La Última Cena, bajorrelieve del retablo de la iglesia del Real Monasterio de Cañas. Construido en el 1521 por Guillén de Holanda y Andrés de Melgar.
NOTA INTRODUCTORIA
La crítica no siempre ha gustado de esta obra de Berceo, y así ha sido verdadera cenicienta, sin embargo desde hace mucho tiempo y poco ha varios estudios importantes han puesto de manifiesto su interés. Las monografías de Goode, Schug, Deyermond y Andrachuk han reivindicado con sus conclusiones el destacado lugar que dentro de las obras de Berceo tiene que tener el Sacrificio de la Misa.
Habremos de conceder ese destacado lugar porque el Sacrificio es testimonio del buen quehacer y formación de Berceo: como exegeta, clérigo perfectamente formado que maneja bien las técnicas de la interpretación con la ayuda de la tipología y que, en general, sabe moverse bien cuando se las ve ante la necesidad de manejar los varios sentidos aplicables al texto bíblico (histórico, alegórico, anagógico y tropológico), sin dar de lado a los argumentos que prestan la lectura simbólica y la profética.
Esta importancia intrínseca de la obra se muestra también en el hecho de que aún no queda clara su fuente cierta. Independientemente de que manejara un original escrito en el que se inspirara y, acaso, siguiera de cerca, Berceo participa en su obra arriesgando opiniones propias y aun mostrando su conocimiento bíblico con pequeños excursos apropiados -véase copla 271, en donde enfrenta los sinópticos antes de explicar el sentido alegórico verazmente-. Se muestra, así, como un concienzudo y veraz teórico de la misa.
Pero también se puede imbricar el Sacrificio de la Misa en el ámbito de la pragmática espiritual y canónica del momento. Algunos estudios han propuesto la influencia que las reformas incluidas en los cánones del IV Concilio de Letrán (1215) han ejercido sobre la literatura 1. Recientemente, Andrachuk, recogiendo otras sugerencias anteriores, ha insistido en la perspectiva didáctica, homilética y hasta apologética que ha tenido Berceo en esta ocasión. De hecho, una de las faceta s teológicas dellateranense afecta a la Eucaristía con la definición de la transubstanciación 2.
El mismo crítico también ha expuesto el hierro polémico de la obra, destacando la defensa que Berceo hace de la substancialidad de la Eucaristía y de la misa. Algunas herejías rechazaban la liturgia de la misa, a la que consideraban sólo como una representación o conmemoración en su sentido más teatral de la Última Cena. Así pensaban los valdenses, quienes además consagraban el pan fuera de la iglesia y creían que, en la realidad, la transubstanciación tenía lugar sólo en la boca de quienes recibían el pan en estado de gracia.
La datación que Brian Dutton propone para el Sacrificio y la carta que envía el papa Gregorio IX al obispo de Palencia, el famoso don Tello de Meneses, para que pueda absolver a unos herejes albigenses palentinos, han sido puestas en relación por Andrachuk. Espuelas de apologética eucarística y datos biográficos se aunarían para mostramos a un Berceo comprometido en la pastoral y en la enseñanza espiritual del momento.
Y sin duda lo estaba, acaso desde años antes. Dutton ha propuesto que la obra que ahora nos ocupa fue compuesta por Berceo después de su ordenación, cuya fecha no conocemos con exactitud, aunque sí sabemos que ya era preste y firma como tal en 1237 3. Más o menos por esos años pareciera que Berceo compuso su obra.
No obstante, hay que decir que nos hemos de remontar a 1228 para encontrar nueva presencia documental de Ber-,¡ ceo. Cuando actúa como testigo en una venta de tierras que Juan Pérez -el obispo de Calahorra de tan mala suerte en los pleitos con el monasterio de San Millán- hace en Bañares, lugar cercano a Santo Domingo de la Calzada 4. Así que entre 1228 y 1237 no tenemos noticias de las actividades de Berceo. De hecho, tampoco sabemos nada de sus andanzas entre 1223 y 1228. En 1221 y 1222 actúa como testigo en siete documentos distintos mencionado como diácono 5, pero nada demuestra que Gonzalo después de 1223 permaneciera en San Millán ... o en Berceo, tan cerca del monasterio.
