Sin
lugar a dudas la vivienda constituyó, durante la Edad Media, el espacio más
privado en el que las sociedades de Europa Occidental desarrollaron su vida y
ello en un contexto en que lo privado se imponía sobre lo público en todos los
ámbitos: en el campo del derecho, de la justicia, del comercio, de las
manifestaciones de poder, de las finanzas, de las relaciones sociales, etc.
como han puesto de relieve quienes han tratado sobre el tema (M. ROUCHE, 1991:
43). Por ello resulta difícil acercarse a su conocimiento,
puesto que ese dominio de lo privado se refleja en las fuentes escritas, de
carácter público y extremadamente parciales, ambiguas e inexpresivas, lo que ha
reforzado, a su vez, la errónea concepción de que la
vivienda no es más que el resultado de voluntades individuales, por lo tanto
surgida al margen de la historia. No obstante, desde que las corrientes
historiográficas del siglo actual, -especialmente la representada por M.
Bloch y la escuela de los Anales-, ampliaron el número de
sujetos de la Historia, concediendo un protagonismo especial a grupos sociales
e incluso a individuos olvidados en los documentos de la época, por no ser los
creadores de los mismos o por estar enfrentados a los poderosos, se tiene la
convicción de que es preciso recuperar el ambiente en el que las distintas
comunidades -también las menos favorecidas- desarrollaron su vida, al objeto de
captar íntegramente la compleja realidad medieval. En
este contexto la vivienda adquiere un papel relevante, pero su estudio no es fácil
al tener que afrontar dos obstáculos: la inexpresividad de la documentación,
por un lado, y el riesgo de caer en anacronismos o en concepciones
ahistóricas, por otro.
El
recurso comúnmente empleado en la historiografía
europea para captar estos espacios e instalaciones de índole privada ha sido la
etnografía, completando, con la información que esta disciplina proporciona,
las lagunas de los textos. De esta forma los elementos característicos de la
denominada vivienda tradicional, perceptibles hoy en día,
se atribuyen con demasiada frecuencia al pasado. En este
sentido no es dificil identificar las escuetas
noticias a cortis, casas,
edificiis, mansos, domus o
palatio que recogen los documentos del
medievo con categorías arquitectónicas actuales, buscando
similitudes formales en plantas o alzados y estableciendo modelos constructivos
asignados a una región, sin tener en cuenta el contexto y las circunstancias de
los distintos periodos en que se originaron, difundieron y desaparecieron, o
las razones de su pervivencia1 En
muchas ocasiones se obtiene, así, la impresión de que la vivienda responde a un
arquetipo cultural establecido en un territorio definido, sin
experimentar cambios tipológicos fundamentales desde
la revolución neolítica; en definitiva cristalizada en un espacio sin tiempo
(R. COMBA, 1980: 10), lo que -creemos que inconscientemente- apoya
ciertas concepciones históricas que niegan cualquier discurso evolucionista y
refuerzan, por el contrario, planteamientos próximos a corrientes
historiográficas ligadas al determinismo geográfico.
Además
de esta extrapolación de realidades actuales al medievo
y de la consideración del carácter inalterable de la vivienda, existe también
el riesgo de atribuir a cualquier construcción que no sea cultual, funeraria o
defensiva, función residencial, siguiendo categorías interpretativas de nuestro
tiempo y estableciendo a partir del tamaño de los edificios, de los materiales
y técnicas utilizados y de su complejidad tipológica,
el carácter social de sus moradores, sin tener en cuenta otros aspectos como
la relación entre las distintas construcciones que constituyen el hábitat,
entre éste y el entorno (explotaciones, viales), y en definitiva, el contexto
socioeconómico que explica la diversidad del poblamiento
medieval. Desde este punto de vista el análisis de la vivienda se convierte en
un ejercicio de erudición, incapaz de superar las simples descripciones -más o
menos completas, más o menos acertadas de espacios privados cerrados en sí
mismos- y de formular nuevas propuestas e hipótesis que dinamicen el debate
histórico.
Por todo ello,
antes de continuar hemos de definir el objeto, el espacio y el tiempo de este
trabajo.
El objeto, la casa rural,
en
sentido físico, pero considerada centro de explotación agropecuaria e incluso
de percepción de rentas. Desde este punto de vista la vivienda
trasciende el
espacio que ocupa la morada, extendiéndose por todo el ámbito en que el
campesino medieval desarrolló su vida, englobando, por lo tanto, las
construcciones -anexas o integradas en la propia
vivienda- que sirvieron para instalar a familias dependientes, dar cobijo a
los animales, trabajar, almacenar los escasos excedentes generados o guardar
las herramientas. Abarca igualmente los campos del entorno dedicados al cultivo
de hortalizas, del cereal, del viñedo o a pastos siempre que su explotación
haya sido individual, aunque no necesariamente su titularidad. Quedan, por lo
tanto al margen los espacios e instalaciones de aprovechamiento comunal por ser
bienes atribuidos a la aldea o por ser de propiedad señorial, como los molinos.
Tampoco trataremos aquellas construcciones que acogen comunidades religiosas:
los monasterios; ni aquellas otras que a su carácter residencial unen otro
militar: las casas torres y los castillos. Estos últimos, además, se presentan
tipológica y conceptualmente distanciados de las viviendas
y próximos a los asentamientos ya sean castros o aldeas que encierran en su
interior varias de esas unidades de explotación agropecuaria que constituyen
el microcosmos de la vida campesina2.
El espacio. El Norte de la Península Ibérica,
asiento de los focos de resistencia al Islam que
dinamizaron no sólo la reconquista y repoblación, como se admite reiteradamente,
sino también la formación del feudalismo. Focos cuya titularidad,
denominación jurídica y ámbito de influencia fluctuó a lo
largo de los siglos en función de las diversas oscilaciones políticas y
dinásticas: reinados o condados de Asturias, Léon,
Castilla, Navarra, Aragón o Cataluña. Cada uno con sus ritmos propios, aunque,
ninguno de ellos, sustraído del devenir histórico de la Europa Occidental. Un
espacio, en definitiva, extenso que engloba dos eco sistemas diferentes,
antagónicos en origen, complementarios más tarde, que constituyeron el escenario
adecuado para ensayar la implantación de nuevas formas de vida y de sistemas
económico-sociales diversos, como puso de relieve R. PASTOR (1975).
El tiempo, como el espacio,
demasiado amplio, pero necesario para captar tendencias y procesos de larga duración
que son los que nos interesan, más aún teniendo en cuenta la escasa y
fragmentaria documentación disponible. Iniciaremos el recorrido con el abandono
de las villas de la tardo-romanidad, convertidas en
ruinas, refugio de pastores, sobre las que se instalaron en los albores del
milenio algunas iglesias y necrópolis que articularon el poblamiento
circundante, y terminaremos con el triunfo y consolidación del fenómeno
urbano, lo que -pese a los intentos que se venían realizando desde el siglo X
en el que se revitalizaron los viejos asentamientos de León o
Barcelona- no concluyó hasta el siglo XIII cuando una red de
villas y núcleos planificados cubrieron la vertiente cantábrica peninsular. La expansión de
este fenómeno y su incidencia en el campo supuso cambios morfológicos,
paisajísticos y estructurales de notable importancia y, sobre todo, de vital
trascendencia en el devenir histórico. Algunas de estos cambios relacionados
con la jerarquización y territorialización
de las diversas entidades de poblamiento ya fueron
señalados por GARCÍA DE CORTÁZAR3. A ellos
habrá que añadir la aparición de nuevas categorías arquitectónicas, que
constituyeron los fundamentos de la denominada -tal vez incorrectamente como
señalaron R. BUCAILLE y J. M. PESEZ, 1978: 299- vivienda tradicional que, con
adaptaciones y modificaciones funcionales desarrolladas a lo largo de la Edad
Moderna, llegará hasta nuestra época, manteniendo particularidades y rasgos
específicos en plantas, alzados, volúmenes y espacios según las distintas
regiones (CHAPELOT, FOSSIER, 1980: 250)4.
El
objetivo, finalmente, bastante limitado puesto que sería prematuro y
arriesgado realizar síntesis alguna sobre la evolución de la vivienda en el
periodo comprendido entre los siglos VI al XIII por carecer de fuentes
arqueológicas o textuales suficientes y de análisis regionales y modelos de
referencia exhaustivos. Se pretende hacer un estado de la cuestión de los
trabajos que sobre el tema se han realizado, a partir de recursos informativos
y planteamientos metodológicos diferentes, en cuatro grandes áreas
peninsulares:
-
En primer lugar, la zona oriental, los antiguos condados pirenaicos que
constituyen el espacio en donde más desarrollados están los estudios sobre la
vivienda, especialmente los referidos a la cultura material, dado que aún de
forma esporádica se viene trabajando en el mundo rural desde los inicios del
desarrollo de la arqueología medieval en la Península (A. DEL CASTILLO, 1965;
M. RÍO, 1972).
-
En segundo, los territorios pirenaicos correspondientes al antiguo reino de
Navarra, que han sido objeto de un exhaustivo análisis sistemático realizado
por Carmen JUSUÉ (1987) que, lamentablemente, no ha tenido la continuidad que
se esperaba.
-
El Occidente, en tercer lugar, donde apenas se han estudiado restos relacionados
con la vivienda campesina, siendo, por el contrario, significativas las aproximaciones
que desde el campo de la documentación realizaron Claudio SÁNCHEZ ALBORNOZ
(1965) o María del Carmen CARLÉ (1982).
-
Finalmente, la vertiente atlántica del País Vasco, en donde el empleo combinado
de informaciones etnográficas, arquitectónicas, textuales y arqueológicas, está
abriendo interesantes expectativas de investigación (A.
SANTANA, 1989) que creemos pueden ser de aplicación y utilidad en el ámbito
Cantábrico.
Antes
de comenzar este balance quisiéramos incidir en un aspecto que debe estar
presente a lo largo de esta exposición: el estudio de la vivienda en sus
aspectos materiales no puede tener como objeto la ampliación de los aspectos
cognoscible s del medievo -como parece ser en
ocasiones la razón que mueve la ejecución de intervenciones arqueológicas-,
sino que debe orientarse a la búsqueda de modelos explicativos que permitan
interpretar problemas históricos de gran alcance y plantear nuevas perspectivas
(M. BARCELÓ, 1988), todo ello desde la concepción de que nada es inmutable y
de que la vivienda en el periodo y en los espacios que tratamos está
estrechamente ligada al desarrollo y consolidación del feudalismo. Desde estos
planteamientos la vivienda constituye un documento histórico, susceptible de
ser leído aplicando técnicas adecuadas destinadas a captar las modificaciones y
reconstrucciones experimentadas.
