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El dominio musulmán sobre la Península no fue total; protegidos por las montañas y por su escasa vinculación al reino visigodo, asturianos, cántabros y vascones occidentales mantuvieron o acrecentaron su independencia y, en el peor de los casos, se limitaron a pagar tributos como símbolo de sumisión a Córdoba sin que los emires tuvieran el control del territorio ni pudieran impedir los avances de estas tribus hacia León y Galicia. Más al este, navarros, aragoneses y catalanes, aliados a los muladíes rebeldes a Córdoba o apoyados por los carolingios, crearon, sobre el año 800, reinos y condados en los que la autoridad cordobesa apenas fue efectiva, según tendremos ocasión de ver en estas páginas dedicadas a estudiar los orígenes y la evolución de los reinos y condados cristianos, cuya historia inicial aparece rodeada de leyendas que es preciso analizar. COVADONGA Y LOS ORÍGENES DEL REINO ASTURLEONÉS Hasta hace pocos años, la batalla de Covadonga (718 según unos autores, 722 según otros) marcaba el comienzo de la recuperación o, si se prefiere, de la reconquista, de la guerra que enfrentaría a cristianos y musulmanes durante siglos. A medida que se han ido conociendo y utilizando las fuentes musulmanes, la tesis reconquistadora ha perdido fuerza, y actualmente ningún historiador serio cree que Covadonga tenga la importancia concedida por sus inventores y cuantos han seguido al pie de la letra, sin discusión, las fuentes cristianas. Para los cronistas del Islam, Covadonga fue una de tantas escaramuzas libradas por una expedición de castigo y los montañeses asturianos residentes en zonas de difícil acceso; poco interesados los emires en controlarIas, se conformaban con evitar las campañas de saqueo de aquellos asnos salvajes, como los llama la crónica, enviando esporádicamente expediciones que recordaran la autoridad cordobesa y recaudaran los correspondientes tributos. La versión cristiana difiere totalmente de ésta y ha llegado a nosotros escrita, a fines del siglo IX, por los mozárabes -hispanovisigodos- expulsados o huidos de Al-Andalus a mediados del siglo. En los primeros momentos, los cristianos que prefirieron conservar su fe (mozárabes) fueron respetados por los musulmanes, quedando en sus manos parcelas de la administración que los conquistadores no podían atender por su escaso número o falta de conocimientos; mas a medida que aumenta la preparación de los musulmanes y se estanca o retrocede la de los mozárabes, la cultura islámica y sus formas de vida atraen a los cristianos, que paulatinamente desplazados de los cargos, ven cómo disminuye la tolerancia religiosa. La confluencia de estos factores en el segundo tercio del siglo IX, impulsará a algunos mozárabes a radicalizar sus posturas y a enfrentarse abiertamente a la religión islámica, aunque su actitud les lleve al martirio, que será equiparado al suicidio y prohibido por la jerarquía eclesiástica; los más radicales se refugian en los reinos cristianos y plasman en las crónicas sus intereses y pensamientos antimusulmanes: quienes combaten en Covadonga no son sólo los montañeses asturianos, sino también, y con papel de protagonistas, los restos del ejército visigodo, cuyo jefe, Pelayo, sirve de enlace directo entre el rey leonés del momento en que se escribe la crónica, Alfonso IlI, y la familia real visigoda. De esta forma, al hacer a los asturleoneses herederos de los visigodos se afirma que Alfonso y sus sucesores tienen el derecho y la obligación de expulsar a los musulmanes y de extender sus autoridades sobre todos los territorios que antiguamente habían pertenecido a la Monarquía visigoda. La idea de la unidad de Hispania bajo la dirección de los reyes leoneses tiene en Covadonga su punto de arranque y en los cronistas mozárabes del siglo IX los primeros defensores. La realidad, sin embargo, es muy distinta, y los orígenes del reino asturleonés hay que retrasarlos hasta mediados del siglo VIII, coincidiendo con la gran sublevación de los beréberes y el abandono por éstos de las guarniciones situadas frente a las tribus montañesas, siempre insumisas, contenidas en sus territorios desde la época romana, poco o nada controladas por los visigodos y rebeldes igualmente a los musulmanes. Covadonga nada tiene que ver con las ideas de unidad y defensa del cristianismo; es obra de tribus poco romanizadas que defienden su modo de vida, su organización económica -basada en la pequeña propiedad y en la libertad individual- frente a los musulmanes, herederos y respetuosos con la organización económico-social visigoda, que se basa en la gran propiedad y en la desigualdad social, en la existencia de señores y siervos. Sólo a mediados del siglo, cuando Alfonso I destruye las guarniciones abandonadas por los beréberes y lleva consigo en la retirada a los habitantes de las zonas devastadas, puede hablarse de los orígenes de un reino asturleonés cristiano o en vías de cristianización y con un fuerte contingente de hispano-visigodos que acabarán controlando política e ideológicamente el nuevo reino, independiente porque las guerras civiles entre los musulmanes impiden a los emires ocuparse de los rebeldes del norte; bastará que Abd al- Rahman I se proclame emir (756) y pacifique AI-Andalus para que el reino asturleonés vuelva a convertirse en vasallo de Córdoba durante los reinados de Aurelio, Silo, Mauregato y Vermudo (768-791). La política seguida por éstos, de amistad y sumisión hacia los musulmanes, no impidió, sino que alentó, quizás, la sublevación de los gallegos contra Silo y de los vascos durante todo el periodo.
El tributo de las Cien Doncellas y Clavijo La sumisión asturleonesa a Córdoba se expresa mediante la entrega de tributos; no todos están de acuerdo con el sistema y los descontentos se agrupan en torno a Alfonso II, proclamado rey a la muerte de Silo y obligado a refugiarse en Álava durante los años de Mauregato y del diácono Vermudo I, quien, tras ser derrotado, volvió al estado clerical. Si Alfonso I fue el creador del reino, a Alfonso II se debe el afianzamiento y la independencia; esto se reflejó, en el plano económico, en la supresión del tributo de las Cien Doncellas; en el plano eclesiástico, en la independencia de la iglesia astur respecto a la toledana; y en el político, en la creación de una extensa tierra de nadie a orillas del Duero, que separará durante dos siglos a cristianos y musulmanes. Según la tradición, entre los tributos debidos por los astures figuraba la entrega anual de cien doncellas, y si la leyenda no es cierta, pudo al menos serIo, pues sabemos que es frecuente, incluso en épocas posteriores, la entrega de mujeres de la familia real como esposas o concubinas de los emires y califas, y las fuentes musulmanas hablan de un activo comercio de esclavas entre los reinos del norte y Córdoba. En cualquier caso, el tributo de las Cien Doncellas plasma una realidad: el pago de unos impuestos que sólo cesará si el reino tiene fuerza militar suficiente para oponerse a los ejércitos que los emires envían para cobrarlos y castigar a los que se resisten. Alfonso II estaba en condiciones de negar los tributos gracias a las continuas sublevaciones de los muladíes de Mérida y de Toledo, apoyados por beréberes y mozárabes, que impidieron a los cordobeses lanzar sus habituales campañas de intimidación mientras en la zona oriental los muladíes del Ebro y los ejércitos carolingios actuaban con absoluta independencia o apoyaban a los rebeldes de Pamplona, de Aragón y de los condados catalanes. Esta realidad, sin embargo, se ha explicado de modo providencial: el fin de la contribución se habría logrado gracias a la intervención milagrosa del apóstol Santiago -cuyo sepulcro se cree descubierto en estos años-, que combatió al lado de Alfonso II y obtuvo una resonante victoria en Clavijo, batalla legendaria de fecha controvertida para los historiadores que en ella creen y con repercusiones que perviven en la actualidad. Los estudios actuales han demostrado que el apóstol Santiago difícilmente pudo venir a la Península en vida, y las posibilidades de que su cuerpo fuera enterrado en Compostela son escasas, pero esto no impidió que los hombres medievales lo creyeran y actuaran en consecuencia: convirtiendo a Compostela en lugar de peregrinación, haciendo combatir a Santiago en favor de los cristianos para liberarlos del tributo de las Cien Doncellas, y pagando, desde el siglo XII, el tributo de Santiago que perdura hasta el siglo XIX y del que es recuerdo la ofrenda que tradicionalmente hace al apóstol el Jefe del Estado Español. Si el reino de León tiene un protector celestial, también lo tendrá Castilla cuando se independice; es San Millán y a su monasterio pagan tributo los castellanos hasta épocas modernas. Aunque mitificada por las leyendas, la independencia asturleonesa constituye una realidad que trasciende el campo político y se extiende al eclesiástico porque los hombres medievales son plenamente conscientes de que no hay independencia real mientras el clero esté sometido a otras fuerzas politícas, situación que padecía el reino astur con sus clérigos dependientes, al menos teóricamente, del metropolitano de Toledo, en tierras musulmanas. La aceptación del adopcionismo por Elipando de Toledo ofrecería a Alfonso la oportunidad de romper los lazos con la iglesia musulmana, del mismo modo que Carlomagno, con el que Alfonso mantiene estrechos contactos a propósito del adopcionismo, se serviría de esta disputa religiosa para separar la diócesis de Urgel de la iglesia hispánica e incorporarla a la carolingia, al arzobispado de Narbona. La ruptura eclesiástica, propiciada por los escritos de Eterio, obispo de Osma, y de Beato de Liébana, fue acompañada de una fuerte visigotización del reino, a la que no seria ajeno un cronicón, hoy perdido, escrito hacia fines del siglo por algún monje mozárabe del séquito de Alfonso, en el que aparecería por primera vez la identificación de los reyes asturianos con los visigodos: se copia su organización y su código, el Liber Iudiciorum es adoptado como norma jurídica del reino. La organización politíco-juridica va acompañada de la eclesiástica: traslado de la metrópoli de Braga (abandonada) a Lugo, restauración de la sede de Iria, creación de un obispado en la capital del reino, Oviedo, y erección de numerosas iglesias y monasterios. Afianzado el reino, a pesar de los ataques musulmanes, Alfonso II inicia una politíca ofensiva: refuerza su control de Galicia, presta ayuda a los muladíes y mozárabes de Toledo y Mérida, ampara en sus tierras a los sublevados contra Córdoba, realiza ataques contra los dominios musulmanes llegando a conquistar, momentáneamente, Lisboa y obtiene un botín considerable que quizás no sea ajeno a las obras realizadas en Oviedo, donde se construirán palacios, baños, iglesias y monasterios, de los que se conserva la Cámara Santa de la catedral ovetense y la iglesia de San Julián de los Prados o de Santullano, en las afueras de la ciudad.
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CRISTIANOS Y MUSULMANES ENJUICIAN COVADONGA ... Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Aseuva, y el ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva. El predicho obispo subió a un montículo situado ante la cueva de la Señora y habló así a Pelayo: (Pelayo. Pelayo. ¿dónde estás?» El interpelado se asomó a la ventana y respondió: (Aquí estoy.» El obispo dijo entonces: Juzgo. hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas. ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece dificil. Escucha mi consejo: vuelve de tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos.» Pelayo respondió entonces: (¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la Iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?» El obispo contestó: (Verdaderamente, así está escrito.» Pelayo dijo: (Cristo es nuestra esperanza; que por este pequeño montículo que ves sea España salvada y reparado el ejército de los godos. Confío en que se cumplirá en nosotros la promesa del Señor, porque David ha dicho: (¡Castigaré con mi vara sus iniquidades y con azotes sus pecados, pero no les faltará mi misericordia!» Así pues, confiando en la misericordia de Jesucristo, desprecio esa multitud y no temo el combate con que nos amenazas. Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos.» El obispo, vuelto entonces al ejército, dijo: (Acercaos y pelead. Ya habéis oído cómo me ha respondido; a lo que adivino de su intención, no tendréis paz con él, sino por la venganza de la espada.» Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos.
De la Crónica de Alfonso III ... Dice Isa ben Ahmand Al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en Al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacar/e hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían qué comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo: (Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?» En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reinado de Pelayo duró diecinueve años y el de su hijo dos. Después de ambos reinó Alfonso, hijo de Pedro, abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado. Del Najh al-tib de AI-Maqqari (Trads. Lafuente Alcántara: Col. Obr. Ar. Ac. Ha. 1, 230; Y M. Antuña; SánchezAlbornoz Fuentes de la ha. hisp. mus., siglo VIII, 232).
