Elegir el camino de perfección no es una cuestión opcional para las mujeres de los siglos XVI, XVII, y XVIII, puesto que aliado de las que deciden iniciarse voluntariamente, a muchas les viene impuesto ya no pocas se les priva de él. Ante la imposibilidad de profesar en una orden religiosa, algunas mujeres escogerán otras vías alternativas.

Desde el siglo XVI, además de la proliferación de conventos femeninos, crecerá el número de las llamadas beatas, término que incluye tanto a las integrantes de las órdenes terceras, conocidas por legas o terciarias, como a las santurronas laicas sin unción religiosa y, en ocasiones, ni siquiera vinculadas a un confesor.

Una vez iniciada la búsqueda de Dios, las interpretaciones sobre el cómo llevarla a término serán múltiples. Monjas y beatas van a ser acusadas, en numerosos casos, de heterodoxas al concebir diversas y peculiares formas de entender la vida religiosa, más allá de las pautas establecidas. El Santo Oficio, siempre vigilante, se ocuparía de corregir o erradicar estos comportamientos, que llegaban a atentar incluso contra la unidad de la Iglesia.

Tradicionalmente se nos ha mostrado a estas mujeres asociadas exclusivamente con términos como mística, penitencias o milagrería, como si nada hubiesen tenido que ver con el medio que las rodeaba. Si bien estos aspectos ayudan a configurar el diseño de una cultura singular, es importante concretar las implicaciones de religiosas y heterodoxas con el tejido social, para saber de qué manera les afectaba este inevitable contacto en su condición de mujeres.

 

Sociedad, vida religiosa y mujer

Hacia el siglo XIV los conventos femeninos se hallaban sumidos en una profunda degradación. En el programa de reforma monástica de los Reyes Católicos enviado a Sixto IV se decía: Otrosí porque en nuestros reinos hay muchos monasterios e casas de religión, así de hombres como de mujeres, muy disolutos e desordenados en su vivir e en la administración de las mismas casas e bienes espirituales e temporales, de lo cual nacen muchos  escándalos, e inconvenientes, e disoluciones, e cosas de mal ejemplo en los lugares donde están las tales casas e monasterios... (1).

A mediados del siglo XVI, la reforma ha cuajado en tierras castellanas. No sucede lo mismo en otros reinos como Cataluña, donde no cesarán las idas y venidas de amigos y parientes al convento, ni se perderán las costumbres de llevar ajuares lujosos y labrar celdas espaciosas. Estos signos de relajación permanecían arraigados incluso a finales del siglo XVIII. No obstante, se había dado un paso importante para la implantación de un control más riguroso de las monjas, al conseguir que se generalizase la clausura. El celo que pusieron Iglesia y Estado en la empresa, sí como la obstinada resistencia de las familias de las religiosas a ceder la custodia de sus intereses a otros, contribuyeron a consolidar la profesión religiosa como un privilegio de clase.

Aportar dote se convirtió en condición indispensable para ser monja. A este respecto, como apunta Claire Guilhem, la proliferación de beatas va a adquirir grandes dimensiones en la Europa de la Contrarreforma, como reflejo de las dificultades crecientes de unas mujeres sin dote suficiente para entrar en los conventos (2).

Excepcionalmente, se reducían las cantidades o se eximía del pago a aquellas que llegaban para desempeñar un servicio concreto a la comunidad: EI 4 de noviembre de 1699 tomó hábito para organista y cantora sor Teresa López y Trinidad, natural de Pastrana, y por entrar en dicha ocupación la reservaron de dote, con todos los despachos necesarios (3).

Sin embargo, las condiciones de vida de estas mujeres distaban mucho de la de las señoras procedentes de las familias de la alta, mediana y pequeña aristocracia. Mientras unas estaban obligadas a realizar los llamados ministerios temporales --cocinar, limpiar, cuidar a enfermas y ancianas..- , las otras vivían soberanamente, rodeadas de todo tipo de comodidades, incluyendo criadas o esclavas para su servicio personal. En la Barcelona de mediados del siglo XVI, decía de las jerónimas la fama popular que saben más a damas que a monjas (4). Algo parecido debe suceder en el convento de la Encarnación de Garrovillas, en Cáceres, hacia 1678, cuando el visitador recuerda la obligación de que todas las religiosas anden decentes, sin pompas ni vanidades. En 1702, en el mismo lugar, todavía se censurará que haya seglares dentro del convento que visten trajes de sedas de diversos colores y en el pelo cintas inmodestas (5).

