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La literatura más antigua sobre los hechos de los mártires se ofrece a la crítica en las formas fundamentales o géneros: Acta, Passiones, Gesta, Exhotationes, Apologiae y Miracula. Cada una tiene sus reglas y estiló especiales. Desde las más antiguas, Acta y Passiones, ceñidas apretadamente a los hechos y que merecen entera fe, hasta los Miracula, que son las más recientes y el modelo más tenido en cuenta por las leyendas medioevales sobre los santos. Aquí, como en la épica, las narraciones más antiguas son las que se atienen más a lo real y vienen, después, las amplificaciones, prosificaciones y derivados que, a! alejarse más y más de la verdad, van creando el halo legendario e imaginativo de los héroes. Acta y Passiones, sobre todo las primeras, sean o no auténticas, encajan en el estilo de diálogo escueto, estenográfico, que tiene lugar entre el mártir y los jueces (nota.- Vid. Acta proconsularía Scilitanórum, Carpí, Papyli, Agothonices, Cypríani, Dionysii Alex. y Pitra, L.—Btudes sur la collection des actes des saints. París 1850.).
Las actas son sobrios extractos de información, en estilo de apasionante dramatismo, sobrio y directo en sus preguntas y respuestas. Las Passiones y Gesta sé mantienen todavía en la misma línea sobria, pero constituyen la primera amplificación, al añadir al interrogatorio la narración y descripción de los relieves del lado heroico del martirio. Los últimos tres géneros, Exhortationes, Apologiae y Miracula tienen por objeto la defensa oratoria, la advertencia moral con sus mil esquemas alegóricos, y la narración de sucesos prodigiosos relacionados con el martirio, que han de constituir el molde del género literacario medioeval «Milagro», tanto en relación con los santos como con Nuestra Señora (nota.- Manitius, M- - Geschichte des christlich - lateinischen Poesíe. Stuttgart 1891.).
En el siglo IV, tras la paz dada a la Iglesia por Constantino, los cristianos, ya en seguro, constituyen los cánones de las leyendas martiriales, como también erigen basílicas e iglesias en los lugares de la muerte o sepultura de los que consiguieron palma (nota.- De Rossi, I. R.—Inscriptiones christianae urbis Romae. Roma 1885.), redactan inscripciones funerarias (nota.- Ihm, M. —Damasi epigrammata, Leipzig 1895. ), donde se aplican las viejas reglas a los nuevos temas, y componen himnos, que derivan y, a su vez, reelaboran los estados a que habían llegado las historias tras el acarreo oral y refundiciones, durante siglo y medio.
Prudencio es el más grande escritor de himnos a los mártires, pero los suyos no estaban pensados siempre, en primer término, para el canto en las Iglesias. Ni el estilo ni la métrica autorizan este propósito. El himno de Prudencio es literario, no docente como los de San Hilario de Poitiers y de San Ambrosio, en la Iglesia occidental y los de San Gregorio de Naziancio, en la Iglesia griega. Pero un propósito artístico, como es el de nuestro poeta, no opera en el vacío. Se encuentra inscrito en una tradición literaria, que es, en este caso, la de la gran poesía lírica latina. Entre los poetas paganos de su tiempo, había las tendencias más diversas. Por ejemplo, Claudiano, al que imita, tanto, Prudencio, en el Peristephanon —probablemente para demostrar su capacidad para las altas formas-remeda la poesía clásica de moldes más rigurosos, la virgiliana y horaciana. En cambio, Ausonio gusta de coquetear con la más variada y rica polimetría, que recuerda la de los cómicos.
En la misma poesía lírica cristiana tenía, ante sí, Prudencio, los ejemplos de Hilario de Poitiers y de San Ambrosio de Milán, que habían introducido en la Iglesia latina el himno de la Iglesia griega, en sus formas más populares de trímetros y dímetros yámbicos. Al margen de lo literario, pero seguidos de gran popularidad, quedaban los ensayos de poesía fundada en el acento —o rítmica—, y no en la cantidad —o métrica — de San Gregorio Nazianceno, Commodiano de Gaza y del propio San Agustín (nota.- Delavigne, M. - De lyrica apud Prudentíum poesi; Sixt, G.— Die lyríschen Gedichte des Prudentius. Stuttgart, 1889.).
