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Abstract Cuaderna vía is the Spanish version of the simple strophic pattern known as monorimed quatrain of Alexandrine verses, imported from France and born in Medieval Latin poetry. The strictest concept of cuaderna vía forces to measure hemistichs invariably resulting seven syllables. The greatest singularity of these poems of the mester de clerecía of the thirteenth century is to count syllables doing always dialoepha, strange requirement to the point of being a unique case in Spanish poetry and a extreme case in Romanic poetry. Recent scholars (Ruffinatto, Uría, Rico, Grande Quejigo) agree to accept the principle of dialoepha (hiatus), that is confirmed by the statistics that I have done on the Milagros de Nuestra Señora by Gonzalo de Berceo. A small part of hemistichs (less than 2 % in the case of the Milagros) does not fulfill the seven syllables. Scholars are divided between those who admit synaloepha as an exception to adjust the measure and those who reject it. A detailed study of the problematic cases of the Milagros leads me to postulate a degree of flexibility that would save some readings from the manuscripts without corrections. I base such flexibility on the fact that writings of the thirteenth century apparently lacked of the signs with which today editors rigorously mark metric settings, such as diaeresis or apostrophe. My proposal is based on something that so far has not been sufficiently appreciated, in my opinion: the person who read aloud to the other was competent enough to mark the seven syllables in each hemistich, even if the writing not always represented them with absolute precision. Also in this issue the duality of the mester de clerecía can be seen: they distinguish themselves as masters in the stringency of the measure, they follow the guidelines of the strictest Latin prosody on the principle of dialoepha, but the flexibility to get the seven syllables is more typical of the vernacular.
Resumen La cuaderna vía es la versión española de la forma estrófica simple conocida como cuarteta monorrima de versos alejandrinos, importada de Francia y nacida en la poesía mediolatina. La concepción más estricta de la cuaderna vía obliga a medir los hemistiquios de manera que resulten siete sílabas. Contar las sílabas haciendo siempre dialefa es la mayor singularidad de estos poemas del mester de clerecía del siglo XIII, hasta el punto de constituir un caso único en la poesía española y extremo en la románica. La crítica reciente (Ruffinatto, Uría, Rico, Grande Quejigo) ha coincidido en aceptar el principio de la dialefa, que queda confirmado por la estadística que he realizado sobre los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo. Una pequeña parte de los hemistiquios, que no llega a un 2 % del total en el caso de los Milagros, no da las siete sílabas. La crítica se ha dividido entre quienes para ajustar la medida admiten como excepción la sinalefa y quienes la rechazan. El estudio detallado de los casos problemáticos de los Milagros me lleva a postular una cierta flexibilidad que permitiría salvar sin enmiendas algunas lecciones de los manuscritos. Fundamento tal flexibilidad en el hecho de que la escritura en el siglo XIII carecía, según parece, de los signos con que los editores de hoy rigurosamente marcamos los ajustes métricos, tales como la diéresis o el apóstrofo. Mi propuesta se basa en algo que hasta ahora, en mi opinión, no ha sido suficientemente valorado: que quien leía en voz alta a los demás tenía la suficiente competencia como para marcar bien las siete sílabas de cada hemistiquio, aunque no siempre la letra las representara con absoluta precisión. También en este asunto puede apreciarse la dualidad del mester de clerecía: en el rigor de la medida se distinguen como maestros, en el principio de la dialefa siguen las directrices de la prosodia latina más exigente, pero la flexibilidad mediante la que consiguen cuadrar las siete sílabas es más propia de la lengua vulgar.
