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1. He venido a “perderme” en San Millán. 4. De señores, vasallos, servicios y recompensas. "¡Dios, qué buen vasallo! ¡Si tuviese buen señor!"/ “Facanos Deus omnipotes tal serbitjo fere…” 5. Unas notas sobre Gonzalo de Berceo. 6. El valor de nuestra común Lengua Española. Unamuno, La sangre de mi espíritu es mi lengua… Dámaso Alonso, Tres sonetos a la Lengua Española. 7. El sinsentido de que sea minusvalorada, e incluso perseguida, en la propia España, nuestra común Lengua Española.
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1. He venido a “perderme” en San Millán. He venido a “encontrarme” en San Millán y antes de nada, he buscado andando ese paraje mágico en el que aparece el San Lorenzo en toda su divina excelsitud protegiendo con su maternal mole al monasterio de Yuso. Fidel Fita leyó así la inscripción del ara romana que guarda el monasterio: “Decertio sa(cru)m. M(arcellus?) Á[ureliu?]s [pro?] s[al(ute) sua?] ac [suorum?] [v(otum) s(olvit)] l(ibens) m(erito). Exvoto que Marcelo Aurelio consagra piadosamente a Decercio” . A mí me agrada mucho la hipótesis de que Decercio sea el nombre primitivo del San Lorenzo, montaña sagrada como también lo era el Toloño, y que Decercio tenga que ver etimológicamente con raíces indoeuropeas que significan “ser visible” o “verlo todo”. Todavía en mi infancia el San Lorenzo era visto en nuestros pueblos del valle del Yalde como “el monte santo”. Después he subido despacito a Suso, dándole vueltas a qué es lo que a mí me ata a estos lugares en los que me encuentro tan a gusto. Es verdad que admiro a personajes con una historia tan apasionante como san Millán, santa Oria o santo Domingo de Silos, pero lo que más me fascina son las bibliotecas y sobre todo los viejos escritorios de ambos monasterios. Esos viejos escritorios vieron ir creciendo y desarrollándose esa maravilla de lengua que es nuestra lengua materna, y también la lengua materna de casi quinientos millones de habitantes de los cinco continentes. La lengua que han ido genialmente creando desde las bellísimas coplas de los Cancioneros hasta las más recientes novelas de Mario Vargas Llosa o Arturo Pérez-Reverte. Estoy hablando del Español. La lengua que se habla aquí y en Lima. La lengua en la que desde los tiempos de Alfonso X se ha expresado una de lasculturas más ricas del mundo. Sólo en lo que toca a su literatura, Los Cancioneros, el Romancero, La Celestina, el Lazarillo, Garcilaso, los místicos, el Quijote, Tirso, Calderón, Lope, Quevedo, Góngora. Bécquer, Rosalía, Galdós y Clarín. Los del 98, Rubén, Juan Ramón, Ortega, Miró, los del 27, Jardiel, Mihura, Cela , Delibes y los Hispanoamericanos, desde el guatemalteco Miguel Ángel Asturias hasta el colombiano Gabriel García Márquez, sin olvidar al argentino Borges, son valioso patrimonio de la Humanidad.
Olvidémonos de que aquí nació el Castellano. El Castellano no nació ni aquí ni en ninguna parte. El castellano, desde las primeras décadas el siglo XVI convertido en el Español, seguirá naciendo cada día allí donde haya un hablante con talento que lo cree porque necesita expresarse en él. Pero olvidémonos también de que la lengua de las glosas es la modalidad altoriojana del romance navarroaragonés. Será verdad, pero esa verdad es sólo un dato erudito. Las lenguas grandes son como los ríos caudalosos. Primero son varios los torrentes que van confluyendo y formando una corriente única. Luego, por la derecha y la izquierda, numerosos pequeños y grandes afluentes van aumentando el caudal que discurre por un único cauce. Lo importante es ese único cauce al que llamamos Rin, Danubio o Amazonas; Tajo o Ebro. Los demás son ríos, también, pero secundarios. El Castellano, primero, y el Español, después, han aumentado su caudal expresivo recibiendo las aportaciones más diversas e integrándolas en un magnífico y potente sistema de comunicación. Nadie discute que Berceo, don Gonzalo, escribiera aquí en castellano. Pues la lengua de Berceo, nada simple, por cierto, es la continuación natural de la lengua de las glosas, con todos los cambios, pérdidas, supresiones, adiciones y novedades que se hayan ido sucediendo en ella. He pensado mucho en cómo pudo originarse la glosa más extensa del Códice Emilianense 60.No será muy científica mi hipótesis, pero yo me imagino los hechos así. En la escuela monástica de Suso, había un monje, profesor de latín cumplidor, pero novato, que impartía un curso, no de iniciación al latín, sino a alumnos ya avezados. Nuestro aún inexperto profesor estaba preparando sobre la actual página 72 del Códice Emilianense 60, su libro de clase, el análisis sintáctico y la traducción del texto latino, un sermón, como lo hemos preparado todos los profesores novatos de latín antes de dar nuestras primeras clases: con números que dibujen la estructura del texto y notas que traduzcan a un lenguaje más comprensible las palabras latinas menos conocidas o más difíciles de traducir. Para terminar el trabajo, decide, además, preparar un ejemplo de traducción escolar culta y elegante, y para ello utiliza las dos últimas líneas del texto, acomodando la penúltima a una fórmula usual para terminar un sermón: Éste era el texto trabajado: “Qui et nobis tribuat libenter [ uoluntaria] audire quod predicamus... Abjubante domino nostro Jhesu Christo cui est honor et jmperium cum patre et Spiritu Sancto jn secula seculorum.”
