Macedonia, región situada en la zona septentrional de la península balcánica, había sido considerada por el mundo griego antiguo como zona de bárbaros. Este será precisamente uno de los recursos esgrimidos por Demóstenes en sus encendidos discursos contra Filipo II, el unificador de toda la Grecia. Y decimos unificador y no conquistador porque la crítica moderna ha demostrado que la estirpe real macedonia era helénica. Desconectados los macedonios del desenvolvimiento de las estirpes meridionales, habían conservado las instituciones primarias del patrimonio común griego. A esto habían añadido elementos tomados de sus vecinos tracios e ilirios, con lo que se había llegado a un sistema de gobierno totalmente diferente a los demás de Grecia.

Descansando en una monarquía de tipo militar, el rey era al mismo tiempo jefe, sacerdote y juez supremo. Su origen está' en el ascenso de una familia o estirpe, la de los Argeadas, que acabará imponiéndose al resto de las tribus macedonias e instaurará la monarquía, aun cuando la firme sucesión al trono no estuvo establecida ni aun a comienzos del siglo IV. La nobleza territorial estaba obligada a seguir al rey en la guerra como caballeros, constituyendo su séquito natural. Todavía en época de Alejandro recibían el nombre homérico de hetairos (compañeros). En compensación recibían tierras en calidad de feudos. Este sistema político lo completaba una Asamblea de guerreros, normalmente campesinos libres, que gozaba de algunos derechos ancestrales, como la confirmación por aclamación del nuevo monarca o la constitución como tribunal supremo en juicios de alta traición. Indudablemente, su organización política era muy distinta de la de las ciudades del resto de la Grecia.

Las ciudades griegas tenían sistemas políticos autónomos y basados en la polis: Estado limitado a una ciudad. En opinión de Pölmann, uno de los mejores conocedores de los hechos económicos y sociales del mundo antiguo, las polis griegas estuvieron siempre determinadas por su insuficiencia territorial. Esta produjo en la mayoria de ellas la tendencia a- la política de expansión que las llevó, alternativamente, a dominar sobre otras o a ser dominadas. A fines del siglo V, las posibilidades económicas de la polis estaban casi agotadas. No se puede olvidar que Grecia terminaba por entonces la Guerra del Peloponeso. Los continuos movimientos internos y la incertidumbre en la propiedad privada que se encontraba asfixiada por las cargas tributarias y amenazada por los excesos demagógicos, hacían poco viable el sistema de ciudad- Estado. Aún podría la polis haber tenido vigencia si no hubiesen fallado sus condicionantes políticos. En el caso concreto de Atenas se manifiestan en una corriente de búsqueda de la paz, del bienestar material y de la igualdad social de la que quizá es exponente la escuela cínica, corriente filosófica que daba su máximo valor al individuo. Todo esto provocó una inhibición que indudablemente favoreció.a Macedonia en sus ideas imperialistas.

Los reyes macedonios anteriores a Filipo II trataron por todos los medios de consolidar la monarquía. Nuestras noticias fidedignas, que comienzan con Pérdicas I,' indican que el Imperio persa se imponía sobre estos territorios en calidad de Estados cuasi-vasallos. Con Alejandro I, Macedonia se integra en la corriente cultural de la Grecia clásica, cuya corte visitaron Píndaro y Heródoto. La Guerra del Peloponeso afectó de rechazo a Macedonia, que vio su salida al már Egeo obstaculizada por la fundación de la colonia ateniense de Anfípolis. Debido a esto, Pérdicas II tuvo que tomar una actitud hostil frente a Atenas. Pero quizá sea Arquelao (413-399 a.C.) el que configure de forma más decidida la personalidad de Macedonia. Tucídides lo afirma claramente (11, 100, 2): Arquelao, al llegar a rey, constituyó las actuales fortificaciones de Macedonia, trazó caminos rectos, puso orden en todas las cosas, sobre todo en las que tienen relación con la guerra, acrecentando la caballería, los armamentos y los demás implementos bélicos en mayor medida que los otros ocho reyes juntos que le precedieron. En la nueva capital, Pela, recibió a Eurípides, quien compuso en su corte la Bacantes y dedicó -al rey su drama Arquelao. A su muerte, Macedonia cae en la anarquía interior por un largo período, cuya única excepción la constituye el reinado de Amintas III. A la desaparición de éste sobrevienen de nuevo los disturbios dinásticos hasta la regencia en 359 a.C. de su hijo Filipo.

