Hace más de siglo y medio, cuando apareció en la palestra literaria el genio de Gertrudis Gómez de Avellaneda, alguien dijo: iEs mucho hombre esta mujer! A nadie se le hubiera ocurrido decir de la sensibilidad de Bécquer: iEs mucha mujer este hombre! Precisamente ésta era la diferencia: escribir se consideraba un oficio de hombres.

Sin embargo, esto no impidió que la mujer escribiese, ajena a los prejuicios sociales de su época, haciendo caso omiso de lo que decía Juan Valera, con su gracia saladísima y atisbo crítico: En toda mujer que se lanza en España a ser autora hay que suponer una valentía superior a la valentía de la Monja Alférez o a la de la propia Pentesilea.

Una firmísima vocación empujaba a las escritoras a lanzarse por el pedregoso camino del arte literario, aun a sabiendas de que la fama no les compensaría de otros sinsabores. Esto no sólo en España, sino en el mundo entero. Si no se escribía de forma vergonzante con seudónimo de hombre, como Fernán Caballero, se alardeaba de virtudes caseras, como Carolina Coronado, para compensar el vicio de escribir. Quien con el aplomo de la estupenda Pardo Bazán salía al público con la cara descubierta, pasaba por hembra pedante en un círculo de leones misóginos.

No obstante las dificultades, los disimulos y eufemismos personales, las mujeres escriben tanto que en el siglo pasado Manuel Ossorio y Bernard puede escribir un grueso tomo titulado Apuntes para un diccionario de escritoras españolas del siglo XIX, en el que el lector asombrado puede leer los nombres de una multitud de literatas de toda España.

Los manuales de literatura que han saltado de siglo en siglo de Luisa Sigea a Santa Teresa, a doña María de Zayas, a sor Juana Inés de la Cruz, a la Avellaneda, a Fernán Caballero, a Rosalía de Castro, a Carolina Coronado, a Concepción Arenal y a Emilia Pardo Bazán, como cimas de excepción, como monstruas de naturaleza, a medida que avanza el siglo XX tienen que abrir sus páginas a la nómina de escritoras famosas y no perdidas en aquel diccionario de Ossorio. Hay que reconocer que la avalancha de escritoras es impresionante.

A comienzos del siglo XX destacan varias figuras femeninas de enorme vocación: la investigadora Blanca de los Ríos y las fecundas y poderosas Concha Espina y Víctor Catalá. que todavía sigue usando seudó6nimo masculino.

 

El Instituto-Escuela

El ambiente efervescente anterior a la República es favorable a la incorporación de la mujer a las letras. En 1918 se funda el lnstituto-Escuela, colegio liberal donde se va a implantar la coeducación, la enseñanza de idiomas y una educación moderna. En 1876 se había creado la Institución Libre de Enseñanza por Francisco Giner de los Ríos. En 1926 se funda el Lyceum Club Femenino, a la manera de los clubes británicos y norteamericanos.

Una de las fundadoras es Victoria Kent; la secretaria es Zenobia Camprubí, la mujer de Juan Ramón Jiménez. A este club pertenecen las educadoras María de Maeztu, la grafóloga Matilde Ras y las escritoras y mujeres de letras María Lejárraga de Martínez Sierra (nota del editor web: conocida como María Martínez Sierra, pseudónimo que adoptó a partir de los apellidos de su marido, Gregorio Martínez Sierra), Carmen de Mesa, María Baeza -mujer de Ricardo Baeza-, Victorina Durán, Elena Fortún -la autora de Celia y de tantos libros para niños y la poetisa Ernestina de Champourcin, así como muchas señoras que gustan llamarse intelectuales, cuando este término en otros tiempos estaba desprestigiado.

Muchas escritoras de este primer tercio del siglo XX participan en política; así Margarita Nelken, su hermana Marga Donato (Carmen Eva Nelken), compañera de Salvador Bartolozzi; Clara Campoamor y, sobre todo, Carmen de Burgos Colombine, ejemplo de escritora a todo rendimiento, hoy muy olvidada, pero de enorme valor por su obra novelística y sus ensayos y traducciones. Feminista activa, escribe Misión social de la mujer moderna y sus derechos y La mujer en España. La novela La rampa es un magnífico estudio documental de las señoritas pobres que tienen que trabajar como empleadas.

