Al salir de la Universidad habíamos aprendido 1 en los Heterodoxos de Menéndez Pelayo que Erasmo fue un heterodoxo, es decir, un creyente a su modo. Tal concepción de la historia no sirve sino para desorganizar nuestras ideas sobre el pasado, ya que para entender el sentido de una personalidad eminente es indispensable considerarIa en una serie de conexiones, ligadas de modo razonable. Cuando al formular una regla mencionamos una excepción, esta excepción es una incógnita; y seguirá siéndolo hasta tanto que no hallemos la regla a que a su vez pertenezca. Decir que; un escritor es heterodoxo, y pretender alzar sobre tal concepto una construcción histórica es del todo imposible. Tal calificativo servirá para la piadosa reflexión, que no se propone ningún problema ulterior. Mas la historia necesita por fuerza que los fenómenos que considera respondan a normas y sentidos históricos; por eso el concepto de heterodoxia, análogo a los de excepción, fleco y margen, no sirve para mucho en este caso.
Las historias de nuestra literatura no han dicho aún con claridad en qué consiste la influencia de Erasmo de Rotterdam (1466-1536) sobre los escritores de la época clásica. Suele afirmarse que Juan de Valdés, autor del maravilloso Diálogo de la lengua, es erasmista, y que derivó hacia el protestantismo gracias a la influencia del humanista holandés. Asimismo, el Lazarillo de Tormes, de autor anónimo, debería a aquel autor su enemiga hacia frailes, bulas e indulgencias. Cítanse luego listas de escritores influidos por Erasmo; pero apenas sabemos otra cosa sino que los destellos de anticlericalismo y el gusto por las humanidades procedían de Erasmo. Esto, no obstante, sería indispensable un capítulo en las historias literarias, y no sólo en la de España, sino también en las de Francia e Italia, acerca de Erasmo, sus ideas, su concepción de la vida, los temas que introduce o transmite, su estilo. Sin Erasmo, el siglo XVI habría sido otra cosa en Europa: Cervantes y Montaigne, para no citar más que dos ejemplos de primer orden, le deben buena parte de su formación. Hablar hoy de Erasmo desde el punto de vista clerical o anticlerical carecería de sentido.
Durante el primer cuarto del siglo XVI Erasmo gozó en España de un favor difícil de imaginar en nuestra época, tan falta de verdadero interés por las cuestiones que atañen al sentido de la vida y a la emoción religiosa. El entusiasmo erasmiano se manifiesta -conviene advertirlo- después de 1521, cuando Erasmo ya había tomado posición franca y decidida contra Lutero. Por lo demás -hecho significativo-, el gran holandés, que residió en Londres, Italia, Lovaina, París y Basilea, nunca pensó en venir a España. He aquí, sin embargo, lo que Alonso Fernández de Madrid escribía a Erasmo en 1527, con motivo de la traducción que había hecho del Enchiridion militis christiani (Manual del caballero cristiano): «En la corte del César, en las ciudades, en las iglesias, en los conventos, hasta en las posadas y caminos, apenas hay quien no tenga el Enquiridion de Erasmo.» Y en 1529 dice el maestro Bernardo Pérez al prologar la traducción de los Silenos de Alcibiades: «Que ya vemos en cada parte de nuestra España no traer otra cosa en la boca sino Erasmo y sus obras; y que muchos se esfuerzan a sacar de latín en romance diversos tratados». Carlos V le dirige en 1527 una epístola que figura al frente de la traducción de los Coloquios (1532): «En dos maneras nos habemos holgado con tu carta: lo uno por ser tuya, e lo otro porque entendimos por ella comenzar ya a desfacerse la secta luterana. Lo primero debes tú al singular amor que te tenemos; e lo otro te debemos a ti, no solamente Nos, mas aun toda la república cristiana ... por lo cual conocemos que ni entre los hombres inmortal fama, ni entre los santos perpetua gloria te puede faltar ... Lo que escribes de lo que acá se ha tratado sobre tus obras, leímos de mala gana, porque parece que en alguna manera te desconfías del amor e voluntad que te tenemos, como si en nuestra presencia se hubiese de determinar cosa ninguna contra Erasmo.»
