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I Este1 es el Iibro de un joven, muerto antes de cumplir los veinticinco años, que se había propuesto estudiar en toda su extensión y compIejidad Ia fama póstuma de Alejandro en Oriente y en Occidente. Lo ha editado piadosamente D. J. A. Ross, quien, además de volver a redactar varias páginas y agregar aIgunas noticias, ha añadido catorce iIustraciones, tan bien elegidas como comentadas 2. Merece todo elogio Ia organización del libro, que ha impuesto orden en un material abundantísimo y heterogéneo, enriquecido con nuevos acarreos (págs. 121 y sigs., 135 y sigs.). La clasificación juiciosa, los resúmenes y la información bibliográfica avaloran muy en especial el panorama de las fuentes medievales de Occidente y sus principales derivados (págs. 9-74): bienvenido instrumento de trabajo para cuantos se interesen en tal investigación.La tesis general de la obra sostiene definitivamente que, de las concepciones medievales de Alejandro, la caballeresca no es en modo alguno la única, si bien es la que se conoce mejor porque las reelaboraciones amenas de la novela del Seudo-Calístenes han sido mucho más estudiadas que los escritos de los moralistas, teólogos, compiladores de ejemplos y predicadores, en los cuales se hallan otras concepciones; al examen de éstas sigue el análisis de su trayectoria en la literatura profana del siglo XIV y en la de la baja Edad Media, cuando las divergencias nacionales se perfilan ya como factor diferencial. Para esta pesquisa Cary ha rastreado la formulación y evolución de varias anécdotas, dado que éstas constituyen la fuente más general para el conocimiento de Alejandro entre los hombres de la Edad Media. El estudio diacrónico de cada anécdota se ajusta flexiblemente a la peculiaridad de cada tema para penetrar los diversos contextos culturales que coloran la anécdota y que no pocas veces acaban por proponer una moraleja diametralmente opuesta a la originaria. Por ejemplo: las mismas anécdotas con que Séneca, llevado de la animosidad de la diatriba estoica, fustiga la liberalidad de Alejandro como un alarde de vanidad, contrario a la razón y a la filantropía, llegan a ser testimonios de su generosidad ejemplar, gracias al concepto judeocristiano de la caridad y al de la virtud de «franqueza», ensalzada por los trovadores dentro de la sociedad feuda3. El extenso ámbito de este estudio y el gran número de textos manejados no ha embotado la percepción de lo peculiar en la reacción de los varios tipos de escritores, de las nacionalidades y de los autores individuales. Así, contrapone Cary los moralistas, que mantienen cierto interés en comprender a Alejandro como individuo de una determinada época histórica, a los teólogos, alejados de toda preocupación psicológica e histórica. Por su parte, quienes compilan ejemplos tomados de la vida de Alejandro o quienes los usan en su predicación adoptan sin consistencia la imagen que mejor cuadra al punto que quieren ilustrar, bien que en conjunto se muestran más benévolos con el conquistador que los escritores doctos, ya por no estar en contacto directo con las antiguas fuentes hostiles (Séneca, Justino, Orosio), ya por acoger las leyendas orientales, favorables por lo general, ya por acuerdo (antes que por deferencia calculada, pág. 145) con la opinión vulgar, causa y efecto de su exaltación en la literatura caballeresca. El reflejo de estas reacciones, condicionado además por factores extraliterarios (págs. 226 y sig., 248), asoma en las obras amenas, que las seleccionan, combinan y recrean, partiendo ante todo de tendencias inherentes que luego se esfuerzan por racionalizar: testigo los casos en que estas obras, aun tomando sus anécdotas de escritores hostiles a Alejandro, reproducen los datos de sus fuentes, pero no la condena (págs. 166 y sigs.). y no es otra la causa de las divergencias nacionales: la concepción caballeresca de Alejandro es típica de Francia, donde ese ideal surge dentro de su especial marco social, y arraiga profundamente en las artes y otras manifestaciones culturales, mientras que Alemania e Italia, aunque atraídas a la órbita francesa, muestran su modalidad propia, la primera en una adusta actitud moralizante, hostil al héroe, la segunda en una actitud intelectual que comienza por reproducir exactamente las fuentes latinas y acaba por parodiar con bonhomía irónica la fantasía caballeresca francesa 4. No puede escatimarse admiración a lo realizado por el joven autor que, en condiciones más propicias, sin duda se hubiera planteado de nuevo los supuestos de su obra y salvado las fallas que la enfermedad y la muerte le impidieron subsanar. Pero, aparte la debida consideración a las circunstancias personales del autor, un libro lanzado al público es una creación autónoma que el reseñador, precisamente en interés del público, ha de juzgar en sí. 1. Cary aspira a averiguar la opinión general o popular de la Edad Media sobre Alejandro, y para ello rastrea la evolución de varias anécdotas en autores preferentemente mediocres. Por desgracia, no ha definido Cary qué entiende por opinión «general o popular», y parecería equipararla implícitamente con la del «hombre de la calle» de nuestros días, o sea la masa sin especialización intelectual que hoy basa sus opiniones en los medios de difusión cultural (periódicos, revistas, libros vulgarizadores, radio y televisión), muy superiores en número pero no en calidad al sermón en lengua vernácula y a la recitación juglaresca que ejercían idéntica función en la baja Edad Media. Pero ¿es posible conocer la opinión «general o popular» medieval así formada? Muy dudoso es que se la pueda inferir de la literatura, pues, en términos generales --en España, como es notorio, mucho menos que en Francia e Inglaterra-, el letrado medieval está al servicio de la Iglesia y de la nobleza, adopta sus valoraciones y abruma con su escarnio al rústico y al villano. Aquí la divergencia entre el escritor medieval y el de hoy es extrema: sólo por excepción o por desliz no intencional la literatura de la Edad Media registra alguna vez la opinión «general o popular». Y, desde luego, la mediocridad del autor medieval no le garantiza como re sonador de dicha opinión «general o popular», sino como portavoz del nivel más bajo dentro de la minoría culta: lo que su mediocridad garantiza es la reproducción rutinaria y empobrecida de la opinión lanzada en época anterior por autores no mediocres, o sea la opinión antigua del nivel más alto dentro de la misma minoría culta. 2. Llevado de su propia exigencia intelectual, Cary se ha empeñado en sistematizar rigurosamente opiniones muchas veces fragmentarias, vagas y contradictorias, cuyas fallas lógicas tenían muy sin suidado a pensadores y artistas medievales. De tal empeño se resiente la presentación de místicos y teólogos, a quienes Cary supone netamente hostiles a Alejandro por partir de la Biblia y seguir a San Jerónimo y a San Agustín. Pues, según Cary, la Biblia muestra a Alejandro no como héroe sino como mero instrumento de la Providencia, ya que ve en él al antecesor del aborrecido Antíoco Epífanes, y los dos doctores mencionados reconcilian el punto de vista bíblico con los relatos favorables de Josefa (milagro del mar de Panfilia y Alejandro en Jerusalén: Antigüedades judaicas, II, 348, y XI, 317 y sigs.) y del Seudo-Epifanio (Alejandro y las Diez tribus, en Cary, pág. 132) y muestran a Dios forzando al impío pagano a adorarle. Pero los textos que Cary se ha afanado por articular lógicamente no apoyan en modo alguno semejante interpretación. La Biblia (Daniel, VII, 6; VIII, 3-26; XI, 1-4; 1 Macabeos, 1, 1-8) no contiene censura terminante 5, y las anécdotas narradas por Josefo y el Seudo-Epifanio se repiten incesantemente en tratados medievales de teología y de moral para la mayor gloria del conquistador pagano, proponiéndole a for-tiori como ejemplo del acatamiento que el príncipe debe al clero, y del poder de la plegaria. San Jerónimo no le muestra oposición sistemática; su referencia más hostil es el comentario a Daniel, VII, 6, «et potestas data est ei», donde destaca el designio providencial y no la bravura del rey como causa de su éxito, bien que sin plantear la predestinación con la rigidez nada ortodoxa con que lo hace Cary 6. En cuanto a San Agustín (y a su secuaz Orosio), olvida Cary que La ciudad de Dios no niega el mérito de la conducta de Alejandro en Jerusalén por la necesidad lógica de concordar esta anécdota con la supuesta censura de Alejandro en la Biblia, sino en conformidad con la tesis polémica de que, antes del cristianismo, la historia no es más que maesta mundi, la sucesión de calamidades infligidas al género humano por despreciables tiranos. Por lo demás, San Agustín y Orosio se limitan a restarle importancia a esta anécdota enaltecedora, sin detenerse a trazar —como Cary— una concepción consistente de la relación entre Dios, la Providencia y Alejandro. Por eso, aunque el prestigio de esos dos autores impuso una que otra rara vez la interpretación negativa de la anécdota en cuestión, no llegó a imponer una imagen total desfavorable de Alejandro. Otro tanto puede decirse acerca de las anécdotas de Ammón, Clito y Calístenes, en las que Cary se afana por descubrir un enlace conceptual que sólo encuentra —en forma tácita— en Vicente de Beauvais (pág. 114), quien, según detalla el mismo Cary (págs. 73 y sigs.), suele yuxtaponer sus materiales sin enlace conceptual alguno. La prueba de que los autores medievales no atendieron a tales sistematizaciones es que los escritos hostiles a Alejandro (empezando por Orosio) suelen omitir bonitamente su edificante conducta con el Sumo Sacerdote y con las Diez Tribus, así como los escritos favorables omiten la muerte de Clito y de Calístenes. Pues el letrado medieval, indiferente en el fondo a la verdad histórica, orienta las anécdotas como cuadra a su ocasional contexto, aunque contradiga el del folio siguiente (cf. págs. 144 y sigs.), y no conforme a una imagen unitaria como la que, por primera vez, aspira a elaborar Petrarca 7. 