En las numerosas novelas de Carmen de Burgos aparecen mujeres muy diversas, como quería la Pardo Bazán, lejos del modelo único de la mujer tradicional española.

Notable por su republicanismo combativo, Carmen de Burgos, amiga y maestra de Ramón Gómez de la Serna, es un ejemplar de época muy interesante, reflejo de la sociedad en evolución. Como Emilia Pardo Bazán en el último período de su vida, Carmen de Burgos es mujer periodista, de inmensa actividad.

Los dieciocho años de vida del Instituto-Escuela, centro de experimentación que no tendrá par en España, crean un ambiente propicio a la transformación de la mujer. Las chicas del Instituto-Escuela se educan en la amistad entre los sexos, el compañerismo y la camaradería. Evidentemente, eso lo daba Madrid y no la provincia.

 

El Instituto-Escuela estaba en los Altos del Hipódromo, junto a la Residencia de Estudiantes, como ya es sabido, foco de grandes creadores. En el Instituto-Escuela, también relacionado con el Centro de Estudios Históricos, se fomenta la realización individual a través de la vocación, y una sociedad más libre e internacional. La independencia, el cosmopolitismo, el libre estudio y la investigación son objetivos y estímulos, tanto para el hombre como para la mujer. Por eso, cuando finaliza la guerra española, en el aspecto educativo de la línea del Instituto-Escuela se da un paso atrás. Aunque por fortuna el signo de los tiempos, sea cual sea la política, hace que la mujer persista en su vocación.

Profesora de Estética y Filosofía del Instituto-Escuela es María Zambrano, que también publica en la Revista de Occidente, donde asimismo publica la novelista Rosa Chacel, adscrita al grupo orteguiano, cuyas novelas-ensayo están en la línea de las de Benjamín Jarnés, que pertenecen al movimiento de la deshumanización del arte. Ambas son verdaderas escritoras intelectuales, como se decía entonces, supervivientes en la actualidad de aquel renacimiento femenino, que no tenía marca distintiva de sexo.

De aquellos tiempos y modos institucionales procede María Moliner, autora del monumental Diccionario de uso del español, mujer que, por sus méritos, debía haber sido la primera en ingresar en la Real Academia Española.

 

 

Las generaciones de posguerra

Después del paréntesis de la guerra civil, la nómina de escritoras de 1940 a 1960 es numerosísima, y algunos nombres destacan por la novedad y la valía de su obra, aunque también pueda influir su condición de mujer. El lector corriente conoce muy bien los nombres de las novelistas españolas. Carmen Laforet, con su novela Nada, abre las puertas de esa misteriosa región de la adolescencia con sinceridad y sensibilidad poética; Ana María Matute ofrece una metafórica visión subjetiva de extraño encanto en sus novelas Pequeño teatro, Los hijos muertos y Primera memoria; Concha Castroviejo, de una concisión ejemplar en sus novelas, que son crónicas de un tiempo duro y difícil de la vida española -Los que se fueron, Vísperas del odio-, es articulista de penetración muy aguda y visión muy personal de las cosas; Elena Quiroga narra sucesos con vehemente capacidad expresiva -Viento del Norte y Algo pasa en la calle-. Un estudio más detenido permitirla profundizar en la obra de otras novelistas: Mercedes Salisachs, Dolores Medio, Elena Soriano, Carmen Kurtz, Paulina Crusat, Carmen Martín Gaite, Mercedes Fórmica y Eugenia Serrano, que alternan la novela con diversas actividades literarias. Las exiliadas como María Teresa León y Mercé Rodoreda se darán a conocer posteriormente, aunque su obra sea de estos años.

 

En la poesía son numerosos los nombres de poetisas: María Alfaro -poetisa y traductora de los poetas ingleses-, Concha Zardoya -como una llamarada desde los dominios del llanto, ilumina los bosques de Vermont-, Pilar Valderrama, Ana Inés Bonnin, Carmen Conde- a la manera impetuosa de Vicente Aleixandre-, Alfonsa de la Torre -con Iírico recato tembloroso da nombre a paisajes y sentimientos-; Angela Figuera, vehemente, clama por justicia en su poesía social, en un mundo de belleza cruel, que Gloria Fuertes hace sainete mientras absurdamente aconseja beber hilo; Clemencia Laborda, con sus Jardines bajo la lluvia; Concha Lagos, María Elvira Laccaci, Josefina de la Torre, Sagrario Torres, Celia Viñas, Concha Méndez...