1. Los Condados Pirenaicos
La
transición de la antigüedad al medievo
constituye uno de los periodos más oscuros y confusos de la historia
peninsular, tanto a nivel de interpretaciones históricas en constante revisión5
como al nivel de reconocimiento de los repertorios arqueológicos, incluidos los
denominados cultos6. Por ello recrear la morfología de la vivienda
anterior al año 1000 supone, con los datos disponibles en el momento actual de
la investigación, un ejercicio casi limitado a extrapolar realidades físicas
de otros territorios al contexto geográfico objeto de nuestra investigación. En
este sentido, incluso en los condados catalanes, en donde los estudios
relacionados con la arquitectura campesina del medievo
están más desarrollados, sólo se conocen algunas referencias ambiguas de difícil
interpretación.
En
el poblado de L'Ezquerda los únicos vestigios del
asentamiento de comienzos del siglo IX -destruido en el año 826 según informan
los Annales Regni
Francorum de Ludovico
Pio-
se reducen a los fondos excavados en la roca de algunas casas de estructura y
cerramientos de madera según se desprende de los agujeros de postes que las
definían
(l. OLLICH; M. de ROCAFIGUERA, 1993: 16); sistema constructivo éste opuesto al
dominante en el periodo anterior (época Ibérica) y posterior (baja edad media)
en los que se prefirió la piedra para la construcción, reservando los materiales
ligneos tan sólo para las cubiertas. La
diferenciación tipológica entre las habitaciones de
las distintas fases de desarrollo del asentamiento puede ser un dato a
considerar dado que su explicación no está -como es evidente- en las
características físicas y geográficas del entorno en que se ubica el
yacimiento, sino en razones históricas, relacionadas con el influjo carolingio
constatado en la zona7. De hecho durante esta época muchos poblados
de la Europa atlántica estaban constituidos por numerosas cabañas
semiexcavadas, construidas de postes y cubiertas de
hojarasca y paja (M. ROUCHE, 1991,36; CHAPELOT; FOSSIER, 1980, 116 ... ).
En
cualquier caso, no se puede generalizar, puesto que otros asentamientos de la misma época responden a tipologías más acordes con los modelos
mediterráneos en los que el predominio de la piedra es la nota dominante. En
este sentido se ha de señalar el poblado de Vilaclara
de Castellfollit del Boix,
situado en las fronteras meridionales de la Catalunya
Vella, donde en una superficie de 560 m2
se han exhumado tres conjuntos constructivos yuxtapuestos, relacionados con
unidades individualizadas de habitación y producción. Cada
conjunto esta formado por un amplio recinto sin cubierta desde donde se accede,
a través de un vestíbulo o porche, a dos o tres estancias de dimensiones reducidas
que constituían la vivienda, el almacén o el taller según se desprende de la
existencia de hogares, silos y hornos. Tanto en la construcción del patio como
de las habitaciones se empleó piedra del terreno, apenas desbastada colocada
directamente sobre el suelo en hiladas desiguales de 60 cm. de anchura media. A
fin de otorgar más consistencia a estos muros se dispusieron de forma
esporádica piedras en posición vertical o a tizón. La cubierta -únicamente
utilizada en las habitaciones posteriores- debió ser de ramas y barro
sostenidas por un envigado. Los suelos eran de tierra batida
o enlosado, allá donde no afloraba el sustrato rocoso. En general se pueden
identificar las construcciones de este poblado con una obra sencilla y
rudimentaria, en donde debieron realizarse actividades artesanales
relacionadas con la obtención de aceite o vino según se desprende de las
prensas halladas. Los autores datan este conjunto en el siglo VII y lo relacionan
con el desarrollo agrícola que iniciado en esa época y frenado por la invasión
musulmana, culmina en el periodo de las grandes roturaciones de los siglos
X-XIII (J. Y J. ENRICH I HOJA; L. PEDRAZA, 1993: 317-324).
La
información disponible a partir del año 1000 es mucho más completa, fruto de los
trabajos iniciados por A. del CASTILLO y continuados por M. RÍU, J. BOLOS o A.
SERRA, entre otros. Consecuencia de ello, las imprecisiones cronológicas que en
muchas regiones europeas envuelven la arquitectura de la vivienda campesina han
sido superadas en Cataluña, al plantear una secuencia
tipológica que permite establecer su evolución hasta fines
de la Edad Media, momento en que los vestigios arquitectónicos conservados y el
incremento de la documentación escrita permiten efectuar su seguimiento hasta
la actualidad sin tantos riesgos.
En
lo referente a la construcción se encuentran dos modelos cuya diferencia fundamental
estriba en ser una obra exenta, de fábrica o estar adosada a una pared rocosa
que, además de otorgar mayor solidez al edificio, lo protegía de las
inclemencias climáticas. En ambos casos las paredes (de 80-90 cm. de anchura)
se construyeron con mampuesto de escasa calidad, trabado exclusivamente con
barro, sin morteros y argamasas, dispuesto en hiladas someramente regularizadas
rematadas en otra de piedras de mayor anchura. La cubierta, a una vertiente,
era de postes que, sustentando ramajes, apoyaban en una serie de orificios
alineados o mechinales tallados en la roca o en las mismas paredes que, al
poseer diferentes alturas, conseguían la pendiente necesaria para que el
vertido del agua de lluvia se efectuara en una única dirección. El espacio
interior de 50 m2 aproximadamente se dividía en dos estancias: una
anterior, con hogar exento situado frente a la puerta para facilitar la salida
del humo, y otra posterior que servía de habitación y pequeño almacén. El
ambiente cerrado de estos recintos se veía incrementado por la ausencia de
vanos, reducidos exclusivamente al ingreso o al hueco abierto en uno de los
lados de la pared medianera, puesto que, según se ha podido comprobar, las
ventanas -rasgadas bajo los aleros- aparecieron en fechas tardías, avanzada la
Edad Media, (1. BOLOS, 1996). Delante de la casa un recinto descubierto de
dimensiones similares a la construcción servía para cobijar a los animales
Estas
viviendas, que responden tipológicamente a la
denominada casa elemental
caracterizada por la separación entre animales y
personas, se extendió por Europa a partir del siglo X y alcanzó gran difusión
en las centurias siguientes, constituyendo el prototipo de la casa campesina.
Desde
el punto de vista del poblamiento podemos encontrar
las casas aisladas, separadas de otras similares un centenar de metros,
agrupadas e incluso yuxtapuestas (M. RÍU, 1976; 1990; 1996). En el primer caso
se han identificado con los mansos, en origen explotaciones agrícolas,
ganaderas y forestales de carácter familiar y más tarde, a partir del siglo
XII, unidades territoriales de percepción de impuestos y rentas señoriales. En
el segundo caso constituyeron las aldeas, adosadas a una peña (La
Jassa), emplazadas en un peñasco de acceso difícil (Roe de
Palomera) o en las terrazas que rodean el castillo (Sant
Llorenç de Montsec)8.
Sería de interés establecer la cronología de estas
aldeas ya que su morfología pudo responder a distintas fases
de desarrollo e implantación feudal. Las primeras, más antiguas, parecen ser
de ese momento privilegiado (de fines del siglo X y comienzos del XI) en el que
la sociedad carecía jurídicamente de cualquier tipo de servidumbre y la clase
campesina tendía hacia una emancipación total, como señaló P. BONASSIE (1993:
74), y las últimas, más tardías, del tiempo en que el dominio señorial se
había extendido a todos los ámbitos de la sociedad catalana, lo que se aprecia
con claridad desde comienzos del siglo XII.
En
esta época la impronta feudal se dejó sentir también en el microcosmos del
hogar campesino. Así, la casa mantuvo la estructura básica anteriormente
señalada, pero se amplió y adaptó a nuevas necesidades materiales o simbólicas,
a menudo impuestas. La ampliación se produjo en dos direcciones. Por lo
general, fue horizontal añadiendo, en primer lugar, construcciones anexas para
mejorar las condiciones de habitabilidad o aumentar la capacidad de almacenar
los excedentes de la producción ante la exigencia de la renta feudal (A. SERRA,
1993: 471); construyendo, en segundo lugar, nuevas cortes o compartimentando
las ya existentes al objeto de separar las distintas especies de animales
(cerdos, bóvidos, equidos, ovicáprinos,
aves de corral) y aterrazando, finalmente, el
territorio circundante para ampliar las superficies destinadas a huerto9.
En
el interior se abrieron puertas y ventanas junto a la cubierta; se excavaron
los muros para hacer alacenas donde guardar agua y productos frescos; se
adosaron bancos a las paredes para colocar la vajilla, los enseres del hogar,
sentarse o dormir dependiendo de las estancias -algunos, tallados en la roca,
ya existían en la fase anterior-; aparecieron nuevas dependencias como los
vestíbulos que separaban las cuadras de las habitaciones, hornos para cocer
pan, bodegas, cocinas e incluso se construyeron algunas chimeneas con bóveda
de lajas verticales y campana adosada a la pared perimetral, reproduciendo un
modelo que ya era conocido en el siglo XI en el Castell
Palau de LlordálO.
Desde el punto de vista constructivo se emplearon piedras del lugar bien
trabajadas unidas con argamasa de cal, a diferencia de los corrales en donde se
continuó utilizando el rudimentario sistema de la fase anterior y se
generalizó, por último, el uso de la teja en las cubiertas (L'Ezquerda).
Menos
difundido y extendido fue el crecimiento vertical de la vivienda reservado en
principio a los campesinos enriquecidos, síntoma también del distanciamiento
social que se creó entre los miembros de un mismo grupo dotado del mismo status
jurídico. Este crecimiento se estableció en dos fases que no tuvieron porqué
sucederse en el tiempo, sino que
fueron sincrónicas dependiendo de las distintas regiones: Por
un lado, se documenta la casa en pendiente que hizo su aparición en algunas
zonas de Cataluña La Vieja. Aprovechando el desnivel del terreno se destinaba
la zona baja a cuadra y la alta a vivienda, según modelos
extendidos por el Mediterráneo (D. BROCCOLI, 1986: 151). La otra fase está
representada en la casa de pisos, de dos -más frecuente- o tres alturas, que
trataba de imitar las casas torres señoriales. Su construcción estuvo impulsada
más por razones de prestigio que como respuesta a unas necesidades económicas
determinadas; así, por ejemplo, el manso de Balá se
creó al añadir una planta a un antiguo manso horizontal. Poseían planta rectangular
con superficies útiles que oscilaban entre 25 y 42 m2 en cada piso,
paredes de piedra labrada organizada en hiladas regulares trabadas con argamasa
de cal y arena. Sólo algunos respiradero s a modo de
aspilleras rasgaban la monotonía de los muros, concediéndoles ese aspecto de
fortaleza cuya función nunca llegaron a desempeñar. Al interior, a diferencia
de las torres, se accedía desde la planta baja donde se encontraba la cuadra y
desde aquí se llegaba a los pisos superiores a través de una escalera de
madera. En éstos se disponía el hogar y en el bajo cubierta, a dos aguas, los
almacenes (Noguer, Quereda,
Escases)11. Edificios anexos
y espacios para animales de corral completaban el conjunto construido.
Este
manso vertical dio lugar en el siglo XVI a la casa de labranza regional o masía
catalana al incorporar la sala y otras estancias especializadas y
diferenciadas de acuerdo a su función. El horizontal, por el contrario, se
extinguió, a juzgar por los estudios de A. SERRA (1990), en el siglo
XlV.