3. Frente a la excesiva sistematización lógica de los primeros capítulos, muestran los últimos una excesiva diferenciación de los distintos períodos, de la que es buen ejemplo el ahínco en puntualizar la boga y vicisitudes del elemento maravilloso en la leyenda de Alejandro a la que, en verdad, es inherente (págs. 234 y sig.), o el atribuir a circunstancias peculiares del siglo xv el lamento de que Alejandro fuese pagano (pág. 239) y la atención concedida a la educación científica y filosófica que le imparte Aristóteles (pág. 255), cuando dos siglos antes ambos ocupan buen espacio en el Libro de Alexandre, cs. 2.667, 38-85). Estas nimias particularizaciones, apoyadas en esquemas ingenuos de los grandes períodos históricos (pág. 265: «medieval edification and Renaissance ribaldry»), se corresponden con cierto sesgo determinista que destaca como únicas y forzosas las reacciones a la leyenda de Alejandro que de hecho acontecieron (o que el autor cree que acontecieron). Así, la actuación de Alejandro con las Diez Tribus y con Gog y Magog, aunque narrada y glosada en infinidad de relatos, «no pudo» influir en el concepto general de Alejandro (págs. 132 y sigs.), y el episodio de Jerusalén «no tuvo» el más leve efecto (pág. 189): la minuciosa reelaboración de este episodio en la Alejandreida y en el Libro de Alexandre, y el hecho de que todavía en el siglo xvii Lope lo escoja como culminación de la carrera del Conquistador refuta tal determinismo 8. Sospecho que Cary se sintió obligado a explicar premiosamente las vicisitudes de los rasgos de Alejandro en la literatura medieval porque dio por sentada la arbitrariedad de la leyenda antigua y sus ulteriores proliferaciones, de suerte que dichos rasgos serían una ocurrencia de cada autor o por lo menos de cada época. No es sino el hecho muy histórico de que Alejandro trascendió la idea de estado y culto nacional lo que constituye el punto de partida de su leyenda, o sea, de la acogida sentimental de varios pueblos sometidos, los cuales reinterpretaron en sus propios términos las modalidades del conquistador que les eran más caras: así, Alejandro es en Egipto hijo del último faraón; en Jerusalén muestra todo respeto al Nombre inefable, episodio que la clerecía medieval reinterpretará a su vez como reverencia ejemplar del poder temporal al espiritual. Los amores que le atribuyen algunos poemas caballerescos (porque así lo exigía el ideal cortesano del siglo xii) lograron escasa y efímera difusión (pág. 220) por no tener raíz en la biografía de Alejandro, mientras fue vasta y duradera la de sus aventuras fabulosas, porque poetizaban el ansia de descubrimiento que de veras acicateó tantas de sus expediciones (cf. V. Ehrenberg, Alexander and the Greeks, Oxford, 1938, págs. 52-61). Lo mismo dígase de la ambición de fama (págs. 106 y sigs., 196), que Cary trata mucho más someramente de lo que merece su importancia en la leyenda de Alejandro. Al apuntar estos reparos, sería injusto no apuntar también la convicción de que, de haber podido revisar su libro, el mismo autor hubiera rectificado esas fallas. No es esto tributo sentimental sino inferencia objetiva. Véase, por ejemplo, el estudio de Godofredo de Viterbo como representante de la opinión italiana sobre Alejandro: Cary se percata de lo inusitado de su puritanismo dentro de la literatura italiana (págs. 93 y sigs., 180, 188), y acaba por advertir que su nacionalidad es controvertida y que probablemente fue alemán (pág. 263, n. 3), y bien típico de la adustez con que la literatura medieval alemana suele juzgar a Alejandro. La evolución del autor dentro del propio libro hace más lamentable su prematura pérdida. La breve noticia biográfica (págs. v y sigs.) declara precisamente que Cary iba ampliando su conocimiento directo de los textos de la leyenda, y autoriza a creer que en una reelaboración ulterior recibirían tratamiento adecuado, entre otros, los textos rusos (pág. 58) y los españoles, apenas atendidos en la actual redacción. De la literatura española, Cary sólo ha estudiado algunos aspectos del Libro de Alexandre y omitido muchos otros; ha situado los Bocados de oro y el Libro de los buenos proverbios en el cuadro de las fuentes (págs. 22 y sigs.) y ha nombrado la Historia general {sic) de Alfonso el Sabio, algunas obras aljamiadas, el Poema de Fernán González, el Victorial, Ximenes (sic) y el Lazarillo de Tormes 9. Pero al tratar por nacionalidades la leyenda de Alejandro en la baja Edad Media y en el Renacimiento, olvida por completo a España, como si después de aquellas esporádicas muestras el interés se hubiese extinguido en la Península. A rectificar esta impresión está destinado el muy provisional inventario que ofrezco en seguida.
II Siglo XIII
Poesía. El Poema de Fernán González, aparte alusiones dativas y numerosos ecos verbales, parece haber configurado bajo la tutela del Libro de Alexandre varias situaciones de la leyenda del Conde de Castilla 10. Prosa. La Semeiança del mundo debe a la Imago mundi, su fuente principal, dos trilladas anécdotas de Alejandro, y dos poco comunes a las Etimologías de San Isidoro de Sevilla 11. La "Primera crónica general contiene alusiones elativas a Alejandro, la situación geográfica y cronológica de su imperio, la anécdota suetoniana de César ante su estatua y varias referencias breves. El único episodio desarrollado es el castigo de los esclavos rebeldes de Tiro, según Justino y Quinto Curcio (págs. 32b y sig.; cf. pág. lxxix). La General estoria cita muchas veces la Alejandreida y, al narrar la adquisición de Bucéfalo, apunta a un relato distinto en «la estoria de Alexandre» (pág. 562b); en efecto, ésta aparece en la parte IV (inédita) en versión muy detallada que incluye la traducción de la Historia de preliis, la. La parte II, al narrar la guerra de Troya, se vale del Libro de Alexandre pata, referir el juicio de Paris. La Partida II contiene varios «castigos» de Aristóteles a Alejandro derivados del Secretum secretorum, no pudiéndose fijar a ciencia cierta si el texto utilizado fue la versión occidental breve, romanceada en Poridat de las poridades, o la versión oriental larga, vertida al latín por Felipe de Trípoli 12. En los Castigos e documentos del rey don Sancho, Alejandro figura con otros varones ilustres en breves series de ejemplos de esfuerzo, de muerte a traición y del provecho de los sabios consejos. El recuerdo de Alejandro surge varias veces en la Gran conquista de Ultramar cuando se introducen lugares asociados con sus hazañas, como Tiro o las varias Alejandrías. En el fantástico episodio del Caballero del Cisne es instructiva la descripción de la sala de armas del Emperador, decorada con «muchas estorias, asy commo la de Troya e de Alexandre» 13. Siglo XIV Poesía. Ofrece el Libro de Buen Amor dos alusiones dativas (cs. 1.081d y 1215d) y la descripción de los meses representados en la tienda de don Amor (cs. 1.265-1.300), en compleja relación de dependencia con la descripción correspondiente de la tienda real en el Libro de Alexandre, es. 2.548-2.566, La trivial alusión del Poema de Alfonso Onceno, c. 1.775cd, para ponderar la batalla del Salado, cobra valor si se repara en que es la única alusión clásica en todo el poema, aficionado a parangones caballerescos, tales como Roldan, Oliveros, Pepinos, etc. Prosa. El Libro del consejo e de los consejeros de «Maestre Pedro» se abre con la reflexión de «un sabio que ha nombre Seruio» y que no es sino paráfrasis de las primeras líneas del prólogo en prosa de la Alejandreida. El cap. xii, sobre el lisonjero, trae la anécdota de Alejandro, que se reconoce mortal al verse herido (< Séneca, Epístola LIX, cf. Cary, págs. 152 y sig., 301), amplificándola con muy castizo detallismo, y el siguiente inserta el dicho de Alejandro de que a veces el enemigo, por su abierto reproche, es más útil que el amigo (< Bocados de oro, ed. H. Knust, Tubinga, 1879, págs. 231 y 312). Merece señalarse que estos tres pasajes no se leen en el Líber consolationis et consilii de Albertano de Brescia, presunta fuente principal de «Maestre Pedro», y atestiguan por consiguiente la difusión de la leyenda de Alejandro en España 14. Si muy deliberadamente don Juan Manuel deja a un lado los ejemplos de la Antigüedad, fray Juan García de Castrojeriz en su Glosa al «Regimiento de príncipes» de Egidio Romano esparce el más rico anecdotario de Alejandro en lengua castellana, compilado principalmente del «Policrato», esto es, el Pólicraticus de Juan de Salisbury. Anécdotas adicionales, procedentes de Valerio Máximo, Justino, Séneca y San Jerónimo, parecen haberle llegado a través de otros tratados político-morales y de ejemplarios para predicadores. En ciertos casos se vislumbra además la lectura directa de las fuentes antiguas, que a veces comenta mediante textos medievales. Las fuentes exclusivamente medievales son raras, pero su utilización es mucho más extensa 15. Siglo XV Poesía. Hay abundantes alusiones a Alejandro, elativas y ascéticas, en el Cancionero de Baena; menos vulgares son la oscura mención de frey López, núm. 117, c. 