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Sigo “perdido” en San Millán. Lo que más me fascina es el comportamiento humano. Mi manera de practicar “il dolce far niente” sería, por ejemplo, pasarme las horas muertas en mi añorada, maravillosa e intrigante Estambul simplemente viendo el incesante ir y venir de la gente por Puente Gálata, el curioso deambular sin prisa por el Gran Bazar, o el pasear “mirando y viendo” por las calles principales que desembocan en la zona del Hipódromo. Sigo “perdido” en San Millán, pero lo mío no es el eremitismo. Me he vuelto aquí un seguidor interesado de “La Roja”. Se lo cuento. He decidido subir despacio de San Millán al San Lorenzo y he ido repasando durante la caminata los acontecimientos de estos días. Miren lo que se me ha ocurrido.
Primera lección. Ha salido a relucir el patriotismo.
No me interesa demasiado el fútbol, tampoco tengo nada de nacionalista. Sin embargo me agradó que “La Roja” le diese un baño de fútbol nada menos que a Alemania y que aguantase y ganase a la mal educada e impresentable selección holandesa. Me ha complacido que España haya ganado el mundial porque su selección se lo ha merecido—me gusta leer la prensa extrajera— y, sobre todo, por las esperanzas que en ella tenían depositadas bastantes millones de españoles en cuanto que españoles. Me explico. Un equipo de jugadores jóvenes, ninguno de ellos aún bien pagada estrella, con ganas de trabajar y de triunfar, o sea, “La Roja” de Luis Aragonés y la de Vicente del Bosque—dos biografías para meditarlas despacito—, ha ido animando a muchos españoles, individualmente y en grupo, a “salir del armario” y a manifestar públicamente, sin vergüenza ninguna, su muy reprimido patriotismo. Recuerdo cómo durante la Eurocopa el madrileño Mercado Maravillas empezó a poblarse poco a poco de banderas nacionales, correctamente constitucionales todas ellas, y, a medida que se iban sucediendo las victorias, a habituarse a que de vez en cuando por la megafonía se oyese el himno nacional, recibido por vendedores y compradores con satisfacción y con respeto. Durante el mundial, la presencia de la bandera nacional constitucional ha sido, por todas partes, masiva. Y las ganas de tararear el himno nacional, totales. En gentes de todas las clases sociales, pero sobre todo en los jóvenes y, más aún, en los más jóvenes. La bandera nacional constitucional es una bandera “nueva” y por lo tanto, limpia. El himno nacional no tiene letra y por ello oírlo a nadie ofende. Ambos son el medio de expresión de un sentimiento humano tan elemental y hondo como natural, el patriotismo. Es decir el orgullo de sentirse cada cual componente de la sociedad en la que ha vivido, convivido y se ha desvivido con los demás toda la vida de uno y la de los demás. Dado nuestro desastroso siglo XIX y nuestro aún peor siglo XX, ha resultado que en España, aun muerto Franco, ser patriota ha sido considerado antipatriótico. No es una paradoja, es una triste realidad. Los franquistas tienen su propia bandera y sus himnos. La izquierda también tiene su bandera y sus himnos, muchos y variados. Lo mismo ocurre con los nacionalistas, los regionalistas y demás poseedores de hechos diferenciales, de memoriales de agravios o deudas históricas. Eso sí, todos ellos están de acuerdo en que quien tenga otro himno y otra bandera y no entienda España a su manera—la de ellos— es un “antiespañol”, un traidor por antipatriota. Y algunos lo llevan a la práctica repartiendo navajazos. Entre el partido contra Alemania y el jugado contra Holanda, en un viaje de autobús por mi barrio madrileño, oí la siguiente conversación entre dos mujeres de más que mediana edad: “Una: - ¡Tanta bandera…! ¿No se está pasando un poco la gente exhibiendo tanto “trapito nacional”? Otra: - Oye, dime una cosa: ¿Por qué un español no tiene derecho a sentirse español y a decirlo de la misma manera que siempre lo han hecho franceses, ingleses, alemanes, americanos y… todos los demás? Una: - Pues porque, como dijo aquel andaluz ocurrente, “Sólo es español el que no puede ser otra cosa”. Otra: - Pues estos chavales de “La Roja” están demostrando que a ellos, en lo suyo, no les tosen ni los alemanes, y la gente, hasta las narices de sentirse machacada y perdedora, les aplaude la osadía y se siente representado por ellos. “La Roja” es España y esa España peleona y desahogada queremos serla todos. Y sólo hay una manera de decirlo: sacar a pasear, de forma obscena y desvergonzada, lo que tú llamas el trapito nacional. Una: - Déjate de cuentos. Este pueblo no sabe ser más que facha. Eso es lo que pasa. Otra: - Pues lo siento, chica, pero, entre tanta bandera y banderita, la “facha” no está por ningún lado y si hay alguna es porque la habéis puesto vosotros para seguir sin apearos del burro. La gente sabe muy bien lo que hace. Una: - Hablando de cosas importantes…” Y cambió de conversación. En el mismo trayecto, pero a pie, en un semáforo en rojo, se encuentran dos conocidas, no más jóvenes que las del relato anterior, una hora, más o menos, antes del partido contra Holanda. Una lleva la bandera nacional correctamente constitucional alegremente situada sobre su muy generosa delantera. La otra se lo reprocha diciéndole que tal bandera es una bandera facciosa y sectaria. Sin perder la calma, la amonestada le explica que la bandera que ella luce con desenfado es un diseño reducido de la bandera que los navíos del Reino de Aragón lucían desde siempre en el Mediterráneo, diseño escogido por Carlos III para representar a la sociedad civil española en sus múltiples actividades. El invento tuvo éxito y se empleó en la Guerra de la Independencia, en las Cortes de Cádiz, en las guerras contra los carlistas, y en la I República. En la II República, el desinformado partido de Lerroux se inventó la chapuza de la tricolor. El autor de EL Jarama tiene escrito que lo único que ha habido morado en Castilla pudieran ser algunas calzorras exóticas de la desgraciada Beltraneja, pero que no se han conservado. Le añade que el escudo nacional que debe figurar en el tercio izquierdo de la bandera es el conjunto de los escudos de los cuatro reinos que forman unidos España desde 1515, más el recuerdo de las gestas del descubrimiento de América y del Pacífico y de la primera vuelta al mundo (1519 – 1522). Y, al hilo de esto último, terminó recordándole unos versos clandestinos, pero hermosos: a ella le apetecía dejar bien claro que le importaba un pito el fútbol. Lo que ella quería era cantar fuerte y alto: “¡¡Gloria a la Patria que supo seguir/ sobre el azul del Mar el caminar del Sol!!” Que eso sí que fue mundial. He escogido testimonios de mujeres porque las mujeres nunca han tenido vergüenza a la hora de expresar los sentimientos más humanos y porque siempre he pensado que en sus manos está la educación y el gobierno de los varones que creen que hacen y que harán el futuro. He escogido mujeres maduras porque sus sentimientos han sido decantados por la dura vida y tienen los pies en el suelo. Nada de románticos e idealistas como los de los adolescentes y jóvenes.