No obstante, no puede descartarse la idea de que existiesen comunidades con una convivencia más igualitaria.

Adentrados en el siglo XIX, el modelo conventual del Antiguo Régimen sufre una transformación provocada por los avatares revolucionarios. La Iglesia --como indica Ana Yetano-- va a jugar entonces una doble baza. Por una parte, utilizará a las congregaciones femeninas para reconquistar la aceptación social: eliminación paulatina de las dotes y ofrecimiento de los servicios de maestras y enfermeras. De otro lado, estas mujeres se erigirán como instrumentos predilectos y genuinos en su tarea de conservar los viejos valores, en claro combate frente a la modernidad (6).

La ruptura cultural con el medio obrero va a ser completa. Ana Yetano la atribuye a la orientación que las religiosas dan a su trabajo. A los barrios obreros se va a ayudar, pero, sobre todo, a catequizar en el lenguaje de la pasión y la sumisión, que resulta incomprensible y aun provocador.

En los medios burgueses, interesados en la conservación del orden social, la labor resultará más asimilable.

 

La inevitable dependencia: Superiores, confesores y amantes

La total independencia y autogobierno de una comunidad religiosa femenina era inconcebible. Aun los asuntos internos como la elección de priora y otros oficios, debían estar presididos por el superior masculino de la misma orden en su función de visitador. De él se dice en la Regla concepcionista, dada por Julio II en 1511, que acuda anualmente a los conventos y con diligente cuidado haga inquisición de la vida y estado de la abadesa y súbditas, preguntando en general y en especial de la conversación de ellas y de la observancia de la Regla, y si algo hallase digno de corrección, castigue y reforme con celo de caridad y amor de justicia. (7).

No obstante, hay conventos en los que la abadesa se halla dotada de extraordinarios privilegios. En el de religiosas nobles de Nuestra Señora de AIguaire, la priora tenía la jurisdicción civil sobre los lugares y vecinos de todos los pueblos de sus baronías, así como la facultad de nombrar a sus Bailes, los cuales debían prestarle juramente de fidelidad (8).

Domínguez Ortiz cita los casos similares de Santa Clara de Medina de Pomar, Sijena y Las Huelgas de Burgos (9).

Curiosos son los pleitos en los que se enzarzan algunas comunidades enfrentándose incluso a superiores eclesiásticos, en defensa de sus intereses.

Fray Juan de la Cerda, en su Vida política de todos los estados de mujeres (Alcalá, 1599), previene a las monjas contra estos males. En el capítulo titulado De la pronta obediencia que se debe tener a los prelados aunque sean malos, expresa la sumisión incondicional que se espera de la religiosa, justificándose en que ...la obediencia no mira a la santidad del que manda, sino a la autoridad y jurisdicción que tiene.

El personaje masculino que encontramos en una continua y más intensa relación, tanto con monjas como con beatas, es el confesor.

Como guía espiritual será el depositario de las satisfacciones y de las pesadumbres de estas mujeres, de sus logros y de sus flaquezas, en el difícil empeño de mantenerse en completo estado de pureza.

En algunas ocasiones, menos de las que se ha dado a entender, se suscitarán relaciones equívocas entre clérigos y sus hijas de confesión. M.ª Helena Sánchez-Ortega presenta algunos casos de flagelantes de beatas. De ellos se desprenden desde implicaciones eróticas y sado-masoquistas hasta vinculaciones amorosas a un autoritarismo misógino (10).

Ilustrativo es el proceso inquisitorial de mosén Baltasar Larroy, clérigo de Belchite. Tres beatas confesaban con él con mucha frecuencia. Una de ellas contaba que le decía, como padre espiritual, que para agradar a Dios la convenía mortificarse y hacer cuanto él la ordenase. Así, mosén Baltasar, tras llevarla a un cuarto, la mandó echarse sobre un arca que allí había, y luego la azotó con fuerza. Esto lo había efectuado en varias ocasiones. Otra de las mujeres también contó con mosén Baltasar la azotaba después de haberle preguntado durante unos ejercicios espirituales si sería capaz de soportar una disciplina de su mano. Estas beatas apenas habían cumplido los dieciocho años de edad.

