Por las escasas referencias y testimonios que han llegado hasta nosotros, Andrés Bello era de «contextura débil en la apariencia, facciones delicadas y expresivas, un carácter serio, frecuentemente meditabundo, a veces algo melancólico y un entendimiento precoz, vigoroso y perspicaz» (Amunátegui). Las notas de sus contemporáneos -Bolívar, Alamo, Fernández Madrid- o de quienes las trazaron por trato posterior (Amunátegui) o por tradición auténtica -Juan Vicente González, Arístides Rojas-, nos dan un retrato bastante exacto de cómo era Andrés Bello en la época de su vida -adolescencia y juventud- cuando se definen los rasgos individuales. Las cualidades morales e intelectuales y su carácter introvertido nos dibujan la imagen de un hombre que se había destacado en la sociedad de su tiempo, como notable personalidad.
Andrés Bello vivió sus primeros años en la casa del abuelo materno, Juan Pedro López, situada detrás del convento de los Mercedarios, en Caracas. La vecindad del convento de La Merced tuvo real trascendencia en el niño Andrés, por cuanto que la biblioteca conventual fue centro de sus primeras lecturas, y donde, además, entró en relación con su maestro de latinidad, fray Cristóbal de Quesada (1750-1796), notabilísimo conocedor de la lengua y literatura latinas, quien echó los cimientos del humanismo clásico en el alma de Andrés Bello.
Concurre para sus primeras letras a la escuela que con el nombre de Academia, regentaba en Caracas don Ramón Vanlosten. En 1797 inició sus estudios en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, hasta graduarse de bachiller en artes en 1800. No prosiguió estudios más avanzados, aunque se inscribió en el primer curso de medicina. Vivió entregado sin descanso a las lecturas de buenos textos y se contrajo, además, a estudiar por su cuenta el idioma francés, primero, y luego el inglés, lo que le dio una preparación excepcional en el medio caraqueño de su tiempo.
A los años de 1797 y 1798 deben corresponder los días en que Bello dio clases a Simón Bolívar, año y medio menor, en la suerte de academia privada que la familia del futuro Libertador le organizó en su propia casa. Bolívar recordará más tarde ese magisterio como timbre de buena enseñanza.
El 2 de enero de 1800, formaba parte Andrés Bello de la expedición de Alejandro de Humboldt (1769-1859) y Aimé Bonpland (1773-1858), quienes acometían el ascenso a la Silla de Caracas, cima del monte Ávila, a cuyas faldas está la ciudad.
En 1802, gana el concurso para proveer el recién creado cargo de oficial 2º en las oficinas de la Capitanía General de Venezuela. A partir de 1802, no se producirá ningún acontecimiento cultural y público en la Capitanía General hasta 1810 en donde no esté visible la mano y la presencia de Bello. En abril de 1804 llega a Caracas la expedición de la vacuna, encabezada por Francisco Javier Balmis (1753-1819). En 1807, Bello fue nombrado por el capitán general interino Juan de Casas, secretario en lo político de la junta de la vacuna. Redacta las actas entre 1807-1808. La vacuna antivariólica revestía enorme trascendencia, pues las epidemias de viruela habían sido terrible flagelo desde el siglo XVI sobre toda Venezuela. Bello participó en el regocijo con la puesta en escena de su obrita en verso Venezuela consolada, y compuso un largo poema, en endecasílabos asonantados, «A la vacuna», acaso la composición poética de más aliento en la época juvenil del poeta.
