Jarra de cerámica común. Ver datos de catalogación y fotografía .

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EL NOMBRE DE LIBIA

 

 

Como se ha visto en el capítulo anterior, la identificación del conjunto arqueológico ubicado en el cerro del Piquillo y en la necrópolis de El Palo (Herramélluri) con la ciudad antigua a la que las fuentes literarias y epigráficas designan con el nombre de Libia -o con otras denominaciones parecidas- se asienta sobre bases muy sólidas. Pues, aunque es cierto que, desde una perspectiva estricta, esta reducción carece de una confirmación definitiva, la propuesta cumple a grandes rasgos con los dos requisitos fundamentales: a saber, que el nombre suministrado por las fuentes escritas -literarias, epigráficas o numismáticas- pueda ser vinculado de manera inequívoca y exclusiva con un yacimiento arqueológico preciso y que en él existan restos materiales que concuerden en categoría y datación con las noticias que suministran aquéllas. 57 La perduración del topónimo en la vecina localidad de Leiva, apenas a tres kilómetros de distancia, en donde no se conoce hasta la fecha ningún yacimiento de entidad urbana; las indicaciones en millas del «Itinerario de Antonino» (394, 2), substancialmente coincidentes con Herramélluri; y la presencia en el entorno de esta población de  vestigios notables con una cronología que va desde el siglo IV a. E. hasta el V d. E.58 son todos ellos argumentos que, en el estado actual de nuestros conocimientos, permiten sostener la identificación sobre una base consistente y precisar en términos geográficos las referencias más vagas de otros autores como Plinio el Viejo (NH III 24), que se limita a señalar su pertenencia al vasto distrito judicial dependiente de Caesaraugusta (Zaragoza) y, sobre todo, Ptolomeo (II 6,54) y el papa Hilario (epist. II), de las que se desprende la ubicación de la ciudad en esta comarca por su asociación con las localidades próximas de Tritium (Tricio) y Vareia (Varea), entre otras.

 

Menos unánimes se muestran estas fuentes a propósito de la grafía exacta del nombre. Los diversos manuscritos a través de los cuales se han transmitido aquéllas difieren tanto a este respecto que cada una lo registra de manera distinta: los códices de Plinio denominan a sus habitantes libienses, iubienses y uibienses (NH III 24), y los de la epístola de Hilario, liuenses (epist. II), mientras que la ciudad aparece en los del «Itinerario de Antonino» como lybia (394, 2) y en los de Ptolomeo, como όλίβα u όλίβαρ (I1 6,54).59 Tales variantes obedecen, sin duda, a la importancia sólo secundaria que la ciudad tenía en el contexto de la Hispania romana y a su desaparición en el curso de la Edad Media, circunstancias que motivarían que los amanuenses antiguos y medievales que copiaron estos códices no estuvieran familiarizados con su nombre y lo trascribieran mal o lo asimilaran a otros más habituales como el de Lybia, denominación con la que griegos y romanos conocían el norte de África.

 

De las tres lecturas conservadas en los manuscritos de Plinio el Viejo, los editores de la Naturalis Historia se decidieron por la variante Libienses, pese a estar registrada sólo en un manuscrito, el codex Florentinus Riccardianus del siglo XI, corregido después a partir de otros códices dependientes de una tradición anterior. Basaron su elección en el testimonio de una inscripción latina, hallada en la lejana localidad portuguesa de Idanha-a-Velha (Beira Baixa) y conservada en su lapidario, que menciona a un Arrenus Crescentis f(ilius)?, cuya ciudad de origen se expresa mediante el gentilicio Libiensis. 60 Aunque, desde luego, cabe la posibilidad de que este individuo procediera de la Libia de los Berones, lo cierto es que el nombre que ostenta, Arrenus, es más típico del occidente peninsular que del valle del Ebro, en donde, hasta el momento, no está atestiguado,61 por lo que este testimonio no puede darse por seguro. Más incierta todavía es la relación con Libia de otros epígrafes latinos,62 incluido, como luego se verá, el Bronce de Ascoli,63 salvo en el caso, quizá, de una inscripción extremeña en la que se menciona a un Semproni/us . Libie(n)[s(is)], que, si la segunda palabra está bien leída y completada -lo que no es del todo seguro-, podría llevar un nombre personal derivado del de la ciudad, con la que este individuo o, más probablemente, alguno de sus ancestros estaría vinculado.64