El inquisidor general Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla, era entusiasta de Erasmo, hasta el extremo de cubrirlo frente a los enfurecidos ataques de las órdenes religiosas. En vida suya († 1538) los libros de su ídolo circularon libremente por España, y hasta fue prohibido escribir contra el humanista de Rotterdam. (Dos siglos más tarde Fernando VI usará el mismo procedimiento dictatorial a favor del P. Feijoo.) En 1.527 hubo en Valladolid junta de teólogos para examinar los escritos de Erasmo, en la cual salieron a relucir multitud de proposiciones adversas a la Iglesia (relativas a los santos, a la Virgen, a la vida monacal, etc.). Pero los valedores del atacado eran a la sazón omnipotentes. Lograron un breve del Papa Clemente VII, en el cual se recubría la defensa de Erasmo con el interés de no menguar fuerzas a aquel adversario de Lutero. El breve decía: «que nadie hable, so pena de excomunión, contra las cosas de Erasmo, que contradicen las de Lutero». Pero los de Valladolid no se referían a los ataques a Lutero, sino a los dogmas y costumbres de la Iglesia. No importaban esos distingos. De hecho nadie pudo escribir en aquellos días contra el renovador humanista. El Enquiridion salió justamente en 1.527, dedicado al arzobispo Manrique, y en el prólogo se habla de la conveniencia de poner en romance la Sagrada Escritura. Por su parte, el arzobispo de Toledo, don Alfonso de Fonseca, envió a Erasmo 200 ducados en señal de benevolencia. En los medios eclesiásticos circulaba a la sazón este dicho, que menciona Menéndez Pelayo: «Quien habla mal de Erasmo, o es fraile o es asno.»
¿No parece un sueño que todo esto hubiera acontecido en España? El Imperio y la Iglesia al lado de los hombres más esclarecidos del momento, sostenían la causa de la razón, de la crítica audaz; se situaban frente a la tradición vulgar y a los intereses seculares. Marchábamos al hilo de la corriente más refinada y progresiva de Europa. El pensamiento de Italia y el renovador análisis de Erasmo comenzaban a suscitar frutos originales en ciertas mentes hispánicas: Luis Vives, el más brillante pensador del momento; junto a él los Valdés, Vergara y muchos otros que en una u otra forma descubrían zonas nuevas para la inteligencia, al mismo tiempo que se revelaban las nuevas tierras de América, descubiertas por denodados españoles. Conocemos aún mal la historia de las ideas en este momento, faltos como andamos de gentes curiosas que ahonden un poco en los problemas de aquel momento glorioso; pero algunas calas acá y allá son significativas. El inquisidor Martín de Castañega imprimió en Logroño un Tratado de las supersticiones (1527), en el que intenta laboriosamente buscar causas naturales -físicas y psicológicas- a muchos de los fenómenos que el vulgo tiene por extraordinarios; y escribe estas admirables palabras: «No deben tenerse por milagros las cosas mientras puedan naturalmente producirse.» Por la misma época, el poeta valenciano Juan Fernández de Heredia escribía:
Las cosas de nuestra fe,
no buscar razón en ellas;
más de éstas, que es la orden de ellas
por razón, no sé por qué
sin razón quieren creellas.
La razón quería desplazar al misterio, hacer lugar para la averiguación crítica. El Renacimiento se anunciaba lleno de promesas. Pero al llegar aquí, nuestra historia da un quiebro. El arzobispo Fonseca muere en 1534; Erasmo, en 1536; el inquisidor Manrique, en 1538, y el pueblo, nótese bien, el pueblo y lo más popular de la religión, la orden franciscana, no la Inquisición, evocan el espectro de Torquemada. Habría sido demasiado triunfo, a demasiada poca costa, instaurar así un régimen de ideas diametralmente opuesto a la tradición y al vulgarismo. En nuestra historia hubo más de un desengaño por el mismo estilo, por apoyarse en los anhelos como si fuesen realidad. Por lo demás, el humanismo en sí era sólo una insinuación; para alcanzar sus metas era necesario pelear duro y cansarse mucho los cerebros mejores. Donde no acontecieron ambas cosas, era natural que los más inteligentes empezaran a andar algo tristes y meditabundos; y la melancolía del Tasso y de Cervantes serán los últimos y más hermosos destellos de aquella desilusión, alma de la Contrarreforma 2.
