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Gonzalo de Berceo es el primer poeta castellano de cuyo nombre queremos acordarnos1. La más extensa de sus obras, Milagros de Nuestra Señora, tiene al principio un proemio de 46 coplas que no consta en las colecciones latinas paralelas a su presunta fuente2. Éste reviste la forma de una pequeña historia que cuenta cómo el poeta se encontró un día en un hermoso prado:
Sigue una descripción morosa del locus amoenus:
La escena pertenece al ámbito literario e iconográfico del hortus conclusus o vergel cercado, tipología que nos induciría, quizás, a esperar un desenlace amatorio, como ocurre en la Razón de amor, casi coetánea (¿ca 1230?), que comienza «en el mes d'abril [...] so un olivar» (v. 1-2): Sobre un prado pus mi tiesta; que nom' fiziese mal la siesta, partí de mí las vistiduras; 35 que nom' fiziés mal la calentura, plegém' a una fuente perenal. Nunca fue omne que viés tal, tan grant virtud en sí avía que de la fridor que d'hi ixía 40 cient pasadas aderredor non sintríades la calor. Todas yervas que bien olién la fuent cerca sí las tenié: hi es la salvia, hi son as rosas, 45 hi el lirio e las violas; otras tantas yervas hi avía que sól' nombra[r] no las sabría, mas el olor que d'hi ixía a omne muerto ressucitaría. 50 Pris del agua un bocado, e füi todo esfriado3. Este jardín enmarca un encuentro con una bella doncella («Toliós' el manto de los ombros, / besóme la boca e por los ojos», v. 126-127); el prado de Gonzalo es distinto, como veremos a continuación, pero en ambos poemas observamos la misma estética formal, la cual presenta analogías con ciertos aspectos del arte medieval. La naturaleza descrita en ellos dista mucho de ser natural; los elementos de artificio delatan una esquematiza-ción figurativa que sirve para sugerir la presencia de una fuerte carga simbólica. Es evidente, por ejemplo, que los deleites del prado berceano son ordenados para satisfacer a cada uno de los cinco sentidos: «verde, cobdi-ciaduero» (la vista), «davan olor sobejo las flores bien olientes» (el olfato), «fuentes en verano bien frías, en ivierno calientes» (el tacto), «frutas [no] podridas ni azedas» (el gusto), «udí sonos de aves dulces e modulados» (el oído). Sobre esta armazón se teje una serie de arabescos basada en oposiciones binarias (calor vv. frío, sol vv. sombra, movimiento vv. reposo). Otro ejemplo de este predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad son las metáforas tomadas de la polifonía medieval para describir el canto de los pájaros como si fuera un concierto harmónico de voces e instrumentos:
El poeta logra distanciar la escena de cualquier realidad cotidiana jugando con las dimensiones del tiempo y del espacio, técnica que recuerda la falta de perspectiva y el aplanamiento del tamaño relativo de los cuerpos en la pintura gótica. ¿Cuándo se produce la aventura en el prado, y cuánto tiempo pasa Gonzalo allí? No podemos adivinarlo, porque lo representa simultáneamente bajo dos cielos, veraniego e invernal —o sea, sub specie aeternitatis—
Por otra parte, si preguntamos cuán grande es el prado, o cuánta gente se encuentra allí, sentimos de nuevo la falta de perspectiva, ya que el poeta lo representa lleno de criaturas y con una plenitud que se prolonga eternamente:
Está claro, pues, que este prado no pertenece al mundo sublunar, a nuestro «siglo». Conviene recordar que Gonzalo no es jamás tan simple como parece; cuando dice «Nunca trobé en sieglo logar tan delectoso» (6a), se expresa con nítida precisión. Explicita más adelante:
Tales indicios nos inducen a interpretar la aventura del prado como un sueño-visión. Lo mismo se ha notado de la mise en scène de la Razón de amor*. El sueño alegórico más conocido de la literatura inglesa, Piers Plowman (ca 1380), abre con una compositio loci parecida:
¿Cuál es la función del formalismo crespo y vidrioso de estas descripciones de jardines conjeturales, con sus fuentes cristalinas y flores esmaltadas? La finura de sus pinceladas no apela a los placeres de la mimesis realista, sino que constituye, en palabras de Paul de Man, una «caligrafía» ornamental que tiene el efecto de señalar que cada objeto tiene un sentido figurado6. Asi, por ejemplo, entendemos inmediatamente que la torre alta y elegante (trylyy-maked), la sima profunda, y el prado intermedio de Langland representan el cielo, el infierno, y el mundo. Algo similar resulta ser el caso con la «entegredat» y verdura del prado o el concierto sobrenatural de los «sonos de aves» en Gonzalo de Berceo; nos las habemos con una naturaleza llena de correspondances metafóricas. El término baudelaireano sirve no sólo para sugerir cierta semejanza con su estética (la naturaleza como «temple» o «forêts de symboles»), sino también una diferencia capital: para los poetas medievales no se trataba de «confuses paroles» ni de «longs échos qui de loin se confondent», sino de significados explícitos y explicables. Así manifiesta Gonzalo de Berceo en la segunda parte de su proemio (30 & s.), donde expone la glosa de su texto, comenzando con una nueva invocación a su público:
Sucede algo parecido, aunque esta vez sin ser explicitado por el autor, en la Razón de amor, donde la irónica disyunción entre la primera parte del poema y la segunda que introduce los denuestos del agua y el vino debe de funcionar en clave alegórica, como una relación texto-glosa7. Consecuente con la tesura artificiosa del proemio berceano, la extensión de la glosa duplica exactamente la del texto (1 copla de invocación + 14 —1 copla de invocación + 28). La exégesis consiste en conjugar cada detalle del exterior (corteza, «lo de fuera») con una clave alegórica para revelar la verdad interior (meollo, «lo de dentro»)8. La romería de Gonzalo resulta ser una alegoría de la vida humana; su meta —la de toda romería, de la vida humana— es la «ficança durable» (18) en el prado que «semeja egual de Paraíso». Pero al mismo tiempo, de acuerdo con una vieja glosa cristiana del Cantar de los Cantares, el prado sencido envuelve una referencia tropológica a la Virgen:
Entonces se trata de una glosa construida sobre otras glosas. Por supuesto, estas sobreglosas o contraglosas son capaces de ser elevadas a potencia infinita; el acto de «exponer» las desarrolla en círculos cada vez más imbricados. Así, por ejemplo, las cuatro fuentes claras «significan» los cuatro Evangelios (21), pero aluden al mismo tiempo a los cuatro ríos que emanan del Edén 10. Éstos, a su vez, se sitúan en el huerto de la Virgen porque Ella es la reina del Paraíso, y también porque, según otras glosas, «emendava» las palabras del texto sagrado mientras lo transcribían los evangelistas (21-22). El proemio de Gonzalo hace alarde de todas las técnicas exegéticas de la glosa escolástica. En este sentido sus versos dan fe del hecho de que la práctica glosadora era una causa motriz de la poética medieval; no sólo era un método para leer textos, sino también para crearlos11. Los detalles del prado no responden a los criterios de la verosimilitud ni al deseo de extremar la evidentia o enargia de la escena, sino que se plasman de propósito para surtir materiales para la glosa expositiva. El poeta fundamentaba la forma y contenido de su poema en la rica tradición de la exégesis escrituraria; daba por sentado que su público receptor manejaría con facilidad el acopio de interpretaciones contenido en la Glossa ordinaria de la Biblia, y por tanto estaría predispuesto a ejercer el método hermenéutico que ésta presuponía. Así, sólo incluyendo una mención pasajera de Adán y Eva podía sugerir la distinción entre el paraíso terrenal del prado y el celestial:
