Junto al río Najerilla descansa el cerro "el castillo" donde se construyeron las cuevas najerinas. Se pueden apreciar las diversas plantas.
 

 

 

 

1.- Introducción

 

 

Parte de la Nájera de la Edad Antigua, y casi toda la más altomedieval, estaba asentada sobre los dos cerros que llamamos La Mota  [1] y Malpica, separados por esa ancha vaguada que en la actualidad es la calle Costanilla, el acceso natural al centro de la ciudad desde el Noroeste. Ellos son los denominados en la documentación medieval Castillos  [2] de cristianos y judíos”.

Fue sobre todo durante el reinado de Sancho III el Mayor  [3] cuando la Nájera, convertida por él en capital de hecho del reino navarro, fue bajando de los cerros y se fue asentando entre estos y el río.

Además de la creciente tranquilidad que sigue a la muerte de Almanzor (10 de agosto de 1002), y a la desaparición de hecho del Califato de Córdoba con el asesinato de su hijo, Abderramán Sanchuelo, el 3 de marzo de 1009, también influyó sin duda, el que Sancho el Mayor en 1030 haga que el Camino de Santiago pase por Nájera, entrando por San Jaime y saliendo por la Costanilla.

Luego, con el navarro García Sánchez III  [4] vendrían los hospitales de peregrinos y Santa María la Real.

Santa María la Real había sido concebida por don García como catedral de la diócesis de Calahorra – Nájera, en cuyo beneficio suprime en 1052 la diócesis de Valpuesta, a la que ya había añadido parte de la de Oca, para que desde Nájera fuese gobernada como tierra navarra, también en lo religioso, la parte de la Vieja Castilla que el monarca pamplonés había heredado de su madre. Tal proyecto quedó en agua de borrajas tras la muerte de don García el 1 septiembre de 1054 en la batalla de Atapuerca a la que lo había conducido inevitablemente su tozudo empeño en navarrizar la mitad del corazón mismo de Castilla.

El 3 septiembre de 1079, Alfonso VI, otro gran protector del Camino de Santiago, entrega la nonata catedral najerina a Cluny convertida en un simple priorato. Pero Alfonso VI también protegió Nájera. Le dio buenos fueros y el puente de piedra, mimado sucesivamente por su colaborador, santo Domingo de la Calzada y el de sus sucesores, san Juan de Ortega que moribundo se despidió de Nájera, desde la Salera, un día a finales de Mayo de 1163. Ese puente modificó definitivamente la entrada en la ciudad y el trayecto en ella del Camino de Santiago. Ahora se dirigirán los peregrinos, a la salida del puente, por la Calle Mayor, hasta Santa María la Real, más allá de la ahora denominada plaza de Navarra. Desde de Santa Maria la Real, Costanilla adelante, el Camino seguía en dirección a Azofra.

 

 

 

 

2.- Pasomalo

 

 

           Pero volvamos al principio. Toda la zona del Castillo y de Malpica es un gigantesco yacimiento arqueológico apenas investigado, cuya riqueza inducimos a partir de los restos hallados en las excavaciones bien realizadas por el Director del Museo Najerino y su equipo, o que han ido saliendo a la superficie de forma natural o forzada. También por las ruinas que aún permanecen, más mal que bien, en pie.

Mi intención es recorrer una de las zonas más interesantes de este muy extenso yacimiento arqueológico. En el barrio de san Jaime, nos dirigimos al lugar donde estuvo la Puerta Lóbrega, la más importante puerta de acceso a la ciudad hasta la construcción por santo Domingo de la Calzada y por san Juan de Ortega del magnífico puente de piedra. Saliendo por ella, se accedía al más antiguo puente en el que desembocaba la calzada romana proveniente de Alesón y Tricio. Entrando, se llegaba a la plaza del Mercado, ya existente en 1052. Próxima a ella estaba la parroquia de san Jaime, la primera iglesia que encontraban los peregrinos nada mas entrar en la ciudad.

Desde la Puerta Lóbrega, Najerilla arriba, arrimado al pie del cerro de la Mota, discurría y discurre el camino de Pasomalo, así llamado por el doble peligro que suponen los desprendimientos de las partes altas del farallón del cerro del Castillo y, hasta hace poco, las frecuentes y repentinas crecidas del río. Vamos caminando por la zona que vio nacer la Nájera altomedieval.

 

 

 

3.- Todo comenzó en el vecino pueblo de Tricio

 

Los cronistas  [5] medievales al relatar la reconquista de Nájera por leoneses y navarros en el 923 insisten en un dato que arqueológicamente se revela cierto:

“…atque cepit   [Ordonius] supradictam Nagaram quæ ab antiquo Tritio uocabatur…”.

