¿Qué es un “rojo”?

Una ruina insidiosa.

El espacio vivido.

El promotor. Fidel García Martínez. “El obispo putero de Calahorra”.

El arquitecto. Ricardo Bastida y Bilbao (Bilbao, 1879 – 1953). Su amistad con Prieto.

El arte vivido. Escultura, Quintín de Torre y Verástegui. Pintura, Aurelio Arteta.

El arte vivido.

Escultura, Quintín de Torre y Verástegui.

Pintura, Aurelio Arteta y Errasti. Otro amigo de Prieto.

 

Miscelánea final:

La última novela de Kirmen Uribe.

La pesadez de “El seminarista de los ojos negros”.

 

 

 

 

¿Qué es un “rojo”?

 

Hasta el canto del cisne del franquismo real,  hasta el tejerazo  del 23 de febrero de 1981 que, por  muy inteligente rechazo popular, tiene como lógica consecuencia la neta victoria electoral de los socialistas el 28 de octubre 1982—, en el argot franquista,  el adjetivo calificativo “rojo” designaba a un “individuo desafecto al Régimen”.  Y efectivamente, los tres genios creadores del Seminario Conciliar logroñés, el obispo promotor García Martínez, el arquitecto Bastida y el pintor Arteta fueron considerados “rojos” y los tres tuvieron muy graves problemas con el Régimen franquista. Hay que aclarar que la “desafección” podía consistir simplemente en tener amistad personal con alguien o simpatizar con alguien, algo o alguna idea que  el belicoso y puntilloso Régimen considerase su “enemigo”.

 

 

Una ruina insidiosa

 

Voy a escribir sobre la historia de un noble edificio que conozco bien. En él viví durante la década que va del comienzo del otoño de 1959 al inicio del verano de 1969; 10 años claves en mi vida y en la evolución de la sociedad europea y española y en la historia de la Iglesia Católica. Fueron los años en los que el Seminario Conciliar de Logroño pasó de su máximo esplendor como centro educativo a mostrar alarmantes señales de una evidente decadencia irrecuperable.

Conocí bien sus dependencias y hasta fui, durante algún tiempo, el encargado del cuidado de alguna de las más nobles, el magnífico salón de actos o la misteriosa biblioteca general, por ejemplo. He pasado casi 40 años sin volver a traspasar su umbral y al volver a hacerlo no hace mucho, confieso que el alma se me cayó a los pies.

Tuve la sensación de estar ante un cadáver. Un centro docente deja de estar vivo cuando se le ha escapado definitivamente el alma que son sus profesores y sus alumnos. Cuando sus aulas, sus campos de deporte, sus patios, sus parques están desiertos, yermos, y no es precisamente por vacaciones. En el Seminario sólo habita ahora el vacío y sus desastradas hijas, la soledad, la tristeza y la ruina. Es el reino de la gélida muerte.

Una ruina insidiosa. Desaparecida la finalidad para la que el edificio fue concebido, la formación del clero diocesano, ha  comenzado a ser reutilizado para actividades varias, muy respetables, que lo van parasitando, y destruyendo a medida que lo “reconstruyen” para que satisfaga sus necesidades, antojos y caprichos.

Además, el Seminario formaba un todo urbanístico con el muy amplio parque semiajardinado que lo rodeaba y que la voraz, inmisericorde y utilitaria ciudad de Logroño, y las sucesivas reutilizaciónes sufridas por el vacío Seminario, lo han reducido a casi la nada.

Y por si fuera poco todo esto, en la revista digital “Del Seminario” acabo de leer este más que aterrador texto que transcribo con todas sus faltas de ortografía y de redacción:

 

“Una obra necesaria. El otro día cuando enseñaba a un sacerdote el seminario de Logroño me indicó, “que curioso el seminario sigue igual que cuando yo estuve”. Esto que podría sonar a anécdota, en realidad es algo que debería cuestionarnos, ya que quitando a lo mejor los muebles o quitando que se ha cambiado la calefacción, el seminario prácticamente se mantiene igual que desde su fundación. Pero hay que recordar que esto sucedió hace más de 80 años y en ese tiempo si miramos nuestras casas vemos como estas han cambiado han sido reformadas y han sido mejoradas. Por lo que este comentario nos tendría que plantear el ponernos manos a la obra y hacer algo.
Y es que seguimos con los mismos techos altos, con la misma iluminación de entonces, con los mismos servicios, con los mismos pasillos oscuros y fríos… Esto no es obstáculo para que los chavales se sientan contentos en Logroño mas esto no tiene que ser excusa para que las condiciones en las que viven puedan ser un poco más dignas.

