La presente edición conmemora el 4º centenario de la obra del autor riojano Gregorio González.
ESTA EDICIÓN
Esta edición debe entenderse como una revisión completa de la que publicó en 1988 la editorial Almar en Salamanca. Quiere ello decir que, buscando salvar las numerosísimas erratas que por distintas razones se habían deslizado en aquel entonces, he vuelto a cotejar la reproducción del manuscrito que obra en mi poder y cuyo original se conserva en el Smith College de Massachusetts. Es un manuscrito de la época en el que se percibe la intervención de varias manos diferentes. Son abundantes en él las tachaduras y correcciones, así como en algunos casos las adiciones entre líneas o en los márgenes. El manuscrito se halla deteriorado en algunos puntos, lo cual impide por veces su lectura. He señalado las conjeturas más relevantes introducidas en el texto -bien en el propio texto mediante corchetes, bien en nota-, pero no las restantes circunstancias recién destacadas dado el carácter no crítico de esta edición.
Por lo que se refiere a los criterios de la edición, debo decir que he modernizado tanto la ortografía como la puntuación. He respetado, sin embargo, aquellas grafías que pudieran afectar la conformación fónica de las palabras, así como vacilaciones habituales en textos de este período como por ejemplo las de las formas así /ansí o ahora/agora. He deshecho, de acuerdo con la norma actual, algunas contracciones, muy poco estables en el texto por otra parte, como quel, aunques, desto, etc. Los puntos señalan fragmentos ilegibles en el original.
Santiago de Compostela, octubre de 1994
Fernando Cabo Aseguinolaza
Capítulo 7°
Prosigue Onofre el succeso del sacristán
No la echó, como dicen, en saco roto, porque apenas había Dios amanecido cuando ya estábamos en pie. Por mucho madrugar no amanece más presto. Más a sueño suelto dormía doña Felipa que mi amo. No la mataban sus cuidados, ni aun los míos; que no andaba yo con pocos, porque temía mi desventura, si acaso me daba en el chiste 1, y así vivía la barba sobre el hombro 2. Pero como no es posible que el hombre mentiroso dure largo tiempo en la prosperidad, cargamos mucho y dimos con el asno en el suelo. No hay peor cosa que ir tras el apetito sin esperanza de buen fin. Atasqué en el cieno como carro, que las ruedas de mi fortuna, en tan larga jornada, dieron consigo al traste.
Al fin, llegamos al mercado 3 y concertamos nuestro cabrito, que era muy bueno, en ocho reales. Éste fue causa de mi perdición y aun de la suya. Luego me lo entregó, como quien lo entrega al brazo seglar para que hiciera sacrificio de él 4. No estábamos todos en la color del paños, porque uno piensa el bayo y otro quien lo ensilla 6. Cogí mi cabrito en cuerpo y en alma 7 y desaparecíme de mi amo fingiendo llevarlo a aquella dama. No tenía yo por de peor cara a mi bolsa para andarle a buscar dueño forastero. Volvíme al mercado de allí a buen rato, y, como era pieza que no podía usar de ella sin muchos adminículos, determinéme y púselo en venta creyendo que mi buen amante sería ya ido. Quien se cree de ligero agua coge con harnero 8. No miré tan bien como entendí haber mirado: cegóme la codicia. Andaba en el concierto muy solícito y mi amo me estaba oyendo. Quien asegura prende.
-Si no me da siete y medio -decía yo--, no lo tengo de dar: ocho costó. Agora basta perder medio real, que el cabrito es muy bueno y lo vale bien valido.
-Y aun nueve -dijo mi amo. Y, asiéndome con las garras, ausadas que me dio más de diez 9.
Heléme, que no supe de dónde se me había venido. Díjome mil injurias, dándome muchos bofetones en medio el mercado y puntillazos 10; tanto que, a no quitarme la buena gente que allí estaba, sospecho que fuera mi fin. De la demasiada licencia nunca deja de succeder algún gran daño. Con todo eso, aunque maltratado, sentí más la afrenta que el castigo; que, en un pecho noble --cual el mío--, doblado se siente la vergüenza que la pena. Bien dicen que, para sufrir una injuria, más se aprovecha el corazón de la cordura que no de la sciencia. Apercibíme con sufrimiento, porque procede de prudencia, y ésta es cosa loable en todos y más en el culpado, y, al fin, con ella y el apercibirse, puede el flaco resistir al mayor encuentro.
Invióme a casa recio como un trueno, y, con dos puntillazos de pasaporte, me dijo muy colérico:
-Andad, bellaco, guitón 11, que yo os santiguaré.
-Ése --dije yo llorando-- será mi desdichado nombre; que, pues hay primero y segundo pícaro, justo es darle compañero, que no puede pasar el mundo sin guitón 12.
Riyéronse los circunstantes del dicho y, desde entonces lo poco que allí estuve, todos me llamaban: -¡ Señor guitón, acá! ¡Señor guitón, acullá!-. Quedéme con ello como con las coces y bofetones. No se me fue Con ellas a los trigos 13, que no lo pagará en el otro mundo 14. A rey traidor, caballero alevoso 15.
Llegamos a casa tan presto el amo como el mozo; y a fe que no me faltaba cuidado, que quien adelante no mira atrás se queda. Pero, como no hay dolor que la largueza del tiempo no lo disminuya y ablande, consoléme y, por el camino, estudié la solución del argumento. Como me vi en aprieto, prevíneme con un engaño. El prudente, según la cualidad del peligro, ansí apercibe el remedio. En llegando, le dije muy colérico:
-Pues, señor, ¿por qué me ha maltratado Vm. de aquella suerte? ¿Qué he hecho yo? Parece que cuanto más cuidado pongo en servir a Vm., peor me va. Si esta vida hemos de pasar sobre buen servicio mal galardón, al diablo daré yo a doña Felipa y aun quien a conocer me la dio.