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1. La fe de los poetas
No siempre ha estado claro, como parece que lo está ahora, que las obras de Gonzalo de Berceo y los demás poemas del mester de clerecía del siglo XIII fueron medidos sistemáticamente con dialefa.1 La crítica tardó en percatarse del alcance de este hecho porque el hiato constante es un fenómeno extraño, único en la poesía española y extremo en la románica. Podría afirmarse que se trata de una métrica singular; al menos hasta la fecha no he logrado encontrar referencias a la dialefa sistemática en las demás producciones románicas en cuartetas o tetrásticos monorrimos. Tampoco tiene conciencia de tal fenómeno una joven experta en el tema, Elena González-Blanco García, que acaba de presentar su tesis doctoral sobre La cuaderna vía española en su marco panrománico, en la que reúne unos ciento setenta textos franceses, más de cincuenta italianos y algunos provenzales. Gracias a su trabajo podremos conocer mejor el contexto europeo de la cuaderna vía, más allá de lo que ya se sabía desde las entregas de Silvio Avalle d'Arco (1962), Francisco Rico (1985) o Ángel Gómez Moreno (1988), entre otros: que la cuaderna vía española derivaba del tetrástico monorrimo venido de allende los Pirineos, nacido en la poesía mediolatina y muy fructífero también en lengua francesa, en la que se consolidó con verso alejandrino.2 Pero, como decía, no he podido constatar que en ninguna otra lengua románica la cuarteta monorrima se escandiese con prohibición de la sinalefa. Dado lo singular de esta actitud poética de nuestro mester de clerecía, se entiende que la crítica tardase en percatarse de su alcance. Francisco Javier Grande Quejigo, en su monografía sobre el Ritmo y sintaxis en Gonzalo de Berceo (2001: 27-40), ofrece un reciente estado de la cuestión; sumado al de Aldo Ruffinatto (1974) y a los de Isabel Uría Maqua (1981, 1994 y 2000), nos permite establecer el siguiente punto de partida: desde las investigaciones pioneras de Federico Hanssen (de 1896 en adelante), todos los estudiosos convienen en que el hiato es la norma en la cuaderna vía del XIII. En lo que se divide la crítica es en aceptar la sinalefa como excepción o en no aceptarla nunca. Dos nombres de críticos de comienzos del siglo XX y dos citas suyas nos sirven para representar ambas posiciones. Si J. D. Fitz-Gerald ([1905] 1966: XIII) sentencia: "Hiatus between words is absolutely obligatory and, consequently, synaloepha is just as rigorously forbidden", Erik Staaf (1906: 93) deja abierta una puerta a la sinalefa: "Berceo employait sous certaines conditions la synalèfe entre deux voyelles atones de la même valeur bien que même dans ce cas il préfère l'hiatus". Entre las citas que espiga Grande Quejigo en su síntesis de la "polémica sobre la sinalefa" me reservo para el final una de H. H. Arnold, que también en la primera mitad del siglo XX se ocupó del asunto para llegar a decantarse más por la posición de Fitz-Gerald — aunque no de forma tan tajante como él— que por la de Staaf, porque no le parecían fiables los escasísimos casos de sinalefas. En la segunda mitad del siglo XX la fe en la dialefa se fue consolidando hasta consagrarse en las manifestaciones recientes, como las publicaciones citadas de Ruffinatto, Uría, Grande Quejigo o el artículo clásico de Rico (1985), "La clerecía del mester". El estudio que yo ofrezco aquí, fruto del análisis exhaustivo de los versos de los Milagros de Nuestra Señora, viene a completar los que fueron dedicados a otros poemas de Gonzalo de Berceo, una vez que la cuestión de la dialefa estaba ya bien asentada; me refiero a que las conclusiones de Ruffinatto se basan en la Vida de Santo Domingo de Silos, y las de Grande Quejigo en la Vida de San Millán de la Cogolla, aunque no lo reflejen así los títulos. Aunque todavía Vicente Beltrán (1983 y 2002) y Michael Gerli ([1985] 1992) han editado los Milagros de Nuestra Señora sin restaurar la medida de todos los versos deficientes, la opción que se ha impuesto en las ediciones críticas a partir de la de Brian Dutton ([1971] 1980) es la de reajustar las siete sílabas en todos