Es por ello que este año queremos acometer, en espera de una reforma mayor, una serie de obras en el pasillo donde viven los seminaristas. Se trataría simplemente de bajar techos, cambiar la iluminación, pintar los pasillos y las habitaciones, pulir los suelos e instalar unos baños con sus duchas comunes en el pasillo. (A día de hoy los seminaristas deben ducharse en los baños que se hicieron cuando se acondicionó la zona del preseminario en el segundo piso, con los inconvenientes que tiene esto sobre todo en el tiempo de invierno).

 Para ello, como no, lo que hace falta es dinero. La obra asciende casi a 60.000 euros (10 millones de las antiguas pesetas). Mucho dinero es cierto pero la obra es necesaria y los chicos se la merecen.

Y he aquí el motivo de este artículo en la revista del día del Seminario, aprovechando que su difusión es mayor, es una manera de compartir nuestros proyectos y realidad con vosotros y entre todos buscar solución.

Es cierto que lo fundamental para el seminario es que haya seminaristas pero también es importante que estos se encuentren cómodos.

Apelamos a vuestra generosidad para que nos ayudéis a llevar adelante esta reforma, los ingresos del seminario dependen de vosotros. Entre todos podemos hacer que las cosas se hagan posible, no importa la cantidad que deis, lo importante es colaborar, ahí tenemos el ejemplo de la viuda del evangelio. Ya sabéis que grano a grano no se hace granero pero ayuda al compañero… Gracias de antemano por todo y seguiremos insistiendo.”[1]

 

Al leerlo, unos hermosos versos de Antonio Machado me vinieron insistentemente a la cabeza:

 

“Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta,

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje el torbellino,

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.”[2]

 

Sí, antes de que al Seminario me lo cambien y no lo reconozca ni quien lo construyó, he decidido yo también poner por escrito cómo fue concebido y realizado uno de los edificios más nobles y desconocidos de la ciudad de Logroño.

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

El espacio vivido

 

A las afueras de Logroño, avanzada ya la carretera de Zaragoza, el coto, el terreno cercado por una bien construida tapia de más de kilometro y medio  y reservado para uso y aprovechamiento particular del Seminario Conciliar tenía, en su origen, una extensión de 14 hectáreas, en el leguaje de mi pueblo, unas 70 fanegas; en cristiano, 140.000 m2.

 

Rodeado de un extenso parque por todos sus lados, más o menos en el centro, se elevaba el noble edificio con una superficie construida de 5.021 m2. Sólo un 3,5% del total. Importante dato. El edificio, junto con el extenso parque que generosamente lo rodeaba, estaba concebido como una completa y autosuficiente ciudad escolar, — como un soñado “Collegium” medieval,  como el muy estimado tipo de “College” inglés—[3] para 300 alumnos y un equipo permanente de unos 15 educadores, más el necesario personal de servicio.

 

Su primera ventaja era que cada alumno, fuera cual fuese su edad, tenía su habitación individual. Hasta los 16 años, sólo dormitorio; a partir de esa edad, lugar de estudio y dormitorio a la vez. Y cada educador tenía un aposento más complejo, distribuido en despacho y habitación, comunicados, pero independientes. También el personal de servicio disfrutaba de sus propias instalaciones.

 

La segunda ventaja es que la organización del edificio era absolutamente racional, eficaz, clara y sencilla. Las cinco secciones fundamentales estaban debidamente intercomunicadas, pero todas eran, a la vez, suficientemente independientes y autosuficientes. Todos los servicios comunes ocupaban el lugar estratégico que garantizaba su fácil y rápido acceso y su eficacia. Todo estaba hecho con una útil amplitud. El ancho espacio preservaba la intimidad y aseguraba la tranquilidad y el silencio. Aquella genial arquitectura cohonestaba las muy contrarias exigencias de la vida personal individualista y las de la solidaria vida colectiva.

 

La fachada, que daba al norte, a la carretera de Zaragoza, estaba constituida por tres unidades principales, unidas entre sí por dos secundarias. Era la zona exclusiva de contacto con el exterior. Estaba construida de forma que nadie de fuera, si no estaba debidamente cualificado, tuviese que sobrepasar su límite para trámite alguno dentro del Seminario.

 

La unidad central era propiamente la parte noble de la fachada y la entrada principal y única. Por ella se pasaba al control de una muy elemental, pero muy eficaz portería y luego, pasada la verdadera puerta de entrada, se accedía a un muy recogido y funcional hall que daba cómodo paso a las principales dependencias del edificio, a las próximas y a las remotas. Sobre ambos estaba construida la Rectoral o pabellón de gobierno.