El monje distribuyó el texto así: “Abjubante domino nostro Jhesu Christo cui est honor et jmperium cum patre et Spiritu Sancto jn secula seculorum. Qui et nobis tribuat libenter [ uoluntaria] audire quod predicamus... ” Y lo tradujo y adaptó de esta manera: [Cono ajutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno get ena honore, e qual dueno tienet ela mandatjone cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos de los sieculos. Facanos Deus omnipotens tal serbitjo fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen.] Entre mis apuntes de preparación de clases de traducción hay un buen puñado de textos trabajados así. Insisto en que estamos ante una lengua escolar; latinizante y clerical, creada adrede para dar clase. Nada que ver con la lengua de la calle; nada que ver, incluso, con la lengua de la plegaria personal o comunitaria. Es la lengua artificial de una clase donde se pretende enseñar a traducir, de forma premeditadamente culterana, el latín eclesiástico. 4. De señores, vasallos, servicios y recompensas. "¡Dios, qué buen vasallo! ¡Si tuviese buen señor!"/ “Facanos Deus omnipotes tal serbitjo fere…”Siempre que leo el texto de esta glosa, me acuerdo de un célebre pasaje del Cantar del Mío Cid, exactamente del célebre verso "¡Dios, qué buen vasallo! ¡Si tuviese buen señor!" Recuerden el contexto[1]. Todos los habitantes de la ciudad de Burgos saben que Alfonso VI es el “señor” natural del Cid, al que el Cid “ha servido” bien, para quien ha sido “buen vasallo”. Todos los habitantes de la ciudad de Burgos saben que no se puede decir lo mismo de Alfonso VI. Alfonso VI no ha sido “buen señor” para el Cid. Lo ha desterrado y, además, ha ordenado que el burgalés que atienda al desterrado pierda hacienda, sea bárbaramente mutilado, e incluso incurra en delito que puede ser castigado con la muerte:
“Que perdería los haberes y además los ojos de la cara, Y aún más los cuerpos y las almas.”
Muy mal llevaban aquellas cristianas gentes el no poder socorrer al desterrado, pero no se atrevían a arriesgar por ello haciendas, integridad física e incluso la vida. A pesar de entender que el Rey estaba cometiendo un grave abuso de autoridad:
Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entraba, En su compañía, sesenta pendones llevaba. Salíanlo a ver mujeres y varones, Burgueses y burguesas por las ventanas son, Llorando de los ojos, ¡tanto sentían el dolor! De las sus bocas, todos decían una razón: ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!
Le convidarían de grado, mas ninguno no osaba; El rey don Alfonso tenía tan gran saña; Antes de la noche, en Burgos de él entró su carta, Con gran recaudo y fuertemente sellada: Que a mío Cid Ruy Díaz, que nadie le diese posada, Y aquel que se la diese supiese veraz palabra, Que perdería los haberes y además los ojos de la cara, Y aún más los cuerpos y las almas. Gran duelo tenían las gentes cristianas; Escóndense de mío Cid, que no le osan decir nada.
Es una niña, la hija del posadero, la que le explica al Cid hasta qué punto llega la animadversión del rey hacia él, y la que le hace ver que él nada gana con atraer sobre ellos, civiles desarmados y desamparados, la ira del rey, por forzarlos a socorrerlo. El Cid no es un terrorista. Es un caballero, un verdadero Señor de la Guerra, que es exactamente lo contrario de un terrorista; atiende la observación de la niña y parte decidido a resolver los problemas que le va creando el rey sin perjudicar a sus conciudadanos.
El Campeador adeliñó a su posada. Así como llegó a la puerta, hallola bien cerrada; Por miedo del rey Alfonso que así lo concertaran: Que si no la quebrantase por fuerza, que no se la abriesen por nada. Los de mío Cid a altas voces llaman; Los de dentro no les querían tornar palabra. Aguijó mío Cid, a la puerta se llegaba; Sacó el pie de la estribera, un fuerte golpe le daba; No se abre la puerta, que estaba bien cerrada. Una niña de nueve años a ojo se paraba:
¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada! El Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta Con gran recaudo y fuertemente sellada. No os osaríamos abrir ni acoger por nada; Si no, perderíamos los haberes y las casas, Y, además, los ojos de las caras. Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada; Mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas.
Esto la niña dijo y tornose para su casa. Ya lo ve el Cid que del Rey no tenía gracia. Partiose de la puerta, por Burgos aguijaba; Llegó a Santa María, luego descabalga; Hincó los hinojos, de corazón rogaba.
Hay un gran poeta, hoy injustamente olvidado, y si no, ninguneado y despreciado por puras razones rastreramente políticas, que recreó genialmente este bello pasaje del Cantar. Me refiero al poema Castilla de Manuel Machado:
El ciego sol se estrella
Volvamos a lo nuestro. A diferencia de los “señores mundanales”, Dios Omnipotente, el incomparable Señor de los señores, primero, ayuda a sus criaturas, a sus vasallos, ha hacerle “un buen servicio” y, luego, recompensa a sus fieles servidores por ese “buen servicio” con la felicidad eterna.
