BIBLIOTECA GONZALO DE BERCEO

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Prefacio

     La idea que se ha mantenido tradicionalmente sobre los duques de Nájera, rama nobiliaria surgida a finales del siglo XV dentro de la estirpe de los Manrique, ha basculado hasta ahora hacia el lado de la admiración y el respeto reverencial. Nuestros eruditos locales, con don Constantino Garrán a la cabeza, se han extasiado relatándonos la proximidad a la realeza de la que disfrutaban estos nobles, sus hazañas militares y las grandes prebendas a que se hicieron acreedores por su lealtad y servicios de armas a los monarcas a quienes sirvieron. Incluso llegó a calar la idea de que los duques habían sido grandes benefactores de la ciudad (y ahí estaba, para corroborarlo, el caso de Antonio Manrique mandando edificar el convento de San Francisco) e insobornables defensores de los derechos de la Corona, como tuvieron ocasión de demostrar ante Carlos I cuando, aprovechando su ausencia de la Península para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V; estalló en Nájera una revuelta en 1520 que, contagiada del impulso que habían cobrado en toda Castilla las violentas reivindicaciones de los comuneros, revistió el carácter de lucha antiseñorial contra los abusos del duque. La revuelta se sofocó de manera sangrienta y el señor ajustició sin piedad a sus cabecillas. Como señalan algunos autores, lo más probable es que, de no mediar el condestable de Castilla, Antonio Manrique de Lara habría arrasado Nájera hasta sus mismos cimientos como represalia por esa rebeldía intolerable contra su autoridad.

La visión edulcorada que pinta a los nobles como valientes guerreros, cortesanos, humanistas y mecenas de las artes, fieles a su rey y creyentes devotos, rodeados de criados leales y de vasallos agradecidos que los servían de buen grado, responde a un estereotipo renacentista e idealizado que en el caso de nuestros personajes no puede sostenerse de ningún modo. Los datos que poseemos nos revelan, por el contrario, que los duques de Nájera, en especial los dos primeros, Pedro y Antonio Manrique de Lara, fueron auténticos 'señores de horca y cuchillo' que, instalados en su alcázar najerense y teniendo a su disposición los resortes decisivos del poder abusaron, amenazaron, torturaron, mataron y saquearon con una crueldad que convirtió la existencia de los najerinos en una carga insoportable que ni siquiera las creencias religiosas y la confianza en una justicia divina pudieron seguramente paliar. Sin embargo, y pese a ello, ahí están sus nombres y el título ducal que ostentaron a lo largo de varias generaciones, rotulando calles y prestando apelativos refinados a tabernas y elegantes establecimientos hoteleros, mientras la estela de sus actuaciones se diluye en las brumas del olvido o el desconocimiento de los riojanos del siglo XXI.

La casualidad ola buena fortuna ha puesto en nuestras manos un valioso documento que ilustra sobre determinados aspectos de la actuación de los Manrique de Lara en Nájera. Se trata de un Memorial que recoge los pleitos habidos (ante la Chancillería de Valladolid y ante el Consejo de Castilla en segunda instancia) entre el duque Juan Manrique de Lara y nuestra ciudad, a propósito de ciertos derechos señoriales que el duque reclama y el Concejo de Nájera se niega a seguir prestándole. Lo que lo dota de un valor histórico indudable es que, para rastrear el origen y validez de algunos de los derechos que están en cuestión, los litigantes han de remontarse a los primeros días de la presencia de los Manrique de Lara en Nájera, procediéndose por parte del fiscal de la Corona a una minuciosa reconstrucción documental y oral de lo que fue la actuación de aquellos durante más de medio siglo. Como parte del trabajo, el fiscal recaba su testimonio a diversos vecinos de Nájera y de otras poblaciones, lugares y aldeas que estaban igualmente sometidas a la jurisdicción señorial de los duques. Pues bien, ahí tenemos a algunos de nuestros antepasados exponiendo de viva voz los abusos de sus antiguos señores, las tropelías y hasta los métodos 'protomafiosos' que utilizaban, alentando a los delatores y recurriendo al asesinato para quitarse de en medio a quienes no comulgaban con su credo. Tal es el caso que se menciona de fray Miguel de Alcega, abad de San Millán, a quien Pedro Manrique se la tenía jurada por la valentía que mostró al denunciar sus atropellos. Huido del monasterio y refugiado en la villa navarra de Aguilar de Codés, la larga mano vengadora del duque de Nájera llegó hasta donde se encontraba el Clérigo para acabar con su vida, lo que llevaron a cabo con la mayor vileza unos secuaces a su servicio, después de haberle tendido una celada, siendo testigo del suceso fray Andrés de Nogueruela, que estaba a su lado cuando se produjeron los hechos.

El Memorial es prolijo, farragoso en ocasiones. Emplea unos modismos propios del lenguaje procesal en los que resulta fácil extraviarse. No obstante, hemos conseguido hallar un hilo conductor para movernos por los meandros y circunloquios del procedimiento y reconstruir con la mayor coherencia posible todo lo que se cuenta y se denuncia en sus más de doscientas páginas. Expresamos públicamente nuestro agradecimiento a la familia que, celosa protectora de su valioso archivo y de su extraordinaria biblioteca, nos ha facilitado este documento de interés e importancia decisivos.

 

Además de ello, hemos podido contar con otros informes que se guardan en el Instituto de Estudios Riojanos y cuyos datos confirman los que proporciona el citado Memorial que nos ha servido de base para desarrollar este trabajo. Agradecemos a la amabilidad de la bibliotecaria María José Silván las facilidades dadas para acceder a aquéllos. Asimismo hemos podido disponer de algunos documentos conservados en el Archivo Municipal de Nájera que, al igual que los informes del I.E.R., vienen a corroborar y, en algunos casos, complementar todo lo que se recoge en el que llamaremos de aquí en adelante 'Memorial del pleito ,

Y están, finalmente, las cartas y diplomas procedentes del Cartulario de Santa María la Real de Nájera, publicados parcialmente por el archivero del monasterio, José Luis Sáez Lerena en un periódico local, y que utilizamos con su permiso en uno de los apartados referido a las relaciones de Pedro Manrique con el monasterio y sus monjes.