 

Pese a estas observaciones, la forma Libia resulta la más acertada para el topónimo, como se desprende del texto de un par de inscripciones en lengua celtibérica, concretamente dos téseras de hospitalidad de fecha (¿I a. E.?) y procedencia inciertas conservadas en la Real Academia de la Historia, en las que figura el adjetivo gentilicio libiaka, derivado según todos los indicios del nombre de la ciudad (fotos 6 a 9).65 Aunque estas piezas proceden posiblemente de una comarca bastante alejada de Herramélluri -suelen atribuirse a Fosos de Bayona (Cuenca)-,66 no hay inconveniente en admitir que se refieran a la Libia de los Berones, pues la Rioja queda comprendida plenamente en las regiones célticas de Hispania que practicaban los pactos de hospitalidad documentados por estas inscripciones y no existen testimonios en ellas de ninguna otra ciudad homónima -un fenómeno, no obstante, bastante frecuente en la Hispania céltica- a la que pudieran referirse las dos téseras, aunque sí pueden mencionarse otras con nombres formados, quizá, sobre la misma raíz, como Libana entre los Celtíberos (Ptol. II 6, 57), Libora entre los Carpetanos (Ptol. II 6, 56) o Libunca en Galicia (Ptol. II 6, 22).67 A cambio, fuera del territorio hispano-céltico, en el solar de los antiguos Cerretanos, sí había una ciudad de nombre muy similar, Iulia Libica (Ptol. II 6, 68), situada en el Pirineo catalán e identificada con la actual Llívia:68 las inscripciones conocidas en esta comarca, sin embargo, no están redactadas en lengua céltica, sino en ibero,69 circunstancia que hace muy improbable que las mencionadas téseras de hospitalidad se refieran a ella, ya que en la Hispania ibérica no se practicaba este género de pactos.

 

Finalmente, puede aducirse un testimonio más, aunque de fecha muy posterior. Se trata de la emisión monetal visigoda de fines del siglo VI a nombre de Leovigildo, en la que se lee Leovigildus rex y, en el reverso, Lebeuastas -es decir, Lebe. iustus-, que tradicionalmente se atribuye a Libia, conocida quizá en esta época como Lebea.70

 

En consecuencia, todo induce a concluir que la ciudad asentada a las afueras de Herramélluri fue conocida en la Antigüedad con el nombre de Libia hasta el abandono del emplazamiento del cerro del Piquillo, momento en el que el topónimo se desplazaría hasta la vecina Leiva, un fenómeno bien documentado a propósito de los nombres de otras ciudades antiguas, como el de Celsa, deslizado desde Velilla de Ebro a Gelsa (Zaragoza), o el de Conimbriga, desde Condeixa-a-Velha hasta Coimbra (Beira Litoral, Portugal), por mencionar sólo dos ejemplos.

 

 

 

LOS BERONES

 

Como se ha visto, Ptolomeo incluyó a Libia, junto a Tritium y Vareia, entre las ciudades de los Berones (II 6, 54), una de las múltiples comunidades étnicas a las que el erudito alejandrino recurrió para articular la geografía hispana.71 También se refieren a ellos otras fuentes literarias como el historiador Tito Livio, que los menciona como antagonistas de Sertorio hacia el año 76 a. E. (per. XCI), el opúsculo anónimo conocido como Bellum Alexandrinum, que atribuye hacia los años 48-47 a. E. una guardia integrada por berones al gobernador romano de la provincia Hispania Ulterior, Casio Longino (53, 1), Y finalmente el geógrafo Estrabón, que los distingue explícitamente de los Celtíberos, aunque poniendo de manifiesto su carácter igualmente céltico (III 4,5 Y 12).

 

Aunque, muy probablemente, se extendieran también por la ribera izquierda del Ebro, hoy alavesa y navarra, la ubicación de los Berones en las comarcas centrales y occidentales de la actual Rioja no ofrece dudas,72 ni tampoco su filiación céltica, que certifican los textos paleohispánicos hallados en esta parte de Hispania73 y también Estrabón que, como se ha dicho, los identifica de manera explícita como celtas al igual que a los Celtíberos (I1I 4, 5), junto con los que habrían participado en una κελτικού στολού, es decir en una «expedición militar céltica» (I1I 4, 12).74

 

Este último testimonio merece un comentario más detenido, pues plantea dos interesantes cuestiones: en primer lugar, obliga a preguntarse cuáles eran los rasgos que llevaron a los romanos a diferenciar a los Berones del conglomerado celtibérico pese a su común filiación céltica y, en segundo lugar, pone sobre la mesa el problema de la consistencia histórica de la expedición céltica protagonizada por Berones y Celtíbero s a la que se refiere Estrabón.

