HISTORIA DE UN CAPUCHINO

(Esta página complementa el artículo de Gerald Dufour "Juan Antonio Llorente,de servidor a crítico de la Inquisición")

   Llorente, en su Historia crítica de la Inquisición española se manifiesta escéptico frente a las delaciones de las mujeres que atribuye en muchos casos a la «impresionabilidad» femenina, a su capacidad, frente a un confesor atractivo, de imaginar insinuaciones donde no hay más que simple afabilidad del sacerdote, Pese a todo, él mismo fue testigo del caso de un fraile que había sido misionero apostólico, provincial y varias veces guardián en Cartagena de América. Este fraile capuchino, natural de Gayangos, Valencia, fue acusado de haber pervertido a todo un beaterío donde, de dieciséis beatas, solicitó a trece. Oigamos a Llorente.
   
Resultaba del proceso que siendo director espíritual y confesor de todas las beatas y gozando la opinión de varón sabio y santo respetaban las confesadas la doctrina de su confesor como de un oráculo divino, y cuando él estaba satisfecho de ser creído en cualquiera cosa que dijera por singular y extraordinaria que fuese, fue contando sucesivamente en la confesión sacramental a trece beatas haber recibido de Dios un favor especial muy prodigioso: Nuestro Jesucristo, las dijo, ha tenido la bondad de dejárseme ver en la hostia consagrada al tiempo de la elevación y me ha dicho: Casi todas las almas que tu diriges en el beaterio son muy agradables en mi presencia, porque tienen verdadero amor a la virtud y procuran caminar a la perfección, particularmente fulana (aquí nombrada como singular aquélla que por entonces estaba en el confesonario). Su alma es tan perfecta que ya tiene vencidas todas las pasiones menos la de sensualidad, la cual la atormenta mucho por ser muy poderoso en ella el enemigo de la carne mediante su juventud, robustez y gracias naturales, que la excitan en sumo grado al placer, por lo cual, en premio de su virtud, para que se una perfectamente a mi amor y me sirva con la tranquilidad que no goza y merece por sus virtudes, te encargo que le concedas en mi nombre la dispensa parcial que necesita y le basta para su tranquilidad, diciéndole que puede satisfacer su pasión con tal que sea precisamente contigo, y de modo que para evitar escándalo guarde riguroso secreto con todo el mundo sin decirlo a nadie, ni aún a otro confesor, porque no pecará mediante la dispensa del precepto que yo le concedo con esta condición, para el santo fin a que cesen todas sus inquietudes y adelante cada día más en la práctica de las virtudes».
  Cuatro fueron las betas a quienes no comunicó la revelación, pero constaba del proceso de que de ellas, las tres eran ancianas y la otra muy fea.
  La más joven de ellas, de edad de veinte y y cinco años, fue la que habiendo enfermado gravemente quiso confesarse con distinto confesor el cual, con licencia de la enferma y por su orden, comunicó al Santo Oficio lo sucedido en los tres años anteriores, y los recelos que tenía de que sucediera lo mismo con otras beatas por observaciones que había hecho. Mejoró la enferma, y se delató a la Inquisición de Cartagena de América, contando con sencillez el caso y añadiendo que ella no había creído jamás en su corazón que fuera cierta la revelación, y que desde el principio había vivido deshonestamente tres años con el confesor, creyendo que pecaba, pero que había disimulado y fingido creerlo porque así gozaba sus placeres sin rubor, bajo la sombra de la virtud aparente, hasta que su conciencia no le había permitido resistir por más tiempo con motivo de la enfermedad y temor de la muerte. La Inquisición de Cartagena averiguó el trato de las trece por medio de declaraciones indagatorias, pues para esto no hay en todo el mundo personas más diestras que los inquisidores. Las doce no fueron tan sencillas como la convaleciente; negaron al principio y después confesaron el hecho; pero se disculpaban diciendo haber creído la revelación del confesor. Todas doce fueron destinadas a distintos conventos de monjas del reino de Santa Fe de Bogotá, la más joven salió libre a su casa, porque destruyó toda sospecha de error herético, que era lo único que tocaba averiguar al Santo Oficio.
  Este curioso fraile todavía dio otras muestras de ingenio durante su proceso que no parece, sin embargo, que fueran debidamente estimadas por los inquisidores, ni por el propio Llorente que nos ha conservado la historia.
  El fiscal le acusó de lo que resultaba del proceso y si el reo hubiera respondido que los hechos criminales eran ciertos y la revelación fingida para conseguir los fines de su lujuria, la cosa habría sido sencilla, sin salir del orden de las otras de su clase, pero el mencionado apostólico prefirió diferente rumbo. Confesó bastantes cosas de las resultantes, y después de todo cuanto se le dio en publicación, conociendo y designando cada testigo sin equivocar uno, dijo que las beatas habían dicho la verdad, y él también la decía porque la revelación era cierta. Se le hicieron mil reflexiones para que conociese no ser creíble que Jesucristo se le apareciera en la hostia consagrada para dispensar un precepto negativo, sexto del decálogo que obliga siempre y por siempre, y respondió que también lo era el quinto y Dios lo había dispensado al patriarca Abraham, cuando un ángel le dijo que quitase a su hijo Isaac la vida, y siéndolo igualmente el séptimo, lo dispensó a los israelitas, diciéndoles que robasen los bienes de los egipcios. Se le dijo que en estos dos casos intervenían misterios favorables a la religión, y contestó que también en el suyo para tranquilizar las conciencias de trece almas virtuosas y conducirlas a la perfecta unión con Dios. Me acuerdo que le dije yo entonces: «Pero, padre, es bien raro que tan grande virtud hubiera en trece jóvenes bien parecidas y no en las tres viejas y la joven fea». Sin detenerse, respondió con un texto de la Sagrada Escritura, diciendo: «El Espíritu Santo inspira donde quiere».
  
El fraile no tuvo la suerte que merecía su ingenio. Condenado a reclusión en un convento de su orden, con la privación perpetua de confesar y predicar, murió a los tres años de su condena.

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