De hecho, en estos primeros tiempos de la vida documental de Gonzalo siempre aparece como diácono de Berceo (1221-1222), don Gonzalvo de Berceo (1228), como preste entre los representantes de Berceo (1237), como en otras apariciones documentales posteriores. Dos pequeñas conclusiones se pueden sacar de esto: la primera, que habrá que hablar no tanto de la permanencia de Berceo en San Millán de la Cogolla, cuanto de su enraizamiento en Berceo como sacerdote. Ello no obsta, como la crítica ha expuesto, las estrechas relaciones con San Millán, monasterio del que de un modo u otro dependía y en el que pudiera haberse formado para recibir órdenes. Otra conclusión afecta a la situación canónica de Gonzalo, clérigo dependiente por naturaleza del obispado de Calahorra, y seguramente ordenado por su obispo.
De la fecha de esta ordenación -decíamos- sólo sabemos que fue antes de 1237. Pero ni siquiera podemos estar seguros que ya en 1228 Berceo hubiera sido ordenado. De hecho, en el documento firmado en Bañares en 1228 ninguno de los testigos que acompañan al obispo don Juan Pérez, entre ellos su canciller, tiene calificativo de su situa-
ción canónica; no obstante, el don antepuesto a algunos de ellos podría estar indicando sus órdenes mayores. De hecho, en otros documentos como el de 1237 y otros más 6, todos los prestes llevan el tratamiento, frente a los que se enumeran en las otras secciones fuera de los monjes.
Durante esos años, pues, Berceo no aparece en la documentación emilianense conservada; sí relacionándose con el obispo don Juan Pérez. Es cierto que, a no ser que los archivos calagurritanos o de Santo Domingo de la Calzada nos reserven sorpresas, la única relación documental con el .prelado de Calahorra es la mencionada de 1228, en Bañares, cerca de Santo Domingo. Sin embargo, la intervención de éste en los asuntos eclesiásticos del momento y la permanencia del clérigo Berceo cerca de Santo Domingo de la Calzada, ocupado en menesteres que la documentación no nos permite considerar causados por su relación con San Millán de la Cogolla, merece que le prestemos una cierta atención.
Don Juan Pérez no se llevaba bien con sus canónigos, quienes se empecinaban en trasladar la diócesis a Santo Domingo, contra los deseos de Fernando III el Santo y la nobleza local; eran otros también los pleitos que mantenía con sus súbditos. Pero las cosas cambian bastante después de un viaje a Roma, en cuya curia permanece entre 1224 y 1228, siendo pontífice Honorio III 7. Justamente uno de los períodos de ausencia documental de Gonzalo: nada más lejos de mi intención sugerir un viaje del clérigo de Berceo con su obispo, más difícil pero tan posible como otras estancias culturales en la península. No es mi intención, con la tela que hay para cortar, imaginar una relación estrecha y mantenida con don Juan, sin embargo de que ésta se apoya en un documento al menos tan valioso como la propia ¿broma? de Berceo para con el obispo don Tello de Meneses incluida en los Milagros de Nuestra Señora.
Pero esa relación y los movimientos de Gonzalo permiten apuntar a otros blancos más apropiados para explicamos el nacimiento del Sacrificio de la Misa. Juan Pérez volvió a Castilla y respiró durante unos años gracias a la gestión del legado de Gregorio IX. Este Papa se propuso que ciertos lugares, como España, entraran definitivamente en la reforma que significó el IV Concilio de Letrán. Aquí apenas habían sido respetados sus cánones y en 1228 el Papa envía a Juan de Abbeville en una difícil legación para poner orden en todas las diócesis hispanas a golpe lateranense. «El clero español, tal como lo encontró Juan de Abbeville, era incontinente, en gran parte iletrado y totalmente ajeno a la disciplina de los concilios y sínodos» 8. Para poner orden insta a los obispos a la convocatoria de sínodos, y durante la estancia del legado (1228-1229) se convocan en casi todas las diócesis hispanas. Es cierto que no conservamos cánones de todos ellos, pero los de Valladolid (1228) y Tarragona (1229), muy parecidos entre ellos, nos permiten concluir que se aplicaron los cánones lateranenses adecuándolos a los defectos más importantes de la península.
Entre marzo y agosto de 1228 había estado por la diócesis de Calahorra 9, en cuyos asuntos intervino prestando considerable auxilio a su obispo. Son las fechas en las que encontramos en alguna ocasión a Berceo al lado de aquél, quien había de ser fiel cumplidor de los designios del de Abbeville. Como también lo fueron otros que se han relacionado con Berceo, como don Tello de Meneses 10.