 

 

 

BERONES Y CELTÍBEROS

 

Vayamos por partes, empezando por la primera pregunta, para la que no existe una respuesta evidente, pues desde nuestra perspectiva actual y con los datos disponibles no pueden aducirse argumentos culturales consistentes que permitan diferenciar claramente a los Berones de los Celtíberos.

 

a) Como se explica en el capítulo 4, sus lenguas era muy parecidas, si no idénticas, y tampoco la onomástica personal de unos y otros ofrece rasgos distintivos: así queda de manifiesto, en concreto, a propósito de los nombres indígenas atestiguados en las inscripciones de Herramélluri, caso de Segius, Virono y Matienus,75 Anna76 o Madigena,77 que tienen claros paralelos en la Celtiberia,78 reforzados por la presencia en la ciudad de gentes oriundas de esta región como T(itus) Magilius Rectugenif(ilius), procedente de Vxama Argaela (¿Osma?).79

 

b) De igual forma, hay en el territorio berón testimonios que confirman la práctica de los pactos de hospitalidad, típica asimismo de la Celtiberia,80 registrada por las mencionadas téseras relativas a Libia y por las halladas en el yacimiento de La Custodia, junto a la población navarra de Viana.81

 

c) Lo mismo se deduce de lo que sabemos a propósito de la religión en la comarca, que en substancia se reduce a unos cuantos teónimos registrados en inscripciones latinas del Principado.82 Así, está documentado el culto a las Matres, divinidades relacionadas, al parecer, con las fuentes y con potencial sanador, que, además de ser conocido en las Galias y otras regiones célticas de Europa, era típico de la Celtiberia occidental:83 el epíteto abreviado que exhiben estas divinidades en la inscripción de Canales de la Sierra, Mat( res) V( seae?), ha sido identificado -aunque no pueda darse por seguro- a partir de otro testimonio similar procedente de la localidad alavesa de Laguardia.84 También existen paralelos en las Galias para Obiona, documentada en Estollo,85 aunque no en Hispania, salvo en un epígrafe hoy perdido y de lectura un tanto insegura procedente de Velilla de Ebro, la antigua Celsa, en territorio culturalmente ibérico.86 En cuanto al Visuceu documentado en un epígrafe incompleto de Agoncillo, suele interpretarse como el epíteto de un Mercurio indígena a partir de paralelos galos relativos a Mercurius Visucius,87 si bien no parece necesario suponer que también aquí fuera así -el Mercurio galo es obviamente la asimilación de un dios indígena al romano-, pues podría muy bien figurar solo o asociado a otro teónimo. Aunque también cuenta con una buena explicación céltica, no pueden mencionarse otros paralelos para el  teónimo Dercetius de San Millán de la Cogolla, seguramente vinculado a un monte cercano a la localidad y llamado en la Antigüedad Dircetius mons, al que se retiró San Millán en el siglo VII, según Braulio de Zaragoza.88 Menos claro resulta el epígrafe incompleto que reza en sus dos primeras líneas Caldo Vledico -o [.]uledico- de El Rasillo de Cameros.89

 

d) También existen indicios, aunque no sean muy numerosos, de la peculiar estructura familiar celtibérica, reflejada en la fórmula onomástica mediante una especie de apellido,90 que aparece quizá en dos téseras de hospitalidad de Viana (Navarra)91 y que tal vez ostenten también G. Ant( onius?) Pat(ernus) Auilioc(um?) en Canales de la Sierra92 y Titullus Calaedico( n?) Viam( i) f( ilius) en Nieva de Cameros,93 y tal vez, más hacia el este, una inscripción de Munilla,94 si bien es cierto que ninguno de estos testimonios es incontestable.