Pero lo expuesto hasta aquí es sólo una parte del trabajo que se recoge en este libro. Antes necesitábamos saber de dónde procedían los Manrique de Lara, quiénes eran y hasta incluso cuántos eran, qué relaciones había entre ellos y cómo se había dispersado el tronco principal del linaje en ramas colaterales para dar lugar a nuevas estirpes nobiliarias. y era preciso poner nombre propio, biografía y descendencia a cada uno de los Manrique para tratar de superar la confusión que se refleja en tantas de las publicaciones consultadas, y ofrecer unos datos básicos de cada personaje y de lo que significó su existencia. (Puede parecer un detalle menor pero ¿cuántos de nuestros lectores sabían, por ejemplo, que Pedro Manrique de Lara, primer duque de Nájera, y el ilustre poeta Jorge Manrique, inmortal autor de las 'Coplas a la muerte de mi padre', eran primos hermanos?). Y sobre todo, era necesario situarse en esa época en la que, al lado de los Manrique, despuntan otras estirpes familiares que van a marcar el tono vital, social y económico en el reino de Castilla desde el siglo XV al XVI, al extender en los estamentos sociales populares esa aristocratización o deseo de hidalguía de los que habla el medievalista Luis Suárez. Todo ello nos conduce hasta la Castilla de mediados del siglo XIV la de los Trastámaras, uno de cuyos puntos de arranque se halla precisamente en Nájera, en la batalla que lleva su nombre y que tiene lugar el 3 de abril de 1367; entre las huestes del Príncipe Negro, aliado de Pedro I 'el Cruel', y las tropas que apoyan las pretensiones del bastardo Don Enrique al trono de Castilla. Todo procede de ahí, de esa guerra civil que mantienen petristas y trastamaristas y que acabará resolviéndose de manera opuesta a lo sucedido en Nájera. Estos avatares han sido relatados ya, pero ahora había que reescribirlos desde una perspectiva nueva que es el punto de vista de la nobleza.

Eso es lo que va a encontrar el lector en la primera parte del libro. Una primera parte que resultaba indispensable para establecer con precisión las coordenadas que explican el surgimiento y auge de los Manrique y de los otros linajes de la oligarquía nobiliaria en esa Castilla donde reinan por espacio de algo más de un siglo los Trastámaras y donde se produce la unión dinástica entre dos miembros de dicha familia, Isabel y Fernando, antes de dar el relevo a la dinastía de los Habsburgo.

 

En Historia casi nada es definitivo y todo está sujeto a revisión, tanto los datos, escuetos y desnudos, que podrán ser corroborados, matizados o desautorizados a la luz de lo que pueda descubrirse en ulteriores investigaciones, como, sobre todo, la interpretación y valoración que los historiadores conceden a esos datos, que no hay que juzgar sólo por sí mismos sino en relación con las actitudes, las creencias y, en definitiva, las cosmovisiones que regían en la época a la que pertenecen. Cualquiera que sea el juicio que merezca este libro a sus lectores, nos quedará al menos la satisfacción de haber empezado a remover un terreno que seguía prácticamente virgen después de más de cuatro siglos, así como la seguridad de que no podrá seguir afirmándose lo mismo que hasta ahora acerca de los Manrique de Lara y de lo que hicieron en lugares muy concretos de La Rioja, como es el caso de Nájera, sin faltar clamorosamente a la verdad.

D.G.M.

Logroño, julio de 2006

 

 

Capítulo III

Pedro Manrique (V) y su conflictiva relación con Nájera.
Realidad y leyenda en las actuaciones de 'el duque Forte'.

 

3.1. Estado de la cuestión. Los litigios y el Memorial del pleito

     Nájera entra en la órbita de la familia de los Manrique a través de Pedro Manrique de Lara (V de su nombre), conocido como el duque Forte, en el año 1466. Ateniéndose a una supuesta concesión real que lleva la firma del rey de Castilla Enrique IV y que está fechada en 1465, Pedro Manrique se apodera de Nájera por la fuerza después de constatar que los vecinos se oponen a que la ciudad abandone la jurisdicción real y pase a convertirse en señorío nobiliario. Los Reyes Católicos confirman esta posesión en 1476 y conceden, además, a Pedro Manrique el título ducal diecisiete años más tarde. Desde entonces, los miembros de la familia que transmiten la titularidad se denominan a sí mismos condes de Treviño, duques de Nájera y señores de Navarrete y de la serie de villas y lugares que integran su mayorazgo y que incluyen posesiones en La Rioja y los Cameros (Navarrete, Ocón, San Pedro de Yanguas, Villoslada, Lumbreras, Ortigosa), Palencia (Amusco), Burgos (Redecilla del Camino) o Navarra (Genevilla y Cabredo). Durante algo más de un siglo, los Manrique van a ejercer sobre Nájera un poder que, a la luz de lo que revelan varios de los litigios que conocemos ahora, podemos calificar de arbitrario y, en no pocas ocasiones, de coactivo y tiránico. Nada diferente, por lo demás, del que practican otras familias nobiliarias sobre los habitantes de sus villas y dominios (como acabamos de ver en el caso de los Ramírez de Arellano en la zona del alto Najerilla). Este estado de cosas saldrá a la luz durante la rebelión comunera que se desata en Castilla en 1520 en protesta por la salida de Carlos I de España para recibir la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, y debido al aumento de los impuestos y el acaparamiento de cargos que llevan a cabo los cortesanos llegados con él desde Flandes, que en muchos casos ponen en primer plano protestas antiseñoriales contra el poder omnímodo que ejercen estos linajes nobiliarios en sus dominios extendidos por media Castilla. No obstante, los señores tratarán en todo momento de que las versiones que llegan a oídos del monarca sean aquellas que inciden en aspectos que pongan de manifiesto, al menos en apariencia, una oposición a la autoridad real, al tiempo que enmascaran los abusos cometidos por ellos mismos o los oficiales que están a su servicio contra los vasallos y vecinos que malviven en sus estados señoriales. Eso es precisamente la que va a suceder en Nájera, como podremos documentar en el capítulo siguiente. Pero nada de esto habría llegado, quizá, a nuestro conocimiento sin la estela dejada por todos esos pleitos que, en ocasiones de forma individual (vecinos particulares de Nájera o sus barrios, y al hablar de sus barrios nos referimos a poblaciones de sus alrededores como Tricio, Cenicero o Bobadilla, que reciben ese nombre en los documentos de la época) y otras de forma colectiva (el propio concejo actuando como persona jurídica en representación de toda la ciudad), promueven los najerinos ante la Chancillería de Valladolid 80, o ante el Consejo Real de Castilla para reclamar a los duques ciertas indemnizaciones o poner coto a supuestos derechos de los que éstos se sienten investidos desde los tiempos en que ejerció su gobernación el duque Forte.