También se produjeron hechos similares en el interior de algunos conventos. No obstante, como señala Mariló Vigil (11 ), el problema fundamental que tuvieron las monjas con los frailes fue de explotación económica y control de movimientos. Numerosas fueron las comunidades que vieron seriamente dañadas sus haciendas, al huir con todo el dinero de las arcas el clérigo encargado de la administración de las rentas. Así sucedería en las Descalzas Reales de Madrid y en Las Huelgas de Burgos.

Más habituales fueron los seglares devotos de la bondad de las monjas a las que visitaban. A esta práctica, casi inocente, que formaba parte del juego cortés, se añaden en algunos casos escalamientos de tapias de conventos, violaciones de clausuras, raptos de monjas, etcétera.

Fray Gaspar del Campo, abad de los Bernardos de Sandoval, informaba a la reina en 1674 quede las casas circundantes a este monasterio, en menos de dos años, con grandísima publicidad y escándalo, en cinco monasterios de monjas ha faltado el crédito y la honra, habiéndose cometido en ellos delitos tan sacrílegos y escandalosos en materia de deshonestidad que por no ofender a los castísimos oídos de V.fiM. dejo de referir... (12).

De cualquier forma, la omnipresencia del varón en todos los aspectos relacionados con la vida religiosa de las mujeres es un hecho indiscutible.

 

Religiosas disidentes

Los siglos XVI, XVII y XVIII contienen múltiples ejemplos de mujeres embarcadas en la aventura hacia la consagración definitiva.

En un mundo en el que -como dice Caro Baroja- se buscaba febrilmente no sólo la santidad, sino también el reconocimiento de ella, es lógico que los aspirantes no reparasen en medios.

 

En este punto, ortodoxia y heterodoxia entrecruzaban sus caminos, y los únicos capacitados por derecho para desentrañar la verdad eran los inquisidores. Ante ellos fueron desfilando una serie de mujeres, monjas y beatas en su mayoría, acusadas de iluminadas, luteranas, ilusas o iludentes y apóstatas, entre otras causas.

 

Francisca de Avila, alias de los Apóstoles, beata y vecina de Toledo, es condenada en 1578 a recibir cien azotes por las calles de la ciudad y a salir desterrada durante tres años fuera del término de cinco leguas a la redonda. A lo largo del proceso se le atribuye un intencionado protagonismo en todas sus acciones: se ha erigido como intermediaria casi exclusiva entre Dios y el mundo. Además, estando ya en la cárcel, se le encuentra un billete destinado a un hombre, en el que ha escrito cosas sucísimas. Esta mujer, que probablemente ha visto frustrados sus anhelos, se justifica en que estaba cansada después de veinte años de ayunos (13).

 

En 1621 comienza la causa de Francisca de Austria. Vecina de Ocaña, es reputada allí por virtuosa y de otros lugares comarcanos la van a preguntar cosas secretas y de la otra vida, en especial de las almas de los difuntos que mueren (14). Ha pasado ya por varios confesores que después de aconsejarla, al ver que no dejaba de publicar tanta mentira, la han abandonado. La información en manos del Santo Oficio dice que María de Austria ha tenido algunas infestaciones de Demonios y visiones de un Angel, muy ordinarias con éxtasis y raptos, y habiendo considerado las circunstancias parece que ay en las cosas desta muger mucho de embuste y embeleco, y algo de yllusi6n Diabólica y mucho de peligro en su persona... Además, el ser pobre la hace más sospechosa por el provecho que de sus fingimientos e ilusiones puede sacar y de hecho ha sacado, pues la que antes andaba rota y no tenía una camisa que ponerse, después cobró (sic) con esto opinión de santidad, anda galana, bien vestida y regalada de los de su casa. Visionaria, independiente y socialmente estimada. Las aspiraciones de una mujer de condición humilde se han visto satisfechas. No puede pedirse más de una sociedad que emite testimonios en los que Mugeres e ydiotas suelen ir emparejados siempre con el mismo sentido denigrante.

 

La amenaza que ve la Inquisición en la libre circulación de las beatas había tomado ya considerables dimensiones con la aparición hacia 1519-1529 del iluminismo castellano. Sin embargo, los alumbrados no sólo no eran visionarios sino que se oponen radicalmente -según señala Antonio Márquez- a toda espiritualidad carismática, ya sea verdadera o falsa, monástica o seglar, pública y privada. Así pues, el peligro que ellos representan tiene unos caracteres de distinto signo (15).

