los meses de su
ausencia, la educación del príncipe heredero siguió su curso.
Asimilando las lecciones este, con todo rigor, puntualidad y
eficacia.
La curia de maestros la componía un docto filósofo, el mejor
geógrafo del reino, un maestro en alquimia y otro en las
ciencias de los números. El noble Matius y el prelado Fermintius
se reservaron ejercitar a García en el arte de la guerra y las
reflexiones y hondura de la religión.
Cada mañana se reunían en la gran biblioteca del palacio que
atesoraba en sus estantes los mejores libros llegados de todos
los rincones del reino. Clásicos de Grecia y Roma en letras y
ciencias y pensamiento, legado inestimable de aquellas
legendarias civilizaciones. También existían libros valiosos
escritos en árabe. En muchos de aquellos textos, resaltaban
numerosas anotaciones en romance castellano, idioma autóctono en
que se entendían las gentes del pueblo llano; en el mercado y
los sermones religiosos proliferaban nuevas palabras articuladas
en una primaria gramática con gran riqueza de verbos y
adjetivaciones. El príncipe estaba obligado a estudiar también
el nuevo idioma. Pues el Rey, su padre, dominaba varios para
entenderse en sus Estados y fuera de ellos. Con tal bagaje de
cultura, era difícil, distraer o engañar a Sancho. Tal herencia
la quería para su hijo.
Antes de la llegada del regio alumno, discutían los maestros
sobre la calidad y trascendencia de sus lecciones. Manteniendo
cada uno de ellos que la ciencia que impartían era la más
importante.
Llegaron a tal rivalidad que una mañana hicieron beber un
brebaje al geógrafo que murió envenenado, por mantener la teoría
de que su ciencia marcaba el rumbo de la vida.
Decía en sus lecciones que el imperio de los
territorios daba prestigio y riqueza a los reyes y a los
súbditos.
Los demás, opinaban que las
fronteras, eran manchas de tinta inventadas por los geógrafos,
que de nada servían, pues con el tiempo cambiaban y los hombres
se convertían en traidores de quienes los gobernaban.
El filósofo persona instruida y convincente tenia gran
influencia sobre el príncipe. Le hacía comprender que era la
ciencia suprema para traer felicidad a la gente, sosiego en el
alma e ilusiones constantes para afrontar la vida.
El matemático siempre le dada vueltas a lo mismo. Dos y dos son
cuatro, recordaba, nada ni nadie lo puede cambiar. Y concluía
que en la hacienda, en el mar o en los cielos, todo está medido
con exactitud, ignorarlo es confundir la vida. El alquimista,
aseveraba que la vida se basa en la salud, la fuerza y el ánimo,
y esto lo da la alquimia. Todo es física, la droga del cuerpo y
del alma.
De hereje y cabrón, solía tratarlo el Obispo Fermintius,
opinando que la salvación eterna y la ilusión por alcanzarla
colma la existencia de los hombres.
García escuchaba las diatribas sacando conclusiones, sin que le
convencieran por completo los argumentos expuestos. Matius se
complacía con la alta personalidad y criterios con los que el
príncipe absorbía su educación.
A veces se tomaba días libres para ejercer su pasión por la
caza. Jornadas a las que le acompañaba su fiel halconero Daniel,
quien le adiestraba las aves de cetrería.
Eran dos grandes amigos unidos por la fuerza de la juventud y
su capacidad de asombro. Hercúleos de cuerpo, gigantescos de
estatura, casi cuatro codos separaban su cabello de las uñas de
sus pies.
Muchos días, madrugaban y salían a pescar al río. Lo hacían
zambullidos en los pozos, sacando tres truchas cada cual, Una
entre los dientes y dos en las manos, y apostando quién de ellos
resistía más bajo las aguas.
Viajaron un día al Molino de Zoilo para recoger a la perrita
Ozma. Se encontraron, Margoz y García abrazándose
apasionadamente, con la mutua promesa de volverse a ver muy
pronto. La pasión había conectado en ellos.
En otras jornadas, se ejercitaban en la caza. Salían hacia los
campos de Valpierre y con los halcones cobraban las perdices,
tan abundantes en aquellos parajes. Su maestría era famosa en
la comarca, sobre todo en el adiestramiento de las aves de
cetrería. Volvían al alcazar cargados con varias docenas de
aves, portando con orgullo y agradecimiento los halcones en
los antebrazos.
El ejercicio de hacerlo experto y hábil con las armas, así como
astuto y desconfiado en el combate ocupaban en las lecciones
al príncipe gran parte de las tardes, en el patio del castillo
bajo la experta vigilancia de Matius. Lanzas y espada, disparos
de arco y cabalgadas, en simulacros de lucha real, consumaban
una experiencia muy bien asimilada por García, ante la que
cantaban los trovadores , calificándole como el mejor guerrero
de su tiempo.
Un
día de verano, llamó a las puertas del Alcázar un apuesto
jinete. Era el Capitán Oscarón. Anunciando la vuelta del Rey
Sancho.