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1.- Núcleo y variantes de la leyenda “El tributo de las cien doncellas”.

 

El núcleo cuenta que el rey de Asturias Mauregato pactó con los moros un tributo anual por el cual tenía que entregarles cien doncellas de gran belleza de las cuales cincuenta tenían que ser de origen noble y las otras cincuenta de origen plebeyo; a cambio, él tendría asegurada la paz de sus tierras. El pacto siguió en vigor con sus descendientes.

Unas variantes narran que algunas de las doncellas enviadas a tierras de moros se negaron a ir y para conseguirlo se mutilaron cortándose pies o manos o desfiguraron su rostro para perder su belleza y así no resultar apropiadas para el pago del tributo.

Pero otra cuenta una historia del fin del tributo que es toda una alternativa laica y feminista a la batalla de Clavijo.

En tiempos de Alfonso II se seguía pagando este tributo y el rey designó al noble Nuño Osorio para custodiar y conducir las doncellas elegidas hasta el lugar donde se debía hacer entrega de ellas a los musulmanes. Recorrido un buen trecho del camino, una de ellas, Sancha, mujer noble, fuerte y valerosa, decidió desnudarse y hacer así el camino. Más aún, animó a las demás a que hicieran lo mismo. Fracasaron sus guardianes intentando convencerlas de que volvieran a vestirse. Cuando se les preguntaba por qué habían decidido andar desnudas, ellas no contestaban.

Pero al aparecer, cerca de León, los moros que venían a recogerlas, ellas volvieron a vestirse y es entonces cuando Sancha explicó a sus compatriotas que a la vez eran sus guardianes y verdugos, que habían ido desnudas entre ellos, porque se habían convencido de que ellos eran igual de mujeres que ellas y una mujer no siente vergüenza en andar desnuda si lo hace entre mujeres. En cambio ante los moros, hombres como Dios manda, exigía el decoro y las buenas costumbres que las mujeres anduviesen tapadas, modestas y recatadas.

Los asturianos podían soportar, en virtud de la obediencia debida y de la razón de Estado, el llevar custodiadas a cien de sus mujeres, hijas o novias, para entregarlas a los moros, que las esperaban para hacer de ellas lo que les apeteciese, pero no aguantaron que ellas se les rieran en sus morros tratándolos como a mujeres. Así que, ante tamaña afrenta, les dio un ataque de dignidad, montaron en cólera y arremetieron contra los moros y no dejaron ni uno con vida. Y no se volvió a pagar tal tributo.

No puedo detenerme ni a citar siquiera el riquísimo folclore que ha generado y sigue generando esta leyenda. Me interesa más ahora una de sus versiones literarias.
 


2.- “Las Famosas asturianas” de Lope de Vega.

 

Lope de Vega conoció esta leyenda y escribió una comedia basada en ella y titulada “Las Famosas Asturianas”. Me interesa destacar el tratamiento que Lope de Vega da al personaje de doña Sancha, destacando su valor, su entereza, su inteligencia y fino conocimiento de la psicología masculina, su raro sentido de la dignidad y de la libertad. Su capacidad de liderazgo y de organización. Veamos su comportamiento en el desarrollo de la obra.



a) Acto segundo. Escena XXIII.

 

Doña Sancha se entera por él mismo de que su enamorado, Nuño Osorio, ha aceptado conducir a las cien doncellas, entre las que está ella misma, para entregarlas a los moros. Su indignación queda clara y también su radical rompimiento con él.


Dª SANCHA.
—Si os parece, don Nuño,
que el entendimiento basta,
no tenéis entendimiento.
NUÑO OSORIO.
—Bien lo cuido, doña Sancha.
No me ganáis en hacer
sentiduras en el alma,
ya por heridas de amor,
ya por naturales ansias;
pero ¿qué remedio?
DOÑA SANCHA.
—Adiós;
que un hombre que yo cuidaba
que fuera amor de mi vida,
ni como esposo me ampara,
ni como noble me obliga,
ni como, de ley cristiana
por caridad me ayuda,
ni cual hidalgo, por armas.
¡Nunca yo te amara, Osorio,
nunca viera la tu cara,
nunca en tu mucha nobleza
posara mis esperanzas!
¡Sol, Leonor, dueñas, doncellas!,
venid a mis almohadas;
haremos endechas tristes.

NUÑO OSORIO.
—Aguarda, mi vida, aguarda.
DOÑA SANCHA.
—No puedo mirarte, Osorio.
NUÑO OSORIO.
— Tien razón, sóbrale causa;
que quien hace lo que yo,
de piedra son sus entrañas.



b) Acto tercero. Escena IX.