La poesía de los himnos del Cathemerinon está claramente inspirada en la de los de San Ambrosio. Son himnos hechos para el canto coral, con fines didácticos, para los fieles de las Iglesias, pero manteniéndose en el plano literario, sin ceder a la poesía acentual, en la disposición monótona de metros frecuentes y populares de base yámbica.
Los del Peristephanon plantean más hondos problemas y sugieren más ambiciosas pretensiones. En este libro, Prudencio pone lado a lado el himno popular, de carácter litúrgico, de base yámbica, y el himno de desenvolvimiento más sabio, más clásico, que recuerda las estrofas horacianas, y, más exactamente aún, los versos horacianos decorados en la infancia escolar. La inspiración material proviene de los «tituli», —también transcripción al Cristianismo del viejo epitafio—, del papa español Dámaso. En el Praefatio del Peristephanon, el viejo esquema de Horacio da como resultado una estrofa compuesta de un glicónico, un asclepiadeo mayor y otro menor. También de proveniencia horaciana son el asclepiadeo primero, adaptado en el himno V del Cathemerínon, el trímetro yámbico en el sexto, el arquiloquio IV en los himnos XII y XIII del Peristephanon y el endecasílabo alcaico, en el XIV (nota.- Breidt, H. — De Aurelio Prudentio Crem. Horatii imitatore; Léase, E. B.—A syntactic, stylistic, and metrical study of Prudentius. Baltimore, 1895).
La imitación de Horacio no es, sin embargo, mecánica, como la que Claudiano hace de los versos virgilianos, —lo que convierte los suyos en un pastiche, según decía A. Meillet—, sino dándose cuenta de la concreta situación de su época, embotada por una serie de circunstancias para los primores del gran lirismo. Nuestro poeta, como observó Puech, si bien utiliza los escolásticos y queridos versos horacianos, guarda su libertad en la calidad y composición de las estrofas. Lo que, añado yo, es una manifestación típica del síndrome artístico del tiempo y de la insinceridad radical de estos ensayos. En efecto, no son caprichosas las combinaciones estróficas de Horacio, sino la cosecha bien granada de una serie de tanteos, de idas y venidas de la tradición literaria, que se remontan hasta la poesía griega, transferida a través de los poetas alejandrinos y sus imitadores romanos como Catulo. Prudencio ve en la disposición de la estrofa lírica del siglo de Augusto una forma más entre otras igualmente posibles. El oído ha perdido sensibilidad para todo lo que no sea mecánico. Claro es que, en parte, comenzaba a pasar lo mismo, en el siglo I después de Cristo, para el Séneca autor de tragedias.
En la vertiente de lo popular utiliza trucos métrico-simbólicos, de carácter docente. Según el parecer de Ebert (nota.- Eber, A.-Allgemeine Geschichte der Literatur des Mittelalters.), si utilizó, en el himno IV del Cathemerinon, una estrofa de tres versos, fué por tratarse de la Trinidad; en el VI del Peristephanon, por cantar a tres mártires; y, en el primero del mismo libro, se sirvió de los septenarios trocaicos por ser el metro propio del paso de los legionarios. En general utiliza los metros populares ya aludidos, trímetros y dímetros yámbicos, de número fijo de sílabas, con bastante corrección prosódica.
«Hymnus in honorem passionis Laurentii beatíssimi martyris» es el segundo de la colección llamada Peristephanon, No hay en este libro una unidad que sostenga apretadas como las varillas de un abanico las piezas que lo componen. Es una colectánea de himnos muy diferentes entre sí, de diverso origen y compuestos probablemente con distancias de tiempo considerables entre ellos, por lo menos entre los himnos hispánicos y los romanos. No es posible establecer para todos una misma manera de información y método de trabajo. En general, lo que encuentra Prudencio es, de un lado, escasos y breves documentos y, del otro, una tradición viva de recuerdos en torno a los lugares y próximos a las tumbas. La significación de su obra es tal que influye y reactúa sobre esas tradiciones, hacia una unificación para su diversidad y prestándolas un sello, en muchos casos, canónico.