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Avances hacia el sur En los cien primeros años de su historia, el reino astur permanece a la defensiva, protegido de los ataques musulmanes por las montañas y por las revueltas de los muladíes fronterizos, e intenta unificar el conglomerado de pueblos que lo forman: gallegos, astures, cántabros y vascos, en numerosas ocasiones enfrentados entre sí, o rebeldes al incipiente poder central. El carácter electivo de la Monarquía, aunque siempre dentro de una familia, favorece la formación de bandos nacionales en torno a los candidatos al trono y así, a la muerte de Alfonso (843), los gallegos apoyan a Ramiro I, y astures y vascos están al lado de Nepociano, pero bastará la derrota del segundo para que las tensiones se diluyan, para que todos se unan frente a los vikingos, desembarcados en el 844, e intenten adelantar las fronteras ocupando León. Esta será definitivamente conquistada por Ordoño I (850-866), a quien se debe la repoblación de ciudades como Astorga, Tuy y Amaya, y tras sus muros se instala una población campesina de relativa importancia. Este avance, esta nueva consolidación del reino, se relaciona una vez más con las sublevaciones muladíes, complicadas ahora con la oposición de los mozárabes al poder musulmán; los rebeldes contarán con el apoyo de tropas astures que, pese a ser derrotadas en las proximidades de Toledo, demuestran con su presencia en territorios tan alejados de los suyos la importancia adquirida por el reino. Aunque derrotados, los toledanos mantienen la revuelta y obligan a las fuerzas cordobesas a concentrar sus mejores tropas ahí, con lo que el reino asturleonés sólo queda amenazado en su frontera oriental por los muladíes del Ebro, cuyo dirigente, Musa ibn Musa, llamado el Tercer Rey de España, fue derrotado en Albelda (859), no lejos de Clavijo; los hijos de Musa mantendrán en adelante una política de amistad con los astures y servirán de freno a los cordobeses, que sólo en el año 865 lograrían derrotar a Ordoño. Nuevos conflictos entre muladíes y árabes permitirían al Alfonso III ampliar sus dominios con la conquista de Porto y Coimbra, y repoblar el norte de Portugal antes de firmar, en el año 883, un tratado de paz con el emir; esto no impediría realizar expediciones en busca de botín durante los años de sublevación de Umar ibn Hafsún, a cuya actuación deben en gran parte sus éxitos los reyes y condes cristianos de la época: independencia de los condados catalanes, afianzamiento del reino de Pamplona y expansión asturleonesa. Las campañas de Ordoño I y Alfonso III van seguidas del asentamiento sistemático de repobladores en las tierras ocupadas; ya en los años iniciales del siglo se habían producido las primeras ocupaciones o presuras a cargo de particulares que se apropian de tierras yermas y las ponen en cultivo, pero estas iniciativas están condenadas al fracaso, si los campesinos no se hallan protegidos de los ataques musulmanes, si no hay una repoblación oficial que se inicia con la reconstrucción de las murallas y la creación de nuevas fortalezas. Ordoño se encargará personalmente de la repoblación de León, confiará Astorga a su hermano Gatón, Amaya al conde de Castilla Rodrigo ... ; Alfonso III repuebla la tierra orensana en vida de su padre, encarga al conde Vimara Pérez la repoblación de Porto, a Hermenegildo Pérez la de Coimbra, a Diego Rodríguez la de Burgos ... En otros casos, los reyes ceden a nobles o eclesiásticos determinadas tierras con la obligación de ponerlas en cultivo, y de la modalidad de la repoblación dependerá la organización social. La presura individual dará lugar a la aparición de numerosos campesinos libres y pequeños propietarios; la colectiva, a extensas propiedades cultivadas por colonos o siervos, y serán éstas las que acaben imponiéndose y absorbiendo a los pequeños campesinos más o menos rápidamente, según el número y la importancia de las grandes propiedades existentes en cada zona. LA INTERVENCION CAROLINGIA La expansión iniciada en época de Carlos Martel y continuada por su hijo Pipino el Breve encuentra dificultades en el reino de Aquitania y en Provenza, que sólo fueron ocupadas en los años 759 (Provenza) y 760-768 (Aquitania). Las poblaciones de una y otra comarca no aceptaron de buen grado el dominio franco, y su proximidad a los dominios musulmanes y a las tribus independientes de los Pirineos supuso siempre un peligro que CarIomagno se apresuró a conjurar impulsando su acción más hacia el sur; las campañas del 778, terminadas con la derrota de RoncesvaIles -cantada en la Chanson de Roland-, son un claro intento de someter a los vascos de Pamplona, y serán éstos los que ataquen a la retaguardia franca y consigan alejar a los carolingios de los Pirineos orientales durante treinta años. Unidos a los banu Qasi del Ebro, los pamploneses mantendrán su independencia frente a Córdoba y contra Aquisgrán hasta que Amrús, valí de Huesca, ponga fin a la revuelta muladí en el año 806. Pamplona, aislada, acepta la presencia franca para protegerse de los ataques cordobeses, pero sólo hasta que sus aliados naturales, los banu Qasi, logran sacudirse la tutela omeya y ayudan a los vascos a expulsar a los condes francos, en el año 824. La desastrosa campaña del 778 tuvo una compensación en los movimientos independentistas iniciados en Gerona y Urgel-Cerdaña, cuyos habitantes buscaron la alianza con los francos contra los musulmanes y aceptaron la autoridad carolingia en el año 785. Si Abd al-Rahman I, ocupado en pacificar sus dominios, no pudo intervenir, no ocurrió lo mismo con Hisham, que recuperó las comarcas sublevadas y saqueó los territorios francos entre Narbona y Toulouse. El peligro musulmán era demasiado grave y CarIomagno presionó militarmente sobre Urgel, donde la presencia militar carolingia fue acompañada de la renovación eclesiástica tras la deposición y condena del adopcionista Félix de Urgel, en el año 798. Simultáneamente a los avances sobre Urgel, los carolingios toman Aragón, PaIlars-Ribagorza, Vic, Cardona y Pamplona; controlada la barrera pirenaica, CarIomagno intenta ocupar las ciudades de Huesca, Lérida, Barcelona y Tortosa como único medio de mantener sus conquistas, pero fracasó en todas las expediciones, excepto en la dirigida contra Barcelona, conquistada en el 801. El gobierno de los nuevos dominios fue confiado a personajes francos o a hispanovisigodos refugiados en las tierras carolingias: el gascón Velasco en Navarra; los francos Aureolo en Aragón, y GuilIermo, en PaIlars- Ribagorza; los hispanovisigodos BorreIl, en Urgel-Cerdaña, y Bera, en Barcelona. Estas comarcas habían aceptado a los carolingios para liberarse de los musulmanes, pero sus dirigentes aspiran a la independencia y pronto intentarán sacudirse la tutela franca; en Navarra, hacia el año 816-817, los Arista expulsan a Velasco; a la muerte de Aureolo de Aragón le sustituye un indígena, Aznar, que ocho años más tarde será depuesto, al aliarse el condado aragonés con los Aristas de Pamplona y con los banu Qasi frente a los carolingios ... En Barcelona, el conde Bera intentará seguir los pasos de navarros y aragoneses, y será destituido en el 820 por Luis el Piadoso, quien, en adelante, desconfiará de la nobleza indígena y entregará el gobierno de las comarcas fronterizas a personajes francos. La Marca Hispánica El uso de la expresión marca hispánica por los textos del siglo IX y la posterior unión política de los condados de la zona catalana, han hecho creer a los historiadores que las tierras limítrofes a los dominios musulmanes habían sido agrupadas en una entidad administrativa y militar con mando único; según esta teoría, del mismo modo que existía el reino de Aquitania habría existido en el Imperio carolingio una marca (frontera), dirigida por un marqués, cuya autoridad se extendería a todos los condados próximos a los dominios musulmanes. Esta marca en sus orígenes habría incluido las regiones de Toulouse, de Septimania y los condados catalanes; se habría fragmentado en dos hacia el 817 con motivo de la división del Imperio, realizada por Luis el Piadoso; al oeste habría quedado la marca tolosana (Toulouse, Carcasona y Pallars-Ribagorza), y al este, la marca Gótico-Hispánica, que comprendería los condados de Urgel-Cerdaña, Gerona, Barcelona, Narbona, Rosellón y Ampurias; la primera tendría como capital Toulouse y la segunda Barcelona, y los condes de ambas ciudades llevarían el título de duque o marqués como símbolo de sus poderes militares. La marca Gótico-Hispánica habría sobrevivido hasta el año 865, en que los condados de Narbona y Rosellón, situados al norte de los Pirineos, formarían la marca Gótica y los demás integrarían la Marca Hispánica propiamente dicha: con ello, de alguna forma podría asegurarse que las tierras catalanas estuvieron unidas, tuvieron unidad desde el siglo IX. Frente a las teorías de Pedro de Marca, desarrolladas precisamente durante la revuelta catalana de 1640, los estudios de don Ramón D' Abadal han probado que la denominación marca hispánica corresponde a un concepto geográfico; sirve a los cronistas para designar una parte de los dominios carolingios, pero no responde a una división administrativo-militar del Imperio, dirigida por un jefe único; la región conocida con el nombre de marca hispánica o regnum hispanicum se halla dividida en condados independientes unos de otros; cuando una misma persona está al frente de varios condados, recibe los títulos de duque o marqués para indicar su fuerza, pero estos condados pueden ser divididos por el rey, y de hecho se disgregan y reagrupan continuamente de acuerdo con la voluntad del monarca. Como norma general, cada condado tiene su conde y cada conde ejerce su autoridad sobre un solo condado, pero de esta norma se exceptúan pronto los condados sitos en zonas de peligro, donde para lograr una mayor coordinación en la defensa del territorio se acumulan en una misma persona varios condados: en el 812, Bera es conde de Barcelona, y Gerona está regido por Odilón, y tres años después, consecuencia de un ataque musulmán, Barcelona y Gerona se unen en manos de Bera ... La sustitución, en el año 820, del hispanovisigodo Bera por el franco Rampón y el nombramiento posterior de Bernardo de Septimania (826-844) es indicio de un peligro mayor que el que pudieran representar los musulmanes; los condes francos, altos personajes de la Corte carolingia, tienen una misión política muy concreta: poner fin a los afanes independentistas del conde de Barcelona-Gerona y de sus seguidores, que llegaron a aliarse a los musulmanes contra los carolingios. Sometidos los rebeldes, Bernardo de Septimania recibió, en premio a sus servicios o para facilitar la defensa del territorio, el condado de Narbona. Los condados catalanes dependientes La historia política de los condados catalanes durante el siglo IX resulta ininteligible si se ignora la historia del Imperio carolingio y no se tiene en cuenta que dentro del Imperio, cada conde (tanto hispano como franco) aspira a convertir en hereditario su cargo y las posesiones recibidas con él. Teóricamente, el emperador encarna toda la autoridad y todo el poder, gobierna por medio de asambleas anuales, a través de los administradores locales -los condes- y por mediación de los missi o delegados del rey con funciones de inspección. Centro de esta organización es el conde, al que se confían la administración, la justicia, la politíca interior y, en caso necesario, la defensa militar del territorio; su autoridad, prácticamente absoluta, es delegada, depende de la voluntad del rey y, en última instancia, del poder que éste tenga. Las guerras civiles provocadas por Luis el Piadoso, al dividir el reino entre sus hijos, obligan a los condes a tomar partido y, de acuerdo con las alternativas de la guerra, consolidan o pierden sus cargos; al mismo tiempo, cada candidato al trono se ve forzado a hacer concesiones a sus partidarios, con lo que la Monarquía, sea quien sea el triunfador, sale debilitada de la lucha y no puede evitar la formación de clanes y partidos con una fuerza tal vez superior a la de los condes oficialmente nombrados por el vencedor. La división efectuada por Luis el Piadoso entre sus