los hemistiquios: así lo hacemos Claudio García Turza (1984), yo mismo (Baños 1997) y Juan Carlos Bayo e Ian Michael (2006). En esta última, no obstante, los editores no utilizan el signo de diéresis en los casos necesarios, de modo que no siempre están marcadas para el lector todas las sílabas métricas. No otra cosa que los datos son la base del convencimiento de que Gonzalo de Berceo y sus compañeros de escuela compusieron todos los hemistiquios de siete sílabas, midiéndolos además con dialefa, y que por tanto las escasas rupturas de ese sistema que se nos han transmitido no se deben a los autores, sino a errores de los copistas. Para esta ocasión, y para convencer a los especialistas en métrica y terminar de convencerme yo mismo, he realizado una estadística sobre los Milagros de Nuestra Señora. Soy el primero al que le chocan los números y los porcentajes cuando de literatura se trata, pero a veces no hay mejor opción que los datos empíricos cuando se pretende valorar, como aquí, la sistematicidad de un fenómeno. La siguiente tabla muestra que sólo un 1,88 % de los hemistiquios nos ha llegado con más o menos de siete sílabas, y ello leyendo siempre con dialefa. La sistematicidad de la dialefa y del heptasílabo es, pues, incontrovertible, y en consecuencia procede interpretar las rupturas como errores de copista que deben restaurarse, y no como relajamiento del autor, porque si Gonzalo de Berceo pudo escribir un 98,12 % de hemistiquios de medida perfecta, la conjetura más plausible es que escribió el cien por cien.
Veamos una cuaderna vía en la que sobreabundan las dialefas (es un caso extremo de nueve) como muestra de que si no leyéramos con dialefa destrozaríamos su medida:
Ese rigor en el cómputo silábico fue la característica más notable del mester de clerecía, y de hecho así lo destacaba ya la famosísima copla segunda del Libro de Alexandre, vista por la crítica como un breve manifiesto poético de la escuela. La tomo del Panorama crítico... de Isabel Uría (2000: 30), adonde remito para la más cumplida explicación de todas sus implicaciones, y entre ellas el desmarque del mester de juglaría, que utilizaba versos irregulares.
Casi veinte años antes la misma Uría (1981: 187) había atinado a interpretar "fablar curso rimado por la quaderna vía, a sílabas contadas" como 'componer versos de ritmo acentual, isosilábicos, agrupados en cuadernas por una misma consonancia'. En ese mismo trabajo (1981: 183) observaba también que estos clérigos entendieron el contar las sílabas en el sentido más estricto posible, como igual número de sílabas fonológicas, para lo que se obligaban a la dialefa; no les bastaba la equivalencia en sílabas métricas que podría haber resultado de la aplicación de la sinalefa. De modo que se exigían versos isosilábicos, y no sólo isométricos. Rico (1985: 22) estableció en el antedicho artículo que la aversión a la sinalefa habría llegado a nuestros clérigos escolares como extensión de las normas más rigurosas de la prosodia latina, y recuerda que en la gramática más influyente en el tiempo de Berceo, el Doctrinale, de Alejandro de Villedieu, la sinalefa estaba tajantemente vetada. Además corroboró la idea de Uría (1981: 184-186), sobre la que ella volvería más tarde (1994), a propósito de los beneficios didácticos de la dialefa, que favorecía la correcta dicción del romance y el deslinde de palabras y de categorías gramaticales. Uría (1994: 1100) incluso llegó a postular que la obsesión por la dialefa creció entre los poetas del mester, porque si los latinos eludían la sinalefa rehuyendo los encuentros vocálicos, los castellanos "no evitaban el encuentro de vocales, sino que más bien lo buscaban intencional-mente". Tal afirmación captó mi interés, cuando revisaba los materiales que servían de apoyo a mi análisis, porque, de comprobarse, diríamos que los clérigos del XIII se habrían ido a un experimentalismo extremo. Alguien podría objetar que las palabras quedan mejor delimitadas si no hay encuentros vocálicos, pero la interpretación que de la dialefa sugirió Uría tiene sentido, porque se trataría de tomar conciencia de la lengua a través de una