2. El Reino de Navarra
Constituye
Navarra uno de los territorios peninsulares que, en el momento actual de la
investigación, ofrece mayores expectativas para el estudio de la
tardoantigüedad. Los materiales exhumados en las
necrópolis de Pamplona y Buzaga reflejan su pertenencia
a contextos culturales norpirenaicos del periodo
comprendido entre los siglos VI al VIII, como ha puesto de relieve A.
AZKARATE12. Unos testimonios materiales tan
significativos como los procedentes de los yacimientos citados deberían tener
su reflejo en el hábitat, aunque ningún dato al respecto se conoce. Dejando a
un lado el carácter urbano del asentamiento tardoantiguo
de Pamplona, los difuntos inhumados con los ricos ajuares detectados en Buzaga13
tal vez habitaban en lugares mucho más modestos y menos
espectaculares que la necrópolis; al menos así sucede en importantes
establecimientos francos del periodo en donde no existe correlación entre los
depósitos hallados en los cementerios y los descubiertos en los poblados. De
aceptar estos modelos, la aldea de Buzaga sería algo
similar a la merovingia de Brevieres (P. DEMOLON,
1972) caracterizada por la concentración de un número elevado de fondos de
cabaña excavados en la roca, rodeando de forma arbitraria unas cuantas
construcciones de mayores dimensiones. Estas, a juzgar por sus características
morfológicas y por los objetos recuperados en su interior, debieron constituir
las auténticas habitaciones de los chef de village,
personajes destacados por su riqueza y poder. Las restantes, de superficie
útil inferior a los 17 m2, debieron albergar familias de esclavos o
siervos dependientes de los anteriores. En cualquier caso no existe unanimidad
a la hora de establecer las funciones de estas rudimentarias construcciones
tan frecuentes en la Europa germana, dado que la ausencia de fuegos y hogares
en su interior ha hecho pensar que pudieron ser establecimientos temporales,
almacenes o talleres para tejer, hilar, fabricar cerámica o tallar el hueso (J.
CHAPELOT; R. FOSSIER, 1980, 116 ... ). Tanto unas como otras fueron
construidas a partir de un armazón de dos, cuatro o seis postes hundidos en la
tierra con las paredes de madera o ramas entrecruzadas, unidas con barro y paja
y, en ocasiones, revestidas de cal. La techumbre vegetal apoyaba en un
entramado reticular a modo de caballete que podía llegar hasta el suelo. Las
casas se encontraban excavadas en el terreno (alcanzando profundidades medias
de 20-25 cm), técnica que permitía economizar
materiales. Fuera de estas construcciones se han encontrado hogares y huellas
de recintos hechos de varas de avellano, destinados a guardar los animales,
separados así de las viviendas, a diferencia de lo que ocurre en Europa
Septentrional.
A
juzgar por los estudios realizados en la Europa atlántica, estos conjuntos de
cabañas desaparecieron como forma generalizada de habitación en torno al año 1.
000, momento en que la casa elemental se
impuso en el paisaje, bien de forma aislada o en
agrupaciones constituyendo aldeas, como fue más frecuente. De estas últimas
construcciones existen abundantes ejemplos en Navarra, aunque en nuestra
opinión la mayor parte de ellas -exhumadas en el transcurso de un proyecto
pionero en el estado, propuesto por C. JUSUÉI4- deben adscribirse a una
cronología tardía, a los siglos XIV o XV. La propuesta
de estudio a la que acabamos de referimos se inició en el valle de
Urraul Bajo permitiendo definir las características
morfológicas de los poblados y viviendas del mismo. Aquellos respondían a un
esquema bastante generalizado a lo largo de la Edad Media en áreas rurales del
Occidente europeo: enclavados en un paisaje modelado por el trabajo humano,
presentaban una agrupación de casas separadas entre sí y distribuidas arbitrariamente
en torno a calles o espacios vacíos en los que no se observaban huellas de
urbanismo
planificado. En un extremo del núcleo habitado se situaba la iglesia y el cementerio;
más allá las tierras de labor y algo más alejado el amplio espacio del bosque,
uno de los principales recursos de subsistencia en la Edad Media.
Las
viviendas, que acogían en su interior a los miembros integrantes de una familia
conyugal a juzgar por sus reducidas dimensiones -alrededor de 55 m2-,
mostraban una gran uniformidad constructiva (C. JUSUÉ, 1988: 299-310). Las
plantas eran rectangulares, aunque existían algunos modelos más complejos al
adquirir forma trapezoidal o en«L». Estaban definidas por muros de 50 ó 60 cm.
de espesor, construidos con piedras pequeñas del entorno, alisadas por la cara
externa mediante gruesa talla y dispuestas en hiladas irregulares unidas con
barro, sin trabazón alguna de mortero o argamasa. El aspecto que ofrecían
estas paredes tanto al exterior como al interior era de una austeridad
absoluta, puesto que al parecer carecían de enlucido, estucado o encalado.
Las
techumbres tenían como base recios armazones triangulares de postes de 6 a 8
cm. de diámetro que apoyaban directamente en los muros sin pies derechos
centrales que hubieran reducido el espacio útil de la construcción. Sobre esa
estructura una capa de barro o ramas sustentaba finas lajas planas de 4 cm. de
grosor, lo que suponía cargas superiores a los 100 kg.
por metro cuadrado. Por ello, en otros lugares se
prefirió el empleo de tablillas de roble o haya, que garantizaba la estabilidad
de la cubierta. El ingreso se abría en uno de los extremos de la construcción,
bien a ras de suelo o ligeramente sobreelevado, de forma que para acceder al
interior era preciso utilizar una escalera de mano. Este espacio estaba, a su
vez, dividido por un muro que separaba dos ambientes utilizados con diferente
funcionalidad. La habitación más grande o vestíbulo poseía un hogar y la más
pequeña, resguardada, era utilizada como dormitorio y almacén, siguiendo el
modelo de la casa elemental que también se ha visto en Cataluña.
Los
suelos estaban formados por una mezcla de barro y piedra caliza o arenisca
triturada y fuertemente prensada, a pesar de lo cual eran bastante irregulares.
En algunas casas aparecían zonas empedradas, reducidas al acceso de la
vivienda, al paso de una habitación a otra o a los alrededores del hogar.
Estos, adosados a los muros o a las esquinas de la habitaciones, estaban
colocados sobre el suelo o ligeramente sobreelevados, sin chimenea para salida
de humos15. No es inusual que en los suelos estén excavados silos
para almacenar y conservar grano, con las paredes reforzadas con cantos rodados
de pequeño tamaño y barro muy prensado y estrechas bocas que se tapaban con
delgadas lajas de arenisca. Al Iado de las viviendas
aparecían, finalmente, algunos huertos o cercados de piedra para el ganado.
Las
viviendas descritas fueron genéricamente identificadas por JUSUÉ con las
moradas de campesinos agrupados en aldeas de señorío vinculadas, especialmente,
al monasterio de Leire desde al menos el siglo X, de lo que es buen ejemplo la
villa de Apardues donada el 15 de Agosto de 991 por Sancho Garcés y la
reina Urraca al abad Jimeno. Entre las posesiones cedidas aparecen mencionados
palacios, casas, viñas, acueductos, huertas: palatiis
cum omni
edificia sua uel
uasa sua,
seu uineis et ortis,
aqueductis, riguis,
silbis cultibus et
incultibus
(c.
JUSUÉ, 1988: 83),
vocablos que nos informan de la jerarquización
edilicia existente. Jerarquización que también se
observa entre los habitantes de éste y de otros lugares del valle sometidos a
rentas señoriales y servicios personales de distinta entidad y en definitiva a
situaciones jurídicas dispares, desde los collazos de Apardues
-citados en 1254- hasta los importantes señores que aparecen confirmando
donaciones a San Salvador de Leire, como Eneco
Garceis de Artieda en 1093 o
Fortunio Acenaris
en 1097, entre otros (MARTÍN DUQUE,
1983).
Pese
a la variedad y disparidad que ofrecen los textos, la imagen -comentada en las
líneas precedentes- que la arqueología ha recuperado de estos asentamientos es
plana y estática, al estar congelada, cristalizada en el siglo XIV o comienzos
del XV, momento en el que se abandonaron tras un progresivo descenso
poblacional. Sin embargo, de un análisis rápido de los planos publicados y de
la morfología de las construcciones se obtiene la impresión de que no todas,
aunque convivieron en un mismo espacio y tiempo, fueron contemporáneas. En
este sentido, junto al modelo más simple de la casa elemental aparecen
otras con varias dependencias yuxtapuestas e incluso organizadas en tomo a un
patio (El Puyo) o alineadas en tomo a una calle, compartiendo medianeros (Ascoz), lo que constituye un indicio de las diferentes
fases de desarrollo constructivo del centro habitado. Aspectos que están aún
pendientes de analizar estratigráfica y cronológicamente y que, sin lugar a
dudas, ampliarán la visión diacrónica de la vivienda medieval.
En
estos poblados no se ha documentado la casa de pisos que sí aparece en cambio
en el despoblado de Rada, lugar estratégico, de frontera, asiento de una
guarnición, ocupado al menos desde finales del siglo XII y destruido en 1455
(1. TABAR, 1993-94: 312-313). Los edificios están aquí, al igual que en el
despoblado de Andión (F. LABE, 1993-94: 319-323), más
compartimentados en habitaciones destinadas a desempeñar funciones específicas
(bodegas, graneros, hornos, etc.), distribuidas en tomo a la cocina con bancos
de fábrica, fogones e instalaciones complementarias. Reflejo todo ello del
influjo del mundo urbano que, a fines de la Baja Edad Media, se extendió por el
campo, modificando la constitución física y morfológica de las aldeas y de las
casas de labranza en ellas instaladas. Otra novedad significativa de este
periodo, constatada en los dos asentamientos mencionados, fue el empleo de la
teja curva en las cubiertas.
3. Los Reinos de Castilla
y
León
Desde
que en 1965 SÁNCHEZ ALBORNOZ nos introdujo en las casas de dos personajes
leoneses que disfrutaban de distinto status social, poco se ha avanzado en la
caracterización física de la vivienda medieval, pese a que existen bastantes
trabajos cargados de
sugerentes propuestas que reclaman la necesidad de recurrir a la arqueología
para analizar la estructura del hábitat y del poblarniento16.
Esta disciplina, sin embargo, poco ha aportado al tema en el espacio
que nos ocupa, puesto que las investigaciones se han orientado hacia el estudio
de los edificios religiosos, militares o defensivos, de los repertorios de
cultura material (cerámica) y, especialmente, de las necrópolis y sepulturas,
quedando relegado a un segundo plano el conocimiento de las aldeas, de las
villas y
de las casas que salpican la documentación.