La diferencia es fácil de ver: De un buen servidor de Dios no se podrá nunca decir:
“¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!”.
5. Unas notas sobre Gonzalo de Berceo.
No soy un especialista en Berceo, pero sí soy un avezado lector de su obra. A mí Berceo me parece un escritor como la copa de un pino mediterráneo, copa extensa, hermosa y poderosa. Nada de ingenuo curita de pueblo. El maestro Gonzalo de Berceo es mucho maestro. Pudo muy bien escribir aquellos famosos versos que definen el mester de clerecía:
“Oficio tengo fino, / no es de juglaría. Oficio es impecable, / porque es de clerecía: Hacer versos rimados / en la cuaderna vía[2], Con sílabas contadas, / que es grande maestría”.
Mi idea de Berceo es poco más o menos la que sigue. Gonzalo de Berceo (ca. 1190 – ca. 1260) nació en Berceo a finales del s. XII y vivió hasta mediado el siglo XIII, simultaneando su trabajo como cura en la parroquia de Berceo y como asesor jurídico en el monasterio de S. Millán de la Cogolla. Su interés por el monasterio de S. Millán de Yuso, sin meternos en más honduras, se debe a que a expensas del monasterio, estudió derecho en la Universidad de Palencia y fue, cuando era necesario, el abogado y representante legal del monasterio en el que se había educado en su infancia y juventud. El monasterio era su casa y a su promoción material y espiritual dedicó todo su talento literario y su entusiasmo pastoral. San Millán estaba un poco desviado del Camino de Santiago y Berceo intentó con su obra literaria atraer hacia su monasterio la atención de los peregrinos. También trabajó en el mismo sentido para el monasterio de Santo Domingo de Silos al que el de San Millán estaba muy unido. Además, con su obra literaria, cuidaba la vida religiosa de sus fieles en la parroquia de Berceo.
Escribe poesía narrativa, pero podría haber sido un magnifico lírico. Disimula su cultura y quiere hacerse accesible a sus oyentes adoptando un aire ingenuo y popular. Pero su cultura se transluce por todos los lados. Está inmerso en el mundo cultural del s. XIII que discurre de Europa a España y de España a Europa a través del cercano Camino de Santiago, que es elemento decisivo en la comprensión de su obra.
Creo que no hemos hecho todo lo que debíamos en la comprensión y divulgación de su obra. A Berceo cuesta mucho leerlo en los textos originales. Necesitamos urgentemente una traducción o adaptación de la obra de Berceo hecha para el público en general. Y debe hacerla un buen conocedor de Berceo, pero que además sepa hacer buena literatura. Hay buenas adaptaciones de Los Milagros que indican claramente el camino a seguir.
6. El valor de nuestra común Lengua Española.
La lengua es un instrumento tan perfecto que nos podemos permitir el lujo de no ser conscientes de su valor real. Es como la respiración o el latido del corazón. No nos damos cuenta de su importancia hasta que fatalmente nos faltan.
No me voy a poner a hacer el elogio de la Lengua Española ni siquiera aquí en San Millán. No es mi costumbre. Como siempre, voy a sacar un par de libros de mi cartera y me voy a poner a leer a quienes mejor lo han hecho. Tenían que ser dos grandísimos poetas como Miguel de Unamuno y Dámaso Alonso. Son los poetas los verdaderos creadores del lenguaje. La poesía es la lengua llevada al límite de su perfecta belleza y de su total eficacia. Empezamos por Unamuno. Leamos despacio este maravilloso soneto:
Unamuno, La sangre de mi espíritu es mi lengua…La sangre de mi espíritu es mi lengua
Ya Séneca la preludió aún no nacida,
Y esta mi lengua flota como el arca
de Juárez y Rizal, pues ella abarca
Nada que añadir. Ahora este magnífico tríptico de Dámaso Alonso:
Dámaso Alonso, Tres sonetos a la Lengua Española.
Una voz de España.
Desde el caos inicial, una mañana desperté. Los colores rebullían. Mas tiernos monstruos ruidos me decían: «mamá», «tata», «guauguau», «Carlitos», «Ana».
Todo —«vivir», «amar»— frente a mi gana, como un orden que vínculos prendían. Y hombre fui. ¿Dios? Las cosas me servían; yo hice el mundo en mi lengua castellana.
Crear, hablar, pensar, todo es un mismo mundo anhelado, en el que, una a una, fluctúan las palabras como olas.
Cae la tarde, y vislumbro ya el abismo. Adiós, mundo, palabras de mi cuna; adiós, mis dulces voces españolas.
Nuestra heredad.
Juan de la Cruz prurito de Dios siente, furia estética a Góngora agiganta, Lope chorrea vida y vida canta: tres frenesís de nuestra sangre ardiente.
Quevedo prensa pensamiento hirviente; Calderón en sistema lo atiranta; León, herido, al cielo se levanta; Juan Ruiz, ¡qué cráter de hombredad bullente!
Teresa es pueblo, y habla como un oro; Garcilaso, un fluir, melancolía; Cervantes, toda la Naturaleza.