-¿A doña Felipa, bellaco? -dijo él amenazándome.
-Sí, señor -dije yo huyendo-. A doña Felipa, que ella es principio de mi mal, y aquél es visto dar el daño que da la causa de él 16. Si ella no me mandara vender el cabrito, no estuviera yo tan maltratado.
-¿Qué dices? -dijo él.
-Que por decirme ella -le respondí- que no lo podría aprovechar sin que el padre lo entendiese, lo vine yo a vender.
-Llégate acá, Onofre -me dijo-. Llégate acá. ¿Que eso pasa? ¿Que eso me cuentas? Perdón te pido a mil veces. Había sospechado que me querías engañar diciendo que se lo habías llevado y te querías tomar los dineros. Perdona, amigo, que un yerro presto se hace. El primer ímpetu pocos le resisten. Digo que me castigues como quisieres, que, pues he pecado, no es justo irme sin penitencia.
-Leve consuelo es -dije yo- el que viene de las miserias de los otros. Después de quebrada la cabeza, untarme los cascos 17. Esperar galardón y sacar baldón.
-Onofre -dijo él-, a lo hecho no hay remedio. Miserable cosa es angustiarse al que no le ha de aprovechar. Tan sentido estoy de mi inadvertencia como lo puedes estar de los golpes. Más me quisiera quebrar los ojos. ¡Oh necio de mí! ¡Que a quien es causa de mi remedio maltratase yo sin oír descargo! Créeme, Onofre, que el colérico, cuando está con su cólera, es peor que el frenético en rigor de su locura 18. Yo confieso mi pecado. De los hombres es errar y de bestias la perseverancia en el yerro. Perdona, Onofre, perdona; a mil veces perdona, que mi arrepentimiento basta para tu satisfación.
-Vm. -dije yo- bien puede satisfacerme, pero mala señal es de amor esconderse y volver el rostro 19. Unos hay que han dicha; otros que no habían de nacer 20.
-Pero no seré yo quien soy -dije callando- o me las pagaréis por junto como el perro los palos.
-Onofre -dijo él-, no hay mal que no venga por bien. De hoy más te querré doblado. Por tu vida, amigo, que vayas y lo vendas. No se pierda la buena obra por mi necedad. Camina, Onofre, y si no pudieres agora llevarle los dineros, llevarlos has en comiendo. -Ya yo los tuviera dados -le dije-, si no por Vm.
Y, como que iba rencillando, me partí más alegre que una pascua, dejándolo muy afligido de haberme tocado al cabello. Brava ignorancia y ceguera es la de los enamorados: no tienen más uso de razón que los brutos irracionales 21. ¿En qué juicio cabía que, siendo doña Felipa -como lo era- mujer principal, hermosa y rica, me había de decir que vendiese el cabrito y que le llevase los dineros? Bien cierto era para quien no tuviera menoscabado el sentido como mi amo que una dama de su cualidad no se había de humillar a pedir siete u ocho reales que, a lo sumo, podía valer. Mas no lo conocen ni discurren, porque el amor los entorpece y, como miran al sol, se les ciega la vista.
Fui al mercado, como mi amo me mandó, y vendí mi cabrito en siete reales y medio, que siempre tuve fuerte. Siete mil ángeles fueron ellos para mí en aquel punto. Volví presto, porque estábamos en víspera de comer. La comida es espuelas del negligente, que, como dice el refrán, al mozo mal mandado ponle la mesa y invíalo al recado. Ansí fui yo. Con todo eso, exagerando mucho la ventura de la ocasión 22, dije que ya había dado los dineros a 23 aquella mi señora y que me había dicho los quería para unos chapines. Necedad es no creer nada, pero yo por necio calificado tengo al que lo cree todo, como este mi amo 24. Porque quien cree ligeramente no tiene el corazón muy asentado. Sospecho que, si le dijera herejías, las creyera, y aun, según estaba, no hiciera mucho. Grande debe ser la fuerza del amor, pues, de un hombre tan mezquino y avariento, había hecho un Alejandro 25. Mas, como los pecados de los hombres sean tantos, nunca falta una persecución, nunca falta un trabajo que nos cerca. Ya yo andaba entre la cruz y el agua bendita 26, que, como mi desdicha había comenzado, no paró hasta verme en otro aprieto. No hay árbol que siempre esté florido. Tras de una edad se sigue otra; que la fortuna nadie la puede evitar, porque no hay cosa más contraria a la razón y firmeza que ella.
Fue mi desgracia que a mi amo se le ofreció tratar un negocio particular con Alberto -que éste era el nombre del padre de doña Felipa- y nos fue forzoso ir a su casa. Cada uno meta la mano en su pecho y juzgue, si él se viera en mi estado, si le agradara la jornada. Lo que es bueno para el hígado es malo para el bazo; mi amo saltaba de contento y Yo rabiaba de pesar. Temía lo que succedió. Hubimos de ir, que, como se dice, quien sirve no es libre; donde fuerza pasa derecho se pierde. Llegamos y llamamos. Entramos y, al fin, subimos hasta donde estaban Alberto y doña Felipa, que, en viéndola, le puse una cara de bodegonera tuerta, peor que de catar vinagre.
Salíme a un corredor que estaba allí fuera y, estando esperando harto atormentado de pensamientos, abrió la criada un aposento que estaba en él para aderezalle muy bien adornado; y, como siempre se van los ojos tras lo bueno, yo me engolosiné y, poco a poco, fui entrando y haciendo admiración, preguntando cosas codicioso de saber lo que eran.
