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Este diputado fue delatado al Santo Oficio a 10 de noviembre de 1814 por fray José Bernín, religioso dominico, vecino accidental de esta Corte, diciendo era el autor de un sermón contra la Inquisición, en que se contenían proposiciones erróneas, sapientes herejías, malpensantes y escandalosas. Que, en medio de asegurar que fue y era calificador del Santo Oficio, llamaba a sus individuos sacerdotes de Mahoma y con descaro y audacia sin igual intentaba probar ser antievangélico, abusando de un modo denigratorio de la Sagrada Congregación y trocando a santos padres y pasajes de la historia. Que, para mayor abuso, intentaba hacer verosímil un caso que le ocurrió en Filadelfia, el cual tenía todos los visos de mentira. Estamos leyendo el Expediente del Tribunal de Corte contra don José Antonio Ruiz Padrón, diputado que fue de las Cortes Generales y Extraordinarias, abad de Valdeorras, por escritos erróneos y calumniosos. Estamos en 1814. Ha vuelto Fernando VII y el absolutismo, y se ha levantado la veda contra los liberales. ¿Tenía visos de mentira? ¿O quería el relator que lo fuera, porque le convenía negar al acusado unas relaciones de tipo tan importante en la historia que le ocurrió a Ruiz Padrón? Por mucho que se tratara de anglosajones y aun de protestantes, los nombres de Franklin y Washington ya pesaban en la España de 1814 y así era mejor calificar de patraña o follie de grandeur los recuerdos del canario en las Cortes de Cádiz: Admítaseme esta confesión ingenua e imparcial a que me obliga la imperiosa necesidad de ilustrar esta materia. Habiendo salido de mi Patria, una furiosa tormenta me arrojó a las costas de Pensilvania, después de un peligroso naufragio, y arribé a la Filadelfia, ciudad principal de los Estados Unidos. Varias conexiones me proporcionaron el conocimiento y amistad del célebre Benjamín Franklin, hombre inmortal por su filosofía y ciencia diplomática. Más de veinte ministros de las iglesias protestantes concurrían con frecuencia a las tertulias de aquel ilustre filósofo y yo era conocido de todos por el Papista, con cuyo nombre me gloriaba. ... La conversación giró casi siempre sobre asuntos de religión, que se discutían amigablemente y con bastante método, pero con calor y energía. ... Estas mismas conversaciones se repitieron en casa de Jorge Washington, que apareció por aquellos días en Filadelfia. No pude averiguar a qué secta pertenecía este célebre general, pero el filósofo Franklin propendía a la de los arminianos, según los principios de Felipe Limbourg. El fue quien me provocó a producirme en público, en prueba de mi sinceridad, y no dificulté un momento de predicar en la Iglesia católica de Filadelfia la misma doctrina que había proferido en mis conversaciones, a cuya función asistieron todos los españoles de las fragatas de guerra, la «Héroe», la «Loreta», y de ocho o diez barcos de la Florida, que se hallaban allí. La religión de Franklin, según un biógrafo, era una mezcla de astronomía con politeísmo, deísmo y franklinismo; él estaba seguro que no sería compartida por nadie, pero le bastaba -decía- que no molestara a la razón ajena o resultará odiosa a los sentimientos de otra persona.
Del texto de Ruiz Padrón, lo que debía irritar especialmente al censor era disociar la Inquisición de la Iglesia Romana. El canario consiguió hacer proselitismo católico en el centro fuertemente protestante que eran los Estados Unidos de entonces. ... Me vi forzado a confesar que la Inquisición era un tribunal de establecimiento puramente humano, en que no sólo tuvo parte la curia de Roma, sino la política de los reyes: confesé sus enormes abusos, su dominio despótico contrario al espíritu del evangelio; dije, en fin, que eran defectos de hombres que no podían perjudicar a la pureza de doctrina, a la santidad y primacía de la Iglesia Romana, madre y maestra de todas las iglesias ... Sus nuevos amigos, para probarle, le animan a hablar desde un púlpito: ... Los ministros protestantes quisieron, sin duda, desengañarse de la sinceridad con que un español iba a hablar sobre la Inquisición y lo consiguieron. Mi sermón fue el primero que se predicó en nuestro idioma en aquellas vastas regiones ... Aseguro a V.M. (1) que jamás hubiera hablado en público de este gravísimo asunto, sino forzado de la necesidad de hacer ver que la Inquisición es un obstáculo en muchos países a la propagación del evangelio. Su nombre sólo llena de terror los espíritus más fuertes; empero, cuando se desengañan de que la Inquisición no es un tribunal inherente ni esencial a nuestra religión, sino la obra de la política y del depotismo, se abre la entrada al santuario de la Iglesia católica. Desengañados muchos anglo-americanos de este error, mudaron de dictamen. Más de ochenta familias protestantes hicieron bautizar sus hijos en la parroquia de los católicos, de que yo fui testigo, y lo mismo ejecutaron otras infinitas a que no pude concurrir. Prosigue el relator en su acusación: ... Y su arrogancia en producirse indicaba el ningún respeto a los anatemas de la Iglesia, fulminados por los Sumos Pontífices y especialmente por la Bula de Pío V, expedida a presencia de todos los cardenales contra los que hablen y escriban contra el Tribunal.
