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Por la diligencia del obispo iriense Teodomiro y probablemente durante los años 20 del siglo IX, quedó descubierta, en Compostela, una pequeña estructura que en seguida se convirtió en el foco del culto al apóstol Santiago, culto que atraería cada vez más peregrinos y que originó, en ese mismo lugar, una sucesión de edificios eclesiásticos cuyo culmen lo formaría el templo románico conservado hasta nuestros días. Las "versiones" antecesoras al edificio románico cumplieron su cometido de dignificar el objeto venerado, una tras otra, en número de dos o tres. El primer templo correspondió al reinado -y seguramente también a la iniciativa- de Alfonso II (792-841) de Asturias, a cuyo dominio pertenecía entonces Galicia, y el segundo fue levantado bajo los auspicios de Alfonso III (866-910) y consagrado en el año 899. Éste sufrió la damnificación por parte de Almanzor en el 997; el desastre lo subsanaron Bermudo II (982-999) Y el obispo Pedro de Mezonzo (985-ca. 1003). Queda la cuestión de hasta qué punto la iglesia volvió a surgir entonces en la forma física preestablecida o si acaso los nuevos promotores acometieron mayores cambios; de ahí nuestra vacilación respecto del número de edificios diferentes que sucesivamente ocuparon este lugar tan señalado. El resultado de la colaboración real-episcopal perduró hasta el 1112, cuando el avance del gigante románico ya no permitió conservar las estructuras altomedievales, con la excepción, quizá, de una pareja de torres erigida bajo el obispo Cresconio (1037-66), que puede haber resistido algo más. Únicamente el núcleo sagrado sigue hasta el presente, si bien en un estado remodelado. Nos encontramos sentenciados, pues, a manejar unas arquitecturas que dejaron de existir hace nueve, diez u once siglos, tarea que desafía al máximo la fuerza visionaria, ya que los restos modernamente excavados son escasos -si exceptuamos el área del núcleo cultual- y las pocas noticias son o de acusada aridez o de una charlatanería que nos debe poner en guardia ante unos datos cuyo valor resulta dudoso. La primera construcción, patrocinada por el rey Casto, es sumamente difícil de palpar, tanto física como documentalmente. El Acta de 899 y un contrato de 1077 denominado Concordia de Antealtares, que contiene un apartado retrospectivo, nos facilitan alguna información, pero poco concreta. El templum ad tumulum sepulchri Apostoli (que sin duda incorporó el santuario apostólico dentro de su arquitectura) estaba levantado ex petra et tellure opere parvo ("de piedra y tierra y de fábrica pequeña"). En cuanto a construcciones satélite, debemos contar un recinto bautismal al Norte bajo la obligada titularidad de San Juan Bautista y al Este es posible que ya se estableciera el convento denominado Antealtares, cuyos frailes eran servidores del culto sepulcral, dado que celebraban sus misas supra corpus Apostoli. Este primer edificio apenas duró unas décadas. Alfonso III (donante, además, de la famosa cruz con fecha 874 que sería robada en el año 1906) lo sustituyó por un templo de mucha más envergadura que hizo honor al sobrenombre del rey, el Magno. Su longitud de más de 40 metros hoy no nos parece excesiva, pero le asegura la primera posición entre las iglesias conocidas que se construyeron en la Península durante los siglos VIII-X. La flamante iglesia fue consagrada en el año 899, en presencia del soberano, por la mano del obispo Sisnando I (ca. 880-920). La correspondiente Acta nos ha llegado en tres versiones de desigual extensión, que dieron pie a lecturas demasiado solícitas y a una visión injustificadamente detallada de las circunstancias.