Lorenzo, el diácono romano, —ya veremos que la tradición que hace a Lorenzo español, y de Huesca, es tardía, posterior al siglo VI, de la época de las Passiones amplificadoras—, discípulo de Sixto II, padeció martirio durante la persecución de Valeriano, sobre el 258, tres días después de la muerte del Pontífice y maestro.
Los documentos anteriores a Prudencio son dos epigramas de Dámaso, gran admirador del mártir romano, al que consagró la basílica edificada en su honor cerca del teatro de Pompeyo (nota.- Rossi, I. B. ob. cit.). Uno de ellos está escrito sobre el altar de la basílica dedicada al mártir in agro Verano, en la Via Tiburtina, en el cual no se hace referencia a la parrilla sino solamente a las «flammas» del suplicio:
El otro, más breve, sobre el arco mayor de la Iglesia de San Lorenzo in Dámaso o in prasino:
Un tercer epigrama más amplio y docente fué, también, atribuido a Dámaso, pero probablemente no es suyo:
San Ambrosio de Milán, en De Officiis ministrorum, se hace ya eco de los tres elementos capitales de la leyenda de Lorenzo, tal como quedó finamente constituida en el Perifephanon, a saber: alocución de Sixto, exhibición orgullosa de los tesoros de la Iglesia y tormento e ironía desde la parrilla. Probablemente este texto influyó en Prudencio. Dice el Arzobispo de Milán: «tale aurum sanctus mártyr Laurentius Domino reservavit». Y después, a propósito de la exposición de tesoros, aquella otra frase que ha recordado a algunos la narración que hace Livio a propósito de la famosa madre de los Gracos: «Hi sunt thesauri ecclesiae». Allí, también, la ironía que derrama, sobre el tremendo episodio, la frase de cocina: «assum est, versa et manduca». Y por fin, la alegoría de índole característicamente cristiana, de abolengo bíblico, en la que la fuerza del ánimo aparece actuando físicamente: «animi virtute vincebat ignis naturam».
San Agustín, también, recuerda en los Sermones 302, 303, 304 y 305 la historia de Lorenzo. Recoge la vieja frase de Tertuliano, orgullosa frente al futuro, que dice que la muerte del mártir es semilla de nuevos mártires. Dice Agustín «granum morte multiplicatum». Ahonda en el carácter simbólico del tormento y en cómo la fe y la caridad del mártir templan el rigor del fuego, al que Lorenzo se muestra indiferente como un sabio estoico «oppositos extrinsecus ignes non timeret, nisi intus flamma charitatis arderet».
El pontífice León el Grande, en su narración en prosa, se muestra muy influido por Prudencio y atiende principalmente a lo narrativo. Máximo de Turín, en sermones y homilías, aprovecha la historia de Prudencio por el lado simbólico. Las llamas reales del suplicio son los resplandores de la gloria. Sin trabajo no se conquista palma, «transire per ignem et aquam», vieja frase del Antiguo Testamento. Insensibilidad del cristiano ante el fuego de este mundo, «ubi cor ardet, flammam membra non sentiunt». AI final, como en unos ejercicios espirituales, se ponen en parangón los tormentos del siglo y los eternos: «quis nolit ad horam sustinere tormentum Laurentii ut aeternum gehennae non patiatur incendium?».
Noticias coincidentes encontramos en las narraciones en prosa de Gregorio I, Gregorio de Tours, Pedro Crisólogo y en los martirologios de Adon, Fronton, Usuardo y Wandelberto. Antes del siglo VI, la historia de Prudencio se ha hecho universal y se le levantan templos en Ravenna, Norcía, Tivoli, Milán, Campania, Francia, Bohemia, Hungría y Constantinopla.