 

e) Finalmente y por no alargar más este repaso, ha estado muy extendida en la terminología arqueológica la calificación de celtibérica para la cultura material documentada en la Rioja,95 pese a que hoy en día tiende a reservarse acertadamente para la zona correspondiente al solar histórico de los Celtíberos.96

 

 

 

¿UNA IDENTIDAD BERONA?

 

En resumidas cuentas, aunque los diferentes indicios examinados sean escasos y muestren ciertas peculiaridades -como, por ejemplo, el limitado arraigo de los nombres familiares-, en términos generales, no permiten diferenciar claramente a los Berones de los Celtíberos, ni en el plano lingüístico, ni en el religioso, ni en el social. Desde la perspectiva romana, en cambio, si habría un elemento capaz de distinguidos y que, como se sugirió hace ya algunos años,97 pudo mover a los romanos a dar el nombre colectivo de Celtíbero s a un conglomerado de pueblos célticos (Lusones, Titos, Belos, Arévacos) en oposición a otros de su entorno y de cultura semejante: se trata del destacado papel de los primeros en las guerras contra Roma de los siglos II y I a. E., en las que nunca son mencionados los Berones, que parecen no haber tomado una parte activa en ellas.

 

 

 

Las fórmulas onomásticas romana y celtibérica.

 

a) celtibérica:

 

 

 

 

 

 

 

Nombre personal I

Nombre familiar

Filiación

I

Ciudad de origen

tirtanos

I

abulokum

letontunos ke(ntis) I

belikios

[MLH. IV, K.16.1; Ibiza]

 

 

 

 

 

b) romana:

 

 

 

 

 

 

 

Nombre

Nombre

Filiación

Tribu

Nombre

Ciudad de

personal

familiar

 

 

personal

origen

(praenomen)

(nomen)

 

 

(cognomen)

(origo)

C(aius)

Varius

C( ai) f( ilius)

Lem(onia)

Domitius

Bononia

[ESPINOSA, U. (1986), n°. 6, Calahorra]

 

 

 

 

 

 

Naturalmente, hay otro factor que debe ser considerado: a saber, que los Berones se percibieran a sí mismos como una etnia diferenciada. Por desgracia, no disponemos de documentos emanados de los propios indígenas que puedan confirmar esta última posibilidad de manera concluyente, un hecho particularmente relevante cuando se trata de establecer la existencia de una identidad colectiva.98 Desde luego, no puede descartarse que el etnónimo de los Berones, pese a su carácter claramente indígena -el de los Celtíberos era, a cambio, de origen griego-,99 fuera aplicado por los romanos a una serie de comunidades en las que percibían rasgos afines -por ejemplo su celticidad en contraposición con los Vascones, de lengua eusquérica, y su no participación en las guerras del siglo II-I a. E., a diferencia de los Celtíberos-, sin necesidad de que ellas mismas conformaran una comunidad organizada como tal y compartieran unas determinadas señas de identidad colectivas. La información disponible induce a concluir que las etnias hispanas mencionadas por los autores clásicos no desarrollaron vínculos políticos de cohesión, sino otros basados, ante todo, en lazos culturales, en la comunidad de territorio o de origen, o en otras tradiciones que, por desgracia, se nos escapan: por lo tanto, es en estos terrenos en los que habría que buscar, en todo caso, indicios del desarrollo de una identidad colectiva. Este último hecho constituye un fenómeno complejo que, en la actualidad, tiende a entenderse no como resultado de la preexistencia de una comunidad primordial -tan del gusto de los nacionalistas-, sino como una construcción social percibida o, incluso, imaginada por cada individuo o grupo de manera subjetiva, objeto de continuas reelaboraciones, que adquiere prominencia o desaparece según las necesidades del momento, que se alimenta de diferentes puntos de vista y convive con otras identidades,100 y que, finalmente, depende estrechamente de la elaboración de un discurso específico en su seno, que suele estar íntimamente ligado con un territorio concreto y con la creencia de una comunidad de origen.

 

¿Hay indicios del desarrollo de una conciencia colectiva de este género entre los Berones? Por desgracia, carecemos de testimonios explícitos al respecto; sin embargo, se ha querido ver un reflejo de tal sentimiento identitario en las acuñaciones monetales emitidas por las ciudades beronas en los siglos II y I a. E.101 Examinemos la cuestión.