Hermanos en mi lengua, qué tesoro nuestra heredad —oh amor, oh poesía—, esta lengua que hablamos —oh belleza—.
Hermanos.
Hermanos, los que estáis en lejanía tras las aguas inmensas, los cercanos de mi España natal, todos hermanos porque habláis esta lengua que es la mía:
yo digo «amor», yo digo «madre mía», y atravesando mares, sierras, llanos, —oh gozo— con sonidos castellanos, os llega un dulce efluvio de poesía.
Yo exclamo «amigo», y en el Nuevo Mundo, «amigo» dice el eco, desde donde cruza todo el Pacífico, y aún suena.
y «Dios», en español, todo responde, y «Dios», sólo «Dios», «Dios», el mundo llena.
Les invito a comprobar cómo y a qué le suenan a un hispanohablante estos magníficos endecasílabos aquí en San Millán.
Confieso que es un dolor profundo que ha tiempo que me tiene amargada el alma. Por eso me he traído un viejo texto que expresa mi queja como yo no sabría hacerlo. Es un precioso discurso de Unamuno en el Congreso de los Diputados. Sigue vivo y sigue suponiéndole a don Miguel el que muchos, en su España, no lo puedan seguir viendo ni en pintura. Oigamos:
Discurso de Unamuno. Madrid. Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, 18 de septiembre de 1931.
“Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones.» Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma oficial de la República e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía: «El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la redacción que últimamente se dio a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.» Entre estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro lo de la cooficialidad, pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que son muy peligrosos. Pero al decir «A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional», se modifica el texto oficial, porque eso quiere decir que ninguna región podrá imponer, no a los de otras regiones, sino a los mismos de ella, el uso de aquella misma Lengua. Mejor dicho, que si se encuentra un paisano mío, un gallego o un catalán que no quiera que se le imponga el uso de su propia Lengua, tiene derecho a que no se les imponga. (Un señor diputado: ¿Y a los notarios?) Dejémonos de eso. Tiene derecho a que no se le imponga. Claro que hay una cosa de convivencia -esto es natural- y de conveniencia; pero esto es distinto; una cosa de imposición. Pero como a ello hemos de ir, vamos a pasar adelante. Estamos indudablemente en el corazón de la unidad nacional y es lo que en el fondo más mueve los sentimientos: hasta aquellos a quienes se les acusa de no querer más que vender o mercar sus productos -yo digo que no es verdad-, en un momento estarían dispuestos hasta a arruinarse por defender su espíritu. No hay que achicar las cosas. No quiero decir en nombre de quién hablo; podría parecer una petulancia si dijera que hablo en nombre de España. Sé que se toca aquí en lo más sensible, a veces en la carne viva del espíritu; pero yo creo que hay que herir sentimientos y resentimientos para despenar sentido, porque toca en lo vivo. Se ha creído que hay regiones más vivas que otras y esto no suele ser verdad. Las que se dice que están dormidas, están tan despiertas como las otras; sueñan de otra manera y tienen su viveza en otro sitio. (Muy bien.) Aquí se ha dicho otra cosa. Se está hablando siempre de nuestras diferencias interiores. Eso es cosa de gente que, o no viaja, o no se entera de lo que ve. En el aspecto lingüístico, cualquier nación de Europa, Francia, Italia, tienen muchas más diferencias que España; porque en Italia no sólo hay una multitud de dialectos de origen románico, sino que se habla alemán en el Alto Adigio, esloveno en el Friul, albanés en ciertos pueblos del Adriático, griego en algunas islas. Y en Francia pasa lo mismo. Además de los dialectos de las Lenguas latinas, tienen el bretón y el vasco. La Lengua, después de todo, es poesía, y así no os extrañe si alguna vez caigo aquí, en medio de ciertas anécdotas, en algo de lirismo. Pero si un código pueden hacerlo sólo juristas, que suelen ser, por lo común, doctores de la letra muerta, creo que para hacer una Constitución, que es algo más que un código, hace falta el concurso de los líricos, que somos los de la palabra viva. (Muy bien). Y ahora me vais a permitir, los que no los entienden, que alguna vez yo traiga aquí acentos de las Lenguas de la Península. Primero tengo que ir a mi tierra vasca, a la que constantemente acudo. Allí no hay este problema tan vivo, porque hoy el vascuence en el país vasco navarro no es la Lengua de la mayoría, seguramente que no llegan a una cuarta parte los que lo hablan y los que lo han aprendido de mayores, acaso una estadística demostrará que no es su Lengua verdadera, su Lengua materna; tan no es su verdadera Lengua materna, que aquel ingenuo, aquel hombre abnegado llegó a decir en un momento: “Si un maqueto está ahogándose y te pide ayuda, contéstale: «Eztakit erderaz.» «no sé castellano.»” Y él apenas sabía otra cosa, porque su Lengua materna, lo que aprendió de su madre, era el castellano. Yo vuelvo constantemente a mi nativa tierra. Cuando era un joven aprendí aquello de «Egialde guztietan toki onak badira bañan biyotzak diyo: zoaz Euskalerrira.» «En todas partes hay buenos lugares, pero el corazón dice: vete al país vasco.» Y hace cosa de