NAJERA —en Logroño— es nombre bonito, breve, claro; tiene rapidez y luminosidad. Luz, fina luz, claridad suave hallamos en Nájera. Leeremos, con toda lógica, en un cuartito silencioso, limpio, "Sobrevivirse", drama en tres actos y un prólogo, de Joaquín Dicenta. Tiburcio Martínez Alesón nos da noticias de los pueblos logroñeses en su librito "La provincia de Logroño "—Logroño, imprenta y librería de "El Riojano", 1878—. En toda la tierra riojana se dan exquisitas frutas, gustosas verduras. No tienen rival los pimientos de La Rioja, como no lo tienen tampoco las berenjenas de Toledo. He contemplado con frecuencia en París pimientos, que reputaba riojanos; los contemplaba en... el Museo del Louvre. Murillo ha pintado una cocina, en que varios ángeles son guisanderos, y en que se ven encendidos pimientos en una mesita, encendidos pimientos en una cesta. Contrasta lo rojo de los pimientos con lo morado de unas espléndidas berenjenas, situadas en primer término. En Nájera comeremos, en blanco, nítido mantel, sobria y nutritivamente. En el prólogo de "Sobrevivirse", Dicenta nos muestra un joven dramaturgo y novelista. Acaba de obtener un gran triunfo; se celebra en su honor, en un salón aristocrático, una fiesta con champán a manta. En el primer acto, todo ya está desvanecido: César Quirós ha sido atacado por cruel dolencia. Dicenta, en una acotación, concreta la enfermedad: "Procure el actor indicar una de esas dolencias cerebrales que van inutilizando al hombre intelectual y materialmente." César no podrá hacer ya nada, ni dramas, ni novelas. César se sobrevive. El concepto de supervivencia —exclusivamente literario— aparece entre nosotros a la vuelta de Zorrilla a España, lustros ausente. Antonio de Valbuena, amigo de Zorrilla, en la biografía que escribe del poeta, en 1889, dice: "¿Cómo puede ser una celebridad de nuestros días el poeta que estaba ya ensordecido de aplauso y abrumado de laureles cuando todavía no habíamos nacido la mayor parte de los que ahora cultivamos las letras ". Zorrilla en España, a su regreso, sigue trabajando como en América. No ha decaído, su vena fluye con la limpidez, con el dulce murmureo (?) de antes. El concepto de supervivencia que se explica no se ...(ilegibles 10 ó 15 palabras) .... Si existía en España otro ambiente poético, Zorrilla estaba circuído del suyo especial, era bastante grande para poseer una aureola privativa. En el caso de César Quirós no hay tampoco supervivencia, un morbo interrumpe el desenvolvimiento del poeta. En la clara Nájera, rodeados de la solicitud vecinal, vamos leyendo, releyendo, el drama de Dicenta. Nájera tiene una tradición histórica; la constituyen la coronación de un gran rey, una famosa batalla, los enterramientos de varios Monarcas. Nájera —no lo olvidemos— es lugar de confluencia en nuestra historia; impone concentración espiritual, meditación. Hemos hablado de la lógica con que en Nájera se leerá el drama de Dicenta. El cielo de La Rioja ha cobijado, hace siglos, otro superviviente; su vida se extiende de 1580 a 1669. Esteban Manuel de Villegas no nace en la cabeza del partido, sino en Matute, a tres leguas de Nájera; pero vive y muere en Nájera. Estuvo Esteban Manuel en Madrid; escribió poesías; aconteció esto en su muchachez; él nos asegura que compuso sus versos a los catorce años y que los limó a los veinte. Quintana asevera que fué a los veintitrés; no discutamos. Ello es que Villegas, salvo algún trabajillo erudito, no volvió a escribir. Fitzmaurice-Kelly—en la traducción de Bonilla—dice que Villegas "es una de las grandes decepciones de la literatura castellana". Siempre se exagera; Esteban Manuel es uno de los más curiosos casos de compleja psicología. No se sobrevive, como se hubiera dicho hace cincuenta años; no es tampoco un fracasado, como hoy se dice. No fracasa quien escribe, cual Villegas, versos tan delicados, tenues, etéreos. Si tuviésemos que condensar en una frase la poesía de Villegas, nos contentaríamos con dos palabras: "Céfiro blando". Suele medirse en las antologías el breve poema de Villegas titulado "Al céfiro"; de esa composición están tomados esos dos vocablos sutiles. Bastaría también para la inmortalidad del poeta su canto a Garcilaso. En Nájera, en el cuartito de la fonda, tratamos de situarnos en la actitud psicológica, mental, sensitiva, de Villegas. Se le ha inculpado soberbia al poeta; se le reprocha su desdén por la poesía de Cervantes. En su adolescencia, en su juventud, pudo sentir, al publicar su libro, un prurito de vanidad, de soberbia; con su libro, a modo de sol naciente, iban a palidecer los demás astros: Lope, Quevedo. Góngora, etc. Quien tenía ímpetu y estro, fino estro, bien podía suponerlo. No era su ufanía un desatino. En un ambiente de mutua agresividad, como el que se respiraba en la sociedad literaria en el siglo XVII, no era tampoco grave el llamar a Cervantes "mal poeta". Hay en la actitud de Esteban Manuel una sensación de cansancio, de desdén, de hastío por las cosas y los hombres. Alienta en su desdén tanta vitalidad como en su creación. En el desdén, en el cansancio, entra también un poco—o un mucho—de pereza. Francisco de La Rochefoucauld, VI duque de La Rochefoucauld, ha dicho, en 1665, que nos engañamos si creemos que sólo las violentas pasiones, como el amor, como la ambición, pueden triunfar de las otras. La pereza, suave, lánguida, blanda, acaba por sobreponerse a todas. "Destruye y consume insensiblemente —nos dice el duque— las pasiones y las virtudes." Esteban Manuel está ya muy lejos de la literatura y de Madrid. No ambiciona honores. En su epístola a Bartolomé nos habla, al comienzo del "gran Madrid". No sé cuándo ni dónde se ha escrito ese poema. El gran Madrid no es evocado por el poeta si no es en sus "Homenajes", en su "Abundancia", en la "La fruta a colmo", en "La vianda a pasto". No faltan —no podía olvidarlos un riojano— "El dorado Baco", "La rubia Ceres": el vino áureo y el pan dorado y tierno. AZORIN |