 

En el ensayo y la meditación y la biografía destaca la condesa de Campo Alange con La secreta guerra de los sexos, que alumbra muchos problemas del momento, y con el esbozo autobiográfico Mi niñez y su mundo; Carmen Llorca, historiadora y biógrafa de Castelar y de lsabel II; Consuelo Berges, autora de la biografía de Stendhal, también traductora puntual y crítica literaria; la condesa de Yebes, Lilí Alvarez, María Elena Gómez Moreno -historiadora de arte-, María Luisa Caturla -biógrafa de Zurbarán-, Carmen Castro -biógrafa de Proust y de Cristina de Suecia-, Ana de Sagrera -autora de biografías históricas-, Mercedes Gaibrois y muchas otras.

La literatura infantil, no despreciable después de que Elena Fortún sacó el género de su pobreza, tiene nombres como el de María Luisa Gefaell, Borita Casas, la autora de Antoñita, la fantástica; Aurora Mateos, Montserrat del Amo, etcétera.

 

Hacia la igualdad

Por estos años, el periodismo es terreno fecundo en nombres de mujer, que dan gracia y amenidad a los comentarios de la vida diaria. Incluso ponen un punto de frivolidad. Josefina Carabias tiene su estilo propio de hacer intrascendente lo trascendente y de hacer serias las más menudas cosas. Divertida es Eugenia Serrano, precursora del periodismo femenino moderno, con su gran desenfado. Angeles Villarta y Pilar Narvión escriben sin parar y ocupan puestos de alta dirección. María Luz Morales es periodista que ocupa todo el campo de las letras.

 

Las investigadoras con frecuencia son escritoras: Carmen Bernis en el arte, Elena Catena en la literatura, María Angeles Galino en el terreno de la educación y Dolores Gómez Molleda. La mayor parte de las catedráticas y estudiosas son publicistas; su enumeración sería muy larga.

Es escasa la participación de la mujer en el teatro. Como autora teatral hay que remontarse al Baltasar de la Avellaneda, de clamoroso éxito, y a otras obras de la misma escritora y a algunas tentativas en provincias de Emilia Pardo Bazán. Teatro inédito tiene Alfonsa de la Torre; simbólico y poético teatro infantil han escrito, sin suerte, Gloria Fuertes y Marisa Villardefrancos. Pasarán más años hasta que nazcan autoras teatrales como Ana Diosdado -autora de varias obras de éxito para el teatro y la televisión- y la reciente María Manuela Reina, creadora del dialéctico diálogo entre Lutero y Erasmo.

Desde 1960 a nuestros días continúan con su labor muchas de estas escritoras citadas, y nuevos nombres aparecen. Ya no se necesita tener valor como la Monja Alférez o como Pentesilea. El feminismo combatiente tiene que irse a otros terrenos -al jurídico y al de la política- donde todavíá hay mucho por hacer. La escritora está instalada en la vida social y tranquilamente escribe como un ser humano, sin rememoraciones de su condición femenina, ya que nadie se lo impide ni hay traba alguna. Decir otra cosa sería negar la evidencia.

Las antiguas continúan escribiendo y dando nuevos libros a los lectores. Algunas se apagan momentáneamente, como Carmen Laforet, Ana María Matute y Elena Quiroga.

 

Las nuevas firmas

Aparecen nuevos valores con nuevas perspectivas, técnicas e intereses. Destaca la novelista Esther Tusquets con su trilogía novelesca de monólogo interior, altamente poético, que bucea por terrenos eróticos nunca indagados por mujeres. Esa es una de las novedades de la generación moderna de escritoras: el atrevimiento, la ruptura con la tradición, aunque los modelos que tengan vengan del extranjero.

