Aunque ninguna vida humana
puede ser mínimamente comprendida sin encuadrar en su época, es
cierto que no todas las personas se encuentran unidas del mismo modo
al medio espacial y temporal en el que les toca vivir. En el caso de
Teresa de Jesús, en contra de lo que su misticismo podría falsamente
dar a entender, nos hallamos ante un
personaje histórico íntimamente enlazado con su tiempo. No nos
referimos sólo a que su religiosidad en gran parte se explique por
las circunstancias que rodearon su andadura en este mundo, sino,
además, a que fue constante su preocupación por los hechos y
momentos coyunturales de los que fue coetánea Desde acontecimientos
de gran envergadura, como la anexión filipina de Portugal o las
guerras de religión francesas, hasta problemas más cotidianos, como
la presencia de la temible inflación con incidencia tan negativa
para la economía de sus conventos, son un ejemplo de la muy diversa
temática mundana presente en sus escritos y. en más de una ocasión,
con sencilla pero, a la vez, profunda agudeza crítica De ahí que uno
de sus estudiosos haya escrito que la santa de Avila estuvo
plenamente integrada en su sociedad (o enemistada con ella) (1).
Teresa de Cepeda y Ahumada vivió en pleno siglo xvi, entre 1515 y 1582, prácticamente durante los reinados de los dos primeros monarcas españoles de la Casa de Austria Fueron unos años en los que llegó a su punto culminante el poderío europeo y mundial de la monarquía española, lo que no significó una evolución política lineal en el sistema de concebir el soporte ideológico del poder. Si el reinado de Carlos I supuso una ruptura en no pocos aspectos con el de los Reyes Católicos, también fueron patentes las grandes diferencias que se establecieron entre la España de Felipe II y la de su padre El talante abierto, erasmista. sobre todo en una primera etapa, que imprimió a su tarea de gobierno el emperador, se hallaba bien distante de la intransigencia y cerrazón que, de forma especial desde 1560, caracterizaron los ejes principales sobre los que se sustentó la política de su hijo.
El resultado fue que la España encontrada en 1517 por el joven
Carlos, cuando desembarcó en el litoral cantábrico para hacerse
cargo de la herencia materna, era, en aspectos fundamentales, muy
diferente a la que presenció la muerte de santa Teresa. La época que
medió entre ambos hechos tuvo como rasgo principal el de ser un
período de transición en el que se produjeron numerosos cambios,
tanto en los aspectos materiales como en los espirituales. En la gestación de estos cambios intervino, sin duda, el distinto carácter de los dos reyes que dirigieron la marcha de la monarquía durante tan dilatado espacio de tiempo, pero también incidieron en los mismos una serie de factores, surgidos tanto en la Península como en otras zonas de Europa, que marcaron la vida y la obra de Carlos y Felipe. Basta relacionar la corta serie de acontecimientos, ocurridos en estos años, para comprender que la quiebra histórica era en la práctica inevitable- nacimiento y expansión de la reforma protestante, comunidades y germanías, conquistas de México y de Perú, fundación de la Compañía de Jesús, Concilio de Trento, rebelión de los moriscos, sublevación y guerra de los Países Bajos, unión con Portugal.„
Muchas fueron, por tanto, las cosas que se transformaron entre 1515
y 1582 y la experiencia vital de Teresa de Cepeda estuvo influida
por una parte considerable de las mismas, las cuales, como a otros
territorios de la monarquía, afectaron intensamente a Castilla, a
cuya tierra y a sus hombres de modo tan fuerte se sentía unida. Ese sentimiento respondía a una evidente lógica, pues, no en vano, la santa había nacido en un típico núcleo familiar de la Castilla de su tiempo. Era una familia numerosa —doce hermanos--; de ascendencia mezclada, en parte conversa, de mercaderes que se van introduciendo en la hidalguía, sin importarle para ello llegar a la compra de testigos falsos para conseguirlo. Su declive económico obligará a seis de sus hermanos a emigrar a las Indias, de donde uno de ellos, Lorenzo, volverá con los suficientes caudales para darle prestigio a la familia. Este prestigio lo buscará de una manera muy característica entre las clases medias urbanas, la inversión —14.000 ducados— en tierras agrícolas, hecho que produjo gran satisfacción en santa Teresa. Analizando todos estos rasgos nos aparece un claro panorama de la Castilla de transición en la que vivió.