En 1808, se produce en Caracas un acontecimiento de importancia: la introducción de la imprenta con el primer taller de Mateo Gallagher y Jaime Lamb, traído de Trinidad se inicia el 24 de octubre de 1808. Acordó el gobierno local emprender la publicación de un periódico oficial de la Capitanía, la Gaceta de Caracas, y lógicamente, por su prestigio, Andrés Bello fue designado su primer redactor. Será el redactor del periódico hasta junio de 1810. Acomete a fines de 1809 dos proyectos: el Calendario manual y guía universal de forasteros en Venezuela para el año de 1810; y con Francisco Isnardi (1750-1820) la nonata revista El Lucero, de la que sólo apareció el prospecto. El Calendario Manual contiene el «Resumen de la historia de Venezuela», escrito por Bello. Es la prosa más importante que conocemos del humanista, antes de partir de Caracas, en la cual se manifiesta con propio estilo y anticipa los temas de su mejor poesía, las «Silvas», que escribirá en Londres.
Produjo durante los días de Caracas hasta 1810 algunas poesías originales juveniles: el romancillo «El Anauco»; los sonetos «Mis deseos», «A una artista», «A la victoria de Bailén», la octava a la muerte del obispo Francisco Ibarra (1726-1806), y el romance «A un samán». La égloga «Tirsis, habitador del Tajo umbrío» y la oda «A la nave», son, quizás, las poesías más indicadoras del numen poético de Bello, quien seguía las fuentes originales de la cultura latina (Horacio y Virgilio), a través del mejor castellano de los clásicos españoles. Tenemos noticias de traducciones, hoy perdidas, la del canto V de la Eneida y de la Zulima, de Voltaire.
Falta referirnos a sus investigaciones del idioma. La monografía Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, «el más original y profundo de sus estudios lingüísticos», según Menéndez Pelayo. Del mismo modo la adaptación castellana del Arte de escribir del abate de Condillac. Todavía hay otro estudio extraviado: la diferencia de uso de las tres conjunciones consecutivas que, porque y pues. Las bases firmes de su obra futura están sin duda en ese período de vida en Caracas, cuando por propia exigencia logró forjarse, en un medio propicio, su condición de humanista. Persisten los temas, juicios y reflexiones en sus creaciones posteriores, en Londres y en Chile. La formación de Bello habrá tenido que ser forzosamente clasicista, por un lado, con profundos estudios de latín y de cultura clásico-romana, y por otro, con dedicación al conocimiento de las obras de los escritores de los Siglos de Oro de la literatura en castellano.
La junta que se forma el 19 de abril de 1810 en Caracas, envía a Inglaterra a Simón Bolívar y a Luis López Méndez (1770-1841). Se les asigna como auxiliar al joven Andrés Bello, quien sabía inglés y se había ganado la confianza y el respeto de sus contemporáneos. La ida de Bello a Londres era para un tiempo breve, pues se había estimado la permanencia corta y transitoria. Bolívar decide pronto volver a Caracas para luchar de otra manera por la independencia. Se quedan en Londres López Méndez y Bello. Cuando se interrumpe la vida republicana en Venezuela, en 1812, empieza para estos diplomáticos el pavoroso problema de subsistir. Probablemente salvó la situación desesperada el hecho de que tenían casa, pues vivían en Grafton Street, en la residencia de Francisco de Miranda (1750-1816), donde Bello experimentó su primer gran descubrimiento en Londres, que es el mundo de la biblioteca del precursor.
De 1812 en adelante, comienza un período lleno de dificultades, hasta que entra en relación con Antonio José de Irisarri, guatemalteco, ministro de Chile en Londres, quien le da la mano y lo nombra secretario de la legación en 1822. Contrae matrimonio en 1814, con Mary Anne Boyland (1794-1821). Aspiraba volver a América. En 1814 solicita al gobierno de las Provincias del Río de la Plata ser trasladado a Buenos Aires; en 1815 expresa al gobierno de Cundinamarca su deseo de «establecerse en la única sección de América que se hallaba todavía independiente». Irisarri, convencido de la excepcional valía de Bello, fue su padrino para que ingresase al servicio de la legación de Chile. Al ser sustituido Irisarri en la legación por Mariano Egaña (1793-1846), en pugna con Irisarri, Bello sufrió las consecuencias de esta enemistad, pero muy pronto nació entre Egaña y Bello un entrañable afecto y un mutuo respeto. Cuando Egaña regresa a su país, se convierte en el más apasionado defensor de la idea de llamar a Bello para Chile; y a él se debe principalmente el que Bello decidiese trasladarse a Santiago, en 1829, con su segunda esposa, Isabel Antonia Dunn (1804-1873), con quien se había casado en 1824. De la legación de Chile pasa Bello, en 1825, al servicio de la legación de la Gran Colombia, en la que permanecerá hasta febrero de 1829, fecha de su partida para América.