7, quien parece encarar el problema de mérito y fortuna en la carrera del Conquistador, y la de Pero Vélez de Guevara, núm. 319, c. 1, con probable referencia a las mujeres de la familia de Darío. Pablo de Santa María en Las edades del mundo anota varios hechos de la vida de Alejandro conforme al relato de Pedro Coméstor (o de su secuaz, don Lucas de Tuy), con un par de concesiones a episodios fabulosos 18. Es curioso que Fernán Pérez de Guzmán, tan buen catador de la individualidad de sus dentro de una versión del tópico Vbi sunt?; los Proverbios, cs. 64 y sig., contraponen su ejemplar liberalidad a la codicia de Midas y a la tacañería de Antígono; la Comedie ta de P onza, c. 32, contiene una trivial alusión elativa; el Infierno de los enamorados, c. 56, enumera a Olimpias y Pausanias entre las víctimas de Amor, conforme a la novela del Seudo-Calístenes: tan fantástica historieta, así como el favor con que el marqués —a diferencia de su tío, Pérez de Guzmán— encara siempre a Alejandro, prueba que se apoya en fuentes no doctas. A la inversa, la falta de alusiones a Alejandro en la obra poética de Juan de Mena ha de achacarse a la antipatía hacia el mundo caballeresco medieval que se vislumbra también en su total silencio sobre personajes artúricos y carolingios. Es éste un aspecto, no menos elocuente por negativo, de su posición pre-rrenacentista, en estrecho enlace con el fervor de Petrarca por la Antigüedad clásica. Más rutinario, Gómez Manrique mantiene a Alejandro en su consabido papel como arquetipo de virtudes o como ejemplo ascético, aunque, el comentar en prosa sus poemas, concede cierta atención al personaje histórico, delineándolo a través de bien conocidas anécdotas 18. El recuerdo favorable del Conquistador abunda en el poema De contempto del mundo del condestable don Pedro de Portugal, enlazado con difundidas reinterpretaciones medievales de su anecdotario. En cambio, Diego de Burgos, secretario de Santillana, en su Triunfo del Marqués, es quizá el primero en ofrecer una imagen de Alejandro del todo hostil, probablemente bajo el influjo de Petrarca. Fernando de la Torre y Ferrando Filipo de Escobar traen una vez más el nombre del macedonio, ya para el tópico de la muerte vencedora, ya como dechado de poderío y liberalidad, mientras Diego Guillen de Ávila, traductor de Frontino, encabeza con el afortunado y valiente Alejandro la visión de los guerreros griegos en su Loor de don Alonso Carrillo, c. 101. En el Desprecio de la fortuna, c. 21, de Diego de San Pedro, Alejandro personifica por sí solo la vanidad de los bienes mundanos, y es extremo de dominio y hazañería en Los doze triumphos de los doze apóstoles, IX, li, cs. 5 y 10, de Juan de Padilla, el Cartujano. No menos triviales son las alusiones dativas del Cancionero de Juan del Encina y su mención dentro del tópico de la muerte vencedora; por el contrario, los curiosos vs. 31 y sigs. del romance que sirve de recapitulación a la Trivagia parecen recoger el eco de una tradición local19. Prosa. También parecen reflejar tradiciones locales las noticias de Ruy González de Clavijo sobre la ciudad de Sanga (hoy Zenjan), de donde Darío «sallió con su hueste e poderío quando peleó con Alixandre», y sobre la llanura del Biamo (hoy Ab-i-Amu Dariya), donde «obo su vatalla Alixandre con Poro» 20. En cambio, los ejemplarios redactados en castellano, ajenos al enfoque histórico o psicológico del personaje, continúan acarreando anécdotas, en su mayor parte familiares, de filiación oriental y occidental, cuya fuente inmediata no siempre es fácil determinar. El Libro de exenplos por a.b.c. de Clemente Sánchez de Vercial contiene una veintena de estas anécdotas, ilustraciones de otras tantas sentencias morales21; menor es el número recogido en el Espéculo de los legos, en el Tratado de moral y en la Flor de virtudes 22. Enrique de Villena se singulariza por utilizar las consejas sobre Alejandro como mero material para sus explicaciones «científicas». Dos menciones tópicas de Alejandro se leen en el Arcipreste de Talavera, en la serie arquetípica de valientes que el fanfarrón cree superar (I, xxx) y en la serie de los «fuertes del mundo» que Fortuna se jacta de haber derrocado (Media Parte, ii). Alonso de Madrigal no se desdeña de repetir textualmente la respuesta que en los Bocados de oro, pág. 309, destaca la continencia de Alejandro. En la Visión delectable, II, x (BAE, XXXVI, pág. 390a), del judaizante Alfonso de la Torre, enumera Justicia, entre las iniquidades cometidas por no estar ella en este mundo, las de Alejandro contra «las ultramarinas tierras». Fernando de la Torre, pariente de Alfonso, ofrece dentro de una versión del Vbi sunt? una mención del imperio y largueza de Alejandro que, por su tono hostil, concuerda con la anécdota de la carta a él dirigida por un «García el Negro». Documenta el lento tránsito entre la erudición medieval y la renacentista el que Pero Díaz de Toledo, primer traductor castellano de Platón, encabece su glosa de la Exclamación e querella de la governación de Gómez Manrique con la máxima del prólogo de la Alejandreida, que tan minuciosamente había parafraseado «Maestre Pedro» siglo y medio antes, si bien sus anécdotas de Alejandro derivan todas de fuentes antiguas. De las dos alusiones ascéticas a la historia de Alejandro en la Tragedia de la insigne reina doña Isabel del condestable don Pedro de Portugal, la segunda refleja inequívocamente la boga de Boccaccio, De casibus uirorum íllustrium. El Vergel de los príncipes de Rodrigo Sánchez de Arévalo autoriza sus preceptos sobre la guerra con un par de anécdotas fantaseadas de Alejandro. Para Alfonso de Palencia, Tratado de la perfección del triunfo militar (ed. A. M. Fabié, Madrid, 1876, págs. 28, 30, 77), Alejandro es arquetipo de grandeza, ya por la monarquía que los macedonios ganaron bajo su mando, ya como noble que, por consumir toda su edad en caballerías, mostró poca afición a la caza, ya como uno de los griegos que, no por hado ni fortuna, sino por valor, «sobrepujaron en valor militar casi todas las naciones». A pesar de su ansia de erudición y ornamento a la antigua, en la obra de Juan de Lucena, como en tanto tratado moral de los siglos previos, Alejandro sigue siendo paradigma impersonal para lecciones independientes y a veces contradictorias y, haciendo caso omiso de las novedades de Petrarca, Lucena celebra la continencia del Conquistador no sólo con el caso histórico de la mujer e hijas de Darío, sino también con la sentencia que le asignan los Bocados de oro, página 309 23. Juan Rodríguez del Padrón, al contraponer varones y mujeres ilustres para ventaja de éstas, empequeñece a Alejandro, que extendió sus conquistas «por los juyzios astrónomos del su maestro» más que por fortaleza propia. Entre las muestras del género parte didáctico, parte retórico de que había de ser «fruto tardío» la obra de fray Antonio de Guevara, ofrece el Cancionero de Herberay des Essarts una paráfrasis de algunos párrafos de la embajada de los escitas según Quinto Curcio, VII, viii, 12-30. La deliciosa Historia de la Poncella de Francia revela el temple caballeresco de su autor en la admiración al rey de Macedonia; la heroína misma declara: «Acuerdóme auer leydo en las cosas de Alexandre ...»; sólo al considerar a Darío como víctima de Fortuna suena un leve eco ascético, aunque sin reproche para su vencedor 24. Móvil decisivo para la historiografía del siglo xv es el concepto de la fama, que renueva la actualidad de Alejandro Magno. De ahí que en la lista de «los sabios antiguos» y los «ilustres príncipes» por ellos historiados, el prólogo de la Crónica de don Juan II no omita a Quinto Curcio y a Alejandro, y que de todos los personajes que Fernán Pérez de Guzmán entresacó para su Mar de historias del inmenso Mare historiarum de fray Juan de Colonna, Alejandro sea quien recibe más pormenorizada atención 25. Mayor aún es la prominencia de Alejandro como ejemplo de conducta caballeresca galardonada con fama literaria en las crónicas particulares, ante todo el Victorial, acaso así bautizado a la zaga de la Natiuitas et uictoria Alexandri Magni regis del Arcipreste León, quien además prodiga en su texto el adjetivo uictorialis. Aunque más parcas en su admiración, tampoco falta el recuerdo de Alejandro en la Crónica de don Alvaro de Luna y en la del Condestable Miguel Lucas de Iranzo. Hasta Diego Rodríguez de Almela, pese a su plan de ceñirse a anécdotas de historia sagrada y de historia española, no puede menos de recordar un par de veces al Conquistador, aparte referir en detalle las anécdotas de tradición judeo-cris-tiana. Y Mosén Diego de Valera justifica los títulos de «hablistán y parabolano» que le otorgó Juan de Valdés, cuando achaca al «gran Alixandre de Macedonia» la invención de las enseñas y blasones (Tratado de las armas, ed. J. A. de Balenchana, Madrid, 1878, pág. 282 ) 26. En los umbrales del siglo xvi, La Celestina refleja todavía la larga fascinación que la leyenda de Alejandro ejerció sobre la mente medieval. Y la refleja con característica divergencia entre el «antiguo auctor» y Fernando de Rojas. Éste se limita a adornar la labia persuasiva de Celestina, cuando pondera ante Melibea las gracias de Calisto (acto IV), con una alusión elativa al rasgo más familiar: «en franqueza, Alexandre». Pero el «antiguo auctor» exclama sarcásticamente por boca de Sempronio, el pedante atosigado de erudición trasnochada (acto I): «¡Qué Nembrot, qué Magno Alexandre, los quales no sólo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!» ¿Será azar o será indicio de tradición oriental esta curiosa asociación de Alejandro con Nemrod, también jinete celestial en la leyenda árabe? 27.