Durante ciento cincuenta años, desde la segunda mitad del s, I y durante todo el s. II, la vecina ciudad de Tricio disfrutó de un muy alto nivel de vida  gracias a la fertilidad de sus campos y a su muy floreciente industria alfarera.

Ese alto nivel de vida hay que extenderlo, por idénticos motivos, a las poblaciones cercanas de los valles del Yalde y del Najerilla. Conocemos, v.g., una importante industria alfarera durante esa misma época en Manjarrés, Bezares y las Arenzanas. Y hay que advertir que en todos esos lugares la tradición alfarera venía ya de antiguo. La agricultura tampoco ha sido nunca desdeñable en ninguno de ellos.

Del esplendor del Tritium Magallum [6] hispanorromano nos hablan alto y claro su epigrafía y la de las personas ilustres en otras ciudades que en ella nacieron, sus  muy abundantes indicios de alfares y villas, caseríos y alquerías cercanas, y los  espectaculares restos arquitectónicos reutilizados en la ermita de Arcos.

En el siglo III la fuerte competencia provoca la decadencia de los alfares de Tricio que durante los siglos  IV y V aparecen trasladados, en parte, al pie del cerro del Castillo, aquí en Pasomalo.

 

 

3.- Las Cuevas najerinas en los siglos III y IV

 

Pero para el caminante no ya de Pasomalo, sino también del Paseo y para los viajeros observadores que se acercan  a Nájera, las galerías de aberturas artificiales en los farallones de la orilla izquierda del Najerilla, a las que siempre hemos llamado familiarmente Las Cuevas, constituyen un intrigante misterio. Vamos a desvelar su verdadero origen.

Tricio comienza a decaer en el siglo III por la crisis de su industria alfarera y por la más general y honda que afecta a todo el Imperio Romano.

Es a lo largo del siglo III cuando estalla una fuerte crisis política, económica y social en el interior del Imperio Romano, fuertemente presionado además en sus fronteras por el creciente peligro bárbaro.

Durante los más de treinta años que dura la Anarquía Militar (235 – 268), se produce una ausencia casi constante de una autoridad legítima central duradera porque los soldados de los ejércitos de las fronteras del Imperio designan y eliminan emperadores a su voluntad. La vida económica se verá seriamente obstaculizada por la incertidumbre de la producción, la dificultad de los transportes, la ruina de la moneda, etc., etc.

En esa situación la gente indefensa, en Oriente y en Occidente, comienza a abandonar ciudades y villas para vivir en cuevas fácilmente defendibles de enemigos interiores y exteriores. Esta forma de buscar una cierta seguridad en épocas revueltas ya se tenía aprendida desde la lejana Prehistoria.

Como testigos de este comportamiento tradicional recordemos, p.e., textos del N.T. como:

 

1.      Marcos, XIII, 14 - 19:

“Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes; el que esté en la azotea, no descienda a la casa, ni entre para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno; porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá.”

 

2.      Apocalipsis, VI, 15 - 17:

“Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”

 

Interior de una cueva najerina

    Gonzalo de Berceo resume estos textos en una bien construida estrofa de su cuaderna vía:

 

“Los hombres con la cuita y con esta presura,

con estos tales signos de tan fiera figura,

buscarán dó se metan en una angostura;

dirán: “Montes, cubridnos que somos en ardura. [7]

 

 

 

S. Juan Crisóstomo nos deja muy claro cuál es la solución buscada en un momento de invasión:

“Las ciudades ahora [8] sólo son paredes y techos; en cambio los desfiladeros y selvas se han convertido en ciudades.  […] Los hombres que habitamos en Armenia cada día nos vemos obligados a emigrar de unos lugares a otros haciendo vida…de nómadas y no descansando nunca con ánimo confiado. ¡Hasta tal punto todo está lleno de tumulto y perturbación! Aquellos (los isaurios), en efecto, a su llegada, a unos los degüellan, a otros los queman y de los libres hacen siervos. A otros con sólo el rumor (de su llegada) los hacen huir y abandonar las ciudades… [9]

En otro texto describe bien la sensación de vivir refugiados en el interior de  un farallón o de una construcción de varios pisos bajo tierra:

“Ni siquiera en el “castillo” en el que estamos encerrados, lo mismo que en una cárcel, podemos estar confiados ya que los isaurios no dudan en sitiar “fortalezas” de esta índole.”  [10]

Pero, mucho antes de las invasiones bárbaras del s. V, la crisis fue destruyendo el tejido urbano que había sido el cimiento de la prosperidad romana: Hacia la mitad del s. III escribía san Cipriano, obispo de Cartago, estas terribles palabras [11]:

“El mundo, envejecido, ya no conserva su antiguo vigor. El invierno no tiene suficiente lluvia para alimentar las simientes ni el verano bastante sol para alimentar las cosechas. Las montañas, agotadas, dan menos mármol, las minas menos plata y menos oro. Faltan cultivadores en los campos, marinos en la mar, soldados en los campamentos. No hay justicia en los Juicios, competencia en los oficios, disciplina en las costumbres. La epidemia diezma al género humano. Se aproxima el juicio final. [12]

A finales de la centuria resultó que el fin del mundo no llegó. Lo que vino fue algo mucho peor: la insoportable presión fiscal de un Estado socialista asfixiante por totalitario. Lactancio lo describió así:

“Se llegó al extremo de que era mayor el número de los que vivían de los impuestos que el de los contribuyentes, hasta el punto de que, al ser consumidos por la enormidad de las contribuciones los recursos de los colonos, las tierras quedaban abandonadas y los campos cultivados se transformaban en selvas. [13]]

En el tremendo capítulo de esta misma obra, dedicado a la política fiscal de Galerio [14], Lactancio nos describe de forma insuperable cómo la presión fiscal se cebó en las poblaciones y provocó la pobreza más extrema, generadora de un brutal aumento de la mendicidad que era justamente lo que se trataba de evitar.

"Pero lo que en verdad provocó una auténtica catástrofe pública y un duelo general fue el censo que se impuso a todas las provincias y ciudades. Se enviaron a todas partes inspectores que todo lo removían provocando una especie de estado de guerra y de cautividad insufribles. Los campos eran medidos terrón a terrón, las vides y los árboles contados uno a uno, se registraban los animales de todo tipo, se anotaba el número de personas; se reunía en las ciudades a toda la población rústica y urbana, las plazas, todas, rebosaban de familias amontonadas como rebaños, cada uno acudía con sus hijos y sus esclavos.

Resonaban los látigos y demás instrumentos de tortura. Los hijos eran colgados para que testificasen contra los padres, los esclavos más fieles eran torturados para hacerlo contra sus dueños y las esposas contra los maridos. Si todo esto no daba resultado, eran torturados para que testificasen contra si  y, cuando cedían al dolor, se les incluía en el registro los bienes que no poseían.

No había exención ni para la edad, ni para la salud. Se incluía a los enfermos e incapacitados, se calculaba la edad de cada uno, a los niños se les añadían años y a los viejos se les quitaban. El llanto y la tristeza se advertían por doquier. Osó hacer, en contra de los propios romanos y los que a ellos se encontraban sometidos, lo que antes, en virtud del derecho de guerra, habían hecho nuestros mayores con los pueblos sometidos. Y ello por la única razón de que sus antepasados habían sido sometidos al censo que Trajano, tras su victoria, impuso a los dacios como castigo por sus continuas revueltas.

 El resultado de estas medidas fue que había que pagar por la propia cabeza y por la propia vida. Sin embargo no se tenía confianza en los mismos inspectores, por lo que, tras unos, se enviaban otros en la esperanza de que localizasen nuevos recursos imponibles; y para que no diese la impresión de que su misión había resultado vana, duplicaban sistemáticamente las tasas a su libre antojo, aunque no encontrasen nada nuevo.

 Entretanto disminuía el número de animales y los hombres morían, más no se dejaba de pagar impuestos por los muertos: ni vivir, ni morir gratis era posible ya. Quedaban solo los mendigos, de los que nada se podía reclamar: la indigencia y la desgracia los protegía de cualquier atropello. Al menos, este hombre misericordioso se compadeció de ellos, de suerte que no les faltase nada: mandó reunirlos a todos, embarcarlos y arrojarlos al mar. ¡Qué humanitarismo el de este hombre que procuró que durante su reinado no hubiese ningún pobre! De este modo, al tomar medidas para que nadie eludiese el censo simulando ser un mendigo, asesinó contra todo derecho a una muchedumbre de auténticos mendigos. [15]"

 

Sigue insistiendo Lactancio, en otro pasaje de su obra, en los abusos que cometió Galerio al recaudar fondos para costear la celebración de las fiestas Vicennales y al final del texto plantea con meridiana claridad cómo los impuestos excesivos impiden la actividad económica, es decir, el comercio y la inversión privadas, haciendo a los trabajadores por cuenta propia o ajena mera mano de obra esclava productora del capital dilapidado en el derroche incontrolado practicado impunemente por el Estado:

 "Quién sería capaz de narrar apropiadamente las vejaciones a que sometió a toda la humanidad con esta exacción, sobre todo en lo referente a las prestaciones para la annona (abastecimientos destinados al ejército y a la propia ciudad de Roma). Los soldados, yo diría más bien verdugos, de todos los negociados se adherían como lapas a cada contribuyente. No se sabía que pagar en primer lugar, pues no había conmiseración ninguna para los que no tenían nada. Había que soportar múltiples torturas, a no ser que se hiciese entrega al instante de lo que no se poseía. Nadie podía respirar tranquilo rodeado como se estaba de numerosos inspectores, en ninguna época del año se podía disfrutar del más mínimo descanso. Los mismos altos funcionarios o bien sus agentes militares se mantenían en pugna, una y otra vez, con los mismos contribuyentes. No había ninguna era que no viese aparecer un exactor, ni ninguna vendimia sin su correspondiente inspector; a los que trabajaban no se les dejaba nada para su alimentación.