De todas las disputas que mantienen los najerinos con los duques, ninguna resulta tan productiva para el historiador como la que se recoge en el expediente que hemos convenido en llamar, de forma abreviada, Memorial del pleito. Se trata de un minucioso documento que contiene, en 216 páginas impresas por el anverso y el reverso, todas las diligencias, pruebas practicadas y declaración de testigos que constituyen el sumario de un proceso que mantienen el fiscal Melchor de Molina y el concejo de la ciudad de Nájera, representado por su procurador Gaspar de Esquinas, con don Juan Manrique de Lara, IV duque de Nájera, y Fernando Olivares, su procurador. El proceso, según se advierte en el propio texto del Memorial, .está pendiente en el Consejo del grado de segunda suplicación., y en sus páginas da cabida a la sentencia dictada en grado de vista emitida por la Audiencia-Chancillería de Valladolid, quedando de manifiesto que este recurso es el último y la sentencia que se emita será en grado de revista y agotará la vía de la Audiencia para pasar al Consejo. T sentencia se recoge en el Memorial, ya ella nos referiremos en su momento cuando hablemos del duque Juan Manrique de Lara en el apartado 5.3. del capítulo V.81

El enorme valor que concedemos al Memorial del pleito procede del hecho siguiente: El concejo y la ciudad de Nájera presentan ante el Consejo Real una demanda contra el duque Juan Manrique de Lara concretada en once reclamaciones que versa sobre derechos que el concejo cree tener en relación a aspectos referidos al señorío la jurisdicción de la ciudad, el nombramiento de procuradores, escribanos, oficiales, regidores, alcaldes de hermandad, escribanías, cobro de portazgos y otras diversas rentas. Sin embargo, estos supuestos derechos del Concejo entran en colisión con lo que el duque de Nájera manifiesta poseer por haberlos recibido en mayorazgo como herencia de sus antepasados. Por lo tanto, se trata de dilucidar cuál de las partes tiene razón y hasta dónde llegan los pretendidos derechos de cada una.

Para mayor distinción y claridad, el Memorial del pleito recoge por orden cada uno de los once capítulos o reclamaciones de la demanda presentada por el concejo de Nájera, exponiendo las pretensiones de cada parte y las pruebas documentales testificales que se aportan. De todos los asuntos a dirimir, el más importante es, si duda, el referido al señorío y jurisdicción de la ciudad. Ese derecho está en la base de todos los demás, y a él se aplica la inteligencia del fiscal, tratando de dirimir en qué concesiones monárquicas se basan los duques y qué documentos materiales los respaldan. Para justificar los derechos que reclama cada litigante, el fiscal se remonta a los tiempos fundacionales y desmenuza y revisa cada documento y cada testimonio, analizando los porqués de cada concesión, cuestionando las que parecen dudosas y haciendo una exposición de las circunstancias que las acompañaron, valorando su significado como sustentadoras de los pretendidos derechos en juego. Esto es lo que nos ha interesado a nosotros del Memorial del pleito y lo que nos parece más revelador a la hora de analizar, a la luz de las indagaciones que revela el fiscal, determinados aspectos de la relación de los Manrique de Lara con la ciudad de Nájera que nos eran desconocidos.

El Memorial del pleito es utilizado en este libro como fuente de información de primera mano para comprender y valorar hechos que conciernen a la historia de Nájera. Los datos y las precisiones que aporta el expediente se refieren, sobre todo, a la gobernación de sus dos primeros duques, Pedro y Antonio Manrique de Lara, y revisan las actuaciones de ambos, desde la inclusión de la ciudad en el mayorazgo de la familia, hasta las represalias del segundo contra los najerinos en las jornadas posteriores al levantamiento antiseñorial que tiene lugar el 14 de septiembre de 1520. Como documento procesal, revela una lógica y un orden que no son coincidentes con los que hemos decidido seguir nosotros, que intentamos desarrollar una línea expositiva que procura ir siempre desde lo anterior a lo posterior, evitando las continuas idas y venidas entre el pasado y el presente que practica el fiscal para lograr sus objetivos. La información, tal y como viene expuesta en el Memorial, es poco útil para el historiador. Hay que desglosarla, recomponerla y ordenarla de otra manera para obtener de ella todas las revelaciones que nos puede ofrecer. Es como desmontar un mecanismo y armarlo con las piezas dispuestas en otro orden pero logrando que al final siga funcionando.

Otra matización que hay que hacer es la referida al papel que juega el fiscal en este pleito. Contrariamente a la idea que tenemos de él como letrado que ejerce el ministerio público en los tribunales, representando y defendiendo el interés general, el que interviene en este proceso aparece calificado todo el tiempo como 'el fiscal del concejo' o 'el fiscal de la ciudad de Nájera'. Su papel es lo más parecido al de abogado defensor, y sus pesquisas y los informes que presenta cuestionan permanentemente la actuación de los Manrique desde el momento en que el adelantado Diego Gómez Manrique (II), primer conde de Treviño, se presenta por primera vez en la ciudad para echar de ella al obispo Diego López de Zúñiga, que había intentado conquistarla. Tampoco aparecen abogados, sino que el papel de éstos se lo arrogan los procuradores. En fin, son cuestiones que nos afectan muy tangencialmente y que seguramente podría aclararnos un historiador del Derecho, aunque en este caso, y dados los fines que perseguimos, tampoco parecía imprescindible. Lo que sí queremos subrayar es que, frente a la vaga idea de una justicia poco desarrollada para la época, además de muy lenta y carente de instrumentos jurídicos adecuados para desempeñar sus funciones con eficacia, lo que revela el Memorial del pleito es la existencia de una maquinaria bastante bien engrasada, con legistas formados en las universidades de Salamanca, Valladolid o Alcalá de Henares que conocen a la perfección los recovecos de su oficio y que investigan, sopesan y argumentan sus decisiones con razonamientos jurídicos irreprochables. Uno de los objetivos que persiguen los letrados que intervienen en las diferentes instancias será, precisamente, como ya hemos indicado, tratar de dilucidar el alcance y fundamento legal de los derechos de propiedad que esgrimen los sucesivos titulares del ducado de Nájera. Con el fin de rastrear el origen y validez de algunos de tales derechos, enviarán receptores a la ciudad para que interroguen a los vecinos, elaboren encuestas, cotejen datos y busquen documentos en los archivos del Concejo o del monasterio de Santa María la Real. Con todo ello prepararán informes, establecerán hipótesis y aventurarán conclusiones que no pocas veces ponen en entredicho pretendidos derechos que los Manrique venían arrogándose desde muchos años antes, o situaciones jurídicas que parecían nítidas y que, a la luz de los datos que se conocen un siglo después, ofrecen dudas más que razonables. En este sentido podemos asegurar que, a partir 1560 o 1570, coincidiendo en el tiempo con la llegada al trono de Felipe II, los pleitos que enfrentan a los vecinos de Nájera con los detentadores del título ducal hacen tambalearse situaciones de facto que los Manrique daban por incuestionables desde un siglo atrás. Tanto es así que, a veces, el único argumento que son capaces de argüir en su defensa es, precisamente, la antigüedad de tal o cual derecho o costumbre, dando por descontado que, en el peor de los casos, el vicio de origen había acabado adquiriendo carta de naturaleza por su sólo ejercicio, aunque tales supuestos derechos no se hubieran ajustado nunca a lo que en su momento constituía la legalidad vigente.