Redactó Bello dos grandes revistas publicadas en Londres por una Sociedad de Americanos, de la que son alma Bello y Juan García del Río (1794-1856). Apareció en 1823 la Biblioteca Americana, y en 1826-1827 El Repertorio Americano, que son la más valiosa manifestación europea del pensamiento hispanoamericano en este período. Pero, entre 1812 y 1822, ¿cuál es la actividad intelectual de Bello? Esos años, penosos y sombríos, están poblados por un grupo de personajes sumamente interesantes y, sobre todo, profundamente humanos. La amistad, por ejemplo entre Blanco White (1775-1845) y Bello, es de las cosas más hermosas que pueden examinarse. José María Blanco White fue español liberal, sacerdote en la España fernandina, se trasladó a Inglaterra en busca de un mundo libre, donde sufrió profundas crisis de creencia. Intenta comprender la autonomía americana, y en la revista que publica en 1810 en Londres, El Español, se imprimen las primeras palabras en castellano, con ánimo de interpretar, razonadamente, como peninsular, el mundo hispanoamericano en rebelión para reivindicar la presencia y la emancipación. Blanco White da la mano a Bello, lo acompaña con franca protección en los momentos más difíciles, en los que Bello hubiese caído en desesperanza. Otra relación humana emocionante es la de Bello con Bartolomé José Gallardo (1776-1852), extremeño de recio carácter, sabio, quizás el hombre que en su tiempo ha sabido más de cultura española. Otros emigrados españoles forman el grupo de amigos de Bello: Vicente Salvá (1786-1865), gramático y bibliógrafo; Antonio Puigblanch (1775-1840), también gramático; Pablo Mendivil (1788-1832), crítico y maestro. Se relaciona también con grandes hombres hispanoamericanos. Bello y López Méndez gozaron breve tiempo de un módico subsidio del gobierno inglés. Cuando finalizó, cayeron otra vez en estrecheces y fue Mariano de Sarratea (1774-1849), quien se dirige al gobierno argentino en solicitud de ayuda para Bello.
Conocemos los trabajos intelectuales de Bello, como la probada colaboración en la sociedad bíblica en Londres; el cargo de descifrar los manuscritos de Jeremías Bentham; el estudio sobre el sistema educativo de Lancaster y Bell; y sobre todo, sus asiduas horas diarias en el Museo Británico, que fue realmente la casa de Bello en los años londinenses. Pero, la actividad intelectual más eminente de Bello en Londres fue la creación poética. Escribía poesía entre estos años de 1812 a 1822. La mayor significación literaria de Bello es la de haber sido autor de esas dos grandes silvas: La Alocución a la poesía y La agricultura de la zona tórrida, dos ramas de un poema inconcluso que no llegó a escribir nunca: América. La fecha de publicación de los poemas: 1823 y 1826, en sus dos revistas, Biblioteca Americana y El Repertorio Americano, donde empezó a publicar también sus grandes investigaciones científicas eruditas y sus estudios de crítica y filología, particularmente en las obras épicas medievales, en especial el Poema de Mio Cid. Específicamente sus dos grandes silvas, le acreditan como Príncipe de la literatura hispanoamericana. En la primera invoca el derecho de América por su independencia cultural; y en la segunda canta a la naturaleza del trópico, con rasgos horacianos, que alcanzan niveles de alta inspiración. De aire neoclásico, pero en un estilo personal muy logrado, como de gran poeta en los días de definición literaria hispanoamericana. En otro sesgo de su actividad en Londres, tradujo a Byron, Delille, Boyardo, en versos excelentes. Las disquisiciones sobre la rima, la ortografía, la literatura medieval europea, etc., vieron la luz en dichas publicaciones. Es visible la variedad de ocupaciones de Bello, no tan sólo en su propia obra de escritor, en su afán insaciable de estudio, sino en el trabajo mismo en legaciones diplomáticas, en encargos e investigaciones, todo lo cual le llevó a conocer muy por dentro una vasta complejidad de temas y problemas, particularmente en cuestiones de derecho internacional. Por otra parte, no hay duda de que mientras reside en Londres el objeto permanente de las meditaciones de Bello es América.
