[La enciclopedia que
resume y clasifica el conjunto del saber de una época -género heredado
de la Antigüedad y favorecido por San Agustín como repertorio de los
conocimientos necesarios para la comprensión de la Biblia- fue un tipo
de obra cultivado a lo largo de toda la Edad Media, desde los
Origenes
o
Etimologias
de San Isidoro
(†
636). Libros
como el
De imagine mundi
atribuido a Honorio de
Autun (Augustodunensis)
nos
ofrecen una útil aproximación a las ideas sobre el universo y la
historia y a los modos de pensamiento más comunes entre los doctos a
partir del siglo XII.]
¿Qué es el
mundo? «Mundus dicitur quasi undique motus»: la palabra
mundus
significa 'en
movimiento por todas partes', porque se encuentra en movimiento
perpetuo. Es una bola cuyo interior está dividido como el de un huevo;
la gota de grasa que hay en el centro de la yema es la Tierra; la yema
es la región del aire cargada de vapores; la clara es el éter, y la
cáscara del mundo es el cielo. [ ... ] El mundo; tal como es
actualmente, está hecho de cuatro elementos. Elemento significa a la vez
hyle'
(materia) y
ligamento.
Efectivamente, la
tierra, el agua, el aire y el fuego son la materia de que todo ha sido
hecho, y se ligan entre sí en el curso de una incesante revolución
circular. El fuego se transforma en aire, el aire en agua, el agua en
tierra y después, a su vez, la tierra en agua, el agua en aire y el aire
en fuego. En efecto, cada elemento posee dos cualidades: una de ellas le
es común con otro elemento, y se puede decir que, gracias a estos
elementos comunes, se dan la mano. Fría y seca, la tierra está ligada al
agua por medio del frío; fría y húmeda, el agua se une al aire por la
humedad; el aire, que es húmedo y cálido y seco, se une a la tierra
mediante la sequedad. La tierra, el más pesado de los elementos, ocupa
la parte baja del mundo; el fuego, que es
el más ligero, ocupa
el lugar más elevado; el agua se sitúa cerca de la tierra,
y
el aire más cerca
del fuego. La tierra soporta a
lo
que
camina, como el hombre y las bestias; el agua, a
lo
que
nada, como los peces; el aire, a lo que vuela, como los pájaros; el
fuego, a lo que brilla, como el sol y las estrellas.
Hay que empezar por
la tierra, puesto que ocupa el centro. Tiene forma redonda. Si se la
mirase desde lo alto, se verían las montañas y los valles como
rugosidades menores que las que se aprecian en una pelota sostenida en
la mano. La tierra tiene 180.000 estadios, es decir, unas 22.500 millas
(en estadios y millas terrestres romanas: alrededor de 33.750
kilómetros). Situada exactamente en el centro del mundo, no descansa en
nada, salvo en el poder de Dios. Por lo demás, leemos en la Escritura:
«No me temáis -dice el Señor- a Mí, que he suspendido la tierra en la
nada, pues está fundada en su estabilidad» (Salmo CIII, 5). En otras
palabras: como cualquier elemento, la tierra ocupa el lugar conveniente
a su cualidad distintiva. El Océano la rodea como un cinturón. En el
interior está recorrida por conductos de agua que moderan su sequedad
natural: por eso se encuentra agua en todas partes donde se cava. La
superficie de la tierra está distribuida en cinco zonas o círculos. Las
dos zonas extremas son inhabitables a causa del frío, porque el sol
nunca se acerca a ellas; la zona media es inhabitable a causa del calor,
pues el sol nunca se aleja de ella; las dos zonas medias son habitables,
porque están templadas por el calor y el frío de las zonas vecinas.
Estas zonas se llaman: círculos septentrional, solsticial, equinoccial,
brumal y
austral. El círculo
solsticial (solstitialis)
es
el único -que sepamos- habitado por el hombre. Constituye, pues, la zona
habitable, que se encuentra dividida en tres partes por el mar
Mediterráneo; esas partes se llaman Europa, Asia y África. [ ... ]
La ciencia del fuego
comprende la descripción de los siete planetas, cada uno de los cuales
recorre una órbita particular. Los planetas se mueven de oriente a
occidente, empujados por la inmensa velocidad del firmamento. Se les
llama astros errantes, porque los planetas tienden naturalmente a ir en
sentido inverso a este movimiento de rotación. De la misma manera que
una mosca, movida por la rueda de un molino, parecería dotada de
movimiento propio, pero opuesto al de la rotación de la rueda. Tras una
breve descripción de los siete planetas por su orden (Luna, Mercurio,
Venus, Sol, Marte.