-Éste -me contaba ella- es nuestro Señor, que llevaba la cruz a cuestas cuando iba por la calle de la amargura. Éste es Sant Jerónimo, que, pidiendo a Dios perdón de sus culpas, se está dando con aquella piedra de golpes en los pechos 21.
Yo, por tentarla 28, le pregunté que cómo, desde que habíamos entrado, no se había dado ninguno. Respondióme que también a ella se le había ofrecido muchas veces aquella duda y que nadie se la sabía decir. Reíme y díjele que pasase adelante. Prosiguió diciendo:
-Éste que está con esta bola al hombro es Atlante, y éste que está puesto de pies sobre esta otra es el Emperador don Carlos.
-¿Y esta cama tan linda? -le pregunté yo.
-En ésta -respondió ella- duerme mi señor. En ésta de adentro, mi señora Felipa.
Al fin no dejó cosa que no me dijese, porque se le fue escalentando la lengua y mi boca era medida 29.
Salió mi amo y seguíle. Él iba hecho una ponzoña: bien se le veía en la cara. El rostro es puerta del alma que significa la voluntad encubierta y escondida. Llegamos a casa y, en entrando, cerró la puerta, que no lo solía hacer. Ved qué sintiría mi corazón, que, aun cuando estuviera muy libre y no viniera de aquella jornada, era de temer. La fuerza del miedo es muy flaca: forzóme a decille:
-Pues, señor, ¿yo qué he hecho? ¿Qué culpa tengo?
-Presto lo has olido -dijo él-. Hasta agora, ¿quién te toca? En eso veo que estás culpado. Buen indicio ha sido éste, pues, sin hacerte daño, has temido.
-Señor -respondí yo---, no he temido por mal que haya hecho, pero quien de la culebra está mordido de la sombra se espanta.
-Entra, honrado -dijo él-. Ven acá. ¿A quién diste la caja de conserva?
-¿A quién, señor? -dije yo-. A doña Felipa.
-¡La verdad! -replicó él.
-La verdad digo -respondí yo.
-¿Y los dineros del cabrito? -me preguntó.
-También, señor -le respondí segunda vez.
-Pues ven acá -dijo él-. ¿Cómo, estando solos los dos, mientras su padre entró a buscar un papel, que me le quise atrever, se admiró de mí y no consintió que la tocase aun la mano?
-Mirad qué mucho-Ie dije-. Lo mismo me hiciera yo 30 de que no le diese la del reloj 31, si estaba por allí. Estoy espantado, viniéndole como le venía tan propria. Mal era que no se la tenía aparejada con su salsa de perejil para que le tomara apetito. Sí, que no era mondonguera que la había de dar a quien se la pidiese 32.
-Ya que eso no -prosiguió él-, ¿cómo diciéndole: «Pues, señora, habéisme hecho merced de recebir mis pobres dones y a mí, que soy el principal dueño y os tengo entregada el alma, me desecháis con el rigor de vuestra crueldad», me respondió que qué dones? «Una miseria -dije yo- con que he servido a Vm.: una caja de conserva, un cabrito ofrecido con buena voluntad. Que todo lo ha traído mi criado y ha besado a Vm. las manos de mi parte a mil veces». Y ella me respondió que mirase que estaba engañado, que no era mujer que recebía presentes, ni aun recados, que tal criado no había visto. «¿Estas cintas -le repliqué yo sacando las verdes que me trujiste no me hizo Vm. merced de inviármelas con él?». Y ella me respondió que en su vida tal cosa había tenido, que cómo ella las podía inviar, que sin falta era algún embuste. ¿Qué será esto, Onofre? -me preguntó.
-¿Qué quiere Vm. que sea? -respondí-. Que en lo dicho me afirmo y ratifico. ¿Cómo puede ella decir eso, si no es mintiendo?
No osaba confesar por no hacerme reo, que, en culpa propria, un 'sí' lleva a la horca.
-¿Yo no le di la caja en sus manos? -le dije-. Y, aun por más señas, estaba haciendo unas randas 33 y sacó de la almohadilla las cintas, de un bolsico que tenía. ¿Cómo lo puede ella negar? ¿No le llevé el cabrito y, porque estaba allí un criado, me dijo: «No lo queremos comprar. Vete y véndelo, niño»; y me hizo señas con la cabeza para que volviese, y volví con los dineros, como Vm. lo mandó, y dijo los quería para unos chapines? ¿Qué enredos son éstos? ¿Qué testimonios? El diablo me la dio a conocer. -Y, aunque dije- el diablo, no fue sino Dios, porque sin ella yo hubiera pasado mala ventura.
-Desatácate 34, Onofre -dijo él-; que tu has de confesar o te he de abrir a azotes.
-Mejor es recebir la injuria que hacella -dije yo-. Vm. bien lo puede hacer, pero no diré más de lo dicho -más quería ser mártir que confesor 35-. ¿Yo había de hacer tal cosa? ¿Tal atrevimiento no se había de saber? Mire Vm. que lo diría por temor que no lo oyese su padre o porque no la viese alguno.
-No, no -dijo él-. Confesar tienes, bellaco.
-Señor ---dije llorando, cuando me vi sin remedio, en el entretanto que me ponía en figura-, el corazón sin culpa, aunque recela, no teme. Haga Vm. lo que quisiere; que, si eso es, no sé yo para qué me dijo la criada que volviese allá luego. ¿Quién entenderá esto? Máteme Vm., que ya he dicho lo que tengo de decir. No hay más honrada muerte que morir confesando la verdad. Ella ha de prevalecer, que su fuerza vence las máquinas y astucias humanas: aunque en esta causa no tenga quien la defienda, no ha menester padrinos, que ella se defenderá.