NOTAS 1. A propósito de George Cary, The Medieval Alexander, ed. D. J. A. Ross, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra), 1956, xvi + 415 págs., 9 láms., 5 grabados. 2. Han quedado en pie varias repeticiones (págs. 88 y 210, 122 y 199, 148 y 167, 206 y sigs., y 219 y sigs., 291 y 305; las observaciones sobre el carácter nacional de la actitud de Francia ante Alejandro se repiten en págs. 96, 141 y sigs., 216; de Italia, págs. 97, 207 y sigs., 260 y sigs., y de Alemania, págs 135, 179, 244, 248, 258, 262, 340) y errores de hecho. Así, pág. 23: el Epitoma rei militaris de Vegecio no contiene anécdota alguna de A., por más que así lo den a entender varios autores medievales que confunden esta obra con los Stratege-tnatica de Frontino. Pág. 102: la imaginaria anécdota que cuenta Giraldo de Gales no apunta al deterioro moral de A., sino a su condición humana (cf. Gemina ecelesiastica, II, iv, del mismo Giraldo, y los vs. 25 y sigs. del epitafio editado por A. Hilka, «Studien zur Alexandersage», RF, XXIX, 1911, pág. 71, que quizá sean su fuente). Pág. 120: «Dexter Chronologus», incluido entre los intérpretes medievales de la profecía de Daniel, es superchería del jesuíta Jerónimo Román de la Higuera, 1538-1611 (cf. J. Godoy Alcántara, Historia critica de los falsos cronicones, Madrid, 1868, págs. 16-37 y 129-177; G. Cirot, Mariana historien, Burdeos-París, 1905, págs. 226-236). Págs. 216, n. 1: la referencia a M. Milá y Fontanals, De los trovadores en España, en Obras completas, II, Madrid, 1889, pág. 528, está equivocada y no se encuentra en todo el tomo. 3. Cf. también págs. 87 y 362: reinterpretación de Philippe de Novare en la anécdota política transmitida por Cicerón; págs. 83 y sigs., 91 y sigs.: simpatía por Diógenes y por los gimnosofistas, concebidos como precursores del ascetismo cristiano; págs. 96 y sigs.: protesta del pirata transformada por Juan de Salisbury y sus secuaces en lección de regia paciencia. Paralelamente, Cary esboza la cambiante trayectoria de conceptos morales como magnanimitas y luxuria, págs. 197 y sigs., 278, que activan la reinterpretación de las anécdotas ya que, bajo los viejos rótulos, el lector medieval entiende nuevos contenidos. O señala, págs. 201, 214, cómo el mérito, requisito ético para el moralista antiguo, es para el medieval requisito social, cifrado en nobleza de cuna y bravura militar. 4. Cary ha estudiado en «Petrarch and Alexander trie Great», ItSt, V, 1950, págs. 43-55, la violenta antipatía de Petrarca al Conquistador, a quien concibe como el antípoda de su ideal de aequanimitas estoica. Como bien apunta Cary, esa antipatía brota del fervor del humanista por la Roma antigua, entre otras razones, porque se atribuía a A. la pretensión de conquistarla y además, según creo, porque el vehículo eficaz de la fama de A. en la Edad Media son los poemas caballerescos que Petrarca, en contraste con Dante («Arcturi regis ambages pulcherrimae»), detesta con encono clasicista (pág. 47, n. 21: «et omitto Marcum et Arcturum reges fabulasque Britannicas ac Philippum Macedonem Alexandri patrem falso creditum». Nótese la alusión a la paternidad de Nectanebo en la novela del Seudo-Calístenes y sus derivados). 5. Así lo prueba el empleo regular de la primera alegoría de Daniel para recalcar la rapidez de las conquistas de A. (pág. 120). La segunda se ha interpretado siempre como alusiva a la victoria sobre Darío, sin connotación valorativa, y de ahí que Galtero de Châtillon la adopte como epitafio de Darío en el sepulcro que le erige A., Alejándretela, VII, 423 y sigs. En cuanto a I Macabeos, II, 1-8, supone Cary que la censura de A. se desprende de que inmediatamente el texto se refiere a Antíoco, pero si A. figura entre los Nueve de la Fama (pág. 245) a la par de Judas Macabeo, el caudillo de los judíos contra Antíoco, es claro que los hombres de la Edad Media no le asociaban con este último. A decir verdad, lo que se desprende del texto aducido es la imagen del conquistador como ejemplo de la vanidad de las grandezas mundanas, con la intención ascética con que tantas veces se glosó la vida de A.; cf. Rábano Mauro, citado por el propio Cary, págs. 122 y sigs., y Jaime Balmes, El criterio, XIX, 1, como prueba del eco positivo que esos patéticos versículos pueden despertar en un lector sin prejuicios. 6. Nótese el contraste entre la tajante expresión de Cary, pág. 185: [A. reducido] «to a gaudy puppet moved by the supreme power of God», y la cautela de Ruperto de Deutz, pág. 138: «permitente Deo, cuius permissio semper iusta est, licet malignorum principum uoluntas sine intentio semper sit iniusta». 7. Otro caso en que por sistematización excesiva Cary se debate contra dificultades inexistentes es el de A. y Fortuna. El antiguo reproche, de filiación peripatética y estoica, según el cual A. lo debía todo a la Fortuna, no asoma claramente en los escritos medievales. Éstos, en cambio, suelen contraponer los favores que Fortuna le otorga al disfavor implícito en su muerte repentina, a fin de subrayar lo instable de los bienes terrenales. De ahí la observación de Boccaccio, Amorosa visione, XXXV, vs. 1 y sigs. (esa muerte libró a A. de menoscabo, ya que la Fortuna no puede ser constante), que no comprendo por qué Cary, pág. 194, tacha de absurda: la observación ocurre espontáneamente a cualquier estudioso de A., Tito Livio, IX, xvii, 5, en la Antigüedad: Libro de Alexandre (ed. R. S. Willis, Princeton-París, 1934), cs. 2.627-2 630, en la Edad Media; W. W. Tarn, Alexander the Great, Cambridge (Inglaterra), 1948, I, pág. 121, en nuestros tiempos. Como, por otra parte, una de las concepciones medievales de Fortuna ve en ella un agente de Dios (cf. H. R. Patch, The Goddess Fortuna in Mediaeval Literature, Cambridge (Mass.), 1927, págs. 19 y sigs.), es injusto condenar como yuxtaposición confusa de materiales previos (Cary, págs. 185 y sigs.) la solución conciliadora de Rudolf von Ems, para quien la grandeza de A. es producto de Fortuna al servicio de la divina Providencia. 8. Cf. «Alejandro en Jerusalén», RPh, X, 1956-1957, págs. 185-196. Con este determinismo corre parejas cierta preferencia por las explicaciones mecánicas: los predicadores no escogen las anécdotas más adecuadas, sino recogen las más accesibles (pág. 145; pero cf. 160 y sigs.: anécdotas no vulgares escogidas por los predicadores); lo maravilloso en la literatura sobre A. durante los siglos xii a xiv es «a merely textual peculiarity» (pág. 221; cf. págs. 234 y 306 y sigs.). Semejante preferencia desvirtúa la explicación del rasgo más popular y duradero atribuido a A.: su liberalidad. Pues aunque Cary, págs. 155 y 212 y sigs., identifica las nuevas circunstancias culturales (cristianismo, feudalismo) que convergen en exaltarlo, lo presenta como pordioseo del autor, pág. 154, o como calco rutinario de una fuente, pág. 365. Quizá haya un tantico de travesura juvenil en esa insistencia en las causas mezquinas: al fin, si la Edad Media realza el amor de A. al saber y su reverencia a los sabios, el móvil principal no es la mira interesada de tal o cual autor para propiciarse a su patrono (págs. 106, 242), sino la básica veneración del letrado medieval al saber y al sabio (como en parte lo admite Cary, pág. 109). Estas preferencias convergen en una apreciación deficiente de la creación literaria: es significativo que todos los juicios estéticos emitidos sean negativos, p. ej., págs. 171, 228. Si hemos de creer a Cary, los autores de los poemas caballerescos sobre A. no expresan su opinión ni cuando se adhieren a un tópico ni cuando lo alteran (pág. 225), y su referen cia a una fuente docta es puro artificio retórico (págs. 243, 271, 342), acogido también por Boiardo y Ariosto (pág. 271). Es patente en este último caso cómo el joven investigador ha equivocado la función de la referencia a la fuente docta, por no atender a lo específico de cada época. En los siglos xii y xiii es el sesgo didáctico de la literatura en lengua vulgar lo que impone dicha referencia, mientras en los poemas de Boiardo y Ariosto la alegación irónica de «la pluma arzobispal de don Turpín» refleja la actitud crítica del Renacimiento italiano ante la norma de autoridad.9. Agregúense dos obras de españoles, escritas respectivamente en latín y en hebreo: la Disciplina clericalis del converso Pedro Alfonso (que Cary tiene en cuenta para la anécdota de Diógenes, págs. 85, 146 y sig., 278, y para los filósofos ante la tumba, págs. 151 y sig., 284, 300 y sigs.), ausente de la serie de textos de origen árabe estudiados en las págs. 21-23, y el Itinerario del judío Benjamín de Tudela, citado en la pág. 336. — Sospecho que «Ximenes» procede de una cita de R. Steele en su ed. del Secretum secretorum (R. Bacon, Opera hactenus inédita, Oxford, 1920, fase. V, p. ix), la cual procede a su vez de una nota de H. Knust sobre el título De regimine principum, que adoptan varios tratados («Ein Beitrag zur Kenntnis der Escorialbibliothek», JREL, X, 1869, pág. 297, n. 2). Por supuesto se trata del franciscano catalán Francesc Eiximenis (¿1340?