 

Doña Sancha, como protesta contra la cobardía de los nobles cristianos asturianos que las conducen para entregarlas a la morisma, decide ir desnuda entre ellos. Ellos no entienden la malicia del gesto de doña Sancha y lo achacan a locura.
 

NUÑO OSORIO.
— ¿Que por todo el camino viene Sancha
los brazos y las piernas descubiertas?
ANSÚREZ.
—Es cosa que nos lleva sin sentido,
y que cuidamos que lo habrá perdido.
NUÑO OSORIO.
—Non puede, amigos, ser de otra manera,
porque con seso non se descubriera.
TORIBIO.
—Non puedo contener, capitán fuerte,
las lágrimas de ver la mía señora
venida en tanto mal.
NUÑO OSORIO.
—Con causa llora.
TORIBIO.
—Los blancos brazos y los tiernos pechos,
que non se descubrieron en su casa
a Sol, su prima, ni a Leonor, su amiga,
los trae descubiertos por el campo.
NUÑO OSORIO.
—Que Sancha de León, entre cien hombres,
siendo hembra tan cuerda y bien nacida,
camine con los brazos y las piernas
descubiertas a todos claramente,
no puede ser hazaña deshonesta.
A la fe, Ansúrez, que ha perdido el
seso, y que esta sinrazón se lo ha tollido.
ANSÚREZ.
—Pues ¿cuidas lo hiciera en su sentido?
NUÑO OSORIO.
—No lo hiciera hembra tan constante,
tan colmada de honor y de crianza.
ANSÚREZ.
—La pena, Nuño, de cuidar que un moro
ha de pisar su virginal decoro
¿qué non podrá?
NUÑO OSORIO.
—Podrá lo que ha podido,
que es quitarle el honor con el sentido.
Confiésovos, soldados valerosos,
que cuando la miré venir desnuda,
con ser atán hermosa, blanca y linda,
que llevaba las hojas de los árboles,
cuanto más que los ojos de los hombres,
quité los míos por vergüenza, y dije:
«No el seso, que el dolor, a Sancha rige.»
ANSÚREZ.
—No hay soldado (con ser libres hombres,
y solteros los más y mancebicos)
que se atreva a mirarla; y si la mira,
no de codicia del su amor suspira,
mas llora de dolor, viendo tal dama
que de pesar su honestidad infama.



c) Acto tercero. Escena XI.

 

Nuño Osorio se entera, con gran sorpresa, de que doña Sancha, al llegar ante los moros, se ha vestido y decide conocer por ella misma el motivo de su cambio de conducta.


VELA.
—Ya están, señor, enfrente de los moros
las cien doncellas.
NUÑO OSORIO.
—Bien lo vi en sus lloros.
VELA.
—Apenas, gran señor, los descubrieron,
cuando mil gritos y alaridos dieron,
no maldigando sólo a Mauregato,
sino a Alfonso, de cobarde, ingrato,
y a ti también, señor, que las entregas.
Veráslas todas que, de llanto ciegas,
el campo siembran de oro del cabello.
NUÑO OSORIO.
—Su duelo escucho y no me maraviello.
Mas ¿qué hay de doña, Sancha?
VELA.
—Un caso extraño:
que así como, desnuda, vio los moros,
las piernas y los brazos se ha cubierto,
y vestida y honesta y vergonzosa,
cerróse toda como rubia rosa
que en ausencia del sol las hojas junta,
marchita, triste, pálida y difunta.
NUÑO OSORIO.
— ¿Que se ha vestido?
VELA.
—Sí que se ha vestido.
NUÑO OSORIO.
—Traedla aquí.
TORIBIO.
—Ya voy, señor, por ella. (Vase.)
NUÑO OSORIO.
—Saber quiero la causa que ha tenido.
VELA.
—De ti, señor, se ofende y se querella.
NUÑO OSORIO.
—No tengo culpa yo; del rey ha sido.
ANSÚREZ.
—Mal hecho fue; ¡tan principal doncella!...
NUÑO OSORIO.
—En las suertes no hay culpa ninguna;
culpar debiera Sancha su fortuna.
TORIBIO.
—Aquí viene doña Sancha.



d) Acto tercero. Escena XII.

 

Doña Sancha se explica: “¿Qué honestidad he perdido,/cuando vengo entre mujeres?/ Ninguna, pues que lo sois/ tan cobardes y tan leves;/pero no cuando los moros,/que son hombres.”. Nuño Osorio entiende ahora toda la amarga verdad del gesto de doña Sancha y no aguanta que doña Sancha y las demás mujeres duden de su hombría y de la de su tropa y ordena atacar a los moros. Doña Sancha le promete que ella y las restantes doncellas también lucharán. Doña Sancha, al verlo reaccionar, le va devolviendo su confianza.