 

 

Polémica en Grecia

 

Su acceso al trono está marcado por la misma tónica que domina a Macedonia en estos años. Una vez que Ptolomeo usurpara el trono a Alejandro II, el joven Filipo es enviado a Tebas como rehén. El usurpador, buscando ayuda exterior para su consolidación en el poder, había recurrido a Tebas. El envío de Filipo junto con otros nobles era una forma de demostrar su buena voluntad para con esta ciudad, que entonces detentaba la hegemonía política en Grecia. Sin embargo, Pérdicas, hermano de Alejandro II y Filipo, consigue, con la ayuda de Atenas, expulsar al usurpador y hacerse con el trono, pero su muerte prematura hace que tenga que dejar como heredero a un hijo de corta edad. Filipo, en 359 a.C., se hace cargo del poder como regente. A partir de este momento comenzará su tarea, que culminará con la sumisión al trono de Macedonia de toda Grecia.

La figura histórica de Filipo ha sido muy polémica debido a los encendidos discursos de Demóstenes. El orador siempre lo consideró un «bárbaro» que buscaba la destrucción de Atenas, enemigo de la libertad y de la democracia de la Hélade. En función de esto, los estudiosos de la antigüedad han tratado el tema, inclinándose a favor o en contra de Filipo. Así, Niebuhr y Grot, historiadores de la primera mitad del siglo XIX, veían la lucha de Atenas contra Macedonia como la defensa de la libertad y la democracia contra la tiranía. Sin embargo, Pölmann y Holm, también en el siglo XIX, idealizan a Macedonia y describen a Demóstenes como un reaccionario. En posiciones más moderadas con respecto al orador se colocaron Beloch y otros. W. Jaeger lo sitúa en la dinámica histórica griega del siglo IV: Hemos aprendido ahora que, en tiempos de Demóstenes, una ley subyacente del desenvolvimiento alejaba a los griegos del antiguo y limitado Estado-ciudad y los conducía al imperio universal de Alejandro y la cultura universal del helenismo. Vista en esta nueva y vasta perspectiva, la figura de Demóstenes se reduce a un pequeño obstáculo en el curso de un proceso histórico irresistible. Por otra parte, la historiografía soviética, que podemos representar por Struve, ve a Demóstenes como un defensor de la forma ya caduca del Estado esclavista.

Pero no todo fueron críticas a Filipo en su tiempo. Mediante Diodoro de Sicilia han llegado a nosotros noticias de la Historia de Filipo de Teopompo, con un tono panegírico del macedonio. Diodoro también utilizó la obra de Eforo, contemporáneo de Filipo. Esquines, orador de la época, convertido a la idea del partido promacedonio en Atenas, fue un defensor a ultranza. Isócrates (436-338 a.C.), ya antes del ascenso de Macedonia, buscaba ideales comunes para unificar a los griegos contra Persia. Contrario al sistema democrático ateniense por su corrupción, veía la solución a este estado de cosas en la monarquía. Sus obras, más que encuadrarlo en el partido promacedonio, tratan de elevarlo por encima de éste, buscando establecer una ideología de la monarquía en Grecia. Pero parece que también intervino en ella el oro de Filipo.