Esta alusión no podía menos de insinuar otra, ya que en la exégesis tradicional Eva era un antitypus o figura al revés de la Virgen, tópico recordado en las glosas sobre el palíndromo del nombre Eva en la salutación Ave del ángel Gabriel en la historia de la Anunciación (Lucas 1: 26-38, v. 28). La justificación estética del proemio berceano depende del placer brindado al lector cuando empieza a rastrear estos senderos sigilosos de la glosa12. Para apreciar el valor poético de las oportunidades ofrecidas al poeta por la tradición escolástica de la glosa, conviene echar un vistazo a las posibles fuentes del proemio berceano. Por lo visto, éste no formaba parte de su fuente latina13. Parece más que probable, sin embargo, que Gonzalo conociera la «Prefatio» que encabezaba el Liber miraculorum S. Emiliani compilado por su presunto colega emilianense Ferran García (ca 1230):
Este prefacio ofrece, cuando menos, la metáfora central del proemio berceano (un prado cuyas flores son los milagros), y también otro elemento vital, la narración autobiográfica, destacada —como en el caso de Gonzalo— por la mención de su propio nombre. Pero en todos los demás respectos la frialdad y retórica forzada de Ferrando sólo sirve para poner de relieve el contraste con la viveza y profundidad de la glosa berceana. En fin, el parangón con la «Prefatio» ferrandina, aun si ésta no era una fuente directa del proemio, sirve para realzar la manera en que la estética medieval del glosar, una vez asumida en la imaginativa de un poeta, podía ser creativa. Decir que la actividad glosadora representa una forma de creación literaria no la distingue necesariamente de una explication de texte moderna. Dos aspectos de la autoexégesis berceana dejan constancia, sin embargo, de una diferencia esencial. El primero es la voluntad del poeta medieval de rendir cuenta de todos los elementos del texto. Ningún detalle, por mínimo que sea, se escapa de su red hermenéutica. El concepto de lo superfluo, o de cualquier cosa que daría lugar al juego libre de la imaginación del lector, queda anatematizado, desterrado de la manera ber-ceana de exponer su texto, de su conciencia de lector y de autor; su glosa devoradora consume todo indistintamente. Las consecuencias de esta actitud llegan a veces a una sobredeterminación que raya en lo arbitrario e incluso en lo cómico, como cuando «las aves que organan» resultan ser san Agustín, san Gregorio y «otros tales» Padres de la Iglesia, sin ahorrar identificaciones como la del ruiseñor y de la calandria con Isaías y los profetas mayores (26-28). El segundo aspecto distintivo se revela precisamente en uno de estos momentos de sobredeterminación, el pasaje donde pasa a explicar el significado de las flores:
Este tema de los nombres marianos no encuentra un equivalente preciso en el vocabulario hermenéutico del lector contemporáneo; no obstante, se conecta con la naturaleza íntima de la glosa medieval y con su puesto en la episteme. El termino «nomne» se refiere no a los nombres propios, ni a ningún nombre propiamente dicho, sino a varios pasajes de la Sagrada Escritura que eran interpretadas por los glossatores como referencias pro-féticas a la Virgen y a las doctrinas mariológicas de la Iglesia medieval (la Inmaculada Concepción, el misterio del parto virginal, la naturaleza de la mediación de la Virgen o de su culto de hiperdulía, a caballo entre la adoración reservada a Dios y la devoción debida a los santos)15. Se trata de la práctica de \a figura tipológica, la más poderosa de las cuatro herramientas de la hermeneusis bíblica, cuya lógica falaz consistía