Las referencias arqueológicas existentes con anterioridad al año 1000 son parciales y extremadamente fragmentarias, ya que en todo este territorio no se ha excavado ningún asentamiento en extensión, por lo que resulta complicado ofrecer una lectura coherente y globalizadora del problema. En consecuencia, los datos que expondremos, publicados de forma fragmentaria, deben ser tomados con muchas reservas, más aún cuando su adscripción cronológica se ha establecido a partir de las características tipológicas de las sepulturas o de las cerámicas, mucho menos expresivas de lo que sería de desear17. Ninguna de las publicaciones consultadas es muy precisa a la hora de describir las plantas, dimensiones o técnicas constructivas de las viviendas, aunque como rasgo común se observa el empleo de materiales pobres, pocos consistentes y perecederos, lo que no quiere decir que no se utilizara la piedra que aparece en todos los lugares, mejor o peor dispuesta en hiladas horizontales, asentadas en seco. La distribución y morfología de los espacios internos, pese a su simplicidad, es poco homogénea, incluso en el mismo poblado. Al respecto, pueden servir de ejemplo las casas del asentamiento Cuarto de Los Hoyos en Pelayos (Salamanca) que responden a dos modalidades: la más frecuente se caracteriza por poseer amplios espacios trapezoidales, de dimensiones que oscilan entre 360 y 530 m2, compartimentados en tres dependencias: una muy amplia en la parte delantera de la construcción, probablemente sin cubierta destinada a los animales, y otras dos más reducidas (entre 60 y 100 m2) junto al muro zaguero, con cubierta vegetal y, en ocasiones, con los suelos pavimentados. La otra modalidad, definida por poseer un único recinto exento sin compartimentación interior, presenta superficies que rondan los 120 m2 y función desconocida. Las viviendas del Castellar, Monte Cildá (Palencia), El Castillo, El Cabezo (Avila), La Yecla (Burgos) o Contrebia Leukade (La Rioja)18 fueron también sencillos espacios que utilizaban en su construcción materiales de procedencia local o sustraídos de edificios próximos, de época prerromana o romana, ya abandonados y sobre cuyas ruinas, en ocasiones, se asentaron; aunque hay que destacar que entre las distintas fases existió solución de continuidad19, pese a que con demasiada frecuencia se haya apostado por la continuidad (ABASOLO; GARCÍA ROZAS, 1980: 29). Las distintas construcciones se agrupaban de forma inorgánica en el interior de un recinto definido por una cerca preexistente o de nueva creación, cuyo grosor y técnica constructiva, similares a los observados en las casas, pone de manifiesto -aunque no se pueda generalizar- que su función no fue estratégica o defensiva (J. FABIAN et alii, 1986, 187-190). Como
se ve, datos inconexos, aislados y parcialmente estudiados junto a cronologías
muy amplias 20,
impiden llegar a conclusiones precisas sobre el
desarrollo histórico de la vivienda en el tránsito de la antigëedad
al medievo.
Del
siglo X poseemos en apariencia más información. Constituyen referencias ya
clásicas no carentes, sin embargo, de problemas de adscripción cronológica, los
poblados de Revenga o Cuyacabras, someramente
publicados por A. del CASTILLO (1972) o el conjunto arqueológico de Santa María
de La Piscina (E. LOYOLA; J. ANDRÍO et alii, 1990).
Además, a juzgar por los textos y por testimonios arqueológicos diferentes a
los que tratamos -necrópolis, iglesias, monasterios o castillos- se sabe que
una tupida red de asentamiento s de pequeñas dimensiones cubrieron
el territorio con distinta intensidad dependiendo de las comarcas (J. A.
GARCÍA DE CORTÁZAR, 1985; 1988; P. MARTÍNEZ SOPENA, 1985; R. BOHIGAS, 1986; J.
M. MÍNGUEZ, 1994; E. PASTOR, 1996). En ellos las casas -como ya se ha visto
anteriormente- pudieron ser construidas aprovechando estructuras
edilicias preexistente, estar protegidas y apoyadas en una pared rocosa,
o ser exentas y de nueva planta. El análisis detallado de unas y otras
servirá, sin duda alguna, para establecer evoluciones y
tendencias, pendientes de definir en el ámbito occidental de la Península
Ibérica, dado que los estudios arqueológicos de las entidades de
poblamiento se han centrado, sobre
todo, en la cultura material mueble, en un intento de
crear fósiles guía que, al igual que la
terra
sigillata
para
el mundo clásico, permitan datar con relativa seguridad y precisión los
establecimientos21.
El
primer modelo de vivienda, esto es el que se caracteriza por reaprovechar construcciones
previas, es el más investigado aunque no fue el más representativo del periodo.
Esta desajuste se debe a que su estudio ha estado, en la mayoría de las
ocasiones, impulsado por la necesidad de tener que excavar
los niveles superiores de los yacimientos para analizar los subyacentes,
correspondientes, por lo general, a la Edad de Hierro, que eran los que
realmente interesaban a los estudiosos. Ejemplos significativos encontramos en
los poblados fortificados de Amaya en Burgos, Monte Cildá
en Palencia (R. BOHIGAS: 1980; 1986), Los Castras de Lastra en
Álava (F. SÁENZ DE URTURI, 1981-95) o Monte Cantabria en La
Rioja (A. PÉREZ ARRONDO; S. A. VALERO: 1986; A. PÉREZ ARRONDO; S. A. VALERO; J.
CENICERO: 1993). En todos ellos la ocupación medieval fue más reducida que la
prehistórica y las instalaciones se vieron condicionadas por las estructuras
preexistentes. Así en los Castras de Lastra las
viviendas, exentas y rectangulares, se adosaron a las terrazas del periodo
celtibérico, previamente reparadas, y en Monte Cantabria se yuxtapusieron
adosándose a la muralla en recintos independientes con ingresos desde la
calle. Esta organización del espacio también se observa en Amaya, aunque no
queda claro si esta protourbanización fue creación
medieval o simplemente adaptación a los vestigios del pasado. Las dimensiones
de las distintas estancias -que oscilan entre 60 y 12 m2- sugieren
su uso con fines diversos, pendientes de determinar, dado que los únicos
criterios funcionales manejados están en relación con la presencia de hogares o
silos, cuya ubicación no sigue un patrón preestablecido. No es extraño, al
respecto, que en determinadas dependencias aparezcan el hogar y algún silo de
perfil acampanado, excavado en el suelo, pero tampoco es inusual que estos elementos
se localicen en el exterior de las viviendas.
Testimonios
del segundo modelo de vivienda, construido al resguardo de la peña, se han
documentado en un conjunto bastante amplio de despoblados dispersos por la zona
Norte de Burgos, Sur de Cantabria, Álava y La Rioja;
territorios encuadrados geográficamente al pie de las montañas del Norte y
frente a los llanos meseteños en el espacio que las crónicas musulmanas sitúan
la Castilla primitiva. Su estructura repite tipos ya comentados: plantas
rectangulares, compartimentadas en dos o tres ambientes; muros de piedra de
escasa entidad asentados directamente sobre el terreno sin el empleo de
argamasa; cubiertas de entramados lígneos apoyadas
en mechinales tallados en la roca natural y en las paredes perimetrales;
espacios reducidos; hogares rudimentarios22, y cercados amplios
utilizados como establos. Uno de los pocos excavados, el de Santa María de la Piscina, permite determinar la altura máxima de la
construcción en tomo a los 2,502,80 mts. (E. LOYOLA,
J. ANDRÍO, et alii, 1990), notablemente inferior a la
que ofrecen los vestigios del despoblado de San Martín de Valparaiso
en Álava que presenta los encajes de sujeción de la
cubierta a 4 metros de altura con respecto al suelo actual. Este, sin embargo
no debe corresponder con el original, más alto debido al fuerte proceso de
erosión que ha sufrido el yacimiento (J.
F. ALONSO, S. CASTELLET, E. FERNÁNDEZ, 1992-93:
160-61). No es extraño que a fin de evitar que las aguas de lluvia penetraran
en las viviendas se excavaran pequeños canalillos tanto en la peña vertical,
sobre la cubierta, como en el suelo. Todas estas construcciones pueden aparecer
aisladas o formando conjuntos rodeados de una cerca defensiva construida con
mampuesto y aprovechando las irregularidades topográficas y afloramientos
rocosos del terreno.
Estos
poblados se han datado entre los siglos IX y X a juzgar por la tipología de las
sepulturas a ellos asociadas, por algunas referencias documentales que vienen a
compartir centuria y por el carácter fronterizo y provisional de los
emplazamientos, creados al resguardo de las montañas, como si trataran de
protegerse o escapar de algún peligro inminente, identificado con la amenaza
musulmana. Ninguna de estas aproximaciones, sin embargo, es determinante. Los
problemas de atribución cronológica de las sepulturas excavadas en la roca,
antes denominadas Oleordolanas, no
están en modo alguno resueltos puesto que estos tipos han sido fechados entre
los siglos IV y XI (REYES TÉLLEZ, 1986) e incluso XII (MORERE MOLINERO, 1996).
Las aparentes coincidencias entre la documentación textual y las propuestas
arqueológicas no son generales, dado que la mayor parte de estos poblados, por
su propio carácter, han escapado al hecho escrito. La contextualización,
finalmente, de los asentamiento s en el marco de la reconquista y repoblación
peninsular parece continuar tradiciones historiográficas ya superadas, por lo
que no deja de ser sorprendente que todavía hace poco se hayan catalogado unos
como poblados de avanzada reconquistadora (Quintana María) y otros de repoblación
(Cuyacabras)
(J.
ANDRÍO, 1994:
163-188), dependiendo de su latitud.
La
distribución de esta modalidad en otras zonas peninsulares y continentales, alejadas
de la frontera meridional, permite como hipótesis razonable relacionarla con el
fenómeno de expansión agrícola del siglo X, uno de cuyos síntomas externos es
la presión humana sobre el territorio reflejada en la
construcción de asentamiento s con materiales endebles, en terrenos marginales
y próximos entre sí. Asentamientos que tras la implantación feudal y la
consiguiente reordenación del poblamiento serán
abandonados, al trasladarse la población a los núcleos urbanos, a otras aldeas
que, existentes con anterioridad, alcanzarán su esplendor en las centurias
bajomedievales o a granjas semiaisladas
dependientes de los poderes señoriales.
Del
tercer caso, esto es de las viviendas exentas, conocemos un número elevado de
referencias (registradas en los textos de la época) a las aldeas donde se ubicaron,
en muchas ocasiones perfectamente identificables en la geografía actual. La
mayor parte de estas aldeas, fundadas en los siglos X y XI,
no han sido objeto de investigaciones arqueológicas sistemáticas, pero es de
suponer que las viviendas, en sus aspectos físicos, no diferirían mucho de las
navarras. Las Rivas en Lantarón (Álava), La Lancha de
Trigo en Diego Álvaro (Ávila)23
o Fuenteungrillo en Villalba de los Alcores
(Valladolid) pueden ser ejemplo de ello. Esta última aldea surgida a fines del
siglo IX y despoblada progresivamente a lo largo del siglo XIV, contaba al
inicio de esa centuria con 60 casas, algunas de las cuales fueron excavadas por
J. VALDEÓN e l. SÁENZ
(J.