treinta años, allí, en mi nativa tierra, pronuncié un discurso que produjo una gran conmoción, un discurso en el que les dije a mis paisanos que el vascuence estaba agonizando, que no nos quedaba más que recogerlo y enterrarlo con piedad filial, embalsamado en ciencia. Provocó aquello una gran conmoción, una mala alegría fuera de mi tierra, porque no es lo mismo hablar en la mesa a los hermanos que hablar a los otros: creyeron que puse en aquello un sentido que no puse. Hoy continúa eso, sigue esa agonía; es cosa triste, pero el hecho es un hecho, y así como me parecería una verdadera impiedad el que se pretendiera despenar a alguien que está muriendo, a la madre moribunda, me parece tan impío inocularle drogas para alargarle una vida ficticia, porque drogas son los trabajos que hoy se realizan para hacer una Lengua culta y una Lengua que, en el sentido que se da ordinariamente a esta palabra, no puede llegar a serlo. El vascuence, hay que decirlo, como unidad no existe, es un conglomerado de dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis cuatro abuelos eran, como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de Guipúzcoa. ¿Y en qué viene a parar el vascuence? En una cosa, naturalmente, tocada por completo de castellano, en aquel canto que todos los vascos no hemos oído nunca sin emoción, en el Guernica Arbola, cuando dice que tiene que extender su fruto por el mundo, claro que no en vascuence. «Eman ta zabalzazu munduan frutua adoratzen raitugu, arbola santua» «Da y extiende tu fruto por el mundo mientras te adoramos, árbol santo.» Santo, sin duda; santo para todos los vascos y más santo para mí, que a su pie tomé a la madre de mis hijos. Pero así no puede ser, y recuerdo que cantando esta agonía un poeta vasco, en un último adiós a la madre Euskera, invocaba el mar, y decía: «Lurtu, ichasoa.» «Conviértete en tierra, mar»; pero el mar sigue siendo mar. Y ¿qué ha ocurrido? Ha ocurrido que por querer hacer una Lengua artificial, como la que ahora están queriendo fabricar los irlandeses; por querer hacer una Lengua artificial, se ha hecho una especie de «volapuk» perfectamente incomprensible. Porque el vascuence no tiene palabras genéricas, ni abstractas, y todos los nombres espirituales son de origen latino, ya que los latinos fueron los que nos civilizaron y los que nos cristianaron también. (Un señor diputado de la minoría vasco navarra: Y «gogua» ¿es latino?) Ahí voy yo. Tan es latino, que cuando han querido introducir la palabra «espíritu», que se dice «izpiritué», han introducido ese gogo, una palabra que significa como en alemán «stimmung», o como en castellano «talante» es estado de ánimo, y al mismo tiempo igual que en catalán «talent», apetito. «Eztankat gogorik» es «no tengo ganas de comer, no tengo apetito». Me alegro de eso, porque contaré más. Estaba yo en un pueblecito de mi tierra, donde un cura había sustituido -y esto es una cosa que no es cómica- el catecismo que todos habían aprendido, por uno de estos catecismos renovados, y resultaba que como toda aquella gente había aprendido a santiguarse diciendo: «Aitiaren eta semiaren eta izpirituaren izenian» (En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo), se les hacía decir: «Aitiaren eta semiaren eta Crogo dontsuaren izenian», que es: «En el nombre del Padre, del Hijo y del santo apetito.» (Risas.) No; la cosa no es cómica, la cosa es muy seria, porque la Iglesia, que se ha fundado para salvar las almas, tiene que explicar al pueblo en la Lengua que el pueblo habla, sea la que fuere, esté como esté; y así como hubiera sido un atropello pretender, como en un tiempo pretendió Romero Robledo, que se predicara en castellano en pueblos donde el castellano no se hablaba, es tan absurdo predicar en esas Lenguas. Esto me recuerda algo que no olvido nunca y que pasó en América: que una Orden religiosa dio a los indios guaraníes un catecismo queriendo traducir al guaraní los conceptos más complicados de la Teología, y, naturalmente, fueron acusados por otra Orden de que les estaban enseñando herejías; y es que no se puede poner el catecismo en guaraní ni azteca sin que inmediatamente resulte una herejía. (Risas.) Y después de todo, lo hondo, lo ínfimo de nuestro espíritu vasco, ¿en qué lo hemos vertido? El hombre más grande que ha tenido nuestra raza ha sido Iñigo de Loyola y sus Ejercicios no se escribieron en vascuence. No hay un alto espíritu vasco, ni en España ni en Francia, que no se haya expresado o en castellano o en francés. El primero que empezó a escribir en vascuence fue un protestante, y luego los jesuitas. Es muy natural que nos halague mucho tener unos señores alemanes que andan por ahí buscando conejillos de Indias para sus estudios etnográficos y nos declaren el primer pueblo del mundo. Aquí se ha dicho eso de los vascos. En una ocasión contaba Michelet que discutía un vasco con un montmorency, y que al decir el montmorency: «¿Nosotros los montmorency datamos del siglo.., tal», el vasco contestó: «Pues nosotros, los vascos, no datamos.» (Risas.) Y os digo que nosotros, en el orden espiritual, en el orden de la conciencia universal, datamos de cuando los pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos civilizó. Cuando yo pronunciaba aquel discurso recibí una carta de D. Joaquín Costa lamentándose de que