 

Al frente de la secta se hallaba la beata terciaria Isabel de la Cruz. De familia de conversos, busca el magisterio en los libros, como Santa Teresa: en la Biblia, en los libros de horas y en las traducciones modernas; detesta la vida monástica y se mantiene enseñando a coser y bordar a las hijas de la burguesía, mientras sigue adelante con sus experiencias y lecturas religiosas. Los que la conocen, incluidos muchos legos y clérigos, sienten admiración hacia ella. Además, sus enseñanzas han hecho fructífera incursión en los conventos de franciscanos y de clarisas de Guadalajara.

 

En este caso, lo que preocupa a la Iglesia es la difusión de una doctrina disidente, que cobra gran aceptación en los medios en los que se divulga. No obstante, el hecho de que dos de las tres personas que forman el conventículo donde se genera la secta sean mujeres, es significativo, ya que al problema de fondo se le van a unir, tanto la condición social de los alumbrados, hombres y mujeres, como la carga misógina que había en algunas de las acciones de la Inquisición.

Si en los casos protagonizados por beatas la fama trascendía de forma ostensible, igual o mayor resonancia tuvieron algunas monjas.

Disciplinarse con azotes, llevar cilicios o realizar largos ayunos, son prácticas aconsejadas para ofuscar las pasiones, aunque también como simple ejercicio de mortificación.

Sor Juliana de la Madre de Dios, monja carmelita de Sevilla, nacida en 1574, usaba de cadenillas de hierro con que se azotaba tan rigurosamente que derramando abundancia de sangre, tenía siempre salpicadas de ella las paredes de su celda (16).

Los arrobos y éxtasis estuvieron igualmente a la orden del día en numerosos conventos de los siglos XVI y XVII, como también fue moneda de pago usual la herencia de las heridas de Cristo crucificado, lo que provocó el surgimiento, incluso más allá de nuestras fronteras, de una extensa gama de monjas de las llagas.

Casos de espectacular celebridad son los de las monjas Luisa de la Ascensión -la Monja de Carrión-, Magdalena de la Cruz y María de Agreda. Esta última, tras labrarse una sólida reputación que le atribuía dotes sobrenaturales, atrajo la atención de Felipe IV, manteniéndose a su lado como consejera particular y ejerciendo una enorme influencia, incluso en los asuntos de Estado, hasta que murió en 1665. No fue procesada por el Santo Oficio como sus otras dos correligionarias, pero a su muerte, a pesar del respaldo de la corte española, sus escritos fueron introducidos en el Indice.

 

NOTAS

(1) Véase Conventualismo y Observancia, por José García Oro; en R. García-Villoslada (dir.),Historia de la Iglesia en España, vol. III-1.º, Madrid, BAC, 1980.

(2) Ver La Inquisición y la devaluación del verbo femenino. por Claire Guilhem; en Bartolomé Bennasar, Inquisición española: poder político y control social. Barcelona. Crítica. 1984.

(3) A. H N. Clero. Libro 4168.

(4) Joan Bada. Situació religiosa de Barcelona en el segle XVI, Barcelona. ed. Balmes. 1970. p. 146

(5) A. H. N.. Clero, Libro 1539.

(6) Ana Yetano, Maestras, enfermeras y monjas. El modelo religioso de profesionalización femenina en el siglo XIX, comunicación presentada en el Primer Colloqui d'Historia de la Dona. CIHD, Barcelona, 1986.

(7) B. N.," Ms: 1111.Regla de la Orden de la Concepción de Nuestra Señora de Toledo, Roma.1511.

(8) Apuntes históricos relativos al Monasterio de religiosas nobles de Nuestra Señora de Alguaire y San Juan. Barcelona. 1885.

(9) A Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen; Madrid. Istmo. 1973. pp. 116-117.

(10) Mª Helena Sánchez-Ortega, Flagelantes licenciosos y beatas consentidoras, Historia-16, nº 41, Madrid. 1979, pp. 37-54.

(11) Mariló Vigil. La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, Madrid, Siglo XXI, 1986, pp 226-238.

(12) A. H. N., Consejos. 51358.

(13) A. H. N., Inquisición. leg, 113, exp. 5.

(14) A. H. N., Inquisición, leg 113. exp 4

  (15) Antonio Márquez, Los alumbrados. Madrid, Taurus. 1972. (16) B. N, Ms 5807. fol. 59.

 

Por  Antonio Gil Ambrona
Historiador

 

 

Indice del monográfico
LA MUJER EN ESPAÑA

Biblioteca Gonzalo de Berceo
Catálogo general en línea
©vallenajerilla.com