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Un algo ingenuo y candoroso, sencillo y realista a un tiempo, sentimos al leer las páginas de las obras del gran monje de la Rioja, Gonzalo de Berceo. Nuestro afán ha ido a buscar en ellas la primitiva galanura de su pintoresquismo y sobre todo las narraciones naturalistas y médicas de su obra, escogiendo para ello el manojo verdaderamente silvestre de sus Milagros de Nuestra Señora, que vienen a ser tal vez el mejor y mas bello puñado de aromáticas flores en la alborada del Medioevo lírico español. Un exquisito sentido de la observación llama poderosamente la atención en los escritos de Berceo. Esa sencillez con que narra lo que ve y lo que oye, alcanza posiblemente su punto cumbre cuando descríbela naturaleza, el campo, las claras fuentes, la sombra de los árboles, la caricia fresca del aire, tanto, que a veces al lector puede parecerle estar notándola al sumirse en la lectura de sus candorosas obras. Este agudo sentido de la observación por la naturaleza y por sus criaturas alcanza también a las humanas y asombra a quienes le leen, al pintar con sus cuatro brochazos rústicos e ingenuos, determinadas condiciones fisiológicas o patológicas, en muy pocas palabras. Sin embargo su estilo es referente a estas cuestiones, únicamente narrativo. Le falta aún el espíritu crítico que el naturalista y el médico precisan indispensablemente unir a su obra y por lo tanto a sus mismas observaciones. Todo en él es sencillo. Él siente la brisa amable de las tardes primaverales: « Refrescavan en omne las caras e las mientes ». Y más adelante, en la Introducción añade:
« Las sombras de los arbores de temprados sabores Refrescáronme todo, e perdí los sudores. Podrie vevir el omne con aquellos olores ».
Bien es verdad que estos párrafos se refieren al prado celestial, pórtico de su obra, pero él lo compara con el beneficioso efecto de los aires de las sombras y de los olores del campo. Él ama al campo como factor de salud y bienestar. Y así exclama: « Podrie vevir el omne con aquellos olores». Él observa con detenimiento y escruta los detalles. A veces nos parece en esto, un Feijóo anticipado, y muy anticipado por cierto, porque Berceo aun con su fino espíritu observador, sencillamente descriptivo, está aún muy lejos de la época feijóoniana en que la luz de la razón y de la ciencia para avivar más la fe, ponen límite entre la leyenda y la historia, entre la milagrería, el hechizo y la brujería de una parte, y de otra los hechos naturales y aquellos otros cuya causa no alcanza a explicar el humano entendimiento. Pero en ambos, Berceo y Feijóo, late esa sencillez que da la observación. Esa sencillez con que cuenta en el Milagro XXI de la Abadesa encinta que «Fol creciendo el vientre en contra las terniellas Fueronseli faciendo peccas ennas masiellas Las unas eran grandes, las otras poquiellas » Casi, casi es la misma ingenua observación con que Feijóo se asoma asombrado a la ventana de su celda para descubrir en la noche gallega la proyección de su sombra en la bruma. La descripción de los sentidos la hace Berceo, esquemáticamente en el Milagro de « El Premio de la Virgen »: « Cinco sesos del cuerpo que nos facen peccar, El ver, el oír, el oler, el gostar. El prender de las manos que dizimos tastar ». También habla de los locos y de los enloquecidos. Al filo del Medioevo los demonios andaban sueltos por Europa, tanto que hasta Teófilo en el Milagro n.° XXIV los ve venir nada menos que en procesión. Entonces los locos, los embrujados, los endemoniados y los perturbados eran objeto de atención preferente en los escritos de la época. Berceo hace observaciones curiosas; por ejemplo la de los enajenados que sin embargo tienen buen juicio en las cosas como cuando en el Milagro del clérigo y la flor, escribe: « Pero que era locco, avie un buen sentido » Es decir: Aunque estaba loco, en aquel momento, o enloquecido, no lo estaba tanto. Acaso el exoftalmos sea descrito en el siguiente trozo de El premio de la Virgen :
Enfermó esti clérigo de mui fuert manera Que li querien los oios essir de la mollera ». El alcoholismo agudo aparece tratado en El clérigo embriagado :
Recordo malamientre, andaba estordido » . Pero que en sos piedes non se podía tener » . Las lesiones propias de las quemaduras aparecen descritas con sencillez en La Iglesia profanada :
« Era cerca del fierro la carne mui inchada La que iazie de inso era toda quemada » . La terapéutica hace también su aparición; Así en El monje y San Pedro se dice : « Por salud de su cuerpo e por vevir mas sano usava lectuarios apriesa e cutiano, en Yvierno calientes, e frios en verano ». | ||||||
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