La Iglesia contraatacó. Aunque Erasmo no fuese luterano, aunque sostuviera la autoridad de Roma, para las conciencias el resultado iba a ser el mismo. Abierto el portillo de la crítica (Erasmo practica una inmensa brecha) era difícil predecir dónde iban a detenerse los espíritus curiosos; la Iglesia (los conventos, buena parte del clero) se retrajo hacia el pasado, y organizó la defensa conocida en la historia con el nombre de Contrarreforma. [La disidencia luterana preocupó hondamente a la España de Carlos V, y fue rechazando cuanto pudiera favorecerla. Aunque ha de insistirse sobre la peculiaridad española también en este caso, y sobre lo improcedente de equiparar la Contrarreforma española con la de Francia, Italia y Alemania. En estos países hubo, desde la Edad Media europea, casos de disidencia religiosa, o individual, o colectiva (antes mencioné a los albigenses). Ya en el siglo XI, Otlo de San Emmeran, un monje de Ratisbona, dudó de la existencia de Dios 3; Boccaccio alude a Guido Cavalcanti, llamado el 'primo amico' de Dante, que por influjo de Averroes llegó a dudar de la existencia de Dios 4. La primera edición francesa de Averroes se publicó en Lyon, 1529; el Tractatus de immortalitate animae, de P. Pomponazzi, fue impreso en 1516. En el siglo XVI no fue impreso en España ningún libro escrito por un español en que abiertamente se plantearan cuestiones antidogmáticas. Miguel Servet aprendió su antitrinitarismo, o le brotó espontáneamente, en Toulouse, en cuya universidad cursó estudios entre 1528 y 1530. Su obra De Trinitatis erroribus se publicó en Basilea, en 1531. De dentro de España no surgió ni libro ni pensador (en Salamanca o en Alcalá) que pusieran en peligro la ortodoxia de los españoles. El erasmismo, por consiguiente, no venía a engranar con nada que en rigor pudiera llamarse cristiano preluterano, sino que vino principalmente al encuentro de la actitud espiritual de muchos cristianos nuevos, sobre todo de ascendencia judaica, que se sentían más a gusto con la práctica de un cristianismo espiritual en el que se acortaban las distancias entre los cristianos de rancio abolengo y los, por decir así, recién llegados. Toda referencia a la Iglesia primitiva, cuando en los primeros siglos del cristianismo coincidían en una misma esperanza salvadora gentes de las más varias creencias, era bien venida para los, en el siglo XVI, ansiosos de armonía entre españoles que aún
no hacía mucho se habían sentido aunados socialmente, no obstante acercarse a Dios por tres distintas vías. Como en tantos otros casos, las circunstancias de vida, y no las ideas religiosas, figuraban en primer plano 5.
Achacar a la Contrarreforma el triunfo de la incultura a fines del siglo XVI es, en resumidas cuentas, una forma larvada de antisemitismo.]
Veamos ahora cómo se vino abajo el entusiasmo por el erasmismo. La caída fue realmente proporcionada a la sublimidad que la precedió. La persecución de las obras de Erasmo es cosa inimaginable. Los textos en romance desde luego fueron recogidos por la Inquisición, y perseguidos cuantos defendían sus doctrinas u opiniones. Ya antes de 1538 habían comenzado las persecuciones, pero no fueron ni numerosas ni crueles. En algún caso, Carlos V y el arzobispo Fonseca no habían logrado que la Inquisición abandonara sus presas sin pena de prisión y otras molestias; así en el caso de Juan de Vergara y Alonso de Virués. Deshecha toda la organización de los partidarios de Erasmo, suprimidos sus libros en romance, expugnadas las ediciones en latín, el erasmismo, en las investigaciones inquisitoriales, aparecerá en adelante confundido con el protestantismo.