hijos Pipino, Luis el Joven y Carlos el Calvo dio lugar a una sublevación en la que Bernardo de Septimania apoyó a los rebeldes, y al ser éstos vencidos fue destituido por el emperador en el año 832; también Gaucelmo, hermano de Bernardo, perdió los condados de Rosellón y Ampurias, que, junto a los de Barcelona, Gerona y Narbona fueron entregados al fiel Berenguer, conde de Pallars-Ribagorza y Toulouse. El nuevo conde no pudo mantener tan extensos dominios: el año 834, Galindo de Urgel-Cerdaña se apoderaba de Pallars-Ribagorza, el emperador premiaba a otro de sus fieles, Suñer, con el nombramiento de conde de Rosellón y Ampurias, y Bernardo de Septimania recuperaba los condados cedidos a Berenguer y unía a ellos el de Carcasona. Muerto Luis el Piadoso (840), Bernardo de Septimania apoyó a Luis el Joven contra sus hermanos Lotario y Carlos, y por su actitud perdía el condado al firmarse el tratado de Verdún (843); en éste, las tierras catalanas eran concedidas a Carlos el Calvo, quien confió los condados de Barcelona, Gerona y Narbona a Sunifredo, conde de Urgel-Cerdaña y hermano de Suñer de Ampurias y Rosellón; éstos no disponían de fuerza para hacer efectivos los nombramientos, y fueron derrotados por los fieles de Bernardo en el 848. Tras un período de inseguridad y anarquía, Carlos el Calvo pudo recuperar estos condados y poner al frente a personajes francos, uno de los cuales, Hunfrido, logró reunir de nuevo en sus manos Barcelona, Narbona, Rosellón, Ampurias, Pallars, Ribagorza, Toulouse y Carcasona. Hunfrido, al igual que sus antecesores (fueran éstos francos o hispanos) intentó hacer hereditarios los condados y se enfrentó abiertamente al rey, quien lo sustituyó por Bernardo de Gotia, al que nombró conde de Barcelona, Narbona y Rosellón (865-878), pero tampoco este cambio puso fin a las tendencias secesionistas y el monarca se vio obligado a combatir a Bernardo y repartir sus dominios entre Vifredo, Mirón y Suñer II, descendientes de los condes Sunifredo y Suñer, los expulsados por el hijo de Bernardo de Septimania en el año 848. Vifredo, conde de Urgel desde el año 870, recibió Barcelona, Gerona y Besalú; su hermano Mirón fue nombrado conde de Rosellón, y el primo de ambos, Suñer II, recuperó el condado paterno, Ampurias. Con ellos se inicia la dinastía catalana que perdura hasta 1410. Los condes independientes La tendencia a la hereditariedad de los cargos, visible en los intentos de los hijos de Bera y de Bernardo de Septimania de recuperar las funciones paternas, se observa igualmente en la política de los monarcas carolingios, que nombran condes a los hijos de Sunifredo y Suñer, treinta años después de la muerte de éstos; la función condal lleva consigo una serie de privilegios que no se extinguen con la deposición de los titulares: éstos o sus herederos disponen de fuerzas y riquezas suficientes para inquietar al poder, y para combatir a los rebeldes el rey está forzado a basarse en las grandes familias, en las dinastías condales, con lo que, indirectamente, contribuye a acentuar el carácter hereditario del cargo condal. La propensión a hacer hereditarios los cargos cristaliza a la muerte de. Carlos el Calvo (877); en un período de once años se suceden al frente del reino tres monarcas, ninguno de los cuales es capaz de conjurar el peligro normando ni los ataques musulmanes y, en consecuencia, dejan en gran libertad a los condes. Uno de éstos, Eudes, será elegido rey en el año 888, y la ruptura de la continuidad dinástica proporcionará a los condes catalanes el pretexto necesario para afianzar su independencia de idéntica forma que los condes de Flandes, los duques de Borgoña y Aquitania, los marqueses de Toulouse ... ; el Imperio carolingio ha desaparecido, es sólo un recuerdo al que se refieren los antiguos súbditos fechando los documentos por los años de reinado de sus monarcas, a los que, por lo demás, ignoran. La independencia se manifiesta en el reparto y distribución de los condados entre los hijos del conde; los condados no son ya bienes públicos, sino propiedades del conde, que, del mismo modo que distribuye sus tierras propias, reparte los condados entre sus hijos, llegando, si es preciso, a crear nuevos condados y dividir los existentes. Vifredo, muerto en el 897, dejará a su hijo Sunifredo el condado de Urgel; a Mirón II, los de Cerdaña y Besalú; a Vifredo, Borell y Suñer (conjuntamente) los de Barcelona, Gerona y Vic. Los tres últimos se mantendrían unidos y serían el núcleo de la futura Cataluña. La independencia política resulta insuficiente si no va acompañada del control de los eclesiásticos, y los reyes carolingios dieron el ejemplo al sustituir el clero adopcionista por el franco y al imponer en los monasterios de obediencia visigo da la regla benedictina; dentro del sistema carolingio, los eclesiásticos y su organización desempeñan un papel fundamental; la sociedad se organiza alrededor de parroquias y castilIos, y cada condado tiene su propio obispo, que contrarresta o complementa la acción del conde; por este motivo, los condes catalanes intentarán controlar a los eclesiásticos de su territorio sustrayéndolos a la autoridad eclesiástica franca y procurando evitar que obispos radicados en otros condados o dependientes de otro conde tengan autoridad en sus dominios. El primer intento de lograr la independencia eclesiástica se produce en el año 888, con la creación de un arzobispado en Urgel, del que dependerían las diócesis de Barcelona, Gerona, Vic y Pallars, donde surge un nuevo obispado a petición del conde Ramón I, que no se resigna a depender eclesiásticamente ni de los carolingios ni de los restantes condes catalanes. Esta primera tentativa fracasó a causa de la rivalidad existente entre los condes; aunque situada en los dominios de Vifredo, la nueva sede metropolitana benefició fundamentalmente a Ramón de Pallars y a Suñer de Ampurias; el primero obtuvo la creación de un obispado propio y el segundo logró del nuevo arzobispo la deposición del obispo de Gerona -del que dependía eclesiásticamente Ampurias- y el nombramiento para el cargo de uno de sus fieles. La negativa de Vifredo a aceptar esta sustitución llevó al arzobispo y a los obispos nombrados por él a reconocer como rey a Eudes; inseguro en sus dominios y ante el temor a un ataque franco, Vifredo reconoció a su vez al monarca, y con la ayuda del arzobispo de Narbona -de él dependían las sedes emancipadas- consiguió la supresión del arzobispado urgelitano y la deposición del obispo gerundense, mas no que desapareciera el obispado de Pallars.
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ORDOÑO IV ANTE AL-HAKAM II Introdujo a Ordoño en el salón Muhammad ben Al-Qarim ben Tumlus. Vestía una túnica de brocado blanco. de manufactura cristiana. y una capa de la misma calidad y color y se cubría con una gorra adornada con costosas joyas. Ordoño se trasladó desde su residencia de Córdoba a Medina al-Zahra acompañado de los principales cristianos de Al-Andalus: Walid ben Jaizuran, juez de los mismos. y Ubaid Allah ben Qasim, metropolitano de Toledo. Próximos ya al palacio, Ordoña hubo de seguir un camino a cuyos lados estaba formada la infantería, colocada en orden tan admirable que los ojos se quedaban asombrados por su uniformidad, y en tan apretadas filas que la mente se sorprendía de su número. Tal era la brillantez de sus corazas y armas, que los cristianos estaban estupefactos de lo que veían. Con la cabeza baja, los párpados entornados (por el asombro) y los ojos semicerrados (por lo mismo), llegaron hasta la puerta exterior de Medina al-Zahra, llamada Bab al-Akuba (Puerta de las cúpulas), donde desmontaron los que habían ido a esperar a Ordoño ... '" Cuando se halló ante el trono, se echó al suelo y permaneció algunos instantes en tal humilde posición; se levantó, avanzó unos pasos, se postró de nuevo y repitió tal ceremonia varias veces, hasta que llegó a poca distancia del califa. Le tomó y besó la mano, marchó luego hacia atrás sin volver la cara, hasta llegar a un asiento cubierto con una tela de oro, que había sido preparado para él a unos diez cúbitos de distancia del trono real, siempre asombrado por lo imponente de la escena. Los condes de su séquito, a los que se había permitido la entrada a la presencia real, avanzaron, postrándose repetidas veces, hasta el trono del califa, les dio éste a besar su mano y retrocedieron en seguida para colocarse al lado de su rey. Entre ellos estaba Walid ben Jayzuran, que era, como queda dicho, cadí o juez de los cristianos de Córdoba y que actuó de intérprete.
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Las continuas divisiones y reagrupamientos de los condados hicieron imposible que en cada uno existiera una sede episcopal, y en algunos casos el territorio de un condado perteneció eclesiásticamente a dos diócesis situadas fuera de los dominios del conde; para evitar la posible injerencia de extraños, sólo quedaba un recurso: favorecer a los monasterios de la zona y lograr para ellos la exención, es decir, fa independencia respecto al obispado correspondiente. A estas circunstancias debió parte de su grandeza el monasterio de Eixalada-Cuixá, fundado hacia el 840 por particulares y engrandecido por Mirón el Viejo, conde de Rosellón, que se hizo nombrar patrono del monasterio por Carlos el Calvo y logró importantes privilegios, entre ellos una relativa independencia del obispado de Elna. La dependencia de los condados catalanes del mundo carolingio ha hecho que se preste especial atención a la crisis del imperio para explicar la progresiva desvinculación de los condes, pero ésta sería inexplicable sin la existencia del mundo islámico; por un lado, la presencia de los musulmanes incita a la población a apoyar a los condes porque ve en ellos -únicos que de hecho defienden el territorio- a sus jefes naturales por encima del rey, cuya lejanía e impotencia le resta importancia ante los súbditos; por otra parte, es indudable que la separación de los condados se vio facilitada por las disensiones internas de los musulmanes; la existencia de un poder fuerte al sur de los Pirineos habría obligado a los condes a mantener lazos más estrechos con el mundo carolingio para evitar ser absorbidos por los omeyas. Ni cordobeses ni carolingios se hallaban en condiciones de imponerse a los catalanes. Gracias a las disensiones musulmanas, pudo Vifredo ocupar sin grandes dificultades la comarca de Vie, la extensa tierra de nadie entre carolingios y musulmanes, y crear en ella el condado de Ausona, el obispado de Vic y los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas; la fundación de estos monasterios obedece al deseo de repoblar las tierras conquistadas y de situar en ellas a los hijos de Vifredo: en el primero ingresa como monje Adulfo, que aporta a Ripoll la parte que le correspondía en la herencia paterna, y la primera abadesa del segundo sería Emma, hija del conde. A la muerte de Vifredo (897) y tras ser restaurada la dinastía carolingia en la persona de Carlos el Simple, los condes catalanes reconocieron de nuevo la autoridad monárquica, pero ésta ya no fue efectiva. Vifredo Borrell fue el último conde de Barcelona que prestó homenaje de fidelidad a los reyes francos, para conseguir el reconocimiento oficial de los derechos heredados y, posiblemente, para buscar ayuda frente a los musulmanes de Lérida que habían dado muerte a Vifredo I y obligado a evacuar Barcelona. Carolingios y muladíes en Aragón y Pamplona El valle del Ebro se sometió a los musulmanes, del mismo modo que el resto de la Península, sin oponer prácticamente resistencia; las escasas ciudades existentes y los puntos estratégicos (Pamplona, Zaragoza y Huesca) recibieron guarniciones árabes o beréberes y se islamizaron rápidamente al convertirse a la religión de los vencedores los jefes visigodos; las zonas montañosas, aunque sometidas al Islam, no fueron ocupadas, y sus habitantes se limitaron a pagar, cuando eran obligados, los tributos exigidos por los musulmanes. Las diferencias entre la montaña y el llano se agudizan tras la conquista musulmana: en la primera, sin una influencia directa árabe, no hay islamización, que es intensa en las ciudades y comarcas del llano por las ventajas