lectura necesariamente lenta y atenta, a través asimismo del extrañamiento y la dificultad, como quien practica la pronunciación con un trabalenguas. Que haya más encuentros vocálicos en castellano que en latín, como revela el recuento de Uría, es lógico, por la propia morfología de las lenguas. Pero para saber si existió en los clérigos tanto virtuosismo como para propiciar los encuentros de vocales que deberían pronunciarse separadamente, lo más pertinente, según mi parecer, sería comparar los versos en cuaderna vía con otros versos castellanos de la época. Y es lo que he ensayado en un cotejo de los cien versos iniciales y cien finales de los Milagros, del Cantar de Mio Cid , en tiradas de versos irregulares con predominio del hemistiquio de siete sílabas; y la Vida de Santa María Egipciaca, en pareados anisosilábicos con tendencia al eneasílabo.3 Como son medidas distintas, aunque no muy distantes en el caso de los Milagros y el Cantar, los resultados numéricos no pueden tomarse en términos absolutos, sino sólo relativos. Aun así, como se aprecia en la tabla que sigue, parece que el ensayo no confirma la impresión de Uría de que los clérigos buscaban el encuentro vocálico. Si acaso, lo contrario, y si una estadística exhaustiva de los poemas del XIII llegara a mostrar que quienes escribieron en cuaderna vía más bien redujeron el encuentro de vocales, eso sería más coherente con la práctica latina que perseguía la elegancia.
Pero la clerecía del mester es imperfecta; valdría decir, jugando con las palabras, la perfección del mester es imperfecta, porque para cumplir con la obligación que estos clérigos se au-toimpusieron de dar siempre siete sílabas, sin poder utilizar la alternancia entre sinalefa y diale-fa, tuvieron que recurrir a otros modos de ajuste que se aprovechaban de la vacilación y flexibilidad del castellano medieval, como explicó con claridad Ruffinatto (1974: 32-35). Fundamentalmente se trataba de la apócope, como en estos ejemplos: Illefonso de toda voluntat. (c. 59) Y de la aféresis, como en el que sigue, que muestra también otro recurso frecuente, el de la elisión o contracción:
Lo llamativo (y me parece raro que nadie antes lo haya puesto de relieve, por lo que yo sé) es que las mismas autoridades que aduce Rico para la prohibición de la sinalefa proscribían también la elisión, condenada ya por Ovidio. Cito a Rico (1985: 22): "Profesores y escoliastas explicaron el porqué de tamaña 'vileza': elisión y sinalefa mutilaban el lenguaje, vaciaban de significado a las palabras y, borrándoles los límites, se prestaban especialmente a la confusión". No sé si soy el primer desconcertado: ¿no habíamos quedado en que gracias a la dialefa se conseguía el deslinde de las palabras? Y resulta que para encajar en el molde del hemistiquio de siete sílabas el clérigo no se permite sinalefas, pero sí se permite elisiones y otras supresiones vocálicas, por mucha confusión que eso cree. Al reparar sobre esta paradoja, la de que el mester de clerecía castellano adoptara el hiato, pero no prohibiera la supresión de vocales, que quizá atenta más que la sinalefa contra la pulcra y plena pronunciación de las palabras, se me ocurrió comparar la frecuencia de las supresiones en los Milagros, en el Cantar de Mio Cid y en la Vida de Santa María Egipciaca, sobre la misma base que me había servido para contar los encuentros vocálicos. Y la lectura que podríamos hacer del ensayo es que quizá Berceo usó menos de apócopes,4 aféresis y elisiones que otros poetas de su tiempo, y esto sería así sobre todo en términos relativos, porque la cuaderna vía imponía una necesidad de ajustes métricos que no había en los versos irregulares; en consecuencia lo esperable sería una frecuencia más alta de tales recursos, y no similar o incluso más baja. De confirmarse esta tendencia en un análisis exhaustivo, tendríamos que la cuaderna vía castellana sería un pálido reflejo de los principios latinos de evitar los encuentros y las supresiones vocálicas. Pero con esto nuestros poetas no llegaron a comprometerse por entero, como sí parece que lo hicieron con el isosilabismo, medido además con dialefa.