Se puede decir que el conocimiento de las reformas lateranenses en España empieza aquí y no antes. Aunque hubo comentaristas hispanos, como Vincentius Hispanus y Laurentius Hispanus, que escribieron en fechas relativamente cercanas, es lo cierto que sólo se conserva en España un códice de las constituciones del lateranense IV 11 y que, por ejemplo, los textos canonísticos de Letrán citados en una obra tan importante como la Summa septem sacramentorum de Pedro de Albalat no se recogen con la terminología de 1215, sino con la que Juan de Abbeville transmitió en el concilio de Lérida 12. En cambio, fueron muchos los sínodo s que, a partir de 1228, recogieron y adaptaron estas constituciones. La repercusión de la legación alcanzó, sin duda, hasta bien entrado el siglo XIV, más allá, por ejemplo, del sínodo de Cuéllar de 1325 13.
Si leemos las constituciones del concilio vallisoletano de 1228, vemos cómo se importan determinadas preocupaciones del lateranense, pero con una preocupación cabría decir más coyuntural, en acuerdo con las necesidades hispanas. Es evidente la preocupación para que se celebren más sínodos; se recomiendan dos anuales 14 como medio para inspección de la vida espiritual y social del clero y de su propia formación. Para ésta se estipula que los más jóvenes aprendan latín, para lo que se les da un plazo de tres años. La extensión a los fieles se hará por medio de personas aptas, llamadas maestros, cuyo cometido es el de oír confesiones y el de predicar. Dos de ellos se nombrarán en cada una de las diócesis y uno en los monasterios. ¿Es ése, definitivamente, el título de Berceo, ya de edad, en San Millán de la Cogolla? 15.
Me interesa señalar, además, el cuidado que los sínodos mencionados ponen en cuestiones de culto. Se manda que se custodie y se mantenga limpio todo lo necesario para la celebración de la eucaristía 16 y que se preste especial atención a la comunión de los fieles, que se hará una vez al año como poco 17. En el Concilio de Tarragona de 1239 su entusiasta obispo Pedro de Albalat hace confirmar las constituciones emanadas de la estancia del legado y se sigue percibiendo la vitalidad de determinadas disposiciones sobre la misa y la Eucaristía y, entre otras cosas, se dan normas estrictas sobre la fabricación de las hostias, que las hará el sacerdote con trigo puro y blanco sin sal ni levadura.
Si señalo estas constituciones es porque cuadran a la perfección con el designio del Sacrificio de fa Misa. La preocupación por la frecuencia de la comunión y la solución berceana que se da en las coplas 284-290 es formulación extensa de la campaña de 1228. Como también lo pueden ser otras cuestiones menores como las relacionadas con las características de la sagrada forma, que señala Berceo de forma especial: «Esta razón devemos guardar la más primera» (copla 175).
La oportunidad, por otro lado, de la defensa implícita de la misa contra herejes como los valdenses (véase más arriba), como un todo no desgajable por su significación de la memoria eucarística, no se puede remitir sólo al año de 1236. Ya en 1229 se había promulgado el códice de represión en Tolosa; en los primeros años treinta hervía la diócesis de Palencia.
El legado pontificio tuvo su actuación también en este terreno. El Sacrificio de la Misa es un producto de esa situación. Los movimientos de Berceo, su actuación cerca del obispo de Calahorra, la referencia muy posterior al de Palencia, las canonísticas referencias en su obra, acaso proporcionales en su rigor a la cercanía de la legación pontificia, son testimonio de la imbricación del clérigo de Berceo en la vida eclesiástica, espiritual y reformadora de esos tiempos.
Se ha discutido sobre la fuente de Berceo. Y ya hemos mencionado la dificultad que la critica ha tenido para contar con el texto original. Quisiera yo también insistir en una sugerencia que ojalá me fuera certeza con el hallazgo documental. Pues la tan febril como temida actividad del legado Juan no sólo quedó en palabras. Los sínodos previstos no sólo acababan convenientemente registrados en copias autorizadas de sus constituciones, sino que en algunos casos el celo del obispo presidente le llevaba a ordenar la redacción de un manual para uso de los clérigos sujetos. El caso conocido es el de Pedro de Albalat, autor de una Summa septem sacramentorum, cuya primera versión arranca del concilio ilerdense de 1229, aunque la definitiva sea posterior 18. Pero un siglo más tarde el obispo segoviano Pedro de Cuéllar redacta un cuaderno parecido, en donde nos sorprende una exposición de la misa que no deja de tener ciertas coincidencias con la de Berceo 19. El segoviano es un eslabón brillante de una ya añeja tradición de ortodoxia y reformación religiosa verdaderamente iniciada en España en 1228; acaso en la raíz de su cuaderno de «algunas cosas en romance en la sobredicha razón de los artículos e de los mandamientos e de los sacramentos e de otras cosas para alumbramiento de los dichos simples clérigos que non lo entienden así como es dicho e era menester» haya no sólo una idea coincidente sino también textos emanados de sínodos particulares consecuencia de la legación de Juan de Abbeville.