-¿1409?) y del dotzé del Crestiá, esto es, del Régimen! de princeps, incorporado a su enciclopédico Crestia como libro duodécimo. — Del Libro de Alexandre estudia Cary, págs. 64 y sig., fuentes e influjo; 179 y sig., 187 y sig., 192 y sig., 312, censura cristiana del héroe al motivar su muerte; 207, relación con la Alejandrada y con los poemas caballerescos; 218 y sigs., 329 y sig., castidad; 291 y sig., crímenes; 338, Nectanebo; 340, Poro; ha omitido, entre otros aspectos del Libro, el amor al saber y a la fama, peregrinaje al oráculo de Ammón, visita de Talestris, embajada de los escitas, descenso al mar, consulta a los árboles del Sol y de la Luna, vuelo en los grifos, etc. Es totalmente inexacto que el Libro guarde silencio sobre la liberalidad del protagonista, por donde la perduración de ese rasgo en España sería un efecto a larga distancia de los poemas caballerescos franceses (pág. 216): lejos de omitir las palabras iniciales de Gaitero de Châtillon, el Libro las traduce (c. 6b, texto del ms. O: «que fue franc e ardit») y aun agrega (c. 12b): «esforçio e franqueza fue luego decogiendo». Tampoco ha omitido la exhortación de Aristóteles a la liberalidad, antes la amplifica (es. 62 y sigs. y 82) y encarece esta virtud de A. en buen número de pasajes (es. 151á, 2356, 974c, 1.285 y sigs., 1.8832-, 1.894 y sigs.). Y como el recuerdo de tal virtud se repite muchas veces en la literatura española de los siglos xiv y xv, nada de discontinua tiene su perduración. Cary la ilustra con el tratado ii del Lazarillo y con los modismos recogidos por el maestro Correas: de entre los infinitos ejemplos que podrían añadirse, vale la pena señalar algunos de Cervantes (Quijote, i, xxxix y xlvii; Baños de Argel, iii: «tus alexandras manos»), Lope de Vega (La niña de plata, iii), Alarcón (Los favores del mundo, iii) y, por supuesto, Calderón, Darlo todo y no dar nada, cuyo asunto es la munificencia de A. en enlace con su castidad (como ya en la comedia citada de Lope) y motivada por la lección de renunciamiento de Diógenes. Observa Cary (págs. 179 y sig., 187 y sig., 192 y sig.) que el Libro ha cristianizado la intervención de Natura en la muerte del héroe (Alejandreida, X, 6 y sigs. = Libro, es. 2.324 y sigs.) por no simpatizar ,:on la mitología, y afirma que su autor era hombre «of a historical bent» (pág. 216): más exactamente ha observado R. S. Willis, The Relationship of the Spanish «Libro de Alexandre» to the «Alexandreis» of Gautier de Châtillon, Princeton, 1934, págs. 12 y sigs., que el Libro rechaza las figuras mitológicas y personificaciones como agentes, manteniéndolas y hasta agregándolas siempre que no agencien la acción (págs. 13 y sig., 69 y sig.; también Aurora y Febo, c. 298ab; Filomena, 1.874c; Anteo, 2.570c). O sea: no hay precisamente propensión histórica (ni escrúpulos cristianos), sino propensión realista, preferencia por el planteo novelesco sobre el épico, visible desde el Mió Cid hasta La Circe y La Filomena, I, de Lope de Vega. A la par, descartada la mitología como intervención sobrenatural, el poeta del Alexandre puede alegorizar a sus anchas las Metamorfosis, como tantos hacían en esa edad ovidiana y, lo que era mucho más raro en lengua vulgar, puede mostrar su embeleso estético por ellas.No parece conocer el presente libro I. Michael, «Interpretation of the Libro de Alexandre: the Author's Attitude Towards his Hero's Death», BHS, XXXVII, 1960, págs. 205-214, quien abulta a viva fuerza el ascetismo de las últimas páginas del poema, contra la interpretación obvia sostenida independientemente por Cary, págs. 180, 188, 193, por Willis, «Mester de clerecía. A Definition of the Libro de Alexandre», RPh, X, 1956-1957, págs. 221 y sig., y por mí, La idea de la fama en la Edad Media castellana, México, D. F., 1952, págs. 190 y sigs. Sería ocioso refutar en detalle esta «interpretación» salpimentada de notas polémicas que postulan la pereza del lector para confrontar las citas aducidas en su apoyo. Porque, en efecto, basta confrontarlas para advertir el sistemático atropello al texto y la desenvuelta atribución a los críticos combatidos de opiniones que nunca han lanzado y que, por supuesto, el novel crítico refuta brillantemente. Como muestras del procedimiento valgan las siguientes. Michael, pág. 210: «Pero en el poema español, Natura ha de quejarse a Dios, obtener su condena de A. y recibir su permiso antes de emprender la intriga con Satán»; Libro, es. 2.329 y sigs.: Dios reprueba la curiosidad científica de A. y, enterada de ello, Natura, sin queja, condena ni permiso alguno, va en busca de Satán (cf. Cary, págs. 179, 192; Willis, pág. 222). Michael, pág. 211: «aventuras de A. de regreso [de la India] a Babilonia —la mayor parte consiste en su visita al oráculo de Ammón»; la mayor parte consiste en la visita a los árboles del Sol y de la Luna (es. 2.478 y sigs.), no al oráculo de Ammón en Libia (es. 1.167 y sigs.), región que decididamente no cae entre India y Babilonia. Pág. 213: «M. R. Lida interpreta esto [c. 2.645á] como la expiación de A. por sus pecados (pág. 196)». Invito al Sr. Michael a señalar en la página indicada de mi libro o en cualquier otra las palabras que me asigna. 10. Alusiones elativas: es. 218d, 351d, 351ab, 437c, la última sólo en el ms. de El Escorial (ed. R. Menéndez Pidal, en Reliquias de la poesía épica española, Madrid, 1951); ecos verbales: cf. es. 311cd, 460b, 484c, 517c, 604c, y Alexandre, es. 950cd, 2.477b, 2.598b, 137c, 1121a. Para episodios configurados conforme al Alexandre, cf. La idea de la fama..., págs. 202 y sigs. 11. Semeiança del mundo, ed. W. E. Bull y H. F. Williams, Berkeley-Los Angeles, 1959, pág. 59: las gentes de Gog, encerradas por Alejandro (< Imago mundi, XI; cf. Cary, págs. 295 y sig.); pág. 69: Alejandría, fundación de A. (< Imago mundi, XVIII); pág. 107: sepulcro de Darío, que A. manda labrar de piedra emites (sic; < Etimologías..., XVI, IV, 24); pág. 119: A. y su puente sobre el Araxis (< Etimologías, XIII, xxi, 16). Sorprende que el autor del Alexandre, vertiendo el lapidario de san Isidoro en su poema, es. 1.468 y sigs., y mencionándole expresamente, c. 1.467d, no sacase partido de la noticia sobre la piedra chemites. 12. "Primera crónica general, ed. R. Menéndez Pidal, Madrid, 1955; alusiones elativas, págs. 80a, 82a, 142b, 225b; geografía y cronología: págs. 15b, 92b; anécdota de Suetonio, I, vii, 1: pág. 9a (tomada, según Menéndez Pidal, pág. lxxiv, del Speculum historíale de Vicente de Beauvais; la insistencia en la fealdad de A. procede de la novela del Seudo-Calístenes y sus numerosas derivaciones); referencia a la embajada de galos e iberos: pág. 105a (< Orosio, III, xx, 8 < Justino, XII, xiii, 1), cf. Alejandreida, X, 230 y sigs., y Libro de Alexandre, es. 2.520 y sig., 2.609; a «Talisarid», reina de las amazonas: pág. 220« (< Rodrigo de Toledo, De rebus Hispaniae, I, 12, según Menéndez Pidal, pág. cxvii); al anillo con que A. moribundo designa como sucesor a Perdiccas: pág. 221b (< Rodrigo de Toledo, I, 14, según Menéndez Pidal, ibid.; cf. Justino, XII, xv, 12; Quinto Curcio, X, v, 4). Para las citas de la Alejandreida en la General estoria y elogio de Gaitero de Châtillon, extractado de la parte IV, cf. ed. A. G. Solalinde, Madrid, 1930, I, págs. xiv y sig. La selección del mismo Solalinde, Alfonso el Sabio, Madrid, 1922, I, págs. 261 y sigs., contiene otros trozos de la parte I. Solalinde probó la utilización del Libro de Alexandre en RFE, XV, 1928, págs. 1-51. — Extractos del Secretum secretorum en Partida II, tít. IV, leyes 2 y 4; V, 14 y 18; IX, 1, 2, 5-6, 9-11; 16, 21-22; X, 3; sobre la versión utilizada, cf. L. Kasten, «Poridat de las paridades. A Spanish Form of the Western Text of the Secretum secretorum», RPh, V, 1951-1952, pág. 182. 13. Castigos e documentos, ed. A. Rey, Bloomington, 1952, págs. 172, 186, 213. Gran conquista de Ultramar, ed. P. de Gayangos, BAE, XLIV, págs. 396« y 410ab: Tiro; 396ab, 512a y particularmente 149ab: las varias Alejandrías, con mención de la forma árabe del nombre y breve noticia sobre Bucefalia. La Leyenda del Cavallero del Cisne, ed. e. Mazorriaga, Madrid, 1914, pág. 115. 14. Los tres pasajes corresponden a la ed. de A. Rey, RPh, V, 1951-1952, pág. 213, y VIII, 1954-1955, págs. 37 y sig. Sobre las fuentes, cf. V, pág. 213 y n. 6.15. Para don Juan Manuel, cf. RPh, IV, 1950-1951, págs. 169-184.—Derivan del Pólicraticus las siguientes anécdotas de la Glosa de García de Castrojeriz (ed. J. Beneyto Pérez, Madrid, 1947, 3 tomos): I, 94, príncipes y sabios, más carta de Filipo a Aristóteles sobre el nacimiento de A. < Pólicraticus, IV, vii (la carta se remonta a Aulo Gelio, IX, 3); I, 111, A. y el pirata < Pólicraticus, III, xiv (con reinterpretación, favorable al rey, del relato desfavorable de La ciudad de Dios, IV, iv; cf. Cary, págs. 99 y sigs.); I, 132, paciencia de A. con su ayo Antígono < Pólicraticus, III, xiv (no hay fuente antigua sobre este supuesto ayo de A.: la anécdota parece ser una de las muchas fraguadas por Juan de Salisbury; cf. Cary, págs. 96, 159, 285); I, 138, frugalidad de A. < Pólicraticus, V, vii (< Frontino, IV, iii, a quien García de Castrojeriz suele equivocar con Vegecio); I, 140, continencia < Pólicraticus, V, vil (< Frontino, II, xi); I, 145, compasión < Pólicraticus, V, vii (< Frontino, IV, vi, esta vez equivocado con «Valerio»); I, 168 y sig. = II, 62 = III, 175 y sig. grandeza de A. frente a Parmenión < Pólicraticus, VII, xxv (< Valerio Máximo, VI, iv, ext. 3); II, 16, muerte de Calístenes <; Pólicraticus, VIII, xiv (con reinterpretación, favorable al rey, del relato desfavorable de Valerio Máximo, VII, n, ext. 11; cf. Cary, pág. 113); II, 209, tropa reducida pero práctica < Policraticus, VI, xiv (< Frontino, IV, n); III, 67 = 315 y sig., carta en que Filipo reprocha a A. sus dádivas < Policraticus, VIII, ii (< Cicerón, Sobre los deberes,II, xv, 53 y sigs., y Valerio Máximo, VII, ii, ext. 10. García de Castrojeriz no parece haber