NUÑO OSORIO.
—Pues ¿cómo vestida vienes,
tú, que desnuda venías?
DOÑA SANCHA.
—Osorio, ¿que non lo entiendes?
NUÑO OSORIO.
—¿Cómo lo puedo entender,
pues hacen esas sandeces
los que no tienen juicio,
y tú vemos que le tienes?
DOÑA SANCHA.
—Atiende, Osorio cobarde,
afrenta de hombres, atiende,
porque entiendas la razón,
si no entenderla quieres.
Las mujeres no tenemos
vergüenza de las mujeres:
quien camina entre vosotros
muy bien desnudarse puede,
porque sois como nosotras,
cobardes, flacas y endebles,
hembras, mujeres y damas;
y así, no hay por qué non deje
de desnudarme ante vos,
como a hembras acontece.
Pero cuando vi los moros,
que son hombres, y hombres fuertes,
vestíme; que no es bien
que las mis carnes me viesen.
¿Qué honestidad he perdido,
cuando vengo entre mujeres?
Ninguna, pues que lo sois
tan cobardes y tan leves;
pero no cuando los moros,
que son hombres.

NUÑO OSORIO.
— Sancha, tente;
tente Sancha; que me matas,
me enfurias y me ensandeces.
¡Por el alcázar divino,
por las deidades celestes,
por la sangre de mis padres,
que en blancos mármoles duermen
en San Salvador de Oviedo,
que no el mundo me afrente
con el nombre de mujer,
cuando mil vidas perdiese!
¡Porque somos hembras viles
las tus carnes no defiendes,
y a los moros las cobijas
porque son hombres valientes!
¡Hola, saldados! Alfonso,
sus consejeros, sus leyes,
sus paces y sus conciertos
en este punto perecen.
Quinientos moros están
armados, cual veis, enfrente:
ciento somos; toca alarma;
que asaz ha hecho quien muere.
¿Yo mujer? ¡Ante mis ojos
se desnudan! Si la hueste
fuera del mismo Alejandro,
Darío, César, Pirro o Jerjes,
No dejara de morir
por lo menos, y tenerme
por tan hombre como soy.
ANSÚREZ.
—No has dicho eternamente
palabra tan bien hablada.
VELA.
—¡Nosotros somos mujeres,
Osorio, y los moros hombres!
TELLO.
—Señor, si agora consientes
esta afrenta, ¿qué dirán
los que en pos de nos vinieren?
NUÑO OSORIO.
—Que non hay que rehortir;
esto haré cada siempre
que el cielo me diese vida.
La vida presto se pierde;
la fama por siempre dura,
y vuela de gente en gente
hasta los fines del mundo.
DOÑA SANCHA.
—¡Oh Nuño gallardo y fuerte!
¡Oh gloria de los Osorios!
Conténtate que me cuestes
el haberme descubierto,
que en mi prez valor non tiene.
Acomete esos quinientos;
que yo pondré a mis mujeres
las armas que vos sobraren;
que con el dolor que vienen
harán más que dos mil hombres.
Y si se quejare el reye
o el reino de lo que haces,
¿qué importa que nos degüelle?
Ende más que Dios hará
y el su Apóstol, que defiende
este rincón, donde yace,
que Alfonso la furia temple.

NUÑO OSORIO.
—¡Oh valerosa asturiana!
Si vida el cielo me ofrece,
yo te pagaré el valor
Santiago!
DOÑA SANCHA.
—Osorio, acomete. (Vase.)
TODOS.
—¡Santiago!
(Éntranse todos, y principia dentro la batalla.)



e) Acto tercero. Escena XIII y XIV.

 

En las dos escenas que siguen se representa la batalla en la que también participan las mujeres.

                       Acto tercero. Escena XIII.



AUDALLA.
— ¿Qué es esto? ¿Desta suerte pagan parias
los cristianos al rey de España?
NUÑO OSORIO.
— ¡Oh perro!
Ésas que le han pagado son contrarias
al cielo y al valor de aqueste hierro.
AUDALLA.
—Yo te haré deshacer en partes varias,
y a las aves poner en ese cerro.
NUÑO OSORIO.
—Mira por ti, villano; a ver si toma
tu defensión el pérfido Mahoma. (Salen todos peleando.)
AMIR.
—¡Mueran, valiente Audalla, los cristianos!
Quinientos somos.
NUÑO OSORIO.
—¡Linda fama adquieres,
cuando ciento muramos a tus manos!



                      Acto Tercero. Escena XIV.

 

Doña Sancha, con un gran número de doncellas armadas de espadas y rodelas, se ponen al lado de Nuño Osorio.
 