     Las sentencias anteriores que se recogen en el Memorial y que se emiten en primera o segunda instancia, en la mayor parte de los casos dando la razón a vecinos individuales o al propio concejo como sujeto colectivo, acabarán socavando lentamente el prestigio de los duques de Nájera y revelando la arbitrariedad de un poder señorial que no dudó nunca en recurrir a soluciones extremas para imponerse mediante el ejercicio de una fuerza que, si en la época era tenida por normal, apenas tres siglos después (a comienzos del XIX, con el surgimiento de los Estados liberales vertebrados en torno a constituciones, partidos políticos de distinto signo y justicia desarrollada con arreglo a leyes comunes y universales) será vista como rémora de un pasado en el que los que después serían considerados ciudadanos sólo alcanzaban la categoría de súbditos y dependían de unos señores que disponían de un amplio poder de decisión sobre la vida y la muerte de aquellos a quienes tenían por sus vasallos.

 

3.2. Los Manrique se hacen con el dominio de Nájera

     Como hemos señalado en el apartado anterior, la primera cuestión que se intenta dilucidar es a quién corresponde legítimamente el señorío y la jurisdicción de Nájera, lo que en lenguaje llano significa tratar de determinar quién tiene potestad para nombrar a los diferentes funcionarios del concejo, establecer y cobrar las rentas e impuestos y juzgar las causas civiles y criminales. El fiscal de la ciudad va a tratar de demostrar la pertenencia de Nájera a la Corona de Castilla y su relación de dependencia vasallática con sus sucesivos monarcas desde tiempos muy antiguos y de manera ininterrumpida. Dado que Nájera fue cabeza de reino y de obispado y frontera del reino de Navarra, el fiscal requiere al tribunal el nombramiento de un receptor que vaya a la ciudad y reúna los documentos que él mismo va a indicarle. El receptor recibe el nombramiento oficial el 30 de noviembre de 1580 y a continuación se desplaza hasta Nájera para cumplir su cometido y conseguir los documentos solicitados por el fiscal. Este funcionario es el personaje con cuya mención abríamos el libro (véanse las páginas introductorias). Su llegada a Nájera debe producirse hacia mediados de diciembre del año 1580, y ahora vamos a mencionar brevemente las gestiones que realiza. Del archivo de Santa María la Real se lleva copias compulsadas de los privilegios y donaciones con que Alfonso VII, 'el Emperador', favoreció al monasterio en los años 1135, 1136 y 1137, lo que demuestra, según el fiscal, la protección dispensada por este soberano a la ciudad de Nájera. Además, el receptor obtiene del concejo copias legalizadas de otra serie de documentos: privilegios, derechos y confirmaciones emitidos por diferentes reyes a favor de Nájera, lo que corroboraba de manera indefectible la pertenencia de la ciudad a la Corona castellana. Todas estas copias certificadas de los documentos reunidos de Nájera son presentadas en la Audiencia de Valladolid el 13 de enero de 1581. Las copias se trasladan al duque Juan Manrique de Lara para que examine su contenido y argumente en su favor lo que quiera. El duque no responde.

El receptor de la Audiencia, Martín de Zarandona (que el Memorial no especifica si se trata del mismo que ha viajado a Nájera a finales del año 1580, aunque por varios detalles nos inclinamos a pensar que si), corrobora la relación vasallática de la ciudad con la Corona de Castilla, relatando a tal propósito los testimonios recogidos en la Chancillería de Valladolid por los que se hace constar la existencia de «sepulcros y enterramientos reales, armas y letreros antiguos existentes en el monasterio de la ciudad; la fundación de dicho monasterio por el rey Don García 'el de Nájera'; la sepultura de este rey y de su esposa Doña Estefanía de Foix, y la del rey Don Sancho (se refiere a Sancho III 'el Deseado', padre de Alfonso VIII, fallecido en 1158) y su esposa Doña Blanca de Navarra (que muere de sobreparto en 1155)»82. El fiscal completa estas declaraciones del receptor añadiendo que encima de la puerta de entrada al puente existe un escudo con las armas reales. A continuación exhibe un privilegio de Juan II del año 1451 por el que hace una donación al monasterio de Santa María la Real en el que reiteradamente escribe «de la mi ciudad de Nájera». También muestra otro documento del mismo monarca, fechado en 1554 y extraído del concejo de la propia ciudad, en el que Juan II reconoce que las guerras habidas en Castilla habían despoblado la ciudad de Nájera y que, por ser suya y de su Corona, autorizaba a vivir en ella a todos los que quisieran hacerlo. Un año después, su sucesor Enrique IV confirmaba que todos cuantos se habían afianzado en la ciudad quedaban bajo su protección y amparo. Y a los vecinos de Manjarrés, por ser jurisdicción de Nájera, les animaba a mantenerse en ella «porque así cumple a mi servicio y a vuestro bien» 83.

En 1456, el mismo monarca reitera al concejo que no dude de que la ciudad permanecerá siempre bajo su amparo y defensa. Dos años más tarde (noviembre de 1458), ordena a los alcaldes y justicias de Nájera que no permitan, sin su licencia, la entrada ni el asentamiento en la ciudad a ningún ricohombre o caballero que pueda apoderarse de ella, «porque con ello podrá perjudicar su leal servicio a mi Corona, ser causa de mucho escándalo y romper el sosiego y la paz del vecindario»84. Finalmente, en 1464 envía Enrique IV cartas invitando a los alcaldes, regidores y procuradores najerinos a que asistan al juramento que iba a prestar su hermano Don Alfonso en Segovia como su heredero y sucesor en la Corona de Castilla.

El siguiente objetivo del fiscal consiste en demostrar que, por decisiones reales documentadas, nadie estaba autorizado a enajenar la ciudad de Nájera del patrimonio de la Corona. Para ello recuerda que en las Cortes de Valladolid del año 1442 se había dispuesto que ninguna villa de realengo regida por un alcalde o merino pudiera ser entregada a infantes, ricohombres o a un representante de ninguna Orden Militar. Con ello se trataba de evitar que determinadas villas fueran arrebatadas del dominio de la Corona de forma fraudulenta. El fiscal recordaba que Doña Juana Manuel, esposa de Enrique II de Trastámara, recomendó al concejo de Nájera, en agosto de 1368, que cuidara de que la ciudad permaneciera fiel al rey de Castilla, no permitiendo que ningún prelado, ricohombre, caballero o escudero (sic) se opusiera o intentara quebrantar aquella fidelidad. Al mismo tiempo rogaba al concejo que custodiara el castillo, el alcázar y las casas fuertes de Nájera, y concedía a ésta dos ferias francas de 15 días de duración, una en mayo y otra en octubre. El propio Enrique II, en diciembre del mismo año, confirmaba la decisión de su esposa. Su heredero, Juan I, hacía lo mismo en agosto de 1379, apenas tres meses después de suceder a su padre. Por cartas de los condes de Plasencia, Haro y Castañeda, escritas en 1405, se sabe que estos nobles se comprometían a defender la permanencia de Nájera en el dominio de la Corona.