2. La fe de los editores
Todos los casos vistos hasta ahora lo son de dialefas correctas en los manuscritos, o al menos en el manuscrito I(barreta), que utilizamos como testimonio base, por tratarse del más fiable. Y lo mismo digo de las muestras de ajuste mediante apócope, aféresis y elisión. La inmensa mayoría de los hemistiquios no presentan al editor ningún problema, como veíamos en la tabla. Las dudas surgen al enfrentarnos a ese 1,88 % de hemistiquios que, según el sistema, están corrompidos, porque no se ajustan al heptasílabo y a la dialefa. No comparto el escrúpulo de quienes defienden que los editores nunca debemos enmendar las lecciones de los manuscritos. Creo más bien que, puesto que ni la copia más fiable carece de errores, el fin último del editor es restaurar el texto original enmendándolos. Los datos de las correcciones necesarias en los Milagros de Nuestra Señora son los siguientes:
Para restaurar el texto original, el editor recurre al usus scribendi del autor, tanto en lo que se refiere a los principios sistemáticos como a las fórmulas de ajuste. En este caso, si el editor se debe a la coherencia del sistema, tiene que llevar al extremo el principio de la dialefa, y corregir incluso los hemistiquios que serían correctos si los leyésemos haciendo sinalefa. Antes ya vimos muestras de dialefas correctas; veamos ahora ejemplos de los otros tipos que figuran en la tabla, para que la casuística de la intervención de los editores pueda entenderse mejor. Dialefas salvadas mediante corrección. La corrección más frecuente, y también más segura, es sustituir la terminación en -ía (bisílaba) por su variante más frecuente en -ié (monosílaba) cuando no se trata de la primera persona del singular en las formas del condicional y del imperfecto de indicativo de los verbos de segunda y tercera conjugación (véase Baños 1997: 204).
En los tres casos el ms. I da la forma en -ía, que en cuanto a la métrica sería también posible si leyéramos con sinalefa. Otro ejemplo claro de una corrección obligada sólo por la dialefa, y contra la coincidencia de los tres mss. (I, M y F), que leen "obispo". La enmienda la lograríamos fácilmente mediante la aféresis atestiguada más arriba:
Sin encuentro vocálico en los mss. Como el tema en el que nos hemos centrado es la dialefa, nos interesan menos los casos en los que la corrección impuesta por la métrica no afecta a los encuentros vocálicos, como en el ejemplo siguiente. Tal como lo transmiten los mss. (I y M), es, para variar respecto a lo visto hasta ahora, una muestra de hipometría, puesto que en ellos se lee "por boca":
Dialefas eliminadas por la corrección. En este apartado podríamos ver, como muestra, un caso de apócope, porque en los mss. dice "Ende" (I y M) o "Dende" (F):
Y otro de aféresis. Donde los mss. leen "eglesia" (I y M) o "iglesia" (F), debemos suprimir la primera vocal, y por tanto deshacemos el encuentro vocálico, como en el caso anterior:
Ajustes equivalentes a la sinalefa. Son estos los casos más interesantes, porque me han hecho replantearme si no podría estar en lo cierto Staaf cuando proponía que podían existir sinalefas excepcionales, en condiciones muy específicas, entre vocales iguales en posición átona, decía él. Y es que los Milagros nos muestran once casos en que los ajustes determinan una lectura que por fonética sintáctica es equivalente a la sinalefa. Reproduzco aquí los que cumplen los requisitos de Staaf, de modo que prescindo de 138a y 575d, donde una de las vocales es tónica:
Algún crítico podría objetar que estas correcciones no son satisfactorias, porque si no las leemos y sólo las oímos las percibimos como sinalefas. Es cierto que en algunos casos podríamos encontrar otras enmiendas que no equivaliesen fonéticamente a sinalefas, como por ejemplo eliminar la conjunción "e" en los versos 524b y 584d, pero son intervenciones más violentas sobre la lección de los manuscritos, y quedaría en pie el resto de los casos para los que no se nos ocurre ninguna otra corrección. Antes bien, la demostración de que estas enmiendas no son ajenas al usus scribendi del autor son las muchas apócopes que suenan a sinalefas atestiguadas en los manuscritos.5 Además, en apoyo de que