 

Viniendo desde la calle, prolongaba la fachada, por la derecha, la amplia Capilla Mayor, y por la izquierda, enfrentado a ella, el espacioso Salón de Actos. Ambos tenían acceso propio al exterior mediante entradas secundarias. Los dos presentaban una misma planta gemela de gran salón con la diferencia de que lo que en el Salón de Actos era el escenario, en la Capilla, en cambio, se convertía en el ábside con el altar mayor. Entre la entrada principal y el Salón de actos había una sala de visitas y lo mismo ocurría entre dicha entrada y la Capilla.

 

La grata novedad es que ni en la Capilla Mayor ni en ninguna otra parte del edificio había nada “neo-no-sé-qué”. El estilo del edificio es cercano al mundo modernista, pero con una recia sobriedad clásica, con una clara vocación funcional y un aire más que moderno. Tampoco hay ninguna clase de lujo. Los adornos son de muy buen gusto y funcionales. Los materiales son de muy buena calidad, las formas son equilibradas, y todo revela, sin veladura alguna, su excelente factura, su apropiado uso y su natural elegancia, desde el ladrillo visto de los muros exteriores a la extensa azulejería de los útiles zócalos interiores.

 

En dirección al sur, desde el final de la Capilla Mayor, por el oeste, y desde la terminación del Salón de Actos, por el este, avanzaban dos largos pabellones de tres pisos (el de abajo, aulas; los de encima, habitaciones) que componían el Seminario Mayor.

 

Entre ellos había un amplio patio ajardinado; por su centro, avanzaba dividiéndolo un amplio tránsito de dos plantas, con grandes ventanas, la inferior, y abierta en forma de galería cubierta, la de arriba. Ese amplio y elegante pasillo es el brazo largo de una “T” cuyo brazo corto estaba ocupado por los dos comedores y el tránsito de dos pisos que unía los otros dos pabellones que, prolongándose aún más hacia el sur, separados por otro amplio patio y terminando cada uno en un extremo de la común Capilla Menor, conformaban el Seminario Menor.

 

Más de una vez he pensado en la planta del Escorial, simplificada y adaptada, y en todo lo herrerianas que eran las fachadas laterales. Insisto, en aquel soberbio edificio, todo era racionalidad, eficacia, elegancia, claridad, naturalidad y sencillez.

 

Yo siempre he creído que la arquitectura educa. Este edificio invita a la puntualidad, a la eficaz organización, a que en todo momento, cada cual esté en su sitio haciendo lo que debe hacer, cuando y como lo debe hacer. También posibilita las reuniones de toda la comunidad escolar, pero yendo ordenadamente cada grupo por el camino señalado y ocupando, luego, el lugar establecido. Es más, posibilita la sincronización de toda la ordenada colmena, a toque de campana, cosa que así sucedía.

 

En el exterior había espacio para el deporte (5 campos de futbol, una colección de frontones, una suficiente piscina) y sobre todo para el tranquilo y largo paseo. Mi mejor recuerdo son “los pinos” (más bien cedros o abetos) altos, gruesos, de extensas ramas, acogedores y siempre bellísimos. También había sufridas acacias y algún castaño. Había zonas dejadas a su aire, ricas en pájaros y mariposas. Al lado de la acequia, al pie de la tapia, abundaban en primavera las delicadas violetas.

 

Todas las dependencias estaban construidas de forma que en su amplitud tuviesen luz, sol y aire en abundancia. Las ventanas rasgaban las paredes con la codicia propia del gótico, pero aquí los cristales trasparentaban el cielo azul y la cotidianidad del cuidado parque. Las aulas eran cómodas y permitían la convivencia y la complicidad profesor – alumno; recuerdo sobre todo la construida en noble madera, que tenía forma de anfiteatro, con un buen laboratorio anejo, donde dábamos física, química y ciencias naturales.[4]

 

El mobiliario era todo él de buena calidad, elegante y moderno. Se cuidaba mucho porque en el Seminario de Logroño se cultivaban la limpieza, la nobleza, la elegancia y las buenas maneras. Abundaban las bibliotecas y las colecciones de discos. Se cuidaba la lectura y el amor a la música y se apreciaba todo lo relacionado con la Cultura.

 

Pero no hay jardín sin víboras. Lo malo, lo que lo estropeaba todo, lo que acababa convirtiendo aquel paraíso en un infierno, era la antinatural e inhumana, pero tozuda  idea  que la Iglesia Católica tenía y sigue teniendo de lo que debe ser espiritual y humanamente un cura. Lógicamente, no le va quedando ninguno. Pero de esto no toca hablar.