Contra la Inquisición Ruiz Padrón conocía muy bien los argumentos que generalmente se empleaban en defensa de la Inquisición y en su discurso del 18 de enero de 1812 los rebatió uno por uno (2). Sus principales tesis fueron las siguientes: El Santo Oficio no es necesario para mantener la fe católica, como lo prueba el hecho de que ésta existiera brillantemente antes de que surgiera la Inquisición. Señor, ninguna nación está obligada por el derecho público y de gentes a admitir en su seno tribunales extraños que a nada conducen para su bien espiritual o temporal; pero por nuestra malhadada estrella desde Tolosa pasó ese Tribunal a Aragón, como un astro ominoso, o a manera de una nube opaca que venía a descargar sus rayos sobre nuestro triste suelo. Omito hablar de la resistencia que hicieron aquellas provincias para admitirlo como enteramente contrario a sus leyes y fueros. Por sólo el hecho de haber venido de la Francia debieron detestarlo (3). A finales del siglo XV tomó su asiento en Castilla como en su centro sin que fuesen bastante a impedirlo sus reclamaciones, porque así convenía a la oscura política de Fernando el Católico. Su primer inquisidor fue fray Tomás de Torquemada, del orden de Predicadores. El famoso fray Tomás, cuyo nombre no se olvidará jamás en nuestra historia, dictó el primer Código para la Inquisición, de España, que después se ha variado y aumentado a la par que se disminuían los derechos episcopales. Esto es, pues, en compendio, el Tribunal que los folletos nos predican como el baluarte de la fe y sin el cual nos aseguran que no podrá subsistir entre nosotros la pureza de la religión. Yo preguntaría a sus autores: ¿Cómo es que la España guardó intacta su fe desde la abjuración del arrianismo en tiempo del católico Recaredo hasta el del establecimiento de la Inquisición? ¿Cómo es que nuestros padres, mezclados por muchos siglos con judíos y sarracenos, conservaron inmaculada su religión sin el puntal de la Inquisición? Folleto hay, Señor, que afirma descaradamente que la Inquisición es necesaria en la Iglesia del Dios vivo. iQué error! iQué consecuencias tan absurdas no se siguen de este falso principio! Luego los primeros padres de la Iglesia no conocieron esta falta que pudieron remediar en tantos venerables concilios que se congregaron de intento para extirpar el error y la herejía. Luego, los apóstoles propagadores del evangelio descuidaron la elección de este Tribunal, queriéndolo oportuno, o es que ignoraron su conveniencia y utilidad. Luego, Jesucristo, fundador y legislador de su Iglesia, no la proveyó de todo lo necesario para conservar y perpetrar su fe y su doctrina hasta la consumación de los siglos. ¿ Tenía más que crear inquisidores en lugar de obispos y párrocos? A estas consecuencias se exponen los autores de esos escritos. i Y no cae una anatema sobre tan despreciables folletos!