de todo tipo que reporta el Islam; los valles del Pirineo representan la libertad política dentro de una economía agrícola-pastoril basada en la propiedad individual que alcanza prácticamente a todos sus habitantes; en el llano, de tierras más fértiles, predomina la gran propiedad heredada de la época romanovisigoda. Los intereses de uno y otro grupo humano son distintos, pero ambos tienen enemigos comunes en los carolingios y en los omeyas y se unirán frecuentemente contra unos y otros sin que por ello desaparezcan las diferencias que les distinguen y que irán acentuándose a medida que la población montañesa va cristianizándose. La separación respecto a Córdoba se inicia al mismo tiempo y por idénticas razones que en Cataluña: guerras civiles musulmanas e interés carolingio en dominar los pasos pirenaicos para prevenir nuevos ataques cordobeses; hacia el año 800, los valles de Pallars y Ribagorza están unidos al condado tolosano; la zona de Jaca está gobernada por el franco Aureolo, y seis años más tarde el gascón Velasco gobierna Pamplona en nombre de Carlomagno. El primer conde aragonés del que tenemos noticia es un franco, Oriol o Aureolo, que pronto fue sustituido (810) por un indígena, Aznar Galindo, quizá para lograr la adhesión de los aragoneses; a pesar de este cambio y coincidiendo con los primeros enfrentamientos entre Luis el Piadoso y sus hijos, García -yerno de Aznar- expulsó del condado a su suegro y con él, seguramente, a los partidarios de la vinculación con el Imperio carolingio, pues a diferencia de lo que ocurre en los condados catalanes, donde el dominio franco sustituye al musulmán, en los Pirineos occidentales, menos romanizados, los carolingios son rechazados una vez que han liberado el territorio de la presencia islámica. La influencia eclesiástica carolingia fue de mayor duración que la política y se manifestó en la creación de numerosos monasterios, como el de San Zacarías o San Pedro de Siresa, visitado en el año 848 por el mozárabe Eulogio de Córdoba, que halló en él numerosos libros desconocidos por los mozárabes y, seguramente, por los visigodos; pero este influjo carolingio perdió fuerza al producirse una importante migración de clérigos mozárabes que, a mediados del siglo IX, sustituyeron la organización y la cultura carolingia por la hispanovisigoda y crearon numerosos monasterios como el de San Juan de la Peña. Expulsado de Aragón, Aznar Galindo recibió del emperador el condado de Urgel- Cerdaña, al que su hijo Galindo uniría el de Pallars- Ribagorza; durante las guerras civiles carolingias de mediados de siglo y por razones poco conocidas, Galindo I perdió el control de Urgel y recuperó Aragón, donde, para hacer frente a la presión musulmana y carolingia, se vio obligado a buscar la alianza con el monarca navarro García lñiguez, de cuyo reino partirían las amenazas para la independencia de Aragón una vez debilitado el Imperio y fragmentados los dominios musulmanes por las sublevaciones muladíes de la segunda mitad del siglo. La expansión hacia el sur y hacia el este de los navarros cortaba toda posibilidad de ampliación del territorio aragonés y contra los navarros, Aznar II y Galindo II establecerán alianzas y pactos con los musulmanes de Huesca y con los condes de Gascuña, pese a lo cual no pudieron evitar que Sancho Garcés I de Navarra (905-925), con la ayuda de los arturleoneses, ocupara las zonas situadas al sur de Aragón y sometiera el condado a una discreta tutela que se reflejaría en el matrimonio de la aragonesa Andregoto Galíndez con el navarro García Sánchez, cuyo hijo Sancho Abarca uniría Aragón y Navarra, aunque el condado mantuviera su propia organización interna e incluso reforzara su autonomía con la creación de un obispado propio en los primeros años del siglo X; politicamente, y aunque bajo la suprema autoridad del monarca pamplonés, el condado será dirigido por los barones aragoneses. Navarros y aragoneses se independizan al mismo tiempo de los carolingios, pero mientras los segundos, quizá por influencia visigoda o carolingia, se mantienen en un cierto estado de subordinación que se refleja en el título condal de sus dirigentes, los primeros forman una monarquía; sus jefes adoptan el titulo de reyes con el que destacan su independencia frente a los carolingios y frente a los emires cordobeses. El carácter de esta monarquía durante el siglo IX nos es prácticamente desconocido, pero la escasa cristianización-visigotización del territorio y el rechazo de la influencia carolingia parecen indicar que los reyes no tenían otras características que las derivadas de su papel de señores naturales del país reacios a toda injerencia extraña; lo consiguen mediante una estrecha alianza con la poderosa familia muladí de los banu Qasi del Ebro, pero se enfrentan a ellos cuando su protección se hace excesiva. A fines del siglo VIII gobernaba Pamplona, en nombre del emir cordobés, un miembro de esta familia de conversos, Mutarrif, contra el que se sublevaron los pamploneses en el año 798; aliados a la familia pamplonesa de los Arista, los banu Qasi recuperaron Pamplona en el año 803 y extendieron su influencia hasta Zaragoza, pero su excesivo poder y las tendencias independentistas de los muladíes obligaron a intervenir al emir, que confió el gobierno de esta zona al valí de Huesca, Amrús, quien pocos años antes había puesto fin a la sublevación de los muladíes toledanos. Tras la muerte del vali, Carlomagno logró ocupar Pamplona, pero su dominio fue de corta duración. Los Arista, dirigidos por lñigo lñiguez, y los banu Qasi, bajo la dirección de Musa ibn Musa, expulsaron a los carolingios (816) y derrotaron a un nuevo ejército enviado por los francos ocho años más tarde. Debilitado el Imperio carolingio y defendido en el sur por los muladíes, el reino de Pamplona se afianza, aunque sin gozar de total libertad; es en cierto modo un protectorado de Musa ibn Musa, que alterna sus manifestaciones de independencia con la colaboración y sumisión a los emires cordobeses y arrastra en su política a los reyes de Pamplona. La ruptura entre navarros y muladíes se produce hacia el año 858, cuando una flota vikinga penetra por el Ebro hasta los dominios navarros y se apodera del rey García Iñiguez sin que Musa intervenga en favor de su aliado; libre éste tras pagar un cuantioso rescate, se une a los asturleoneses de Ordoño I y juntos vencen a Musa en la batalla de Albelda (859). Un año más tarde, los banu Qasi vengaban su derrota permitiendo el paso por sus dominios de un ejército cordobés que hizo prisionero a Fortún, hijo de García de Pamplona, que permanecería prisionero en Córdoba más de veinte años.
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La fragmentación del territorio muladí a la muerte de Musa (862) fue catastrófica para el reino asturileonés, ya que el foco muladí representaba una defensa indirecta frente a Córdoba: los ejércitos musulmanes en sus campañas de primavera y verano contra el reino astur vivían sobre el terreno y evitaban siempre que era posible el valle del Duero, prácticamente desierto, en el que los soldados no podían hallar alimentos suficientes; normalmente se dirigían al valle del Ebro para desde allí tomar la dirección oeste y penetrar en las comarcas leonesas, pero esto exigía la colaboración o la sumisión de los banu Qasi y mientras éstos mantuvieron su fuerza y su oposición al emir, las campañas cordobesas fueron limitadas. Divididos los banu Qasi, el reino asturleonés quedaba expuesto a los ataques cordobeses y se hacía preciso recrear una fuerza, un reino que impidiera o al menos debilitara esta amenaza; tanto Ordoño I como su hijo y sucesor Alfonso III hicieron frente a los emíres mediante una estrecha alianza con los hijos y nietos de Musa, y cuando éstos fueron derrotados y sustituidos por los tuchibíes, mediante un reforzamiento de las relaciones con Pamplona, donde la ausencia de Fortún Garcés permitió el ascenso de una nueva familia, la de los Jimeno, cuyo jefe, Sancho Garcés I (905-925), subió al trono con la ayuda asturiana.
El Regnum-imperium leonés La supremacía del rey asturleonés en cuanto heredero directo de los monarcas visigodos, según los clérigos mozárabes, se refleja en el título de emperador, de rey de reyes, que algunos clérigos leoneses dan a Alfonso III, aunque éste personalmente no utilice el título imperial. Con el traslado de la capital a León en los años iniciales del siglo X y la ocupación-repoblación de numerosos lugares en el valle del Duero, León es el reino cristiano más poderoso y su importancia se refuerza por la existencia del sepulcro de Santiago, que convierte a Compostela en la segunda sede apostólica de Occidente y le concede una cierta autoridad sobre los clérigos de los demás reinos y condados cristianos o, al menos, asi lo creyó el monje Cesáreo de Montserrat cuando a mediados del siglo pretendió restaurar la sede arzobispal de Tarragona y en lugar de acudir a Roma se hizo nombrar por los obispos leoneses. Si en el campo de las ideas la unidad era aceptada por algunos clérigos, en la práctica reyes y condes cristianos no aceptan la dirección leonesa: los obispos catalanes no concedieron validez al nombramiento de Cesáreo, la hegemonía real durante la segunda mitad del siglo X correspondió al reino de Navarra, cuyos monarcas intervienen en el nombramiento y deposición de los reyes leoneses; éstos fueron incapaces de mantener la unidad de sus dominios, de los que se independizaría Castilla y en los que los condes gallegos actuarían con gran independencia contando en algunos momentos con el apoyo de los musulmanes, que actúan de árbitros entre los aspirantes al trono leonés. Las diferencias entre los territorios que forman el reino surgen de nuevo en los años finales de Alfonso III, cuyos hijos se sublevan contra el monarca y, a su muerte, se proclaman reyes de León, Asturias y Galicia (años más tarde, los hijos de Ordoño II reinarán en León, Galicia y Portugal), aunque reconociendo la superioridad leonesa. Cuando Ordoño II (914-924) reconstruya la unidad del reino, los castellanos se negarán a secundar la política real de alianzas con Navarra por entender que favorecen la expansión de este reino por La Rioja a costa de los castellanos, cuyos condes son destituidos por no participar en la batalla de Valdejunquera (920), con la que Abd al-Rahman III recordó a los cristianos -leoneses y navarros- que los problemas internos de Al-Andalus habían finalizado y que, en adelante, impediría la repoblación de lugares estratégicos con San Esteban de Gormaz, Osma, Viguera ... La guerra civil, con intervención de Navarra, sucede a la muerte de Ordoño II, y León no recobra la unidad hasta el reinado de Ramiro II (931-951), que intenta unir a los cristianos contra el califa, apoya a los rebeldes toledanos, refuerza la alianza con Navarra e intenta atraer a los Tuchibíes del Ebro para enfrentarse a Abd al- Rahman al que derrota en Simancas (939), victoria que permite consolidar las posiciones leonesas en el valle del Duero y repoblar Sepúlveda, Ledesma y Salamanca. Las victorias frente a los musulmanes no impidieron que el conde castellano Fernán González se sublevara y pusiera las bases de la independencia del condado, efectiva a la muerte de Ramiro; con ella se inicia la decadencia del reino leonés, cuyos reyes son nombrados por castellanos y navarros, tan pronto aliados como enfrentados entre sí y ambos sometidos a la tutela de los omeyas, en cuya Corte hallan refugio los monarcas destronados y los aspirantes al trono y a la que acuden condes y reyes para buscar la salud (Sancho I fue curado de la obesidad que padecía) y apoyo militar o para reconocer su dependencia de Córdoba y pagar los tributos exigidos por los califas. ' Fernán González y Toda de Navarra ponen y quitan reyes a su antojo, llegando, si es preciso, a unirse a los musulmanes: depuesto Sancho I por el conde castellano, busca refugio en Pamplona y, posteriormente, en Córdoba, de donde regresan Toda y Sancho con tropas cordobesas que reponen al monarca tras haberse comprometido éste a devolver diez de las fortalezas de frontera ocupadas en los años anteriores; en Córdoba le sustituiría el rey depuesto; su sola presencia era una