Ya el lector habrá observado por los partidarios o adversarios de Filipo, que Atenas, como cabeza rectora de Grecia, estaba dividida en dos grupos: los antimacedonios y los promacedonios. Los primeros de ellos eran los integrantes de lo que se ha denominado «partido del Pireo». Este grupo estaba compuesto de mercaderes y artesanos cuya economía estaba basada en la política exterior de Atenas, concretamente en el comercio marítimo con la zona norte del litoral del mar Negro. Para ellos la penetración de Macedonia en Tracia y el mar Negro, con la ocupación -que más adelante veremos- de las ricas colonias atenienses, representaba un duro golpe a sus intereses. Esta postura, a su vez, era apoyada por amplias capas de ciudadanos libres cuya existencia dependía de la entrega de subsidios por parte de las clases pudientes.

El reverso de la moneda lo constituían los promacedonios, representados mayoritariamente por ciudadanos pertenecientes a las capas adineradas. A éstos no les interesaba una guerra contra Macedonia. Y no les interesaba porque representaba un capítulo excesívo de gastos que ellos tenían que satisfacer como ciudadanos más pudientes. Las ganancias obtenidas con la explotación de las posiciones exteriores no les compensaban. Por otra parte, la pauperización de la población creaba cada vez más tensiones entre esta «clase alta» y la población pobre. Estas razones, y otras más que sería excesivamente complicado examinar, hacían que este grupo viese en Macedonia un poder fuerte que los amparase.

 

 

   Consolidación interna

 

Pero quizá hemos adelantado demasiados acontecimientos. Habíamos dejado a Filipo en el momento de ocupar la regencia del trono de Macedonia (359 a.C.) y enfrentado a una grave crisis interna, debido al estado de anarquía y a la inestabilidad del trono. Al mismo tiempo, sus vecinos, los tracios, hostigaban la frontera por el Este, así como los ilirios y peonios por el Oeste y Noroeste, respectivamente. Mediante alianzas sujetó a los tracios, atacando y derrotando a los ilirios. Con Atenas llegó a un acuerdo por el que se comprometía a retirar sus ejércitos de Anfípolis a cambio de la ciudad de Pidna y de su apoyo al trono. Y hablamos de apoyo al trono porque Filipo hacia estas fechas es proclamado rey, desplazando a su sobrino Amintas. Conseguido el trono, rompe el acuerdo con Atenas y conquista Anfípolis. Posteriormente ocupa Crénides, a ruego de sus habitantes, amenazada por enemigos exteriores. La posesión de esta ciudad, a la que cambiará el nombre, lIamándola Filipos, aseguraba la ocupación de los ricos yacimientos de oro del Pangeo, que tendrán gran importancia en el desarrollo de la política exterior de Filipo, ya Filipo II. No sin razón, Diodoro dirá apesadumbrado que muchos helenos traicionaron a su patria por el oro de Filipo. A su vez éste afirmaba que ninguna fortaleza era tan alta que no pudiera subir hasta ella un asno cargado de oro.

Esta paulatina agresividad de Filipo II y sus progresos en Tracia habrían sido imposibles sin la concurrencia de un ejército potente. Y es precisamente la reorganización del ejército hecha por el monarca lo que le permitirá llevar a buen término sus pretensiones de conquista. Compuesta por nobles consiguió hacer de la caballería, bien ordenada en regimientos (ilas) , un arma eficaz, al mismo tiempo que lograba romper los intentos autonomistas de estos señores feudales. La Corte ejerció tal atracción sobre esta nobleza que consiguió romper sus vínculos con la tierra y hacerla palaciega. Con la infantería, hasta entonces rudimentariamente organizada, formó la falange macedonia, dotándola de mejores armas (escudo redondo y pequeño, y larga lanza o sarissa) y de una también mejor capacidad táctica. Innovación con alcance político fue hacer extensivo a los llamados «heteros de a pie» ciertos privilegios en la Asamblea del ejército que hasta entonces sólo habían disfrutado los nobles. Con los mercenarios se organizaron las tropas ligeras y móviles (hyspapistas). Este armamento y la instrucción de la tropa estaba en función de la táctica militar empleada. Fue en Tebas, cuando estuvo de rehén, donde conoció la «formación oblicua» utilizada por Epaminondas, y será ésta la misma táctica que aplicará, pero con cuerpos de ejército distintos. Epaminondas realizaba la ofensiva con la infantería; Filipo II la transfirió a la caballería de heteros, mejor preparados. Los falangistas, con sus largas y pesadas lanzas, pasaron al ala defensiva.