Las ediciones que se conservan de Erasmo en lengua española proceden generalmente del extranjero, sobre todo de Amberes. Sabemos que hubo traducción del Elogio de la locura, pero no queda ni un solo ejemplar. Verdad que en Italia sucede casi la misma cosa. De la traducción de 1539 dice B. Croce en su edición del Elogio de la locura: «Una traduzione che é rimasta ignota agli eruditi italiani, e che neppur io sano riuscito a vedere, sebbene ne abbia fatto ricerca in quasi tutte le biblioteche d'Italia.» Quedan, sin embargo, dos ejemplares en Inglaterra y uno en París.
El expurgo de las ediciones latinas fue llevado a cabo con saña realmente infernal: párrafos tachados con tinta corrosiva, páginas recubiertas de hojas blancas mediante un engrudo indespegable; mazos de folios arrancados de cuajo. Todo eso puede verse en uno que fue hermoso ejemplar de las obras completas en nueve tomos, que [había en] la Biblioteca Universitaria de Madrid. Yo pose[ía] un curioso ejemplar de los Apotegmas (Lyón, 1548), maltratado por la Inquisición portuguesa. En la portada está borrado el nombre del autor, y hay escrito en latín: «Lee tranquilo porque está borrado lo prohibido por la Inquisición.» Y debajo: «Da livraria publica.» Los trozos condenados aparecen tachados, y eso que esta es la obra más inocente de Erasmo, una colección de sentencias de los sabios de la antigiiedad, que circuló en romance en el siglo XVI, si bien con título anónimo. He tenido curiosidad de ver qué borró la Inquisición portuguesa en este ejemplar. He aquí algún ejemplo característico de este celo supresivo: «populus Spartanus nisi pro pessimis civibus habuisset eos, qui sponte steriles es se statuissent, nec agnoscerent quid patriae deberent. Nam rem propius intuentibus non ita magnum discrimen est inter qui civem occidit, et qui civem Reipublicae dare cum possit, recusat». Lo que en español significa: ... «el pueblo espartano hubiese considerado como pésimos ciudadanos a quienes fuesen estériles por su gusto, desconociendo sus deberes hacia la patria. Porque mirando más atentamente la cuestión, no hay gran diferencia entre quien mata a un ciudadano y quien, pudiendo hacerla, deja de dar un ciudadano a la República». El dardo iba recto contra el voto de castidad de los religiosos. En Persiles y Segismunda dirá Cervantes que a los moriscos «no los esquilman las religiones», es decir, las órdenes religiosas.
Otro pasaje suprimido (lib. VII, Xenócrates, folio 7) se refiere a un rasgo de austeridad de aquel filósofo, al no aceptar el dinero que le había remitido Alejandro. Traduzco: «Este filósofo gentil rechazó, por su gusto, una gran suma de dinero, enviada por el rey más rico y más generoso; y hoy quieren pasar por santos quienes, habiendo hecho voto de pobreza (hasta el punto de temer el contacto de una moneda como al de una víbora), andan, no obstante, cazando las liberalidades de los ricos y de los pobres mediante procedimientos que no he de referir.»
Pero estos pasajes y otros análogos no dan idea de lo que es céntrico en la religión y la moral de Erasmo.
[...]
NOTAS
1 Los
varios artículos acerca de Erasmo aquí reunidos fueron escritos entre 1925 y
1927. Téngase muy en cuenta.
2 [Con los pertrechos intelectuales de que disponíamos yo y otros antes de
1936, era imposible dar razón del violento viraje de los criterios
valorativos que habían permitido tomar vuelo a aquellos entusiasmos
erasmianos. La «historia de ideas» de nada sirve, pues lo decisivo fue la
situación de las personas, los choques entre las gentes de una y otra casta.
Ya antes de 1534, para pertenecer al Consejo Real de Carlos V era necesario
ser hijo o nieto de labradores por los cuatro costados. Los «cuarteles de
nobleza» antes necesarios para probar el aristocratismo de la persona, se
habían vuelto «cuarteles de ignorancia y analfabetismo» (ver mi nunca
bastante citada obra De la edad conflictiva, 1963, pág. 197). La
llana naturalidad con que informa al Emperador sobre ese requisito el Dr.
Lorenzo Galíndez de Carvajal, evidencia que tan monstruoso criterio
selectivo tenía ya hondas raíces, no había surgido de la noche a la mañana.