Todo esto que le decía era por dilatar la disciplina 36; como el que está para ahorcar, que le dice al verdugo que le deje decir una palabra sin tener ninguna que importe. Aprovechóme; que, como dije que la criada me había mandado volver y había visto tan buenas señas de mis mentiras, tuvo por acertado dejarme -como lo hizo- diciendo:
-Arabién, quien tan fuerte está verdad debe de decir. Sin duda ella temió que alguno la viese. El temor jamás hizo cosa buena. Indiscreto anduve; que el atrevimiento inconsiderado las más veces se convierte en error.
-Vm. verá -dije yo- lo que pasa.
No quisiera más de verme libre para tomar las de Villadiego y acogerme 37, porque, de mal principio y tan malos medios, no había que esperar buenos fines. Que, aunque dicen que quien tropieza y no cae gana un paso, no tenía por sano andar cada día con las manos en la cabeza huyendo el coco.
Fue Dios servido que con esto escapé de su rigor. Un buen ingenio todo lo facilita, las mayores dificultades rompe. Así, estuvimos buen rato dando y tomando en lo que había pasado con la dama; que sin duda, a mí, que soy contemplativo 38, me parece que debió de ser buen entremés, porque a él le darían atrevimiento mis recados para descomedirse más de lo lícito -con la satisfación que tenía de que eran de doña Felipa-, y ella -como inocente que estaba-, admirada de él, justamente haría los melindres que a su honestidad conviniesen. Yo dejo esta especulación a los de buen humor, que no es justo que se lo diga todo. Al fin, cuando le pareció tiempo acommodado me dijo:
-Onofre, ya será hora. Por vida tuya que, pues te mandó la criada volver, vayas y sepas qué embeleco ha sido este de hoy; y, si lo fuere, le pidas de mi parte que me dé lugar para hablarle para mi satisfación.
-Sí, señor -dije yo-; que en el amante la más verdadera gloria es satisfacerse de una sospecha. Eso me parece bien. Infórmese Vm. y luego sentencie; que, no oyendo las partes, no es justo condenar, y menos justo ejecutar la tal condenación sin admitir otra instancia.
Con esto, me salí con intento de no volver a casa, en diciendo «zape, ojo a la gatera». Temía caer de nuevo en sus manos; que sin duda sería peor la recaída que la caída, porque soldar esta quimera 39 fuera agotar el mar o espolear contra el aguijón 40. Pero sus hados, que ya lo tenían determinado, me volvieron a casa para tomar venganza de él, habiéndome primero consolado a dejar la tierra.
Como me fui de casa, temí de andar por la ciudad porque no me encontrase mi amo. Al cobarde, las matas se le hacen hombres. A malas anda la zorra cuando anda a marros 41. Ya le había cobrado miedo, y no fuera en mi mano huir de él. Salíme al campo y, andando por él pasando tiempo, lleguéme a un corro donde unas mozas, que tenían unos paños tendidos, estaban bailando, entre las cuales bailaba una criada de doña Felipa 42. No hay mal que no venga por bien. Fue mi ventura que tras ella se había ido una perrilla de falda, que en casa tenían muy estimada, con un collarcico de cascabeles. Todo se me hacía a pedir de boca; que más vale a quien Dios ayuda que a quien mucho madruga 43. Como conocí ser suya, porque cuando fui con mi amo la había visto, comencéla de halagar y vínose a mí. No inventara el diablo lo que a la imaginación me vino. En mí todo era uno: decir y hacer a la par caminaban. Quien a todo se pone con todo sale. Cogí mi perrilla disimuladamente y, como allí había otros, fuime deslizando poco a poco; que la criada, como estaba metida en fuga 44, no atendió a ella, a lo menos por entonces. Ni el comer quiere priesa, ni los gustos cuidado; que los entretenimientos no admiten consigo diversas imaginaciones.
En efecto, me fui a casa con mi perrilla, donde hallé a mi amo que me estaba esperando con la boca de un palmo entendiendo que había ido a llevar su mensaje. El deleite es imitador del bien y padre de los males. Atrevíme; porque el que es dado a él todas las cosas juzga por el gusto y no por la razón; que, aunque usar de ella es don del alma, sólo piensa que es lo bueno lo gustoso. Díjele:
-¿Qué le parece a Vm. si decía yo la verdad? Agora quiero que me pague Vm. este camino, que mi mensaje merece cualquier premio.
Un engaño enseña otro. A quien te quiere matar, madruga y mátale. La razón es semejante a nuestra naturaleza, porque, como de una edad sale otra, así de una razón otras muchas.
-Onofre -me dijo él-, si es cosa que me sea de consuelo, no me dilates el alegría; que un instante de dilación es para mí eternidad de infierno. No imagino por cierto que su fuego pueda atormentar las condenadas almas con la intensión que yo soy atormentado aguardando tu socorro. Si me quieres remediar, abrevia, Onofre; que los hombres en nada se parecen más a Dios que en dar salud a los hombres. Toma de mí cuanto tengo y no dilates el contarme aquellas angélicas razones. Véndeme por tu esclavo, que no rehúso el trabajo.
-Parece, señor -dije yo-, que el haber desdeñado a Vm. le ha sido causa de más afición.
-Lo que no entiendes dices -me respondió-. Coyunturas hay en que un hortelano da mejor razón que un filósofo. No hay, Onofre, cosa tan mísera como hacerse uno, de bienaventurado, miserable. Yo estaba en mi bienaventuranza y, con los desdenes, caí de mi trono; quedé envuelto en la miseria misma. Y así, hasta volver a aquel punto, más deseo, más afición y más amor me causarán sus desdenes.