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La "redacción breve". Ahora, tras las investigaciones de J. M. Díaz de Bustamante y J. E. López Pereira, sabemos que ninguna de las versiones se ajusta al original perdido, siendo la "redacción breve" la que más se le acerca; la presentamos aquí en un cuadro especial. ... Cuando Sisnando como obispo era el pontífice del santo lugar, vino el príncipe gloriosísimo Alfonso con su esposa Jimena; el hijo humilde, egregio y excelente del príncipe Ordoño. El príncipe Alfonso acordó con dicho obispo levantar una casa del Señor, restaurando aquel templo en el túmulo sepulcral del Apóstol que antiguamente había construido, de piedra y tierra y de fábrica pequeña, nuestro dueño Alfonso) de beata memoria. Nosotros ciertamente, ayudados por la inspiración divina, contamos también con los súbditos y con nuestra familia. Así en el décimo mes del segundo año después de terminarse, con el apoyo de Dios y el favor del Apóstol, toda la construcción, hemos acudido al santo lugar con nuestros hijos, al igual que los obispos, cada uno desde su sede, y todos los magnates de nuestro reino y el pueblo católico, formándose una multitud de no poca consideración. Así este templo ha sido consagrado en la víspera de las nonas del Mayo, el año de la incarnación del Señor DCCCCLXXIIII [erróneo ] con la presencia de ocho pontífices: tanto de Sisnando de cuya aula y casa se trata, como de otros. Tú también, Sisnando, pontífice de la sede de esta aula, debes mandar que se hagan oraciones a Cristo para que me conceda, después de mi muerte corpórea, el perdón y para que yo no encuentre la eterna condenación. Y esto se ha hecho en la Era que resulta de nueve veces cien, seis veces seis mas un año [era hispánica con el cómputo adelantado en 38 años]. Después de nuestro advenimiento al poder real, celebrado el año DCCCCIIII [era hispánica con el cómputo adelantado en 38 años], hemos omitido, durante mucho tiempo, la construcción del templo; ahora vamos a cumplir el año trigésimo tercio sucesivo en el reino ... Sin perjuicio de su poca fiabilidad sí podemos extraer de la "redacción extensa", fechable en el siglo XII, algunos datos aislados sobre elementos de esta segunda iglesia que por su concreción y puntualidad parecen más creíbles. Se mencionan columnas de expolio procedentes de oppido Portucalense e incluso unas antiguas piedras marmóreas que -en palabras manipuladas de Alfonso III - "trajimos al lugar santo desde Hispania entre los contingentes militares de los moros que expulsamos de la ciudad de Coria". Estos datos llegarían por la tradición hasta el siglo XII, cobrando su valor para nosotros. Tampoco carecen de interés las menciones a una abbobuta tribunalis -presumiblemente una bóveda con tribuna - y al altar principal que se encontraba "encima del cuerpo del benevolente Apóstol": super corpore benivoli Apostoli. Estas informaciones contenidas en la "versión extensa" reflejarán la última fase prerrománica. Aunque los datos se reclaman para el rey Alfonso III, no podemos excluir que describan cierta modificación del proyecto original alfonsino acarreada por la necesidad de rehacer el santuario hacia e! año 1000. Pues, como ya hemos señalado, la iglesia alfonsina sólo se mantuvo en pie durante un siglo. Almanzor atacó la ciudad jacobea, eminente foco septentrional del cristianismo, en el año 997 y arrasó la iglesia apostólica "de modo que nadie hubiera sospechado que existía la víspera", según un historiador musulmán. Sin embargo, hasta la cronística musulmana admitió que el núcleo sagrado de la iglesia, el monumento apostólico, quedó incorrupto, hecho esencial para el bando cristiano que, en palabras de! obispo astorgano Sampiro, consta como sigue: "Almanzor estaba dispuesto a acercarse al sepulcro apostólico para romperIo, pero un espanto le hizo retroceder". La evidencia -no siempre tan evidente- de los documentos pedía a gritos su complemento y su constatación por medio de la evidencia arqueológica. Las exploraciones científicas las iniciaron A. López Ferreiro y J. Labín Cabello los años 1878-79 debajo del coro del siglo XII. En 1895 López Ferreiro localizó debajo de la nave central románica un vestíbulo prerrománico. Una nueva serie de campañas fue conducida Manuel Chamoso Lamas en los años 1946-59. Partes de las zonas excavadas han quedado visitables. La documentación y publicación de todas estas actividades arqueológicas, que se desarrollaron en un entorno material extremadamente complejo y en un entorno histórico y religioso de alta sensibilidad, fue deficiente en lo concerniente a la centuria pasada y tampoco del todo satisfactoria en cuanto a nuestro siglo. Déficit que supo remediar, en parte, e! prelado y testigo de la última fase de las excavaciones, J. Guerra Campos, mediante sus publicaciones sobre la arqueología del culto jacobeo. Veamos los resultados arqueológicos. Fue un área que ya había visto un poblado romano con su necrópolis, ampliada luego por tumbas suevas, donde se asentó el primer santuario de Alfonso II. Esa iglesia, levantada probablemente alrededor de los años 30 del siglo IX, fue detectada en muy escasos restos, que parecen corroborar su alegada modestia como un opus parvum. Era de una nave sólo, cuyo ancho daría después la medida para la nave central de Alfonso III. En la zona occidental de ésta se sitúa el probable umbral de la iglesia primitiva, a una cota de 76 cm. por debajo de! suelo de 899. Sobre e! aspecto del testero de este primer edificio eclesiástico que incluiría el monumento apostólico no existe ninguna confirmación definitiva.