Filipo II será el que por primera vez emplee la táctica de todas las armas orgánicamente combinadas. Indudablemente esto exigía una preparación y una disciplina férea con entrenamiento continuo a cualquier hora y en cualquier estación. La movilidad conseguida en sus maniobras y desplazamientos fueron motivo de admiración para sus contemporáneos, incluido su antagonista, Demóstenes.

La estrategia fue también reformada. A pesar de que la invención era de Epaminondas, fue Filipo el que implantó decididamente la estrategia del aniquilamiento. Derrotado el enemigo se le perseguía con la caballería hasta su extinción. El sistema de cerco de ciudades para conseguir su rendición por hambre fue sustituido por el de la aplicación de máquinas de guerra. Concretamente, en el sitio de Perinto y Bizancio se aplicó una máquina llamada «destructora de ciudades» (helepolis). Dichas máquinas también hicieron acto de presencia en los navíos de guerra, por lo que éstos comenzaron a construirse de un tonelaje mayor.

Hasta el 354 a.C. encontramos a Filipo estableciendo bien sus fronteras, consolidando el reino y haciendo algunos progresos en Tracia. Pero su política no se limitaba sólo a los aspectos de orden militar. Paralelamente había desarrollado una activa diplomacia. Da prueba de ello un tratado de amistad y alianza con la potencia griega más importante del Norte, la Liga Calcídica, mediante la colaboración del Oráculo de Delfos, a quien Filipo parece que sugería algunas de sus inspiraciones. Atenas, por su parte, también buscó alianzas en algunos príncipes y reyes tracios e ilirios.

 

 

Unificación de Grecia

 

E'n Grecia había estallado hacia estas fechas la Tercera Guerra Sagrada, originada a partir de una violación de los derechos de la Anfictionía délfica por los focenses. Sin entrar en muchos detalles sobre esta conflagración bélica, sólo diremos que los focenses consiguieron poner en serios aprietos a una coalición de beocios y tesalios. Este hecho es muy significativo, por cuanto nos viene a demostrar la situación de total impotencia de los Estados griegos. Sus fuerzas estaban muy mermadas. Lo cierto es que se tuvo que recurrir a Filipo, porque los tesalios eran incapaces de derrotar a los focenses. Filipo corrió en su ayuda, puesto que así conseguía inmiscuirse en los asuntos de Grecia. Los focenses fueron derrotados. Pero cuando Filipo quiso entrar en Grecia central para llegar hasta Delfos, encontró el paso de la Termópilas cerrado por atenienses y espartanos; no quiso el macedonio entrar en batalla todavía y emprendió el regreso.

A partir del 352 a.C. comienza lo que la historiografía moderna ha llamado la segunda fase de la expansión de Macedonia. Filipo emprende otra expedición a Tracia, hecho que afectaba directamente al comercio griego. Los atenienses vieron en esto una provocación. Pero aún más grave fue el ataque a los calcídeos con una excusa banal, destruyendo Ostagira y Olinto. Los demás griegos no pudieron prestar ninguna ayuda. Atenas, a pesar de la dura oposición de Demóstenes, se vio obligada a firmar la paz, llamada de Filócrates (346 a.C.). En este mismo año derrota Filipo de nuevo a los focenses, que aún resistían. Se reorganiza la Anfictionía y Filipo consigue entrar en ella. En Tesalia, Filipo se nombra arconte y se hace cargo del gobierno del país. Será ahora cuando tengan lugar las encendidas polémicas entre los atenienses en favor o en contra de la expansión macedonia. Por más que Filipo intentó todas las aproximaciones posibles a Atenas, ésta las rehusó en base a los planteamientos de Demóstenes, por entonces con gran ascendiente sobre la Asamblea.