Más, aunque resulte intolerable que a uno le quiten de la boca el alimento que ha conseguido con su trabajo, se puede soportar, sin embargo, cuando se tiene la esperanza de disponer de otros bienes. Pero, ¿qué decir del vestido de cualquier tipo, del oro, de la plata? ¿Acaso esto no se consigue con la venta de los productos de la tierra? Pero, ¿de dónde lo voy a sacar yo, tirano demente, si tú me privas de toda mi cosecha, si me arrebatas violentamente todo lo que mi tierra produce?

¿Quién hubo que no fuese despojado de sus bienes en el intento de reunir todas las riquezas de que disponía su Imperio para sufragar una conmemoración que no se habría de celebrar? [16]

Los desmesurados impuestos explican el hecho de que sea precisamente durante el s. IV cuando se da el auge de las uillæ. También en  el entorno de Tricio. Un buen conocedor de las uillæ palentinas plantea así el hecho y su explicación:

“Ya en el s. IV nuestras villas alcanzan su más alto nivel y la máxima densidad de población. La excesiva presión fiscal dirige la corriente inversora hacia el campo, difícil de fiscalizar, y los propietarios de las villas se convierten en una especie de señores feudales. Es la época del colonato, una modalidad del cual consiste en que los pequeños labradores independientes ceden sus tierras a los latifundistas convirtiéndose en sus colonos y delegando en ellos sus antiguos derechos. [17]

En las cercanías de Tricio se da el fenómeno de las cuevas y también el fenómeno de las villas. Las villas tardorromanas serán el origen de nuestras actuales villas, de nuestros pueblos. Cercanas a Tricio,v.g., está Arenzana. Al intentar aclarar la etimología de este topónimo, reparando en el sufijo -ana, Alarcos la supone propiedad de un tal Argenteus, que sería el dueño de una poderosa uilla o fundus que luego, pasado el tiempo, se convirtió en el pueblo que hoy Arenzana es.

Tenemos que tratar una última cuestión antes de finalizar este apartado. Las cuevas de los farallones del Najerilla, durante los siglos III y IV recibieron una población empobrecida y desesperada. En algún lugar concreto y en algún momento determinado puede que se tratara de un eremita o de un grupo de eremitas. Pero no fue el eremitismo el fenómeno social que creó y habitó principalmente estas cuevas en ningún momento de su larga historia.

La hipótesis del origen de las cuevas de los farallones del Najerilla (y de otras muchas de situación semejante) que aquí se defiende la planteó por primera vez en 1979 un muy comentado artículo del profesor Antonino González Blanco [18]. Hoy es opinión común.

 

 

4.- Las Cuevas najerinas en los siglos V y VI

 

Fue el terrible siglo V el que sin duda aportó a las cuevas artificiales, excavadas en los farallones de Pasomalo y de Peñaescalera, una población masiva, procedente de la ciudad de Tricio y de las villas y poblaciones cercanas. El motivo de esta desbandada general en busca de protección y defensa es uno bien lógico, las grandes invasiones germánicas.

La secuencia de los hechos es bien conocida. En el 370, los hunos se mueven más hacia el oeste derrotando a visigodos, ostrogodos y alanos, que acabarán emigrando hacia el interior de las fronteras del Imperio Romano. Los visigodos que habían sido asentados en Dacia por el emperador Valente dejan de recibir los suministros pactados y se sublevan cruzando el Danubio en el 376.

Dos años más tarde se encuentran frente a las tropas imperiales en Adrianópolis. El 9 de agosto de 378, cerca de la actual Edirne en Turquía, Valente está al frente del ejército imperial formado por unos 20.000 efectivos. Fritigerno, Athaltheo y Saphrax comandan el ejército de tribus godas coaligadas, formado por un número similar de hombres.

Ante la llegada de Valente los godos forman un círculo de carros alrededor de su campamento en espera de que llegue la caballería. Los romanos cargan contra éste, perdiendo la cohesión de sus líneas con el ataque, momento en el que aparece la potente caballería goda (muchos de ellos ostrogodos) por el flanco derecho, arrasando literalmente la descompuesta formación enemiga, persiguiendo y masacrando a los que logran huir. Fritigerno ataca entonces con el resto de las tropas logrando una gran victoria. Las bajas romanas son cuantiosas, entre ellas se encuentra el propio Valente.

