A comienzos del s. XVI, en Santa María la Real de Nájera comenzó a construirse el magnifico claustro bajo. Hay en él una poderosa pervivencia del Gótico en su arquitectura, pero las caprichosas tracerías que adornan la arquería exterior pertenecen ya al Renacimiento. Siempre hay gente que la goza “descubriendo” el secreto significado de todo, “imaginándole invisibles vestiduras maravillosas al emperador que evidentemente va desnudo”. Yo no soy víctima de tales manías. A mí me parece que la escultura del claustro najerino es puro fruto de la fantasía y del gusto por la generosidad ornamental de quienes lo concibieron y lo ejecutaron. El arte muchas veces es pura forma, puro goce estético. Ese es el secreto del último Gótico, y en nuestro caso, el de su sucesor, el Plateresco. Me gusta pasear por los amplios tránsitos de ese claustro. En él he pasado muchos buenos ratos con mi recordado P. Marino oyendo con placer su maravilloso español. También, charlando con otros buenos amigos o leyendo o simplemente disfrutando de los prodigiosos juegos de luz y de sombra que se producen al penetrar el sol por los arbitrarios calados de las complicadas, pero elegantes celosías de piedra. Alguna vez, allí, en tardes de verano, el P. Marino me invitó a oír grabaciones de excelente gregoriano, caminando los dos en parsimonioso y cómplice silencio mientras la frescura de la umbría nos acariciaba, nos envolvía la luz de la tarde declinante y la música monacal nos transportaba al séptimo cielo. Yo llegué así a la conclusión de que el P. Marino, bajo su hábito franciscano, escondía el alma del último gran abad benedictino de Santa María la Real de Nájera.. Pero, además, cerca del claustro de Santa María, dentro de la sacristía, la capilla de san Antón, en el lado del evangelio, guarda celosamente, desde 1669, el último sueño de uno de los grandes del Humanismo Español, don Esteban Manuel de Villegas. Villegas tenía el orgullo y la osadía característica de todos los que han sabido leer y comprender a los mejores autores grecolatinos y se han impregnado de su espíritu decididamente aristocrático. La lectura de esos autores contagia el insobornable aprecio por la claridad, la elegancia y la excelencia. No es precisamente la humildad o la paciencia con la rampante mesocracia la virtud que caracteriza a Ovidio, a Horacio o a Séneca. Y no citemos a los griegos, empezando por Homero y siguiendo por el mismísimo Sócrates. Hasta el paciente Cervantes que tenía una buena cultura clásica proclamaba aquella impolítica verdad de que no está hecha la miel según para según qué “boquitas”. El sentido del propio mérito y capacidad hacía a Villegas impertinente e insoportable a los que creían que la convivencia educada es someterse calladamente a la dictadura de la jerarquía establecida y de la común opinión. Al principio osó enfrentarse nada más y nada menos que con Cervantes, Góngora y Lope. No salió del todo malparado; al final tuvo que vérselas con la Santa Inquisición y ahí debió agachar la cabeza a pesar de llevar razón. El gran enemigo de los teólogos, ideólogos, adoctrinadores y propagandistas en general es el filólogo, el que sabe leer e interpretar los textos en la lengua en la que han sido escritos, extrayendo de ellos su verdadero mensaje. Villegas afirmaba, por ejemplo, que la última proposición del Padrenuestro está mal traducida y es verdad. La oración que Cristo nos enseñó no decía en su final “…y no nos dejes caer en la tentación….” Sino “….y no nos empujes a la tentación…”. Oliver Cromwell, que como diario ofrecimiento de obras, rezaba el Padrenuestro al comenzar la jornada, lo terminaba así: “…y, Tú, por tu cuenta, no me metas en más líos, Señor, que ya tengo bastante con los de cada día.” También defendía Villegas, y decía bien, que “uerbum”, si traduce a “logos”, no significa “palabra”, sino plan, designio, propósito, idea, pensamiento, sistematización… o conceptos por el estilo. El evangelista Juan, quienquiera que fuese a quien así llamamos, cuando escribe: “Et Verbum caro factum est” lo que dice es que la Sabiduría Divina, la Santa Sofía, el Plan Salvador de Dios, se había hecho voz humana, palabra humana inteligible, en la vida y enseñanza, en las palabras, los gestos y los hechos, de Jesús de