De ahí que sea inexacto e inoperante atribuir a la Contrarreforma el rechazo
de toda forma de pensar esclarecido. La célebre frase de Luis Vives a
Erasmo, «tempora habemus difficilia» se refería a la identidad que comenzaba
a establecerse entre judaísmo y cualquier clase de faena que consistiera en
algo más que destripar terrones. Por eso todos los historiadores, en España
y fuera de ella, nunca mencionan el documento exhumado por mí en 1961.]
3 Ver mi La realidad histórica de España, 1954, pág. 260.
4 Ver mi Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1967, pág. 61.
5 Para hacerse cargo de la enorme distancia que apartaba a los españoles de
Francia y de otros países europeos en materia religiosa, es muy recomendable
la obra de Henri Busson, Le rationalisme dans la littérature française de
la Renaissance (1533-1601), París, Vrin, 1957.
A las anteriores páginas, que salieron a luz en La Nación, de Buenos Aires, en agosto de 1925, añado ahora [en 1928] nuevas observaciones relacionadas con la dificultad que experimentamos al tratar de exponer el pensar erasmiano, justamente por no constituir ese pensar un sistema, ni filosófico ni teológico. Erasmo aparece como una serie de actitudes, pues no formuló tesis, ni estructuró conjuntos doctrinales. Su tarea dilecta es la exhortación a la piedad libre e íntima; o la glosa ocasional del adagio clásico 1, cada uno de los cuales sirve de pretexto a dispares e insospechadas sugestiones; o el comento de la Escritura (Nuevo Testamento); o el diálogo fácil y variadísimo; o la epístola, lanzada en todas las direcciones que ofrecía la sociedad más docta de su tiempo, a la cual sirvió de guía espiritual, como antes Petrarca y luego Voltaire. Pende, pues, Erasmo de las circunstancias que le brinda el libro o el hecho social. Actuó como moralista y casi como político. Lleno de sabiduría grecolatina, interpretaba el pasado a través de las nuevas ideas que la cultura italo-germánica había sacado a luz en los dos siglos últimos -Petrarca, Lorenzo Valla, Nicolás de Cusa, Ficino, y los demás adelantados de las fronteras culturales-. |
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Los temas religiosos convivían aún con los filosóficos y con los de las ciencias particulares. Aquel hombre de Rotterdam -agudísimo, encantador, audaz- fue el banquero que hizo circular y proliferar los caudales de la cultura y de la sensibilidad religiosa a través de quienes leían libros en latín. Banquero, pero no empresario. Cuando Lutero lo acuciaba para que ocupase el lugar eminente que parecía corresponderle en sus vanguardias, el humanista se encerró aún más en su oficina, huraño y gruñón, renegando de quienes tumultuariamente venían a comprometer la pública tranquilidad.
Gran arrojo no tuvo, cosa natural en un alma sutil, en un intelectual intelectualista, nada heroico, que coqueteó con la religión seguro del poder seductivo de un exfraile. Cuando se le exigieron responsabilidades y efectivo cumplimiento, dijo no saber nada de eso. Ni pensador estricto, ni propagandista decidido. Bien es verdad que entonces el meditar en público acerca de asuntos religiosos ya significaba entregarse a la acción, por lo menos a suscitar la de los demás.
Para España la obra
erasmiana y
su sentido ofrecen interés muy especial. Aún no conocemos
suficientemente todos los antecedentes que prepararon el entusiasmo
por
Erasmo, ni cuál fue el último pensar de sus acérrimos
partidarios. En tiempo de los Reyes Católicos, el humanismo vino de
Italia; luego, el rey flamenco y el Emperador establecieron contactos
con otras regiones de Europa; quizá a través de las gentes que iban y venían
a Flandes debió llegar la primera influencia de aquel bátavo, súbdito
del germánico Carlos. La primer noticia que
poseo acerca de la admiración que suscitó Erasmo en España, data de
1516. Don García de Bobadilla, abad de Husillos (Palencia), escribía al
Cardenal Cisneros en 26 de noviembre de ese año:
«
Ya vuestra señoría reverendísima
ha visto (sic)
a Erasmo y su traducción sobre el Nuevo
Testamento cotejada con el griego; y aunque yo alcanzo asaz poco,
también le he algo revisto; y a la verdad, en todas las partes, de buen
teólogo y de ser harto doto en lo
griego y hebraico y ser elegante latino
parecido ha a muchos, y aun a mí, que es excelente persona.