amenaza para la estabilidad del reino leonés, aunque navarros y castellanos estuvieran de acuerdo en apoyar a Sancho y contaran con la ayuda del conde de Barcelona; unos y otros fueron derrotados por al-Hakam (963) y Córdoba se convirtió en lugar de peregrinaciones de los condes de Barcelona, de Galicia, de Castilla y de Saldaña y de los reyes de Navarra y de León. La sumisión a Córdoba no evitará la destrucción por Almanzor de Zamora en el 981 ni la derrota de castellanos, navarros y leoneses ante Rueda en el mismo año, a pesar de lo cual los candidatos al trono leonés recurren al caudillo musulmán y sus tropas controlan el reino hasta el 987, saqueando Coimbra, Sahagún, Eslonza ... , con ayuda de condes gallegos y leoneses rebeldes, cuando Vermudo II intenta librarse del protectorado musulmán. Tras las campañas contra Santiago de Compostela en el 997, Almanzor será nuevamente llamado a actuar como árbitro entre el conde castellano y el portugués Menendo González, que se disputaban la tutela del nuevo rey, Alfonso V. El reino leonés, debilitado por las guerras civiles que se suceden desde mediados del siglo X, es incapaz de ampliar sus fronteras al disgregarse el califato y no puede evitar la presión castellana, que será sustituida por la navarra al morir el conde García (1029) e incorporarse Castilla a los dominios de Sancho el Mayor, cuyas tropas llegaron a ocupar León, donde algunos documentos dan a Sancho el título de emperador. quizá para indicar su poder y autoridad sobre tierras leonesas. Fernando 1, hijo de Sancho el Mayor, convertido en rey de Castilla en el 1035, derrotaría al último rey leonés Vermudo III dos años más tarde y se proclamaría rey de León. Castilla independiente El papel relevante que tendrá Castilla en la unificación de las tierras peninsulares ha motivado numerosos estudios sobre sus orígenes, en los que se quiere ver una cierta predestinación para la tarea que más adelante llevará a cabo; el carácter, la forma de ser de los castellano-leoneses han sido mitificados con frecuencia y más frecuentemente aún se ha identificado lo castellano con lo español, por lo que conviene detenerse en el origen del condado castellano. Al principio, Castilla no es sino la frontera oriental, escasamente poblada, del reino asturleonés, la zona más expuesta a los ataques cordobeses por el sur y a la penetración de los musulmanes del Ebro por el este. Al mismo tiempo, es una zona de predominio de llanuras, si se compara con las tierras montañosas del reino, y estas circunstancias harán de Castilla una comarca diferenciada. Por una parte, su población ha de ser eminentemente guerrera: cuando Alfonso I de Asturias aprovecha la sublevación beréber para desmantelar las guarniciones musulmanas, la población mozárabe de Castilla se retira a las montañas, donde es más fácil la defensa, y Castilla tendrá que ser repoblada en los siglos IX y X y lo será, en gran parte, por cántabros y vascos occidentales poco civilizados. es decir, poco adaptados al sistema de vida romanovisigodo. La libertad individual frente a la servidumbre gótico-asturleonesa será, pues, la primera característica de la población castellana, que alternará el trabajo de los campos con el ejercicio de las armas, dado el carácter fronterizo de Castilla, mientras en Asturias y León la guerra, como en época visigoda, es eminentemente una función nobiliaria. La montaña favorece, incluso hoy día, un tipo de hábitat disperso; la llanura permite la concentración de los pobladores en núcleos de relativa importancia y más aún cuando sólo la combinación de esfuerzos garantiza la supervivencia; frente a la dispersión campesina de las montañas asturleonesas se produce el agrupamiento castellano. Estas dos características: origen de la población y modo de asentamiento, son claves para entender Castilla y su historia dentro del contexto asturleonés. Sin una tradición visigótica fuerte, Castilla prefiere la costumbre ancestral, la decisión de hombres justos, a la ley representada por el Liber Iudiciorum visigodo, y cuando los castellanos creen sus propias leyendas las centrarán, en primer lugar, sobre los jueces de Castilla, representantes y defensores de la diferenciación jurídica respecto a los leoneses, diferenciación que no es sino la expresión de formas distintas de vida. Los repobladores de Castilla no conocen la jerarquización social acentuada que, derivada del mundo visigodo, se impone en el reino leonés, y las desigualdades que se observan entre los primeros castellanos proceden no de la herencia, sino de la función que cada uno puede desempeñar en una sociedad guerrera: será noble aquel que por su riqueza esté capacitado para combatir a caballo, pero su situación no difiere mucho de la de sus convecinos si exceptuamos una cierta benevolencia del fisco hacia estos caballeros villanos. El carácter fronterizo de Castilla no anima a instalarse en ella ni a la vieja nobleza visigoda ni a los clérigos mozárabes huidos de Córdoba, y en Castilla no existirán grandes linajes ni proliferarán, como en León, al menos hasta época tardía, los monasterios y las grandes sedes episcopales que son los dueños de la tierra, de la riqueza, y poseen la fuerza necesaria para someter a los campesinos libres que subsisten en las montañas asturleonesas o en las nuevas tierras repobladas. No se produce, por tanto, la concentración de la propiedad que se registra en otras zonas y se mantiene la libertad individual, que está además garantizada por la mayor resistencia que pueden ofrecer las comunidades rurales -comparadas con los campesinos aislados- a la absorción de sus bienes y personas por los grandes propietarios. El alejamiento de la frontera, la instalación de monasterios en Castilla en la segunda mitad del siglo X y la creación de una nobleza hereditaria favorecerán la pérdida de libertad y la disminución de los campesinos pequeños propietarios, pero mientras el campesinado de Asturias y León se halla en su mayor parte sometido a la nobleza laica o eclesiástica desde finales del siglo XI, las comunidades rurales de la Castilla originaria podrán, a mediados del siglo XIV, elegir su propio señor: en un caso habrá siervos, en otro hombres de behetría; la situación es diferente, pero unos y otros son campesinos dependientes de un señor. Las diferencias con la población asturleonesa acabarán provocando diferenciación política que se traducirá en la independencia lograda a mediados del siglo X bajo la dirección de Fernán González; pero mucho antes se han producido las primeras manifestaciones del particularismo poIítico castellano. Desde la creación de condados en Castilla (el primer conde conocido, Rodrigo, aparece documentado en el año 850), sus habitantes se ven obligados a erigir fortalezas que suplan la ausencia de defensas naturales, y desde ellas los condes no tardan en desafiar la autoridad de los reyes leoneses del mismo modo y por las mismas razones que desafían el poder carolingio los condes situados en zonas fronterizas. Esta oposición se halla atestiguada por la realidad o leyenda de la prisión de los condes castellanos en época de Ordoño II. El cronista Sampiro se limita a dar la noticia, pero omite las causas entre las que los historiadores han señalado la ausencia de las huestes castellanas en el desastre de Valdejunquera. Si así fuese, podría deducirse que los condes, que habían sufrido los primeros ataques de Abd al-Rahman y habían visto destruidas sus fortalezas y cosechas en el mes de junio, prefirieron dedicar sus esfuerzos a la reconstrucción y reparación del territorio antes que colaborar en la defensa del navarro Sancho Garcés I, al que apoyaba Ordoño II. Ya antes, uno de los condes castellanos, Nuño Fernández, había demostrado su independencia frente a Alfonso II, del que conseguiría, militarmente, la liberación de García I, acusado de conspirar contra su padre. El proceso de independencia de Castilla es en muchos puntos similar al de los condados catalanes; zona fronteriza y con una población que por sus orígenes y modos de vida distintos de la leonesa tiende a manifestar políticamente sus diferencias. La división de Castilla en numerosos condados, cuyos dirigentes no siempre actúan de acuerdo, permite a los monarcas de León mantener su autoridad sobre la zona, pero las necesidades militares exigen un poder unificado al que se llega cuando Fernán González, cuya fidelidad pretende asegurarse mediante el matrimonio de una de sus hijas con el heredero leonés, recibe de Ramiro II los condados de Burgos, Lantarón, Alava, Lara y Cerezo, que dan al conde fuerza suficiente para enfrentarse al monarca. Las dificultades internas de León a la muerte de Ramiro serán utilizadas por Fernán González para afianzar su independencia y ampliar sus dominios mediante una hábil política de injerencia en los asuntos leoneses: apoyo a Ordoño III, oposición a Sancho el Craso, nombramiento de un nuevo rey ... Combinando la sublevación armada con la sumisión y los pactos con Navarra -a favor de ésta pierde algunas plazas fronterizas-, Fernán González consigue mantener unidos los condados castellanos y transmitirlos a su hijo García Fernández (970-995), que actuará como señor independiente aun cuando reconozca la superioridad jurídica del monarca leonés.
Enfrentado a los mejores generales musulmanes, el conde castellano favorece a los campesinos que dispongan de un caballo apto para la guerra, les concede la categoría de infanzones (miembros de la nobleza de segundo grado) y con su ayuda ocupa diversas plazas en la zona del Duero. Hábil diplomático, alterna la guerra con la sumisión a Córdoba y provoca disensiones entre los musulmanes al atraer a su bando a uno de los hijos de Almanzor; no pudo evitar, sin embargo, que su propio hijo, Sancho, colaborara con los musulmanes, a pesar de lo cual su territorio fue atacado por Almanzor, del que, en vano, intentará conseguir Sancho la tutela del rey leonés Alfonso V. Desaparecido el peligro musulmán al producirse los enfrentamientos entre beréberes y eslavos, Sancho vende sus servicios militares a los primeros y de ellos obtiene la cesión de algunas plazas fronterizas en el valle del Duero, en el que se intensifica por estos años la labor de repoblación y se fortalece la autoridad condal hasta el punto de que a la muerte de Sancho (1017) el condado puede ser regido por un menor de edad, García. El peligro para el condado viene ahora no de León, sino de Navarra, y los castellanos intentarán evitar el riesgo de anexión mediante una alianza con los leoneses, el matrimonio de García con Sancha, hermana de Vermudo III de León, quien reconocería al conde el título real, es decir, la independencia castellana. El asesinato de García en León llevaría a los castellanos a entregar el condado a Sancho el Mayor de Navarra.
REINO Y CONDADOS ORIENTALES La rapidez y profundidad de los avances cristianos en la zona occidental sólo puede explicarse si aceptamos la relativa despoblación de esta zona y el escaso interés de los musulmanes por asentarse en ella tras el abandono de las guarniciones beréberes a mediados del siglo VIII. El valle del Ebro se encuentra mucho más poblado y sus dirigentes, árabes o miembros de la nobleza visigoda convertidos al islamismo, ofrecen una gran resistencia, por lo que los avances cristianos serán mucho más lentos. Reino de Pamplona y condado de Aragón Ya antes de la intervención carolingia, los pamploneses se habían negado a seguir pagando tributo a los musulmanes, y probablemente adoptaron la misma medida los habitantes del Pirineo aragonés; así unos y otros rompían el único lazo que los unía al mundo musulmán, con el que comienzan a tener fronteras en una línea extendida desde la sierra de Codés, en Occidente, hasta Benabarre, pasando por el valle de Berrueza, las estribaciones de Montejurra y el Carrascal hasta el río Aragón, en Pamplona; y desde el Aragón por Luesia, Salina, Loarre, Guara y Olsón, en el condado aragonés. Esta línea no fue superada hasta comienzos del siglo X por Sancho Garcés I (905-825), cuya subida al trono fue facilitada por el leonés Alfonso III, interesado en que los navarros cerraran el paso a los musulmanes del Ebro y a los cordobeses y protegieran el flanco oriental del reino.