DOÑA SANCHA.
—Llevad de aquesta guisa las mujeres.
NUÑO OSORIO.
—Estimo, Sancha, tus valientes manos.
DOÑA SANCHA.
—Tú eres quien me da valor.
NUÑO OSORIO.
—Tú eres
por quien he de hacer del moro estrago.
AUDALLA.
— ¡Aquí Mahoma, aquí!
NUÑO OSORIO. —¡Y aquí Santiago! (Vanse.)
 


e) Acto tercero. Escena XVI.

 

El moro Amir cuenta al rey Alfonso lo sucedido y le advierte que si no castiga a quienes no han entregado el tributo de las cien doncellas, habrá venganza. Describe así la batalla promovida por doña Sancha en la que intervinieron valientes y eficaces las mujeres:
 

AMIR.
…..llegó un soldado
un martes por la mañana,
que dijo que Nuño Osorio
ya con las parias llegaba.
Dímosle todos albricias,
codiciosos de cristianas;
que no pienso que tendréis
por mal gusto el estimarlas.
Apareció sobre un monte
con cien doncellas que al alba
daban por cien soles luz,
y cien hombres de armas blancas.
puso Audalla sus quinientos,
como el que las esperaba,
en forma de luna abierta...
Digo, al menguar de su cara.
Mas, movida entre ellos mismos,
por dicha, de no entregarlas
nueva plática y acuerdo,
mandaron tocar las cajas.
Embisten el escuadrón
con ballestas y con lanzas,
de suerte que las mujeres
con piedras y con espadas
hicieron tan altos hechos,
tan espantosas hazañas,
que de quinientos que fuimos
apenas los ciento escapan.
Murió Audalla, porque Nuño
le deshizo a cuchilladas,
con ser el hombre más bravo
que de África vino a España.
Huyeron por esas sierras
los que la vida estimaban;
yo solo a avisarte vengo
para decirte en la cara
que no es de reyes mentir
ni faltar a su palabra;
y que si no lo has sabido,
hagas en Nuño venganza,
autor de aquesta traición,
porque, de no castigarla,
¡ay de León!, ¡ay de ti!.....
 


f) Acto tercero. Escena XVII y final.

 

Nuño Osorio se defiende y pide al rey que se ponga en su lugar y el rey tampoco quiere ser considerado una débil mujer. Se deciden todos a no seguir pagando el tributo y se reconoce que ello ha sido posible gracias a las “famosas asturianas”, que han demostrado con creces que son capaces de defenderse ellas solas.



NUÑO OSORIO.
— Yo llevé las cien doncellas,
las pecheras e hidalgas,
famoso rey de León,
de Asturias y las montañas,
para entregar a los moros
a su capitán Audalla,
como lo dirá el presente,
que entonces me vio llevarlas.
Del solar de don García
saqué, reye, a doña Sancha,
mujer asaz belicosa
y digna de eterna fama.
Ella por todo el camino,
quitada su saboyana,
iba los brazos y piernas
descubiertos a luz clara.
Nos tuvímoslo a sandez,
y no quisimos mirarla;
que aun hay en hombres mesura
a tiempo que en hembras falta.
Cuando Sancha vió los moros,
vistióse cedo, y miraba
si alguno dellos la vía,
vergüeñosa y recatada.
Como la vimos vestir,
pescudámosle la causa,
y dijo que entre nosotros
de ir desnuda non cuidaba,
por ser, como ella, mujeres
viles, endebles y flacas;
pero que en viendo los moros,
hombres fuertes, hombres de armas,
se recató, como hembra
que del hombre se recata.
Apenas lo oí, señor,
cuando, a tener luenga barba,
pedazos me la hiciera;
mas pagólo la mi cara.
Juré por Dios, que no pude
a tan gran jura quebrarla,
de no entregar las donas,
de no dar las viles parias;
socedió lo que ya sabes.
Así los cielos te hagan
el más dichoso, buen rey,
en todas las tus andanzas,
que juzgues lo que hicieras
si en aquel prado te hallaras,
viéndote llamar mujer,
hidalgo y de ley cristiana,
y llamar hombre valiente
a un moro de ley contraria.
Córtame, rey, la cabeza,
aquí tengo la garganta;
hombre moriré, no hembra,
como los que dan las parias.

REY ALFONSO
— Quedo, Osorio; todos somos
hombres, de Dios por la gracia.
No soy yo hembra; mas, Dios,
magüer que Casto me llaman,
que el Casto fué por virtud,
non porque el brío me falta;
que una cosa es no querer,
y otra la flaqueza humana.

