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I Toda narración supone necesariamente un avance, ya del héroe, ya de la acción, ya de ambos. La ley del progreso se impone así inexorablemente a cualquier consideración crítica del hecho literario: que esta direccionalidad se matice de presupuestos estéticos -las famosas artes del tiempo en Lessing (1)-, arquetípicos -la búsqueda como fundamento de los mitos y de los ritos de la iniciación en el esquema de N. Frye (2)-, sociológicos -la búsqueda degradada de Lukacs (3)- o simplemente formales --desde el avance retardado de Shklovskj (4) hasta C. Bremond y su determinación de las posibilidades narrativas (5)- es lo de menos. Porque el lenguaje es lineal y porque la vida desgraciadamente también lo es, no es posible imaginar un relato que no avance, un acontecer vital perennemente detenido, una frase infinitamente recursiva. "Poetry is a criticism of life under the conditions fixed for such a criticism by the laws of poetic truth and paetic beauty" rezaba el clásico, y aun clasicista, principio de Arnold (7) que aseguraba a la vez el paralelismo literatura-realidad y la manipulación que el filtro literario impone a la segunda. Pero las consecuencias de esta traslación mediatizada se exagerarían en seguida: que la vida se escinda en unidades y que las unidades al literaturizarse ya no permitan recomponer el rompecabezas originaria no implica que su totalidad sea ahora sólo combinatoria y no aditiva según parece sugerir cierta crítica demasiado apegada -en esto como en tantas otras cosas- a la influencia antropologista de C. Levi-Strauss (8). No se trata de negar la idea de la "motivación del recurso" ,es decir, el que un relato pueda ser la explicación de una estructura argumental en términos de hábitos reales, como quiere Shklovskj (9); tampoco habría nada que objetar a la vieja analogía orgánica retomada por algún crítico moderno (10) y que ha llevado a postular una estructura "tensional" como principio integrador y unitivo de los elementos literarias. Unicamente habría que preguntarse si esta es suficiente: que una narración consta de -se escinde en- funciones parece evidente, como también lo es el carácter generalizado de estos elementos; que las unidades sintagmáticas de la narración remiten a un modelo paradigmático también parece razonable: la revisión del modelo folklórico de Propp (11) emprendida por T. Todorov (12) y por la Nouvelle Critique en general lo ha demostrado, creo, suficientemente, si no bastasen los añejos modelos de Aristóteles y de Goethe, entre otras. Sin embargo, ni la vida ni el lenguaje pueden contentarse con la simple oposición binaria mensaje/código que los anteriores intentas señalan. Entre éste y aquél, entre las reglas del juego social y la lengua, por una parte, y el comportamiento de los sujetos (o de los grupos) y el habla, por otra, existe una regularidad de los mensajes sometida a esquemas de actuación y de desarrollo. La vieja metáfora saussureana del juego del ajedrez (13) no ha desenvuelto todavía todas sus posibilidades explicativas: sabemos que el valor de un alfil pertenece al código y que el movimiento de un determinado alfil constituye un mensaje capaz de alterar la sincronía establecida y producir otra nueva. Sin embargo, el ajedrez -como la vida social, coma la lengua, como, ¿nos atreveremos a decido?, la literatura- tiene otras reglas. Reglas necesarias, de las que un aprendiz puede casi prescindir -sólo casi-, pero que el maestro conoce siempre: las jugadas. Cualquier movimiento de un ajedrecista ingenuo es significativo: se mueve un alfil para destruir cierto modelo previo A y construir determinado modelo nuevo A'. El ajedrecista consumado va más lejos: se mueve el alfil para destruir A y construir A', lo que forzará al oponente a mover la reina y generar A", la que entonces permitirá mover la torre y abocar a A''', etc. F. de Saussure reconoció estas reglas de lo sintagmático (distintas de las del código, de las reglas de lo paradigmático) en el juego del ajedrez, pero señaló acertadamente que la evolución de la lengua no es consciente y que, por lo tanto, allí no existen (14). Sin embargo, si no se dan en su evolución sí es posible reconocerlas en su diario evolución: lo que un hablante es capaz de decir está siempre condicionado por lo que antes le han dicho o él mismo ha enunciado, por un modelo previo que en alguna medida hay que destruir (o confirmar, en cuyo caso finaliza el acto de habla); toda eIocución presupone un tópico al que ha de seguir un comentario, que a su vez se constituirá en tópico de la siguiente, etc. La gramática del componente pragmático del lenguaje está por hacer, pero ello no quiere decir que no exista: no es demasiado aventurado suponer que esta disciplina establecerá reglas, reglas de combinación de las unidades en