Llegados hasta aquí, el fiscal aborda ahora un asunto capital para establecer de manera fidedigna la pertenencia de la ciudad: la entrada y toma de posesión de Nájera por miembros de la familia Manrique, empleando para ello la fuerza y la violencia. Según parece (mientras no indiquemos lo contrario nos ceñiremos siempre al discurso del fiscal de Nájera, don Melchor de Molina), hay una primera ocupación de la ciudad que lleva a cabo el obispo calagurritano Diego López de Zúñiga en 1440. A causa de un pleito sobre jurisdicción establecido entre el concejo de Nájera y el de Cirueña (cuyo original parece que se conservaba por entonces en el archivo de Santa María la Real), se sabe que ese año «hubo guerras y bullicios por las tierras riojanas», ocasión que aprovecha el prelado calagurritano «para ocupar Nájera, la fortaleza y el castillo de La Mota, donde se hizo fuerte y se enfrentó al adelantado Diego Gómez Manrique, conde de Treviño.85.

Este Diego López de Zúñiga, cuyo episcopado se prolonga por espacio de 33 años (1410-1443), fue nombrado obispo de Calahorra por Benedicto XIII, el Papa Luna, desde Aviñón, en pleno cisma de la Iglesia. El sacerdote-investigador riojano don Eliseo Sáinz Ripa le dedica más de sesenta páginas en el tomo II de su obra Sedes Episcopales de La Rioja, pero no hace ninguna referencia a esta ocupación de Nájera. Sólo recoge la siguiente alusión al hacer un balance de la vida del prelado:«Frente a toda esta existencia regida por las exigencias de su cargo de pastor, resultan escasamente relevantes sus actuaciones políticas, junto a la corte, o bélicas, junto a la gente de armas. Diríamos que su vida cortesana y bélica se diluye dentro de la dedicación a sus iglesias ya sus diocesanos»86. A pesar de la exquisita prudencia que muestra nuestro autor, estimamos que la inclinación belicosa del obispo Diego López de Zúñiga le sitúa próximo a ese grupo de prelados tan característico de la época trastamarista, más proclives a empuñar la espada que su báculo de pastores y más gustosos de la guerra que de las cosas de Dios. De ello ya hemos visto otros ejemplos ilustres en las personas de Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, Juan García Manrique, arzobispo de Santiago, o Alonso Carrillo, arzobispo igualmente de la diócesis toledana. Este rasgo no es propio solamente de Castilla. En realidad, los siglos bajomedievales constituyen un período en el que, en toda Europa, los dominios de la religión aparecen continuamente asaltados por elementos profanos. «En Roma, pocos años después -escribe Jean Delumeau en su obra La Reforma-, Sixto IV se mezcla en conspiraciones como cualquier príncipe secular; Inocencio VIII y Alejandro VI tiene hijos naturales, y el papa por antonomasia del Renacimiento, Julio II, encarga a Miguel Angel los frescos de la Capilla Sixtina mientras él no se contenta con declarar la guerra a los enemigos de la Santa Sede sino que acude en persona a los campos de batalla pertrechado con yelmo y armadura. León X es más aficionado al teatro que muchos laicos, y numerosos obispos viven en las cortes de los príncipes dedicados a la caza ya disfrutar de la buena mesa. Cuando David de Borgoña, hijo natural de Felipe 'el Bueno', es nombrado obispo, se presenta en la catedral vestido con su armadura y portando sus armas, como si fuera un guerrero o un conquistador. En Francia, en la época que sigue a la Guerra de los Cien Años, no pocos prelados han perdido la costumbre de llevar la mitra y el báculo, y tampoco es infrecuente que desconozcan cómo se celebra una misa. Por lo demás, muchos sacerdotes pertenecientes al bajo clero viven en toda Europa en concubinato y rodeados de hijos bastardos, lo que tampoco significa que lleven una vida disoluta. Vestidos como cualquier villano, menestral o labriego, juegan a los bolos con sus feligreses, acuden a la taberna y toman parte en los bailes pueblerinos. En Basilea, poco antes de la Reforma luterana, el obispo Cristóbal Von Huttenheim recomienda a los sacerdotes de su diócesis que no se ricen el pelo, no comercien en las iglesias y no provoquen escándalo; que no vendan licores, no se dediquen a la compraventa de caballos y, sobre todo, que no adquieran objetos robados»87.

El fiscal de Nájera sigue relatando que hubo guerra con Navarra y que el capitán lñigo de Zúñiga (que debe ser hermano del obispo de Calahorra, por las referencias que hace Sáinz Ripa) atacó al adelantado Diego Gómez Manrique, haciendo necesaria la presencia en Nájera del príncipe Don Enrique (futuro Enrique IV), quien «recuperó la ciudad, la fortaleza y el castillo».

     Sin que el Memorial nos revele las causas que indujeron al obispo a intentar apoderarse de Nájera, sí nos informa, en cambio, de que «cierto tiempo después fue el adelantado de León, Diego Gómez Manrique, el que se adueñó de la ciudad». También ahora nos quedamos sin saber los porqués de esta nueva andanada. Lo único que nos aclara es que la segunda entrada tuvo lugar en 1451, que se hizo empleando la fuerza y que exigió la renovada intervención del futuro Enrique IV (en esos momentos aún vive el rey Juan II) quien desalojó sin miramientos a los invasores y detuvo y puso en prisión al conde de Treviño, quien se había hecho fuerte con sus hombres en las proximidades del monasterio. Sabemos por otras fuentes que los soldados del príncipe Don Enrique habían tenido que asaltar el monasterio, y que en la refriega subsiguiente habían robado algunos objetos y producido diversos desperfectos en la iglesia que se estaba construyendo por aquellos años. Los monjes hacen una reclamación al rey pidiendo compensaciones por los daños sufridos, y Juan II concede entonces al monasterio un juro perpetuo de 3.000 maravedíes sobre las alcabalas del vino de Nájera. Eso es, al menos, lo que se recoge en una carta que por entonces se guardaba en el archivo de Santa María la Real y que relata la entrada de Don Enrique en Nájera, el robo perpetrado en el monasterio najerense, la posterior captura de Diego Gómez Manrique y la merced que hizo el rey a los monjes de los 3.000 maravedíes referidos, «en compensación por el hurto sacrílego»88. A través del Memorial conocemos también que el concejo najerino impuso una sanción de 1.000 maravedíes a un tal Lope Sánchez, «por haber introducido en la ciudad, por la puerta del puente, a dos hombres a caballo de Diego Gómez Manrique contra la voluntad de los guardas».89. No cesan aquí las acometidas de los condes de Treviño contra Nájera, ni su empeño por apoderarse de ella. El fiscal afirma que, después de morir el adelantado en 1458, su hijo Pedro Manrique de Lara lo intenta de nuevo en los años 1463 y 1464.

