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0.-Clavijo.
Clavijo es sin duda el lugar riojano más veces y más bellamente descrito, pintado y esculpido. Eso sí, desde lo imaginado, no desde lo real. De ello se encargó la otrora muy poderosa y esclarecida orden militar de Santiago, a la que pertenecieron personajes por mí tan apreciados como Jorge Manrique, Velázquez o Quevedo. Es que Clavijo está indisolublemente unido a dos mitos muy relacionados entre sí, el de “Santiago matamoros” y “el tributo de las cien doncellas”. Quisiera, en esta ocasión hacer alguna observación sobre el primero de ellos.
1.-La inevitable santificación de la guerra.
Que quien combate en una guerra que se considera justa y necesaria tiene a la divinidad de su parte, se ha tenido por cierto siempre, se tiene ahora y se seguirá teniendo mientras el mundo sea mundo. En ambientes no religiosos, la divinidad será sustituida por ideas altruistas como el bienestar de la humanidad, la libertad, la democracia, el progreso o lo que en ese momento suene o parezca bien. Para probar mi hipótesis no voy a traer ejemplos de lejos. Como dice bien Jorge Manrique:
No. Voy a citar su muy claro testimonio. Dice la Muerte al Maestre de Santiago, el padre del poeta:
Jorge Manrique pertenecía a la Orden de Santiago uno de cuyos últimos maestres fue su padre. Entenderemos mejor estas Coplas suyas si caemos en la cuenta de cuál era el ideario santiaguista : Si tenemos en cuenta que, por ejemplo, el documento fundacional de la Orden relata así su origen:
Si añadimos que la Orden de Santiago estaba constituida, como una militia Christi, con vocación a la vez religiosa y militar, cuya misión era el «servicio de Dios, el ensalzamiento y defensa de la Cristiana Religión, y Fe Católica y la defensa de la República Cristiana». Si releemos el Capítulo Décimo de los Estatutos de la Orden, dice así:
Pero Jorge Manrique y su padre son personajes de bien entrado el s. XV. ¿Por qué y cómo se había ido formando esta mentalidad en la que se daba este inextricable enredo de lo civil, de lo político, de lo religioso y de lo militar? Dicho de otro modo, ¿Por qué y cómo se forma el mito de Santiago matamoros? Es una larga historia.
2.- Empecemos por el principio.
a) La batalla del Guadalete (711).
Llamados por los hijos del rey visigodo Witiza para que les ayudaran a arrebatarle el trono a su sucesor Don Rodrigo, en la noche del 27 al 28 de abril del año 711, unos 7.000 soldados musulmanes mandados por Táriq Ibn Ziyad cruzaron el Estrecho de Gibraltar, desembarcaron en Tarifa y, tras otros choques armados de menor trascendencia, un día entre el 19 y el 26 de julio de ese mismo año, cerca del río Guadalete, tuvo lugar la batalla de su nombre cuyas consecuencias fueron decisivas para el futuro de lo que luego se llamaría España. En la batalla del Guadalete el rey godo Rodrigo fue derrotado y probablemente perdió la vida a manos de las fuerzas musulmanas. La derrota fue tan completa que supuso el final del Estado Visigodo en Hispania. El final de la Edad Antigua en la Península Ibérica. Visto el éxito de Táriq, un año después, Musa ibn Nusair, Muza, gobernador del norte de África, desembarcó en Algeciras al mando de 18.000 hombres para reforzar al contingente de Táriq. Los musulmanes se hicieron con el dominio completo de la Península Ibérica en poco más de 10 años e intentaron proseguir sus conquistas amenazando el centro de Europa. Narbona cayó en el año 720, pero las expediciones musulmanas más allá de los Pirineos fueron definitivamente paralizadas en el 732 en Vouillé (Francia), en la Batalla de Poitiers, ganada por Carlos Martel.
b) Covadonga (718).
No todos los hispanogodos se sometieron de buen grado al omnipresente dominio musulmán. En el año 718 don Pelayo, un noble visigodo refugiado en Asturias, inició en Covadonga la rebelión contra la ocupación militar musulmana que imponía, además, una forma de religión y un modelo de sociedad ajenos a la tradición romana que en España había ido echando profundas raíces desde el ya lejano agosto – septiembre del 218 a. C, en que los Escipiones desembarcaran en Ampurias. A Carlomagno, rey de los francos desde el año 768 hasta su muerte el 28 de enero de 814 y Emperador de los Romanos desde el 25 de diciembre del 800, le interesaba mucho tener las espaldas a salvo de ataques musulmanes y protegió e intentó controlar las rebeliones que, a imitación de la de Don Pelayo en la cordillera Cantábrica, se fueron sucediendo al sur de los Pirineos.
c) Beato de Liébana (muerto el 798).