que se fragmenta el hilo discursivo (15). La vida no funciona de otra manera: desde que Hegel desarrollase su filosofía historicista de las formas sabemos que la evolución de los grupos sociales -junto al código ausente de relaciones mutuas entre ellos y los mensajes presentes de su actuación real- está regida por unas reglas específicas, reglas de destrucción de modelos (como las de la lengua) que sobre las cenizas de un ave yerta edifican un nuevo fénix destinado a morir también y a sintetizarse con el anterior en una unidad compleja. Y no sólo los grupos, sino también los individuos: como el estructuralismo genético de L. Goldmann (16) ha demostrado claramente, los comportamientos humanos son o tienden a ser significativos, presuponen un algo anterior a lo que se responde y que constituye un problema a resolver. ¿Y la literatura? He aquí la cuestión que nos hemos propuesto desarrollar en el presente estudio. Si la vida y el lenguaje responden plenamente al modelo propuesto por el juego del ajedrez es de esperar que la literatura -que desde Aristóteles hasta Yvor Winters, pasando por los formalistas más reticentes, suele ser considerada como una explicación de la vida vehiculada por la lengua- lo siga también. Es curioso observar que la "calidad ajedrecística" de lo literario no ha escapado a la intuición de los escritores como los espléndidos análisis de G. Steiner en su Extraterritorial (17) ilustran claramente. Sin embargo, el problema, tal y como lo quisiera plantear aquí, es más amplio: se trataría de saber si entre el código de las funciones literarias y sus actualizaciones -mensajes- representadas por las obras concretas (18) existe un código de los mensajes, una tipología de organizaciones del discurso y ya no de la lengua construida sobre el dinamismo de los modelos sucesivamente destruidas y recanstruidos, y que el escritor, coma ajedrecista consumado de la lengua que es, sería capaz de sostener más allá de un acto de enunciación prolongándola a lo largo de toda un texto. Sabido es que las unidades narrativas se encadenan en el mensaje de diferentes maneras, bien sea por relación lógica (causalidad, etc.), bien por vínculo espacial o temporal. Sin embargo, estas tipos de ligazón no pertenecen al código sintagmático del mensaje, sino al del paradigma narrativo: el carácter sintáctico de cada unidad determina, de hecho, el tipo de relación en que se verá inmersa. Los famosos verbos a, b y c de la Gramática del Decamerón, por ejemplo, responden a esta caracterización: así el verbo a ("modificar una situación anterior") es necesariamente una "causa" y lleva asociada la idea de implicación respecto al elemento siguiente (19). Alga parecido cabe decir de las adjetivos: una cualidad concebida como "estado" implica la idea de relación temporal con el estado siguiente, una cualidad concebida como "estatuto" la de oposición espacial con los estatutos contrarios (20). La obligatoriedad constructiva de estas unidades ha llevado a los críticos a deteriorar la figura del héroe -y aún la del escritor- haciéndola depender de la acción a desarrollar. No obstante cualquier secuencia narrativa X + Y fijada paradigmáticamente puede tener varias manifestaciones en el sintagma sin alterar por ello la relación ± que une a sus elementas. Suponiendo que X implique Y (que ± = "causa") puede suceder que los modelos narrativos representados por X e Y tengan algunos elementos en común, que uno de ellos comprenda al otro o que ambos se mantengan independientes relacionándose únicamente por su común pertenencia a un modelo global más amplio. Así la serie semántica "A está triste; A encuentra a su divertido amigo B; A está contento", sintácticamente marcada "estado 1 + verbo a + estado 2", puede producirse: a) De manera que A busque a B para que le transmita su alegría, en cuyo caso X e Y son conjuntos en relación de intersección, es decir: (tristeza de A (conocimiento de B) contento de A). b) De manera que A para distraerse vaya a una fiesta donde encuentra á su amigo B que pertenece a las personas alegres que frecuentan fiestas, en cuyo caso X comprende a Y como subconjunto suyo, es decir (21): (tristeza de A (encuentro con B en la fiesta contento de A) ). c) De manera que A encuentre a B por la calle casualmente, en cuyo caso la relación entre X e Y, mutuamente disjuntos, está asegurada por la existencia de personas tristes y personas alegres en un mismo entorno espacial, la ciudad Z: (encuentro con B en Z (tristeza de A) (alegría de A) encuentro con B en Z). Obsérvese que las posibilidades a, b y c son independientes del carácter sintáctico de los modelos narrativos y de su contenido semántico que permanece invariable. Frente a ellos no depende del código paradigmático, sino de la voluntad del autor que explota las posibilidades que le ofrece el código sintagmático