Con la ayuda leonesa, Sancho I extiende sus dominios sobre Monjardin, Nájera, Calahorra y Arnedo, a pesar de la derrota sufrida en Valdejunquera; su expansión se realiza igualmente hacia el este por la cuenca del Aragón, con lo que se aísla al condado, que sólo puede extenderse por la orilla izquierda del Gállego y terminará uniéndose al reino navarro, aunque conserve sus instituciones y su propia personalidad. El artífice de la unión navarro-aragonesa con la que se inicia la hegemonia navarra sobre los reinos cristianos parece haber sido la reina Toda, regente de Garcia Sánchez I, al que casó con Andregoto Galindez de Aragón y al que hizo intervenir decisivamente en León a la muerte de Ramiro II. Toda, aliada a Fernán González o de acuerdo con los califas, nombra y depone reyes en León y pone en peligro la independencia de Castilla, cuyo conde tuvo que renunciar, en favor de Navarra, al monasterio de San Millán de la Cogolla; éste seria saqueado por Almanzor, al igual que Santiago de Compostela, a pesar de la sumisión navarra y leonesa a los musulmanes en los últimos años del siglo X: tanto Vermudo II de León como Sancho II de Navarra reconocieron su dependencia de Córdoba mediante la entrega a Almanzor de una hermana y una hija como esposas, respectivamente. Sancho III el Mayor (1005-1035) puede ser considerado como el primer monarca europeo de la Península y ejerce sobre los reinos cristianos un auténtico protectorado; como defensor y cuñado del infante García de Castilla, interviene en este condado, se enfrenta al monarca leonés y utiliza su título imperial al ocupar la ciudad de León; actúa como árbitro en las disputas internas del condado barcelonés; toma los condados de Sobrarbe y Ribagorza, obtiene el vasallaje del conde de Gascuña, y no sin razón puede afirmar que su reino se extiende desde Zamora hasta Barcelona. La autoridad de Sancho sobre las tierras cristianas es muy desigual: en casos como el castellano se hace efectiva mediante la ayuda militar a sus aliados; en otros, su hegemonía es reconocida gracias a una hábil combinación de la diplomacia y de las armas que le permite alternar los ataques al reino leonés con la creación en los dominios leoneses de un partido favorable al monarca navarro. En Gascuña y en Barcelona la autoridad de Sancho es más nominal que efectiva y adopta la forma feudal europea: Sancho tendrá como vasallo al conde Sancho Guillermo, al que apoya contra los señores de Toulouse y del que obtiene el vizcondado de Labourd, y a Berenguer Ramón I de Barcelona, cuya autoridad es discutida por su madre Ermesinda. En Sobrarbe y en Ribagorza, condados que oscilan entre Barcelona y Pamplona, la intervención de Sancho es directa y lo mismo puede afirmarse de Castilla tras la muerte del infante García. Estas zonas son anexionadas, pero en ningún caso se anula su personalidad: Castilla fue incorporada a Navarra previo el compromiso de Sancho de confiar el gobierno del condado al segundo de sus hijos, y cabe suponer que un acuerdo similar se firmaría en el caso de Sobrarbe y Ribagorza, según se desprende del testamento de Sancho. La anexión de estos territorios y el reconocimiento de la superioridad del monarca navarro sólo puede explicarse satisfactoriamente por la importancia adquirida por el reino, pero nuestra información sobre este punto es deficiente; sin duda, Navarra es un lugar privilegiado para el intercambio comercial, para el paso de mercancías entre la zona musulmana del Ebro y Europa, pero ignoramos la importancia de estos intercambios y su incidencia en la economía e historia navarras. Sancho, protector de las nuevas corrientes eclesiásticas representadas por Cluny, introduce su observancia en el monasterio aragonés de San Juan de la Peña y en el navarro de Leire desde los que se realiza una importante labor de cristianización de las masas rurales; a él se debe la reparación y modificación de los caminos seguidos por los peregrinos que atraviesan Navarra para dirigirse a Santiago de Compostela, y sus contactos políticos con el mundo europeo le llevan a concebir el reino como una monarquía. La unidad de ésta vendría dada por las relaciones feudales existentes entre sus hijos, entre los que distribuye sus dominios, aunque reservando la hegemonía, una cierta superioridad feudal a García, rey de Navarra, sobre sus hermanos los reyes de Castilla, de Aragón y de Sobrarbe-Ribagorza. Los condados catalanes La frontera cristiano-musulmana se estabiliza desde comienzos del siglo IX en la línea formada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf; queda entre las primeras una amplia zona de nadie que no será ocupada y repoblada hasta la época de Vifredo, aunque su ocupación definitiva se prolongue hasta fines del siglo X y sufra considerables retrasos a causa de los ataques de Almanzor. La repoblación fue hecha por el sistema de aprisio o presura controlada por los condes y por sus funcionarios y en ella colaboraron activamente la sede episcopal de Vic y los monasterios de Ripoll y de San Juan de las Abadesas, a los que se unen los nobles con sus siervos y vasallos y grupos numerosos de pequeños campesinos cuya situación y evolución histórica sería semejante a la de los instalados en Galicia y León. La fragmentación política es una constante en la historia de los dominios cristianos de la zona oriental, pero junto a esta corriente disgregadora coexiste una tendencia a la unidad, manifestada en el reconocimiento de un prestigio y de una autoridad superior de los condes de Barcelona, que intentarán en el siglo X unificar eclesiásticamente los condados catalanes mediante la reconstrucción de la metrópoli tarraconense, en la que se hallan interesados, además, por lo que supone de ruptura con el mundo franco representado por la archidiócesis de Narbona. Fracasado el intento de Cesáreo de Montserrat, citado en páginas anteriores, los condes de Barcelona recurrirán a Roma y lograrán que el obispo de Vic, Atón, sea nombrado arzobispo de Tarragona con jurisdicción sobre todas las diócesis situadas en territorio catalán: Barcelona, Gerona, Vic, Urgel y Elna, pero el nuevo arzobispado no sobrevivió al arzobispo, del que sabemos fue asesinado, quizá a consecuencia del revuelo provocado por su nombramiento, que no sólo separaba a la iglesia catalana de la franca, sino que ponía en manos del conde de Barcelona el control, a través de los eclesiásticos, del condado de Ampurias, politicamente diferenciado; habrá que esperar al siglo XII para que la metrópoli tarraconense sea una realidad. La unión de condados lograda por Vifredo el Velloso no le sobrevive: el condado de Urgel se unirá momentáneamente al núcleo barcelonés hacia el 940 para ser, una vez más, separado y permanecer independiente hasta el siglo XIII; también Cerdaña-Besalú permanece al margen del núcleo Barcelona-Gerona-Vic hasta los primeros años del siglo XII, como consecuencia del concepto patrimonial de los condes catalanes, que distribuyen los condados entre sus hijos del mismo modo que podían dividir las tierras de su propiedad. Este concepto patrimonial no impedirá, sin embargo, que se mantenga la unión de Barcelona-Vic-Gerona, aunque para lograrlo sea preciso atribuir los condados conjuntamente a dos o más hijos del conde, como ocurrió a la muerte de Vifredo (898), de Suñer (954) o de Berenguer Ramón I (1035). Situados entre los monarcas carolingios y los musulmanes, los condes de Barcelona se liberan de la tutela de los primeros mediante el recurso a la autoridad suprema del Pontífice romano, con el que se relacionan a través de los monjes cluniacenses, cuya regla adoptan en el siglo X la mayoría de los monasterios catalanes. Aunque debilitada la influencia franca, la ruptura abierta con los monarcas no era aconsejable mientras persistiera el peligro musulmán, y mientras los reyes pudieran ofrecer ayuda en caso de ataque. Fiados en este apoyo indirecto, los condes catalanes dirigen algunas expediciones contra los dominios musulmanes en la primera mitad del siglo X, pero al afirmarse la autoridad de Abd al-Rahman III y de sus sucesores, Borrel II (954-992) se apresura a reconciliarse con el califa y las embajadas catalanas alternan en Córdoba con las leonesas, castellanas y navarras, y rivalizan con ellas en probar la buena disposición de los cristianos hacia los musulmanes y su obediencia a los deseos califales, sin que por ello Barcelona se viera libre de los ataques de AImanzor (985), que destruyó sistemáticamente las capitales de los reinos y condados cristianos. La falta de ayuda franca ante estos ataques, la extinción de la dinastía carolingia definitivamente en el año 987 y el convencimiento de que nada podía esperar de los capetos fueron pretextos invocados por Borrel II para romper los lazos que unían al condado barcelonés con la monarquía franca; los catalanes de Urgel y de Barcelona actúan en adelante con total independencia, real y teórica, juntos colaboran con los eslavos en las luchas internas ocurridas en Al-Andalus a la muerte del segundo de los hijos de Almanzor, y los resultados de esta expedición, en la que saquearon Córdoba, son considerables: por primera vez los condes catalanes abandonan la política defensiva y emprenden una campaña que, pese a su relativo fracaso -en ella murieron el conde de Urgel y el obispo de Barcelona-, constituyó un triunfo psicológico de gran trascendencia; el botín logrado permitió una mayor circulación monetaria y una relativa activación del comercio; hizo posible la reconstrucción de los castillos destruidos por Almanzor y la repoblación de las tierras abandonadas y, sobre todo, sirvió para afianzar la autoridad del conde barcelonés frente a sus vasallos. La minoría de edad de Ramón Berenguer I (1018-1035) puso en peligro la obra de reconstrucción iniciada por Borrell II y continuada por Ramón Borrell; aun cuando los datos son confusos, parece seguro que entre Ramón y su madre Ermesinda surgieron desavenencias que fueron aprovechadas por la nobleza para independizarse del conde y que obligaron a los grupos en pugna a buscar la ayuda de fuerzas ajenas al condado. Ramón Berenguer parece haberse inclinado hacia Sancho el Mayor de Navarra, y Ermesinda contó con el apoyo de tropas normandas. La situación caótica provocada por estas diferencias, por la insubordinación de la nobleza y por la anarquía existente en el condado nos es conocida fundamentalmente a través de la actuación del abad Oliba, cuya personalidad llena la primera mitad del siglo XI catalán. Descendiente de los condes de Cerdaña, Oliba -monje de Ripoll, abad del mismo monasterio y del de Cuixá y obispo de Vic- actúa corno mediador en los conflictos surgidos entre los condes catalanes y entre éstos y sus vasallos y culmina su acción de pacificador con la difusión en Cataluña de las Constituciones de paz y tregua, en las que -hasta fines del siglo XIII- se basarían los condes de Barcelona para mantener pacificados sus dominios. Paralelamente a los esfuerzos realizados en el mundo laico para poner fin a la anarquía mediante la fijación de los deberes y derechos de señores y vasallos feudales, en el campo eclesiástico surge la institución de paz y tregua de Dios por la que se tiende a proteger los bienes eclesiásticos en todo tiempo y las personas de los fieles entre las últimas horas del sábado y primeras del lunes, es decir, en los días festivos, para facilitar el cumplimiento de los deberes religiosos. Oliba introduce estas constituciones en Cataluña: en 1027 en un sínodo celebrado en la diócesis de Elna; siete años más tarde, ordenaba en la diócesis de Vic el mantenimiento de la paz desde el jueves al lunes e incluía en ella -además de los fieles- a quienes acudieran al mercado de los lunes en la ciudad; en los años siguientes, junto a la paz en los días festivos y de mercado se ordenarán treguas en determinados períodos del año y, finalmente, será el poder civil, el conde de Barcelona, quien garantice la paz y tregua de Dios y la establezca en asambleas de clérigos y laicos que, al menos en el condado barcelonés, son un precedente claro de las Cortes medievales. El feudalismo peninsular La vinculación de un gran número de medievalistas a las corrientes históricas de tipo jurídico ha llevado a afirmar que en la Península sólo pueden ser considerados feudales los condados catalanes, directamente relacionados con el mundo carolingio; si esto es cierto por lo que se refiere a la organización temprana de la aristocracia militar, no lo es menos que todos los dominios cristianos de la Península se hallan en una situación similar a la de Europa durante este período y que, en definitiva, aunque no exista un feudalismo pleno, de tipo francés, sí se dan las condiciones económicas y sociales que permiten hablar de una sociedad en diferentes estadios de feudalización. En cada caso, las situaciones peculiares de la sociedad, la geografía, la abundancia o escasez de tierra, la posición militar, los orígenes de los pobladores, las modalidades de repoblación, las influencias externas ... influyen y determinan una evolución distinta de esta sociedad, en la que pueden verse todas las fases del proceso feudal: desde la existencia de señoríos aislados en Castilla hasta la organización estricta del grupo militar en los condados catalanes; pero no se trata de situaciones radicalmente distintas, sino de diferentes etapas de un mismo proceso y su estudio sólo puede ser abordado desde una perspectiva regional. Libres y dependientes La existencia de gran número de hombres libres en los reinos hispánicos ha servido para negar la feudalización del territorio, pero los defensores de esta idea olvidan con frecuencia que el proceso feudal, como todos los procesos históricos, es lento y que si en el siglo IX son numerosos los libres, en los siglos X y XI disminuyen y en muchos casos aparecen en los documentos cuando han perdido sus propiedades por venta o donación y con ellas la libertad personal. La abundancia de hombres libres en los tiempos iniciales se explica por el origen de los pobladores de los primitivos núcleos cristianos: habitantes de las montañas poco romanizadas, desconocen la gran propiedad y sólo llegarán a ella a través de un largo proceso que tiene ritmos diferentes en cada una de las zonas. En las tierras alejadas de la frontera, estén en Galicia, León, Navarra, Aragón o los condados catalanes, al surgir en ellas grandes iglesias o monasterios y conceder el rey o conde extensas propiedades a los nobles, aumentan los vínculos de dependencia y la presión sobre los pequeños campesinos; en las zonas fronterizas, la necesidad de atender a la defensa del territorio obliga al poder público a conceder numerosos privilegios a quienes habitan en ellas, privilegios que se traducen en el reconocimiento de la libertad individual y de la propiedad de los pequeños campesinos, hasta que la frontera se aleje y acaben