en interpretar lugares del Viejo Testamento como prefiguraciones (typi) de eventos o personajes del Nuevo. El culto mariano descansaba sobre una densa selva de estas imágenes y símbolos figurales, divulgada en parte por los sermones místicos de san Bernardo y en parte por la iconografía del arte religioso16. Gonzalo enumera diecinueve imágenes o «nomnes» de este tipo en las coplas 32-37 del proemio a los Milagros. De nuevo observamos en ellos los elementos de sobredeterminación y arbitrariedad que caracterizan su proceder glosador. Cualquier imagen veterotestamentaria se presta poten-cialmente a la figura: algunas tienen un referente obvio, o incluso racional —la estrella Norte o fuego de Santelmo (32, guía, salvación), la reina (33, del cielo, inferior al rey pero superior a los demás), el templo del Mesías (33, vientre de la madre de Dios), puerto y puerta (35-36, mediadora), o trono de Salomón (37, justicia)—. La mayoría, sin embargo, son conceptos metafísicos que dependen de agudezas barrocas, de semejanzas perceptibles a través de la desemejanza, de la coincidentia oppositorum: fuente (35), paloma sin hiel (36), monte Sión y atalaya (37), vid, uva, almendra, granada, oliva, cedro, bálsamo, palma (39). Más recónditas aún son las referencias al fuste con que Moisés confundió a los magos de Egipto o partió las aguas del Mar Rojo (40), a la vara que se convirtió en serpiente (39), a la honda con que David mató a Goliat (34), o al bastón de Aarón que de improviso volvió a florecer (41)17. Cuando el poeta escribe: «Ella es vellocino que fue de Gedeón / en qui vino la pluvia» (34), tenemos que conocer las glosas al milagro del vellocino (Jueces 6: 36-40) para apreciar las referencias figurales, primero a la Anunciación (vellocino mojado por el rocío, i.e. «gratia plena») y luego a la virginidad (vellocino no mojado) de María18. Estos dos aspectos diferenciadores de la glosa berceana —su voracidad, que jamás queda satisfecha sin haber explicado todos los detalles del texto, y su desmesurada profusión imaginativa, capaz de convertir cualquier imagen en símbolo— reflejan el fenómeno de la «pansemiosi metafisica», fuente, como advertía Umberto Eco, del modo medieval «di considerare l'esteticità delle cose»19. La predisposición a concebir el universo como una selva de signos produce una situación en la que nada es lo que aparenta ser, nada significa lo que aparenta significar —actitud que presupone que todas las cosas tienen y deben tener algún significado, y por tanto no permite al menor átomo que exista decentemente en sí, sin sentido—. Desde este punto de vista la glosa no puede considerarse como ornamento o elemento de la práctica literaria medieval, sino como su eje. En efecto, el propio Gonzalo de Berceo se muestra partícipe en esta tendencia pansemiótica cuando dice, al fin de la extendida exposición de los «nombres»:
Este asombroso aserto —tan justo y exacto, y también tan chocante— envuelve el significado esencial de la glosa para la cultura medieval. Por un lado, contradice la convicción básica de la teoría literaria moderna, que afirma la cualidad de irrepetible de toda expresión poética, la relación indivisible entre una configuración determinada del lenguaje y su significación; por otro, comparte con la teoría moderna la idea de que el lenguaje crea el mundo, dota el mundo de sentido. De nuevo dice Gonzalo de Berceo, «Si metiéremos mientes, [...] ál non significava [...] sinon a la Gloriosa» (41). Nos corresponde a nosotros «poner mientes» en las cosas, hacer que las palabras signifiquen lo que queremos, o más bien forzar el universo descrito por nuestras palabras a que signifique lo que queremos. Sólo ahora podemos leer la peroración del proemio —señalada explícitamente como tal con una tercera invocación al auditorio— con pleno entendimiento, sin caer en el error de tomarla como cliché o fórmula modesta. De hecho no es nada tópico, sino que emite un desafío calculado, como advierte el juego sutil sobre el leitmotiv recurrente de las flores/nombres:
Las flores empezaron simbolizando los «nombres» —es decir, la práctica del glosar— pero a fin de cuentas las glosas siempre terminarán excediendo la suma posible de flores, por grande que sea el prado (glosemos: mundo), aun el más grande del que sabemos (el uso de esta locución en vez de conocer parece, en este contexto, de un rigor kantiano). El patrón de la glosa berceana derivaba, como hemos visto, de las tradiciones de la exégesis bíblica y de su iconografía asociada. Cuando se trata de un libro sagrado, el comentarista obedece a la ley extraña —aunque lógica— que determina que el texto no puede ser leído por el sentido que su autor procuraba darle, sino sólo por la verdad que, por un acto de fe, presumimos que encierra. Pero, dado que la verdad divina no puede ser comprendida en los límites del lenguaje humano, el sentido del texto sagrado —ilimitado, incomprensible, perfecto, completo— jamás admitirá el agotamiento ni la circunscripción; apriori y defacto, la glosa es infinita. La consiguiente acumulación geológica de glosas, sobreglosas y contraglosas representará, por tanto, la antítesis de una crítica literaria: el texto, primero fetichizado y luego sometido a una lectura reverente puramente instrumental, tendrá que significarlo todo, lo cual paradójicamente lo deja evacuado y desprovisto de sentido: se vuelve recipiente de significados, ya no su origen. La esencia de las religiones del libro consiste precisamente en excluir la posibilidad de leer el texto sagrado como si tuviera un significado. Cuando se trata de un texto literario, en cambio, el estatus de la glosa es, o puede ser, otro; y cuando se trata no de glosas al texto, sino de textos que son glosas, el caso es completamente distinto; ya hemos visto, en efecto, que ofrece formas y modos de invención de gran belleza estética. En vez de eliminar el sentido del texto, o sustituirlo con una paráfrasis anodina, la glosa se engloba en la obra —hasta se convierte, en palabras de Gonzalo de Berceo, en su meollo, «lo de dentro» (16)—. En este sentido la autoría de la glosa asume, por supuesto, una importancia capital. Volvamos un momento al principio del proemio, «Yo, maestro Gongalvo de Vergeo nomnado, / yendo en romería caecí en un prado»: la ficción autobiográfica y la autoidentificación del autor por su nombre, presentes también en la Razón de amor, en Langland, e incluso en la «Prefatio» de Ferran García, constituyen el elemento poético más importante del proemio. Como ha aclarado Alastair Minnis, esta conciencia de ser el autor no sólo del texto sino también de su glosa marcaba un hito en el desarrollo de la teoría y la práctica literarias del Medioevo:
Llegamos a entender el alcance de esta invención de la individualidad del autor un siglo más tarde, con el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita. Dos artículos recientes han puesto de relieve ciertas relaciones genéricas entre este texto y la Razón de amor: la más importante, en mi opinión, es la presencia en ambos poemas de esta forma peculiar de autoconciencia que se marcaba por la inclusión, dentro del mismo texto, de su propia glosa21. El Arcipreste lleva la tendencia a envolver ambas cosas en una estructura unida hasta extremos irrepetibles. Empieza su libro con ejemplos y apólogos sobre los peligros de la interpretación (pelea de los griegos y romanos, etc.), y recalca repetidamente sobre el fuero ambiguo de su texto, sobre los múltiples pliegues de su interior:
Ello justifica una glosa detallada:
El Arcipreste no se expresa así, sin embargo, porque quiere poner barreras a la libertad interpretativa del lector, ni para mermar sus propios derechos de autor a favor de la arbitrariedad del receptor. Piensa más bien en la relación simbiótica, en el intercambio pragmático de autoridad que se realiza cuando un poeta entrega su creación a su auditorio. La ambivalencia o polivalencia de su texto reside precisamente en el acto de su recepción, por mucho que tenga sus señales ciertas, su razón, su intención o seso acertado:
La densa ambigüedad poética del texto no deriva de ninguna complejidad narrativa —el Libro carece notoriamente del elemento constructivo de una trama— sino de la polifonía de los diversos niveles de su exégesis potencial. La glosa (o, en el caso de Juan Ruiz, de distintas glosas) no procura fijar el significado del texto, no excluye ningún elemento de jouissance o libertad por parte del lector. Como indicaba Jauss, el sentido alegórico de todos los escenarios y figuras del Roman de la Rose está explicado en el texto, pero la «senefiance» del poema entero sigue siendo misteriosa23. Juan Ruiz, como es su costumbre, encuentra una metáfora extraordinaria para decir algo parecido de su Libro, y con ella resume su conciencia tanto de la importancia como de los límites de la autoglosa y de la identificación del autor con su propio libro:
NOTAS 1. Para una duda sobre esta antelación véase GONZALO DE BERCEO, Milagros de Nuestra Señora, Juan Carlos BAYO, Ian MICHAEL (éd.), Madrid: Castalia (Clásicos Castalia 288), 2006, p. 9 y n. 1. Mis citas se toman de esta edición, con algunos retoques ortográficos. 2. El contenido de los Milagros es afín —salvo el prólogo— al de los Miracula beate Marie virginis de Kobenhavn, Det Kongelige Bibliotek Ms. Thott 128 (GONZALO DE BERCEO, Los milagros de Nuestra Señora, Brian DUTTON (ed.), 2a. edición, London: Támesis [Támesis A15], 1980, p. 223-262) o de Madrid, Biblioteca nacional MS/110 (R. P. KINKADE, «A New Latin Source for Berceo's Milagros: MS 110 of Madrid's Biblioteca nacional», Romance Philology, 25, 1971, p. 188-192). 3. Enzo FRANCHINI (ed.), Los debates literarios en la Edad Media, Madrid: Laberinto (Arcadia de las Letras, 9), 2001, p. 219-225 (con ortografía regularizada). 4. Véanse, por ejemplo, Alicia C. DE FERRARESI, «Locus amoenus y vergel visionario en Razón de amor», Hispanic review, 42, 1974, p. 173-183; Harriet GOLDBERG, «The Razón de amor and Los denuestos del agua y el vino as a unified dream report», Kentucky Romance Quarterly, 31, 1984, p. 41-49. 5. William LANGLAND, The vision of Piers Plowman. A critical edition of the B-text based on Trinity College Cambridge MSB.15.17, A. V C. SCHMIDT (ed.), London: Dent (Everyman paperback, 1571), 1978, p. 1, Prologue v. 1-19: «Un verano cuando el sol estaba suave, me vestí con ropa de lana como una oveja, en hábito de un ermitaño impío de obras, y sali a correr mundo para oír maravillas; pero una mañana de mayo, en la sierra de Malvern, me sucedió una aventura que pareció del país de las hadas. Perdido y cansado, busqué descanso en la ribera espaciosa de un arroyo; echándome a su lado, bajé los ojos a mirar la corriente y al punto quedé adormecido con el dulce murmurio de las aguas. Luego empecé a soñar un sueño extraño: me encontraba en un yermo, sin saber dónde, pero cuando alcé los ojos hacia el sol, alto en el este, vi sobre la colina una torre exquisita, y abajo un valle profundo en donde había una sima cercada por fosas, de aspecto sombrío y temible. En medio hallé un prado hermoso lleno de gentes de toda condición, pobres y ricos.» 6. Paul DE MAN, «Pascal's allegory of persuasion», in: id., Allegory and representation. Selected papers from the English Institute, 1979-1980, StephenJ. GREENBLATT (ed.), Baltimore:Johns Hopkins University Press, p. 1-25, p. 1. 