Arenzana de Abajo

 

 

 

Una de las buenas ofertas que les hace Nájera a sus habitantes y a sus visitantes es la visita sin prisas a los pueblos de sus alrededores. Después de un agradable paseo a pie, por ancestrales caminos de tierra o asfaltados, uno puede verse bien acogido en Uruñuela, Huércanos, Tricio, Arenzana de Abajo, Azofra, o Alesón. Viejos pueblos acomodados y hospitalarios. Con sus callejuelas, sus casas nobles, sus iglesias, casi siempre esplendidas, y sus plazuelas tranquilas donde el andariego visitante puede sentarse placidamente a ver el gratificante espectáculo de la vida normal.

En esas plazuelas yo me suelo encontrar con uno de los supervivientes natos de la Naturaleza, los gorriones. El gorrión no destaca por su plumaje ni por su canto. Tampoco por su vida salvaje. Es urbano. Hace su nido en los viejos tejados y utiliza calles y plazas como comedero.

Alguien en Manjarrés afirmaba que “Listo fue el primero que llamó “gorrión” a los gorriones”. Efectivamente, el gorrión es individualista,  astuto, audaz, ama la pelea, pero intuye el peligro. Es la imagen misma del ingenio y la destreza puesta al servicio de la supervivencia allá donde los humanos se la ponemos más difícil. Es toda una prueba de la verdad de los postulados de Darwin. El gorrión es un genio en la adaptación al medio, por muy hostil que sea, y demuestra la supervivencia del más capaz.

Hay quien afirma que no sobrevive en cautividad, pero no es así. Desde la Antigüedad sabemos de la posibilidad de convertirlo casi en un animal doméstico,en determinadas circunstancias.

Un día del pasado verano, sentado tranquilamente en la plaza  de Azofra, mientras veía corretear a saltos a mis viejos amigos, muy entretenidos en píar y píar sobre sus cosas, fui traduciendo del latín estos dos magníficos poemas de mi admirado Catulo.

 

Dos poemas de Catulo sobre el gorrión que en señal de amor él mismo le había regalado a Lesbia

Introducción.

Adviértase que, en la Antigüedad griega y romana, gorriones, golondrinas, calandrias, ruiseñores, mirlos y palomas (y todos los pájaros que anuncian o alegran la primavera a los humanos cuya convivencia comparten en calles, plazas, jardines y huertos), por ser suaves, delicados, juguetones, cantarines, saltarines y desinhibidamente amorosos, estaban consagrados a Venus –Afrodita, la diosa del amor y eran su comitiva y los tiros de su carroza.

Los amantes delicados y cultos, entonces, se los regalaban a sus amadas como prenda de amor.

Cayo Valerio Catulo,   fue un genial poeta lírico del s. I a. C, nacido en Verona, la ciudad de Romeo y de Julieta, vivió en la villa de Sirmione, junto al lago Garda y murió, muy joven, con apenas 30 años.

 

Poema 1º. Catulo envidia a Lesbia, cuando la sorprende jugando, para distraerse de sus preocupaciones, con el gorrión que él le ha regalado.

"¡Oh tú, mi gorrión! que haces las delicias de mi amada; contigo ella acostumbra a juguetear teniéndote en su regazo; a ti, incitándote a una amorosa pelea, te suele ofrecer la punta de su dedo, provocando tus enrabietados, pero cariñosos, picotazos; y lo hace, sobre todo, cuando a esa magnífica mujer que es mi amada le place entregarse contigo a ese, no sé por qué, dulce pasatiempo y suave alivio para sus pesares.

¡Contigo, así, calma, además según me sospecho, una acuciante necesidad amorosa!

¡Ojalá que a mí, jugando así, aliviarme pudieras los sombríos temores y las molestas preocupaciones de mi alma!”

 

Poema 2º. Planto que hizo Catulo a la muerte del gorrión de Lesbia.

“Llorad, dioses de la belleza y mortales que apreciáis la hermosura, el primor y la delicadeza.

Ha muerto el gorrión de mi amada, el gorrión que hacía las delicias de mi amada; lo quería más que a las niñas de sus ojos porque era cariñoso con ella y había logrado ganarse a su ama tan bien como un niño chico sabe despertar el cariño de su madre.

No se salía de su regazo, sino que, saltando por aquí y por allá, daba una vuelta tras otra dentro de él, sin dejar de piarle sólo a su dueña.

Pero ahora ya, por el camino de las sombras, va allí de donde se dice con razón que nadie vuelve.

¡Malditas seáis, criminales tinieblas del Reino de los Muertos, que devoráis todo lo placentero! ¡Un gorrión tan agradable, me lo habéis robado!

¡Hay además otra desgracia! Ahora a mi amada — ¡pobre gorrión mío!— sus lindos ojitos, hinchados de tanto llorar por ti, se le han enrojecido y se le han quedado hechos una pena!”

 

 

 
 

 

 

LOS GORRIONES
DE CATULO A LESBIA

 

Antonino M. Pérez Rodríguez
Catedrático del IES "Lope de Vega", Madrid
Marzo 2009