 

 

 

 

LAS ACUÑACIONES MONETALES BERONAS

 

De las tres ciudades caracterizadas como beronas por las fuentes literarias, dos acuñaron moneda en los siglos II y I a. E.: Vareia con la leyenda uarakos y Tritium con el rótulo titiakos o teitiakos, letreros estos que, pese a su semejanza, podrían corresponder a dos cecas diferentes.102 Libia, a cambio, no emitió numerario, pues el ejemplar del Instituto de Valencia de Don Juan en el que se lee libiakos y que le fue atribuido en el siglo XIX103 es reputado hoy en día como falso,104 circunstancia que tal vez pueda indicar un papel menos activo de la ciudad en esta época respecto a sus dos vecinas beronas.

 

Aunque existe acuerdo general en considerar que las acuñaciones monetales indígenas -desconocidas antes de la conquista romana- fueron inducidas y controladas por Roma, lo cierto es que, por sí mismas, constituyen un interesante indicador del desarrollo político y económico de las comunidades que las emitían, pues exigían que éstas hubieran alcanzado un cierto grado de complejidad económica y una mínima organización de corte ciudadano, como los que se daban, por ejemplo, en las áreas ibéricas, celtibéricas y vásconas de la Hispania Citerior, pero no, a cambio, más al oeste, en donde no se acuñó moneda durante los siglos II Y I a. E. Pero, además, la emisión de moneda tenía un elevado valor simbólico, en tanto que signo de autonomía ciudadana, y ofrecía un espacio idóneo para plasmar mediante imágenes y escritura mensajes significativos para la comunidad emisora, siguiendo una vieja tradición mediterránea de origen griego. Las ciudades de la Hispania Citerior utilizaron los tipos de las monedas de una manera peculiar, pues en vez de plasmar símbolos específicos y distintivos de cada una de ellas, como era habitual, recurrieron a imágenes comunes, la efigie masculina en el anverso y el jinete portador de lanza o de otros objetos en el reverso, que contrastan vivamente con la diversidad tipológica que, coetáneamente, muestran las acuñaciones de la Hispania Ulterior, por ejemplo. Aunque se ha intentado explicar esta uniformidad como consecuencia de una imposición romana, hay razones que inducen a considerar, por el contrario, que las ciudades de la Hispania Citerior prefirieron utilizar unos tipos similares que facilitaban el reconocimiento de los diferentes valores, tomados de las más tempranas acuñaciones ibéricas de la costa,105 sin que esto implique, sin embargo, que la efigie masculina y el jinete carecieran de significado para las ciudades emisoras, que podían ver representadas en ellos señas de identidad relevantes.I06 En cualquier caso, tal uniformidad desplazaba la función identificativa de la comunidad emisora hacia la leyenda y los motivos iconográficos secundarios que, precisamente por ello, adquieren una particular importancia.

 

A diferencia de otras cecas hispano-célticas que utilizaron en sus leyendas el nombre de la ciudad como, por ejemplo, turiazu (Turiaso / Tarazona), las tres ciudades beronas antes mencionadas prefirieron recurrir al adjetivo derivado del nombre de la comunidad, concretamente en masculino singular (uarakos, titiakos, teitiakos), que dependería de una palabra sobreentendida como «moneda» o «dinero» o algo similar,107 y no en género neutro como belikiom o terkakom. Por otra parte, frente a la palma o la lanza que son los objetos más habitualmente portados por el jinete del reverso en las acuñaciones indígenas de la Hispania Citerior, tanto uarakos, como titiakos, lo representaron no sólo con lanza, sino también con espada corta o con dardo, armas que han sido puestas en relación con el pasaje antes mencionado del Bellum Alexandrinum (53, 1), en el que se señala que el gobernador Casio Longino contaba con una guardia de Berones armados con tela, es decir, con armas arrojadizas.108 Estos indicios han conducido a la conclusión de que tales armas resultarían un elemento emblemático para las ciudades beronas,109 que lo emplearían en las monedas como signo distintivo, lo que, volviendo a la cuestión que planteábamos más arriba, podría ser tomado como indicio de la existencia de una conciencia de pertenencia a una misma comunidad.