7. Apunta muy bien la dimensión irónica de esta yuxtaposición, que él denomina explícitamente «de alegoría y glosa», Hans Robert JAUSS, «Ernst und Scherz in mittelalterlicher Allegorie», in: Mélanges de langue et de littérature du Moyen Age et de la Renaissance offerts à Jean Frappier, 2 t., Genève: Droz, 1970 (reimpr. en id., Alterität und Modernität der mittelalterlichen Literatur. Gesammelte Aufsätze 1956-1976, München: Wilhelm Fink, 1977), p. 433-451, p. 437, 446-449. La crítica ha propuesto varias explicaciones de la misteriosa unidad de las dos partes (p.e. Leo SPITZER, «Razón de amor», Romania, 71, 1950, p. 146-165; H. GOLDBERG, art. cit.; Olga Tudorica IMPEY, «La estructura unitaria de Razón de amor», Journal of hispanic philology, 4, 1979, p. 1-24; E. FRANCHINI, ed. cit., p. 62-79); todas llegan a sumarse en la conclusión de que la segunda parte glosa la primera. 8. La misma metáfora del exterior-interior viene aplicada por Dante a la relación entre el senso litterale y la sentenza (« In ciascuna cosa che ha dentro e di fuori, è impossibile venire al dentro se prima non si viene al di fuori », Convivio Il.i , entre 1304 y 1307). 9. Cant. 4: 12 «hortus conclusus soror mea, sponsa hortus conclusus, fons signatus». Esta figura, divulgada en la liturgia (p.e. Officium parvum Beatae Mariae Virginis, Pars II, Laudes), formaba un tema predilecto del arte (p.e. la pintura anónima de Maria im Paradiesgärtlein, ca. 1410, en Frankfurt, Städelsches Kunstinstitut, http://de.wikipedia.org/wiki/Hortus_conclusus). Cencido («que aún no ha sido hollado», diccionario de la Academia) o sencido («And. y Ar. [...] de los prados no segados o de los rastrojos no pacidos: cencidos, intactos», ibid.) quizá derivaba del latín SANClTUS «prohibido», equivalente a conclusus o signatus. Para otros significados asociados con la imagen del prado véase James F. BURKE, «The ideal of perfection. The image of the garden-monastery in Gonzalo de Berceo's Milagros de Nuestra Señora», in: Joseph R. JONES (ed.), Medieval, Renaissance, and folklore studies in honor of John Esten Keller, Newark: Juan de la Cuesta, 1980, p. 29-38; y, en general, D. W. ROBERTSON Jr., «The doctrine of charity in medieval literary gardens : a topical approach through symbolism and allegory», Speculum, 26, 1951, p. 24-49. 12. Abundan los estudios de este aspecto del proemio; basta citar las páginas luminosas de Michael GERLI (ed.), GONZALO DE BERCEO, Milagros de Nuestra Señora, Madrid: Cátedra (Letras hispánicas, 224), 1985, p. 34-48; id., «La tipología bíblica y la introducción a los Milagros de Nuestra Señora», Bulletin of hispanic studies, 62, 1985, p. 7-14. 13. Ver la «Prefacio», muy escueta y sin ninguna pretensión literaria, de los Miracula beate Marie virginis del Ms. Thott 128, fol. 1r°: «Cum sepe recitentur sanctorum miracula que per eos egit divina potencia, multo magis sancte Dei genitricis Marie debent referri preconia, que sunt omni melle dulciora. Ergo ad roborandas in eius amore mentes fidelium et excitanda corda pigrancium ea que fideliter narrari audivimus largiente Domino recitare studeamus.» Para un excelente resumen del contexto intelectual de la glosa berceana y un abanico de textos congéneres véase Elizabeth DRAYSON, «Possible sources for the introduction to Berceo's Milagros de Nuestra Señora», Medium Aevum, 50, 1981, p. 274-283. 