 

 

 

 

El promotor. Fidel García Martínez. “El obispo putero de Calahorra”.

 

El obispo de Calahorra, don Fidel García Martínez (Soto y Amío, León, 1880 - Logroño, 1973), se merece una buena biografía.[5] Vamos a dar sólo unos apuntes.

Don Fidel pasó su niñez y primera juventud en la Universidad Pontificia de Comillas. En la que obtuvo una preparación intelectual extraordinaria y se identificó con el mejor y más exigente espíritu de la Compañía de Jesús.

La Compañía, que lo había formado, lo recogió de nuevo cuando, el 9 de mayo de 1953, “fue puesto de patitas en la calle”— por una Iglesia y un Estado íntimamente compenetrados en la nefanda coyunda del nazionalcatolicismo que se legalizaría en el célebre Concordato de agosto de ese mismo año— como “un apestado”, como “el famoso obispo putero de Calahorra” nada menos…

Y bien sabe Dios que lo de “el famoso obispo putero de Calahorra” ha tenido tanto éxito “popular” como “Coño, coño, los de Logroño” o “Calahurra ya no es Calahurra/ que parece Guasintón:/ tiene ‘bispo y to’ la hostia,/ casa putas y frontón”.

Si tanto “progre” como sigue propalando lo del “obispo putero de Calahorra” se hubiera opuesto a Franco la mitad de lo que lo hizo don Fidel, otro gallo nos hubiera cantado. Pero la Historia la escriben los serviles lameculos de los vencedores, aunque finjan ser sus enemigos.

La eliminación de don Fidel como obispo, tras el célebre Congreso Eucarístico barcelonés de 1952, es muy fácil de explicar. Franco y la Iglesia querían favorecerse mutuamente organizando el cambalache del nazionalcatolicismo. El nacionalcatolicismo era la extraña situación en la que Franco hablaba bien de Dios a su manera y la Iglesia hablaba bien de Franco de la manera que Franco disponía. Eso se consiguió en el Concordato de 1953, en el que “el Estado Católico” quedaba establecido de la forma más perfecta posible, según el muy ilustre canonista comillés, P. Eduardo Regatillo S.J.

Pero don Fidel, también comillés y canonista, era un decidido partidario de la libertad de la Iglesia y, por ello, un enemigo declarado de todo totalitarismo. Lógicamente, el nazionalcatolicismo literalmente le repugnaba y así lo fue manifestando repetidamente desde antes de la guerra civil.

A punto de conseguirse el Concordato, Franco quería un episcopado español “unánime” y el episcopado español, encantado de “tocar pelo” de mucho, pero mucho poder, no quería tener en su seno  a ningún “aguafiestas”. El poder civil se inventó que don Fidel era un redomado putero y el episcopado se tragó “la bola” más que encantado. Y lograron ambos que don Fidel, harto de los dos, sin molestarse en una defensa inútil que repugnaba a su dignidad, presentara voluntariamente su renuncia, que fue aceptada de inmediato. Quedaba el cardenal Segura, que también cayó muy pronto. Franco, muy feliz y los obispos, encantados. El cambalache funcionó de bien que no veas…hasta que llegó el malhadado Concilio…[6]

La Compañía, que conocía bien a don Fidel, no creyó “la verdad oficial” y lo protegió para que pudiese seguir trabajando intelectualmente, que era lo suyo. Ese trabajo produjo abundante fruto cuando, diez años más tarde, don Fidel dio lo mejor de sí interviniendo con sabiduría y autoridad en las sesiones del Concilio Vaticano II (1962 – 1965), en las que los restantes obispos españoles se sentían “como si hubieran aterrizado en Marte”. “No hacemos aquí más que recibir palos” decían los más sinceros.

Sin ir más lejos, don Abilio, el “sucesor” de don Fidel en la diócesis riojana, llegó a lamentarse en público, en el mismísimo Seminario de Logroño,  de que el papa y el cardenal Bea hubieran enloquecido y estuviesen favoreciendo la descomposición de la Iglesia. En Roma no dejó de conspirar don Abilio para que el Concilio simple y llanamente fracasara. De lo que hizo por la no implantación del Concilio en la diócesis riojana y en la Iglesia española el tal sujeto…mejor no hablar.

 En 1962, en la Conferencia Episcopal Española, don Fidel volvería a ser repuesto en la comisión de la que 10 años antes había sido lisa y llanamente eliminado. El Concilio había vuelto a poner  públicamente las cosas en su sitio.