Nazaret. Saber latín o griego puede ser peligroso para quien los sabe porque sus semejantes, que manejan muy frivolamente dichas lenguas sin saberlas, incurren en muy divertidos disparates que a nadie hacen gracia alguna cuando son puestos de manifiesto por quien está capacitado para hacerlo. Van dos botones de muestra: 1. Se contaba en los mentideros políticos de mi infancia que cierto curilla espabilado que soñaba con que Franco “le diera algo”, una sinecura, prebenda, canonjía, un obispado o cosa así, se indispuso de por vida con su admirado Caudillo…gracias a no dominar la malicia del maldito latín. Ocurrió que, en plena Guerra Civil, el pobre diablo con toda su mejor voluntad,—los curas nunca han sabido mucho latín—le escribió al “Providencial Enviado de Dios” un encendido elogio, en latín, llamándole repetidamente “miles gloriosus” que, como todo latinista sabe, significa militar fanfarrón, matasiete, perdonavidas, valentón, pisatripas y los demás sinónimos que a ustedes se les ocurran. El cachondeo, choteo y regodeo que preparó la propaganda antifranquista, aprovechando tal “elogio”, fue de los que hacen época. El cabreo del Caudillo, también. A mi bienintencionado cura lo mandaron de por vida a pastorear cabreros en cierta sierra cuyo nombre recordar no quiero. No era decoroso imaginar al General como al valentón que describió Cervantes en estos conocidos versos:
2. En el primer viaje de Juan Pablo II a España, unas horas antes de la multitudinaria primera misa papal en Madrid, yo regresaba a casa y a la salida de la castiza estación de metro de los Cuatro Caminos me encontré con dos ruborosas monjitas de riguroso hábito que se habían colocado encima un cartel que decía: “Tota Tua”. Todavía me estoy riendo. Eso, en latín, se lo diría una señora a su pareja, en el sitio y el momento digamos que …muy reservados, y sólo entonces. “Totus” en latín significa “todo entero”, sin que quepa rincón ni resquicio que sea excepción a la totalidad absoluta. Si además se le añade el adjetivo posesivo que ya es pleonástico de por sí explicando la posesión…pues ni te cuento, morena mía. El patatús que le debieron dar al papa mis monjitas, si las vio y leyó el cartel, debió ser más que morrocotudo. Porque en la Universidad de Cracovia, la segunda universidad más antigua en Europa, sí se sabe hablar bien en Latín.
Me he pasado media vida traduciendo a los clásicos y admiro a Villegas. No es amor de paisano. A Villegas le ha perdido, él lo sabía, el no haber logrado salir de Nájera en su madurez. En Madrid, todo hubiera sido distinto. Hoy ni siquiera goza de unas decentes Obras Completas. Todo bachiller debe memorizar sus resabidos sáficos y si tiene un profesor sentimental le leerá la cosita del desgraciado pajarillo. Y nada más. Como muy bien resumen Mª Ángeles Díez Coronado y José Luis Pérez Pastor en su introducción a las Elegías del Libro Primero de la segunda parte de las Eróticas, Villegas se manifestó en su obra como un renacentista típico: “Comenzó traduciendo obras de los autores latinos y griegos, imitó después su estilo y por fin los emuló.” Primero fue la traducción en la que llegó a ser verdadero maestro superando a talentos como Quevedo, por ejemplo. Luego fue la imitación en la que Villegas intentó adaptar al español en el que escribía el vocabulario y la métrica de los autores griegos y latinos. Falló en el hexámetro, pero acertó de lleno en los sáficos. Su intento de enriquecer el léxico poético español es digno de atenta consideración. Por último, emuló a los clásicos que había estudiado tomando de ellos temas, lenguaje y métrica, pero haciendo a la vez una obra personal. Villegas tiene un estilo propio, compitiendo en inspiración y talento con los más grandes de su tiempo. Parafraseando el injusto juicio que de Cervantes había hecho Villegas: “Irás del Helicón a la conquista / mejor que el mal poeta de Cervantes, / donde no le valdrá ser quijotista.”, Lope de Vega dejó las cosas muy claras sobre lo que se pensaba en su época de los modos y de la obra del de Matute afincado en Nájera: “Aspire luego de Pegaso al monte / el dulce traductor de Anacreonte, / cuyos estudios con perpetua gloria / librarán del olvido su memoria; / aunque dijo que todos se escondiesen / cuando