Que un Papa haya declarado sacrosanto al Tribunal no es garantía de que esté en lo cierto de acuerdo con la tradición católica. El Papa, al fin y al cabo, no es más que un primum inter pares, es decir, los obispos que no pueden acabar sujetos a los inquisidores. El Obispo de Roma es, sin disputa, el legítimo sucesor de San Pedro, pero no es el sucesor de Constantino ni de Teodosio; es el primer Vicario de Jesucristo, pero no es absoluto sino que debe gobernar arreglado a la constitución de la Iglesia, compuesta de los sagrados cánones. Tiene jurisdicción de Primado en toda la Iglesia, pero no jurisdicción episcopal. Cada obispo, en su diócesis, tiene la misma que el Pontífice ejerce en su obispado de Roma. No es un monarca, sino el padre común de los fieles. No es un déspota, sino que debe consultar los puntos primordiales de doctrina con los obispos que son sus hermanos, según el lenguaje del evangelio, y no sus vicarios como han sentado los autores ultramontanos. Su mayor gloria es tratarlos como a hermanos, como a coepíscopos, con fraternidad, con caridad y con dulzura: no con altivez, no con fastuosa arrogancia y con imperio, depojándolos de sus augustas y divinas atribuciones como ha sucedido cuando se fue aumentando el poder colosal de la Inquisición. La Inquisición es incompatible con la Carta Magna que los españoles han proclamado. El pueblo español ha jurado solemnemente su Constitución a la faz de toda la tierra para no ser en adelante el juguete y oprobio de las naciones; está pronto y dispuesto a defender y sellar con su sangre esta Carta sagrada de sus derechos y libertad política. En ella se establece como ley fundamental que la religión católica, apostólica, romana, que es exclusivamente la verdadera, es la religión del Estado y la que la nación protege por leyes sabias y justas ... Pero el pueblo español no ha jurado ni jurará jamás sostener la Inquisición; antes, al contrario, en el mismo acto de jurar la Constitución ha jurado virtualmente la abolición perpetua de este odioso y sanguinario Tribunal como incompatible con la Constitución, como diametralmente opuesto a sus derechos y libertad civil. Mas yo dije también que la Inquisición es no solamente perjudicial a la prosperidad del Estado, sino contrario al espíritu del evangelio que intenta defender.
Auto de fe Para mostrar algunas características que alejan al Santo Oficio de la caridad cristiana, Ruiz Padrón hace un retrato sarcástico del auto de fe celebrado en 1680: Me faltan ingenio y habilidad para hacer una precisa y elegante descripción de este triunfo. Se tocó un mes antes la trompeta inquisitorial para dar prisa a los tribunales subalternos a fin de evacuar las causas pendientes para que la multitud de reos contribuyese a la mayor solemnidad y se señaló un domingo para certificar con la muerte de las víctimas el día del Señor. La Plaza Mayor fue escogida con preferencia para teatro de esta grandiosa escena trágica. Un tablado espacioso, largas y magníficas graderías, un elevado solio para asiento del inquisidor general eran sus principales adornos. Es verdad que a su lado se veían jaulas con rejas para encerrar a. infelices reos como si fueran tigres y esto afeó un poco la hermosura y brillantez del teatro. El concurso de los pueblos limítrofes fue inmenso, pues tal es el delirio de los hombres que se complacen en la ruina de sus semejantes. La procesión fue dilatada, magnífica y estupenda, porque en todo reinó un profundo y espantoso silencio a pesar de la brillante cabalgata que la acompañaba. La Real Familia con sus guardias, la Cámara, los Consejos con sus presidentes, los demás tribunales, la Villa de Madrid, los grandes y títulos ... todas las clases del Estado sin faltar su compañía de soldados de la fe asistieron puntualmente a un acto tan religioso. Pero la Suprema presidida por su jefe y rodeada de la turbamulta de inquisidores de provincia, de consultores, ministros calificadores, comisarios y aguaciles, llamaban más que todos la atención de los concurrentes como que eran los principales agentes de la carnicería que se preparaba. El Rey vio con profunda atención este sacrificio cruento de sus vasallos. Ciento veinte eran las víctimas destinadas al suplicio entre relajados y penitenciados, hombres y mujeres, unos en persona y otros en estatua porque la Inquisición persigue también los estafermos. No debe omitirse que en medio de esta brillante procesión iban también arcas con huesos de difuntos para que acompañasen a los sambenitos y corozas, y que nada faltase al lucimiento de función tan augusta. No, esto no es lo que quiere el evangelio. No, esto no es lo que quiere la