 

Más arriesgado, sin embargo, es extender a partir de este fundamento la consideración de beronas para todas las cecas de ubicación desconocida que acuñaron con rótulos terminados en _kos,110 pues, en realidad, sólo otras dos presentan jinetes con armas arrojadizas -un dardo en kueliokos, y un objeto en forma de hoz, identificado como una cateia, arma gala parecida al bumerán, en oilaunikos-, mientras que en las restantes exhibe la lanza o, en el caso de louitiskos, una trompa de guerra; además, ello implicaría una densidad de cecas elevadísima en el territorio berón.111 Resulta más económico considerar que, independientemente de que algunas de las cecas mencionadas pudieran ser efectivamente beronas, otras fueran celtibéricas -kalakorikos, aunque de lengua obviamente céltica, es atribuida por Ptolomeo a los Váscones (II 6, 66)-, como tradicionalmente se ha considerado, si bien este tipo de leyenda podría constituir un indicio de la ubicación de estas cecas en comarcas celtibéricas relativamente próximas a las beronas.

 

De cualquier modo y al margen de las conclusiones que sobre la posible existencia de una identidad berona se puedan extraer del estudio de las monedas, éstas ponen igualmente de relieve que el principal marco de encuadramiento colectivo en el que se elaboraban los referentes identitarios no era tanto la comunidad étnica, sino la ciudad, cuyos nombres son precisamente los que exhiben las leyendas monetales, con una práctica que, como se ha señalado, estaba estrechamente vinculada a la expresión de la autonomía ciudadana.

 

 

 

LOS BERONES Y LAS MIGRACIONES CÉLTICAS

 

La segunda cuestión que planteaban los pasajes de Estrabón mencionados más arriba era la de la participación de Berones y Celtíberos en una migración común que, para algunos, sería una noticia digna de crédito y reveladora del origen galo de los berones.ll2 Sin embargo, aunque, como se ha visto más arriba al comentar las inscripciones con divinidades célticas de la región, puedan señalarse en este terreno algunas coincidencias con las Galias, lo cierto es que en los demás aspectos analizados -lengua, onomástica, estructura familiar, pactos de hospitalidad- los Berones muestran claras afinidades con los Celtíberos y se distancian de los galos contemporáneos, lo que demuestra un largo desarrollo independiente de unos y otros, y hace altamente improbable que llegaran hasta esta región aportes migratorios significativos desde las Galias en fechas recientes. Por ello, me inclino a considerar que las vagas referencias de Estrabón y otros autores a migraciones célticas, no constituyan un testimonio de acontecimientos de los que tuvieran información fehaciente, sino especulaciones eruditas con las que se pretendía dar una explicación al nombre de los celtíberos y a la presencia de celtas en Hispania, fundamentadas en la falsa percepción de las Galias como el solar céltico por antonomasia, en la tendencia a explicar el surgimiento de los pueblos en términos migratorios y en su experiencia sobre los desplazamientos masivos protagonizados por los galos en Italia, en los siglos IV y III a. E., que no parecen haber afectado a Hispania de manera relevante, cuyo modelo proyectaron hacia el pasado.113

 

Independientemente de todo lo dicho, no puede excluirse la posibilidad, por remota que resulte, de que estas referencias a migraciones célticas, además de obedecer a las razones expuestas, pudieran reflejar también tradiciones locales, pues, como se ha señalado, era frecuente entre los pueblos antiguos explicar el surgimiento de las comunidades étnicas como consecuencia de desplazamientos humanos, fueran éstos históricos o por completo ficticios.

 

 

 

 

NOTAS

 

57 BELTRÁN. F. (2004a). págs. 67-88.
58 Por ejemplo, MARCOS POUS, A. (1979).

59 IAN, L.; C. MAYHOFF, C. (eds.) (1985 [19061]). MULLER, C. (ed.) (1883). ROLDÁN, J. M. (1975): pág. 42. VILLACAMPA, Ma A. (1980), págs. 103 y ss.

60 Arreno Cresce/ntis f(ilio)(?) Libiensi I Murilla (?) Celeris Ilib(erta) marito f(aciendum) c(urauit). FERNANDO DE ALMEIDA, D. (1956), págs. 162-163, núm. 32, lám. 119 = CIL. 11 439, vid. cap. 8.