       Para reflejar las actuaciones del concejo de Nájera ante las amenazas de ocupación de la ciudad por Pedro Manrique, el fiscal expone la relación de gastos que se hicieron por aquellas fechas, ateniéndose a las cuentas del bolsero o tesorero concejil. La lista es muy prolija, pero véanse, a título de ejemplo, algunos de los datos que aparecen consignados: 40 fanegas de cebada para los vecinos que custodian La Mota; 40 maravedíes para pagar a los hombres enviados a Redecilla a espiar las andanzas de Pedro Manrique; viandas para la cuadrilla de San Jaime que construye palenques y cavas; provisiones para Pedro de Leiva, a quien los alcaldes han encargado que vaya hasta Briones a vigilar dónde se encuentran las tropas de Pedro Manrique que acaban de tomar Torremontalbo; viandas para la cuadrilla de Tricio que hace cavas en San Pedro; 60 maravedíes para enviar hombres a que indaguen dónde se encuentra el conde de Treviño; provisión de fondos para construir una puerta levadiza de clavos, madera y cadenas en el puente sobre el Najerilla; tres cántaras y media de vino, pan y 80 maravedíes para cuarenta hombres de Tricio que hacen cavas y estanques alrededor de la cerca 90.

A pesar de que los anteriores intentos de apoderarse de Nájera parecen deberse a su propia iniciativa, todos los datos posteriores señalan que en 1465 Enrique IV otorga a Pedro Manrique, mediante privilegio, la concesión de Nájera con todos sus términos y jurisdicción, sus vasallos y los derechos de señorío sobre la ciudad. Sabemos de la existencia de esta merced regia por una confirmación que hace años después Fernando 'el Católico' y que el fiscal de la ciudad va a poner en cuestión en el Memorial del pleito al advertir en ella diversos elementos que sospecha fraudulentos o, cuando menos, no bien fundados. Ignoramos el contexto en que se produce la concesión de Enrique IV, pero no podemos olvidar que sucede en uno de los momentos de mayor debilidad personal del monarca, hombre de natural bondadoso, melancólico y poco enérgico, cuando su sometimiento a la nobleza le convierte en juguete de las presiones de los Grandes y eso le conduce a claudicaciones en ocasiones ignominiosas. Tanto es así que los Reyes Católicos revisarán posteriormente muchas de las concesiones y mercedes hechas a la nobleza por su antecesor a partir de 1464, en el entendimiento de que a menudo fueron realizadas de manera dudosa y supusieron un menoscabo importante para el patrimonio real. No será el caso, por cierto, de Nájera, cuya entrega a Pedro Manrique ratificarán posteriormente como ya hemos indicado más atrás. Lo que sí parece fuera de toda duda es que los najerinos recibieron con disgusto la perspectiva de que su ciudad cayera bajo jurisdicción señorial. Acaso porque Nájera era uno de los escasos núcleos urbanos medievales riojanos de cierta relevancia que aún gozaba de las ventajas de pertenecer a la Corona, no estaban sus vecinos dispuestos a renunciar a su relativa autonomía e indudable bienestar para caer bajo la jurisdicción de un señor.

Suponemos que Pedro Manrique debe hacer alguna clase de indagaciones previas para pulsar el estado de opinión de sus futuros vasallos. Cuando tiene la certidumbre de que la ciudad no se le va a ofrecer por las buenas ni a recibirle de buen grado, decide tomarla al asalto e inicia los preparativos. Esto debe llevarle algún tiempo, no sabemos si días o semanas. Finalmente, el 27 de mayo de 1466, como temían desde hacía tiempo los vecinos, el conde de Treviño acude con su partida de hombres de guerra y se apodera de Nájera por la fuerza y usando mucha violencia contra los que la defienden. Sabemos que hay muertos por la confesión de uno de los testigos que citaremos luego, aunque el Memorial no aporta más datos sobre el particular. Únicamente recalca que «desde entonces, los Manrique tienen ocupada y dominada la ciudad»91.

La presencia de Pedro Manrique y su estatus de nuevo amo de Nájera quedan reflejados, igualmente, en las cuentas del bolsero. Entre las consignaciones hallamos, por ejemplo, cierta cantidad de vino para atender a los hombres que recibieron orden de derribar la casa de Juan de Camprovín, junto a la peña, o viandas destinadas a la comida y cena de los hombres de Diego Zúñiga que vinieron a ayudar a la ciudad [deducimos que se trata de una partida que al principio colaboró en la defensa de Nájera contra las tropas de Pedro Manrique y que posteriormente se pasó al bando ganador], además de tres cántaras de vino y 50 maravedíes de cerezas (sic). También se consignan viandas para los seguidores de Diego Ortiz y, por orden de Pedro Manrique, provisiones para los hombres que guardan La Mota, ocho cántaras de vino y cinco panes; viandas también para los canteros que labran piedras destinadas a los truenos o troneras (para el emplazamiento de las piezas de artillería), consistentes en una cántara de vino y cinco panes. El 30 de mayo se anotan provisiones para atender a un total de 767 hombres pertenecientes a varias cuadrillas procedentes de muchos pueblos y villas de las inmediaciones: Bañares, Grañón, Anguiano, Nieva, Pradillo, Zarratón, Cañas, Santurde, Santurdejo, Ezcaray, Valgañón, Zorraquín, Azofra, Alesanco, Uruñuela, Bobadilla, Tobía o Briones, entre los veintitantos que aparecen citados. Ese día se entregan 28 cántaras de vino, a las que hay que sumar las 47 del día 1 de junio y las tres que se destinan a los guardianes de La Mota. El Memorial no aclara qué circunstancia ha convocado en Nájera a gente de procedencia tan dispar, tres días después de su conquista por las tropas de Pedro Manrique. ¿Es una celebración, una especie de convite generoso con el que el conde de Treviño intenta ganarse las simpatías de los lugareños y despejar sus recelos iniciales? No lo podemos asegurar, pero parece verosímil sabiendo la política de halagos y promesas que utilizará en otras ocasiones. Prosigue luego el fiscal leyendo otros pagos reseñados en el libro del bolsero: a los escuderos de Diego Zúñiga, dos fanegas y media de cebada; a los clérigos que el día 17 de junio guardaban las cuevas [pensamos que debe tratarse de lo que nosotros conocemos como 'el Fuerte'], ocho cántaras de vino, Parece evidente la política de atracción que Pedro Manrique se esfuerza en desplegar hacia aquellos que hasta su conquista de Nájera le eran contrarios. Sólo así se explica que mandase entregar «1.250 maravedíes al vecino de Alesanco Ruy Díaz por un caballo que le mataron cuando venía a prestar ayuda a Diego Zúñiga en su intento de liberar Nájera». O las ocho fanegas de trigo que se entregan para compensar la muerte de varios caballos del mismo Diego de Zúñiga, «cuando el conde se echó sobre la ciudad».