Iglesia, aun de los que intentan separarse de su lado . ... En efecto, los herejes necesitan de medicinas para que vuelvan al seno de la Iglesia, de quien se separaron como hijos ingratos a una madre piadosa. Pero, ¿qué medicina les aplica la Inquisición? ¿Son, por ventura, la predicación, la persuasión, la paciencia, la caridad, que son las medicinas del evangelio, o les aplica azotes, cadenas, grillos, garruchas, tortura y fuego? ¿A dónde está aquel hombre que nos describe San Lucas en la divina parábola que habiendo encontrado la oveja perdida se la puso a los hombros, lleno de regocijo, y la agregó a su rebaño? Este pastor se encontraría fácilmente en los obispos y curas que son los pastores de Israel, pero no en los inquisidores. Ellos presencian, en calidad de jueces, estos horrendos espectáculos, ya sean los delincuentes hombres, ya sean mujeres; ellos tienen valor para oír a sangre fría los tristes lamentos y horribles alaridos de los atormentados; sentencian a muerte invocando primero el Santo nombre del Señor y con aire de ferocidad condenan los relajados a las llamas. Figúrese V. M. a un inquisidor entregando con una mano los reos al juez civil para conducirlos a la hoguera y con la otra elevando un crucifijo que nos representa vivamente la muerte de un Dios que pidió a su Padre perdonase a sus enemigos. ¿No es éste el más extraño contraste que puede ofrecerse a la imaginación de un cristiano? Así terminaba el discurso escrito para ser leído, pero, cuando acabó esa lectura Ruiz Padrón, lo remató con palabra enfática y apasionado, reiterando la imposibilidad de que tal organismo existiera en un país libre. Defiéndalo como quieran sus patronos y protectores, mas insultan descaradamente a la humanidad cuando nos lo pintan dulce, suave, compasivo, caritativo, ilustrado, justo, piadoso. ¿Qué lenguaje es éste, Señor? Yo entro en los magníficos palacios de la Inquisición, me acerco a las puertas de bronce de sus horribles y hediondos calabozos, tiro los pesados y ásperos cerrojos, desciendo y me paro a media escalera. Un aire fétido y corrompido entorpece mis sentidos, pensamientos lúgubres afligen mi espíritu, tristes y lamentables gritos despedazan mi corazón. Allí veo a un sacerdote del Señor padeciendo por una atroz calumnia en la mansión del crimen; aquí a un pobre anciano, ciudadano honrado y virtuoso, por una intriga doméstica; acullá a un infeliz joven que acaso no tendría más delito que su hermosura y su pudor. Aquí enmudezco porque un nudo en la garganta no me permite articular; porque la debilidad de mi pecho no me deja proseguir. Las generaciones futuras se llenarán de espanto y admiración. La historia confirmará algún día lo que he dicho, descubrirá lo oculto, publicará lo que callo. ¿Qué tarda, pues, V.M. en libertar a la nación de un establecimiento tan monstruoso? Basta.
Condenado No es raro que manifestaciones parecidas provocaran la irritación del Calificador que le tocó en suerte, un carmelita calzado para quien el discurso era injurioso al Santo Oficio y a cuantos le han sostenido y confiado su autoridad, capcioso, calumniado, satírico, pedantesco, mordaz, atrevido y muy digno de ser prohibido aun para los que tienen licencia. Empiezan las pruebas, entre las que figuran normalmente las preguntas a testigos que conocían de antes a Ruiz Padrón; los fieles de su parroquia aseguran era liberal de siempre y un adelantado en cuanto al concepto de una religión limpia de supersticiones; moderno, en fin. Antes de ir a las Cortes había manifestado su adhesión a ellas y a sus opiniones mal chocantes y peligrosas, como la libertad de imprenta ... También manifestaba su aversión a colocar imágenes en todas partes y a que los ingresos de la Iglesia fuesen a Roma en vez de quedarse en España. (Otro afirma) ... Cumplía con sus deberes como predicador y limosnero, pero era poco amigo de los regulares (frailes). (Otro) Cuando confesaba lo hacía en voces tan descompuestas que hacía pública la confesión. (Otros) Llamaba superstición a las novenas y rogativas de santos y devoción del Santo Rosario, disminuyendo y entibiando el fervor de sus feligreses. (Otros) No les gustaba el traje de Padrón porque llevaba al cuello un pañuelo encarnado. Examinada su biblioteca, se le encontró libros de Erasmo, La historia imparcial de los jesuitas y La vida de Felipe II, por Antonio Pérez, una colección nada satisfactoria para un espíritu absolutista. El 28 de febrero de 1815, Ruiz Padrón reconoce por suyo el dictamen contra la Inquisición. No podía négarlo, puesto que figuraba impreso con su nombre, pero obsérvese la ironía y distanciamiento con que trata un asunto que podía causarle