los rayos de su ingenio viesen.” ¿Qué es lo que nos queda hoy de Villegas, independientemente de lo que de él pensaba Lope de Vega? Hay un Villegas, poeta sabio, que compite en conceptismo y culteranismo con lo mejor de su época. Es el Villegas difícil que aún está por estudiar. Hay un Villegas, simpático, exitoso, que no debería caer en el olvido por las siguientes razones. En primer lugar, Villegas tenía el don de la poesía delicada y graciosa; la lírica bucólica, elegíaca y amorosa de Tibulo, Propercio, Ausonio y Catulo, entre los autores latinos, y de Teócrito y Anacreonte, entre los griegos, se avenía a la perfección con sus gustos y cualidades y supo interpretarlos, recrearlos, imitarlos y aprovecharlos con éxito; sobre todo, imitó hábilmente en temas y ritmos los poemas que a lo largo de los siglos le fueron atribuidos a Anacreonte, para cantar en deliciosas composiciones de metro corto los amores traviesos, los placeres del campo y del vino o las delicias de la mesa. En este género, refinado y lindo, delicado y sutil, Villegas no conoce rival en nuestra lírica. En segundo lugar, hay que destacar su capacidad de adelantarse a su tiempo. Como buen “conservador”, Villegas fue un innovador. Lo mejor de Villegas es el haber sido un contrapunto al Barroco sobre el que asentar la mejor poesía posterior. Frente al descomedido patetismo en el fondo y a la incontinencia retórica y efectista en la forma, frente al hondo pesimismo y desencanto que convierten al Barroco en un claro precedente del Romanticismo, Villegas, que era un tipo raro, muy vanidoso, amante de la soledad, pero a la vez, burlón, epicúreo, siempre dispuesto a celebrar las dichas breves del mundo, el vino, el amor, el arte…, vuelve, en formas y contenido, a reivindicar el equilibrio, la sobriedad, la claridad y el amor a la vida que siempre caracterizaron al mejor clasicismo. Por ello, Villegas pasa a la historia del XVIII como el poeta más suave, delicado y elegante de nuestro Parnaso. Además, no se olvida su vena satírica, expresada en una severa crítica de las costumbres sociales y literarias (contra el estilo «culterano»). La literatura sensual y galante que comenzó a estar de moda en Europa mediado el Siglo de las Luces tuvo su influencia en España y llevó a todos a poner los ojos en este modelo de nuestro Siglo de Oro con su bucolismo suave e intrascendente, eco de Anacreonte. Dentro de este tipo de “anacreónticas” no sólo entraron temas ligeros de amor y goce sensual, sino hasta lo burlesco y lo cómico. Dejando de lado los excesos de los imitadores y volviendo al modelo, Vicente de los Ríos, en el prólogo a la edición de Las Eróticas de 1774, dice con acierto: «La discreción y buen gusto de su autor (se manifiestan) tanto en la oportunidad y propiedad de los pensamientos, como en la pureza, amenidad y elegancia del estilo». En Villegas, añade, se compendian la «festiva libertad» de Anacreonte, la «amena suavidad» de Catulo, con la «elegancia singular» de Tíbulo; manejando igualmente, además, a Horacio y Virgilio. Lo describe como un excelente imitador de los clásicos. Resalta el uso de los metros latinos, pero fija, sobre todo, su atención en su talla de poeta, en la que sobresale «la discreta elección de sus asuntos, el enlace y propiedad de los pensamientos, la naturalidad y armonía de su estilo» . Resume su juicio sobre Villegas hablando de su «madura corrección y buen gusto» El Siglo de la Razón, que volvía por los fueros de la racionalidad, de la naturalidad, de la claridad, de la crítica burlona y del buen y libre vivir, vio en este sincero amante de los clásicos un buen modelo al que imitar. Villegas es al Barroco lo que los jardines de La Granja de San Ildefonso son al pudridero de El Escorial. Aire puro y ganas de vivir. El Romanticismo, nuevo Barroco, lógicamente lo dejó de lado. La Modernidad tiene la suerte de volver a leer a los clásicos en traducciones exactas o imitaciones sin complejos. Villegas queda, por ello, en un segundo, plano más por desconocimiento y por incuria que por otra cosa. Quien puede hacerlo debería regalarnos lo antes posible unas bien editadas Obras Completas. Hasta entonces disfrutemos leyendo cosas como éstas:
Cronología
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