Hemos de citar a Marta Portal, a Montserrat Roig, a Lourdes Ortíz, a Marta Pesarrodona, a Ana María Moix, a Ana María Navales, a Marina Mayoral, a Soledad Puértolas, a Cristina Fernández Cubas y a Adelaida García Morales, todas ellas audaces en los temas y en el estilo. Son mujeres de su tiempo: no se encubren con antifaz masculino, su problemática es compleja y sus decisiones totalmente modernas: de ahí su interés.

 

Por otra parte, en el campo de la poesía, nuevas voces dicen sinceramente su pensar y su sentir. Julia Uceda, aunque ya había publicado desde Norteamérica, empieza a publicar en España sus poemas de perfecta diafanidad; Pino Ojeda, Acacia Uceta, María de los Reyes Fuentes, María Victoria Atencia, Elena Andrés, Angelina Gatell, Ana María Fagundo, Elena Martín Vivaldi, Paloma Palao y las más jóvenes: Amparo Amorós, Pureza Canelo, Blanca Andreu, Julia Castillo, Clara Janés, Ana Rosetti y María del Carmen Pallarés.

Es absurdo agrupar a estas mujeres en antologías y selecciones poéticas, como se viene haciendo, tratando de dar a entender que existe una manera esencialmente femenina de escribir poesía, pues generalmente es a las poetisas a las que se suele antologizar como especie rara.

Apenas existen antologías de narradoras o de ensayistas. Todas esas antologías pertenecen a un tiempo pasado. Son más propias de otro siglo; tienen el punto de vista decimonónico, así como los concursos sólo para mujeres. Persistir en eso es seguir considerando a la mujer como una extraña a la literatura. Mujeres y hombres escritores, bien sean poetas, narradores o ensayistas, deben aparecer juntos en las páginas de las historias y de las antologías literarias, lejos de clasificaciones anticuadas y discriminatorias. La mujer ya no necesita esforzarse como escritora, pisa el suelo con paso firme y alcanza el cielo con la mano.

Entre las ensayistas, biógrafas y estudiosas destaca Antonina Rodrigo -autora de la biografía de Lorca, de Mariana Pineda y de Margarita Xirgu. así como de ensayos sobre teatro-, Aurora de Albornoz. Pilar Palomo, Aurora Egido, Carmen Ruiz Bravo, Fanny Rubio y numerosas universitarias, catedráticas, investigadoras y críticas literarias, autoras de ensayos y ediciones críticas muy valiosas.

La literatura infantil tiene autoras notables como Angela lonescu y Concha López Narváez. En el campo de la traducción son numerosísimas las excelentes traductoras.

A la periodista antigua, relegada en parte al consultorio sentimental, a la moda y a la cocina. se añade ahora la corresponsal en el extranjero, la comentarista política y la entrevistadora. Por lo general, todas ellas tienen una gran preparación. Algunas, como Rosa Montero, Maruja Torres y Carmen Rigalt, alardean de no tener pelos en la lengua, de modo que más de una vez sus comentarios son desvergonzados en el tono, el tema y la palabra. Cierto feminismo, pasado de moda, demuestra que bajo la aparente afirmación todavía existe una inseguridad. Esa forma de escribir no sólo es propia de ellas. También escriben así varios columnistas masculinos. Parece que eso lo exige el nuevo periodismo.

Desafortunadamente. en el periódico actual falta la colaboración de calidad de las grandes escritoras, la meditación noble, el artículo profundo. Todo se va en bagatelas y chismes desparpajados, en los que se entremezcla la vida privada. De todos modos. la mujer periodista parece que ha encontrado allí su gran campo de acción; es rápida como una guerrillera, es ocurrente y puede demostrar su agilidad mental en el género de la entrevista. para la que se muestra bien dotada, porque es como una conversación. Asimismo es buena cronista de viajes.

Este es el panorama. este es el resumen apresurado de algo que con más pormenor podría convertirse en libro. Esta es la historia acelerada de un movimiento de liberación que empezó hace más de un siglo, y ahora plenamente conseguido, ya no va a tener más sentido que el de la propia historia. Hombres y mujeres, escritores y escritoras, con sus peculiares características individuales, son los creadores de la literatura actual.

 

 

Por Carmen Bravo-Villasante
Escritora.
 

 

 

Indice del monográfico
LA MUJER EN ESPAÑA

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