Para resistir con éxito al todo poderoso Islam en el Sur, y al no menos poderoso Carlomagno en el norte, hacía falta algo más que valor militar y deseo de independencia. Hacía falta ni más ni menos que la fe inquebrantable en la protección divina. Quien la va a predicar es el monje Beato de Liébana, sobre todo en su “Comentario sobre el Apocalipsis” (776 y 786), comentario del más sagrado libro cristiano de la esperanza en medio de la persecución. Lo va a hacer además en su lucha contra el “adopcionismo”, que no era otra cosa sino el compromiso cristiano de concebir a Cristo como un mero profeta, tal como era visto en el Corán. Y, sobre todo, promoviendo el culto al apóstol Santiago como patrono y defensor de la España auténtica, la ya vieja España romana, goda y cristiana.
d) Himno “O Dei Verbum” (entre 783 y 788).
En el contexto de esta labor de Beato de Liébana, y por mano de la resistencia mozárabe al Islam, resistencia que nunca dejó de existir, se escribe en los años 80 del s.VIII el himno “O Dei Verbum” que resume la relación del apóstol Santiago el Mayor con España para terminar proclamándolo nada menos que “patrón nacional”:
Tomo la traducción de las Obras Completas de Beato de Liébana (edit. J. González Echegaray et alii), Madrid, BAC, 1995.
e) Compostela (comienzos del s. IX).
Después de esto ya sólo faltaba encontrar en España el sepulcro de su Apóstol evangelizador y protector. Y eso es lo que sucedió antes de que se acabara el primer cuarto de siglo siguiente (entre 812 - 814). Aconteció el hecho durante el largo reinado de Alfonso II (792 – 842), el monarca que consolidó el reino de Asturias recuperando, con ayuda de la jerarquía eclesiástica, la herencia visigoda, tanto en la administración civil como en la eclesiástica. Santiago es visto, de inmediato, a los dos lados de los Pirineos, por los gobernantes asturianos y francos como protector y garante de su expansión política y militar. Tanto en territorio musulmán, como en tierra reconquistada, los muy influyentes mozárabes lo considerarán el apoyo más eficaz de su terca resistencia.
La imagen de “Santiago matamoros” será fomentada por los caballeros de Santiago y por la “genial” idea nacida en el siglo XII, en la catedral compostelana, de hacer rentable económicamente para el cabildo la protección del Apóstol a los ejércitos reconquistadores de los reinos hispanos. Estamos hablando de ese fraude conocido como el Voto de Santiago del que Gonzalo de Berceo quiere una versión “autonómica” que financie el monasterio de San Millán de la Cogolla.
I.- La verdad de Las Cruzadas.
El s. XI, nunca bien estudiado a fondo, es un siglo verdaderamente clave en la Historia Medieval europea. La historiografía romántica apostó por el año mil como el año del fin del mundo. El fin del mundo no llegó. Lo que si llegó con el mil uno fue el siglo del sorprendente renacer de Europa. A comienzos del s. XI, después de seis largos siglos de invasiones que han estado a punto de anegarla, la Europa Cristiana comienza a despertar de esa pesadilla. Ciñéndonos estrictamente a nuestro tema, no desconoce que el Islam, la peor y más grave de la invasiones sufridas, mediante la previa ocupación militar de sus territorios, ha reducido prácticamente a la nada a las comunidades cristianas más antiguas, más prestigiosas y más florecientes del Mundo Antiguo. La destrucción había sido tan completa que, entonces como ahora, parecía impensable que, incluso en la Península Ibérica, esos territorios hubieran tenido una historia anterior a la musulmana. Nadie quiere recordar hoy, v.g., que la Mezquita de Córdoba fue antes una iglesia visigoda. Para muestra basta un botón. El enloquecido al – Hakin bi Amri Allah, sexto califa fatimí—en 1016, en El Cairo, se proclamó la encarnación terrena de Dios—ordenó literalmente “borrar toda huella del santo Sepulcro”. La demolición sistemática comenzó el 18 de octubre del 1009 y provocó la desaparición total y para siempre de la roca original en la que fue excavada la tumba de Xto. y la destrucción de la iglesia construida sobre el Calvario. Entre el llamamiento del papa Urbano II, en 1095 y la muerte del monarca francés Luís IX el Santo en Túnez, en 1270 se sucedieron ocho expediciones militares a Tierra Santa a las que llamamos Cruzadas. Las Cruzadas son realidades muy complejas nada sencillas de explicar. Resumiendo mucho diríamos que tenían tres finalidades:
Dueños del Próximo y del Medio Oriente, del Norte de África y de extensas zonas de la Península Ibérica; resguardados por la impenetrable muralla del Océano Atlántico, por las brumosas tierras del Norte continental europeo y por el inmenso y desconocido Este eslavo, controlando absolutamente el Mediterráneo oriental, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, los musulmanes le impondrán a la Europa cristiana la brutal incomunicación con Oriente por tierra y por mar. Le harán sufrir, desde el primer tercio del siglo VII, durante casi ocho largos siglos un eficacísimo bloqueo continental, bloqueo económico y cultural, convertido a menudo en muy peligroso asedio. Las Cruzadas tenían la finalidad económica de romper ese bloqueo continental que convertía a los musulmanes en prepotentes detentadores del muy rentable monopolio del comercio con Oriente. Monopolio de cuyos beneficios también participaba Bizancio como casi exclusivo intermediario para una Europa a la que bizantinos y musulmanes despreciaban como bárbara y advenediza. El fracaso de Las Cruzadas condujo a la larga a la exploración de los Océanos Atlántico, Índico y Pacífico, emprendida por Portugal y por Castilla para la búsqueda de una ruta comercial libre hacia las tierras de Oriente (La India, Indonesia, China, Japón)—las tierras de las apreciadísimas y necesarias especias, pero también las de los guarismos (recuérdese la historia del 0), las del papel, las de la brújula, la imprenta, la seda, las perlas, las naranjas, etc.,etc.—, una vez convencida la cristiandad de la invencible fortaleza del Islam en el Próximo Oriente.
II.- La verdad de las Reconquistas.
Los territorios ya liberados del Norte de España, una vez que el Califato de Córdoba, entre 1009 y 1031, ha pasado de la decadencia a la disolución y muerto Sancho el Mayor de Navarra (1035), se convierten en los reinos de León, de Navarra y de Aragón. Estas son las etapas de la tozuda resistencia bélica, más de una vez en forma de “cruzada”, que los tres reinos citados tuvieron que oponer a las repetidas invasiones islamizadoras, más de una vez en forma de “guerra santa”, procedentes del Norte de África.
a) La esperanza suscitada por la conquista de Toledo.
La segunda etapa de la Reconquista comienza en 1045 con la toma de Calahorra por el rey navarro García el de Nájera y llega a su culminación cuando el 6 de mayo de 1085, Alfonso VI rey de León y de Castilla entra en Toledo, la antigua capital del reino visigodo y sede primada de España. El final del dominio musulmán de la Península parece estar al alcance de la mano.
b) La invasión almorávide.
Pero el 3 de julio de 1086 los almorávides, que quieren volver a imponer la primitiva pureza del Islam a creyentes y no creyentes, desembarcaron en Algeciras y derrotaron brutalmente, el 23 de octubre, a Alfonso VI en Sagrajas. Lo volvieron a hacer el 30 de mayo de 1108 en Uclés donde Alfonso VI pierde a García Ordóñez y a su heredero. Entre 1090 y 1110 reunificaron al-Ándalus que gobernaron hasta 1145. La invasión almorávide causa una gran crisis, sobre todo en León y Castilla donde un envejecido Alfonso VI (moriría en Toledo, el 1 de julio de 1109) ya no suscita ninguna esperanza. Mucho menos la suscita su hija y heredera, la reina Urraca, malcasada con el rey aragonés Alfonso I el Batallador. El que aguanta es el Cid. Conquista Valencia el 15 de junio de 1094. Resiste los contraataques almorávides de 1094 y 1097. Toma Almenara en 1097 y conquista Sagunto en 1098. Pero muere en Valencia el 10 de julio de 1099. Su esposa Jimena consiguió defender la ciudad durante un tiempo, pero en mayo de 1102 la familia y gente del Cid abandonaron Valencia con la ayuda de Alfonso VI. En 1097 el Cid había perdido a su hijo que peleaba junto a Alfonso VI en la batalla de Consuegra. La reacción cristiana comienza con la reconquista de Zaragoza el 19 de diciembre de 1118 por el rey aragonés Alfonso I el Batallador y culmina el 17 de octubre de 1147, cuando el soberano de León y de Castilla, Alfonso VII el Emperador, conquista Almería.
c) La invasión almohade.
Los almohades vuelven a soñar de nuevo con la pureza islámica. Desembarcan en 1146. Toman Sevilla en 1148 y culmina su dominio sobre al-Ándalus en 1172. El 19 de julio de 1195 derrotan rotundamente al ejército castellano de Alfonso VIII en Alarcos y sitian Toledo en 1196. La unión de los cristianos conjurará definitivamente el peligro almohade en la batalla de Las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212. En ella participaron heroicamente tres najerinos: el rey Alfonso VIII, don Diego López de Haro el Bueno y su hijo,Lope Díaz de Haro Cabeza Brava.
d) La invasión de los benimerines.