Berceo sí pudo llegar en ocasiones a estos resultados equivalentes fonéticamente a las sinalefas, están las elisiones o contracciones bien documentadas en los testimonios. En este mismo poema nos encontramos con: d'ella y sus variantes, ant'ella, d'estos y sus variantes, d'esso, ant'el, contra'l, hasta'l,pora'l, d'omne, sobre'l, d'aquende, d'ora, l'otra, d'aquel. Estos casos de apócopes y elisiones prueban que a Berceo no le repugnaban ni siquiera las supresiones vocálicas que pudieran sonar como sinalefas. Muestran también que en su autógrafo tales supresiones vocálicas estarían convenientemente reflejadas, y por tanto tiene sentido que el editor actual intente restaurar el texto. El problema es que a veces cabe más de una solución, lo cual puede incomodar tanto al editor como el que no haya una sola corrección clara; ahí aparece la tentación de dejar las letras tal como están en los manuscritos y confiar el ritmo al lector, como puede que hicera ocasionalmente el propio Berceo, y entonces el intérprete optaría por una excepcional sinalefa o por realizaciones alternativas. Veamos:
René Pellen (1998-1999) a propósito de los Milagros y José María Micó (2008) al hablar sobre "La tolerancia rítmica del Libro de Buen Amor" han sabido explicar brillantemente que la variabilidad de la lengua y del texto medieval se manifestaba también en que no siempre se correspondía lo escrito con su realización fonética. Hay, evidentemente, una gran distancia entre el rigor de Berceo y la flexibilidad del Arcipreste, pero no podemos descartar que incluso el maestro Don Gonzalo, confiado en el ritmo constante del alejandrino y en el buen oído del recitador, de cuando en cuando se relajase y, advertida o inadvertidamente, dejase al intérprete la responsabilidad de salvar la medida de algún hemistiquio.6 Vienen aquí al caso aquellos versos de la segunda cuaderna del Libro de miseria de omne que parecen evocar los de la susodicha copla del Libro de Alexandre, y que expresan el requerimiento de saber silabear o "silabificar" bien (Uría 1981: 183):
Si desde la percepción del oyente, que sería la condición mayoritaria del receptor de estos poemas,7 no existe diferencia entre escuchar leer, en el último ejemplo de la serie, "ca en cosas de glesia" con aféresis, o "ca en cosas d'eglesia" con elisión, o "ca en cosas de eglesia" (que es como está en los mss.) con sinalefa, y así en todos los casos, quizá el problema de cómo escribirlo sea sólo un problema del editor actual. Hay otra importante consideración prosódica que apoya esta posibilidad: sólo el ritmo indicaba al lector cuándo tenía que leer "Gloriosa", con el hiato latino, o "Gloriosa", a la manera romance, porque, por lo que sabemos, no se utilizaba ningún signo diacrítico para indicar la diéresis:
No es sólo este ejemplo, que he elegido por ser el más frecuente en los Milagros como muestra de variación en la pronunciación de una misma palabra según las necesidades métricas, sino que Dutton (1967) ya observó este fenómeno -que frecuentemente, aunque no siempre, era una opción entre la pronunciación latina o la romance- como característico de la lengua de Berceo y de los clérigos del XIII. Otro ejemplo que es sin duda un problema para el editor, pero quizá no lo fuera para el lector del siglo XIII, absolutamente imbuido del ritmo del alejandrino, es la voz iudezno, que aparece así tres veces en los tres manuscritos. Si se considera trisílabo, los tres hemistiquios resultan hi-pométricos, motivo por el cual propuse en mi edición hacer un hiato a la latina, solución que me parece más plausible que inventar variantes como *judiezno (Dutton 1980) o *judeezno (véase Baños 1997: 216-217). Aunque Bayo y Michael (2006: 195-196) afirman que no les parece aceptable mi opción de la diéresis y discuten en nota diversas posibilidades, como la de que se llegara a leer *iudeuezno, que tampoco está documentado, lo cierto es que en el texto dejan iu-dezno, que debe leerse como tetrasílabo para obtener la medida del hemistiquio:
Tales dudas son nuestras; muy probablemente el lector del XIII sabía cómo sacar a la palabra las cuatro sílabas que necesitaba, aunque la grafía no señalara la diéresis ni dispusiera ninguna otra indicación especial. Pero es que, a diferencia de lo que ocurría en la Edad Media, en nuestra recepción de la literatura pesa mucho más la letra que la voz, y así resulta lógico que los editores, en el papel de intérpretes actuales, aunque ahora sea sea por escrito, queramos ofrecer una lectura bien acabada a nuestro público. No deja de llamar la atención que en la última edición crítica publicada, la de Bayo y Michael (2006), se confíe el ritmo al lector, puesto que no utilizan el signo de diéresis. Y si esta obsesión por fijar por escrito el cien por cien de los hemistiquios con siete sílabas es más nuestra (aunque no de todos, según parece) que de los autores y copistas medievales, deberíamos pasar a considerar que llevar al extremo del absoluto la proscripción de la sinalefa quizá sea excederse; y si cabe la más mínima posibilidad de que Staaf estuviera en lo cierto y debiéramos admitir algunas sinalefas excepcionales entre vocales iguales en posición átona, podríamos dejar sin corregir un hemistiquio como éste:
Dado que han de ser siete sílabas, y puesto que aquí parece que no cabe elisión, la solución vendrá determinada por lo que nos importe más: los manuscritos o la prohibición de la sinalefa. ¿Qué merece más credibilidad, la escritura conservada en más de una copia o la fe en la dialefa llevada al extremo del cien por cien? Quizá los editores actuales estemos siendo en este punto más estrictos que quienes estudiaron y defendieron el principio de la dialefa. Traigamos como muestra una cita de Arnold (1936: 158): "To this we have added that the poet has consistently avoided synalepha when apocope is possible, and that the adherents of the theory of exceptional synalepha have but weakly supported their position with examples". Pero aquí sí que acabamos de ver un ejemplo en que la apócope no es posible, ni la aféresis, ni la contracción, y la única supresión viable afecta a una palabra entera. Es más: el propio Arnold aduce un ejemplo del Duelo para el que no ve solución clara, si se trata de evitar la sinalefa.8 Quizá la obsesión por cuadrar en el cien por cien la prohibición de la sinalefa sea sólo nuestra, y no de ellos. Y creo que puede percibirse que mi conclusión no es una propuesta cerrada, sino la tímida expresión de una duda. Parece que fueron inflexibles en la medida del alejandrino, tal como declararon en la segunda copla del Libro de Alexandre, pero en otros aspectos se mostraron más dúctiles y cercanos a los usos de la lengua vulgar. Así, no tuvieron empacho en recurrir a las elisiones, que para los gramáticos estaban tan mal vistas como la sinalefa, ni en aprovecharse de la libertad que en todos los planos concedía el estadio vacilante del castellano, y puede que incluso dejasen algún hemistiquio abierto a diversas soluciones y por tanto confiado a la competencia y resolución de cada intérprete. De modo que, si como afirma Rico (1985: 23) "la dialefa separaba, a la vez que sílabas, mentalidades y culturas", habría que matizar que esa separación no llegó a divorcio o aislamiento, porque no fue más que el toque de distinción de unos poemas que después de todo estaban compuestos en la lengua del pueblo. Las aparentes contradicciones formales muestran una vez más la dualidad del mester de clerecía: para desmarcarse del mester de juglaría e identificarse como maestros imbuidos de la poética latina era suficiente contar las sílabas, y evitar (no necesariamente siempre) la sinalefa, pero para lograr una cierta fluidez a pesar de tales restricciones, usaron los procedimientos propios del castellano. Como centauro o híbrido, en sus múltiples dualidades el resultado es un engendro antinatural, y además inmaduro, como enseguida mostrará el abandono de la dialefa sistemática.9 Pero es también sin duda un producto eficaz y llamativo, precisamente porque las marcas de distinción latinas no llegan a deformar la lengua del pueblo. El rigor en la métrica y la fe en la dialefa (que quizá está obligando más a los editores que lo que obligó a los poetas) llevaron a un resultado único en la poesía española y extremo en la románica. Y esa invención, como a los oyentes del XIII, nos sigue admirando y desconcertando, y sigue haciéndonos dudar.