-Los deseos -dije yo- son enfermedades del ánimo; y más los del amor, que son inciertos. Y pretender hacerlos ciertos por razón es tan en balde como trabajar uno de enloquecer con razón.
-Así es. Mas, con todo eso, me parece, Onofre -dijo él-, que con un 'no' de su divina boca saldría mi alma de cautiverio; porque, al fin, quien está sin esperanza de salud no puede temer tanto la enfermedad, que no le quede alguna parte de consuelo en ver que no tiene qué desear.
-Si en tan poco estriba el bien -le respondí-, acabemos; que acabados son los males, pues no solamente un 'no', mas un 'sí' tan grande como esa pena traigo para consuelo. Estado he con mi señora doña Felipa, y Vm. lo estará esta noche. No hay sino consolarse, que el fin de los trabajos, aunque se tarde, llega; porque es cierto que cualquier camino ha de parar en algún lugar.
-¿Qué me cuentas, Onofre? ¿Burlas, hermano? -dijo él- ¿Tanto bien es posible? Dímelo en muchas veces porque el excesivo contento no sea causa de mi muerte. ¡Oh cuánto mayor es el deleite del alma que el del cuerpo! ¿Yo con ella, Onofre? No cabe en mí tanta ventura. Para tanta gloria el merecimiento falta. ¿Yo con doña Felipa? ¿Yo con aquel ángel? ¡Oh venturosísimo Teodoro! ¿Qué felicidad en el mundo igualará la tuya? No creo que Dios podrá dar tanta gloria a los bienaventurados como será la mía 45.
-¡Jesús, qué blasfemia! -dije yo-. Señor, repórtese Vm.; que no dijera más Lutero.
-No te espantes, Onofre -dijo él-; que el que está enamorado no está dos dedos de hereje. Acaba de darme tu mensaje. Oiga yo palabras de aquella lengua parácleta 46.
-Tanto es -dije yo- como decir lengua del Espíritu Santo.
-Pues, ¿qué menos es la suya? -dijo él.
-¡Otra! -dije yo-. No podrá menos de parar Vm. en la Inquisición, si no mira lo que dice, porque no habla palabra que no sea herejía.
-Váyase Vm. a la lengua -respondí yo--; que eso parece mal en un rústico, cuanto más en Vm.
-Razón tienes -me dijo--. Dios me perdone; que, con la pasión, no atiende un hombre a las locuras que dice. Por vida tuya que prosigas, Onofre, porque yo no tenga ocasión de disparatar.
Entonces, saqué yo mi perrilla y le dije:
-Señor, esta perrilla bien la conoce Vm. Por lo menos no podrá doña Felipa negar que no es suya, como la cinta.
-¿Conocer, Onofre? -dijo él-. ¡Por mi Dios, si necesario fuese! ¡Dámela! Adorarla he como a tal; que ésta partícipe ha sido de la gloria de sus divinas manos.
-A tres va la vencida -dije yo-. Vm. sin duda anda por dar un buen día de invierno a los mochachos con su hoguera.
-A mil veces erraré -dijo él-, si no te das priesa.
-Por éste se puede decir -dije callando-- que quien bien quiere a Beltrán bien quiere a su can 48. Por fe tengo que, de loco o de hereje, no escapa mi amo de esta hecha.
Él se lo estaba harto y yo me lo volvía más. Y ansí, como conocía que el gusto es cebo de los males y que con él se pescan los hombres como los peces con el anzuelo, no había cosa a que no me deterrninaba; porque le veía asido y su poca prudencia me daba brío para no dudar en cosa. Es menester favorecerse con el ánimo para poder con el cuerpo; que las fuerzas corporales no son parte para salir con las grandezas del entendimiento. Pesquéle. Pero tal fue la red con que le cogí debajo, un hombre de sano juicio hiciera harto en escaparse; cuánto y más quien tenía tan estragado el poco suyo para las cosas de su salud.
Afligido estaba con mi tardanza; que no fue mal pie para el embuste que le traía. Díjele que doña Felipa le besaba las manos y que me había dicho que, con el collar de aquella perrilla, se procurase esconder en unas corralizas que estaban junto al zaguán de su casa, y, en estando en ella acostados, que subiese y entrase por el aposento del padre, sonando los cascabeles, fingiendo ser la perrilla, al suyo, donde podría -satisfaciéndose del pasado engaño- hablarla con espacio, y que enviaba la perrilla, porque antes quería que sospechasen que se había perdido que no que le viesen los cascabeles menos.
-¡Oh singular astucia! -dijo él cuando yo acabé-. Ulises no pudiera inventar semejante ardid, porque, si tan soberano ingenio tuviera, no fueran menester tantos años para ganar a Troya. ¡Oh peregrina industria! iOh habilidad jamás oída! ¡Oh ciencia no imaginada, que en humana mujer sea posible caber tan rara y celestial prevención; que tal imaginación es suya, Onofre 49!
-En verdad -dije-, que yo no me desvelara en estudiarla. -No alcanza -dijo él- a tanto tu ingenio.
-¡Si bien lo supieses! -dije yo entre mí.
-Este ardid, Onofre -me dijo--, si no es persona del cielo, naide le pudiera imaginar. ¿No te admiras de tal invención, de tan extraordinaria prudencia?
-Señor -dije yo--, bien dice Vm. que persona humana no podía imaginar tal. Ésta es obra del entendimiento, y el entendimiento humano es hijo del divino; que, aunque el cuerpo es mortal, los movimientos del alma son eternos y, como tales, participan de divina sabiduría.
Entonces ya me tenía yo por hombre del cielo.
-Pues, ¿qué determina Vm. hacer? -le pregunté.