¿Cómo era Bello en el año 1810, cuando llegó a Londres, y cómo era en 1829, cuando partió de Inglaterra? Me parece fuera de discusión que sin esta etapa de estudios y experiencia, sin esta contemplación del mundo desde una ciudad como Londres, con la diferencia de ver el universo y los sucesos de una época desde un punto de observación como Inglaterra, capital liberal de Europa, plataforma extraordinaria y privilegiada, sin esta comunicación y contacto con las transformaciones violentas que estaba experimentando el mundo occidental del primer tercio del siglo XIX, cuando irrumpía en las letras el romanticismo, cuando se ordenaba el mundo postnapoleónico, entre la edad de veintinueve a cuarenta y ocho años, el pensamiento de Bello no hubiese alcanzado la dimensión universal que tuvo.
La obra literaria que nos brinda desde Inglaterra presenta ya rasgos distintos de lo que había producido en Caracas. Por una parte, la madurez que dan los años y el desarrollo de sus meditaciones; y, por otra, la maestría en el estro personal tanto como la considerable ampliación de horizonte en sus inspiraciones. La vía de perfeccionamiento del primer descubrimiento de la belleza literaria en sus días de Caracas, es visible en el lenguaje, que logra expresión peculiarísima. Influye en él el romanticismo, que juzga equivalente a las doctrinas liberales en política.
El estudio y la corrección han impulsado un progreso evidente a las inquietudes juveniles. Se perfila el futuro maestro del continente en todo cuanto escribe desde la capital inglesa. El distinto panorama de sus lecturas, el trato con personas de otras latitudes y el mayor fondo de cultura que Londres le proporciona, dan otro sentido y diferente calidad a su obra literaria. Es ya un gran poeta, que habla para un continente. Del mismo modo, aparece en sus prosas, al lado del placer de la investigación, el propósito educador hacia sus compatriotas americanos, con plena maestría y autoridad. Ha adquirido ya su tarea literaria la dimensión última, que no abandonará jamás en los años posteriores: la educación de sus hermanos de América. Desde su arribo a Chile, todo lo que escribe contiene este carácter esencial de su obra literaria, pero le añade otro trazo: el tener conciencia del valor de acción social de las letras, como medio formador de los pueblos americanos, constituidos en repúblicas independientes. Armado de una profunda fe en la civilización mediante la educación de los pueblos, la mantiene constantemente en todos sus escritos; en Chile sostiene los mismos principios sobre la dedicación e incremento del estudio y cultivo de las ciencias y las letras. Si Bello se hubiese quedado en Europa, hubiera sido probablemente el iniciador de la erudición hispánica moderna. Si analizamos el carácter de lo que publicó y elaboró en Londres; las reflexiones sobre la rima en griego y latín; el sistema asonante en la versificación romance; el comentario a Simonde de Sismondi (1773-1842), que era la máxima autoridad en literatura en esta época, autor de la Littérature du midi de l'Europe, a la que replica Bello con un sesudo trabajo de análisis; su proposición de reforma ortográfica; y los estudios para escribir una gramática universal y filosófica; todos sus escritos, salvo las poesías, son trabajos de singular erudición, excepcionalmente profundos, monografías en campos muy restrictos y precisos, de enorme sabiduría.