Y
de otras obras suyas lo sabíamos
primero ... Para
lo del Testamento
Viejo pareceríame que V. S. Rev. non debría
estar sin tal persona como la de Erasmo, y con su parecer y corrección
hacer la publicación de toda la obra, y que
se debría comprar su presencia por algún tiempo»
2. Es curiosa esta indicación de
traer a Erasmo a Alcalá, sugerida desde Palencia;
lo que no puede por menos guardar
relación con el hecho de ser también palentino Alonso Fernández de
Madrid, arcediano del Alcor (Palencia), quien en 1526 tradujo el
Enquiridion de Erasmo, y en una célebre carta (Palencia, 10 de septiembre
de 1526) cuenta a Luis Coronel cómo cierto franciscano predicó en la
catedral contra el nuevo y espiritual libro; y luego no
dejó de «oblatrar, ni lo dexa hasta penetrar las casas de todos estos
señores de la tierra, y concitando
a todos contra Erasmo»
Esta erasmofilia, al
parecer tan arraigada en Palencia,
se había difundido también por gran parte de España,
según es bien sabido. El Enquiridion había sido escrito «no para
hacer gala de ingenio ni de estilo, sino meramente para curar el error
de quienes hacen consistir
la religión en ceremonias y prácticas corporales casi más que judaicas,
y abandonan notablemente lo que atañe a la piedad»
4. Esta
philosophia Christi, basada en religiosidad sentida y no manifestada
exteriormente [convenía
a muchos conversos, como ya he dicho, y además], satisfacía aspiraciones
aristocráticas al relacionar el cristianismo
con la filosofía antigua. Según escribí en otra ocasión, «en este manual
de virtudes (el Enquiridion) trata el autor de cómo debe ser
regida la conducta. Y como siempre, Erasmo somete estas cuestiones a la
prueba
del propio pensar. Parte Erasmo de la convicción de ser la
virtud resultado del conocimiento que
tengamos de las cosas; nuestro propio juicio es por consiguiente, el que
ha de guiarnos» 5. Pero además de esto, el Enquiridion
brindaba ocasión de cultivar
formas de piedad más libre y espontánea, fuera de los esquemas
eclesiásticos, fenómeno que toda Europa conoce en la segunda mitad del
siglo xv. Para los unos el erasmismo representaba la cultura más nueva
del espíritu; para los otros, llegaba a coincidir con el estado de ánimo
de los alumbrados, para quienes el recogimiento y la vida interior
dispensaba
de todo culto externo 6.
La primera traducción de Erasmo, según ya dije, es de 1.520: Traetado de eómo se quexa la paz. Yen 1524 escribía Luis Vives a su maestro: «Nada es más grato para mí que venir oyendo desde hace muchos días que tus obras también resultan gratas a nuestros españoles. Espero que habituados a ellas y a otras análogas vayan suavizándose, y abandonando sus ideas un tanto bárbaras acerca de la vida, que van pasando de mano en mano, y de las cuales participan incluso ingenios agudos, por carecer de suficiente cultura» 7. [Este fue el punto de arranque esperanzador al cual puso fin el proceso de Fray Luis de León.]
La historia, ese conjunto inquietante de cómos y porqués que rige el destino de los pueblos, no permitió al erasmismo desarrollar en España los frutos esperados 8. Erasmo se declaró ortodoxo una y cien veces. Paulo III incluso llegó a ofrecerle un capelo cardenalicio, honor que agradeció mucho, pero que no aceptó. No obstante todo lo cual, los frailes mendicantes veían en Erasmo una patente de corso para las conciencias.