SUERO.
— Nuño Osorio, yo soy Suero;
lo que el rey ha dicho basta
para que de hoy en delante
non digan hembras ni damas
que los hombres somos hembras.
MELEDÓN.
— Si dije que se pagaran,
No cuidé yo que vayan
las mujeres a las armas.
Non se paguen más al moro.
REY ALFONSO.
— Vete, moro, enhoramala.
Di al tu rey que cien doncellas
son cien chuzos y cien lanzas.
Que venga como quisiere;
que las hembras solas bastan
a defenderse a sí mesmas.

AMIR.
— Presto veréis la venganza
que hace mi rey de vosotros.
NUÑO OSORIO.
— Aun bien que las tus adargas
saben ya los nuestros golpes.
DOÑA SANCHA.
— A bocados, a puñadas,
los desharemos las hembras.
[…]

NUÑO OSORIO.
— Aquí, senado, hacen fin
de don Nuño las hazañas.
DOÑA SANCHA.
— Eso no.
NUÑO OSORIO.
—Pues ¿quién, señora?
DOÑA SANCHA.
— Las famosas asturianas.
 

Así acaban «Las Famosas Asturianas». Lo interesante de este texto de Lope está en que escenifica una tradición en la que se afirma que la batalla para conseguir la abolición del infame tributo de las cien doncellas se dio, pero sin intervención de poder celestial alguno. Se dio en las cercanías de León, y se dio inducida por una de las doncellas, la noble doña Sancha, que les supo echar en cara a sus compatriotas su cobardía, su indignidad, su entreguismo, al verlos incapaces de defender su bien más preciado, sus hijas, sus novias, sus mujeres, frente al tirano caprichoso de turno. Más aún, las mujeres además de provocar la batalla, participan en ella causándole enormes estragos al enemigo.



3.- Similitudes de “Las Famosas asturianas” con “Fuente Ovejuna”.

 

Aun al más despistado lector de Lope de Vega, “Las Famosas Asturianas” le tiene que recordar a “Fuente Ovejuna”. Laurencia hace en “Fuente Ovejuna” exactamente el mismo papel que hace doña Sancha en “Las Famosas Asturianas”. Véanlo:
En “Fuente Ovejuna”, Fernán Gómez de Guzmán, Comendador Mayor de la Orden de Calatrava, que ejerce su señorío en el pueblo de Fuente Ovejuna, y que se sirve a su completo antojo de las mujeres del pueblo, se ha encaprichado de Laurencia, hija de Esteban, uno de los alcaldes del pueblo sin que ella acceda a sus deseos. El día de la boda de Lucrecia con Frondoso, pretendiendo ejercer el derecho de pernada, Fernán Gómez, a la vista de todo el pueblo, secuestra a Lucrecia y detiene ilegalmente a Frondoso.

En el Acto III, Escena III, El pueblo se reúne en junta, pero nadie quiere enfrentarse directamente al Comendador. Cuando están planeando “apaños” se presenta en la junta Lucrecia, destrozada, que ha logrado escapar a duras penas de las garras de Fernán Gómez y que quiere hacerse oír de los junteros.

Como doña Sancha a Nuño Osorio, cuando le pregunta él por qué se ha vestido ante los moros, Laurencia les echa en cara a sus convecinos, empezando por su por su propio padre, su cobardía, su falta de hombría, por no ser capaces de defender su propiedad mas preciada: sus mujeres, de cualquier “pisatripas” o “perdonavidas” que se cruce en su camino metiéndoles el resuello en el cuerpo. El efecto de su discurso es fulminante. Sus convecinos se sublevan contra el tirano. No quieren aparecer como mediohombres.



LAURENCIA:
—Dejadme entrar, que bien puedo,
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?
ESTEBAN:
— ¡Santo cielo!
¿No es mi hija?
JUAN:
— ¿No conoces
a Laurencia?
LAURENCIA:
—Vengo tal,
que mi diferencia os pone
en contingencia quién soy.
ESTEBAN:
— ¡Hija mía!
LAURENCIA:
— No me nombres
tu hija.
ESTEBAN
—¿Por qué, mis ojos?
¿Por qué?
LAURENCIA:
— ¡Por muchas razones!
Y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compre,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis,
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¡Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes!
Mis cabellos, ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes,
de la sangre, y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuente Ovejuna el hombre.
¡Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois bronces,
pues sois jaspes, pues sois tigres...
Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
¡Gallinas, vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
¡Poneos ruecas en la cinta!
¿Para qué os ceñís estoques?
Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra, de estos tiranos,
la sangre, de estos traidores!
¡Y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes!
¡Y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el Comendador
del almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, mediohombres,
porque quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe
.
ESTEBAN:
— Yo, hija, no soy de aquellos
que permiten que los nombres
con esos títulos viles.
Iré solo, si se pone
todo el mundo contra mí.
JUAN:
— Y yo, por más que me asombre
la grandeza del contrario.
REGIDOR:
— Muramos todos.
BARRILDO:
— Descoge
un lienzo al viento en un palo,
y mueran estos enormes.
JUAN:
— ¿Qué orden pensáis tener?
MENGO:
— Ir a matarle sin orden.
Juntad el pueblo a una voz,
que todos están conformes
en que los tiranos mueran.
ESTEBAN:
— Tomad espadas, lanzones,
ballestas, chuzos y palos.
MENGO:
— ¡Los reyes nuestros señores
vivan!
TODOS:
— ¡Vivan muchos años!
MENGO:
— ¡Mueran tiranos traidores!
TODOS:
— ¡Tiranos traidores, mueran!