Bibliografía
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NOTAS 1 Los poemas que cumplen esta rigurosa exigencia métrica son los que Uría (2000, p. 55) identifica con lo que ella considera la escuela del mester de clerecía: Libro de Alexandre, obras de Berceo (se han conservado nueve poemas extensos y dos himnos), Libro de Apolonio y Poema de Fernán González. Pero hay al menos otros tantos poemas castellanos en cuaderna vía. Para la nómina completa, véase Gómez Moreno (1988, pp. 79-82). 2 González-Blanco (2008a, p. 523; y 2008c) muestra que en el origen de la cuarteta monorrima no sólo está la poesía goliardica, sino también los himnos litúrgicos. 3 En el caso de la Vida de Santa María Egipciaca el recuento lo he realizado sobre la edición paleo-gráfica que ofrece Manuel Alvar, porque la edición crítica que presenta en el mismo volumen incorpora correcciones innecesarias, a mi modo de ver, dado que los versos son irregulares. 4 Según Pellen (1998-1999, pp. 35-40), Berceo prefiere las formas plenas a las apocopadas. 5 En la mayoría de estos casos, además, encontramos que el ms. I ofrece la forma apocopada y F la plena, extremo que puede comprobarse en el apartado de variantes (adiáforas y errores) de mi edición (Baños, 1997): dulz e sabrido (15a'), feramient embevido (101b'), est enterramiento (105a'), yaz el (106d), fuert estordido (178b'), fuert e tan villano (229b'), Laurent el (240b), delant ella (321a), faz en (352c'), semejant e calaña (352d'), grand e fiero (362b), diz el (405b'), dolient e querellosa (416a'), muert e dolor (453b'), ovist en ella (458d), ond estavan (580c), yoguist en (609d'), end escripto (617d), largament e sin tiento (629a'). 6. Entre los ejemplos que Pellen (1998-1999, p. 44) elige para explicar que la grafía y la pronunciación pueden discordar, aduce algunos de los vistos arriba: vv. 184b, 560b y 680a. Por otro lado, son muy estimables observaciones de Micó como las siguientes: "Con independencia de la discusión en torno a lo que debe editarse, es evidente que la realización oral de ese verso tuvo poco que ver con su presentación gráfica, y que el juglar podía echar mano, profesional o instintivamente, de una suma de soluciones" (2008, p. 53); además: "Aunque la concreción ortográfica de una palabra sea siempre la misma, su realización oral no coincide siempre con ella" (2008, p. 56). Descarto, en cambio, que en una construcción como apareziol a un clérigo (105c) Berceo pudiese considerar aun "como un vocablo" único, tal como propone Bayo (2003, p. 71), por mucho que en el manuscrito I ambas palabras estén unidas, porque ello iría contra la comprensión y competencia lingüísticas del autor. 7 Sobre el cruce entre oralidad y escritura en el mester de clerecía, véase Grande Quejigo (2004). 8 Arnold (1936, pp. 143-144): "For vinagre^e amargura (D. 100b) I have no correction except perhaps to drop the conjunction". 9 Duffell (2007, p. 88) opina: "Cuaderna vía's adoption of an outdated Latin convention [hiatus] for dealing with adjacent vowels is probably another piece of evidence that counting Castilian syllables was a new and speculative venture".
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