Durante su época aún era manifiesto el predominio político y económico de Castilla sobre los restantes reinos peninsulares. No obstante, éste hasta entonces indiscutido predominio comenzó a verse amenazado y al final de su vida los síntomas de la inmediata decadencia castellana podían percibirse de forma clara. El eje económico, arrastrado por la vorágine americana, habla basculado hacia el sur. Cierto que a lo largo de gran parte del siglo xvi todavía fue intensa la actividad comercial castellana con la importancia de Burgos. Medina del Campo y Toledo, pero su empuje iba descendiendo paulatina e inexorablemente incluso la fijación de la Corte en Madrid (1561) sólo resultó un parcial paliativo a la crisis anunciada. Algo semejante sucedió en cuanto a la demografía; conoció durante muchas décadas del siglo xvi una evidente expansión, ayudada por una fuerte natalidad, para sufrir un frenazo hacia 1580 debido a la aparición de graves epidemias y, en general, a la adversa coyuntura económica de esos años.
Dentro de este panorama de cambio que estamos
contemplando, había un aspecto de la Castilla tradicional aún
arraigado y que más tarde desaparecería. Nos referimos a que
Castilla era todavía una región urbana, en la que las ciudades
tenían una trascendencia básica en la dirección de su estructura
socioeconómica; la ruralización llegará después. Todo ello tuvo
importancia en la trayectoria de santa Teresa, quien, nacida en un
medio familiar totalmente ciudadano, buscó el apoyo para su obra
reformadora en la población de los núcleos urbanos: burgueses y
aristócratas. Entre ambos ella prefería a los primeros, de los que
procedía y a los que comprendía mejor, mientras que su opinión de
los segundos, debido a distintas experiencias, no fue demasiado
satisfactoria. La sociedad castellana del siglo xvi, dividida como las del resto del Occidente cristiano en los tres tradicionales estamentos—nobleza, clero y estado llano—, presentaba, sin embargo, un aspecto claramente diferenciador con ellas por la presencia en su seno del problema converso. Peculiaridad tan exótica para las demás tierras europeas, pero tan crucial para el pasado español, y que tanto afectó a la santa, requiere una pequeña atención. El término converso se aplicaba generalmente a toda persona convertida al catolicismo procedente del judaismo, asi como a sus descendientes. Los problemas que se crearon a la población de este origen fueron diversos y vividos con diferente intensidad a lo largo de la época moderna española. Fue precisamente en el siglo xvi cuando sufrieron una mayor evolución y cuando se manifestaron de modo más hiriente. En un primer momento la actuación del Tribunal de la Inquisición, creado para acabar con el problema de aquellos conversos que judaizaban se empleó con gran dureza hasta el punto de que una parte importante de la condenas a muerte promulgadas durante todos los años de su existencia fueron realizadas entonces —aproximadamente unos dos tercios de las mismas—. Sin embargo, en esos momentos, la mayoría de los conversos no ocultaban su linaje e incluso, hablaban de su ascendencia hebraica con toda naturalidad, sin complejo alguno y hasta con orgullo (2) El antihebraismo aún no era más que un fenómeno de las clases populares, sin que se hubiese contaminado a los grupos dominantes, por lo que aún resultaba mínima la incidencia de los estatutos de limpieza de sangre (exigencia de pruebas sobre no tener ascendencia conversa para pertenecer a ciertos organismos o instituciones), ni tampoco tuviese grave trascendencia el hecho de ser de origen converso para la honra familiar, aspecto entonces tan primordial en la consideración social.