VALDEÓN, 1982: 705-716; C. M. REGLERO,
1994: 369-374)). La imagen estática que de este momento proporcionaron las
excavaciones dibuja construcciones definidas con muros irregulares y tapial,
suelos de baldosas de arcilla cocida y cubiertas de tejas sobre entramado de
madera. En los reducidos espacios internos -alrededor de 40 m2_ se
registraron hogares circulares u ovales adosados a las paredes, hornos para
cocer pan ocupando los ángulos de las habitaciones y silos de planta circular,
cuya cronología tal vez sea de la fase más antigua del poblado constatada
arqueológicamente, pero pendiente de mayores precisiones (R. BOHIGAS; J. A.
GUTIÉRRREZ, Coord., 1989: 161-171). Ante este panorama parece claro que, por el
momento, deberemos conformamos con la información de los textos mucho más expresiva
a la hora de caracterizar las viviendas de estos núcleos, aunque se ha de tener
en cuenta, como ya hemos señalado más arriba, que a veces los datos escritos y
los arqueológicos nos ofrecen realidades dispares.
Las
viviendas tienden a agruparse dentro del espacio de la aldea; así se desprende,
por ejemplo, de la compra que Oveco
Diaz hizo de
11
casas pobladas
y limítrofes en el término de Bozoo en el año 1028
(A. UBIETO: 1976, n.º 185). Cada casa podía estar
ocupada por personas con situaciones jurídicas dispares, domnas,
seniores, vecinos, autoridades eclesiásticas,
personajes sin cualificación expresa o incluso
populatores de casa ajena como ha demostrado
PEÑA BOCOS (1996: 159-161). Las referencias a dependencias anexas van siendo
más numerosas y haciéndose más complejas a medida que transcurre la Edad Media:
primero en el mundo urbano (c.
SÁNCHEZ ALBORNOZ, 1965. anexo
11. 14) o en construcciones palaciegas -centros simbólicos de poder y dominación
(E. PEÑA BOCOS 1996: 149) distintos a las casas campesinas al poseer salas para
administrar justicia, reunirse, celebrar actos de importancia, etc.- y después
en las aldeas rurales. Dos documentos referidos al mismo espacio y publicados
por MARTÍNEZ SOPENA (1985) ilustran esta tendencia: uno del año 984 nos informa
de cortes cum suas casas
et suos solaris,
cum tectis et postes,
cum sua clausura,
cum ingreso vel regreso,
ortis et pomiferis ... et ominia sua
adiacentia. El otro de 1315 muestra
una casa
con su corral e con sus lagares e con su piedra pesga,
e con sus pertenencias e con el huerto que esta en la casa. Parece pues que
junto a la vivienda existieron otros edificios (también
denominados casas24), utilizados con fines diversos, lo que puede
explicar las dimensiones tan variables detectadas en las construcciones de la
fase bajomedieval de los despoblados arriba
mencionados.
4. La vertiente Atlántica del País
Vasco
Recientemente,
aunque recogiendo preocupaciones anteriores, se ha iniciado en la vertiente
atlántica del País Vasco una línea de investigación que su promotor, Alberto
SANTANA, denomina Arqueología rural. En efecto, desde que iniciamos el
estudio del poblamiento medieval de estos territorios
costeros, mediante la prospección superficial y la excavación en extensión de
algunas yacimientos que -en función de sus materiales se
consideraban paradigmáticos, nos sorprendió la ausencia de restos relacionados
con hábitats y ello pese a los sondeos y catas que
realizamos en los alrededores de todas las iglesias y necrópolis analizadas.
Explicábamos este silencio como el reflejo de un poblamiento
precario, construido con materiales perecederos, pero al mismo tiempo denso,
según se desprendía de la distribución de los lugares registrados en tomo al
año 1.000. Por otro lado, el 95% de éstos se hallaba en núcleos de población
vivos, en las barriadas que salpican las laderas de los macizos montañosos del
territorio. La coincidencia que pensamos pudo existir entre las aldeas
medievales y las barriadas actuales, nos llevo a considerar que el conocimiento
del hábitat no podía realizarse mediante sistemas tradicionales de excavación,
sino a través del estudio diacrónico de estas áreas pobladas, resaltando la
ineludible necesidad de recurrir a técnicas de análisis variadas (I. GARCÍA
CAMINO, 1990: 384).
Al mismo tiempo, desde otros enfoques, A. SANTANA al analizar la evolución histórica del caserío considerado como un tipo arquitectónico que responde a necesidades productivas y de habitación específicas de un espacio y tiempo definidos, encontraba serias limitaciones para remontar su origen más allá del año 1500, momento en el que estas construcciones irrumpieron bruscamente en el paisaje vizcaíno o guipuzcoano con todos los elementos estructurales propios de una vivienda rural moderna, lo que permite suponer que no se trataba de una innovación repentina del genio campesino (A. SANTANA, 1993: 74). Corroboraba esta afirmación el hecho de que los nombres utilizados hoy en día para designar un buen número de caseríos pueden rastrearse en la documentación archivística de los siglos XIV o XV. Esta identificación toponímica abría las puertas a la investigación arqueológica del subsuelo de estos solares (A. SANTANA, 1989: 78). La
primera intervención realizada por A. SANTANA y M. J. TORRECILLA (1995:
460-468) se centró en el caserío Igartubeitia en
Ezkio-Itsaso25• El edificio actual está formado
por dos unidades arquitectónicas construidas en épocas distintas y con
características estructurales diferenciadas. El núcleo de fundación, datado a
mediados del siglo XVI, responde a la tipología denominada caserío lagar (A.
SANTANA, 1993: 46-47). Las crujías laterales y delantera
son, sin embargo, ampliaciones realizadas en la primera mitad del siglo XVII.
Junto a ello, algunos documentos permitían suponer que el solar estaba ocupado
por una familia de campesinos libres que las fuentes escritas designaban con el
nombre de Yartu o Iartua,
cuya línea sucesoria se ha podido seguir casi por completo desde 1383
hasta la actualidad. La investigación arqueológica permitió identificar una
estructura anterior al caserío moderno. En concreto, un fondo de cabaña de
planta ovoide, semiexcavado en el terreno, que define
un recinto de 35 m2 delimitado por un banco perimetral conseguido al
rebajar artificialmente la cayuela. Sobre él una sucesión
de agujeros de postes sirvieron para sustentar las paredes construidas con
materiales vegetales. El espacio interior, en el que no se recuperó evidencia
mobiliar alguna, estaba dividido en dos estancias de
distintas dimensiones mediante un tabique determinado por otra alineación de
agujeros.
La
construcción puede relacionarse con los fondos de cabaña registrados en la
Europa de influencia germánica durante el I milenio de nuestra era, hasta su
desaparición hacia el año 1.000 (J. CHAPELOT, R. FOSSIER, 1980: 133). Pese a
las dudas que giran en tomo a las funciones que desempeñaron muchas de estas
pequeñas construcciones (antes nos hemos referido a ellas), parece que en el
caso que nos ocupa fue utilizada como vivienda; uso avalado por la
compartimentación del espacio interno, tan frecuente en el prototipo de la casa
elemental. De reproducir el modelo atlántico, rodeando ésta deberían
existir -en la explanada que se extiende en la fachada del caseríootras
construcciones anexas de menor tamaño, cuyas huellas han podido desaparecer
debido a las roturaciones efectuadas a lo largo de los siglos.
El
estudio arqueológico de la vivienda medieval en el País Vasco no ha hecho más
que comenzar, pero la tipología de los restos exhumados, escasamente
documentada en otros ámbitos peninsulares, y las perspectivas que ha ofrecido
una segunda intervención en el caserío Aitzeterdi (Alkiza. Gipuzkoa), aconsejan
profundizar esta vía de investigación, haciéndola extensible a otras comarcas
septentrionales. En este sentido se ha de señalar que pronto se iniciarán
excavaciones en otros dos caseríos (en esta ocasión vizcaínos) que reúnen las
cualidades de Igartubeiti: estar documentados antes
del año l.500 y responder a tipologías arquitectónicas de ese momento o
posterior. La procedencia de influencias constructivas, el carácter aislado de
las cabañas o su articulación en unidades más amplias, la continuidad de las formas de
ocupación del espacio o la atribución del solar a una misma familia de
propietarios desde la edad media son algunos de los retos que habrá que
afrontar en el futuro.
Algunas reflexiones a modo de conclusión
Intentaremos,
finalmente, ordenar los datos presentados en un esquema simplificado -la
realidad fue, sin lugar a dudas, mucho más compleja-
de las tendencias evolutivas detectadas en la configuración de las viviendas
campesinas del medievo. Somos conscientes de las
limitaciones de estas reflexiones teniendo en cuenta lo parcial, fragmentario
e impreciso de las fuentes de información.
Las
escritas apenas hacen mención a los aspectos físicos de las construcciones y de
los espacios productivos, aunque se muestran más expresivas en lo referente a
la condición jurídica de los propios solares y de sus pobladores26.
Es significativo al respecto el hecho de que cuando SÁNCHEZ
ALBORNOZ( 1965) intenta recrear la casa de un sayón leonés de hace 1000 años
tiene que recurrir a la arquitectura popular reconstruyendo la imagen de una palloza,
sin que ningún texto pueda corroborar sus
descripciones.
Las arqueológicas, son todavía un recurso pendiente de explotar, de ahí su carácter ambiguo27. La numerosa toponimia que aparece registrada en la documentación castellana de época condal (J. A. LECANDA, 1988: 291-332), por poner un ejemplo, y que puede identificarse con aldeas actuales, despoblados o lugares sin entidad propia, constituye un expresivo testimonio de las indudables posibilidades de ampliar los límites informativos. Creemos
conveniente, no obstante, plantear, con todas las reservas, las tendencias
observadas, al objeto de mostrar algunos elementos o aspectos que parecen ser
indicadores de los cambios y transformaciones producidos en las sociedades que
ocupaban el Norte de la Península Ibérica a lo largo de la Edad Media. El
análisis en profundidad de estos indicadores, que como veremos están en
relación con la tipología constructiva, con la presencia o ausencia de
dependencias complementarias o con las técnicas constructivas, puede ser el
punto de partida de investigaciones -de obligado carácter local- más
precisas y acertadas que, corroborando, refutando y, en cualquier caso,
superando nuestra propuesta, permitan captar los procesos de ocupación y
organización del espacio con mayor nitidez. Cuestiones estas últimas que no
podrán ser afrontadas «desescombrando» despoblados o ruinas por muy
monumentales que fueran, sino mediante una práctica sistemática y rigurosa, que
será objeto de discusión en la segunda parte de estas reflexiones.
1. Tendencias evolutivas detectadas
a partir de una información fragmentaria.
A
lo largo de este amplio periodo que abarca casi 800 años observamos dos tendencias
de larga duración en tomo a la caracterización de la vivienda. Entre una y
otra, el punto de inflexión parece estar próximo al cambio de milenio.