-¿Qué, Onofre? -me respondió-. Ejecutar y cumplir su mandado; que quien no se aventura no pasa la mar. Tal ocasión no es de perder, que, como dice el refrán, quien tiempo tiene y coyuntura aguarda, pues no merece silla, échenle albarda. La pérdida del tiempo no es recuperable, porque, ido, no vuelve; que es correo que pasa de largo. Al mayor temor, osar; y al mayor osar, ventura. Muy determinado estoy; por eso, mientras yo me pongo a rezar, ten cuenta con el reloj y, en dando las nueve, llámame.
-No sé -dije yo- si lo acertará Vm.; que el deleite corre y vuela, y más veces deja causa de arrepentirse que de acordarse de él.
Esto le decía yo para más incitalle; que al determinado los inconvinientes le ponen mayor determinación.
-Onofre -dijo él-, no me pongas escusas.
Dile con la mayor y dijo lo que yo quería.
-Basta, señor -le respondí-. No hablaré más que un sancto 50. Y entre mí dije:
-Pues reza; que bien serán menester los salmos para librarte de ésta. No merece perdón quien no sigue el buen consejo.
Púsose a rezar y, al punto que dio la hora, le llamé. No estaba yo descuidado, porque más deseo tenía de verle en el lazo que él de verse en los brazos de doña Felipa. Tan picado estaba mi molino de la afrenta como el suyo del amor 51. En las grandes injurias, la presta osadía suele traer presto el remedio.
Dejó el breviario, tomó un ferreruelo 52, sus cascabeles y espada desnuda, que no parecía sino danzante resfriado que le habían echado la capa encima. Salimos juntos y, después de haberle yo dicho dónde estaban los aposentos de padre y hija (que de cuando me los enseñó la criada los tenía bien mirados, aunque entonces fingí que me habían hecho relación de ellos para decírselo ), se metió en su trascorral. Cuando le vi echar, dije entre mí: -El ángel custodio te alumbre; que estos trabajos no es posible sino que te llevan al cielo--. Que, aunque es inhumana cosa arrojar a los que se van despeñando, yo procuraba ayudarle a bien morir o, por mejor decir, a mal. Con todo eso, le dije antes de echarse:
-Señor, mire Vm. que el alma tiene dos fuerzas: una en el apetito, otra en la razón. La razón para que mande, el apetito para que obedezca. y así, con él es menester obedecer a las cosas que la tienen.
-Quien mira inconvinientes -dijo él- no saldrá en su vida con empresa honrada-, y metióse.
Quedéme en la calle aguardando el succeso. Cuando le pareció hora y que ya estaban todos acostados, subió a los corredores y entró en el aposento sonando sus cascabeles. Y, por la cuenta, padre e hija estaban bien dormidos, porque él dicen que anduvo toda la cuadra 53 y, aunque oyó al padre dormir -que en los ronquidos conoció ser él-, no pudo topar la cama de doña Felipa. Al desdichado todo se le hace mal; y no me espanto, que quien no sabía el tino no era mucho que errase y, aun cuando lo supiera, fuera más milagro acertar hombre tan descaminado. Al fin volvió a salir a la calle, que ya estaba hecho dueño de casa, y me llamó calladamente. Yo, aunque lo oí, no quise responder, que temí que ya venía con su recado y me llamaba para darme el mío.
Como vio que yo no parecía, volvió a su obra -según después supe, que fue cuento muy celebrado en toda la ciudad- y, andando por el aposento sonando sus cascabeles en busca de su dama, Alberto sintió el ruido. Peor borracho es el de amor que el de vino. Entendió el padre ser la perrilla y comenzóla de llamar, mas como no era él al que buscaba, el mastín no se le allegó. No le debía de hacer buen estómago su amistad, porque, como requiere conformes voluntades, esta condición faltaba entre ellos.
Viendo que no acudía a la voz, con el deseo que tenía Alberto de verla -que, como la habían echado menos, habían andado en su busca-, llamando a doña Felipa con el gusto de que hubiese parecido, se levantó a cogerla acudiendo al ruido de los cascabeles. El diablo te hizo de sacristán dancerín 54. El cuitado, como estaba en la ratonera, cayósele la trampilla y no atinó la huida. Mísera cosa es tropezar un hombre en desgracia, porque no da paso que no le ayude a dar de ojos 55. Llegó Alberto y echóle mano. Cuando conoció al tacto la fiera bestia, atemorizado, comenzó a dar voces y a llamar la gente de su casa. Levantáronse todos, cogieron a mi sacristán y pusiéronlo como nuevo 56, teniéndolo por ladrón; y el pobrete no lo era sino de voluntades, si el lance le saliera cierto. Pero al fin a los amores y regalos al mejor tiempo se les cae la flor.
Por éste se puede decir: cría cuervo y sacarte ha el ojo. Metió en su casa quien le echase de ella; aunque no anduve malo, pues le saqué de un vicio tan grande. Más justo es el que, engañando, aprovecha que el que con la verdad daña. Hasta Dios, que es dueño de todo, algunas veces usa de algunos hombres malos para provecho de los buenos. Con todo eso, echo de ver que le quería mucho, porque sentí en el alma su trabajo. Lo que de corazón se ama de corazón se llora. Mi hecho fue una cólera repentina y, como tal, me vino repentino el arrepentimiento.