Júpiter
y Saturno) y después de la del Zodiaco, cuyo camino
siguen, vienen algunas
observaciones sobre la música de las esferas. La revolución de las siete
esferas produce el efecto de una dulce armonía, pero no la oímos porque
no se produce en el aire, único medio en el que percibimos los sonidos.
Se dice que nuestros intervalos musicales se derivan de los de las
esferas celestes. Las siete notas de la escala proceden de ahí. Hay un
tono de la Tierra a la Luna; un semitono de la Luna a Mercurio; un
semitono de Mercurio a Venus; tres semitonos de Venus al Sol; del Sol a
Marte, un tono; un semitono de Marte a Júpiter; de Júpiter a Saturno, un
semitono, y de Saturno hasta el círculo del Zodíaco, tres semitonos. Así
como el mundo se compone de siete tonos, y nuestra música de siete
notas, igualmente nosotros estamos compuestos de siete ingredientes: los
cuatro elementos de nuestro cuerpo y las tres facultades de nuestra
alma, que atempera naturalmente el arte musical. Por eso se dice que el
hombre es un microcosmos (un pequeño mundo), pues forma una consonancia
parecida a la de la música celestial. Entre la tierra y el firmamento
hay una distancia de 109.375 millas, o sea, unos 164.000 kilómetros.
Después de haber
atravesado así el fuego por medio de los planetas, al sabio no le queda
más que explorar el cielo, cuya parte superior es el firmamento. De
forma esférica, de naturaleza acuosa, pero hecho de un cristal sólido
análogo al hielo, el firmamento tiene dos polos: el polo boreal, siempre
visible, y el polo austral, al que nunca vemos, porque nos lo oculta la
convexidad de la tierra. El cielo gira sobre sus dos polos, como una
rueda sobre su eje; con el cielo giran las estrellas. Una estrella,
stella,
equivale a decir una luna parada:
stans luna,
porque las estrellas
están fijas en el firmamento. Un grupo de estrellas forma una
constelación. Solamente Dios conoce la distribución de las estrellas,
sus nombres, sus virtudes, sus lugares, sus tiempos y sus órbitas; los
sabios les pusieron nombres de animales o de hombres para reconocerlas
con mayor facilidad. Una descripción de las constelaciones cierra esta
cosmografía del mundo visible; pero el mundo real no se acaba ahí,
porque más arriba del firmamento están suspendidos estos vapores, a los
que se llama cielo de las aguas; por encima de este cielo acuoso se
encuentra el cielo de los espíritus, desconocido para los hombres, donde
los ángeles están dispuestos en nueve órdenes, y que contiene el paraíso
de los paraísos, morada de las almas bienaventuradas. De este cielo es
del que dice la Escritura que fue creado al principio
con la tierra.
Finalmente, encima de éste, y dominándolo desde muy lejos, se encuentra
el Cielo de los Cielos, donde habita el Rey de los ángeles.