A). Los datos que conocemos
del periodo anterior al año 1000 presentan una relativa homogeneidad,
cuyos rasgos visibles pueden formularse en los siguientes términos:
- Empleo
mayoritario de la piedra como material de construcción, extraída de las
canteras locales o re aprovechada de edificios arruinados.
- Uso de la madera reservado a las
cubiertas y zonas altas de las viviendas
- Empleo de técnicas constructivas
rudimentarias: muros de mampostería asentada en seco, materiales apenas desbastados y ausencia de
cimentaciones.
Las
divergencias más destacadas se observan en las plantas de las viviendas, donde
se documentan tanto espacios unitarios y simples, como complejos y de difícil
comprensión, al albergar estos últimos otros recintos trapezoidales o
cuadrangulares, cubiertos o no y de dimensiones que pueden superar los 200 m2
o no llegar a los 50. Esta variedad morfológica y la ausencia de patrones
constructivos se explica por la existencia de dependencias especializadas en
función de las distintas actividades productivas desarrolladas por sus
habitantes, aunque salvo casos excepcionales no se ha podido estableceruna relación precisa entre forma y función. Sólo
la presencia de hogares, de bancos corridos adosados a las paredes o de
elementos de tipo artesanal ofrece alguna pista. En este sentido es
significativo, aunque no general, el hallazgo de prensas
empleadas
en la obtención de vino y aceite, de piedras circulares pertenecientes a molinos
de mano, de
residuos de resina para obtención de pez destinado, tal vez, a
impermeabilizar odres o toneles de madera y de un horno de dimensiones
considerables, en las viviendas del poblado de Vilaclara
(Cataluña).
Desde
el punto de vista del poblamiento, las viviendas se
agrupaban en asentamientos de nueva creación de tamaño reducido, o en
otros preexistentes, especialmente castros
de la Edad de Hierro, que se acondicionaron y readaptaron a las funciones y
necesidades específicas de los nuevos ocupantes, sin que exista continuidad
alguna entre las distintas fases ocupacionales del poblado.
En
definitiva, encontramos en este periodo pocas construcciones que puedan ser
identificadas con viviendas; éstas además son de escasa calidad y de morfología
diversa, dependiendo de una actividad económica que cada vez tiende a ser más
homogénea y menos variada. Tal vez por ello las instalaciones del poblado de
Vilaclara son, paradójicamente, un síntoma de ruptura de
las estructuras productivas de tipo antiguo, al constituir recintos
artesanales especializados, creados, sin embargo, a partir «de la división o
desocupación de las viejas villas romanas» del entorno (ENRICH y HOJA; PEDRAZA,
1993: 321). Ruptura con el periodo anterior que también se refleja en los
sistemas constructivos, en los materiales utilizados, en la organización
interna de los espacios donde el patio articulador de dependencias pierde
protagonismo, en la ausencia de patrones edificatorios y en las formas de
concebir el asentamiento.
Dentro
de este esquema simplificado encontramos, como es lógico dado el estado de
nuestros conocimientos, informaciones anómalas que resultan difíciles de
encajar y contextualizar en la propuesta presentada. Las escuetas referencias
al empleo de madera en las viviendas de la fase carolingia del yacimiento de l'
Ezquerda (Cataluña) o los fondos de cabañas de
madera detectados en el País Vasco28, siguiendo técnicas muy extendidas
en la Europa Atlántica, constituyen manifestaciones singulares no registradas
hasta el momento en la Península. Podrían explicarse estas peculiaridades
recurriendo a la tradicional división del continente entre una civilización de
la piedra, extendida por el Mediterráneo, y una de la madera, por las regiones
del este y del norte, como propuso M. de BOÚARD (1977: 54). Sin embargo esta
distribución no está determinada exclusivamente por la geografía, aunque su
resultado pueda parecérselo a algunos. De hecho cuando BOÚARD planteaba la
existencia de ambas civilizaciones las situaba en un tiempo «al fin de la
antigüedad» y resaltaba que la expansión y dominio de una
u otra varió considerablemente según los lugares y las épocas. En este sentido
el que se haya constatado el empleo de la madera tan sólo en la fase de
ocupación carolingia del yacimiento de L'Ezquerda, o
el que se hayan registrado tipologías y técnicas
constructivas propias de Europa germánica en el País Vasco, donde en los
últimos años se ha identificado también un número considerable de necrópolis y materiales
estrechamente ligados con horizontes culturales de filiación franca, invitan a
cuestionar, una vez más, ciertos principios historiográficos sólidamente
asentados sobre el desarrollo de los pueblos del norte en el tránsito de la
antigüedad al medievo (A.
AZKARATE: 1993, 1994) o sobre el presunto carácter fronterizo de los Pirineos.
B). En el
siglo X y
en los siguientes se observa un conjunto de constantes que si en
determinados aspectos continúan las características del periodo anterior, en
otros modifican la imagen de la vivienda, lo que no es sino el reflejo de los
cambios profundos que en los dos primeros siglos del II milenio experimentó la
sociedad.
-
Entre las permanencias se ha de señalar el empleo de sistemas constructivos
rudimentarios: piedras apenas desbastadas, muros irregulares e inestables,
ausencia de zanjas de cimentación y de argamasa.
-
La novedad más destacada es tal vez la simplificación de las plantas que, independientemente
de su contextualización en una aldea de
poblamiento agrupado o disperso, responden al modelo de la
denominada casa elemental característica de amplias zonas de Europa Occidental
en la Edad Media. De dimensiones que raramente superaban los 50m2,
organizaban el espacio interior en dos mitades: la delantera ocupando dos
tercios de la planta dedicada a hogar y vivienda y la trasera a dormitorio y
ocasionalmente a almacén; aunque los usos específicos están pendientes de
confirmar empíricamente.
Tanto
la morfología como las dimensiones de las habitaciones, durante todo el periodo
estudiado y en todas las comarcas, vinculan la casa con el asiento de familias
conyugales. Ninguno de los datos disponibles permite sostener la existencia de
familias extensas cohabitando bajo el mismo techo, ni de una organización del
hábitat en función de jerarquías de tipo gentilicio establecidas por criterios
de parentesco y antigüedad, puesto que la
homogeneidad de las edificaciones, sólo se ve rota por la presencia de la
iglesia, el castillo o la casa torre, reflejo del dominio señorial,
contrapuesto a sistemas sociales de base gentilicia.
Delante
de la casa se dispusieron otros recintos, definidos por cercados de piedra
apenas amontonada, reservados para los animales. Esta delimitación de ámbitos,
al favorecer el aprovechamiento económico de los recursos ganaderos, constituye
un síntoma de la tendencia a imbricar en la explotación campesina la actividad
agrícola y pecuaria, lo que a su vez es reflejo de la expansión productiva,
motivada por la modificación de los sistemas de cultivo, cada vez más
intensivos y necesitados de abonos orgánicos.
Se
constata en determinados asentamientos un intento de economizar medios en las
construcciones aprovechando afloramientos de la peña natural, creando así un
tipo peculiar de vivienda extendido por áreas de montaña, relacionado -pese a
que tradicionalmente se ha explicado por la dinámica de la reconquista y
repoblación- con la expansión agrícola, espontánea, iniciada con anterioridad
al siglo X por un campesino libre pero pobre que, como señaló P. BONASSIE
(1993: 60), en su lucha contra el hambre, desbrozó el bosque, drenó las tierras
húmedas, ocupó las marginales y preparó bancales para cultivo en las laderas.
El
crecimiento económico creó a su vez la necesidad de almacenar la producción en
espacios destinados a ese fin. En la documentación escrita aparecen los
horreos
o las
cellas;
en la
arqueológica los silos excavados en los suelos de las casas o en los alrededores.
Muchos de ellos, de capacidad limitada, se amortizaron a lo largo del siglo
XII, probablemente debido a que el triunfo y consolidación de la aristocracia
señorial los haría innecesarios, puesto que fue esta clase la única
beneficiaria de los cambios experimentados en los sistemas sociales de
producción, al captar los excedentes productivos a través de la expansión de
la renta feudal.
C).
Los efectos del
desarrollo productivo iniciado con anterioridad al año 1.000, cuyos
resultados, como se ha visto, quedaron reflejados en la estructura de la
vivienda, favorecieron la implantación del sistema feudal y provocaron otros
cambios entre los que se destaca el renacimiento del mundo urbano y del
mercado, que a su vez constituyó un estímulo a la economía rural. La
participación de algunos campesinos en los circuitos económicos recién creados
motivó su enriquecimiento y prosperidad, lo que se dejó sentir de nuevo en la
casa que -a partir del siglo
XIl-
sufrió diversas transformaciones tendentes a mejorar las condiciones de
habitabilidad, imitando modelos urbanos o señoriales.
-
En este sentido se observa la ampliación del espacio de las viviendas y el
aumento del número de habitaciones utilizadas como taller, almacén, bodega,
cocina, comedor, sala y dormitorio. En ocasiones, la expansión fue tan
expresiva que se efectúo sobre la antigua «casa elemental», al yuxtaponer al
núcleo fundacional anexos especializados para el desarrollo de actividades
específicas, cada vez más diversas y alejadas de la autosubsistencia.
-
También, incluso en núcleos de poblamiento disperso o
no muy compacto se aprecia que los animales fueron alejados de las habitaciones
de la familia, creando cobertizos, corrales y construcciones nuevas que podían
estar organizadas en torno a un patio -como en Castilla-, estar separadas de
las viviendas por una especie de hall que individualizaba nítidamente ambos
espacios -como sucede en el manso B de Villosiu-,
o ser exentas, con áreas vacías en su alrededor.
-
Apareció también la casa de pisos, que triunfó entre los campesinos enriquecidos,
quienes reprodujeron algunos aspectos formales de las casas torres señoriales
con el objeto de demostrar su prestigio social. Pese a ello no tuvieron
carácter
defensivo, ya que fueron tan sólo casas de labranza en las que los animales
quedaron segregados al piso bajo, en tanto que en el primero se dispuso la
sala, hogar y dormitorios. Los primeros testimonios peninsulares que conocemos,
datado s a fines del siglo XIII y XIV, se refieren al ámbito mediterráneo. En
Navarra se documenta en núcleos muy compactos, próximos a tipología de carácter
urbano y en el área atlántica del País Vasco no hizo su aparición entre los
campesinos hasta finales del siglo XV, de la mano del caserío.