comprendido bien el texto del Policraticus; cf. Cary, págs. 87 y sigs.); III, 203, A. alaba a los jueces que han fallado contra él < Policraticus, V, xii (¿fantaseo de Juan de Salisbury?); III, 353, A. respetuoso de los templos < Policraticus, VI, vii (según cita expresa de la Glosa; cf. Josefo, Antigüedades judaicas, XI, 317 y sigs.). — Anécdotas de la Glosa derivadas de tratados político-morales y ejemplarios: I, 102, A. herido se reconoce mortal (cf. Cary, págs. 152 y sig., 301, y Libro del consejo e de los consejeros, XII); I, 105 y sig. = III, 304, A. escoge soldados viejos (< Justino, XI, vi, 4 y sigs.; cf. Cary, págs. 161, 303, y Alejandreida, I, 249 y sigs.); I, 124, confía en su médico (< Valerio Máximo, III, viii, ext. 6; cf. Cary, pág. 160); I, 155, liberalidad de A. y mezquindad de Antígono (< Séneca, Sobre los beneficios, II, xvi; Cary, págs. 86, 154, 279 y sig., 348, 350, 360, demuestra cómo la anécdota, contada por Séneca para condenar los dos extremos, se convierte desde Guillermo de Conches, Moralium dogma philosophorum, xiii, Giraldo de Gales, Ve principis instructione, I, vm, y Brunetto Latini, Li livres dou tresor, II, xcv, 7, en alabanza de A. Agréguese El caballero Cifar, ed. C. P. Wagner, Ann Arbor, 1929, págs. 344 y sig., única anécdota de A. presente en esta novela); II, 183, A. adquiere de su ayo «Leonildo» un defecto en su andar (< San Jerónimo, Epístola CVII, 4; cf. Cary, págs. 288 y 304, sobre difusión de esta anécdota en ejemplarios y en el tratado De eruditione principum, V, 9, de Guillermo Perrault, cuya huella española apunta el citado editor de la Glosa, I, pág. xxix). — Presuponen lectura directa la anécdota de Calístenes en versión desfavorable a A. (I, 168), tal como la había narrado Valerio Máximo, VII, II, ext. 11, y las citas asimismo desfavorables de la Epístola CXIII y de las Cuestiones naturales, III, Prefacio, de Séneca (III, 132 y 157), mientras parece indirecta la anécdota (I, 94) que reinterpreta como humildad de A. lo que en Séneca, Epístola XCI, es un sarcasmo contra su soberbia. — Comentario de un texto antiguo mediante otro medieval: I, 55 y 324, la condena del ansia de dominio y saber por Séneca (Epístola XCVIII; Sobre los beneficios, VII, ii; Cuestiones naturales, V, xviii) mediante la exploración aérea y marítima difundida por la novela del Seudo-Calístenes; I, 102 y sig., A. y la teoría de Anaxarco sobre la pluralidad de los mundos (Valerio Máximo, VIII, xiv, ext. 2 < Policraticus, VIII, v, y Dialogus creaturarum, LXXXII) mediante el lamento fúnebre de la Alejandreida, X, 439 y sigs. — Fuentes exclusivamente medievales: I, 230-237, «castigos» epistolares de Aristóteles según la traducción latina del Secretum secretorum de Felipe de Trípoli; III, 377-386, resumen de historia troyana según «lo que cuenta en la historia del Libro de Alexandre» (con mención, pág. 385, de la Crónica troyana). Las fuentes medievales asoman más brevemente: I, 94, al bajar al mar, A. «metió consigo vn gallo que le certificasse las horas», según «el otro Alexandre, que llamaron mágico» (?) (< ¿Historia de preliis, I2? Cf. Cary, pág. 341); I, 135, A., clemente con el persa enviado por Darío para asesinarle (< Arcipreste León, Na'iuitas et uictoria Alexandri Magni regis, ed. F. Pfister, Heidelberg, 1913, II, ix; cf. Historia Alexandri Magni de Liegnitz, ed. A. Hilka, RF, XXIX, 1910, pág. 26, y Cary, pág. 318); III, 374, ardid de tomar «muchas cibdades encendiéndolas de dentro» con espejos cóncavos: parece un recuerdo confuso de los espejos ustorios con que, según la leyenda, Arquimedes incendió la flota romana y del espejo del Faro de Alejandría, en pie hasta el siglo vm, que tanto excitó la fantasía medieval (cf. Hilka, ibid., págs. 5-9).16. A. en el Cancionero de Baena como modelo de liberalidad y hazañas: Alfonso Alvarez de Villasandino, núm. 115, c. 4; Francisco Imperial, núm. 226, c. 26 (con probable alusión al vuelo); fray Diego de Valencia, núm. 227, c. 20 —la c. 27 nombra a Darío y Poro como encarecimiento de riqueza—; anónimo, núm. 229, c. 3. Como ejemplo de codicia, ilustrada con el vuelo y bajada submarina: autor incierto, núm. 340, c. 12; de la vanidad del mundo y poderío de la muerte: fray Migir, núm. 38, c. 12; Gonzalo Martínez de Medina, núms. 337, c. 10, y 339, c. 14 (la profecía de que A. morirla «sso cielo d'oro ... en cama d'azero» parece derivar de Bocados de oro, pág. 299), cf. Cary, págs. 310 y 313 y sigs. Para la controversia sobre fortuna y mérito de A., cf. Tarn, Alexander the Great, I, 82, y Cary, págs. 80 y sigs. — Las edades del mundo [Cancionero castellano del siglo XV, ed. R. Foukhé-Delbosc, II, Madrid, 1915, núm. 424, es. 173-179) consignan la enseñanza de Aristóteles, victoria sobre Darío, reverencia al Sumo Sacerdote, franquicias a Jerusalén, división de sus reinos entre doce servidores, para que ninguno de ellos pudiera igualársele en señorío (cf. Cary, págs. 157, 287) y distribución final en cuatro partes. A la novela del Seudo-Calístenes se remontan los amores con Candace, reina de la India (cf. Cary, págs. 219 y sigs ), y a Justino, XII, xiv, 7, el veneno «dado en vña de cauallo». 18. En las Glosas a sus Proverbios, es. 64 y sig., Santillana cita dos veces a Séneca «en el su libro De beneficiis», pero no deriva directamente de él, 1.º, porque contra la intención expresa de Séneca, cuenta la anécdota en alabanza de A., o sea, conforme a la reinterpretación medieval, y 2.°, porque transforma al filósofo cínico y al veterano que, según Séneca, piden dádivas a Antígono y a A. en «un pobre ome» y «un pequeño menestril». Para causas y paralelos de esta última transformación, cf. Cary, págs. 361 y 364; añádase que, siendo corriente en la Edad Media el tipo del juglar pedigüeño y la confusión de «c» y «t» en los mss., varios escritores metamorfosearon sin más «Cynicus petiit talentum» en «el juglar Tínico ... demandaua vn marco de oro» (García de Castrojeriz, Glosa, I, 155), «.i. menestrier ... li demanda un besant» (Brunetto Latini, Li livres dou tresor, II, xcv, 7). La novela del Seudo-Calístenes reemplaza el bochornoso motivo que impulsó a Pausanias a asesinar a Filipo por el amor de Olimpias, sospechosa de complicidad en el asesinato (cf. Justino, IX, vi y vii); el vocalismo del nombre en el Infierno de los enamorados, c. 56 («Pausonia») sugiere la forma «Pausona» del Libro de Alexandre, es. 170a, 175b (ms. P: Pausana), 178a (ms. P: Pausana), 180c, 182a.— Las únicas alusiones a A. en la obra de Juan de Mena se encuentran, que yo sepa, en composiciones de atribución dudosa: c. 14 de las veintisiete agregadas al Laberinto, el ya citado «Dezir sobre la justicia» [Cancionero de Baena, núm. 340) y el «Razonamiento ques faze Johan de Mena con la Muerte» (Cancionero castellano..., ed. Foulché-Delbosc, I, núm. 35); cf. 7«a« de Mena, poeta del prerrenacimiento español, México, 1950, pp. 106-110; a los argumentos contra la paternidad de Mena, Agréguese la mención de «don Ector el troyano, Rey Artús e Cario Magno» en el «Razonamiento». — A. en la poesía de Gómez Manrique: como arquetipo de esfuerzo (continuación de las Coplas contra los pecados mortales de Juan de Mena, Cancionero castellano..., I, pág. 143b), de franqueza (ibid., II, núms. 368, c. 1; 417, c. 1, frente a Midas, arquetipo de riqueza), de templanza y fortaleza (núm. 376; es. 74 y 79); como ejemplo ascético (núm. 377, c. 27). De las obras en prosa, el prólogo al Conde de Benavente (Cancionero..., II, págs. 2a y sig.) trata de César ante el sepulcro de A. (< Lucano, X, 19 y sigs., contaminado con Suetonio, I, vii, 1), de la carta de Filipo a Aristóteles y de la preferencia de A. por los veteranos (cf. n. 15); el comentario a la c. 14 de la Consolatoria a doña Juana Manrique, Condesa de Castro (ibid., núm. 375, pág. 61b), cuenta la anécdota de César ante la estatua de A. en Gades, fiel al citado texto de Suetonio. 19. De contempto del mundo (Cancioneiro geral de García de Resende, ed. A. J. Gonçalves Guimaräis, Coimbra, 1910, II, págs. 228-267), es. 7 y 26: Darío y A. entre las víctimas de Fortuna y Muerte; c. 17: Pausanias asesina a Filipo por ansia de fama vulgar (< Valerio Máximo, VIII, XV, ext. 4, acaso a través de Gesta Romanorum, núm. 149); c. 100; A. clemente con el soldado aterido (< Frontino, IV, vi = Policraticus, V, vii) y con Poro; c. 105: muerte de Clito y Calístenes imputada al «mucho fablar» de ambos (< reinterpretación cortesana del Policraticus, VIII, xiv; cf. Cary, págs. 113 y 291). — Triunfo del Marqués (Cancionero..., II, núm. 951), c. 63: las conquistas de A. se explican por su fortuna y por lo inerme de su enemigo (< T. Livio, IX, xvii, 16); c. 101: sus riquezas sirven para ensalzar a Diógenes, que las despreció (< Séneca, Sobre los beneficios, V, rv); c. 103: la espeluznante patraña sobre Calístenes y Lisímaco (< Justino, XV, iii, 3-7) subraya su crueldad. — Cito a Fernando de la Torre y a Escobar por el Cancionero de Juan Fernández de Híjar (Ixar), ed. J. M. Azáceta, Madrid, 1956, I, núm. 23, c. 4, y II, núm. 69, es. 1, 7 y 10, y por el Cancionero y obras en prosa de Fernando de la Torre, ed. A. Paz y Mélia, Dresden, 1907, pág. 137; a Diego Guillen de Avila por la ed. facs. de la RAE, Madrid, 1951; a Diego de San Pedro por la ed. S. Gili y Gaya, Madrid, 1950, pág. 243, y a Juan de Padilla por el Cancionero..., I, núm. 160. En el sermón en prosa intercalado en el Retablo de la vida de Cristo (ibid., núm. 161, pág. 442a), el Cartujano recuerda a Darío y a A. en una copiosa lamentación de muertos ilustres. — Juan del Encina, Cancionero (ed. facs. de la RAE, Madrid, 1928): alusiones dativas en el «Prohemio a los Reyes Católicos», «A los Duques de Alba», «A don Gutierre de Toledo», Triunfo de Amor, La dolorosa muerte del príncipe don Juan. El romance a continuación de la Trivagia (Madrid, 1786, pág. 102) dice: «También es ahí cerca Espola, / Gran ciudad en presumir, ... / De do no pasó Alexandro / A más tierras proseguir». Quizá «Espola» sea Spalato, y la tradición recogida por el poeta recuerde vagamente la campaña de A. contra los ¡lirios y tribalos que, en efecto, marcó el máximo avance de su imperio al Norte y al Oeste de Europa, ya que pronto atendió a unificar Grecia y conquistar el Asia (Arriano, I, i, 4 y sigs.). Se ha puesto en duda la atribución de este romance a Juan del Encina; de hecho ni la Trivagia, ni el Viaje de Jerusalem de Fadrique Enríquez de Ribera, Marqués de Tarifa, a quien acompañó Encina, nombran a Espola o a A.; cf. P. M. Arrióla, The «Viage a Jerusalem»: A Contribution to the Study of Spanish Travel Literature, Tesis doctoral de la Universidad de California, Berkeley 1956. 