Yo recuerdo bien que hace quizás ya 50 años que un padre jesuita, que vino al Seminario a dirigirnos los ejercicios espirituales de principio de curso, armó la marimorena porque una tarde se plantó en el altar de la Capilla Mayor y nos recordó la grave obligación en justicia que tenía la diócesis de reivindicar el buen nombre de don Fidel, arrastrado por el fango por exclusivos inconfesables motivos políticorreligiosos. A algún “superior” franquista se le indigestaron aquellos ejercicios espirituales a pesar de que el jesuita era un hombre de Dios de bien probada virtud y de que no decía más que una verdad que todos sabíamos.

He querido siempre a don Fidel. Tenía fama de no manifestar sus sentimientos. No es verdad. Siendo yo muy pequeño—nací en 1948 y don Fidel presentó su primera renuncia en 1952— don Fidel vino a Manjarrés a confirmar o de visita pastoral. Mi padre, que era Jefe de la Hermandad, fue a recibirle conmigo cogido de la mano. Le besó el anillo, cruzaron unas palabras de saludo y cuando se retiraba, yo le tiré a don Fidel  de la sotana porque también quería besarle el anillo. Él, que las cogía al vuelo, lo entendió, me ofreció su mano y mientras me acariciaba la cabeza, le dijo, todo serio, con mucha guasa a mi padre: “Con éste le espera buena… ¡tan pequeño y ya mandando!”.

 

 

 

Tenía fama de exigente. Es verdad. Contaba don Santiago Gil de Muro en una clase de literatura sobre Ortega, concretamente, comentando "Meditación del marco", [7] que en una conversación suya con don Fidel, salió a relucir que don Santiago era profesor de Preceptiva Literaria en el Seminario. Don Fidel, serio como era, le plantó: — “Tiene que conseguir Ud. que sus alumnos escriban como Ortega y Gasset en El Espectador”.

Sería por ello que uno de los primeros libros que me compré con mi dinero, siendo aún alumno del Seminario Menor, fue un ejemplar de La Rebelión de las Masas en la colección El Arquero de la Revista de Occidente. Ejemplar leído y releído que guardo como oro en paño.

 

Mis madrileños amigos orteguianos no se pueden creer que, en los 50, el obispo animara a un profesor de literatura del Seminario de Logroño a lograr que sus alumnos escribieran como Ortega,…después de haberlo leído y meditado, claro ¡Al hereje o peor, al descreído Ortega!

Pero volvamos al Seminario Conciliar de Logroño, que ese es su verdadero nombre.

Don Fidel quiso a sus curas. Fue muy exigente con ellos, pero los quiso de verdad. Cuidó su formación dentro y fuera de la diócesis.[8] De las tres grandes obras que se propuso realizar, dos, el Seminario[9] y el Hogar Sacerdotal, iban destinadas a su clero. La tercera era la restauración del monasterio de Valvanera.

Desde que llegó a la diócesis, como Administrador Apostólico de Calahorra y La Calzada, en 1921, comenzó a pensar en la construcción del Seminario. Ya había  dado pasos importantes en ese sentido cuando en 1927 fue nombrado Obispo de Calahorra y La Calzada.

Don Fidel había vivido en Comillas la experiencia de un internado eclesiástico y sabía bien lo que quería conservar y lo que quería mejorar en tal establecimiento. Aprovechó  sus viajes dentro y fuera de España para ver lo que se estaba haciendo y al ser enviado como miembro de la delegación española al XXVIII Congreso Eucarístico Internacional celebrado en la ciudad de Chicago en 1926, coincidió allí con el arquitecto que necesitaba su proyecto. Era éste nada menos que Ricardo Bastida, primero, arquitecto municipal de Bilbao, y luego, arquitecto diocesano de Vitoria y de Bilbao.

 

 

 

El arquitecto. Ricardo Bastida y Bilbao (Bilbao, 1879 – 1953). Su amistad con Prieto.

 

Ricardo Bastida era un católico fervoroso, el gran arquitecto del Bilbao moderno,[10] y además se había planteado muy en serio los problemas propios de la arquitectura de los centros docentes, en la teoría y en la práctica. Además de construir numerosos y excelentes centros escolares, ya en el II Congreso de Estudios Vascos, celebrado en Pamplona en julio de 1920, presentó una ponencia titulada Edificios escolares y sus anejos: campos de juego y experimentación, jardines y parques escolares, etc. Mobiliario y material de enseñanza.[11]

Si se quiere entender por qué el Seminario Conciliar de Logroño es como es, hasta en los mínimos detalles  de su azulejería, no hay más remedio que leer esas muy reveladoras páginas. De todas maneras, desde el encuentro en Chicago en 1926 hasta la finalización de las obras del Seminario, el intercambio de opiniones entre Ricardo Bastida y don Fidel fue más que frecuente. Pero leída la ponencia de 1920, se puede afirmar que Bastida tenía ya, hacía mucho tiempo, en la cabeza exactamente  el edificio que para Seminario don Fidel buscaba.