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La tumba del obispo. Como complemento valiosísimo a estos restos apareció, durante las excavaciones de 1955, la tapa sepulcral de Theodemirus Hiriense sedis episcopus, fallecido el año 847: del obispo Teodomiro, descubridor de la supuesta tumba apostólica, figura que adquirió, de repente, su autentificación histórica irrefutable. Se produjo este hallazgo en una cámara sepulcral adosada al Iado sur de la iglesia reedificada hacia el año 1000, lugar al que habían sido trasladados sus restos mortales, obviamente como consecuencia de la incursión de Almanzor. Menos precarios son nuestros conocimientos de! aspecto que adquirió el santuario bajo Alfonso III. Entre los hallazgos que delatan su belleza destacan trozos de columnas marmóreas blancas (reaprovechadas), de revestimentos parietales y de estuco blanco y pintado. El suelo era de una mezcla de mortero y material cerámico molido. La sustancia y la morfología de los alzados sólo se pueden esclarecer dentro de ciertos límites dadas las masivas intervenciones plenomedievales. Si exceptuamos de momento las estructuras del núcleo apostólico, el grosor de los cimientos y muros variaba entre 70 y 95 cm. La fábrica consistía en sillarejo con bastante mortero, sillares en las esquinas y revoco en ambas caras, rasgos típicos de lo asturiano. Igualmente apunta hacia Asturias la posible referencia, aludida, a una tribuna sobre bóveda. En cambio, no coincide con lo asturiano la falta de contrafuertes, que nos hace concluir que la techumbre en Santiago era de madera. La iglesia de Alfonso III (dejando aparte el convento de Antealtares) era un complejo de cuatro componentes, todos rectangulares: • El cuerpo grande de las naves con disposición basilical y 16 m. de envergadura, provisto de tres puertas laterales que daban al exterior, así como de dos aberturas que permitían la comunicación con • el baptisterio adosado a septentrión (con altar y piscina bautismal, curiosamente profundizada en el suelo a la usanza paleocristiana) y • el vestíbulo de dos tramos en la fachada oeste, mientras que • la cabecera del lado oriental, de unos 9 x 9 m, contenía las estructuras nucleares del santuario.
Obras posteriores. Más adelante, en el marco de la reedificación bajo el reinado de Bermudo II, también el flanco meridional del cuerpo basilical recibió una dependencia adosada: el anejo funerario, ya señalado, del obispo Teodomiro. En el siglo XI se añadirían las mencionadas torres, aunque posiblemente existiera, antes ya, un campanario: consta que Almanzor se llevó como botín desde Santiago unas campanas a Córdoba. En lo sucesivo nos centraremos exclusivamente en el testero-santuario cuadrangular que naturalmente encierra los testimonios materiales de los comienzos del culto jacobeo. Se encuentra próximo a unos restos constructivos romanos y su fábrica está caracterizada por grandes sillares graníticos. Armoniza con las reglas de la liturgia hispánica en tanto que se localiza en el extremo oriental del templo; sin embargo, no se trata simplemente del usitado ámbito del altar, sino que constituye un caso especial porque tuvo su origen en un auténtico santuario independiente y preexistente, lo cual acarreó la posibilidad y hasta la obligación de ubicar el altar en el mismo lugar o precisamente encima del receptáculo venerado como la tumba jacobea. Debemos imaginamos este acto (que tendría lugar ya bajo el reinado de Alfonso II) como algo extremadamente llamativo para los contemporáneos, ya que se le ofreció a la Cristiandad, en pleno siglo IX, un nuevo espacio cultual de categoría nada menos que apostólica. Ignoramos el aspecto exacto del monumento hallado por Teodomiro, que según enunciaciones tardías era un tumulus sepulchri, una domuncula, marmoream tumbam intra se continens y ofrecía un mausoleum inferius, un arcuatum sepulcrum. Pensamos en un pequeño edículo sepulcral abovedado. Una vez descubierto, ¿cómo se incorporó en los proyectos del segundo y después del tercer rey Alfonso y cómo tenían garantizados los fieles el acceso a la meta de sus anhelos? Tenemos que imaginárnosla como una estructura que se erguía libre en el testero, resultado de intervenciones difíciles de detallar y tendentes a englobar y dignificar aquel monumento primitivo. Se abriría hacia el aula, al igual que el pasillo circundante de tres tramos, para el cual podemos especular sobre la función que desempeñaría