Vanse todos



En el Acto III, Escena IV, igual que doña Sancha, Laurencia lleva a las mujeres agraviadas del pueblo a vengarse de tirano, formando su propio ejercito.


LAURENCIA:
— Caminad, que el cielo os oye.
¡Ah… mujeres de la villa!
¡Acudid, por que se cobre
vuestro honor! ¡Acudid, todas!

Salen PASCUALA, JACINTA y otras mujeres

PASCUALA:
— ¿Qué es esto? ¿De qué das voces?
LAURENCIA:
— No veis cómo todos van
a matar a Fernán Gómez,
y hombres, mozos y muchachos,
furiosos, al hecho corren?
¿Será bien que solos ellos
de esta hazaña el honor gocen,
Pues no son de las mujeres
sus agravios los menores?
JACINTA:
— Di, pues, ¿qué es lo que pretendes?
LAURENCIA:
— Que puestas todas en orden,
acometamos a un hecho
que dé espanto a todo el orbe.
Jacinta, tu grande agravio,
que sea cabo; responde
de una escuadra de mujeres.
JACINTA:
— ¡No son los tuyos menores!
LAURENCIA:
— Pascuala, alférez serás.
PASCUALA:
— Pues déjame que enarbole
en un asta la bandera.
Verás si merezco el nombre.
LAURENCIA:
— No hay espacio para eso,
pues la dicha nos socorre.
Bien nos basta que llevemos
nuestras tocas por pendones.
PASCUALA:
— Nombremos un capitán.
LAURENCIA:
— ¡Eso no!
PASCUALA:
— ¿Por qué?
LAURENCIA:
— Que adonde
asiste mi gran valor
no hay Cides ni Rodamontes.

(Vanse todas).
 


Lope de Vega hace ver en otras escenas que las mujeres no se quedan cortas ni mucho menos a la hora de la venganza.
 

 

4.- El problema del honor del villano en Lope de Vega y en Calderón de la Barca.

 

Lope de Vega deja muy claro que el villano, igual que el noble, tiene honra, honor, y derecho a que no se mancille su “opinión”, es decir, su fama. Un texto clave es el final del Acto III de “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”
La intervención de Peribáñez no tiene desperdicio. Peribáñez, como cabeza de familia, vela por su esposa y por la honra y honor de ambos y de la casa. Es “el buen pastor que defiende de los lobos su rebaño”. Los lobos son curiosamente los caprichos de los nobles. El Rey reconoce el derecho de Peribáñez a defender lo más sagrado de lo suyo y lo hace noble: lo nombra capitán y le concede el derecho a portar armas para que con ellas pueda defender lo suyo. Su mujer tiene derecho a vestir como una reina.
 

PERIBAÑEZ.
…—Yo soy Peribáñez.
REY.
— ¿Quién?
PERIBAÑEZ.
—Peribáñez, el de Ocaña...
REY.
…..—Prosigue.
PERIBAÑEZ.
—Yo soy un hombre,
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada.
Fui el mejor de mis iguales,
y en cuantas cosas trataban,
me dieron primero voto,
y truje seis años vara.
Caséme con la que ves,
también limpia, aunque villana;
virtüosa; si la ha visto
la envidia asida a la fama.
El Comendador Fadrique,
de vuesa villa de Ocaña
señor y comendador,
dio, como mozo, en amarla.
Fingiendo que por servicios,
honró mis humildes casas
de unos reposteros, que eran
cubiertas de tales cargas.
Diome un par de mulas buenas;
mas no tan buenas; que sacan
este carro de mi honra
de los lodos de mi infamia.
Con esto intentó una noche,
que ausente de Ocaña estaba,
forzar mi mujer; mas fuese
con la esperanza burlada.
Vine yo, súpelo todo
y de las paredes bajas
quité las armas, que al toro
pudieran servir de capa.
Advertí mejor su intento;
mas llamóme una mañana
y díjome que tenía
de Vuestras Altezas cartas,
para que con gente alguna
le sirviese esta jornada;
en fin, de cien labradores
me dio la valiente escuadra.
Con nombre de capitán
salí con ellos de Ocaña;
y como vi que de noche
era mi deshonra clara,
en una yegua, a las diez,
de vuelta en mi casa estaba;
que oí decir a un hidalgo
que era bienaventuranza
tener en las ocasiones
dos yeguas buenas en casa.
Hallé mis puertas rompidas
y mi mujer destocada,
como corderilla simple
que está del lobo en las garras.
Dio voces, llegué, saqué
la misma daga y espada
que ceñí para servirte,
no para tan triste hazaña;
paséle el pecho, y entonces
dejó la cordera blanca,
porque yo, como pastor,
supe del lobo quitarla.