Segunda lección. El error de la “era galáctica” y el empeño de “los de siempre”.
Del Bosque, o simplemente, Vicente, como durante el mundial con todo cariño y respeto, le ha llamado José Antonio Camacho Alfaro en sus muy acertados y populares comentarios, es un gran hombre y un gran profesional, pero silencioso y sin darle ninguna importancia a la cosa. Hombre sólido y elegante, pero la antítesis de lo mediático, de lo sensacional al estilo de los fuegos de artificio, seductores, pero pasajeros e intrascendentes. Hombre, como Camacho, del Real Madrid hasta los hígados y más adentro. Pues hete aquí que al Real Madrid llega una mentalidad con ganas de deslumbrar que quiere inaugurar la “era de los galácticos” y en el vestuario de “las estrellas”, pues desentona Vicente “por su bajo perfil” y Vicente tiene que buscar refugio entre los turcos. Alguien que sabe lo que se hace lo llama para sustituir en la Selección Nacional a un Luis Aragonés que ha hecho una gran labor y que ha aguantado el empeño de “los de siempre” en meterle en la selección al “ojito de su cara” por el mero hecho de serlo. Luis Aragonés quiso, y quiso bien, una selección de currantes, de gente ansiosa de hacer méritos para llegar a lo más alto. No le interesaban “las figuras” y, gracias a Dios, se salió con la suya. Del Bosque ha seguido pensando lo mismo y ha conseguido, cargado de razón, poner a este grupo de esforzados chavales como ejemplo de comportamiento para todos los jóvenes españoles. El triunfo hay que currárselo y no precisamente en “Gran Hermano” o “parajes” similares. Vicente del Bosque y “La Roja” son el ejemplo de que lo que merece la pena que triunfe es la capacidad, el trabajo, la profesionalidad y el mérito. El espectáculo, el relumbrón, la tiranía de la apariencia, el señoritismo parásito lo que producen es la negra crisis total que padecemos. “La Roja” está dictando, si se la quiere oír, meridianas lecciones del más ortodoxo liberalismo: el triunfo debe ser para quien, a su manera, currándoselo a base de bien, se lo gana en buena, por leal, lid. Los anarquistas acertaron cuando, por una sola vez, se volvieron liberales: “La tierra para quien se la trabaja”. Tercera lección. Y los riojanos, siempre entre los callados currantes.
Algo del mundo he recorrido en más de 40 años, una vez que, recién cumplidos los 21, “los de siempre” me hicieron la vida imposible en la Rioja. En ninguna parte he encontrado riojanos barrenderos. Ya es difícil encontrar riojanos fuera de la Rioja, dada la facilidad que tenemos para confundirnos con el entorno, pero los que he logrado conocer no eran precisamente barrenderos. En “La Roja” había un tipo bien plantado y trabajador, nacido por circunstancias en Pamplona, pero criado en Rincón de Soto. No uno más. Cuando le tocó, peleó como los buenos e hizo su parte de la historia que llevó al triunfo a la Selección. He visto a su pueblo emocionado y me he alegrado con ellos.
Cuarta lección. Como con “La Roja”, pero mejor.
Llegado a la cumbre, tendido al sol, he ido repasando mentalmente un maravilloso capítulo de un libro de Unamuno titulado Por tierras de Portugal y de España. El capítulo se titula Excursión. Se lo recomiendo vivamente, pero no tengo tiempo de trascribírselo. Unamuno recomienda el patriotismo nacido del conocimiento directo de las tierras y las gentes de un país, conocimiento obtenido a base de caminarse las sendas, trochas y caminos de ese país y a base de olvidarse de las manías personales y convivir hombro con hombro con sus gentes. Nada de turisteo. Viajar compartiendo humanidad y sabiéndose un hijo más de la madre Naturaleza y un hermano más en esa casa común que es tu propio país, con sus muy peculiares maneras de ser, pero también con su larga y trabajada historia común que es la tuya. Conclusión.
Los griegos creían acertadamente que el deporte, bien practicado, era un magnífico “amueblador del cerebro” y una parte fundamental de la mejor escuela para la vida. “La Roja” ha demostrado que los griegos llevaban razón. Que su lección no caiga en saco roto.
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