Qué pensara realmente y cuál fuera su postura íntima frente a la Iglesia, continúa siendo motivo de meditación para muchos historiadores 9. Para unos (Amiel), fue Erasmo un librepensador; según P. de Nolhac, «habla con la audacia de San Jerónimo y de San Cipriano, y como ellos, para el mayor bien de la Iglesia. La crítica del mal pontífice es tanto más ardiente, cuanto más íntegra es la creencia en su misión sobrenatural». Según Roersch, «trató de enmendar ciertos abusos que se habían manifestado en la casa de Cristo ... il entendit demeurer et demeura un fils loyal et soumis de l'Eglise romaine». Para Kalkoff, «dio plena razón en su fuero interno a sus adversarios (luteranos), cuando éstos le designaban como el verdadero causante de la renovación eclesiástica, y se enorgullecía al ver en la obra de Lutero el fruto del propio trabajo de su vida» 10. Por otra parte observaba Meyer: «es excesivo ver un ateo y un indiferente en el hombre que pasó los mejores años de su vida publicando y comentando los padres de la Iglesia».
Esta cita de opiniones divergentes podría aumentarse, aunque sin provecho, ya que lo interesante es comprobar que existen ahora lo mismo que en el siglo XVI. Escribía Luis Vives a su maestro Erasmo en 1526: «Si llegares a morir antes de haber reunido todos tus escritos, y sin haber declarado la forma definitiva de tus opiniones -las que tu manifiestes tener y quieras que tengan los que hayan de sentir contigo-, temo mucho que de tus obras se deriven confusión y perturbación grandes, con peligro para tu gloria futura; .y aunque esto no te importe, será seguro el riesgo para el fruto de tus estudios, si el lector permanece dudoso sin saber qué es lo que a la postre apruebas o desapruebas» 11. Los temores de Vives se han confirmado en estos cuatro siglos. Quienes sostienen que Erasmo fue un heterodoxo alegan pasajes de sus obras; sus adversarios aducen el hecho de haber permanecido fiel a Roma durante la tormenta luterana y de haber polemizado con Lutero (el De libero arbitrio frente al De servo arbitrio). Su religiosidad brilla además en el hecho de haber escrito casi siempre acerca de temas de religión.
En una de las cartas
más emocionadas, en que Erasmo seguía esforzándose por aconsejar
cordura, leemos que «aun cuando Lutero no hubiese escrito sino la
verdad, la expresó de tal modo que privó a la verdad de su fruto»
12. En esta
epístola a Zwinglio hay esta frase esencial:
«Lutero ha escrito a Oecolampadio que no había que confiar mucho en lo
que yo diga en cosas que toquen
al
espíritu. Desearía que me dijeras, doctísimo Zwinglio, qué espíritu sea
ése, ya que me parece haber enseñado casi todo lo que enseña Lutero,
sólo que no tan duramente,
y absteniéndome de algunos enigmas y paradojas» 13.
Por esta causa, aunque se diga que
en aquel momento aún era flotante la línea entre ortodoxia y
heterodoxia, la conciencia católica se alarmó en seguida. Los
adversarios de Erasmo fueron numerosos, antes que en España, en Lovaina,
en París y en el ambiente pontificio; aun cuando
los pontífices mismos no llegaran a romper con él, por miedo a perder un
auxiliar de tal prestigio en la contienda
con Lutero, del mismo modo que Erasmo no rompía con la Santa Sede por
razones tan altas como complejas. Sea como fuere, su pensar íntimo fue
muy adverso para los sucesores de San Pedro. Por mucho que se diga que
sus ataques iban lanzados contra tal papa determinado y no contra la
institución pontificia, quien mire fríamente las cosas permanece
vacilante ante este pasaje de una carta íntima: «Oigo a los mejores
alabar a Lutero.;. sus tesis me parece que
agradaron a todos, excepto algunas acerca del purgatorio; éstos
no quieren que se lo quiten, por lo que les da que comer ... veo que
la monarquía del romano jerarca (según hoy es aquélla) constituye una
peste para el cristianismo, aunque no sé si convenga tocar abiertamente
esta llaga» 14.
En resolución no ofrece
demasiado interés calificar
a
Erasmo de ortodoxo o heterodoxo, y
quién sabe si a él le preocupó con exceso
ese matiz. Murió el 11 de julio de 1536 sin recibir los últimos
sacramentos; los católicos se incomodaron y fueron los protestantes quienes
asistieron a su entierro en la catedral de Basilea.
[...]
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