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España en su Historia (nota.- A. Castro. España en su Historia. Losada. Buenos Aires. 1948,), es uno de los libros de mayor transcendencia para la Historia y la cultura hispánicas. En él, A. Castro, demuestra un hecho evidente en torno al cual gira toda nuestra historia medieval, y si bien esta idea matriz es genial, los datos que aporta—a veces—pecan de sofísticos. Este libro de A. Castro ha de servir de ahora en adelante como obra fundamental y por tanto sus datos tendrán un valor inapreciable y serán seguidos con respetuoso temor; no sólo sus aciertos sino sus errores. Como la inercia general en la Literatura hispánica se da frecuentemente, no es de extrañar que pasen años antes de rectificar ciertos datos a los que llamábamos sofísticos y que en este libro de indispensable consulta se encierran. Este es el motivo de esta breve nota. * * * Las afirmaciones «ex cáthedra» de A. Castro deben ser discutidas y ponderadas justamente. Afirma que Berceo era conocedor del latín y del francés (pág. 331), y si hemos de hacer caso a sus insinuaciones, quizá también del árabe. Un somero análisis de la cultura de Gonzalo de Berceo nos demostrará cuan enraizada estaba ésta con la cultura monástica : es un clérigo, escribe en forma clerical, sobre fuentes generalmente latinas, y con un fin, aunque a veces juglaresco—«vaso de bon vino»—, ético. Por todo ello nada tendría de particular, que aunque sólo tuviera las órdenes menores, fuese un mediano—no nos arriesgamos a decir más—conocedor del latín. ¿Tendría secretos para él, en estas circunstancias, el latín bíblico? lo vemos un poco difícil; además por los años de 1250 ya estaba traducida la Biblia al Castellano, pues es curioso que el texto neo y post-neotestamentario de la General Estoria de Alfonso X no fuera traducido por sus colaboradores y sí adaptada de esa traducción anónima y casi desconocida (nota.- Llamas, P. J.—Muestrario inédito de prosa bíblica en romance castellano. La Ciudad de Dios, 1950; Vol. CLJCII. Págs. 123-170 y 555-582.). No tendría tampoco nada de particular, aunque no le hacía falta, que la conociera. Y el francés : nada se opone tampoco a que lo conociera, y a la verdad, ningún dato hay que nos diga lo contrario; mas no tenía necesidad ninguna de conocerlo. Por otro lado, descartada la influencia de Gautier de Coincy, por el hallazgo de Becker e insinuada por Castro la diferencia sustancial entre el modo de poetizar de Berceo y Coincy (pág. 331, nota), no veo la necesidad de la afirmación rotunda que se hace sobre su conocimiento. El punto más interesante y central de la tesis de Américo Castro es aquel que roza directamente la influencia árabe. Bien es verdad que no afirma el conocimiento directo de esta lengua, sino la influencia del sufismo en el estilo y en el modo de poetizar del clérigo riojano. Es el aspecto no sólo más interesante sino también el más discutible y el que da lugar a esta nota.