el vascuence desapareciese siendo una cosa tan interesante para el estudio de las antigüedades ibéricas. Yo hube de contestarle: «Está muy bien; pero no por satisfacer a un patólogo voy a estar conservando la que creo que es una enfermedad.» (Risas). Y ahora hay una cosa. El aldeano, el verdadero aldeano, el que no está perturbado por nacionalismos de señorito resentido, no tiene interés en conservar el vascuence. Se habla del anillo que en las escuelas iba pasando de un niño a otro hasta ir a parar a manos de uno que hablaba castellano, a quien se le castigaba; pero ¿es que acaso no puede llegar otro anillo? ¿Es que no he oído decir yo: «No enviéis a los niños a la escuela, que allí aprenden el castellano, y el castellano es el vehículo del liberalismo»? Eso lo he oído yo, como he oído decir: «¡Gora Euzkadi ascatuta!» («Euzkadi» es una palabra bárbara; cuando yo era joven no existía; además conocí al que la inventó). «¡Gora Euzkadi ascatuta!» Es decir: ¡Viva Vasconia libre! Acaso si un día viene otro anillo habrá de gritar más bien: «¡Gora Ezpaña ascatuta!» ¡Viva España libre! Y sabéis que España en vascuence significa labio; que viva el labio libre, pero que no nos impongan anillos de ninguna clase. Pasemos a Galicia; tampoco hay aquí, en rigor, problema. Podrán decirme que no conozco Galicia y, acaso, ni Portugal, donde he pasado tantas temporadas; pero ya hemos oído que Castilla no conoce la periferia, y yo os digo que la periferia conoce mucho peor a Castilla; que hay pocos espíritus más comprensivos que el castellano (Muy bien.) Pasemos, como digo, a Galicia. Tampoco allí hay problema. No creo que en una verdadera investigación resultara semejante mayoría. No me convencen de no. Pero aquí se hablaba de la lengua universal, y el que hablaba sin duda recuerda lo que en la introducción a los Aíres da miña terra decía Curros Enríquez de la lengua universal:
«Cuando todas lenguas o fin topen que marca a todo o providente
Todo eso está bien; pero que me permita Curros y permitidme vosotros; me da pena verle siempre con ese tono de quejumbrosidad. Parias, azotada, escarnecida..., amarrada contra una roca..., clavado un puñal en el seno... ¿De dónde es así eso? ¿Es que se pueden tomar en serio burlas, a las veces cariñosas, de las gentes? No. Es como lo de la emigración. El mismo Curros, cuando habla de la emigración -lo sabe bien mi buen amigo Castelao-, dice, refiriéndose al gaitero:
«Tocaba..., e cando tocaba,
No; hay que levantar el ánimo de esas quejumbres, quejumbres además, que no son de aldeanos. Rosalía decía aquello de:
«Castellanos de Castilla,
¿Es que les trataban mal? No. Eran ellos los que se trataban mal, para ahorrar los cuartos y luego gastarlos alegre y rumbosamente en su tierra, porque no hay nada más rumboso, ni menos avaro, ni más alegre, que un aldeano gallego. Todas esas morriñas de la gaita son cosas de los poetas. (Risas). Vuestra misma Rosalía de Castro, después de todo, cuando quiso encontrar la mujer universal, que era una alta mujer, toda una mujer, no la encontró en aquellas coplas gallegas; la encontró en sus poesías castellanas de Las orillas del Sar. (Denegaciones en algunos señores diputados de la minoría gallega.) ¿Y quiénes han enriquecido últimamente a la Lengua castellana, tendiendo a que sea española? Porque hay que tener en cuenta que el castellano es una Lengua hecha, y el español es una Lengua que estamos haciendo. ¿Y quiénes han contribuido más que algunos escritores galleros -y no quiero nombrarlos nominativamente, estrictamente-, que han traído a la Lengua española un acento y una nota nuevos? Y ahora vengamos a Cataluña. Me parece que el problema es más vivo y habrá que estudiarlo en esta hora de compresión, de cordialidad y de veracidad. Yo conocí, traté, en vuestra tierra, a uno de los hombres que me ha dejado más profunda huella, a un cerebro cordial, a un corazón cerebral, aquel gran hombre que fue Juan Maragall. Oíd:
«Escolta, Espanya le veu d'un fill En esta Lengua pocos te han hablado, en la otra... demasiados. Hon ets Espanya? No't veig enlloc,
Es cierto. Pero él, Maragall, el hombre qué decía esto, como si no fuera bastante lo demasiado que se le había hablado en la otra Lengua, en castellano, a España, él habló siempre, en su trabajo, en su labor periodística; habló siempre, digo, en un español, por cieno lleno de enjundia, de vigor, de fuerza, en un castellano digno, creo que superior al castellano, al español, de Jaime Balmes o de Francisco Pi y Margall. No. Hay una especie de coquetería. Yo oía aquí, el otro día, al señor Torres empezar excusándose de no tener costumbre de hablar en castellano, y luego, me sorprendió que en español no es que vestía, es que desnudaba perfectamente su espíritu, y es mucho más difícil desnudarlo que vestirlo en una Lengua. (Risas.) He llegado -permitidme- a creer que no habláis el catalán mejor que el castellano. (Nuevas risas.) Aquí se nos habla siempre de uno de los mitos que ahora están más en vigor, y es el «hecho». Hay el hecho diferencial, el hecho tal, el hecho consumado. (Risas.) El catalán, que tuvo una espléndida florescencia literaria hasta el siglo XV, enmudeció entonces como Lengua de cultura, y mudo permaneció los siglos del Renacimiento, de la Reforma y la Revolución. Volvió a renacer hará cosa de un siglo -ya diré lo que son estos aparentes renacimientos-; iba a quedar reducido a lo que se llamó el «parlá munisipal». Les había dolido una comparanza -que yo hice, primero en mi tierra, y, después, en Cataluña- entre el máuser y la espingarda, diciendo: yo la espingarda, con la cual se defendieran mis antepasados, la pondré en un sitio de honor, pero para defenderme lo haré con un máuser, que es como se defienden todos, incluso los moros. (Risas.) Porque los moros no tenían espingardas, sino, quizá, mejor armamento que nosotros mismos. Hoy, afortunadamente, está encargado de esta obra de renovación del catalán un hombre de una gran competencia y, sobre todo, de una exquisita probidad intelectual y de una honradez científica como las de Pompeyo Fabra. Pero aquí viene el punto grave, aquel a que se alude en la enmienda al decir: «no se podrá imponer a nadie» Como no quiero amezquinar y achicar esto, que hoy no se debate, dejo, para cuando otros artículos se toquen, el hablar y el denunciar algunas cosas que pasan. Algunas las denunció Menéndez Pidal. No se puede negar que fueran ciertas. Lo demás me parece bien. Hasta es necesario; el catalán tiene que defenderse y conviene que se defienda; conviene hasta al castellano. Por ejemplo, no hace mucho, la Generalidad, que en este caso actuaba, no de generalidad sino de panicularidad (Risas) dirigió un escrito oficial en catalán al cónsul de España en una ciudad francesa, y el cónsul, vasco por cierto, lo devolvió. Además, está recibiendo constantemente obreros catalanes que se presentan diciendo: «No sabemos castellano», y él responde: «Pues yo no sé catalán; busquen un intérprete.» No es lo malo esto, es que lo saben, es que la mayoría de ellos miente, y éste no es nunca un medio de defenderse. (Rumores en la minoría de Izquierda catalana.- Un señor diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.) Eso es exacto. (Un señor diputado: Eso es inexacto.- El señor Santaló: Sobre todo su señoría no tiene autoridad para investigar si miente o no un señor que se dirige a un cónsul.- Otro señor diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.- Rumores.) ¿Es usted un obrero? (Rumores.- Varios señores diputados pronuncian algunas palabras que no se perciben con claridad.- Continúan los rumores, que impiden oír al orador.)... que hablen en cristiano. Es verdad. Toda persecución a una Lengua es un acto impío e impatriota. (Un señor diputado: Y sobre todo cuando procede de un intelectual.) Ved esto si es incomprensión. Yo sé lo que en una libre lucha puede suceder. En artículos de la Constitución, al establecer la forma en que se ha de dar la enseñanza, trataremos de cómo el Estado español tendrá que tener allí quien obligue a saber castellano, y sé que si mañana hay una Universidad castellana, mejor española, con superioridad, siempre prevalecerá sobre la otra; es más, ellos mismos la buscarán. Os digo aún más, y es que cuando no se persiga su Lengua, ellos empezarán a hablar y a querer conocer la otra. (Varios señores diputados de la minoría de la Izquierda catalana pronuncian algunas palabras que no se entienden claramente.- Un señor diputado: Lo queremos ya.- Rumores.) Como sobre esto se ha de volver y veo que, en efecto, estoy hiriendo resentimientos... (Rumores.- Un señor diputado: Sentimientos; no resentimientos.) Lo que yo no quiero es que llegue un momento en que una obcecación pueda llevaros al suicidio cultural. No lo creo, porque una vez en que aquí en un debate el ministro de la Gobernación hablaba del suicidio de una región yo interrumpí diciendo: «No hay derecho al suicidio.» En efecto, cuando un semejante, cuando un hermano mío quiere suicidarse, yo tengo la obligación de impedírselo, incluso por la fuerza si es preciso, no tanto como poniendo en peligro su vida cuando voy a salvarle, pero sí incluso poniendo en peligro mi propia vida. (Muy bien, muy bien.) Y tal vez haya quien sueñe también con la conquista lingüística de Valencia. Estaba yo en Valencia cuando se anunció que iba a llegar el señor Cambó y afirmé yo, y todos me dieron la razón, que allí, en aquella ciudad, le hubieran entendido mejor en castellano que si hablara en catalán. Porque hay que ver lo que es hoy el valenciano en Valencia, que fue la patria del más grande poeta catalán, Ausias March, donde Ramón Muntaner escribió su maravillosa crónica, de donde salió Tirant lo Blanc. El más grande poeta valenciano del siglo pasado, uno de los más grandes de España, fue Vicente Wenceslao Querol. Querol quiso escribir en lemosín, que era una cosa artificial y artificiosa y no era su lengua natal; el hombre en aquel lenguaje de juegos florales se dirigía a Valencia y le decía:
«Fill so de la joyosa vida qu'al sol s'escampa
Pero él, Querol, cuando tenía que sacar el alma de su Valencia no la sacaba en la Lengua de Jaime de Aragón, sino en la Lengua castellana, en la del Cid de Castilla. Para convencerse no hay más que leer sin que se le empañen los ojos de lágrimas. El valenciano corriente es el de los donosos sainetes de Eduardo Escalante, y algunas veces el de aquellas regocijantes salacidades de Valldoví de Sueca, al pie de cuyo monumento no hace mucho me he recreado yo. Y también el de Teodoro Llorente cuando decía que la patria lemosina renace por todas partes, añadiendo aquello de...