61 ABASCAL, J. M. (1994), págs. 286.

62 CIL. 11 2660 Y 7728; vid. Primera parte, cap. 8.

63 CIL. 12 709: Libenses; vid.: Primera parte, cap. 5.

64 CIL. 112/7, 935; ver § 6.

65 MLH. IV, K.0.4-5 = ALMAGRO, M. (2003), nos. 103 y 111. También solía asociarse a esta ciudad una moneda con el rótulo céltico libiakos, pero se trata, con toda probabilidad, de una falsificación VIVES, A. (1926), págs. LXXXIII-LXXXIV. Vid. Primera parte, cap. 4.

66 ALMAGRO, M. (2003), n°. 103, que señala su hallazgo en 1868 junto con monedas de bolskan, konterbia karbika y sekaiza.

67 TOV AR. A. (1989). GARCÍA ALONSO, J. L. (2003), págs. 192-193, 299-300, 321-322.

68 TIR. K/J-31, págs. 94-95.

69 CAPMAJÓ, P., UNTERMANN, J. (1991).

70 HEISS. A. (1872), pág. 200 (Lebeu); FHA. IX, pág. 192; CHAVES, M. J. Y R. (1984), págs. 53 y 59 (Lebea).

71 Sobre los Berones puede verse, además del estudio monográfico de VILLACAMPA, M' A. (1980), las síntesis de MARCO, F. (1994), págs. 73-81; y de BURILLO, F. (1998), págs. 182-186.

72 VILLACAMPA, M' A. (1980), págs. 33-42.

73 Vid. UNTERMANN, J. (1994) Y Primera parte, cap. 4.

74 Sobre las interpretaciones discordantes del inicio de este pasaje -que para algunos indicaría que los Berones formaban parte de la Celtiberia-. véanse VILLACAMPA, M. A. (1980), págs. 29-31 o BURILLO, F. (1998), pág. 183, inclinándose por considerar a los primeros como una etnia diferenciada. Sobre la «expedición céltica» véanse los comentarios de UNTERMANN, J. (2004), págs. 199-214.

75 Primera parte, cap. 8, n°. 2.

76 Primera parte, cap. 8, n°. 6.

77 Primera parte, cap. 8, n°. 7.

78 ABASCAL, J. M. (1994), págs. 501-502, 547, 420, 276,408, respectivamente.

79 Primera parte, cap. 8, n°. 1.

80 Un estado de la cuestión en BELTRÁN. F. (2001).

81 MLH. IV, K.0.4-5; K.18.l-4, vid. Primera parte, cap. 4.

82 MARCO, F. (1994), págs. 78-81 y los comentarios lingiiísticos de Primera parte, cap. 4.

83 GÓMEZ PANTOJA, J. (1999), Págs. 421-432. OLIVARES, J. C. (2002), págs. 121 ss. BELTRÁN, F.; DÍAZ, B. (e.p.).

84 ESPINOSA, U. (1986), n°. 63.

85 ClL. II 5808 = ESPINOSA, U. (1986), n°. 39; OLIV ARES, J. C. (2002), pág. 122.

86 ClL. II 5849, la inseguridad de la transmisión aconseja no descartar otras lecturas como Diana.

87 ESPINOSA, U. (1986), n°. 10. OLIVARES, J. C. (2002), pág. 120.

88 ESPINOSA, U. (1986), n°. 40; OLIVARES, J. C. (2002), pág. 117.

89 ESPINOSA, U. (1986), n°. 60. MARCO, F. (1994), pág. 79. OLIVARES, J. C. (2002), págs. 114-115.

90 Al respecto, GONZÁLEZ, M. C. (1986); BELTRÁN, F. (1988a); BELTRÁN, F. (1988b); BELTRÁN, F. (1991).

91 MLH. IV, K.18.1: berkuakum, K.18.3: ueniakum; y Primera parte, cap. 4.

92 ESPINOSA, U. (1986), n°. 63

93 ESPINOSA, U. (1986), n°. 52.

94 ESPINOSA, U. (1986), n°. 70, de lectura muy insegura: Caericiocos (?).

95 CASTIELLA, A. (1977). PÉREZ ARRONDO, c.; GALVE, P. (1983), págs. 50-93, espec. 86 y ss. VILLACAMPA, Mª. A. (1983), págs. 94 109; ÁLVAREZ CLAVUO, P. (1995), págs. 55-61, espec. 58 ss. Un resumen en: VILLACAMPA, M. A. (1980), págs. 24 ss.