A partir del siglo VI, comienzan las amplificaciones y desviaciones en Apologiae y Miracula y en las obras líricas como himnos y secuencias. Son los herederos de Prudencio en cuanto a estilo y lirismo, pero encajados ya en la Alta Edad Media, con la manera peculiar de mirar la Antigüedad que tiene esta enciclopedista y acrítica época, como más tarde veremos a propósito del segundo núcleo de nuestro trabajo, el Martirio de Berceo. En efecto, como muy bien dijo María Rosa Lida, en su trabajo sobre Fray Antonio de Guevara, (Revista de Filología Hispánica, tomo VII, 1945, páginas 346-388), los hombres medioevales no se mantienen con la mínima e indispensable distancia ante la Cultura Antigua. Ignoran el valor decisivo con que el tiempo moviliza la intención de los hombres y sus saberes. La literatura antigua es para el medioeval, es decir, para el hombre cristiano, que apoyado en la Teología ve como una unidad el género humano, un repertorio de saberes, de frases y de obras, utilizables bajo el signo teológico y moral. Frente a la eterna unidad de intención moral del cristiano medioeval no son nada las diferencias históricas. Por eso, la Edad Media no ve en el Mundo Antiguo algo distinto de si mismo, sino un episodio de la historia del hombre sobre la tierra, gobernada por la Providencia. También, por eso mismo, no puede haber hasta el Renacimiento un conocimiento de la Antigüedad en sí y desinteresado; lo que hay es solamente una curiosidad de espigar aquí y allá lo utilizable para fines morales. Esa es la causa de que autores como el Dante, Petrarca y Boccacio sean estimados más que por las semillas de sus obras en vulgar, verdaderos botones vivificantes de saber moderno, por sus obras latinas que miran hacia lo eterno y unitario. No es un azar que los nombres antiguos se pierdan y confundan en antologías y florilegios de tipo moralizador. Ante esa intención, nada son ni significan los ilustres e individualísimos nombres de las letras paganas.
Venancio Fortunato, en sus Carmina, recoge la leyenda en sus rasgos ya señalados:
Flodoardo, De Christi Triumphis apud Italiam, nos cuenta:
La parrilla ha entrado ya en la circulación universal de la leyenda. En los Versus «De sancto Laurentio», de Marbodo, obispo de Rennes, el Valeriano de la persecución se convierte en Decio, tal como en las hagiografías medioevales:
Y no falta la impresionante exposición didáctica de los pobres y miserables de la tierra más valiosos que las piedras preciosas:
Y la ironía moralizante:
El Rythmus de Guillermo de Massenego se asemeja intensamente a la «scriptura» que debió leer Berceo:
Analogías todavía más próximas con el texto de Prudencio mantienen las Passiones en prosa, de las que se conservan cinco, algunas de ellas inéditas, hechas para instruir ajos lectores sobre la vida y vicisitudes de! mártir. Añaden a la narración un encanto variado y novelesco, plenamente medioeval ya. A estas se pueden añadir dos muy importantes para nosotros, una que dice «levita natione Hispanus a beato Sixto papa Romam deductus» y otra que se titula «legenda caesaraugustana» y que igualmente señala a España como patria del diácono (Catal. París). La Adonis Passio guarda intensa relación con el Martirio de Berceo. Allí se nos dice que Lorenzo era «hispanus, eruditus ac nutritus Romae», que antes de caer en manos del Prefecto vivía en el monte Celio, cerca de la casa de la viuda Ciriaca, donde estaban escondidos muchos cristianos y que por la persecución, pasó al «vicus Canarius» cerca de Narciso, junto a otra comunidad de fieles, a los que prestaba humildes servicios y dispensaba limosnas. (Estos humildes servicios se convierten monótonamente en Berceo en lavatorios de pies, sin duda por los recuerdos evangélicos).
Anécdotas semejantes se leen en las leyendas de origen español y en los hagiógrafos posteriores tales como la enciclopedia Speculum Historíale de Vicente de Beauvais, en la Legenda Áurea de Jacobo de Vorágine. La Gesta romanorum hace referencia al nacimiento hispano de Lorenzo. El género «Miracula», con tan amplio desenvolvimiento en la Baja Edad Media, con difusos detalles, y en base de Venancio Fortunato y Gregorio de Tours, narra los prodigios ocurridos por obra del mártir. Tales los de Ludovico el Viejo, Reiner, Abad Berengario, Monje Juan, Abad Otón del Monasterio de Lieja (a donde habían sido transportadas reliquias) y Pedro Calo. De estos documentos derivan después las narraciones maravillosas, con las que se enriquecen las biografías ascéticas de las lenguas modernas.
Otro retoño de la herencia de Prudencio son las secuencias e himnos líricos. Naturalmente una parte de la lírica del Peristephanon fué acogida en el rito mozárabe y en muchas provincias de España, (vid. Hymnodia hispánica de F. Arévalo).