de facilitar la circulación de los creyentes, de los peregrinos cada vez más numerosos. Veamos los detalles: el cuerpo de la cabecera era de "dos cáscaras", ya que los muros de medio metro de espesor que definen su forma exterior cobijan otra estructura rectangular interior (el monumento apostólico propiamente dicho), cuyos muros les son técnicamente parecidos en virtud del empleo de sillares, aunque su espesor alcanza tres cuartos de metro. Entre medias queda el mencionado pasillo de en torno a 1,20 m. de luz y de tres tramos en los lados norte, este y sur que son, por tanto, perpendiculares entre sí. La estructura interior mide 6,41 x 4,69 m. y estaba dividida mediante un tabique ligero de sentido norte-sur. El compartimento oriental contenía restos musivos en su relleno; el occidental muestra en sus paredes sendos sepulcros. Huellas romanas. Todo esto corresponderá aproximadamente al nivel de los cimientos de lo que antaño era una estructura más alta, puntualización avanzada por el arquitecto-arqueólogo T. Hauschild, quien, aparte de eso, se ha mostrado más que cauto a la hora de lanzar dataciones en época romana. Recordemos que, ante la "necesidad" de contar con un antiguo sepulcro apostólico, fue especialmente el rectángulo interior con su fábrica esmerada a soga y tizón "de aspecto romano" lo que había impresionado a la mayor parte de los estudiosos desde el siglo XIX; siempre el supuesto origen romano se había asociado íntimamente a la esencia religiosa del tema. Para Hauschild, no existe ningún hallazgo conocido en esta zona (aun siendo de época romana) que consienta asignar una fecha contextualizada a las construcciones en cuestión. Sí hizo notar que falta la moldura base que es típica de edificios sepulcrales hispanorromanos del siglo I. La trascendencia de esta opinión "altomedievista" queda patente. Únicamente al tabique del rectángulo interior le ha concedido Hauschild ciertas posibilidades de remontarse en su antigüedad más allá del siglo IX. Los demás muros de ambas "cáscaras" de la cabecera los ve altomedievales como todo el santuario eclesiástico jacobeo: asocia la fábrica de sillares (que daría más estabilidad y dignidad al testero) al resurgir de esta técnica comprobable en los siglos IX y X por el noroeste peninsular bajo dominio asturiano: Lourosa (Portugal), Celanova y especialmente San Martiño de Pazó (Ourense), donde la estrechez de los tizones es casi idéntica. Hauschild ha pensado en una construcción del testero compostelano o bajo Alfonso III o bajo Bermudo II (y añadamos que lo primero es más probable por la presencia de huellas incendiarias que parecen testimoniar su existencia cuando la razzia de Almanzor). Hay que subrayar, no obstante, que la erosión de la vieja tesis "romanista" aún no ha arrojado resultados generalmente reconocidos. La nueva tesis "altomedievista" continúa siendo minoritaria y además heterogénea, ya que otros investigadores (hace varias décadas F. Íñiguez Almech y ahora L. Caballero Zoreda) se han inclinado hacia una directa influencia cordobesa-omeya en la técnica edilicia con sillares. En todo caso, es llamativo que las excavaciones produjeron hasta dos dinteles con arco de herradura e incluso con su marco de alfiz (hoy en el museo catedralicio), de clarísima raigambre islámica.
Bibliografía C. Arbeiter, "As arquitecturas xacobeas na Alta Idade Media", en Santiago-alAndalus. Diálogos artísticos para un milenio. Santiago de Compostela, 1997, pp. 133-155. D. Chamoso Lamas, "Noticia de las excavaciones arqueológicas que se realizan en la catedral de Santiago". "Excavaciones arqueológicas en la catedral de Santiago", Compostellanum I, 1956, pp. 349-400, 803-856; 2, 1957, pp. 575-678 J. M. Díaz de Bustamante y J. E. López Pereira, "El Acta de Consagración de la catedral de Santiago: edición y estudio crítico". Compostellanum 35, 1990, pp. 377-400. J. Guerra Campos, Exploraciones arqueológicas en torno al sepulcro del apóstol Santiago. Santiago, 1982. K. Hauschild, Archeology and the Tomb of St. James, en The Codex Calixtinus and the Shrine of St.James. Tubingen, 1992, pp. 89-103. L. Yzquierdo Perrin, "De los orígenes al románico", en La catedral de Santiago de Compostela, 1993, pp. 136-157.
ARQUITECTURAS EN LA ALTA EDAD MEDIA Profesor de Arqueología Cristiana e Historia del Arte Bizantino,
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apuntes sobre el camino de santiago Biblioteca Gonzalo de Berceo |