Aun si en el bastidor del Sacrificio de la Misa hay tal soporte, el tejido de Berceo sobrepasa los límites informativos y ya no sólo está escribiendo para clérigos ignorantes -como Pedro de Cuéllar-, sino con el entusiasmo del reformista culto que mira hacia adelante seguramente en fecha tan temprana como la de 1228, a partir de la cual pudo haber compuesto su obra.
Dos son los manuscritos que nos han conservado el texto del Sacrificio de la Misa:
B = Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 1533, fols. 99v105v 20.
l = Abadía de Santo Domingo de Silos, ms. 93, folios 55r-65v y 68r-73v. Copia llamada Ibarreta, por haber sido encargada por el P. Domingo Ibarreta.
El manuscrito I tiene una composición complicada. Como ha expresado Dutton, «El ms. I copia a Q el ms. en quarto de hacia 1250-1260, para las coplas 1-128, que faltaban en F, el ms. en folio de hacia 1325. Las coplas 129-297 derivan de F. El Sacrificio era la primera obra en F, donde faltaban los ocho folios iniciales, o sea, un cuaderno entero» 22.
Según Dutton, este sería el stemma de la obra:
*B [original de Berceo]
▼
*Z
▼
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
▼ ▼ ▼
(F) [hacia 1325] (Q) [hacia 1260] B [hacia 1290]
Las ediciones anteriores, a excepción de la crítica de Dutton, han transcrito el manuscrito B 23. En la edición que sigue he utilizado el manuscrito B, completando con l. Siempre que ha sido posible, he procurado la regularización métrica. No obstante, como el lector advertirá, no se trata de una edición con presupuestos críticos 24.
NOTAS
1 Véase, sobre todo, Lomax, «The Lateran Reforms».
2 Andrachuck, «Berceo's Sacrificio de la Misa», pág. 15.
3 Dutton, «Gonzalo de Berceo: unos datos biográficos», pág. 252, y «A Chronology»; Menéndez Pidal, Documentos lingüísticos, pág. 135.
4 Dutton, «Gonzalo de Berceo: unos datos biográficos», pág. 252; Menéndez Pidal, op. cit., pág. 126.
5 Dutton, ibid., pág. 251.
6 Véase, por ejemplo, Menéndez Pidal, op. cit., pág. 125.
7 Lineham, La Iglesia española y el papado en el siglo XIII, pág. 22.
8 Lineham, op. cit., pág. 25.
9 Ibid., págs. 18-22.
10 Ibid., pág. 26.
11 García y García, «El concilio de Letrán» págs. 484-502.
12 Lineham, op. cit., pág. 66.
13 Martín-Linage, Religión y sociedad medieval, págs. 29-32.
14 Tejada, Colección de cánones, pág. 325.
15 Compárense otras posibilidades en Dutton, «The Profession of Gonzalo de Berceo»*.
16 Tejada, op. cit., págs. 326,
17 Ibid., págs. 326, 334.
18 Lineham, op. cit., págs. 64-73.
19 Martín-Linage, op. cit., págs. 72-82.
20 Véanse, para la descripción pormenorizada, Dutton, OC, V, páginas 13-14; Alvar, «Transcripción paleográfica del Sacrificio de la Misa», págs. 67-71; García Turza, La tradición manuscrita de Berceo, págs. 56-59, entre otros.
21 Véanse, para una descripción pormenorizada, Dutton, OC, I, páginas 71-72; Uría, El Poema de Santa Oria, págs. 14 y sigs.; Uría, Poema de Santa Oria, págs. 41-43; García Turza, op. cit., págs. 69-74.
22 Dutton, OC, V, pág. 13.
23 Solalinde, El Sacrificio de la Misa; Alvar, art. cit.; García Turza, op. cit., que completa la falta de B con I.
24 Quiero agradecer la paciencia y generosidad con que me ha dispensado Isabel Uría; también, la ayuda de Brian Dutton.
Del Sacrificio de la Misa EDICIÓN Y COMENTARIO
Fichero en formato PDF
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Gonzalo de Berceo |
Brian Dutton.* -nota del editor web: véanse los artículos siguientes:
"La Profesión de Gonzalo de Berceo y el Libro de Alexandre" de