En Francia e Italia :
Más eficaz recuerdo de los hechos se encuentra en la secuencia atribuida a la escuela de Notkero :
En una secuencia de Adam de San Víctor encontramos juegos etimológicos sobre el nombre de Lorenzo, juegos a los que era tan dada la Edad Media y que constituyen un elemento poético :
Hay otras, también ingeniosas, sobre los conceptos etimológicos de agón praelium y sobre todo laurea certaminis, por ejemplo :
La poesía del himno de Prudencio, de tipo cuantitativo y dentro de la tradición clásica transmitida a través de la corriente de la Alta Edad Media, concluye en estos hilillos de las secuencias medioevales, hermanas en el tiempo, en la técnica acentual y silábica del Tantum ergo o del Pange lingua. Vamos a considerar brevemente los principales lugares del himno a San Lorenzo, escrito por nuestro poeta, que habían de ser núcleos principales de la copiosísima descendencia. La descripción del Prefecto de Roma, que interroga a Lorenzo se hace en estas palabras :
El prefecto conduce el interrogatorio no de modo violento, sino con voz y maneras suaves para captar la voluntad de Lorenzo y, a través de ella, los dineros de la iglesia :
El prefecto como que pone la mano en el hombro a Lorenzo y le ruega que sea buen muchacho para no tener que acudir a la máquina cruel de convicción. Otro lugar decisivo es el de la despedida del Pontífice y maestro Sixto, que a tantos recuerda el episodio de aquellos ejemplares amigos Orestes y Pílades, empeñados en sustituirse mutuamente en el sacrificio :
Más adelante tiene lugar la famosísima escena de exposición de los pobres, de los miserables, tullidos y precitos del mundo, como joyas, vasos y piedras preciosas de cegadora luz:
A continuación el poeta habla simbólicamente de cómo son estas riquezas seguras, sin riesgo alguno, en contraposición con las de la tierra, sujetas a ladrones y a la ruina. Y después, la descripción con ellas del collar de la iglesia :
Y por fin el celebérrimo episodio de la parrilla, que acompaña al diácono en la iconografía, y con la misma popularidad que la calabaza a San Roque : Lorenzo hace mención al Vulcano, dios de la fragua, con el adjetivo tuus, haciéndole sentir al prefecto el peso del ridículo. La invitación a probar de la carne asada, para ver si está en punto expresa el desprecio que el varón cristiano tiene por el dolor y la muerte :
En el Martirio de San Laurençio, de Berceo, encontramos el último: eslabón a considerar en la cadena tradicional que se estudia en este trabajo. Desgraciadamente, en los códices de las obras del poeta riojano que se conservan en el Monasterio de San Millán, ambos faltos de hojas al final, se nos ofrece incompleta la obra. El Martirio es presentado por el poeta como asunto del Mester de clerecía. Nada de extraordinario hay, al tratarse de la biografía de un santo. La larga tradición del tema está representada para Berceo en la «Leyenda» o «Scriptura» que, como es costumbre, está redactada en latín. Pudo ser cualquiera hagiografía medioeval de origen español, compuesta en latín o las enciclopedias clásicas Speculum historiale, Legenda áurea o Gesta romanorum. En todo caso, la «scriptura» proviene de las passiones posteriores al siglo VI, en donde se atribuye a Lorenzo la nacionalidad española y se le pone en relación con el obispo de Huesca, San Valerio. Ya sabemos a qué atenernos sobre la actitud que la Edad Media toma ante los autores antiguos y mucho más ante los escritores cristianos. La estrofa primera de Berceo, de carácter introductivo, es similar a la del comienzo de la Vida de Santo Domingo de Silos:
La introducción del Martirio es más breve, pero la decisión juglaresca divulgadora es la misma. Frases como : «non daba una gallara por omne losengero», «recudioli el Papa que grant tuerto façie», «cuitáronse los moros que lo levaban preso», «dissoli sant Laurençio : todas fus amenazas—más sabrosas me saben que unas espinazas,—todos los tus privados, nin tu que me porfazas,— non me feches mas miedo que palombas torcazas», descubren una vez más el tono juglaresco del mester de Berceo. Menéndez Pidal observó el carácter extra castellano del Mester de clerecía, haciendo notar que el Libro de Aleixandre está escrito por un leonés, el de Apolonio, con acusados aragonesismos, y el propio Berceo, el que maneja una métrica más regular, es un riojano... Los rasgos juglarescos castellanos afluyen del hondón y se manifiestan aquí y allá como fuentecillas graciosas por la tierra, evidentemente solemne de esta maestría. Berceo se decide, como es costumbre, sin la menor crítica por la tradición española, que hace no solamente a Lorenzo español sino que le empareja con Vicente y a ambos coloca bajo la égida del famoso obispo Valerio de Huesca :
Como buen clérigo de maestría subraya que el Papa Sixto era griego y que llegó a la tiara a través de la filosofía dialéctica:
Como dice Leo Spitzer, la Edad Media es una época amplificadora. Al aludir la escritura al hecho de que Lorenzo, nacido en España, fué llevado, a Roma, Berceo amplifica en un diálogo pintoresco entre el Papa y el Obispo Valerio; el diálogo es conducido con réplicas y contrarréplicas que ocupan siete estrofas de las más ingenuas del poema de Berceo :
Es sabido que los anacronismos son característicos del arte medioeval. Los hay en el Alixandre, en el Apolonio, en Fernán González, etc. No se deben solamente a esta o aquella ignorancia, sino a la ingenua y reposada creencia de que el tiempo de Dios es siempre el mismo. Sólo entonces, cuando se piensa así, mejor cuando «se está» en el tiempo así, se produce una capilaridad a través de los muros cronológicos y se establece una concurrencia o fluir de personajes, cosas y lugares: don Aristótil, el duque Valeriano—prefecto de Roma—, los moros que llevan preso a Lorenzo, y esto mismo de la actitud recientisima hacia la desobediencia al Papa como una cosa del siglo III: Terminada la «disputa», ya tenemos a Lorenzo en Roma :
Entramos en el camino llano de la narración; Prudencio había dicho que Lorenzo era un levita de alto grado, que asistía al altar, sabedor de la lectura y del canto y hasta perito en derecho canónico, conjunto de cualidades todas que caracterizaban al clérigo culto de su tiempo, con sus ribetes abogadiles».
En una sola estrofa, Berceo nos pinta con colores suaves lomados de la dulce paleta de los Milagros de Nuestra Señora, el paisaje apacible entre dos persecuciones; pero basta la segunda mitad de la estrofa para hacer caer sobre las galas de la paz los rabiosos matices del invierno de la persecución, del mismo crudo invierno de los pecadores • de los. Milagros de Nuestra Señora. Para que no falte nada, es la rueda de la fortuna, tan medioeval, la que cambia la decoración.
Para la Edad Media, Nerón es el «malo» de la película del Mundo Antiguo. Y ello por tres razones principales; la primera, por desatar la primera persecución contra Ios cristianos; la segunda, por el escarmiento tremendo en el que hizo matar a su madre, esposa y privados; la tercera.—jno lo olvidemos!- por la muerte de Séneca, que es para la Edad Media el sabio y el santo que corresponde por escrito con San Pablo. Nos habla del emperador Decio, al que compara con la piedra de toque de maldad, que es Nerón. Ya sabemos que, entonces, cuando lo de Lorenzo, no regía el Imperio Decio, sino Valeriano, Es uno de tantos trastueques de las biografías tardías:
La fórmula introductiva «Amigos...» es juglaresca y no hace falta insistir en los pasajes correspondientes y variados de los Milagros de Nuestra Señora. La expresión «Valanos madre Sancta María» o «Válamo Nuestra Señora»... pertenece también al género Mirácula, cuando el desvalido está en premia o cuita. En la estrofa número 30, nos encontramos con una manifestación ajuglarada del género «exhortatio», introducida por la palabra «Amigos...; »
Y continúa el sermón, con todos los lugares comunes o «tópica» de la predicación medioeval:
Concluido el episodio de Sixto y su «exhortatio», volvemos al camino llano de Lorenzo, la investidura de tesorero o guardador, antecedente inevitable del principal momento didáctico y moralizador del Martyrio, a saber, la exposición de los pobres como tesoros del Cielo:
El poeta abre ahora un paréntesis para explicarnos cuál debe ser el fin de los tesoros de la Iglesia, asunto muy importante y presente en la memoria de los monjes de San Millán, y, en especial, para Berceo, que nos había contado la historia de Santo Domingo de Silos, aquel monje de hierro frente al rey de Navarra:
La copla 46 del Martyrio de Berceo tiene un cuarto verso construido por mitades en latín y castellano, procedimiento que encontramos en otras coplas de maestría, como en las delLibro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. En el Libro de Buen Amor, se trata de una parodia de las canciones litúrgicas aplicada a fines profanos, la recepción de don Amor en Toledo. En Berceo tal verso representa, en primer término, parodia del estilo de los sermones, cuando se citaba literalmente algún texto sagrado. La «scriptura» se manifiesta con ese carácter venerable al poeta riojano:
El poeta, más tarde, dibuja el carácter taumatúrgico de Lorenzo, que también tenía su lugar en el himno prudenciano:
Respecto a los prodigios obrados por su mano, ya nos hemos referido al de la viuda amiga de los cristianos y al de la casa de Narciso. A todos los que visita, Lorenzo lava humildemente los pies y entrega su ración de los tesoros :
El sujeto de éste milagro, de acuerdo con la técnica etimológica medioeval, no se llama por casualidad «Creencio». Es la personificación de la fe viva. El brevísimo diálogo prudenciano entre Lorenzo y Sixto, antes de ser arrastrado este último al suplicio, expresa la voluntad del diácono de morir junto a su maestro. Este episodio, en el Martyrío de Berceo, ocupa catorce coplas de gran maestría.
El plazo entre las dos muertes por Sixto profetizado de tres días queda convertido en cinco. La Edad Media ama los números impares, en especial tres, cinco y siete :
El texto de Prudencio : «post triduum me sequeris» ya era una amplificación del famoso del relato evangélico, cuando Cristo se refiere al buen ladrón. Prudencio lo amplía a tres días, porque Lorenzo y Sixto no mueren juntos. Y Berceo lo aumenta hasta cinco, porque Lorenzo hace más cosas, o mejor dicho, habla mucho más, que en el texto prudentino. El martirio se convierte, para el poeta medioeval, en un torneo a lo divino, en que el mártir, victorioso, logra tener el campo por suyo. Logra hacer un milagro y convertir al Cristianismo a un tal Luçillo, cuyo nombre es también un juego etimológico :
Este milagro sé asemeja profundamente a cualquiera de los Milagros de Nuestra Señora por su estatismo ingenuo, acronoIogía y atmósfera de suavidad delicada. Son de comentar las expresiones«O que lis farie carta quenon fuessen pecheros», característica del acronismo medioeval; el sentido de oración milagrosa o ensalmo, cuando le pide Luçillo a Lorenzo «alguna oración»; la tersura ingenua de la palabra «liviano». Volvemos al canto llano. Por fin Deçio reclama a Lorenzo :
Aquí interviene la figura de Hipólito convertido al Cristianismo por Lorenzo, según la tradición de las «Passiones». Hipólito padeció martirio con toda su familia y la Iglesia celebra su fiesta el frece de agosto. Es el mismo Hipólito al que Prudencio dedicó el himno once de su colección. Probablemente, para Berceo, se trata de una contaminación de ambos himnos, exactamente como al comienzo del martyrio de Lorenzo; recuerda tangencialmente a Vicente, motivo del himno quinto del Peristephanon:
Llegamos, por fin, a la exposición de los tesoros. Aquí Berceo, contra su costumbre, es breve, Lorenzo presenta a los pobres :
El poema concluye con la copla ciento cinco, que continúa el tono irónico de las palabras de Lorenzo a sus verdugos :
Como ya he dicho, el himno está incompleto y concluye aquí. Pero la reelaboración del tema de Lorenzo continúa en las letras españolas y de su popularidad da testimonio la devoción real con el Monasterio del Escorial, erigido por la victoria conseguida el día de nuestro santo. Por otra parte, el autor de himnos, P. Faustino Arévalo, en el siglo XVIII, recreó un himno sobre el de Prudencio más adecuado para el canto. La tradición mozárabe de la iglesia continuaba viva bien recientemente.
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