Ambos se concertaron tan adecuadamente que el proyecto presentado por Bastida en diciembre de 1927 fue realizado en los dieciocho meses y medio que van de la colocación de la primera piedra el 25 de abril de 1928 a la inauguración y apertura el 10 de noviembre de 1929.

La preocupación por el futuro de Bilbao unió en una estrecha amistad a Indalecio Prieto (Oviedo, 30 de abril de 1883 - Ciudad de México, 11 de febrero de 1962) y a Ricardo Bastida que nada ni nadie pudo interrumpir,  ni siquiera la muerte de Bastida en 1953.

Esa amistad entre personas tan dispares en todo le costó a Bastida, tras la caída de Bilbao en manos de los sublevados, la denuncia, la suspensión de empleo y sueldo y el procesamiento con inminente riesgo de cárcel. Lo salvó su notorio catolicismo militante. Bastida, independiente a marchamartillo, siguió visitando a Prieto en sus veraneos en San Juan de Luz todos los años hasta ya entrados los 50.

Por ello, por el marcado compromiso social de su fe y por su constante apertura a la modernidad técnica y artística, fue considerado por los bien pensantes “un rojo de mucho cuidado”.

 

 

 

El arte vivido. Escultura, Quintín de Torre y Verástegui. Pintura, Aurelio Arteta.

 

Yo que soy un animal radicalmente sensual y sensitivo y que procedo de la Rioja Alta, tierra de iglesias llenas de magnífica imaginería esculpida, pintada y grabada,  con frecuencia echaba de menos en el Seminario una buena imagen que me alegrara los ojos. Pero Ricardo Bastida y don Fidel eligieron a propósito una decoración calvinista, elegantísima, pero para mí fría de narices.

La cosa tuvo sus ventajas. En el Seminario, salvo en un cierto momento muy concreto y muy nefasto de mediados de los 60, no se permitió la sensiblería religiosa. Los “beatos” eran objeto de furibunda burla. Se mimaba el culto y la sana espiritualidad y no se toleraban extravagancias ascético-misticoides.

 Y creo que la cosa tuvo sus inconvenientes. La muy escasa imaginería religiosa que había en el Seminario era puro objeto de devoción. Nada importaba su nulo valor estético. Esto explicaba el que muchos curas no le dieran importancia al tesoro artístico que guardan sus lugares de culto. No se les educaba para ello. El arte en el Seminario era sólo un MERO instrumento pastoral. No es extraño que la implantación del Vaticano II tuviera tan nefastas consecuencias para el legado artístico religioso. Lo que se hizo en Santo Domingo de la Calzada con el retablo de Damián Forment no tiene perdón de Dios.

De pintura, las mejores muestras eran invisibles. Estaban en el sancta sanctorum del Seminario, las dependencias privadas del señor obispo. Allí había un par de grandes cuadros de Navarrete el Mudo, muy maltratados. Seguramente pertenecieron al monasterio jerónimo de la Estrella (San Asensio).

 

 

 

Escultura, Quintín de Torre y Verástegui.

 

De los tres grandes artistas vascos que Ricardo Bastida juntó en Madrid, entre 1920 y 1923, para decorar la soberbia sede del Banco de Bilbao en la calle de Alcalá, Aurelio Arteta, Quintín de la Torre e Higinio Basterra, a dos los volvió a unir, con idéntico objeto, en el Seminario Conciliar de Logroño, a Aurelio Arteta y a Quintín de la Torre.  

Felipe Abad León en su Memoria Viva del Seminario Nuevo de Logroño[12], auténtico “totum reuolutum”, pero que a veces aporta datos de suma utilidad, nos transcribe unas cartas de Ricardo Bastida a don Fidel en las que el arquitecto se los va presentando y va intermediando para que don Fidel contrate su obra.

Quintín de la Torre esculpió la magnífica estatua del Salvador de la fachada, llena de serena majestad y la hermosa y tierna Madre de Dios que se colocó sobre el reloj principal, como punto de convergencia de todas las miradas, desde el interior del Seminario.

 

 

 

Pintura, Aurelio Arteta y Errasti. Otro amigo de Prieto.