Vine a Toledo, y hallé
que por mi cabeza daban
mil escudos; y así quise
que mi Casilda me traiga.
Hazle esta merced, señor;
que es quien agora la gana,
porque viüda de mí,
no pierda prenda tan alta.
REY.
— ¿Qué os parece ?
REINA.
—Que he llorado;
que es la respuesta que basta
para ver que no es delito,
sino valor.
ENRIQUE.
—¡Cosa extraña!
¡Que un labrador tan humilde
estime tanto su fama !
¡Vive Dios, que no es razón
matarle ! Yo le hago gracia
de la vida. . . Mas, ¿qué digo?
¿Esto justicia se llama?
Y a un hombre deste valor
le quiero en esta jornada
por capitán de la gente
misma que sacó de Ocaña.
Den a su mujer la renta,
y cúmplase mi palabra;
y después desta ocasión,
para la defensa y guarda
de su persona, le doy
licencia de traer armas
defensivas y ofensivas.
PERIBAÑEZ.
—Con razón todos te llaman
don Enrique el Justiciero.
REINA.
—A vos, labradora honrada,
os mando de mis vestidos
cuatro, porque andéis con galas
siendo mujer de soldado.

 

¿En qué consiste el honor del que se habla en nuestros textos? ¿En qué consiste la honra?

En la tradición romana “el cumplidor de su deber”, fuese la que fuese su condición social, era el “hombre piadoso” (“pius”, “pietas”), el que cumplía sus obligaciones para con los dioses, la familia, y la patria.

“Familia” viene de “famulus”, y es literalmente el conjunto de “servicios y servidores”, de “útiles y herramientas”, del patrimonio en definitiva, gracias al cual puede subsistir y progresar un matrimonio y sus hijos.

“Patria” viene de “pater” y es, en principio, la hacienda, el patrimonio familiar, luego pasa a ser el patrimonio social, cultural, de civilización, del que nos beneficiamos en la sociedad concreta en la que vivimos.

“Pro Patria mori” es lo mismo que “Pro aris et focis mori”. La guerra verdaderamente justa, la inexcusable, la que es a muerte, es la que hay que hacer para defender los altares y los hogares que para un romano eran lo mismo ya que el fuego más sagrado era el del hogar y en el hogar es donde se veneraban los dioses más ancestrales.

No me estoy alejando del tema. La familia propia y sus propiedades, sus medios de subsistencia, es lo que hay obligación que defender por encima de todo, incluso de la vida de uno mismo, si uno se viste por los pies.

En la tradición judeocristiana las cosas no cambian, El Noveno y el Décimo Mandamientos de la Ley de Dios, unidos indivisiblemente se enuncian así:

“No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.” Éxodo, XX, 17.
“No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.” Deuteronomio V, 21.

 

En la tradición romana todo romano libre puede decir “ ciuis romanus sum”, puede invocar su plenitud de derechos contra cualquier injuria o injusticia. La propiedad de lo suyo le es reconocida como sagrada en cualquiera de las facetas de la vida. “Lo suyo”, “suum” es una parte de él mismo porque es la base de su libertad, de su “ciudadanía”.

En la tradición judeocristiana viene a ocurrir lo mismo. Todo hombre es “imagen de Dios”; todos son libres, son poseedores de lo suyo, de su patrimonio material y moral que está protegido por mandamientos tan tajantes como “no matarás”, “no fornicarás”, “no robarás”, “no mentirás”, “no desearás los bienes de tu prójimo”. Mandamientos de cuyo cumplimiento es garantía la inexorable justicia divina y la humana que debe ser su objetivo reflejo.