En el 342 a.C. comenzó Filipo la sumisión definitiva de Tracia, dejando en su lugar en el gobierno de Macedonia a su hijo Alejandro (el futuro Alejandro Magno), de quince años de edad. Asumiendo el papel de libertador de las ciudades griegas fronterizas a Tracia, comenzó su campaña. Todo el mundo griego sabía que aquello era una verdadera guerra de conquista y a regañadientes aceptó la excusa. Tracia fue sometida, creándose con sus territorios la primera provincia macedonia. La labor que se efectuó fue ingente, estableciendo colonias, fundando ciudades y asentando colonos. Las pequeñas polis griegas de la zona hicieron una alianza con Filipo. Al frente de la provi ncia puso a un gobernador a imitación no de una tradición griega, sino persa. Si estaba construyendo un Imperio y el único modelo disponible era el persa, a él recurrió. Los intereses atenienses en la zona quedaron en peligro.

Por esto, Atenas funda la Alianza Helénica (340 a.C.). uniendo, bajo su dirección, siete Estados griegos. El fundamento de la misma constituía la búsqueda de una paz general (koiné eirene), pero todo el mundo sabía que era el miedo a Filipo lo que provocaba la unión de las ciudades.

La situación de tensión se precipitó cuando el macedonia decidió atacar la ciudad de Perinto. En los preparativos del cerco tuvo que violar el territorio ateniense en el Quersoneso tracio, lo que, confesado por Filipo en una carta a Atenas, aplazó la declaración de guerra. No fue fácil el sitio de Perinto, ya que la ayuda de Bizancio, Atenas y algunos sátrapas persas, recelosos del poder de Filipo, hicieron vanos los ataques macedonios. Ante esto decide poner sitio a Bizancio, donde también fracasa. Sin embargo, se apoderó de la flota triguera ateniense que estaba reunida a la entrada del Bósforo, capturando un total de 230 naves de gran valor. La reacción no se hizo esperar, y Atenas declaró la guerra a Macedonia enviando una flota que liberó a Bizancio del asedio naval de Filipo. Las operaciones por mar eran altamente ventajosas para los atenienses; por tierra para los macedonios, tanto que Filipo, ignorando esta guerra, organiza una expedición contra los escitas. Pero parece que estuvo motivada por razones de orden interno dentro del ejército. Se trataba de levantar el prestigio de las armas macedonias, que se había tambaleado un tanto con los fracasos de Perinto y Bizancio. No resultó un paseo y Filipo, herido, regresó con algunas dificultades ese mismo año.

La situación interna de Grecia de nuevo se hacía favorable a Filipo. O quizá él la hacía favorable con su oro. El caso es que de nuevo estalla otra Guerra Sagrada, en este caso provocada por los locrios de la pequeña localidad de Anfisa, cerca de Delfoso Estos acusaban a los atenienses por actos cometidos durante la Tercera Guerra Sagrada. A su vez, Atenas los acusó de cultivar las tierras sagradas de la llanura de Cirra. Lo cierto es que el único interesado en una Guerra Sagrada en este momento era Filipo. Así, de nuevo se le llama para que asuma la dirección de la guerra como general de la Liga. Y esta vez no se va a detener como en la anterior guerra. Ante el estupor de los griegos, aprovechando este puesto, Filipo conquista Elatea de Fócida, para algo más tarde apoderarse de Anfisa y, en su calidad de mandatario de la Anfictionía, imponer un castigo a los locrios. El problema estaba en saber si Tebas se inclinaría al lado de Macedonia o de Atenas. Demóstenes, a cambio de enormes concesiones, consiguió atraerla al bando ateniense.

La batalla decisiva decidieron plantarla junto a Queronea. La iniciativa partió de los aliados. La victoria de Filipo fue total, llevando el peso de la caballería su hijo Alejandro. En la atropellada retirada de los vencidos, Filipo no aplicó su táctica de aniquilamiento como era normal en él. Mostraba así su intención de unir a Grecia, no de aniquilarla.