Edward Gibbon resume así esta batalla, decisiva en la Historia de Roma y en la Universal:

“La batalla de Adrianópolis, tan fatal para Valente y el Imperio, podría describirse en pocas palabras: la caballería romana huyó, la infantería quedó abandonada, rodeada y troceada.  [...] Gran número de oficiales valientes y distinguidos cayeron en la batalla de Adrianópolis, cuyas pérdidas igualaron a las desgracias sufridas por Roma en la batalla de Cannas y cuyas consecuencias fueron mucho peores.”

Militarmente, Roma quedó, el 9 de agosto del 378, en Adrianópolis, definitivamente vencida. Alessandro Barbero [19] plantea bien la cuestión:

“Habían salvado la situación  [del siglo III] una serie de emperadores particularmente enérgicos, todos con carrera militar y nombrados por el ejército: gente como Aureliano, el que construyó los muros Aurelianos de Roma, Diocleciano, el autor de la última gran persecución contra los cristianos, y naturalmente Constantino.

Eran hombres de acción, con ideas claras y sistemas brutales, y con esos sistemas habían levantado de nuevo el imperio, sin preocuparse demasiado del precio que la población había tenido que pagar. Habían reintroducido el reclutamiento obligatorio, aumentado los impuestos, reforzado la burocracia y la policía secreta; puesto que era mucha la gente que estaba totalmente en desacuerdo con estas medidas, habían introducido leyes severísimas contra la deserción, la evasión fiscal, la lesa majestad;  [...]

Sin embargo, la receta funcionaba, el imperio había resurgido, la economía tiraba hacia delante, había movimiento de dinero y ciudades grandes y prósperas, más en el Oriente griego que en el Occidente latino, para ser sinceros; pero en fin, se mire por donde se mire, era una sociedad llena de contradicciones, pero no un imperio en decadencia.

En el año 378, el de Roma no era un imperio en decadencia ni siquiera desde el punto de vista cultural y moral; estaba en proceso de transformación, eso sí. Porque el siglo IV es la época en la que el imperio se convierte al cristianismo  [...]”.

 

Pero las fatales consecuencias de la derrota militar de Adrianópolis no tardarían en hacerse evidentes. Dieciocho años más tarde la situación volvió a ser trágica, cuando en el 396 los hunos deciden reanudar su marcha invadiendo Dacia y Panonia provocando así nuevas huidas de germanos.

En la nochevieja del 406 cruzan un Rin helado los suevos y los alanos conducidos por los vándalos. Tras haber asolado la Galia, estos mismos pueblos pasan los Pirineos y en el otoño del 409 llegan al valle del Ebro siguiendo la vía que iba de Roncesvalles a Pamplona.

Por otra parte, Estilicón, que intentó con Oriente la unidad de acción contra los bárbaros sin éxito, fue asesinado en el 408, dejando a Italia sin un cerebro capaz de organizar su defensa. El 24 de agosto del 410, en medio de una terrible tormenta y llevado de la mano por traidores, Alarico entra en Roma y la saquea a placer durante tres días consiguiendo un rico botín y raptar a Gala Placidia, hermana del emperador Honorio.

La repercusión del saqueo de Roma por Alarico es tremenda. San Jerónimo cree que el fin del mundo ha llegado. San Agustín, ante las acusaciones de los paganos a los cristianos de ser los culpables de lo sucedido por haber abandonado el culto a los dioses tradicionales, y ante la grave crisis que los propios cristianos sufren por considerar que ha llegado el impensable final de la ROMA ÆTERNA, escribe, entre el 413 y el 426, una de las reflexiones sobre la Historia que más han influido en el Pensamiento Occidental. Me estoy refiriendo a La Ciudad de Dios.

Hoy hay muchos que no quieren oír hablar de la barbarie de los bárbaros, pero los testimonios del desastre y del terror causados por sus correrías de pillaje, asesinatos y destrucción son muchos, documentales y arqueológicos, y muy claros.