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Afirma A. Castro que algunos milagros de Santo Domingo tienen su «pendant» con otros de santones sufís. Compara algunos de ellos que vamos nosotros también a observar. Es el primero el del ciego que tenía un espantoso dolor de ojos y tras un singular acto de Santo Domingo recibe de nuevo la vista :
Abul-Hayyay Yusuf, «temblando de compasión, extendió su mano bendita y la puso sobre los ojos del enfermo», con lo cual éste quedó sano. Hay, al parecer, un indudable parentesco y pudo haber correlación e influencias entre el místico sufí y el clérigo riojano, pero... Berceo, como hemos anticipado, era conocedor, indudablemente, de la Biblia y sobre todo de los Evangelios que habría leído una y mil veces y en ellos repetidamente se dice:
No es precisamente el mismo tema ni en el sufí, ni en Berceo, ni en los Evangelios, pero todos ellos son, generalizando, un solo tema que ambos, independientemente, pudieron conocer: Berceo ya sabemos que sí lo conocía. En el mismo milagro anterior y en otros varios los ciegos dolidos de su ceguera dan grandes voces :
... aunque muy bien pudo haberlo tomado del sentir natural y la experiencia cuotidiana : Metieron grandes voces, ca tal es sue natura. (nota.-Cit. por A. Castro, pág. 337.) . . . que se puede observar en el Lazarillo de Tormes, Capítulo I:
A. Castro, subraya unas palabras del mismo místico sufí citado anteriormente :
Las concomitancias en estos hechos cotidianos creo que son obvias y pueden ser producto personalísimo de observación. ¿Qué adelantaríamos con atribuir a reminiscencias cidianas versos de Romances de Cruzada? Creo sinceramente que nada, pero por si hubiera alguna duda y esto no fuese una prueba, podemos darnos cuenta de dos hechos: Berceo pudo presenciar alguna peregrinación de enfermos o tullidos que pidiesen a grandes voces su curación a Santo Domingo o a San Millán; y además, los siguientes textos evangélicos son bastante esclarecedores:
¿A qué conclusión tras estos hechos podemos llegar? Bien es verdad que estos tres relatos no son más que uno relatado por los tres evangelistas, pero eso no es óbice para que fuese conocido por Berceo y la observación personal se viera contrastada por esta reacción literaria y recibiera con ello una mayor valoración. No apuramos tampoco las comparaciones y le sacamos todo el jugo que podíamos por no creerlo necesario, y no son estas breves notas un estudio definitivo. Por tanto ¿tenía necesidad de conocer al místico sufí? Creemos de buena fe que no. Mas, a la verdad, quizá el maestro de Ibn Arabi sí conociera los relatos evangélicos. Analicemos por fin otro milagro de los que estudia A. Castro : Un milagro característico de la vida peninsular es la liberación de cautivos». (Pág. 335). Se refiere al preso de los moros que escapa por intervención de Santo Domingo.
En algunos otros milagros del mismo tipo se hallan detalles de gran valor:
Compara Américo Castro el primer relato con el que Abu Madyan realizó con Musa al-Baydaraní, condenado a injusta prisión :
Sin comentarios de ningún género pone el docto profesor estos hechos pues los considera suficientemente probatorios, pero... Recordemos nuevamente que Berceo conocía también los «Actus Apostolorum» (nota.- Citamos el Novi Testamenti, Biblia graeca et latina, J. M. Bover, S. J.—C. S. I. G. Matriti. 1950.), y en ellos se relata el siguiente hecho:
Todo cuanto podemos observar en Los Milagros, de Berceo, todos los detalles, y en el del maestro del espíritu Abu Madyan, lo tenemos en este relato. Desechemos que éste sea fuente común de ambos. Y aun suponiendo esto es indudable que Berceo pudo y conoció estos Actus y que en ellos se pudo inspirar para relatar y seguir un hecho real. Claro es que sería de notar hasta qué punto estos milagros son la traducción de los de Grimaldo y entonces se desentrañaría el fondo de la cuestión. Claro es que si son sólo traducción de Grimaldo, más docto que Berceo—por usar la lengua sabia que el clérigo riojano creía no conocer lo suficiente—, podía aún mejor conocer la tradición bíblica, y esas concomitancias sin comentarios de Américo Castro no tendrían ningún valor. Por todo lo anterior podemos concluir: La influencia del «sufismo» puede, quizá cautelosamente, observarse en el estilo, pero en cuanto a los detalles en general no creemos le fuera necesario recurrir a ellos, por cuanto es muy problemático que Berceo fuera capaz de conocerlos. En cambio la Biblia si traducía a Grimaldo y otras fuentes latinas a pesar de sus protestas de no poder «fer otro latino», indudablemente le era conocida, ora en latín, ora en romance. Deducimos pues una menor influencia de la que se podría pensar del «sufismo». De todo lo anterior no se desprende en absoluto la negación del libro de A. Castro : España en su Historia, antes al contrario, bien venido el libro que nos hace meditar sobre los viejos autores que «nos divertía[n] mucho en el colegio, aun antes de comprender bien lo que quería[n] decir».
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