tanto daño físico, además de moral. Tras negar las acusaciones de los testigos de su conducta anteríor, amparó su defensa en un dato jurídico. Había hablado contra el Santo Oficio cuando su puesto de depurado le protegía contra la persecución judicial; por tanto, no delinquía. Y dejó de hacerlo cuando la autoridad legítima restableció el Tribunal de la Inquisición, que ahora va dando muestra de suavidad y clemencia, de dulzura y mansedumbre, justamente las virtudes que había echado en falta en la etapa anterior ... y que seguían brillando por su ausencia en la reposición . ... Mientras subsistía el Tribunal de la Inquisición, la obedeció y respetó como autoridad establecida por los Sumos Pontífices, reservando sus opiniones privadas sobre si su modo de proceder era o no conforme al espíritu de suavidad y mansedumbre que debe caracterizar a los ministros de un Dios de paz y clemencia. Pero que, nombrado diputado por Canarias de las Cortes Extraordinarias, expuso francamente sus opiniones pensando que no había inconvenientes en manifestarlas con franqueza mediante la inviolabilidad prometidas y deseoso de que se le enmendaren sus equivocaciones. Que es verdad que algunas de sus expresiones se resienten del calor de la disputa de las grandes pasiones que agitaban los ánimos en aquellas difíciles coyunturas y sin las cuales no se hubieran salvado ni la Patria. Que restablecido el Tribunal por disposición del Vicario de Jesucristo y acuerdo de nuestro católico monarca, y dado muestras de su suavidad y clemencia, de su dulzura y mansedumbre, sólo restaba al exponente obedecerle y respetarle, dando ejemplo a sus feligreses y acreditando en todo su obediencia a las disposiciones pontificias y reales. Asi esperaba de la benignidad y sabiduría de la Congregación que acogiera esta humilde exposición de los sentimientos de su alma y que, aun recordando todo su pasado, se creía incapaz de alterar el orden establecido ni de extender máximas y doctrinas que pudiesen amargar el piadoso corazón de V. C. No es raro que el juez se indignara ante una alegación ... que intentaba excusar con frívolos pretextos, según se aprecia en su escrito, y, por lo mismo, confirmando el escándalo que causó con la publicación de sus escritos, debía mandar y mandaba que se le recluyese perpetuamente en el convento de religiosos observantes de Cabeza de Alba, adonde se le condujese con el decoro debido a su carácter, guardando entre tanto carcelería rigurosa en el seminario conciliar en que se hallaba en libertad. Que se le secuestrasen las rentas y que, tras señalarle alimentos, se distribuyesen lo demás para la fábrica de la Iglesia y pobres (4). Así se realizó, pero algunos amigos poderosos debió encontrar el sacerdote liberal cuando esa cárcel duró poco tiempo. Unos años más tarde le encontramos de nuevo en su abadía de Valdeorras, donde pasó apaciblemente el resto de su vida admirando probablemente a sus contertulios con el recuerdo de sus aventuras, mientras a su alrededor seguía la lucha entre las dos Españas que le habían cogido en medio como a tantos otros nacionales. Lo que no podía imaginar probablemente es que la España tradicional y retrógada todavía iba a dar señales de vida, ya iniciado el último tercio del siglo XX. Las razones del padre Pinta y Llorente, en 1967, son prácticamente las mismas que las que alegaban los inquisidores de 1815. Así lo describe (5). Varón seguramente adornado de excelencias personales, diose a conocer en las tertulias de dos próceres insignes: Benjamín Franklin y George Washington, en 1784.
Allí se inician sus actividades antiespañolas entre los núcleos reformistas, hostilizando el Santo Oficio que en este caso era denigrar a España . Mendaz y progresista, movido por un sectarismo que debió adobar su espíritu en sus años de Santa Cruz de Tenerife, vivero constante de intelectuales insignes pero también heterodoxos. Al dirigirse al Congreso de los Diputados a Cortes muestra su sensiblería rusoniana, tendiendo a conmover a los patres concripti gaditanos, ejemplarizándose en sus disertaciones los extremos de un galdosianismo espeso y de un progresismo espectacular destinado al sensacionalismo, a la désorientación y al escándalo.
NOTAS (1) El orador se dirige a las Cortes que tenían tratamiento de Majestad. (2) Discusión del proyecto de decreto sobre el Tribunal de la Inquisición. Sesión del 18 de enero de 1812. Diario de las Sesiones de Cádiz. Reimpresión de Madrid en 1872 (3) La guerra de la Independencia estaba en su apogeo. (4) Archivo Histórico Nacional. Inquisición 3727/66 .. (5) ABC Madrid, 3-XI-1967.
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