Así como el mundo se
extiende en el espacio, dura en el tiempo; debemos, pues, considerarlo
en este nuevo aspecto. De todos los modos de duración, el más noble es
el aevum: una duración que existe antes del mundo, con el mundo y
después del mundo; pertenece exclusivamente a Dios, que no ha sido ni
será, sino que es siempre. [ ... ] El tiempo mismo no es más que una
sombra de la eternidad; comenzó con el mundo y acabará con él, semejante
a un cable tendido de oriente a occidente, que cada día se enrolla sobre
sí mismo, hasta que haya terminado de enrollarse. [ ... ] La historia de
lo que ha sucedido en el tiempo, desde los orígenes del mundo, [se
ordena y se divide] en edades (aetates). Primera edad, desde la
caída de los ángeles hasta el fin del diluvio; segunda edad, desde el
fin del diluvio hasta Abraham; tercera edad, desde Abraham hasta David,
Codro, la caída de Troya y Evandro; cuarta edad, desde David hasta la
cautividad de Babilonia, Alejandro Magno y Tarquino; quinta edad, desde
la cautividad de Babilonia hasta Jesucristo y Octavio: hasta entonces,
el mundo había durado cuatro mil setecientos cincuenta y tres años,
según el texto hebreo, o cinco mil doscientos veintiocho, según los
Setenta; sexta edad, desde Jesucristo
y
César Augusto hasta
el presente. El contenido de estas edades sucesivas es una cronología
sumaria de los principales acontecimientos de la historia de los pueblos
más célebres: hebreo, egipcio, asirio, griego y romano; los emperadores
y reyes de la Edad Media occidental son colocados naturalmente después
de los emperadores romanos, como si, hasta Federico I, se hubiera
continuado la misma historia sin interrupción. [ ... ] Para nosotros, la
Edad Media se opone a la Antigüedad, redescubierta por el Renacimiento;
para los hombres medievales, su propio tiempo era una continuación de la
Antigüedad, sin que, históricamente hablando, nada los separase de ella.
En ningún terreno les parecía más evidente esa continuidad de las dos
edades que en el ámbito de la cultura intelectual, en el que hoy es
corriente oponerlas del modo más radical. El mito histórico de la translatio studii
-aceptado casi universalmente en la Edad Media-
atestigua ese estado de espíritu. [ ... ] [Determinados modos de
razonamiento que parecen extraños en nuestros días fueron ampliamente
utilizados en la Edad Media. La etimología de las palabras, así, era entonces un
método explicativo universalmente aceptado.] Se admitía que, pues los
nombres han sido dados a las cosas para expresar la naturaleza de éstas, era
posible conocer las naturalezas de las cosas encontrando el sentido
primitivo de sus nombres; [por ejemplo: mulier
<
mollis aer; cadaver
<
caro data
vermibus]. A la explicación etimológica
se une, con frecuencia, la interpretación
simbólica,
que consiste en tratar
las cosas
mismas
como signos
y en
desentrañar sus significaciones. Cada cosa tiene generalmente varios
significados. Un mineral, una planta, un animal, un personaje histórico,
pueden, simultáneamente, recordar un suceso pasado, presagiar un
acontecimiento futuro, significa una o varias verdades morales
y,
por encima de éstas, una o
varias verdades religiosas. El sentido simbólico de los seres era entonces
de tal importancia que, a veces, se olvidaba verificar la existencia misma
de aquello que lo simbolizaba. Un animal fabuloso -el fénix, por ejemplo-
constituía un símbolo tan precioso de la resurrección de Cristo, que nadie
pensaba en preguntar si existía el fénix. [ ... ] A las interpretaciones
etimológicas y simbólicas hemos de añadir el razonamiento por
analogía,
que consistía en
explicar un ser o un hecho por su correspondencia con otros seres u otros
hechos. Método legítimo éste y utilizado por todas las ciencias, pero que
los hombres de la Edad Media emplearon más como poetas que como sabios. La
descripción del hombre como un universo en pequeño, es decir, como un
microcosmos análogo al macrocosmos, es el ejemplo clásico de este modo de
razonamiento. Así concebido, el hombre es un universo a escala reducida: su
carne es la tierra, su sangre es el agua, su aliento es el aire, su calor
vital es el fuego, su cabeza es redonda como la esfera celeste; en ella
brillan dos ojos, como el sol
y
la luna; siete aberturas en
su rostro corresponden a los siete tonos de la armonía de las esferas; su
pecho contiene el aliento
y
recibe todos los humores del
cuerpo, de igual modo que el mar recibe todos los ríos; y así se continúa
indefinidamente, como atestigua, v.gr., el
Elucidarium
atribuido a Honorio de
Autun. Cuando estos diversos modos de razonamiento concurren para explicar
un mismo hecho, se obtiene el tipo de inteligibilidad más satisfactorio para
un espíritu medio [del período en cuestión], que estuvo constantemente
repartido entre la imaginación de sus artistas
y
la razón raciocinante de sus
dialécticos.