14. «Prefatio in libro miraculorum S. Emiliani», in: GONZALO DE BERCEO, La vida de San Millán de la Cogolla. Estudio y edición crítica, Brian DUTTON (ed.), London: Tamesis (Támesis, A4), 1967, p. 35: «Estaba congratulándome que, justo como la Vida de san Millán encontró en Braulio su autor, así también la Translación de sus reliquias lo encontró en mí, cuando he aquí, ¡de pronto se han encontrado las flores de sus Milagros! Puesto así en un campo lleno de diversas flores, todas maravillosamente perfumadas, la propia abundancia me dejó perplejo, sin saber cuáles debiera escoger. No obstante, me llenó el ánimo con algo parecido al contento; pues, ¿qué campo puede haber más lleno de flores, si no esta abundante materia de los milagros de San Millán? Todas las obras de Dios son maravillosas, pero las más maravillosas parecen ser los milagros que Dios obra en sus santos, y reciben su fragancia del mismo Dios: su virtud es tal que dan vista a los ciegos, vida a los muertos, oído a los sordos, el andar a los cojos, y potencialmente devuelven a la naturaleza todos los afectos de la naturaleza contra las leyes de la propia naturaleza. Si por tanto salgo de tan maravilloso campo con las manos vacías, ¿no seré tenido por tonto?» 15. Este sentido de nombre es el que emplea fray Luis de León en De los nombres de Cristo, aunque en términos semióticos la alegoresis medieval se distinguía de la renacentista y barroca, como intento explicar en Jeremy LAWRANCE, «Introducción. Las siete edades de la alegoría», in: Rebeca SAN MARTÍN BASTIDA, Rosa VIDAL DOVAL (ed.), Las metamorfosis de la alegoría. Discurso y sociedad en la Península Ibérica desde la Edad Media hasta la Edad Contemporánea, Madrid: Iberoamericana, 2005, p. 17-50. 16. Véase, sin ir más lejos, Erich AUERBACH, «Figura» (1a. ed. 1939), in: id., Gesammelte Aufsätze zur romanischen Philologie, Berna: Francke, 1967, p. 55-92. 17. Sobre estas figurae véanse los comentarios de J. C. BAYO, I. MICHAEL, ed. cit., p. 98103, y de M. GERLI, ed. cit., p. 73-77. 18. Sobre esta figura véase Barbara C. Raw, «As Dew in Aprille», Modern Language Review, 55, 1960, p. 411-414; se representaba con frecuencia en el arte, p.e. J. C. Bayo, I. Michael, ed. cit., p. 104 (lámina); Adrian Wilson, Joyce Lancaster Wilson, A medieval mirrar. Speculum humanae salvationis 1324-1500, Berkeley: University of California Press, 1985, p. 46, 155, http:// ark.cdlib.org/ark:/13030/ft7v19p1w6/; «Moisés y la zarza ardiente», Libro de horas de Juana I de Castilla, ca. 1500 (London, British Library Add. MS 35313, fol. 57v°, http://www.moleiro. com/miniatura.v.php?p = 180/en); y «La caza del unicornio» de un Libro de horas neerlandés, ca. 1500 (New York, Morgan Library and Museum, http://www.suite101.com/view_image. cfm/358493), que incluye también el bastón de Aarón. 19. Umberto Eco, «Simbolo e allegoria» (1ª. ed. 1959), in: id., Arte e bellezza nell'estetica medievale, Milano: Bompiani, 1987, p. 67-100, p. 75-79, 89-94, 100. 20. A. J. MINNIS, Medieval theory of authorship: scholastic literary attitudes in the later Middle Ages (1a. ed. 1984), 2a. ed., Aldershot: Scolar, 1988, p. 1. 21. Francisco Javier GRANDE QUEJIGO, «Similitudes estructurales entre Razón de amor y el Libro de buen amor», Hesperia. Anuario de filología hispánica, 5, 2002, p. 139-154; id., «Carmen, unum sed diversum: sobre el género de la Razón de amor», Revista de poética medieval, 8, 2002, p. 77-110. 22. Cito por la edición JUAN RUIZ, Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, ed. Alberto Blecua, Madrid: Cátedra (Letras hispánicas, 70), 1992, con las mismas regularizaciones ortográficas que en los textos anteriores. 23. Hans Robert JAUSS, «Form und Auflassung der Allegorie in der Tradition der Psycho-machia. Von Prudentius zum ersten Romanz de la Rose» (1a. ed. 1960), in: Erich KÖHLER (ed.), Der altfranzösische höfische Roman, Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft (Wege der Forschung, 425), 1978, p. 301-341, p. 303-304.
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