San Jerónimo, en una carta muchas veces citada, describe así lo acontecido tras la noche de s. Silvestre del 406:

 “Bandas innumerables y muy feroces han ocupado el conjunto de las Galias. Todo el país comprendido entre los Alpes y los Pirineos, entre el Océano y el Rhin, ha sido devastado por los cuados, los vándalos, los sármatas, los alanos, los gépidos, los hérulos, los sajones, los burgundios, los alamanes e incluso los panonios (...)  Maguncia, ciudad antaño ilustre, ha sido saqueada, y en su iglesia millares de hombres han sido asesinados. Parecida suerte han sufrido en Worms, Reims, Amiens, Arras... Aquitania ha sido completamente arrasada. Muchas ciudades están despobladas a consecuencia de la espada y el hambre. Toulouse no ha caído todavía en ruinas gracias a su obispo Exuperio. Hispania tiembla pues ve cómo sobre ella se abate la muerte. No continúo este relato pues podría parecer que desespero de la clemencia divina.”

Hidacio [20] nos resume los tiempos de correrías, bárbaras en todos los sentidos, que siguieron al otoño del 409:

“Los alanos, vándalos y suevos entran en las Españas en la era CCCCXLVII, según unos recuerdan el día 4 de las calendas y según otros el 3 de los idus de octubre, que era la tercera feria, en el octavo consulado de Honorio y el tercero de Teodosio, hijo de Arcadio (...)

Los bárbaros, una vez que han penetrado en las Españas, las devastan en luchas sangrientas. Por su parte la peste hace estragos no menos rápidos. El tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas.

Asoladas las provincias de España por el referido recrudecimiento de las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas: los vándalos y los suevos ocupan la Galicia, situada en la extremidad occidental del mar Océano; los alanos, la Lusitania y la Cartaginense, y los vándalos, llamados silingos, La Bética.

Los hispanos que sobrevivieron a las plagas en las ciudades y castillos se someten a la dominación de los bárbaros que se enseñoreaban de las provincias. [21]

San Isidoro de Sevilla en su Historia de los Vándalos resume la noticia de Hidacio confirmándola:

“En la era CCCCXLVI, los vándalos, alanos y suevos que ocupaban España causan la muerte y la devastación en sus sangrientas correrías, incendian las ciudades y saquean sus bienes hasta agotarlos, de tal modo que, a causa del hambre, fueron devoradas por el pueblo carnes humanas; las madres se comían a sus hijos, y también los animales acostumbrados a los cadáveres de los que morían por obra de la espada, del hambre o de la peste, se lanzaban a matar incluso a los vivos; y de este modo, víctima España entera de las famosas cuatro plagas, se cumplió la predicción escrita antiguamente por posprofetas sobre la ira divina. [22]

El Imperio Romano de Occidente sucumbió en el s. V (año 476), pero sus asesinos, usando la conocida expresión de Piganiol, no fueron sólo los bárbaros. Una buena mano les echaron los propios ciudadanos romanos cansado de un estado asfixiante por totalitario. Veamos algunos testimonios:

Orosio, en el año 417 y por encargo de San Agustín, escribió sus “Historias contra los paganos”; en ellas también explica cómo la presión fiscal arruinó a la clase más humilde e hizo que esta recibiera a los pueblos bárbaros como liberadores:

"Los bárbaros trataron a los romanos que habían sobrevivido como aliados y amigos, de tal modo que entre ellos se podían encontrar romanos que preferían soportar entre los bárbaros una libertad pobre más bien que entre los romanos una continuada petición de tributos".

Hacia el año 440 escribe el monje Salviano de Marsella su obra “Sobre el gobierno de Dios”, en la que encontramos nuevas referencias que confirman lo antes expuesto:

"En medio de estas circunstancias se saquea a los pobres, gimen las viudas, se pisotea a los huérfanos, hasta el punto de que muchos, y no nacidos de oscuro linaje sino habiendo recibido una educación esmerada, huyen hacia el enemigo para no morir ante el azote de la persecución pública; buscan junto a los bárbaros la humanidad romana ya que junto a los romanos no podían soportar la bárbara inhumanidad.

 Y aunque extrañen los ritos y costumbres de aquellos hacia los que huyen, se diferencien en la lengua, incluso se diferencien en el olor mismo de los cuerpos y en los atavíos de los bárbaros, prefieren, a pesar de todo, aguantar en medio de los bárbaros una civilización distinta, que entre los romanos una cruel injusticia.

Por tanto, a los godos, o a los bagaudas o a otros bárbaros que gobiernan en todas partes, emigran y no se avergüenzan de haber emigrado. Prefieren vivir libres bajo apariencia de cautividad que bajo apariencia de libertad ser de verdad cautivos.

 Así, pues, el nombre de ciudadanos romanos, en alguna ocasión no solo muy estimado sino comprado a un gran precio, ahora espontáneamente se repudia y se abandona; y no sólo se le considera de poco valor sino abominable.

¿Qué testimonio de injusticia romana puede haber mayor que el de muchos hombres honestos y nobles y para quienes debió servir el derecho romano de gran esplendor y honra sean impulsados por la crudeza de la injusticia romana a no querer ser romanos?".