Una vez conquistada Nájera, Pedro Manrique ordena reanudar las obras de defensa que se estaban llevando a cabo antes de su llegada. Por esa razón aparecen anotadas varias partidas de «viandas para la cuadrilla de San Miguel que está haciendo cavas en La Mota al servicio del conde». En su empeño por reforzar el sistema defensivo de Nájera, sabemos que manda levantar tapias «desde la puerta del arco hasta La Mota». Por causas que ignoramos, el concejo se niega a secundar las órdenes del nuevo señor, y éste le exige el pago de 20.000 maravedíes que, suponemos, emplearía en sufragar los jornales de los hombres que iban a trabajar en las obras. Este dinero será entregado a Diego Martínez, contador del conde, tal y como se refleja en un escrito dirigido por este último al concejo de Nájera, fechado el 4 de febrero de 1487, y que el fiscal cita en el Memorial. Creemos que una parte o el monto total de los 20.000 maravedíes los obtiene el concejo mediante la venta de 200 fanegas de trigo (acaso fueran 2.000, no está claro) que aparece anotada el 20 de enero de 1467, ya que, según se refleja, «con la venta se pagaron 20.000 maravedíes por las tapias hechas por el conde»92.

Después de este paréntesis dedicado a glosar cifras y partidas diversas, el fiScal expone los testimonios de varios vecinos que corresponden a un pleito que tiene lugar en 1547. Algunos de tales testigos habían participado en la toma de Nájera junto a Pedro Manrique, así que en 1547 debían tener más de cien años. Como esto no es posible, damos por descontado que los testimonios de referencia debieron ser recogidos unos veinte o veinticinco años antes, o sea, hacia 1520 ó 1525. Sin duda, corresponden al pleito que en 1521 interponen algunos vecinos contra Antonio Manrique de Lara por los atropellos de que fueron objeto en septiembre de 1520, tras el levantamiento de la ciudad. Las respuestas de los testigos trataban de ofrecer contestación a una pregunta formulada en los siguientes términos: «¿Saben si Pedro Manrique, duque de Nájera y padre de Luis Manrique, adquirió los bienes siguientes: la ciudad de Nájera con sus vasallos, términos y jurisdicción, las aldeas de Tricio y Cenicero 93, el lugar de Bobadilla y las villas de Genevilla y Cabredo?» Alonso de Lampaya, de 85 años de edad, había sido el primero en testificar. Admitió estar todavía a sueldo del duque (en este caso, de Antonio Manrique) y haber pertenecido a las tropas con las que Pedro Manrique ocupó Nájera y sus términos (también sabemos ahora que este mismo Alonso de Lampaya fue alcaide de la ciudad en 1487 y 1488). Respecto a la ocupación de Genevilla, confiesa que la conocía de oídas. Otro testigo, Hernando Martínez de Navarrete (cuya edad no se cita pero que debía ser semejante a la del anterior), fue en su tiempo tesorero del duque Forte. En su deposición había manifestado que Pedro Manrique ocupó la ciudad de Nájera,que era de la Corona, y sus aldeas de Tricio, Cenicero y Bobadilla. Las poblaciones de Genevilla y Cabredo se las tomó por la fuerza al rey de Navarra como represalia por los muchos daños que los navarros habían causado en sus tierras. Pudo verlo todo personalmente y sabía que estos hechos eran bien conocidos en Nájera y en sus alrededores. Juan del Castillo, vecino de Nájera, aseguraba que la ciudad había pertenecido a la Corona hasta que se produjo su ocupación por Pedro Manrique. Este testigo había defendido la fortaleza de la Mota de las tropas que obedecían al conde de Treviño y perdió a un hermano en la refriega. Afirmaba, además, que el duque presumía públicamente de haber recibido del rey Enrique IV los títulos y bienes sobre la ciudad. Diego Manuel, criado y contador del duque Antonio Manrique, y anteriormente de su padre, el duque Forte, declaró que era noticia conocida que los duques se habían hecho con la ciudad de Nájera, sus aldeas y su jurisdicción sobre ellas, por medio del cerco y la fuerza. Finalmente, el testigo Hernán González de Cenicero, vasallo del duque, manifestó que si había algo sobre lo que nadie tenía ninguna duda era que los duques se habían hecho por la fuerza con el dominio de Nájera y sus aldeas, y que habían conseguido por los mismos métodos el vasallaje de los najerinos.

La coincidencia fundamental en lo alegado por los testigos que deponen en diferentes épocas llega a resultar monótona. Todos aseguran que el conde de Treviño tomó la ciudad mediante la fuerza y con el uso de las armas en tiempos del rey Enrique IV, y que lo hizo además contra la voluntad del concejo y de los propios vecinos, que defendieron Nájera desde la fortaleza de la Mota en nombre del rey. Así, el clérigo Juan Martínez declara que estuvo en el castillo de la Mota con el antiguo alcaide, Juan de Salinas, cercados por las tropas del conde, hasta que la fortaleza capituló. Los vecinos de Nájera defendieron valerosamente el castillo, pero hubieron de entregarlo porque el rey (Enrique IV) no acudió a socorrerles ni les mandó refuerzos. Otro testigo, Juan Sáenz de Matute, escribano, asegura que el citado Juan de Salinas, alcaide de La Mota en los años 1464 y 1465, y otros vecinos, defendieron la fortaleza hasta que hubieron de rendirse y entregarla a Pedro Manrique debido a que «el rey no les proporcionó lo necesario para defenderla». Como puede verse, algunos de los testigos reiteran que la defensa de la ciudad se hizo «en nombre del rey», y que la fortaleza hubo de capitular «porque el rey no les envió ayuda». La lectura de estos testimonios nos transmite la impresión de que los vecinos ignoraban que Enrique IV había donado Nájera al conde de Treviño y que éste tomó la ciudad en 1466 de la misma forma que lo había intentado en 1463 y 1464: por las bravas y contra la voluntad de los vecinos. ¿Fue esto lo que realmente sucedió y la supuesta concesión de Enrique IV debemos interpretarla como una patraña urdida a posteriori? Dejémoslo por ahora en este punto. Ya volveremos sobre ello más adelante.

 

[...] 