- Las técnicas, por otro lado, mejoraron. Se continuó utilizando piedra de procedencia local, pero se regularizó y ordenó en hiladas unidas con argamasa. Irrumpieron también en el paisaje nuevos materiales como la teja curva, las baldosas de arcilla cocida y los ladrillos, que se emplearon en todas las partes de la casa: suelos, paredes -rellenando entramado s de madera- y tejados. Estos materiales comenzaron a fabricarse en toda Europa a partir del siglo XIII momento del que ya existen referencias textuales a hornos de fabricación de ladrillos en las grandes ciudades castellanas o leonesas (M. C. CARLE, 1982). En la siguiente centuria su uso estaba ya muy extendido incluso en zonas consideradas marginales29. -
Las condiciones de habitabilidad mejoraron también al construir fogones, hornos
de pan, hogares adosados a las paredes -que permitieron la apertura de chimeneas
en los muros-, alacenas, ventanas ... Incluso el mobiliario que, hasta la Baja
Edad Media era muy reducido y poco variado, limitado a algunas ollas cerámicas
destinadas a la cocción de alimentos, se diversificó: aparecieron entonces
platos, jarras, escudillas, fuentes y una vajilla más completa destinada a
cubrir un número mayor de usos30.
Estos cambios que venimos comentando no se produjeron de forma lineal; en el proceso hubo retrocesos y fuertes impulsos y su incidencia no fue la misma en todas las comarcas ni en todos los grupos sociales, incluso entre individuos que gozaban del mismo estatus jurídico. A modo de ejemplo se puede recordar el hecho de que todavía avanzada la Edad Media perduraban costumbres atávicas, como la de enterrar a los niños en el suelo de las viviendas, atestiguada por M. RIU (1990).
Técnicas de análisis
y
registro
arqueológico.
El
esquema que hemos presentado -con más lagunas e interrogantes que soluciones-
pretende ser tan sólo un instrumento de trabajo, una orientación metodológica
para el estudio de la vivienda medieval en los reinos cristianos del norte
peninsular. Las transformaciones de los elementos, que parecen ser el reflejo
de realidades sociales diversas y
de cambios significativos31,
deben ser
datadas con precisión en su correspondiente contexto geográfico.
Indudablemente, para analizar estos cambios, la investigación arqueológica no
puede limitarse a la ingrata -y,
por otro lado, poco útil-
labor de desescombrar un despoblado, levantar su plano y
dejar al
descubierto sus ruinas. El objetivo debe ser recuperar su secuencia
cronológica, captando las variaciones morfológicas que experimentaron sus
viviendas, las ,actividades que en ellas se
realizaron, la articulación de éstas con otras construcciones como la iglesia,
el castillo, el palacio señorial la casa torre o con
otros elementos polarizadores del poblamiento entre
los que destacamos la plaza, las calles, el camino de acceso o las áreas de
cultivo.
Para captar estos
procesos es preciso afrontar de una forma compleja e interdisciplinar
los estudios arqueológicos, según las siguientes propuestas:
1. Movilizando toda
la información disponible: documentación archivística, toponímica,
arquitectónica, etnográfica, cartográfica ...
32
2.
Analizando el paisaje, entendido como el resultado de
un proceso histórico; por tanto, identificando y
aislando los elementos de cada
época. Se trataría en definitiva de determinar las huellas dejadas por los
sistemas de cultivo del medievo en el parcelario
actual, para lo que será preciso interpretar, entre otros recursos, los planos
catastrales y
fotografías aéreas anteriores a la concentración
parcelaria33.
3.
Excavando superficies amplias, contextos completos e
inteligibles, puesto que los cambios solo pueden detectarse de esta forma, más
aún teniendo en
cuenta la imposibilidad de desligar el estudio de la
vivienda del análisis de su entorno ya sea habitado o natural34.
4.
Leyendo estratigráficamente las ruinas exhumadas, producto, al
igual que todo el yacimiento, de las múltiples huellas que, inevitablemente, va
dejando el paso del tiempo 35.
5.
Aplicando técnicas nuevas que examinando los depósitos
de las distintas habitaciones puedan servir para concretar su funcionalidad.
En este sentido los análisis fitológicos,
paleocarpológicos o botánicos en general, pueden proporcionar
una ayuda inestimable.
En definitiva, individualizar las unidades constructivas de las viviendas, identificar las técnicas empleadas, datarlas y efectuar el análisis diacrónico del hábitat son algunas de las cuestiones que habrá que afrontar en un futuro para que se superen las ambigüedades de las prácticas actuales y la arqueología se convierta en un motor importante de investigación histórica.
NOTAS
1.
Al objeto de
ilustrar el grave error metodológico de esta práctica CHAPELOT y FOSSIER(1980:
233-239) señalaron la interpretación realizada por algunos etnógrafos sobre el
origen y naturaleza de la casa mixta (edificación característica del
medievo en algunas zonas europeas, donde convivieron bajo
un mismo techo hombres y animales) que, analizada exclusivamente desde parámetros
étnico-geográficos, fue atribuida a los pueblos celtas, dada la permanencia de
esta tipología constructiva en áreas de fuerte implantación de ese colectivo,
(País de Gales, Cornualles, Escocia y Bretaña). Desde
el análisis histórico la explicación de esta permanencia es más sencilla y
evidentemente mucho más objetiva, dado que se puede verificar en la
documentación de la Edad Moderna. En este sentido la casa mixta, conservada
hasta la segunda mitad del siglo actual en el Sur de Bretaña, no sólo se asienta
en un espacio que reúne características geográficas y topográficas similares,
sino -lo que es más importante- en donde subsiste, por un lado, una estructura
económica basada en la agricultura cerealística y en
el escaso desarrollo de la ganadería, y por otro una estructura de la propiedad
muy definida que hace recaer el peso de las explotaciones en pequeños campesinos
asalariados y jornaleros de escasos recursos económicos.
2.
Hace ya algunos
años M. Urteaga inició la catalogación de una serie
de construcciones identificadas con viviendas de pastores emplazadas en zonas
de alta montaña, utilizadas desde la Prehistoria (B. GANDIAGA; TX. UGALDE; M.
URTEAGA, 1989: 123-166; 1992/93: 57-85). Algunas de estas «habitaciones al aire
libre» proporcionaron cerámicas medievales y dataciones absolutas del siglo X.
No obstante, dado que el estudio arqueológico de estas manifestaciones está aún
por realizar y que, a primera vista, parecen estar en relación con un hábitat
estacional y subsidiario no serán incluidas en el balance que presentamos.
3.
Distinción,
jerarquización y territorialización
de espacios son, en opinión de J. A. GARCÍA DE CORTÁZAR (1988: 70-71) las tres
consecuencias de la aparición y
fortalecimiento de los núcleos urbanos -independientemente
del origen o de las circunstancias que rodearon su nacimiento-, lo que supuso
importantes transformaciones en el mundo rural.
4.
El origen de la
casa de labranza del País Vasco -del caserío entendido como vivienda con
estancias productivas diferenciadas- debe buscarse en la fundación de los
núcleos urbanos, que al aumentar la demanda de productos agrícolas destinados a
abastecer los mercados semanales, como ha puesto de relieve A. SANTANA (1989:
77; 1993: 16), impulsaron cambios significativos en el poblamiento
rural.
5.
Al respecto se han
de recordar las distintas propuestas que sobre la transición pueden recopilarse
en la historiografía reciente: Desde planteamientos que explican el
advenimiento feudal a partir de la desintegración de las sociedades
gentilicias (BARBERO; VIGIL, 1978; R. PASTOR, 1980; J. M. MÍNGUEZ, 1994; J. A.
GARCÍA DE CORTÁZAR, 1989; E. BARRENA, 1989; C. DÍEZ HERRERA, 1990; E. PEÑA,
1996), de los modos de producción comunitario (J. J. GARCÍA GONZÁLEZ, 1995) o
de los sistemas estatales de tipo antiguo (P. BONASSIE, 1975, 1993; E. PASTOR,
1996), por poner algunos ejemplos, hasta otros que ponen en entredicho cuestiones
relacionadas con los ámbitos de influencia política y cultural dominantes (A.
BESGA, 1983; A. AZKARATE, 1993; 1994; J. J. LARREA, 1996)
6.
Los problemas de
atribución cronológica y cultural de la arquitectura anterior al año 1000,
considerada genéricamente prerrománica, han sido puestos de relieve, analizados
y discutidos en diversos artículos publicados a partir de 1992 por
Luis CABALLERO ZOREDA, modificando el marco de referencia
consensuado en la historiografía.
7.
Respecto a la
utilización de la madera para la construcción de las viviendas
altomedievales de L'Ezquerda, I.
OLLICH, 1990: 72 señala «precisament
aquesta característica no és
propia del país, sinó aportada pels
frans foranis (PHmol s. VIII-IX».
8.
Se han señalado
únicamente tres asentamientos significativos de cada modelo, aunque existen
otros muchos en la bibliografía. Al respecto el dossier que la revista de
Arqueología y Ciencia Cota
Zera
dedica a «L'arqueología deis poblats
medieval s abandonats»constituye un importante punto
de referencia sobre la cuestión. Además de los artículos recopilados en el
dossier mencionado se han de resaltar los trabajos de M. RÍU, 1976: 284-290;
1993: 89-93 sobre las villas fortificadas y los modelos de población dispersa y
agrupada de Cataluña medieval, realizados a partir del análisis de varios
emplazamientos (Roc de Palomera, Caleurs,
Sant Miquel de la
Vall),
los de P. BERTRAN, 1986: 105-128; los de J. BOLOS, 1990: 107-118; 1994: 3550 o
los de Roig i Deulofeu;
Roig i Buxó, 1993: 325-330,
referidos estos últimos al Pirineo central.
9.
Estas
transformaciones se han detectado en las casas de L'Ezquerda
(1. OLLlCH, 1990), en los mansos de
Vilosiu, de los que 1. BOLOS, 1996: 17, presenta
significativas ilustraciones gráficas de su evolución tipológica,
o en los asentamientos estudiados por 1. SERRA, 1993: 469-472 en la
subcomarca dell
Collsacabra (Osona)
10.
Aunque la chimenea se impuso tardíamente en la vivienda
campesina, hasta el punto de que algunos arqueólogos han dudado de su
existencia con anterioridad a la baja edad media, se conocen ejemplos europeos
de comienzos del siglo X en Doué-la
Fontaine (Maine-er-Loire)
y,
sobre todo, en el siglo XI, vinculados a residencias palaciegas
y
señoriales
(D. BARTHELEMY, et alii, 1991: 102)
11.Ejemplos citados por A. SERRA, 1990 y J. BOLOS, 1996.
12.Estas necrópolis, al igual que la alavesa de
Aldaieta (A. AZKARA TE, 1993: 149-176; 1994: 307-329; 1994:
58-76), se caracterizan por la presencia en las sepulturas de un número
considerable de armas y ajuares funerarios alejados de los modelos rituales
hispanovisigodos.
13.El inventario publicado por Azkarate
(1993: 158), hace referencia a 21 lanzas, l scramasax
en estado completo y varios en estado fragmentario, 2 puñales, 20 cuchillos,
varias puntas de flecha, 7 placas de cinturón, 2 contraplacas,
2 apliques escutiformes simples y uno doble, 5 hebillas arriñonadas de bronce,
3 hebillas ovaladas de bronce, 6 agujas escutiformes de bronce, 4 hebillas de
hierro, l de gran tamaño decorada con damasquinados en plata, 5 placas
dorsales, 2 plaquitas con inscripción, 1 pequeña pieza aviforme,
2 botones o remaches, 1 alfiler de bronce con cabeza decorada, 1 cuenta de
pasta vítrea, 1 punzón de hierro,5 anillos. 10 tachuelas,
11 lascas
de silex y varios objetos más de morfología y funcionalidad
diversa o indeterminada.