 

Aurelio Arteta ((Bilbao, 2 de diciembre de 1879- México, 10 de noviembre de 1940)[13], un pintor con 50 años y ya consagrado, fue el encargado de pintar al fresco los 130 m2 del ábside de la Capilla Mayor del Seminario Conciliar de Logroño.Ábside de la Capilla Mayor del Seminario

Don Fidel y Ricardo Bastida  le “encargaron” una obra muy detalladamente pensada que debía realizarse, en principio, entre abril y octubre de 1929. Don Fidel se cuidó de que la iconografía fuese exactamente la que él quería. Aurelio Arteta no pintaba habitualmente temas religiosos sino tipos y paisajes vascos y, responsable y minucioso como era, no estaba muy seguro de acertar con este para él inhabitual encargo, vigilado además como estaba por el muy exigente obispo pagador. Para arreglo de males, parece que los materiales empleados en la pared que debía pintar no eran los más apropiados para un fresco.

Arteta sufrió de lo lindo en el andamio y más de una vez se debió de acordar de lo que aguantó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Le costó sobremanera acertar con la cara de Cristo. Finalmente decidió pintar su autorretrato, Al pesado del obispo lo pintó en san Matías ofreciéndole a Cristo su bien “cuidada” obra.

Al final resultó lo que hoy vemos. Una obra muy bizantina en su composición, muy cuidada en las tres figuras centrales del apostolado y en la Virgen, que es lo mejor del fresco. Muy de apaño en el resto. Una pintura demasiado hierática, extremadamente simplista en la gloria celestial y en el paisaje terrestre, pero de color agradable y muy fácil de entender.

Obra de buena mano, no es genial, pero no desagrada y no desdice del lugar para el que ha sido pintada, donde, por cierto, hay cosas muchísimo peores que la pueden hacer parecer excelente. Fíjense en ese altar de la izquierda, entrando desde la calle, con ese Corazón de Jesús que realmente parece un patibulario difunto aparecido que nos quiere aterrorizar exhibiendo sus vísceras.

Hay quien dice que el bueno de Arteta lo pasó tan mal aquí, pintando un tema tan ajeno a los suyos, que, invitado, más tarde, a pintar un fresco para el Pabellón de España de la Feria Internacional de París de 1937, declinó el encargo. Lo aceptó Picasso y gracias a eso, aunque nos costó carísimo, un millón de francos de entonces, hoy tenemos el Guernica, que no es gran cosa, pero que atrae muchos turistas.

A consecuencia de la  Guerra Civil, Aurelio Arteta, tuvo que exiliarse y murió en México, en un accidente de circulación. Según el testimonio posterior de Indalecio Prieto, su amigo y protector, Arteta y su segunda mujer se dirigían a pasar una temporada en el campo, para reponerse de la noticia recibida del fusilamiento el día anterior de Julián Zugazagoitia, conocido político, periodista y escritor socialista.

 

 

 

Miscelánea final.

 

La última novela de Kirmen Uribe.

            Cuando me ocupaba en redactar estas notas, ha llegado a mis manos una novela Premio Nacional de Narrativa 2009, que hace referencia a las estrechas relaciones que mantuvieron Bastida y Arteta. Se la recomiendo[14].

 

La pesadez de “El seminarista de los ojos negros”.

 

           Quiero terminar con una nota de humor. La idea que la gente tenía de nosotros, los seminaristas, era más bien pintoresca. Voy a dar un detalle. Frente al Seminario Conciliar de Logroño, al otro lado de la carretera de Zaragoza, y a no mucha distancia, se encontraban las instalaciones de la Sociedad Recreativa Cantabria. Llegado el buen tiempo, las socias, gente bien y hasta piadosa, iban allí a pasar la tarde y por los altavoces de la Sociedad Recreativa se oía la radio a todo gas. Desde mi habitación en la comunidad de Filósofos aguantaba yo irremediablemente, a finales de los 60, programas como “El Consultorio de la Srª. Francis” o “La tarde con Encarna”. Si no se llamaban así, lo hacían parecido. No había tarde que una de las dos o ambas no radiaran un poema que a mí me desesperaba. Se lo transcribo porque tiene su guasa cupletera, folclórica y muy sentimental. Es obra de Miguel Ramos Carrión

“El seminarista de los ojos negros.

Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...