 

Esta es la explicación del movimiento revolucionario, tan destructivo como las correrías de los bárbaros, conocido con el nombre de Bagaudas, y que asolaron estas tierras entre el 438 y el 454.

Para que no quedara ni una gota de dolor y de desesperación en el amargo cáliz final del Mundo Antiguo, aquí, entre el 448 y el 456, además, hace de las suyas Requiario a la cabeza de los suevos.

Hay un paréntesis de paz entre el 456 y el 507, bajo la autoridad del reino godo de Tolosa, pero a la caída de éste, vuelven los muy graves problemas sociales causados por la opresión que los más poderosos ejercen sobre los más indefensos, a lo que, además, se suman las razzias de los vascones somontanos que periódicamente saquean el fértil valle del Ebro.

 

 

5.- El testimonio de la Vida de san Millán escrita por san Braulio

 

El mejor testigo de lo que en esta zona ocurre entre el 507 y el 574 es el documento excepcional de la Vida de san Millán escrita por el obispo de Zaragoza, San Braulio.

En ella se describen con todo detalle la avaricia y el autoritarismo de clérigos y obispos, la grave inseguridad ciudadana, el estado de pobreza y abandono de las clases populares, la prepotencia y la impunidad de las clases dirigentes.

Intenta con toda su fuerza e influencia poner algún remedio a todo ello, el ermitaño— hecho por la Iglesia institucional clérigo a la fuerza y luego echado también por ella de la parroquia de Berceo con quejas destempladas— Emiliano o Millán, verdadero theîos anér (hombre divino) en la terminología de Peter Brown, [23] hombre de Dios en nuestra lengua familiar.

Como en el caso del eremitismo sirio, pero de forma más modesta, san Millán conseguiría crear en su ermita de Suso, una pequeña cueva luego unida a una especie de hospedería para peregrinos—nada de iglesia y mucho menos monasterio de frailes y frailas—, en la medida de sus posibilidades, un pequeño, pero eficaz y útil, oasis de paz religiosa y civil.

Por cierto que este hombre santo (Peter Brown), este hombre de Dios (lengua riojana familiar), No cree ni espera en ningún fin del mundo inmediato, lo que anuncia es la llegada de un justiciero de carne y hueso, Leovigildo. Y con Leovigildo lo que espera y desea es que continúe la Historia.

 

 

6.- Historia posterior

 

 El 574 es Leovigildo el que impone, por fin, un cierto orden que no será substancialmente alterado el 714, cuando, después de conquistar Zaragoza el año anterior, Muza se asegure el dominio del valle del Ebro.

Esta vez no habrá grandes conmociones. Como mucho algún ajuste de cuentas de los que aquí solemos hacer tan eficazmente cuando el poder cambia de dueño.

En la documentación posterior a la reconquista de Nájera (año 923) las Cuevas aparecen o bien utilizadas como habitación, palomares, secaderos, lugares de almacenamiento, o bien, en algún caso, como lugares de culto, pequeñas iglesias o ermitas. De lo que no hay ni rastro es de eremitas o monjes. Extender a Pasomalo y Peñaescalera lo que sí sucedió en Suso es un buen ejemplo del uso abusivo de la analogía sin fundamento real.

 

 

7.- Cómo son las Cuevas y cómo se hicieron

 

 Las Cuevas son un conjunto de numerosos y enormes huecos artificiales excavados en los farallones de la orilla izquierda del Najerilla, de planta más o menos regular. Escalonados en hasta 4 ó 5 pisos o galerías superpuestas.

 Los espacios interiores o salas están comunicados entre sí por una serie de corredores desde los que se entra en ellos por unas puertas que, como las ventanas del exterior, aparecen perfectamente trazadas y realizadas.

Los espacios interiores están bien compartimentados, sus paredes a menudo son rocas  debidamente adelgazadas hasta tomar la imagen de un delgado tabique y los cierres suelen consistir en  puertas correderas que se mueven sobre rieles excavados en la roca.

La finalidad de estos conjuntos es claramente defensiva. Hay muy escasos accesos desde el exterior y situados en zonas muy fácilmente defendibles. En el interior los diversos pisos se comunican mediante angostas aberturas tubulares, horadadas a manera de redondas chimeneas naturales, en el centro de la roca que sirve de techo al piso inferior y de suelo, al superior.

Todas son artificiales. Han sido excavadas manualmente en muy diversas épocas con diferentes instrumentos metálicos punzantes y a golpe de mazo. Se busca siempre la forma más eficaz de extraer los depósitos de arcilla y yeso almacenados entre gruesas lastras de areniscas.

Tal como hoy las contemplamos son el resultado de sucesivas reutilizaciones, modificaciones, ampliaciones y retallados, en un proceso que llega a su fin no hace mucho más de 40 años.