«... y en membransa dels avis, en penyora
«Lo rat penat»; alcemos «lo rat penat», es decir, el ratón alado que, según la leyenda, se posó en el casco de Jaime el Conquistador y que corona los escudos de Valencia, de Cataluña y de Aragón; ratón alado que en Castilla se le llama murciélago o ratón ciego; en mi tierra vasca, «saguzarra», ratón viejo, y en Francia, ratón calvo; y esta cabecita calva, ciega y vieja, aunque de ratón alado, no es más que cabeza de ratón. Me diréis que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. No; cola de león, no; cabeza de león, sí, como la que dominó el Cid. Cuando yo fui a mi pueblo, fui a predicarles el imperialismo; que se pusieran al frente de España; y es lo que vengo a predicar a cada una de las regiones: que nos conquisten; que nos conquistemos los unos a los otros; yo sé lo que de esta conquista mutua puede salir; puede y debe salir la España para todos. Y ahora, permitidme un pequeño recuerdo. Al principio del Libro de los Hechos de los Apóstoles se cuenta la jornada de aquello que pudiéramos llamar las primeras Cortes Constituyentes de la primitiva Iglesia cristiana, el Pentecostés; cuando sopló como un eco el Espíritu vivo, vinieron lenguas de fuego sobre los apóstoles, se fundió todo el pueblo, hablaron en cristiano y cada uno oyó en su Lengua y en su dialecto: sulamitas, persas, medos, frigios, árabes y egipcios. Y esto es lo que he querido hacer al traer aquí un eco de todas estas lenguas; porque yo, que subí a las montañas costeras de mi tierra a secar mis huesos, los del cuerpo y los del alma, y en tierra castellana fui a enseñar castellano a los hijos de Castilla, he dedicado largas vigilias durante largos años al estudio de las Lenguas todas de la Patria, y no sólo las he estudiado, las he enseñado, fuera, naturalmente, del vascuence, porque todos mis discípulos han salido iniciados en el conocimiento del castellano, del galaico-portugués y del catalán. Y es que yo, a mi vez, paladeaba y me regodeaba en esas Lenguas, y era para hacerme la mía propia, para rehacer el castellano haciéndolo español, para rehacerlo y recrearlo en el español recreándome en él. Y esto es lo que importa. El español, lo mismo me da que se le llame castellano, yo le llamo el español de España, como recordaba el señor Ovejero, el español de América y no sólo el español de América, sino español del extremo de Asia, que allí dejo marcadas sus huellas y con sangre de mártir el imperio de la Lengua española, con sangre de Rizal, aquel hombre que en los tiempos de la Regencia de doña María Cristina de Habsburgo Lorena fue entregado a la milicia pretoriana y a la frailería mercenaria para que pagara la culpa de ser el padre de su Patria y de ser un español libre. (Aplausos.) Aquel hombre noble a quien aquella España trató de tal modo, con aquellos verdugos, al despedirse, se despidió en Lengua española de sus hijos pidiendo ir allí donde la fe no mata, donde el que reina es Dios, en tanto mascullaban unos sus rezos y barbotaban otros sus órdenes, blasfemando todos ellos el nombre de Dios. Pues bien; aquí mi buen amigo Alomar se atiene a lo de castellano. El castellano es una obra de integración: ha venido elementos leoneses y han venido elementos aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo todos los que hacemos Lengua o los que hacemos poesía, lo está haciendo el señor Alomar, y el señor Alomar, que vive de la palabra, por la palabra y para la palabra, como yo, se preocupaba de esto, como se preocupaba de la palabra nación. Yo también, amigo Alomar, yo también en estos días de renacimiento he estado pensando en eso, y me ha venido la palabra precisa: España no es nación, es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial. Nadie con más tesón ha defendido la salvaje autonomía -toda autonomía, y no es reproche, es salvaje- de su propia personalidad diferencial que lo he hecho yo; yo, que he estado señero defendiendo, no queriendo rendirme, actuando tantas veces de jabalí, y cuántos de vosotros acaso habréis recibido alguna vez alguna colmillada mía. Pero así, no. Ni individuo, ni pueblo, ni Lengua renacen sino muriendo; es la única manera de renacer: fundiéndose en otro. Y esto lo sé yo muy bien ahora que me viene este renacimiento, ahora que, traspuesto el puerto serrano que separa la solana de la umbría, me siento bajar poco a poco, al peso, no de años, de siglos de recuerdos de Historia, al final y merecido descanso al regazo de la tierra maternal de nuestra común España, de la renación española, a esperar, a esperar allí que en la hierba crezca sobre mi tañan ecos de una sola Lengua española que haya recogido, integrado, federado si queréis, todas las esencias íntimas, todos los jugos, todas las virtudes de esas Lenguas que hoy tan tristemente, tan pobremente nos diferencian. Y aquello sí que será gloria. (Grandes aplausos.)
NOTAS
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