Forzáronle al miserable a contar mis astucias, sus cuitas y desventuras; y, no condolidos de ellas, esperaron el sol y, cuando les pareció buena hora y ser bien entrado el día, quitándole primero los valones 57, le cosieron las faldas de la camisa al pescuezo, dejándole las manos dentro. La injuria es venganza sin provecho. Harto le bastaba al desventurado el castigo, mas el colérico agraviado más se encarniza cuanto más castiga. Ya dicen que se echó a misericordia 58, pero no le aprovechó. Pusiéronle en la puerta de la calle hecho de medio abajo un Adam 59 y, con cierta disciplina de ayuda de costa 60, le forzaron a correr la calle. Cuando quieren sacar a uno a azotar, de medio arriba le desnudan; a éste, azotado y de medio abajo, lo enviaron rabo entre piernas. Quien ama el peligro las más veces acaba en él: el soldado en la guerra y el marinero perece en el agua. Aunque nunca falta quien bien haga; que para tantos crueles no era mucho que hubiese un misericordioso, pues la misericordia es hija de Dios. Y ansí, en una casa vecina de aquélla, una buena alma conmovida de piedad lo reformó y puso en decente estado. Con esta afrenta quedó tan corrido, que a mí, por su miedo, y a él, por el de todos, nos fue forzoso mudar rancho 61.
Notas al CAPÍTULO 7
1. 'descubría mi traza'; véase la nota 34 del capítulo anterior.
2. «Traer la barba sobre el hombro; vivir recatado y con recelo, como hacen los que tienen enemigos, que van volviendo el rostro a un lado y a otro; de donde nació el refrán» (Covarrubias).
3. El mercado se celebraba desde 1494 en la actual Plaza Mayor, es decir, entre la catedral y la supuesta casa, en todo caso muy cerca de ella, de doña Felipa (M. Fernández-Galiano, art. cit., p. 203).
4. «Entregar a uno al brazo seglar es ponerle en poder de quien lo ha de acabar y destruir. Está tomado de lo que hace la justicia eclesiástica. degradando al clérigo y entregándole a la justicia seglar, y lo mesmo el tribunal del Santo Oficio a los que relaja» (Covarrubias).
5. Frase hecha que se emplea «cuando se repara en cosas mayores» (Covarrubias).
6. Refrán que apunta a la disparidad de intenciones de quienes se ven involucrados en una misma acción.
7. en cuerpo y en alma: de modo enfático, 'totalmente. sin dejar nada'.
8. harnero: 'criba, cedazo'. Indica el refrán que quien es excesivamente crédulo o confiado no prosperará en su pretensión.
9. Situación muy similar a la que sufre Guzmán al verse descubierto por su amo el mesonero intentando vender a espaldas suyas «una cañilla de vaca casi entera» (ed. cit., I, pp. 327-326). En ambos casos los pícaros son sorprendidos mientras se hallan a punto de arreglar el trato, y los dos insisten en la vergüenza que les produce la afrenta pública. También coinciden en el intento de rodear su reacción con consideraciones éticas; Guzmán asegura, tras ser despedido de su amo, que «es más gloria huir de los agravios callando que vencerlos respondiendo».
10. 'puntapiés'.
11. Es la primera vez que se le llama así. Tanto Covarrubias como el Diccionario de Autoridades subrayan las connotaciones del término referentes a la vagancia y mendicidad. Se lee en éste: «El pordiosero que con capa de necesidad, anda vagando de lugar en lugar, sin querer trabajar ni sujetarse a cosa alguna». Francisco Rico cree que «una ojeada al dominio italiano no sólo habrá de esclarecer las raíces de la voz guitón, sino esbozarle un árbol genealógico al héroe (es un decir) de Gregorio González», y, como muestra, cita unos versos del veneciano, muerto en 1531, Antonio Brocardo («Guitonerías», p. 77-78). Quizá sean pertinentes las acepciones de «uomo, sporco, abietto ...Iavoratore stagionale ...comico da strapazzo» que Migliorini atribuye al término italiano (Dal nome proprio al comune, Florencia, Leo Olschki editore, 1968, pp. 231-32). Tampoco parecen fuera de lugar las entradas guito y guitón del Vocabulario Navarro de José Maria lribarren. En la primera se habla de «la caballería o del animal de carga que cocea. y del que es espantadizo o asombradizo»; y, en la segunda, leemos: «Por extensión, persona reservada, taimada ...Pillo, tunante, granuja». Parece probable, no obstante, que H. G. Carrasco esté en lo cierto al pensar que «Honofre crearly accepts the title as a non-specifc designation equivalent to pícaro in a broad sense, as exemplified by the careers of his literary predecessors» (ed. cit., p. 252).
12. Nueva referencia a los antecedentes genéricos, en lo que es, por otro lado, indicio del afán polémico de la obra.
13. «No se irá a los panes, metáfora de la bestia que la han recogido, y también por el hombre que está a buen recaudo» (Covarrubias).
14. También Justina emplea esta locución con el fullero que se mofó de ella, anunciando de esa manera su venganza: «Juréselas, y no me las fue a pagar al otro mundo» (ed. cit.,II, p. 375).
15. La forma proverbial más comúnmente recogida -por Correas, Horozco o Covarrubiases A un traidor, dos alevosos, que «da a entender que no se debe guardar fe al que la quebranta» (Covarrubias).
16. Principio del derecho que figura también en La Celestina, p. 188.
17. Es un refrán que se ha relacionado alguna vez con el episodio de Lázaro y el Ciego en el mesón de Escalona.
18. frenético: 'loco furioso'.
19. Proverbio que, con ligeras variaciones, encontramos también en La Celestina, p. 200.
20. Esto es 'tan desgraciados que no debieran haber nacido'. Posiblemente haya que entender la frase como un eco o variante del refrán que recoge Correas: «pícaros hay que han dicha, pícaros hay que no».