La clave de sus misterios está en sus vertederos, de tal forma que las Cuevas y todo el camino de Pasomalo, incluida la ribera izquierda del río, arqueológicamente forman una sola y única realidad, que debe conservarse a la vez. Conservar las Cuevas es conservar Pasomalo y viceversa. Basta pasear por Pasomalo para ver sobre el terreno, aquí y allá, restos arqueológicos que confirman lo que estoy diciendo. Por otra parte, la situación estratégica del lugar también lo hace verosímil. Pasomalo era lugar de paso de la calzada romana que viniendo de Varea, pasaba por Tricio y luego se dirigía a la antigua Libia. Frente a él estaba justamente el antiguo puente por el que la calzada atravesaba el Najerilla. En lo alto una poderosa fortaleza, el Castillo de Nájera, que los árabes encontraron construida porque entre sus ruinas, de vez en cuando, las fuertes lluvias, sacan a la luz restos romanos y anteriores.

 

     Además, las Cuevas y Pasomalo son un monumento arquitectónico y urbanístico único que añade a su propia belleza la del paisaje incomparable del río, y cuando se asoma uno desde el interior de ellas, el del valle y el de las sierras cercanas.

     Yo les recomiendo comprobarlo en el atardecer de un día de finales de agosto, cuando el cielo viste esos reflejos morados que sólo se dan en esta tierra. Suben ustedes por el Paseo, desde el Campo de San Francisco hasta el Molino de San Julián. A la derecha, como telón de fondo entrevisto entre unos chopos repletos de pajarillos que despiden con su ajetreado piar el día que agoniza, envueltos en el suave rumor del río que es música de vida, tendrán Pasomalo y sus Cuevas, donde la fuerza de la vida humana, el instinto de supervivencia, logró, a pesar de todo, vencer todas las dificultades de épocas muy difíciles y proseguir la Historia, mejorándola.

 


 

 

 

Notas

 

 [1] Familiarmente llamado El Castillo.

 [2] “castellum”, población fortificada en la montaña.

 [3]  Sancho el Mayor, rey de Navarra desde 1004  hasta el 18 de octubre de 1035.

 [4]  García Sánchez III el de Nájera, rey de Navarra desde 1035 hasta 1054.

 [5]  La Crónica de Sampiro a la que literalmente siguen la Historia Silense y la Crónica Najerense.

 [6]  Por cierto que “Magallum” nada tiene que ver con “grande” sino con topónimos como Magallón.

 [7]  Signos que aparecerán antes del juicio final, 14.

 [8]  año 406

 [9]  Ep. CXXVII, PG 52, 687 s.

 [10]  Ep. CXXXI, PG 52, 690 s.

 [11]  Con las que da origen a un tópico de larga vida literaria, el de “senescit mundus”:

 [12]  Ad Demetrianum, 3-5.

 [13]]  Sobre la muerte de los perseguidores, trad. R. Teja, Gredos, Madrid , 1982, ps.78 – 79.

 [14]  Galerio Maximiano, nacido ca. 260; muerto a finales de abril o principios de mayo de 311, formalmente fue emperador romano desde 305 hasta 311.

 [15]  Sobre la muerte…., ps.132 – 136.

 [16]  Sobre la muerte…., ps.157 – 160.

 [17]  J. Cortés Álvarez de Miranda, Rutas y villas romanas de Palencia, Diputación de Palencia, Madrid, 1996, p. 21.

 [18]  Antonino González Blanco et alii, “La población de la Rioja durante los siglos obscuros”, Berceo, 96, IER, Logroño, 1979, ps. 81 – 111.

 [19]  El dia de los barbaros, publicada en España en el 2007 por Ariel S.A.

 [20]  Hidacio o Idacio ( Galicia. c. 400 - c. 469). Obispo e historiador hispanorromano. Escribió el Chronicon, en el que narra invasiones germanas durante el período 379-468.

 [21]  HIDACIO, Chronicon. En: C. SÁNCHEZ ALBORNOZ y A. VIÑAS, Lecturas de Historia de España, Madrid, 1929, p. 24.

 [22]  Cristóbal Rodríguez Alonso, Las Historias de Isidoro de Sevilla,CEI “San Isidoro” León, 1975, p. 291.

 [23]  Meter Brown, El mundo de la Antigüedad Tardía. De Marco Aurelio a Mahoma, Taurus,Madrid,1989,p. 120s.

 

 

 

 

Las Cuevas altomedievales najerinas
Entre el trágico final de la Antigüedad
y el doloroso comienzo de la Edad Media.

 

 

antonino m. pérez rodríguez
Catedrático del IES Lope de Vega de Madrid