Las negociaciones de paz se llevaron a cabo rápidamente. La Liga marítima ateniense fue disuelta, pero Atenas conservó su autonomía y su soberanía sobre importantes cleruquías perdiendo el Quersoneso tracio. Mucho más afectada resultó Tebas, que pasó a potencia de inferior orden, ubicándose en ella una guarnición macedonia. Esparta, que se había mantenido neutral, fue reducida a su estricto territorio. En conjunto, Filipo actuó de una forma magnánima, sin excederse en las ventajas que su condición de vencedor le proporcionaba.

 

 

La Liga de Corinto

 

Ya estaba, pues, Filipo en condiciones óptimas para llevar a cabo la reorganización de Grecia y a ello se dispuso. Hizo reunir en Corinto delegaciones de todos los Estados soberanos, con objeto de estudiar y estructurar con ellos la organización que había de darse a Grecia entera. En esta memorable reunión de Corinto se llegó a la constitución de una Confederación Helénica, bajo la dirección de Filipo, en la que se respetaba la paz general, la autonomía de los diversos Estados y se prohibían los cambios constitucionales con violencia. Solamente quedarían guarniciones macedonias en Tebas, Calcis y Corinto. Cada Estado, en forma proporcional a su poderío, estaba obligado a una serie de prestaciones militares.

Por medio de un segundo pacto, Filipo, como rey de Macedonia, concertó una alianza ofensivo-defensiva con cada uno de los Estados. Se creó un Consejo de la Confederación con poderes ejecutivos, en el cual cada confederado tenía una representación proporcional a sus fuerzas militares. Competencia de este Consejo, que también tenía carácter de Tribunal de la Confederación, era decidir sobre la paz y la guerra. Jurídicamente, el Consejo federal funcionaba con absoluta independencia y su jefe nu t0maba parte alguna en sus resoluciones. Pero indudablemente la influencia personal de Filipo debió ser en la práctica muy grande.

Se ha atribuido a Isócrates la línea de pensamiento que rigió la configuración de la Liga de Corinto. Punto de vista no aceptado por la crítica actual, puesto que Isócrates no pensó más que en una reconciliación de los Estados griegos y la Liga era algo distinto, basado en la política autoritaria de Filipo. Fue en la primera reunión de esta Liga donde el monarca hizo efectivo el punto principal del programa de Isócrates. Propuso una campaña pan helénica contra Persia, dándole cierto sentido de guerra santa, buscando un nexo espiritual entre su empresa y las guerras médicas. Al mismo tiempo, esto consolidaba su dominio en la Hélade. Filipo se retiró a Macedonia para hacer los preparativos de la expedición, pero en el 336 a.C. fue asesinado en Egas, durante la celebración de las bodas de su hija. El asesino, Pausanias, parece que actuó por motivos personales, pero no se ha descartado la posible participación de ciertos círculos de la nobleza macedonia.

La muerte prematura y violenta de Filipo impidió la realización de ese ansiado proyecto de asestar el golpe definitivo al Imperio persa. Esto le cupo en suerte a su hijo Alejandro, con cuya entronización Grecia entró en la antesala de un nuevo período, el del Helenismo.


 

 

BIBLlOGRAFÍA

 

A. Momigliano, Filippo il Macedone, Florencia, 1934.

W. Jaeger, Destenes, F. C. E., Méjico, 1947.

P. Cloché, Histoire de la Macédoine jusqu'á I'avimement d'Alexandre le Grand, París, 1960.

J.  Kessler, Isokrates und die panhellenische Idee, Roma, 1965.

 

 

 

 
 

 

EL ASCENSO DE MACEDONIA
Y LA UNIFICACIÓN DE GRECIA

HISTORIA 16, nº. 34, pps. 56-63, Febrero 1979

 

PEDRO SÁEZ FERNÁNDEZ
Profesor de Historia Antigua, Universidad  de Sevilla