21. Consideración crítica común. También la hace, por ejemplo, Guzmán a propósito del embajador de Francia: «Póngome muchas veces a considerar cuánto ciega la pasión a un enamorado» (ed. cit., II, p. 122). Este tipo de observaciones sobre la incapacidad que la pasión produce para distinguir bien de mal -muy frecuentes, bajo distintas formas, en Onofre- se relaciona con una moral de tradición aristotélica, cuyo peso en La Celestina es muy notable (véase: D. S. Severin: «Aristotle's Ethics and La Celestina», La Corónica, X (1981), pp. 54-58). Uno de los lugares clásicos al respecto es el capítulo dedicado por Aristóteles a la prudencia en la Moral a Nicómaco (VI, 4).
22. exagerando: 'encareciendo'.
23. En el manuscrito se omite la preposición a.
24. Pármeno, vacilante ante los halagos de Celestina, también considera: «Yerro es no creer y culpa creerlo todo» (ed. cit., p. 127). Y ya antes Celestina había utilizado un dicho distinto, aunque cercano: «Estremo es creer a todos y yerro no creer a ninguno» (ed. cit., p. 125). Bajo esta última forma lo recoge Correas, si bien se trata de un consideración procedente de la tercera epístola de Séneca: «Utrumque enim vitium est et omnibus credere et nulli».
25. Es bien conocida la identificación de Alejandro Magno con la generosidad y liberalidad: «Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado» (Lazarillo, ed. cit., p. 47). Véase la nota de Rico en esta última edición.
26. «Andar entre la cruz y el agua bendita, vivir con peligro y necesidad de que huyáis de veros in extremis, andar en fin a peligro de muerte» (Covarrubias).
27. Como bien nota M. Femández-Galiano (art. cit., pp. 211-12), no sabemos si estas descripciones se refieren a cuadros, grabados o esculturas. En cualquier caso, hay que inscribirlas en el intento de ensalzar el lujo y acomodo reinante en la casa de doña Felipa.
28. 'probarla'.
29. «escalentarse la boca el caballo, y el que habla, diciendo mal de otro sin poderlas refrenar» (Covarrubias); «Su boca es o será la medida. Frase con que se da facultad a alguno para que pida cuanto quisiere, pues todo se le dará» (Autoridades).
30. Es decir, 'también podría yo admirarme de que...'.
31. Quizá expresión cercana a dar una mano: «castigar. Lo que 'dar una vuelta' y 'dar una tunda'» (Correas).
32. mondonguera: 'vendedora de mondongo'; esto es, de 'tripería y otras cosas de sábado', y entre ellas manos de cerdo. Onofre se refiere, claro es, a la negativa de la dama a que el sacristán «la tocase aun la mano».
33. 'especie de encajes'.
34. 'desátate las calzas'.
35. Expresión proverbial que recomienda la fIrmeza del culpable.
36. 'retrasar los azotes'.
37. acogerse: 'ponerse a salvo'
38. Onofre utiliza burlescamente el término, que, según Covarrubias, se refería al «hombre muy espiritual y dado a la contemplación». Alude a su capacidad para imaginar el episodio del que no había sido testigo. En efecto, Covarrubias define contemplar como «Considerar con mucha diligencia y levantamiento de espíritu las cosas altas y escondidas que enteramente no se pueden percebir con los sentidos, como son las cosas celestiales y divinas».
39. soldar: 'enmendar, componer'
40. Se implica la frase proverbial, de origen bíblico (Hechos, 9:5), dar coces contra el aguijón.
41. marros: «el regate o hurto de cuerpo que se hace para no ser cogido y burlar al que persigue. Dícese frecuentemente de los animales que lo ejecutan así para escapar de los perros de caza» (Autoridades).
42. M. Fernández-Galiano identifica este lugar con el «Pradillo de las Mozas, donde todavía no hace tantos decenios existían los lavaderos de uso comunal Ilamados vulgarmente el Ojo» (art. cit., p. 207).
43. Es la forma del refrán que recoge Correas y la habitual en la época.
44. Estar metido enjuga es 'estar enfrascado en una conversación desenfadada'.
45. De nuevo se hace evidente el recuerdo celestinesco, en especial de la conversación entre Calisto y Sempronio en el auto primero.
46. Como enseguida aclara Onofre, parácleto o paráclito es «Nombre que se da al Espíritu Santo, enviado para consolador de los fieles» (DRAE).
47. 'sino me lo impides'.
48. Refrán que, transformado, recuerda Areúsa: «quien bien quiere a Beltrán a todas sus cosas ama» (Celestina, p. 310).
49. Compárense estas expresiones con las del parlamento de Calisto en La Celestina, p. 183.
50. Carrasco apunta la relación con el dicho Al buen callar llaman santo ( o Sancho ).
51. estar picado el molino expresa la ansiedad de conseguir algo o de que algo se realice; «dícese de los que tienen buena gana de comer y de los que están bien dispuestos y ganosos de hacer algo» (Correas).
52. 'especie de capa corta'.
53. cuadra: 'estancia, aposento'.
54. 'danzarín'. Quizá derivado de dance: «danza en la cual los bailarines hacen figuras, paloteando al compás de la música» (Vocabulario navarro).
55. dar de ojos: 'caer sobre el rostro'.
56. 'le dieron una tunda'.
57. 'especie de calzones'.
58. 'pidió clemencia'.
59. hecho... un Adam: 'desnudo'.
60. ayuda de costa: 'la cantidad que se da al margen del salario', y aquí, irónicamente, 'a mayores, extra'.
61. 'cambiar de aires'; rancho: 'sitio, lugar'.
Gregorio González
EL GUITÓN ONOFRE
Edición a cargo de
FERNANDO CABO ASEGUINOLAZA
BIBLIOTECA RIOJANA
Nº. 5
Gobierno de La Rioja
LOGROÑO, 1995
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