El robo de los bienes o de la honra ajenos es el mayor delito que se puede cometer, el mayor de los pecados. Sólo puede ser mayor delito o pecado el consentir que eso suceda sin oponer resistencia, incluso poniendo en riesgo la vida misma.
Todavía no ha llegado la Revolución Industrial donde las máquinas sustituyen a la fuerza animal o humana. En la Revolución Industrial, la mujer adquirirá la igualdad de derechos y de responsabilidades con el varón porque la diferencia de fuerza física que hay entre ellos ya no es relevante.
Hasta que llegue ese momento, el varón, porque fisicamente es más fuerte, debe defender con su fuerza física a la mujer que, en ese aspecto y sólo en ese aspecto, es más débil. La división de trabajo es clara. El “matrimonio” es “matri-monium”: “servicio y protección que se le debe a la madre y a sus criaturas”. El “patrimonio” es “patri-monium”, “servicio y protección que se le debe al padre y a su hacienda familiar”. Matrimonio y patrimonio son instituciones sociales básicas sobre las que se asienta la única posible sociedad humana civil y civilizada.

La natural división del trabajo atribuye al varón la guerra como recurso último de defensa. Los romanos describen a las mujeres bárbaras, celtas o germánicas, aplaudiendo a sus hombres en la batalla, cuando son valientes, o acusándoles de mediohombres o de amujerados, cuando ceden en el combate; y sustituyéndolos o peleando con ellos en caso necesario pero excepcional.

Peribáñez defiende a su mujer y está orgulloso de ello. Doña Sancha y Laurencia reclaman de sus varones que cumplan con su deber de protección, que no hagan dejación de sus funciones. Porque han hecho dejación de sus funciones, han dejado de ser hombres, han dejado de ser varones, han caído en el contradios, en lo antinatural, en la degeneración, en lo esperpéntico.

En León o en Fuente Ovejuna la mujer pelea porque la situación es extrema, pero lo normal es que la guerra sea cosa de hombres, Calderón de la Barca en “El Alcalde de Zalamea” cierra el tema y explica muy bien que el problema del honor familiar es un problema de conciencia, de cumplimiento estricto de la ley de Dios y de las leyes humanas que son su reflejo. El padre de familia tiene el deber religioso inexcusable de defender el honor de su familia como el patrimonio más preciado. La defensa del honor es una cuestión que atañe a las mas íntimas relaciones de cada cual con Dios. Pedro Crespo trabaja sin descanso por restablecer la honra familiar mancillada. Como no es posible aplica estrictamente la ley humana a conciencia. Lo que le causa más de un dolor de cabeza. Recuerden la famosa escena:


CRESPO:
—Entraos allá dentro.
Mil gracias, señor, os doy
por la merced, que me hicisteis
de excusarme una ocasión
de perderme.
LOPE: —¿Cómo habíais,
decid, de perderos vos?
CRESPO: —Dando muerte a quien pensara
ni aun el agravio menor.
LOPE: —¿Sabéis, voto a Dios, que es
capitán?
CRESPO: —Sí, voto a Dios,
y aunque fuera él general,
en tocando a mi opinión
le matara.
LOPE:
—A quien tocara
ni aun al soldado menor
sólo un pelo de la ropa,
¡por vida del cielo!, yo
le ahorcara.
CRESPO:
—A quien se atreviera
a un átomo de mi honor,
¡por vida también del cielo!,
que también le ahorcara yo.
LOPE:
—Sabéis que estáis olbigado
a sufrir, por ser quien sois,
estas cargas?
CRESPO: —Con mi hacienda,
pero con mi fama no.
Al rey la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios.

LOPE:
— ¡Juro a Cristo, que parece
que vais teniendo razón!
CRESPO:
—Sí, juro a Cristo, porque
siempre la he tenido yo.
LOPE:
—Yo vengo cansado, y esta
pierna, que el diablo me dio,
ha menester descansar.
CRESPO:
—Pues, ¿quién os dice que no?
Ahí me dio el diablo una cama,
y servirá para vos.
LOPE:
—¿Y dióle hecha el diablo?
CRESPO:
— Sí.
LOPE:
—Pues a deshacerla voy,
que estoy, voto a Dios, cansado.
CRESPO:
—Pues descansad, voto a Dios.
LOPE:
— (Testarudo es el villano; (Aparte)
tan bién jura como yo).
CRESPO:
— (Caprichoso es el don Lope; (Aparte)
no haremos migas los dos).
 

Don Lope y Crespo terminarán haciendo muy buenas migas buscando por distintos y complementarios caminos la verdadera justicia bajo la mirada inteligente de Felipe II que disfruta comprobando la inteligencia, el valor, las ganas de vivir en justicia de sus mejores y batalladores servidores.
 

 

 

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La otra batalla de Clavijo,
Lope de Vega y la leyenda de
"El tributo de las cien doncellas"

Antonino M. Pérez Rodríguez
C
atedrático del IES Lope de Vega de Madrid