imponiéndose nobles y eclesiásticos, dueños de grandes propiedades. El paso de la libertad a la dependencia puede realizarse directamente por medio de la encomendación que supone, por parte del campesino, aceptar como señor a un noble o institución eclesiástica a los que entrega sus tierras a cambio de protección, para volver a recibirlas ya no como propietario, sino como cultivador que reconoce los derechos señoriales pagando determinados impuestos o realizando diversos trabajos para el señor; en otros casos, el proceso de pérdida de libertad es más complejo: incluye una primera fase de pérdida de las propiedades en años difíciles y una segunda de pérdida de la libertad cuando el campesino sin tierras se ve obligado a aceptar las condiciones del gran propietario. Las múltiples modalidades empleadas para absorber la pequeña propiedad y reducir a dependientes a sus cultivadores impiden referirse a todas, por lo que nos limitaremos a citar algunos ejemplos de cada zona; en los condados catalanes, los condes, los funcionarios y los monasterios e iglesias se convirtieron rápidamente en señores de las tierras y de los servicios y derechos de los hombres que las habitaban, bien por compra, cesión real, usurpación o por entrega voluntaria, como en el caso de los dieciocho grupos familiares de Baén que entregaron en el año 920 todos sus bienes al conde Ramón I de Pallars para obtener su protección contra todos los hombres de vuestro condado, proceso documentado igualmente en las comarcas navarroaragonesas, donde los barones, aunque más tarde, por el hecho de gobernar un territorio y tener sobre los habitantes derechos judiciales y fiscales recibirían la encomendación voluntaria o forzosa de algunos campesinos; como afirma Lacarra, la plena propiedad (alodio) antes tan frecuente, tiende a convertirse en simple tenencia sometida a un censo. En los reinos occidentales, Sánchez-Albornoz ha podido probar la existencia de pequeños propietarios gracias a la utilización de los documentos por los que éstos ceden o venden sus bienes a nobles y monasterios. El pago de las deudas, de los daños causados a terceros, de los derechos y penas judiciales obligan a desprenderse de las tierras o a buscar un prestamista que exige como contrapartida la cesión voluntaria de las tierras que poseían los pequeños propietarios, quienes desprovistos de otros medios de subsistencia se verían obligados a emigrar siguiendo el avance repoblador o a entrar al servicio de monasterios y nobles como colonos; el proceso está documentado tanto en Galicia, en el caso del monasterio de Celanova y su administrador Cresconio, como en León; aquí los condes Pedro Flainiz y Fruela Muñoz utilizaron sus cargos para adquirir propiedades regaladas o vendidas a bajo precio por quienes tuvieron que aceptarlos como jueces, por quienes fueron liberados de la prueba caldaria, por los que esperaban el apoyo condal en las asambleas judiciales y por los inductores y autores de robos y delitos diversos. Los pequeños propietarios castellanos pudieron defenderse mejor de la presión nobiliaria y eclesiástica por el hecho de que los condes los necesitaban para mantener su independencia frente a León, Navarra y Córdoba y por no existir en Castilla hasta época tardía un clero organizado ni una aristocracia fuerte; la libertad castellana se vio favorecida por la existencia de comunidades rurales, que ya en el siglo X tenían una organización y una personalidad jurídica que permitía a sus habitantes tratar colectivamente con nobles y eclesiásticos. Colabora a la pervivencia de los hombres libres en Castilla la elevación a un cierto tipo de nobleza de los campesinos que tenían medios suficientes para combatir a caballo (caballeros villanos, que existieron también en los demás reinos y condados, aunque no alcanzaran la importancia que en Castilla). En el mismo fuero de Castrojeriz, del 974, que equipara a los caballeros villanos con los infanzones o nobleza de sangre y a los peones con los caballeros villanos de otras poblaciones, se alude a la modalidad de encomendación de los campesinos: en León quedan sometidos a un señor mientras viven y transmiten a sus hijos la dependencia, en Castilla conservan -al menos en teoría- la libertad de romper sus relaciones con el patrono, de moverse libremente y de elegir por señor a quien quieran. Este derecho y obligación de elegir señor se irá reduciendo con el tiempo y deberá ser elegido entre los miembros de un determinado linaje a los que se deben multitud de impuestos, claramente feudales: entrega anual de una cantidad fija en frutos o en dinero, obligación de proveer, tres veces al año, de alimentos y productos para la mesa, el lecho y la caballeriza del señor de sus hombres y de sus animales. Junto a los hombres libres figuran los libertos, cuyo modo de vida y situación es similar a la de los campesinos encomendados, ya que, al igual que en Europa, ha desaparecido la división tajante entre libres y no libres y se tiende a dividir la sociedad en propietarios y no propietarios; libertos y colonos son hombres de un señor (del propietario cuyas tierras trabajan) y transmiten su condición social a los descendientes, que no pueden abandonar la tierra sin permiso del dueño, al que están obligados a prestar una serie de servicios y a pagar bributos, por lo que, en ocasiones, se les conoce como tributarios y foreros; otros nombres utilizados para designar a los miembros de este grupo son los de hombres de mandación, iuniores, collazos, solariegos, vasallos en León y Castilla, y conmanentes y stantes en Cataluña para indicar su obligación de permanecer en la tierra; mezquinos será el nombre que se les dé en Aragón y Navarra. Libertos y colonos deben al señor censos y prestaciones personales de cuantía muy variable, pero consistentes, por lo general, en trabajar las tierras que se reserva el señor durante determinado número de días en las épocas de mayor trabajo agrícola: siembra, recolección, vendimia ... , en que deben abandonar las tierras que cultivan a título personal para atender las tierras señoriales, que obtienen gratuitamente el trabajo necesario en el momento preciso. Jurídicamente distintos de libertas y colonos son los siervos, que pueden ser vendidos como cosas, y con una situación parecida a la de los colonos por cuanto el señor prefiere liberar a los siervos y entregarles unas tierras para que las cultiven, pagando los censos y prestaciones habituales. Liberándolos, el señor actuaba de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, y dándoles tierras para que las pusieran en cultivo aumentaba sus ingresos, evitaba los gastos de manutención de los siervos, obtenía unos censos suplementarios y podía disponer del trabajo de estos siervos en las épocas en las que eran necesarios, prácticamente en las mismas ocasiones que cuando carecían de libertad. Al mejorar la suerte de estos siervos y empeorar la de libertas y colonos, ambos grupos se confunden y sólo pervivirán los siervos domésticos, que realizan diversos trabajos en la casa del señor: herreros, carpinteros, tejedores, que también desaparecen al regularizarse el comercio y ser posible obtener en el mercado, con menos costes y mayor. calidad, los objetos que producían.
Libres privilegiados Entre los grupos privilegiados figuran los nobles y eclesiásticos que poseen la tierra, los censos y prestaciones debidos por los campesinos que la cultivan y, en ocasiones, los derechos públicos. La acumulación de la propiedad en manos de nobles y eclesiásticos está directamente relacionada con las funciones militares y religiosas; los nobles reciben tierras en propiedad o en beneficio, feudo o prestimonio a cambio de comprometerse a defender militarmente el territorio. La Iglesia las adquiere a través de las dotaciones de iglesias y monasterios y de la liberalidad de los fieles, incitados a despojarse en vida de sus bienes como medio de obtener la salvación, de los legados piadosos hechos en el momento de la muerte y del cobro de los derechos eclesiásticos, entre los que adquirirán extraordinario valor los diezmos. La historia de la formación de este grupo privilegiado es la historia de la feudalización peninsular, cuyo proceso es más completo y visible en los condados catalanes. A comienzos del siglo IX coexisten en los condados catalanes dos estructuras administrativas y dos formas de vida: la de la población autóctona, agrupada en valles en los que predomina la pequeña propiedad y la igualdad social de sus habitantes, y la impuesta por Carlomagno, que divide el territorio en condados y confía su defensa a hispanos (miembros de la antigua nobleza visigoda refugiados en el reino carolingio) y a francos unidos al emperador por lazos de fidelidad y dotados con tierras situadas en zonas estratégicas que repueblan con ayuda de sus hombres. La aproximación entre ambos modos de vida y entre ambas estructuras es lenta, sufre avances y retrocesos, y el triunfo de la segunda, de la gran propiedad, no se producirá hasta los siglos XI-XII. Durante el siglo IX, el conde representa al monarca: en su nombre recibe los juramentos de fidelidad, hace cumplir las órdenes reales, concede los derechos de ocupación de tierras y entabla negociaciones con los musulmanes; es el encargado de administrar las tierras fiscales y las personales del rey, así como de la administración de los derechos reales (portazgos, censos, servicios personales de los súbditos ... ). Como jefe militar, se encarga de reclutar y dirigir las tropas y dispone de contingentes permanentes a sus órdenes; garantiza la paz en el territorio y preside los tribunales. El cumplimiento de estas funciones exige la creación de un cuerpo de funcionarios que actúan como delegados del conde, quien fija sus salarios y los paga mediante la atribución de parte de los beneficios y derechos condales; la creación de este sistema de gobierno -en el que vizcondes, vegueres, jueces, recaudadores de impuestos y procuradores judiciales del conde tienen amplios poderes-, va unida a la ruptura de la organización tribal de la población de los valles; éstos pierden su carácter administrativo al fragmentarse en castillos -que no son simples fortalezas, sino centros administrativos y militares dotados de un territorio propio- y agruparse en vizcondados y condados. A romper esta misma estructura ha colaborado igualmente la organización eclesiástica, que divide los valles en parroquias y los agrupa en obispados. Al frente de cada uno de estos organismos administrativos se hallan personas que se diferencian por sus funciones y a veces por su riqueza del resto de la población, aunque mantengan su carácter de funcionarios delegados del conde. La reorganización de AI-Andalus por Abd al- Rahman III tuvo importantes repercusiones militares en los condados catalanes al acelerar la construcción de castillos. El conde es incapaz de atender a la defensa de todas las fortalezas y de construir las necesarias y en ocasiones vende los castillos a las corporaciones eclesiásticas (obispado de Vic, catedral de Barcelona, monasterio de San Cugat ... ) o a los laicos que poseen suficientes medios para garantizar su defensa (vizcondes, fieles, vegueres o simples particulares enriquecidos) y en otros casos autoriza o tolera la construcción de castillos en zonas de frontera ocupadas por laicos o eclesiásticos. Los castillos que dependen del conde y tienen un distrito o territorio jurisdiccional siguen bajo la autoridad del veguer, cuyas funciones tienden a hacerse hereditarias al tiempo que el funcionario considera como propias las tierras unidas al castillo y los derechos sobre quienes habitan en el territorio: los vegueres se hacen propietarios, y en un proceso complementario, los dueños de castillos tienden a dotar sus fortalezas de un distrito a imitación de los castellanos dependientes del conde: se convierten en funcionarios de hecho. Pese a la pérdida de los derechos sobre los castillos, convertidos en propiedades privadas, el conde mantiene su autoridad sobre los vegueres en cuanto que éstos son sus fieles, están unidos a él por lazos de fidelidad; pero la preeminencia del conde se conservará mientras posea suficiente fuerza para imponerse a los súbditos y garantizar el ejercicio de la justicia. El debilitamiento del poder condal en los años iniciales del siglo XI y la crisis de la justicia oficial que de él deriva llevaron a las grandes familias catalanas a crear un sistema que les permitiera regular entre ellos, privadamente, sus propios problemas, mediante acuerdos o convenios feudales que pongan fin a los conflictos, anuden alianzas entre linajes fijando los deberes y derechos de cada una de las partes ... y regulen las obligaciones y derechos de quien recibe un feudo de castellanía, en el que se incluyen tierras, poderes sobre los campesinos y los ingresos que derivan del ejercicio de estos derechos militares y judiciales. A cambio, el castellano se obliga a guardar el castillo y a formar parte de la escolta del señor sin limitaciones de tiempo ni de espacio, en hueste (campaña defensiva) y en cabalgada (en territorio enemigo) contra cristianos y contra musulmanes. La organización interna de esta nobleza, cuyo afianzamiento equivale a la desaparición de los campesinos libres, propietarios de la tierra que cultivan, se completa mediante los acuerdos entre los nobles y el conde de Barcelona, reflejados en los Usatges, en el código feudal catalán. La situación de guerra constante en que se desenvuelven las sociedades navarra y aragonesa situadas entre carolingios y musulmanes es la causa de las primeras diferenciaciones sociales; a la población agrícola y ganadera se superpone en los siglos IX y X un grupo militar cuyos jefes, los barones, son los colaboradores directos del rey. Su número es reducido, pero su importancia social aumenta al confiarles los condes y reyes el gobierno de algunos distritos y dotarlos de tierras en plena propiedad, autorizar les a poner en cultivo otras, transmitir a éstas su carácter de libres e ingenuas, y entregar a los barones honores. tierras reales que el noble no puede incorporar a sus bienes patrimoniales. El honor comprende no sólo la tierra, sino también los tributos y derechos del rey sobre los que habitan en ellos, aunque el alcance de la concesión está fijado en cada caso por el monarca que se reserva siempre la mitad de las rentas y tiene libertad para cambiar el emplazamiento de las dotaciones; éstas se procura estén situadas lejos de las propiedades personales del beneficiario, con lo que se retrasa la patrimonialización de los honores. Los deberes de los barones como usufructuarios del honor son militares y judiciales: el servicio militar en ayuda del señor es obligatorio a expensas del barón durante tres días y retribuido cuando el tiempo de servicio sobrepasa los días señalados. En numerosas ocasiones los nobles reciben dos