A lo largo del reinado de Carlos l se produjo en este sentido una transformación en profundidad: se extendió el antihebraísmo, lo que determinó la multiplicación de los estatutos de limpieza Como ha escrito Domínguez Ortiz, el problema estaba cambiando de carácter; a la realidad conversa sucedía el tabú converso, con fuerte connotación racial (3). La verdad es que la actitud indecisa ante el problema mostrada por el emperador, hizo que la situación para la población conversa fuese aún hasta cierto punto aceptable. Fue la postura claramente contraria adoptada por Felipe II, la que definitivamente radicalizó la situación hizo incontenible la crecíente marea anticonversa y dio a la sociedad castellana un tinte de régimen de castas (4) Como escribió Américo Castro, uno de los primeros que alertaron sobre este lema en esta peculiar estructura social el converso padecía terriblemente el verse puesto en situación de inferioridad. .. y al mismo tiempo se sintió estimulado a arremeter, en la forma que le tuera posible. contra la sociedad en torno a él (5) Este hecho tuvo una enorme trascendencia dado que los conversos fueron los creadores de una cuarta parte de la producción literaria y científica surgida en los territorios españoles, a pesar de significar sólo una vigésima parte de su población. También fue sustancial su influencia en la espiritualidad y en la vida religiosa de nuestro siglo xvi. Tres nombres de figuras descollantes ratifican por si solas esta afirmación: la misma Teresa de Jesús, Juan de Avila y Fray Luis de León. Parece fuera de toda duda que su origen converso es uno de los rasgos que más afecta ron a sus vidas y a sus obras, cuya incidencia en la espiritualidad de la época es reconocida de forma unánime. Si hemos aludido al cambio operado en diferentes planos de la realidad castellana durante la centuria del quinientos, encontramos igualmente una evidente evolución en cuanto a la vida religiosa De modo esquemático pueden distinguirse dos etapas bien diferenciadas, se paradas por un acontecimiento trascendental para la iglesia católica, el Concilio de Trento. La primera muestra como nota más sobresaliente el interés presente en muchas mentes por los problemas religiosos. Esto dio lugar a una constante preocupación por la moralización del clero y, lo que era de mayor importancia, a la existencia de una corriente espiritualista, defensora de una religiosidad interna, profunda, alelada de ritos y ceremonias: la difusión en España de los escritos de Erasmo, junto a la popularidad de la literatura mística y ascética, ahora en su punto culminante, respondía a esta actitud religiosa La misma llevó a grupos reducidos a buscar su salvación por nuevos caminos, pronto observados con suspicacia por la jerarquía eclesiástica, temerosa de posibles desviaciones heréticas. Así, al lado de la persecución de alumbrados y erasmistas, se sospechó de cualquier manifestación de religiosidad que se saliese de las vías tradicionales, lo que condujo a sospechar de los jesuítas —la Compañía se fundó en 1540— y a la prohibición de la lectura de la Biblia en lengua vulgar.
La segunda etapa, iniciada en la década de los sesenta, estuvo hondamente marcada por la reacción de Trento. que con tanta intensidad iba a afectar a la marcha de la Iglesia católica durante cuatro siglos. El resultado en Castilla fue la aparición de un catolicismo militante, ortodoxamente depurado y disciplinado bajo la jerarquía. Si su implantación tuvo manifestaciones positivas en variados aspectos —enseñanza, misiones, beneficencia, arte...— rompió, sin embargo, con la espontaneidad y el ímpetu de la vida religiosa, lo que, ahogando una posible continuidad con la espiritualidad anterior, terminaría por esterilizar no pocas prácticas religiosas y por degenerar la literatura teológica que hasta entonces había brillado a gran altura. Ahora bien, estos problemas no afectaban directamente por igual a toda la población, pues, mientras las clases alta y media tenían una cultura religiosa muy amplia, patentizada en continuas citas y alusiones, la plebe urbana se contentarla con saber su catecismo, y en ciertos distritos rurales, pobres y aislados, faltaría aún esta mínima instrucción, consecuencia lógica de la desigual repartición del clero (6) No obstante, el nuevo talante tridentino iba a influir en numerosas facetas fuera de la vida cotidiana, muchas de las cuales estaban en principio fuera de la esfera estrictamente religiosa, y fue uno de los factores del aislamiento hispano con respecto a la Europa occidental y del posterior anquilosamiento cultural.
La Inquisición, debido sobre todo a su larga y
trasnochada presencia en nuestra historia hasta principios del siglo
xix, se convirtió en la institución que veló por una rígida
ortodoxia y, por tanto, cerró numerosas puertas a la cultura y a la
ciencia hispánicas Como no podía ser menos, el tribunal
inquisitorial también conoció el cambio presente en todos los
niveles de la estructura vital española. Aunque su fisonomía nunca
fue agradable, su nefasto control sobre la población no hizo más que
aumentar a lo largo del siglo; extendió su intransigencia y su
vigilancia desde la fe a las costumbres encorsetando a la sociedad
española en unas rígidas normas de conducta, castradoras de una
apropiada evolución intelectual. Dos figuras pueden simbolizar esa transformación: el inquisidor general Alonso Manrique, entusiasta de Erasmo, en buena armonía con la abierta mentalidad del joven Carlos I; más tardíamente, el también inquisidor general, Fernando Valdés, receloso y perseguidor de todos los escritos místicos y cuya actuación estuvo en la línea de tibetización política emprendida por Felipe II. Santa Teresa, injertada en su tiempo, padeció estos aires de recelo e inmovilismo que tan fuertemente asolaron la Castilla que vivió.-
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