14.
La propuesta de C. JUSUÉ trataba de establecer modelos
de asentamiento a partir de la comprobación arqueológica de peculiaridades
comarcales, detectadas en espacios geográficos concretos, basándose para ello
en «el estudio selectivo de núcleos despoblados (C.
JUSUÉ, 1990: 359).
15.Sólo en un caso, en la vivienda I de la aldea de
Apardues, se detectó un hogar de grandes dimensiones rodeado
de piedras que pudo ir cubierto de cúpula, semejante a la de un horno de pan
(c.
JUSUÉ, 1988: 91)
16.
La información de los textos no permite comprender la
realidad física de la vivienda, por lo que los trabajos que han utilizando
este tipo de fuentes -ante la carencia de referencias arqueológicas-, han concentrado
los esfuerzos en averiguar el significado de los términos que aparecen citados
en los documentos: casas, domus, cortes ... (P. MARTÍNEZ SOPENA, 1985; C. M. REGLERO,
1994; E. BOCOS, 1996).
17.
Sobre los problemas de
atribución cronológica de las producciones cerámicas
procedentes de yacimientos medievales del Norte de la Península Ibérica se han
de citar un par de comunicaciones leídas en el Congreso «A
ceramica medieval no Mediterraneo
Ocidental», celebrado en 1987 en Lisboa. Para la
tardo antigüedad y época visigoda un conjunto de
investigadores, entre los que se encontraban L. CABALLERO (Madrid), H. LARREN
(Zamora) o R. BOHIGAS (Santander), agrupados bajo las siglas CEVPP, presentaron
un avance de sus investigaciones (CEVPP, 1991: 49-67) que, posteriormente
desarrollaron y ampliaron en diversos artículos publicados en el Boletín de
Arqueología Medieval, (1989: 9-107). Del mismo modo otro equipo, presentó
una síntesis de las producciones de los siglos VIII al XV, a partir del
conocimiento disponible en las distintas comarcas del Norte y Noroeste de la
Península Ibérica. (R. BOHIGAS; l. GARCÍA CAMINO, Coord. 1991: 69-86). Esta
síntesis fue más tarde expuesta en detalle y completada en la obra colectiva La
cerámica medieval en el Norte y Noroeste de la Península Ibérica coordinada
por R. BOHIGAS; A. GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, 1989.
18.
Referencia a Cuarto de los Hoyos (Salamanca) en J. F. FABIÁN; M. SANTOJA; A. FERNÁNDEZ; N. BENET, 1986/ a El
Castellar en M. A. GARCÍA GUINEA; J. GONZÁLEZ ECHEGÁRAY; B. MADARIAGA, 1963. / a Monte
Cildá en M. A. GARCÍA GUINEA; J.
GONZÁLEZ ECHEGARAY; J. A. SAN MIGUEL, 1966 y M. A. GARCÍA
GUINEA; J. M. IGLESIAS; P. CALOCA, 1973/ a los yacimientos de
Avila El Castillo y El Cabezo en H. LARREN, 1986/ al
castro de La Yecla en S.
GONZALEZ SALAS, 1965/ a Contrebia
Leukade en J. A. HERNÁNDEZ; J. M.
MARTÍNEZ, 1993.
19.
Al respecto son significativos los datos procedentes de
Contrebia Leukade
en donde los ocupantes de la tardo antigüedad utilizaron el espacio del castro celtibérico
en la medida en que respondía a sus necesidades, por lo que no
tuvieron reparo en superponer algunas de sus viviendas a los
viales prerromanos o en readaptar los espacios internos de las
casas compartimentándolos en dos o más habitaciones.
20.
La ocupación de estos yacimientos se ha datado
genéricamente entre los siglos VI al VIII e incluso en centurias
posteriores (El Castellar), sin que entre unas fases y otras se
hayan podido establecer diferencias estratigráficas.
21.
Estos ensayos tipológicos,
que fueron propios de un momento en el que la arqueología medieval comenzaba a
desarrollarse, han demostrado, salvo excepciones válidas
para los periodos más recientes, que constituyen una vía de investigación
agotada.
22.
Los más complejos, constituidos por una base de lajas o
piedras silicias rojizas
(M. RÍU, 1980: 405).
23.
La estructura y organización de las viviendas de la
última fase del despoblado de Las Rivas aún pueden verse en el terreno (Informe
inédito elaborado por 1. GARCÍA CAMINO, 1991 para el Centro de Patrimonio Cultural
Vasco, Vitoria-Gasteiz, con motivo de la revisión de
las Normas de Planeamiento urbano del municipio). Referencias sobre el poblado
La Lancha son recopiladas por H. LARREN, 1986: 153-154.
24. Con frecuencia los términos que aparecen en la documentación son polisémicos, utilizados en distintas épocas para designar conceptos y realidades diferentes, complementarios e, incluso, antagónicos. (P. MARTINEZ SOPENA, 1985; C. M. REGLERO, 1994) 25. La excavación formaba parte de los estudios históricos previos a la redacción del proyecto de recuperación del inmueble, promovido y financiado por el Departamento de Cultura de la Diputación Foral de Gipuzkoa.
26.
Estas últimas cuestiones sí interesaban a los
promotores de la documentación, a la clase aristocrática laica o eclesiástica,
por lo que fueron recogidas en los textos redactados en los escritorios
monásticos o señoriales, ofreciéndonos así una amplia nómina de vocablos
referentes a realidades y situaciones diversas (casas, cortis,
domus, plados,
edificiies, mansus ... ). Definir,
no obstante, el significado de los mismos no es tarea fácil habida cuenta de su
carácter polisémico que hace que un mismo término se
utilice para expresar realidades diferentes y en ocasiones contrapuestas. Los
trabajos de GARCÍA DE CORTÁZAR (1988) o PEÑA BOCOS
(1996) han intentado ordenar este cúmulo de vocablos ambiguos que
progresivamente se van decantando hasta que hacia el año 1100 se consolida el
término solar para designar esa unidad de explotación campesina que
venimos comentando, lo que da cuenta de una deliberada voluntad de estabilización
humana y económica, que implica un alto grado de concreción territorial y de
implantación feudal. El solar daba cabida a una o varias casas o
edifidis ocupados por campesinos libres o
dependientes, y utilizados como bodegas, cocinas, almacenes, corrales, cuadras,
hórreos, lagares, etc. pudiendo estar cubiertos o no
(teliato,
kasas cubertas
vel decobertas).
27. Más arriba hemos visto el alcance de los escasos y desiguales trabajos realizados que, además de haber incidido en una parte casi insignificante de las aldeas rurales del medievo, carecen de publicaciones monográficas en las que se recoja la documentación recuperada en las excavaciones arqueológicas. En consecuencia, la mayor parte de los datos que se han manejado proceden de noticias preliminares o de comunicaciones presentadas a Congresos, en las que no se especifican dimensiones de las construcciones, técnicas empleadas o secuencias estratigráficas, por citar algunos aspectos significativos 28. Incluso en el yacimiento de Aloria (Arrastaria, Álava; Orduña, Bizkaia), donde se constata el uso de la piedra en época romana (ss. 1- V), se han identificado «varios calzos de poste» correspondientes a las construcciones de la reocupación altomedieval (J. J. CEPEDA, 1992: 146).
29.
Así se ha comprobado en el castillo de
Muñatones (Bizkaia). J. M.
GONZÁLEZ CEMBELLÍN, M. J. TORRECILLA, 1995
30. Aunque no entraremos en el tema la diversificación de las formas cerámicas en la Baja Edad Media se constata en la obra colectiva coordinada por R. BOHIGAS y 1. A. GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, 1989. 31. En las páginas precedentes nos hemos referido a ellos: plantas, técnicas y materiales de construcciones, distribución de espacios, funciones ...
32.
El recurso a
informaciones y datos procedentes de fuentes de diversa procedencia ha sido
puesto de relieve desde que la arqueología medieval se sistematizó en el
Continente (BOÜARD, 1977), hasta el punto de que se ha considerado una de las
características peculiares y diferenciadoras de la
disciplina. Sin embargo, poco se ha aplicado y raramente ha sido empleado para
el estudio de la vivienda en la Península, pese a que, según se desprende de
algunas experiencias comentadas en las páginas precedentes, los resultados
obtenidos por esa vía han sido significativos, cuando menos para plantear
hipótesis sobre los precedentes de algunas construcciones rurales relacionadas
con la casa vernácula. (A. SERRA,. 1990; A. SANTANA,1993)
33. Práctica esta última escasamente desarrollado en la Península (BAZZANA: 1994,7-27; J. M. PALET: 1997), pese a que en Francia y en los países europeos existan experiencias significativas recogidas en la bibliografía, que amplían notablemente las vías de conocimiento. CHOUQUER, G (Dir.), 1996; COLARDELLE, M. (Dir.), 1996. 34. Los sondeos aislados y de dimensiones reducidas han demostrado su escasa operatividad para el análisis de periodos históricos, debido a la complejidad de los depósitos arqueológicos que sólo pueden interpretarse mediante la excavación en área (HARRIS, 1991). La tendencia a documentar la estratigrafía de núcleos habitados o de despoblados a partir de la apertura de catas distribuidas en el espacio a investigar ha caracterizado muchas intervenciones de urgencia y salvamento realizadas en los últimos 10 años. Los resultados obtenidos, sin embargo, han tenido escasa repercusión en el conocimiento histórico, lo que ha puesto de manifiesto la escasa utilidad de dicha técnica arqueológica, ante la imposibilidad de hacer inteligible el registro recuperado.
35.
En los dos últimos años se ha desarrollado en la
Península Ibérica, al menos teóricamente, el método arqueológico aplicado al
estudio del patrimonio edificado, denominado Arqueología de la Arquitectura.
Algunas experiencias pioneras, publicadas recientemente, han revelado las
posibilidades que el método ofrece para incrementar el conocimiento y
documentación de las construcciones históricas: L. CABALLERO; P. LATORRE
(Coord.), 1995/ L. CABALLERO; C. ESCRIBANO (Eds),
1996. Sin embargo, no conocemos que haya sido empleado para analizar
diacrónicamente los fundamentos de las viviendas de los despoblados medievales.
Creemos que su aplicación en este campo modificará, sin lugar a dudas, la imagen
estática que la bibliografía nos transmite de los desolados navarros del Puyo o
Apárdues o del castellano de
Fuenteungrillo,
por poner algunos ejemplos citados en las páginas precedentes.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
|
LA VIVIENDA
MEDIEVAL:
PERSPECTIVAS DE INVESTIGACIÓN DESDE LA ARQUEOLOGÍA
Iñaki García Camino
(Arqueólogo
de la Diputación Foral de Bizkaia)
ACTAS DE LA |
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