 

[2]  Texto completo comentado del poema machadiano en Antonino M. Pérez Rodríguez, De nuevo el literario vivir desviviéndonos, Biblioteca Gonzalo de Berceo, Vallenajerilla.com

 

[3]  Siempre he pensado que don Fidel lo que tenía entre ceja y ceja al imaginar su Seminario era algo muy parecido a aquella institución educativa y docente tan bien descrita por Valle Inclán en el inicio de su Sonata de Primavera: “La silla de posta se detuvo. Estábamos a las puertas del Colegio Clementino. Ocurría esto en los felices tiempos del Papa-Rey, y el Colegio Clementino conservaba todas sus premáticas, sus fueros y sus rentas. Todavía era retiro de ilustres varones, todavía se le llamaba noble archivo de las ciencias. El rectorado ejercíalo desde hacía muchos años un ilustre prelado: Monseñor Estefano Gaetani, obispo de Betulia, de la familia de los Príncipes Gaetani. Para aquel varón, lleno de evangélicas virtudes y de ciencia teológica, llevaba yo el capelo cardenalicio. Su Santidad había querido honrar mis juveniles años, eligiéndome entre sus guardias nobles, para tan alta misión.” 

 

[4] Recordando aquellas aulas y a unos pocos excelentes profesores con los que conviví en ellas, no puedo dejar de citar el estupendo capítulo XXXIX, “La pedagogía”, de Una Hora de España del maestro Azorín.

Un detalle: “La estancia tiene unas ventanas que dan al campo. Se ve la campiña dilatada y verde. Entra el puro y vivo aire por los anchos ventanales. Preguntan los discípulos y responde el maestro. El diálogo es cordial y animado”. No siempre fue así, pero hubo momentos que recuerdo con verdadero cariño.

Y estoy seguro de que ese  era el propósito de don Fidel y de Ricardo Bastida.

 

[5] Sobre el obispo de Calahorra, don Fidel García Martínez, v.: Antonio  Arizmendi, Patricio de Blas, Conspiración contra el obispo de Calahorra. Denuncia y crónica de una canallada, EDAF, Madrid, 2008.

María Antonia San Felipe Adán, El Obispo Fidel García (1880 – 1927). La diócesis de Calahorra y La Calzada tras el Concordato de 1851, IER – UR, Logroño 2008.

 

[6] Por limitarnos a la Rioja. Un poco más de un año después  de la salida de don Fidel, a patadas, de la diócesis riojana, del 14 al 16 de octubre de 1954, Franco hacía la entrada triunfal en la diócesis recién liberada del obispo díscolo y contestatario, sin la más mínima protesta. V.  Antonino M. Pérez Rodríguez, “Valvanera: sincretismo religioso y emprendedor espíritu benedictino”, Biblioteca de Gonzalo de Berceo, vallenajerilla.com.

[7] José Ortega y Gasset: El espectador, tomo III. "Meditación del marco",  Madrid, editorial Espasa-Calpe, 1996. Colección Austral, número 1407.

 

[8] Por ejemplo, entre 1892 y 1942 se formaron en Comillas 103 seminaristas de la diócesis de Calahorra. En el curso 1941 – 1942 estudiaban en Comillas 15 seminaristas de la diócesis de Calahorra, ocupando el 6º lugar entre las 45 diócesis que tenían allí alumnos.

 

[9]La historia tiene su  cabezonería. D. Victoriano Rodríguez Sáenz fue a quien don Fidel encargó el ir comprando las fincas  en las que luego edificaría el Seminario. Su hijo, don Julio Rodríguez Gracia, logró llevar a cabo la construcción del Hogar Sacerdotal del que  don Fidel sólo pudo poner la primera piedra. Padre e hijo al servicio fiel de don Fidel. De don Julio Rodríguez habrá que hablar largo y tendido algún día.

 

[10] Elías Mas Serra, Ricardo Bastida, un arquitecto para Bilbao, Bilbao Bizkaia Kutxa, 2001

[12] Felipe Abad León, Memoria Viva del Seminario Nuevo de Logroño, Logroño 2004, ps. 112 – 114.

 

[13] Javier González de Durana, Aurelio Arteta, Fundación MAPFRE, Madrid, 2008.

 

[14]  Kirmen Uribe, Bilbao-New York-Bilbao, Seix Barral. Biblioteca Breve, Barcelona 2010.

 

 

 

Nota del Editor Web: las fotografías en color, salvo, la que sucede a estas líneas, se tomaron durante los días 5 y 6 de Abril del año 2004. El resto provienen de la exposición que por aquellos días de primavera del 2004 ,se celebraba en la Capilla Mayor del Seminario, para festejar el 75 aniversario del centro religioso.

 

 

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Tres 'rojos', autores del Seminario de Logroño:
Bastida, Arteta y don Fidel

Antonino M. Pérez Rodríguez
C
atedrático del IES Lope de Vega de Madrid