Los sucesos que jalonan la vida de Bello en Chile son los siguientes: en 1829 es nombrado oficial mayor del ministerio de hacienda; en 1830 se inicia la publicación de El Araucano, periódico del que fue principal redactor hasta 1853; en 1834 pasa a desempeñar la oficialía mayor del ministerio de relaciones exteriores; en 1837 es elegido senador de la República hasta 1855; en 1842 se decreta la fundación de la Universidad de Chile, cuya inauguración en 1843 es el acto más transcendental de la vida de Bello; en abril en 1847 publica la primera edición de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos; en 1851 es designado miembro honorario de la Real Academia Española, y en 1861 miembro correspondiente; en 1852 termina la preparación del Código Civil chileno, que es aprobado por el Congreso en 1855; en 1864 se le elige árbitro para dirimir una diferencia internacional entre el Ecuador y Estados Unidos; en 1865, se le invita para ser árbitro en la controversia entre Perú y Colombia, encargo que declina por estar gravemente enfermo. Muere en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865.
A partir de su regreso a América y en lugar de seguir en la vía de erudito historiador iniciada en Londres, Bello escribe su Derecho de jentes, una Cosmografía; hace de periodista, da clases; elabora un Derecho romano porque no existe en el país; publica la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos -independizándola de la de Nebrija (1444-1522)-, considerada todavía hoy como la mejor para el idioma español; la Ortología y métrica, obra magistral en la materia; se dedica a elaborar un código civil porque falta la regulación de la vida social. Es decir, sustituye la orientación de sabio investigador que vivía en Londres, por un objetivo de maestro, por una finalidad de enseñanza. Lo que Bello publicó en 1823 sobre el poema del Cid en la Biblioteca Americana, por ejemplo, se anticipa en mucho a lo que escriben muchos años después Milá y Fontanals y Menéndez Pelayo. No abandona la creación poética, porque es razón de vida para el humanista. Escribe poesías originales, donde ya campea el romanticismo y traduce y adapta obras de poetas como Víctor Hugo, en un proceso de recreación admirable, como es el caso de «La oración por todos». Bello tiene absoluta necesidad de seguir cultivando las musas, y fue poeta hasta el fin de sus días. Pero venido a América la reflexión de Bello se habrá aplicado a las necesidades de los países independizados políticamente, que requerían instrumentos de educación general, de orientación y ordenación de las repúblicas en la vida de la cultura, en su más amplio sentido. Entonces el trabajo se transforma en la obra poligráfica del Maestro, en una amplitud de temas, en los que no puede desdeñar ni los manuales de enseñanza, ni las obras de divulgación, ni los artículos semanales para El Araucano o los consejos para evitar que el castellano se estropee. Se ha convertido el erudito en el educador. Y de ello, tenemos una prueba irrefutable: las investigaciones que había empezado en Londres se publicaron póstumamente: Filosofía del entendimiento y La reconstrucción del poema del Cid. Bello ha sido el conductor y definidor cultural de la América hispana independizada. Londres significaba otro camino, pero me atrevo a afirmar, sin vacilación, que si Bello no hubiese vivido sus diecinueve años en Londres, probablemente no hubiese tenido la preparación necesaria para poder convertirse en el Maestro Americano.
Cuando contemplamos en su conjunto la obra de Bello, observamos que al lado de unas partes ya caducas, hay otras como, por ejemplo, el pensamiento filológico, el código civil, el derecho internacional, la poesía, las normas educativas y su postura frente a la civilización que se mantienen vigentes y deben tenerse muy en cuenta para nuestros días.
Bello encarna con su vida y su obra el tipo del humanista, pero humanista representativo de una nueva concepción de la cultura, que puede calificarse de humanismo liberal. Juzgo que está justificada tal designación para los forjadores intelectuales de las repúblicas independizadas de este continente, que es su más trascendente aportación a la civilización occidental. Bello es el primer humanista de América.