 

Nota del Editor Web: (Páginas 11 -15 y 157 -172. No se han incluido las ilustraciones)

 

 

 

NOTAS

 

80 La Audiencia-Chancillería de Valladolid se constituyó como un tribunal segregado de la corte regia, y en virtud del Ordenamiento de las Cortes de Toledo de 1480 y los Ordenamientos de 1489 quedó integrada por un prelado (que era su presidente), 8 oidores (letrados designados por los reyes por el plazo de un año), además de por varios alcaldes, 2 procuradores fiscales, 2 abogados de los pobres (encargados de la defensa de los menesterosos), diversos relatores y 12 escribanos. Para su actuación está dividida en 3 Salas, dos de las cuales entendían de los «casos de Corte» y en las suplicaciones y apelaciones de las causas criminales. Su jurisdicción abarcaba todo el reino castellano-leonés. En 1494 los Reyes Católicos crean una nueva Audiencia-Chancillería en Ciudad Real, que en 1505, tras la muerte de la reina Isabel, será trasladada a Granada.

81 Dejémoslo bien sentado para que el lector lo entienda: La Audiencia-Chancillería de Valladolid emite una primera sentencia que se llama de vista; la Audiencia puede enmendar su propio dictamen y emitir otra sentencia denominada de revista. Finalmente, el pleito pasa al Consejo Real, que dicta una sentencia conocida como de segunda suplicación y contra la que no cabe más recursos. Respecto al Memorial del pleito, que es un compendio de todas las actuaciones llevadas a cabo en el litigio entre el IV duque y el concejo de Nájera, se manda elaborar el 8 de marzo de 1610.
82 Memorial del pleito, pp. 14-15.
83 lbídem, p. 15.
84 idem
85 Memorial del pleito, p. 24.
86 SÁINZ RIPA, Eliseo: Sedes Episcopales de la Rioja. Siglos XIV-XV.Obispado de Calahorra y la Calzada-Logroño. Logroño,1995, t. II, p.417.
87 DELUMEAU, Jean: La Reforma. Nueva Clío. Barcelona, 1973, p. 16.

88 La concesión real del juro perpetuo de 3.000 maravedíes la firma Juan II en Grañón, el 6 de octubre de 1451. Enrique IV la confirma en Palencia el 2 de diciembre de 1456. En la carta de confirmación aparece transcrita la concesión inicial de Juan II.
89 Memorial del pleito, pp. 25-26.
90 lbídem, p. 31 y 55.
91 Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Nobleza, Osuna, legajo 296, nº 1 (1), folios 13-19. Aquí se hacen referencias muy explícitas a la conquista de Nájera por la fuerza y a las disputas anteriores entre la ciudad y los Manrique.
92 Memorial del pleito,p.34.

93 El hecho de que Cenicero sea considerado barrio de Nájera y bajo jurisdicción de esta última procede del acuerdo de incorporación efectuado entre ambos concejos que se lleva a cabo en Nájera el 25 de abril de 1337, hecho que forma parte de un proceso más amplio de integración de las aldeas en los alfoces concejiles y que cuenta con el beneplácito de la Corona, dado que la transferencia de bienes y vasallos significaba un incremento de las rentas del señorío de realengo. La razón que había impulsado a los vecinos de Cenicero a integrarse en la jurisdicción de Nájera venía dada por los continuos asaltos, saqueos y robos que sufría la aldea, una situación agravada por su cercanía a la frontera con el reino de Navarra. A consecuencia de todo lo cual, la aldea se hallaba yerma y despoblada. El acuerdo de incorporación estipulaba las condiciones que debía cumplir cada una de las partes. Así: el concejo de Nájera se obligaba a levantar una muralla de entre 3 y 5 tapias, según zonas, y 6 torreones en los puntos estratégicos. Además, debía mandar a poblar a Cenicero a 25 hombres. Los vecinos de ambas villas podían meter el ganado a pastar en los términos de la otra. Los de Cenicero podían llevar a vender vino y cereal a Nájera y debían contribuir al concejo de esta última en todos los impuestos. A cambio, los vecinos de Cenicero, hidalgos y labradores, serían vasallos del rey y vecinos de Nájera./ (De Tricio y Bobadilla no tenemos datos.) Recogido por Francisco Javier GOICOLEA JULIÁN en La ciudad de Nájera en la Baja Edad Media como espacio de poder político y social. Actas de la XII Semana de Estudios Medievales de Nájera (2001). I.E.R.. Logroño, 2002, p. 156.

 

 

 
 

 

 

 

 

AUTORES

DEMETRIO GUINEA MAGAÑA
Nacido en Nájera (La Rioja) en 1953. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, donde se licenció en Historia Medieval.
Es autor de Representaciones históricas en Nájera (1969-1993). Próximamente tiene previsto publicar la novela El escriba y el rey, y la edición crítica del guión Crónica Nájerense, de Justiniano García Prado. Ahora ultima su tesis doctoral sobre
La Iglesia en La Rioja durante la II República.

TOMÁS LERENA GUINEA
Nacido en Nájera (La Rioja). Sacerdote; miembro de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España.
Es autor de La Real Capilla y Parroquia de Santa Cruz de Nájera (1052-1900). Setecientos años de conflicto jurisdiccional, y de Crónica de la Real Parroquia de Santa Cruz de Nájera (1900-2000).

 

 

EDITA


 Revista riojana de cultura popular,
nacida para investigar, documentar y difundir
aspectos relacionados con el patrimonio etnográfico.
Director : Carlos Muntión Hernáez

 

 

 

 

 

LOS LIBROS DEL RAYO

 
 

De la bodega al merendero:
El valor social de las bodegas tradicionales en la Comunidad de La Rioja.
lñigo Jauregui Ezquibela
ISBN: 84-607-6168-1

 

El vino riojano...  remueve el sayal y empina el gusano.
Ensayo sobre la embriaguez de la mujer .
lñigo Jauregui Ezquibela
ISBN: 84-607-9996-4

 

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ISBN-13 : 978-84-935376-1-6/ ISBN-10 : 84-935376-1-6

 

La Navidad riojana.
Villancicos, aguinaldos, romances y leyendas.
(Libro acompañado de CD con 51 temas musicales)
Javier Asensio García y Helena Ortiz Viana

 

Memoria de los Caídos en la lucha revolucionar de Guatemala.
Registro de los miembros de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) caídos durante los años del conflicto armado 1971-1996.
Enrique Corral (coordinador). Fundación Guillermo Toriello (Guatemala)

 

La muerte a cuchillo.
Horroroso y sangriento drama ocurrido entre Los Molinos y  Pipaona de Ocón, provincia de Logroño, el día 29 de junio de 1885.
Un romance en el archivo: poética y realidad.
Alfonso Rubio Hernández
ISBN-13: 978-84-935376-2-3 / ISBN-10 : 84-935376-2-4

 

 


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