20. Embajada a Tamerlán, ed. F. López Estrada, Madrid, 1943, págs. 110 y sig. y 142: en este último pasaje González de Clavijo (o su fuente de información) sustituyen a Beso, el sátrapa traidor a Darío, apresado en la llanura del Amu Dariya, el Oxo de la Antigüedad, por un enemigo más ilustre, Poro, rey de la India. 21. Ed. A. Morel-Fatio, Ro, IX, 1878, núm. 6, sobre el renunciamiento (supuesta carta de Díndimo acerca de los brahmanes; cf. Cary, págs. 13, 43, 92 y sigs., 179, 254, 280 y sig.); núm. 34, sobre la astucia militar (visita de A. «en fegura de cauallero simple» a la corte de Poro; cf. Gesta Romanorum, núm. 198; Cary, págs. 364 y sig.); núm. 42, sobre la fortuna, que favorece a los osados (pese a la cita formal de La ciudad de Dios, la conseja del pirata Dionides deriva del Policraticus, III, xiv); ed. P. de Gayangos, BAE, LI, núm. xii, sobre la continencia (< Policraticus, V, vn, derivado de Frontino, II, xi, a quien Sánchez de Vercial, como García de Castrojeriz, equivoca con Vegecio); núm. XV, sobre el llevar con paciencia la reprensión, pero el texto se limita a exponer el reproche de «un caballero noble» contra la codicia de A. (< Quinto Curcio, VII, VIII, 12, 26, 15, en este orden, más algunos conceptos morales que delatan transmisión indirecta, e independiente de la imitación de la Alejandreida, VIII, vs. 358 y sigs., y del Libro de Alexandre, es. 1.916 y sigs.); núm. XXVI, sobre que el don debe corresponder al dador (cf. n. 15; aquí sólo se cuenta la mitad del pasaje de Séneca, pertinente a A.; la mitad pertinente a Antígono forma el ej. CCLV; para la asociación con Nerón y Calígula, cf. Cary, pág. 328); núm. XLVII, sobre la discreción (A. y el rústico < Valerio Máximo, VII, iii, ext. 1); núm. XCVII, sobre la confianza (A. y su médico < Valerio Máximo, III, viii, ext. 6); núm. CIX, sobre agüeros en el nacimiento de personajes ilustres (el de A. se remonta a la novela del Arcipreste León, I, xi; cf. Libro de Alexandre, c. 10c); núm. CXLIV, sobre lo necio de creerse inmortal (reelaboración melodramática de la anécdota de A. que se reconoce mortal al verse herido < Séneca, Epístola LIX, xii; la herida es aquí castigo providencial por haber exigido honores divinos, reinterpretación ajena a Valerio Máximo, IX, V, ext. 1, citado como fuente); núm. CLXIV, sobre un juramento felizmente alterado (A. y Anaxímenes, aquí «Maximiano» < Valerio Máximo, VII, iii, ext. 4); núm. CLXXXVIII, sobre la magnanimidad (A., Parmenión y la oferta de Darío < Valerio Máximo, VI, iv, ext. 3); núm. CXC, el que usa de razón es más que un rey (A. y Platón: ¿variante de A. y Sócrates 'Diógenes' en la Disciplina clericalis, núm. XXVIII, a su vez variante oriental de la anécdota de A. y Diógenes al sol? Cf. Cary, págs. 144 y sigs.); núm. CCXXV, sobre que se debe tener siempre presente la muerte (epitafio de A., cf. ii. 17); núm. CCXLVIII, sobre que el noble honra a sus servidores (A. y Hefestión < Valerio Máximo, IV, vii, ext. 2); núm. CCXXIX, sobre la paciencia de los príncipes (< García de Castrojeriz, Glosa, I, 132; Sánchez de Vercial ha aclarado un tanto la redacción, pero mantiene la reinterpretación arbitraria con que la Glosa traduce el Policraticus, III, xiv; cf. n. 15); CCLXXXV, sobre que la riqueza consiste en no codiciar (encuentro de A. y Diógenes, narrado según Valerio Máximo, IV, ni, ext. 5, y comentado según Séneca, Sobre los beneficios, V, vi); núm. CCCIV, sobre que el señorío suele pertenecer a malvados (comienza con un Vbi sunt? que sólo enumera imperios, y continúa ilustrando la moraleja con el ejemplo de A., Nerón, Calígula, etc.; cf. núm. XXVI; para la violenta condena de A., vencido por «el vino, la lujuria y la soberbia», cf. Cary, págs. 282 y sigs.); núm. CCCLXXXI, sobre que el pobre vive más seguro que el poderoso (Sócrates, los cazadores y el rey < Disciplina clericalis, núm. XXVIII; cf. núm. CXC). 22. Espéculo de los legos, ed. J. M. Mohedano Hernández, Madrid, 1951, núms. 106 y 531. A. adquiere el andar defectuoso de su ayo (cf. n. 15 sobre García de Castrojeriz, Glosa, II, 183; núm. 220, A. en Jerusalén (< Pedro Coméstor; cf. RPh, X, 1957, pág. 187); núms. 306 y 381, la piedra maravillosa (apólogo contra la codicia, cuya versión más antigua se encuentra en el Talmud de Babilonia; cf. Cary, págs. 19 y sig., 150 y sig., 176 y sigs., 299 y sig., 347 y sig., 373 y sig.); núm. 382, los filósofos ante la tumba (< Disciplina clericalis, núm. XXXIII; cf. Cary, págs. 52, 99, 151 y sig., 156, 169, 193, 300 y sigs., 348); núm. 385, A. y los gimnosofistas (cf. Cary, págs. 148, 167 y sig., 298, 304; agréguese Bocados de oro, págs. 294 y sig.). — El Tratado de moral (Cancionero de Juan Fernández de Htjar, II, núm. LXXIII) deriva todo su material sobre A. de los Bocados de oro: II, aforismo de A. sobre lo que debe procurar el rey (< Bocados de oro, pág. 310 = Buenos proverbios, pág. 39); ibid., Aristóteles aconseja a A. hacer buenas obras para enseñorearse de las gentes (< Bocados de oro, pág. 261 = Buenos proverbios, pág. 33); VI, A. y el buen orador mal trajeado (< Bocados de oro, pág. 309 = Buenos proverbios, pág. 38); ibid., A. honra más a su maestro que a su padre (< Bocados de oro, pág. 311; cf. Cary, págs. 288 y sig.). — Flor de virtudes (Cancionero de Juan Fernández de Híjar, II, num. LXXVIII) traduce la compilación italiana de igual título, redactada a fines del siglo xiii: VIII, los filósofos ante la tumba (cf. Cary, pág. 348; los nombres propios asignados a los filósofos, junto con los de varias «autoridades», constituyen una muestra instructiva de Antigüedad fantaseada); XI, A. y el pirata (cf. Cary, págs. 348 y sig.); XIII, A. y el pobre a quien regala una ciudad (cf. Cary, págs. 349 y 360); XVIII, A. y el loco (cf. Cary, pág. 349); XXXV, sobriedad de A. (cf. Cary, pág. 160). Además, el original italiano pone en boca de A. seis sentencias (cf. Cary, pág. 349), de las cuales la versión castellana atribuye las dos primeras al escolástico Alejandro de Hales (XI y XIII), la cuarta a «Sedechia profeta» (XXII), la quinta a Galieno (XXXIII) y sólo la tercera (XVII) y la sexta, casi irreconocible de puro abreviada (XXXIX), a «Alixandre». La forma «Sedechia» sugiere un texto -italiano distinto del publicado, más bien que un desvío personal del traductor. Cary omite la máxima «Alexandre dize: más vale la honrada muerte que non la vil señoría» (XXVII), no sé si por inadvertencia o por faltar en el texto de Fior di virtù, ed. B. Fabbricatore, Nápoles, 1870, que me es inaccesible.23. Enrique de Villena, Los doze trabajos de Hércules, ed. M. Morreale, Madrid, 1958, págs. 53 y sig.: el perro que el rey de Albania regaló a A. (< Plinio, Historia natural, VII, 149 y sig.) como paralelo al can Cerbero; Tratado del aojamiento, ed. J. Soler, «Tres tratados», RHi, XLI, 1917, pág. 185: la doncella serpentina enviada a A. por la Reina de la India como caso de mirada maléfica (peripecia de la novela del Seudo-Calístenes que pasó al Secretum secretorum, ed. R. Steele, y R. Bacon, Opera..., V, 60 = Poridat de las poridades, ed. L. Kasten, Madrid, 1957, pág. 41); Arte cisoria, ed. E. Díaz Retg, Barcelona, 1948, pág. 86, la macabra piedra pirofiles, «que traýa Alexandre sobre todas consigo, según Aristóteles en su lapidario cuenta» [?]