Cuando, después de las conquistas de Fernando III y de Jaime I, parecía que el fin estaba otra vez definitivamente próximo, entre 1275 y 1285 se consolida la cuarta invasión musulmana, la de los benimerines. Será el castellano Alfonso XI el que los derrote el 30 de octubre de 1340 en la batalla del río Salado y el que conquiste Algeciras el 21 de Marzo de 1344.
e) La penúltima intentona.
En 1453 cae Constantinopla en manos de los turcos y empieza la presión sobre el corazón de Europa (culminará en el primer sitio de Viena de 1529, reintentado en 1532; el segundo sitio de Viena acaba el 12 de septiembre de 1683) y sobre el Mediterráneo occidental (corsarios turcos y berberiscos). En diciembre de 1481, el rey nazarí Muley Hacén, esperando contar con la ayuda del ascendente poder turco, conquista en un ataque por sorpresa Zahara, rompiendo la tregua vigente desde 1410 entre el reino de Castilla y el de Granada. Así comienza la larga, complicada y costosa Guerra de Granada que acabaría el 2 de enero de 1492 con la entrega por los musulmanes de la Alambra granadina. De todas maneras, seguirá habiendo problemas—menores, pero problemas— hasta bien entrado el s. XVII.
III.- Las Órdenes Militares.
Los siglos XI, XII, XIII y XIV son el período heroico de la caballería. Los caballeros no sólo son una élite militar y social. La iglesia los ha cristianizado: representan los ideales de honor, religiosidad cristiana, valor, justicia e intentarán ser recordados como figuras míticas e idealizadas que sirvan de modelo a individuos y sociedades. En España el caballero cristiano por antonomasia es el Cid, el verdadero héroe nacional de la Reconquista. Y a nivel individual ahí están las Coplas manriqueñas:
IV.- El Voto de Santiago.
Es bien entrado el s. XII cuando se urde en su cabildo la leyenda de la batalla de Clavijo, exclusivamente para justificar el Voto de Santiago con el que se financiaban las actividades políticas, económicas, sociales y culturales de la catedral compostelana. La leyenda de Clavijo tiene gran éxito, consagra la figura del “Santiago matamoros” modelo de los caballeros santiaguistas y también de los de las restantes Órdenes militares. Ese mito será ampliamente desarrollado en los s. XIII y siguientes, pero no olvidemos que al servicio de los intereses de la poderosa sede compostelana y de la no menos poderosa Orden de Santiago.
Conclusión.
No exageremos las cosas. “Santiago matamoros” en la corona de Castilla, como san Jorge, igual de “matamoros” en la de Aragón, no son otra cosa que símbolos religiosos inevitablemente legitimadores de una larga lucha tenaz por la libertad, la independencia, es decir, el deseo de pertenecer a Occidente, de una España que hunde sus raíces más profundas en el Mundo Libre que inventaron Grecia, Roma y el Cristianismo que no es otra cosa que el fruto común de ambas. La mejor España nunca ha querido ser asiática o africana. Quiso, quiere y querrá siempre ser europea y todo lo que ello significa. Ni Jorge Manrique, ni “el Doncel de Sigüenza”, ni Velázquez en “Las Meninas”, ni don Francisco de Quevedo, ni nuestro ejército tienen por qué ocultar la cruz de Santiago que cubre su pecho. Es un grito de libertad y un rechazo radical de cualquier totalitarismo teocrático, venga de donde viniere. ¡Ah!, se me olvidaba, la cultura, la civilización, si lo son de verdad, tenderán inevitablemente a buscar en el sentimiento religioso su última legitimación y fundamento. Eso lo sabían muy bien los que redactaron la Declaración de Independencia de USA y los autores franceses de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Y mucho antes todos los redactores de documentos notariales medievales. Para todos ellos es la justicia inexorable de Dios la que garantiza la constitutiva libertad humana. Libertad que más de una vez, inevitablemente, habrá que defender con las armas en la mano. Cuando voy a Clavijo, me pongo en la solapa la cruz de Santiago, visito el castillo y la iglesia y busco el momento y sitio apropiado para recordar a un viejo amigo que nació aquí y comerme a su salud una buena ración de jamón serrano, acompañada de unos buenos vasos de vino tinto riojano. Él es el culpable de mi manera de ver Clavijo. A eso yo le llamo “La Fiesta de la Libertad”.
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