honores: uno en el interior; en la retaguardia, y otro en la frontera: el primero proporciona los ingresos necesarios para defender el territorio del segundo. De todos los reinos cristianos surgidos tras la invasión musulmana, el asturleonés fue más influido por la tradición visigótica a partir del siglo IX, y teóricamente debería haber sido el más feudalizado, si tenemos en cuenta que el reino visigodo se hallaba en el año 711 en un estado muy semejante al del Imperio carolingio cien años más tarde; sin embargo, la feudalización no fue completa por diversas razones, fundamentalmente porque en sus orígenes el reino fue creación de las tribus cantábricas y galaicas, entre las que predominaba la pequeña propiedad. No existió hasta época tardía una nobleza que pudiera imponerse, y las grandes propiedades no se formaron hasta el siglo X e incluso en estos casos la autoridad de los nobles sobre los campesinos estuvo limitada por el hecho de existir amplios territorios desiertos o poco poblados cuya ocupación era facilitada por el rey a los campesinos. Pero si no existió un feudalismo pleno, si estuvieron vigentes en León y Castilla instituciones claramente feudales como el vasallaje, el beneficio o prestimonio y la inmunidad que llevan a la constitución de señoríos laicos y eclesiásticos. Los reyes se rodearon de clientes nobles a los que se llama milites y milites palatii, que debían al monarca servicios de guerra o de Corte por los que recibían donativos en metálico o en tierras. Junto al vasallaje real se desarrolla el privado, y los nobles y eclesiásticos se rodean igualmente de milites; ya en el siglo X, los infanzones y milites del reino asturleonés estaban obligados a tener señor eligiéndolo entre los particulares o entre los municipios, y también desde comienzos del X se dan en Castilla las inmunidades, consistentes, según Sánchez Albornoz, en la prohibición de que los funcionarios reales, jueces, merinos o sayones entrasen en los dominios acotados, lo cual suponía en el propietario los siguientes derechos: percibir y requerir los tributos y servicios que los habitantes estaban obligados a pagar y prestar al soberano; administrar justicia dentro de sus dominios; cobrar las calumnias o penas pecuniarias atribuidas al monarca; recibir fiadores o prendas para garantía de la composición judicial; encargarse de la policía de sus tierras inmunes; exigir el servicio militar a los moradores del coto y nombrar funcionarios que sustituyesen a los del rey en las variadas misiones que les competían. La diferencia más importante entre estas propiedades inmunes, en las que el propietario tiene prácticamente las mismas atribuciones que el rey o conde en su territorio, y los grandes dominios o señoríos feudales de los siglos X-XI radica en que en el caso feudal se ha llegado a la situación inmunitaria -generalizada en todo el territorio- por usurpación de las funciones públicas, mientras que en el reino leonés y en Castilla el privilegio es una concesión del rey que puede revocar y otorgar libremente. La economía de los reinos cristianos Frente al predominio urbano y artesanal de AI-Andalus los reinos cristianos sólo pueden ofrecer una economía agraria y pastoril carente de moneda propia, sin proyección exterior importante y destinada fundamentalmente a la alimentación, vestido y calzado de sus habitantes, es decir, a la satisfacción de las necesidades vitales. El estado actual de nuestros conocimientos no permite establecer diferencias importantes entre la zona occidental y la oriental, ninguna de las cuales ha sido bien estudiada. Durante los primeros tiempos debió predominar en ambas zonas la ganadería sobre la agricultura, lo que se explica por la situación geográfica de los dominios cristianos; los avances hacia el sur harían posible el cultivo de tierras de cereal y de viñedo que aparecen reflejadas en los documentos, aunque ignoramos la importancia de unas y otras por desconocer en la mayoría de los casos la extensión de las tierras. Por lo que se refiere al reino asturleonés, la economía agrícola-ganadera viene atestiguada por la equivalencia entre el sueldo de plata, el modio de trigo y la oveja, que se utilizan en numerosos casos como moneda real ante la insuficiencia o inexistencia de moneda. Puede aceptarse, con Sánchez-Albornoz, que si esta economía no se retrogradó a un estadio simplista de pura economía natural fue porque el reino de Asturias tenía detrás la etapa de economía monetaria visigoda y vivió en contacto con la Europa carolingia. en la que nunca desaparecieron por completo la industria y el comercio, y también con la España musulmana, que conoció una vida económica intensa. La naturaleza de los documentos conservados, en su mayoría títulos de propiedad, impide conocer el valor de los: objetos empleados en la vida diaria y de los productos alimenticios, pero la lista de objetos y productos vendidos es altamente significativa: figuran en primer lugar los articulos de lujo (ornamentos eclesiásticos, alhajas, paños de gran valor y costosas sillas de montar) que alcanzan precios elevados y proceden en su mayoría del exterior. Dentro de la producción local, los mayores precios corresponden al ganado equino y mular; siguen los utensilios de comedor, dormitorios y prendas de vestir, que podemos incluir entre los objetos de lujo (escudillas de plata, camisas de seda, mantos de piel y paños o vestidos) y, en último lugar, figura el ganado vacuno, objetos de uso diario (colchones, lienzos, pieles de conejo o cordero), ganado asnal, ovino, caprino y de cerda. Esta graduación obedece a la importancia del caballo como arma de guerra, y la mayor o menor proximidad de la frontera musulmana explica que su precio sea más bajo en Galicia que en León y en este reino que en Castilla, donde poseer uno bastaba para acceder a un cierto grado de nobleza que conocemos con el nombre de caballería villana. La abundancia de tierras y de pastos y, en consecuencia, de ganado, lleva a una depreciación de estos productos mientras que la falta de mano de obra especializada y la necesidad de dedicar todas las fuerzas a la producción agraria y a la defensa del territorio dificultaron la fabricación de objetos manufacturados que, ya fuesen producidos en el reino e importados, adquirieron precios exorbitantes. Los bienes raíces, iglesias, tierras cultivadas o yermas, molinos ... son igualmente baratos si comparamos sus precios con los artículos de lujo o, simplemente, con los productos manufacturados de uso diario, lo que puede explicarse en cuanto a la tierra por su abundancia. Iglesias y molinos carecen de valor por su reducido tamaño y por la rusticidad de su construcción. Es interesante señalar que los objetos de lujo de alto precio se encuentran en la mayoría de los casos en zona gallega, donde se ha creado una aristocracia territorial importante que dispone de ingresos suficientes para comprar. Los utensilios manufacturados se hallan más extendidos, pero su abundancia es mayor en Galicia y en el norte de Portugal que en León y Castilla, mientras que los arreos de cabalgar, las armas y el ganado caballar alcanzan precios superiores en León y Castilla por ser necesarios para la defensa del territorio y porque la guerra es una fuente constante de ingresos, una de las bases de la economía de los reinos cristianos. La escasez de las transacciones comerciales y su reducida importancia no exigían grandes cantidades de moneda, y la falta de recursos minerales o de conocimiento para explotarlos no permitió a los reyes y condes la acuñación de numerario, por lo que se utilizaron las monedas existentes de época anterior: trémises y sueldos visigodos y suevos, y las circulantes en Occidente y en Al-Andalus: sueldos, dinares y dirhems siempre en pequeñas cantidades, pues hasta la segunda mitad del siglo X, según hemos señalado, la mayor parte de los pagos se realizan en productos, sin recurrir a la moneda. Los documentos de los monasterios leoneses y castellanos recientemente estudiados confirman esta idea: en Cardeña, hasta los años 60-70 del siglo X abundan los pagos en productos y la escasa moneda existente se halla en manos de los monjes y sólo en pequeña medida es utilizada por los campesinos de la zona. Algo semejante ocurre en Sahagún: se paga en ganado hasta el 970, y el tipo de animales entregados depende de las características geográficas de cada región: en la montaña predomina el pago en ganado ovino; en el páramo se alterna el pago en bueyes, vacas y ganado lanar, y en la llanura, zona eminentemente agrícola, no hay menciones de pago en ganado ovino, pero si en vacuno y, sobre todo, en cereales. Los datos sobre útiles de labranza son prácticamente inexistentes; en cambio, abundan, relativamente, las menciones de tierras de regadío y los molinos hidráulicos, que se hacen más frecuentes a partir del año 1000, lo que sería índice de un progreso agrícola considerable que, sin duda, hay que poner en relación con el incremento demográfico, visible éste en la roturación de nuevas tierras. Los documentos de Sahagún nos permiten conocer los diversos paisajes agrarios e imaginar las técnicas de cultivo. Las vegas de los ríos aparecen densamente pobladas en la llanura y son campos abiertos dedicados preferentemente a la obtención de cereales que coexisten con las zonas de prados y huertos, cercados. En el Páramo leonés, los campos alternan con el bosque de encina, roble y fresno y con el monte bajo, y puede afirmarse la intima asociación entre agricultura y ganadería con tendencias claras a dar preferencia a la primera; el monte está destinado a la roturación: mientras la parcela inicialmente explotada podía dar fruto, el campesino acondicionaba otras dentro del bosque, parcelas que pondría en cultivo al agotarse la fertilidad de la primera. De esta forma, cultivando durante una serie de años sucesivos la misma parcela para trasladarse a continuación a otra y de ésta a una tercera recién acondicionada, el campesino va ampliando el espacio cultivado. La situación es similar, en líneas generales, en los condados catalanes, en los que, al igual que en Navarra o Aragón, puede hablarse de una economía basada en la explotación de la tierra, según ha demostrado D' Abadal para los condados de Pallars y Ribagorza. Junto con los cereales (trigo, centeno, cebada y mijo) se cultiva la viña en la zona baja prepirenaica y los productos hortícolas. El mercado, de carácter local, existe lo mismo que en Castilla o León y los productos se valoran en moneda, pero la forma general de pago es en especie en el siglo IX y en moneda desde fines del X, lo que reflejaría una mejora considerable en la situación económica de estos condados. Sin duda, la situación era algo diferente en el condado de Barcelona, para el que se han podido reunir más de quinientos documentos -el primero fechado en el año 880 y los últimos en el 1010- en los que el pago se efectúa en moneda, pero de esta enorme masa documental, sólo 63 diplomas son anteriores al año 970. El carácter marítimo y la facilidad de paso entre Europa y la Península a través del territorio barcelonés influyeron en el condado, que actuó como intermediario entre carolingios y musulmanes y, por esta razón, tuvo una economía más monetizada que los demás territorios cristianos, pero la base de la riqueza sigue siendo la tierra. Los condados catalanes utilizan igualmente las monedas preexistentes, a las que se añaden las carolingias y, a últimos del siglo X, la moneda de oro musulmana. La integración de estos condados en el Imperio facilitaría la difusión, al menos teórica, de la moneda reformada y centralizada de Carlomagno, y al disgregarse el Imperio, los condes usurparon el derecho de acuñar moneda, en nombre del emperador o a titulo personal desde la época de Borrell II. La moneda carolingia comprende como monedas de cuenta la libra y el sueldo y como moneda real, el dinero, que equivale a 1/12 del sueldo y éste a 1/20 de libra o, lo que es lo mismo, 1 libra = 20 sueldos, 1 sueldo = 12 dineros. El predominio de la economía y de la población agraria no quiere decir que no existieran centros urbanos de relativa importancia: lugares de residencia de las autoridades eclesiásticas, ante todo, las ciudades acogen al mismo tiempo los organismos de la administración, especialmente en Cataluña, donde se pasa de una organización tribal que tiene como marco los valles geográficos a otra religioso-política organizada en torno a parroquias-castillos en la escala inferior y a obispados-condados en la superior. El interés de cada conde por completar la independencia política con la eclesiástica llevó a crear sedes episcopales en el centro de cada condado que, de este modo, se convirtió pronto en lugar de atracción de los productos campesinos. Atraídos por este mercado, los campesinos incrementan su producción, y las ventas efectuadas les permiten participar de la moneda reunida por los laicos gracias al botín y por los eclesiásticos merced a las donaciones piadosas. Este dinero servirá para adquirir mejores útiles y animales de tiro, para perfeccionar el regadío ... , es decir, para el progreso de la agricultura, base del despegue artesanal y urbano que se observa en los condados catalanes de la costa a partir del año 1000. Aunque en menor medida, puede hablarse de una atracción similar de la ciudad sobre el campo en la zona occidental de la Península. Sánchez-Albornoz ha reconstruido la vida de la ciudad de León en el siglo X, y a través de los documentos por él utilizados sabemos que a este centro urbano acudían junto a hebreos con artículos de gran precio destinado a satisfacer las necesidades de lujo de los grupos dirigentes, campesinos que intercambiaban sus animales, que vendían el ganado caballar indispensable para la guerra y para el prestigio social de los ciudadanos, que abastecían las tiendas permanentes de la ciudad o vendían sus productos alimenticios en el mercado semanal.
Bibliografía: Abadal, R., Deis visigots als catalans, II, Barcelona, 1969; Abadal, EIs primers comtes catalans, Barcelona, 1958; Lacarra, J. M., Aragón en el pasado, Madrid, 1972; Lacarra, J. M., Estudios de historia navarra, Pamplona, 1971; Lacarra, J. M., Historia del reino de Navarra en la Edad Media, Pamplona, 1975; Pérez de Urbel, F. J., Historia del condado de Castilla, Madrid, 1970; Sánchez-Albornoz, C., Despoblación y repoblación del valle del Duero, Buenos Aires, 1966; Sánchez Albornoz, C., Origenes de la nación Española. El reino de Asturias, 3 vols., Oviedo, 1972-75. Sánchez-Albornoz, C., Viejos y nuevos estudios sobre las instituciones medievales españolas, 3 vols., Madrid, 1976-1980; Vigil, M., y Barbero, A., Sobre los orígenes sociales de la reconquista, Barcelona, 1974; Vigil, M., y Barbero, A., La formación del feudalismo en la Península Ibérica, Barcelona, 1978.
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