96 En este sentido: BURILLO, F. (1998), págs. 105-106.

97 UNTERMANN, J. (1984).

98 Me ocupo de esta cuestión a propósito de los celtíberos en BELTRÁN, F. (2004b), con bibliografía.

99 Su explicación, sin embargo, no es clara, UNTERMANN, J. (1994), pág. 81.

100 Una síntesis en BELTRÁN, F. (2004b), págs. 90 ss.; además, HALL, J. M. (1997), págs. 19 ss.; HOBSBAWN, E. (1988 ANDERSON, B. (1983).

101 GARCÍA-BELLIDO, M. P. (1999), págs. 203-219.

102 Sobre estas acuñaciones DCPH. vol. 2, págs. 383, 367, 365; con más dudas acepta estas identificaciones, a cambio, UNTERMANN, J. (1994), pág. 82.

103 Por ejemplo, por DELGADO, A. (1871-76), págs. 306-307 y lám. 155.

104 VIVES, A. (1926), págs. LXXXIII-LXXXIV. GARCÍA-BELLIDO, M. P. (1999), pág. 206, notas 9-10.

105 BELTRÁN, F. (2004c).

106 ALMAGRO, M. (1995); ABASCAL, J. M. (2002).

107 Vid. Primera parte, cap. 4.

108 La autenticidad de este pasaje, sin embargo, no es unánimemente admitida, MARCO, F. (1994), págs. 73-81, espec. 74.

109 GARCÍA-BELLlDO, Mª P. (1999); o de algunos de ellos, MARCO, F. (1994), págs. 74-75, a propósito de Tritium Magallum.

110 aratikos, arkailikos, ekualakos, kalakorikos, kueliokos, louitiskos, lutiakos, oilaunikos, ... vid. DCPH. s. U.

111 Sobre las posibles cecas del territorio berón ver también UNTERMANN, J. (1994), págs. 82-83.

112 GARCÍA-BELLIDO, M. P. (1999).

113 BELTRÁN, F. (e. p.); una visión más favorable a estas migraciones en MARCO, F. (2003), págs. 77-93. Como una interpretación mítica considera BURILLO, F. (1998), pág. 182, el pasaje de Estrabón sobre la expedición céltica.

 

 

 

 LOS BERONES Y LIBIA

Francisco Beltrán Lloris

 

LIBIA: LA MIRADA DE VENUS
CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE LA VENUS DE HERRAMÉLLURI (1905-2005)
Pedro Álvarez Clavijo (Coordinador)
IER
Logroño
2006

 

 

 

 

 

JARRA DE CERÁMICA COMÚN

·N° de inventario: 4.591.

·Procedencia: Sector Is- l.

· Características: Jarra completa de la forma Vegas tipo 37, con el borde moldurado y cuello que se amplía al exterior. La conjunción borde-cuello da lugar a un entalle interior para asentar la tapadera. Está provista de dos asas que arrancan del cuello para descansar en el hombro de la vasija. El cuerpo es ovoide y reposa sobre fondo plano, resaltado por una moldura. Las asas tienen sección moldurada, recorridas longitudinalmente por dos acanaladuras. Sus dimensiones son: 23 cm de altura, 11 de diámetro de la boca y 10,5 de diámetro de la base.

·Técnica: pasta depurada de color amarillo pálido (Cailleux-M 71) con la superficie interior de color rosado (Cailleux L-25). Cocción oxidante.

·Cronología: Desde el siglo I d. C.

·Paralelos:
Caesaraugusta,

(B
ELTRÁN LLORIS, M. y otros (1980), págs. 143-144.)

Turiaso
(Tarazona).
(AGUAROD, Mª C. (1985), fig. 14, n° 51-53.)

 

 

 

 

 

 

Más información:


 

LA VENUS  DE  HERRAMÉLLURI
Romana Erice Lacabe

 

LIBIA: fuentes literarias
María A. Villacampa Rubio

 

Trabajos arqueológicos en la Libia de los Berones
Alejandro Marcos Pous

 

España Sagrada. Vasconia antigua. De la situación y límites de Cantabria...

Padre Manuel Risco

 

Vida y milagros de San Millán según San Braulio de Zaragoza
traducción de fray Toribio Minguella,O.A.R.

 

 

 

 


 

BIBLIOTECA GONZALO  DE BERCEO
RIOJA, TIERRA ABIERTA
Catálogo general en línea

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