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La historia de la mujer es una historia reciente. Tradicionalmente, la mujer ha sido ignorada como sujeto histórico. Puede decirse que nace en el período de entreguerras a caballo de la primera gran oleada del movimiento feminista y se consolida en los años sesenta, a través de toda una explosión de revistas especializadas (Feminist Studies, Sings, Feminist Review, Culture and Society (Journal of Women), History Workshop, Cahiers Penélope, Questions feministes, Memoria...) con estudios como los de Gerda Lerner, Renatha Bridenthal, Smith Rosemberg... En marzo de 1973 y octubre de 1974 se celebran las dos primeras conferencias internacionales sobre la historia de la mujer en Borkshire. La proyección institucional de la historia de la mujer en España arranca de 1981, al calor de la ihfluencia anglosajona, aportada por Mary Nash, hoy profesora de la Universidad de Barcelona.Desde 1981, el Seminario de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de Madrid viene celebrando anualmente unas jornadas que han dejado tras de sí la estela de unas muy útiles actas. En la Universidad de Barcelona se crea el Centre d'lnvestigació Historica de la Dona, que viene promoviendo infinidad de actividades culturales. Al mismo tiempo, la Universidad Autónoma de Barcelona, a través del departamento de Sociología, constituyó un seminario permanente que ha orientado su preocupación básica hacia la dotación de un centro de documentación cuyo primer resultado ha sido un magnífico repertorio bibliográfico de más de 7.000 títulos sobre el tema de la mujer. Grupos nuevos sobre esta temática están siendo formados en Granada, Málaga y otras universidades españolas. La problemática que plantea la historia de la mujer es compleja. En primer lugar, la pregunta inevitable que hay que plantearse es si, efectivamente, es necesaria la historia de la mujer; si ella no supone en sí misma la institucionalización de la marginación de la mujer. Para resolver la cuestión hay que asumir una evidencia muy clara: la in visibilidad histórica de la mujer en todas las historias de la humanidad que se han hecho, siempre por hombres y desde una óptica masculina excluyente de las mujeres por principio o por inercia. Ese olvido de la mitad de la humanidad ha exigido un recurso inmediato: la reivindicación de la presencia histórica de la mujer en todos los ámbitos de expresión histórica. Así, la historia de la mujer que inicialmente se hizo fue una historia que intentó romper el clásico silencio histórico con la glosa obsesiva de la presencia de la mujer en el escenario histórico. La historia de la mujer se convertía, de este modo, en las mujeres de la historia: reinas (Urraca de Castilla, Petronila de Aragón y, naturalmente, Isabel la CatóIica), reinas consortes (Isabel de Valois, Isabel Farnesio, doña Germana de Foix), viudas de rompe y rasga (María de Padilla, María de Medina), heroínas (María Pita, Catalina de Erauso, Agustina de Aragón), santas (Teresa de Avila...), mártires... Esta historia figurativa, monopolizada por la derecha conservadora -siempre tan sensible a la épica de las grandes conductas, al exotismo de lo atípico--, va a dejar paso a una historia funcionalista de izquierdas, en la que se reivindica el papel de la mujer como agente movilizadora de la historia, decidida animadora de movimientos revolucionarios o reivindicativos, una historia que pretende enterrar en la galería de mitos como Mariana Pineda, Clara Campoamor, Flora Tristán, Dolores Ibárruri..., la mala imagen de lastre reaccionario que para la izquierda tenía la mujer en todos los procesos electorales. Un enfoque distinto La nueva historia de la mujer ha de superar, a nuestro juicio, esta concepción primitiva de justificarse en función de una serie de mitos personales, ya sean de derechas o de izquierdas. Asimismo, la introducción del sexo como una categoría social integral en el análisis histórico pasa por la superación de la vieja y lacrimógena cantinela del victimismo masoquista de la sufrida condición femenina, determinada por la opresora condición masculina. En mi opinión, es absurdo negar la obviedad de la cadena de agravios, auténtica penalización histórica, impuesta por el hombre a la mujer. Ricardo García Cárcel
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