. — Alonso de Madrigal, el Tostado, Tratado de cómo al ome es nescesario amar, ed. A. Paz y Mélia, Opúsculos literarios de los siglos XIV a XVI, Madrid, 1892, pág. 234, 2.a conclusión: cf. Cary, págs. 329 y sig. — Fernando de la Torre, Libro de las veynte cartas e qüistiones, VI (Cancionero y obras en prosa, págs. 35 y sig.): «¿Qué del grande e mayor tirano e poderosso señor del mundo, Alixandre, e de su franqueza desmoderada ... ?» Creo que es ésta la primera censura a la liberalidad de A. en castellano; en latín, Diego García de Campos en la archirretórica epístola dedicatoria de su Planeta al arzobispo don Rodrigo de Toledo (ed. P. M. Alonso, Madrid, 1943, págs. 163 y sig.) había arremetido contra A. «quod dissutus et dissolutus et diffusus et confusus prodigus numquam meruit dici largus ... Et fauorem populi et flatum uolatilem finem constituit sui propositi»; para juicios negativos de moralistas medievales sobre la liberalidad de A., cf. Cary, págs. 85-91. «García el Negro», en Cancionero y obras en prosa, II, pág. 6: A., herido en el asalto de una ciudad de la India, no se deja atar por el cirujano ( < Quinto Curcio, IX, v, 28 > Alejandreida, IX, vs. 469 y sigs., y Libro de Alexandre, es. 2.252 y sigs., cf. Fernán Pérez de Guzmán, Mar de historias, VIII, en ii. 25 del presente estudio), pero aunque fuerte para sufrir el dolor «non pudo ser fuerte contra la desordenada cobdicia e loca gloria del mundo». — Pero Díaz de Toledo, Glosa (Foulché-Delbosc, Cancionero castellano..., II, pág. 131«: «segund escriue que al [sic] actor, copilador de la ystoria de aquel grande Alexandre, en el prohemio e yntroducción suya al comienço»; pág. 134«: A. ante la tumba de Aquiles ( < Cicerón, Pro Archia, X, 24); 1416: A. y el pirata (< La ciudad de Dios, IV, iv, y no Policraticus, III, xiv; pág. 143b: A. y los veteranos « Justino, XI, vi, 4 y sigs.). — Tragedia de la insigne..., ed. C. Michaélis de Vasconcelos, Coimbra, 1922, págs. 81 y 113. El inventario de los libros del condestable atestigua su interés por obras medievales sobre A., pues registra un suntuoso ejemplar de Alexandre, en ffrancés y De uita et moribus Alexandri Magni (ibid., págs. 123 y sig. y 134). — Vergel de los principes, ed. F. R. de Uhagón, Madrid, 1900, pág. 25: A. heredó un reino pequeño y lo acrecentó por las armas, según «dice el sabio Policraton» (< Policraticus, VI, xiv; cf. ii. 15 acerca de García de Castrojeriz, Glosa, II, 209); ibid.: Aristóteles aconseja a A. residir en el campo para asegurar su éxito militar «Policraticus, VI, ii, reelaborado en forma anecdótica); agréguese pág. 26: «Dice Valerio Máximo que la victoria no se alcanca por muchedumbre de gentes, mas por caualleros exercitados en armas» (< Policraticus, VI, xiv, ilustrado precisamente con la primera de las anécdotas de A. aquí citadas). — Juan de Lucena, Libro de uita beata, ed. A. Paz y Mélia, Opúsculos literarios..., página 121: anécdota de Calístenes, que muere por no adular al rey, seguida de la anécdota (fraguada) de las precauciones de A. para guardarse de aduladores; pág. 122: A., dechado de magnánimos, como Midas lo es de avaros, y pág. 140: A., ejemplo de la vanidad de la fama terrena; pág. 145: anécdota (fraguada) de A., que con su sola presencia somete a sus caballeros desleales, y pág. 157: A. se mueve al son que toca Timoteo (fantaseo de la anécdota del flautista Xenofanto < Séneca, Sobre la ira, II, i); pág. 191: continencia de A. Carta exhortatoria a las letras, ibid., pág. 161: A., modelo de mecenazgo; pág. 210: de actividad variada. 24. Juan Rodríguez del Padrón, Triunfo de las donas (Obras, ed. A. Paz y Mélia, Madrid, 1884, pág. 115). — «Letra que fue embiada por los citas a Alexandre» (Cancionero de Herberay des Essarts, ed. Ch.-V. Aubrun, Burdeos, 1951, núm. 111, págs. 15 y sig.): para el papel de este motivo en la leyenda de A., cf. Cary, págs. 149, 173, 298 y sig., y n. 21 sobre Libro de exemplos por a.b.c, XV; para su huella en el Reloj de príncipes, cf. RFH, VII, 1946, pág. 362. El profesor Aubrun, ibid., pág. liv, menciona un «Razonamiento de Demóstenes a Alexandre» atribuido a Pere Torrellas en un ms. inédito de la Biblioteca Nacional de París. — Historia de la Poncella de Francia (ed. C. Savignac, RHi, LXVI, 1926; pág. 579, A. recordado entre los Nueve de la Fama: cf. Cary, págs. 246 y sigs., 343 y sig.; pág. 573, entre los ejemplos de noble ambición; pág. 590, entre los parangones sobrepasados por Juana de Arco; págs. 572 y sigs.: Juana cuenta la anécdota de la quema del rico botín según la ha leído «en las cosas de Alexandre»: cf. Alejandreida, VII, vs. 49 y sigs., y Libro de Alexandre, es. 1.889 y sigs.; págs. 586 y sig., anécdota de A. y su médico, primorosamente fantaseada; pág. 578: Darío, víctima de Fortuna. 25. Mar de historias, caps. VI-XIV (ed. R. Foulché-Delbosc, RHi, XXVIII, 1913, págs. 457-476). Sobre fray Juan de Colonna y su Mare historiarum, no tomado en cuenta por Cary, cf. G. Waitz, MGH, Scriptores, XXIV, 1879, páginas 266 y sigs. Por serme inaccesible el texto latino, no puedo determinar la originalidad de la versión castellana. Los capítulos indicados no forman un relato continuo, sino una selección de episodios de Quinto Curcio, vertidos con bastante aproximación (cerco de Tiro < IV, II, 13 y sigs.; elección de Abdalónimo < IV, ii, 16 y sigs.; cartas a Darío para sembrar la traición en el real de A. < IV, X, 16 y sigs.; generosidad de éste con la mujer de Darío < IV, X, 25 y sigs.; propuesta de Darío, admitida por Parmenión y rechazada por A. < IV, xi, 2 y sigs.; alocución de Darío a su ejército < IV, xiv, 9 y sigs.; A. es el primero en escalar el muro < IX, iv, 30; herido, no se deja atar por el cirujano < IX, v, 28; Crátero reprende su temeridad < IX, vi, 5 y sigs.; respuesta de A. < IX, VI, 17 y sigs. Aquí el compilador intercala las censuras de Séneca, Epístolas XCIV y CXIX, una fabulosa descripción de la India y el relato de la muerte a traición del Rey (< Justino, XII, vii, 5; xv, 8 y sigs., XVI, 1 y 9 y sigs.; cf. Cary, pág. 316), para volver a Quinto Curcio, X, V, 7 y sigs., al contar el llanto de griegos, persas y, en particular, de la madre de Darío. Después, con típica desaprensión medieval, transcribe uno tras otro el elogio de Quinto Curcio, X, v, 26 y sigs., y el agrio cotejo de Justino, IX, viii, 11 y sigs., entre A. y Filipo, rematado con la anécdota de A. y la pluralidad de los mundos, que expone primero en la breve redacción de Séneca, Epístola XCI, y luego en la de Valerio Máximo, VIII, xv, ext. 2. Entre ambas redacciones se lee la disputa entre los sucesores de A., nuevamente según Quinto Curcio, X, vi, 4 y sigs., y la división de su imperio según Justino, XIII, iv, 9 y sigs. 26. Arcipreste León, ed. F. Pfister, I, xxiv: «ut uictorialis existeres»; xxxviii: «me esse uictorialem»; II, xxi: «constituere me uictorialem», etc. Para A. en el Victorial, cf. La idea de la fama en la Edad Media castellana, págs. 239 y sig., y «Alejandro en Jerusalén», págs. 193 y sig. Para el envenenamiento de A., ejecutado, según la inquina antisemita del Victorial (ed. J. de M. Carriazo, Madrid, 1940, pág. 17), por «el conde Antipat» en trato con los judíos, cf. la Historia Alexandri Magni de Liegnitz (pág. 30) que, al nombrar a Antípatro, especifica: «de cuius genere postea fuit Herodes», sin duda por asociación con Antípatro el idumeo, padre del rey Herodes; Diego Rodríguez de Almela, Valerio de las historias de la Sagrada Escritura y de los hechos de España (ed. J. A. Moreno, Madrid, 1783, págs. 297 y 306), llama a dicho rey «Herodes Antípater»; quizá el nombre de su hijo, el tetrarca Herodes Antipas de los Evangelios, contribuyera a la confusión. Agréguese además la mención de A., a una con Hércules y Atila, como guerrero invicto (pág. 43); la de su especial lactancia (pág. 62, ¿< Libro de Alexandre, c. 7?), y el experimento para probar que el corazón crece con la buenandanza (págs. 233 y sig. < Buenos proverbios, p. 36). — Para las otras dos crónicas, cf. La idea de la fama..., págs. 244, 250 y sig., 254. — Es muy verosímil que el recuerdo de los preceptos de Aristóteles a A., desarrollados en el Libro de Alexandre, el Poema de Fernán González y el Victorial, haya sugerido a Diego Enríquez del Castillo los consejos que en su Crónica de Enrique IV (ed. J. M. de Flores, Madrid, 2.ª ed., págs. 17 y sigs.) imparte el Marqués de Santillana cuando el Rey «hizo cortes generales e determinó hacer guerra contra los moros». — Rodríguez de Almela, Valerio de las historias, pág. 114: «Alexandre y otros» como ejemplo de confianza temeraria; pág. 298: discusión del testamento de A. (< Pedro Coméstor, Historia scholastica, FL, CXCVIII, col. 1.498); págs. 26 y 31 y sig.: A. en Jerusalén y A. con las Diez Tribus (< ibid., cols. 1.486 y sigs., incluso la trillada moraleja, cf. Cary, págs. 18, 73, 132, 296). — Menciones tópicas de A. como dechado de liberalidad y clemencia se hallan en otros escritos de Valera: dedicatoria del Tratado de armas, pág. 245; carta a Juan II inserta en su Crónica abreviada (en Memorial de diversas hazañas, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, 1941, pág. 320). — No ha sido identificada, que yo sepa, la Copilación del Gran Alexandre e Aníbal emperador de Cartago e Cipión Africano de donde tomó los apotegmas míms. 3.058-3.063 la Floresta de philósophos, atribuida a Fernán Pérez de Guzmán, ed. R. Foulché-Delbosc, RHi, XI, 1904, pág. 146. 27. Cf. G. Millet, «L'Ascension d'Alexandre», Syria, IV, 1923, pág. 117. El mito del héroe —específicamente Etana, también Gilgamesh y Nemrod— que sube al cielo en un águila para obtener la hierba de la vida o de la juventud, fue muy popular en Babilonia desde los comienzos de la civilización súmero-acadia, se transfirió a A., conquistador benévolo de Babilonia, y penetró en la novela del Seudo-Calístenes probablemente por conducto judío; cf. S. H. Langdon, Semitic (The Mythology of All Races, ed. J. A. MacCulloch y G. F. Moore, t. V), Boston, 1931, págs. 171 y sigs., y del mismo autor, The Legend of Etana and the Eagle, París, 1931. Además, una leyenda oriental que penetró en la tradición judeocristiana (p. ej., san Isidoro de Sevilla, Chronica maiora, ed. T. Mommsen, MGH, Auctores antiquissimi, XI, 429; Pedro Coméstor, Historia scholastica, col. 1.089; Lucas de Tuy, Chronicon mundi, ed. A. Schottus, Hispania illustrata, Frankfurt, 1688, IV, 8 —donde, aunque se declara reproducir la Chronica de San Isidoro, se la ofrece interpolada con la Historia scholastica— y su romanceamiento, ed. J. Puyol, Madrid, 1926, págs. 23 y sigs.), enlaza a Nemrod con la torre de Babel, erigida para escalar el cielo. Las dos ascensiones de Nemrod acabaron por fundirse; cf. A. Wallis Budge, The Alexander Book in Ethiopia, Oxford, 1933, pág. 17, n. 2.
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