de los mensajes virtuales: relación metafórica entre X e Y (X o Y), relación sinecdóquica centrípeta (X oY), relación sinecdóquica centrífuga (X c Y) y relación metonímica (X≠Y, pero Z o X, Y). En una perspectiva de este tipo la función del héroe no puede ser puramente componencial (22) y por tanto pasiva, lo es únicamente en las relaciones metonímicas. En las metafóricas el héroe es un elemento activo responsable del entrecruzamiento de las unidades narrativas X e Y, en las sinecdóquicas se trata de un personaje activo-pasivo, de un ser que restaura una situación de desequilibrio con el concurso de circunstancias exteriores. Román Jakobson oponía en un famoso artículo (23) el estilo del verso basado en la metáfora al de la prosa construido sobre la metonimia. Esta partición, demasiado rígida, sería pronto abandonada de forma que pocos años más tarde se reconocía la presencia de ambos procedimientos en todo tipo de elaboración literaria (24) y se señalaba el carácter superficial -tópico vs. comentario- de la asociación, así como la superioridad expresiva de la producida por similitud (metáfora) sobre la basada en la contigüidad (metonimia). Pero la metáfora y la metonimia (así como la sinécdoque) no sólo existen a nivel de períodos -según ilustran esclarecedoramente los trabajos de Jakobson-, sino también al de organización sintagmática de textos completos. Si los actantes de la oración -en el sentido tesneriano o fillmoriano (25)- en cuanto unidades funcionales profundas que son, mantienen su vitalidad más allá de los límites de aquélla y extienden su influencia hasta unidades narrativas mucho más amplias (26), no es de extrañar que las unidades de articulación estructural del tópico y del comentario, la metáfora, la metonimia y la sinécdoque, lo hagan también. Antes de aplicar estas ideas al estudio de un texto concreto, Teófilo de Berceo, quisiera señalar que por relación metafórica se entiende aquí ya no simplemente la pura vinculación de similitud tal como la quiere Jakobson- y que en última instancia deriva de la definición aristotélica-, sino la relación de intersección entre dos conjuntos significativos en la que tan viva se mantiene la conciencia de las semejanzas como la de las diferencias (27). La cuestión, de todas maneras hallaría su lugar propio en un estudio sobre la metáfora y es indiferente para nuestros propósitos.
II
No descubriré nada nuevo si señalo aquí la originalidad de los recursos estilísticos utilizados por Berceo. Pese al contenido obligatoriamente hagiográfico de sus asuntos, pese a la clara filiación de sus fuentes (28), el poeta riojano es uno de los creadores más fecundos y aún sorprendentes de nuestra literatura medieval (29). Sin embargo, a estas cualidades habría que añadir una más, que por lo general ha pasado desapercibida a los estudiosos: su originalidad constructiva. El problema con que se enfrenta nuestro poeta -en cuanto tal poeta- no es pequeño ni mucho menos: tratar temas manoseados y archisabidos, verse obligado a reproducir más o menos fielmente la "escriptura (el manuscrito Thott en el caso de los Milagros) parece limitar las posibilidades creativas a los niveles trópico y métrico exclusivamente. A no ser que el tema merezca la pena. Y en efecto, uno de los asuntos que trató, la historia de Teófilo (milagro núm. XXIV) parecía posibilitar algo más que una simple manipulación expresiva: piénsese que no en vano es la de este hombre que vendió su alma al diablo una de las historias más repetidas literariamente en el tiempo y en el espacio, desde las teofilescas versiones medievales hasta las faustianas modernas (30). Sin embargo, el interés del Teófilo que ahora nos ocupa no estriba en la amplitud de difusión del tema, sino en su mismo carácter-interno: frente a todos los demás asuntos desarrollados por Berceo no nos hallamos aquí ante la historia de un tipo, sino ante la de un hombre. Teófilo no es un santo como Domingo de Silos o Millán, ni un monje bueno (milagro II) o un hombre pobre (milagro V), sino (31):
Obsérvese que la presentación del protagonista difiere no sólo de la de los demás milagros de Berceo (32), sino también de la del manuscrito Thott:
" ... fuisse in una civitate Ciliciorum secunda regione quendam vicedomnum sacte Dei eclesie, nomine Theophilum ... " (Dutton, p. 235)
Las demás versiones castellanas de la historia coinciden en este punto con el texto latino y contrastan con los versos del poeta riojano:
El protagonista del milagro XXIV de Berceo no es un vicario, provisor o administrador, sino "un omne bono ... (que) ... de su sennor el bispo tenie la vicaria". Esta circunstancia va a determinar completamente el desarrollo de la historia y de rechazo su originalidad: en este "Teófilo" el hombre y la profesión han escindido su primigenia unicidad literaria, que no vital, lo que necesariamente conduce a un héroe tensional; el primero sería un ser activo si su estatuto (33) no le obligase aun determinado comportamiento; la segunda le convertiría en un ser totalmente pasivo si el hombre la pudiese representar tipificándola (es decir, si la situación de vicariado se formalizase y simbolizase en un cierto Teófilo). El héroe, nuestro Teófilo, resulta ser así un personaje activo-pasivo, un personaje a vapulear por conjuntos sinecdóquicamente imbricados que sin embargo mantendrá en todo momento -para distinguirse de las cosas- su condición de individuo. Si Teófilo hubiese sido un vicario (un monje, un ente x-profesional) su comportamiento habría estado condicionado por el estatuto definitorio, las acciones se habrían sucedido unas tras otras animadas por el superconjunto simbólico encargado de asegurar la aparente actividad del héroe, y el vicario, privado de sus bienes, habría hecho cualquier cosa con tal de recuperarlos. En un esquema de este tipo la única regla del código sintagmático es la metonimia: un rico se empobrece, un casado enviuda, y naturalmente la situación de carencia del rasgo definitorio tiende a restaurar el equilibrio inicial, a suprimir el prefijo devolviendo al ex-rico, al ex-casado su condición primitiva. Es lo que sucede en las demás versiones de la historia que insisten, con sorprendente acuerdo entre todas ellas, en la pérdida de los bienes y aún en el estado de pobreza a que había llegado Teófilo circunstancia recalcada dramáticamente por la variante teatral de Rutebeuf:
Claramente metafóricas se revelan, por el contrario, las versiones modernas. Fausto no es una idea, es un hombre y, por tanto, un individuo problemático plenamente responsable de sus actos que no tienden a restaurar ningún equilibrio descompensado: el de Marlow pacta con el diablo movido por su deseo de conocerlo todo y su libre elección le conduce lógicamente a la condena irremediable; el de Goethe no llega a pactar, se limita a establecer una apuesta que en el fondo es un puro juego verbal (como la ironía romántica postulada por los Schlegel exigiría poco después) y que en la futureidad y voluntariedad de su culminación proclama la improbabilidad de su vencimiento (cfr. los vs. 1698-1706). Entre unos y otros el Teófilo de Berceo, un héroe que no es pasivo, pero tampoco activo, un hombre que tenía la vicaría, pero que no era vicario, se presenta con un arduo camino para recorrer delante y una pesada carga a sus espaldas: la relación de posesión alienable implica naturalmente una relación de usurpación, "Teófilo desempeña las funciones que debería desempeñar el obispo porque no es un profesional, sólo un hombre que hace de X (y X es versátil y variable)":
Un planteamiento de este tipo es cuando menos problemático. La historia de la literatura reconoce dos clases fundamentales de escritura, la del símbolo y la del signo. Como no escapó a la aguda intuición crítica de Julia Kristeva el símbolo, que define la narrativa de la edad media, es verticalmente restrictivo y horizontalmente antiparadójico, el signo, que domina la época moderna, sería objetivado en lo vertical y metafórico en lo horizontal (34). Ambas actitudes, que sintagmáticamente he definido como metonimia y metáfora, son de fácil ejecución: la primera se sirve de lo abstracto del referente simbólico para dirigir en todo momento la acción del héroe pasivo que éste domina sin que sean posibles las sorpresas; la segunda, dada la inestabilidad del referente cosificado, hace que la acción se imponga al héroe activo y constituye una línea de transmisión errática que ante la pluralidad de reacciones de aquél posibilita una lectura abierta. Pero entre unos y otros, entre metonimia y metáfora como funciones sintagmáticas o entre símbolo y signo como momentos históricos -que no recubren, por cierto, las posibilidades construccionales sugeridas por aquéllas- se sitúan un comportamiento sintagmático y una fase del devenir literario especialísimos: la sinécdoque exponente de la alegoría. Un héroe activo-pasivo sólo puede avanzar a través de conjuntos sucesivamente incluídos unos en otros: no pudiendo actuar por la fuerza de su propiedad distintiva, que se le impone (metonimia), ni ser zarandeado por la vida y verse obligado a reaccionar frente a los acontecimientos, pues dicha propiedad le impide ser libre (sin la cual tendríamos la metáfora), debe ser conducido por la disposición de los modelos mismos que lo transvasan hasta el fondo o hasta la cima, según el carácter centrípeto o centrífugo de aquélla. Esta fase de la historia literaria parece inestable, pero en cuanto tránsito natural entre el símbolo y el signo que es, se da casi siempre (en las literaturas cristianas occidentales en el siglo XIII). Lo normal es que los conjuntos articulados en sinécdoque se sucedan espacialmente (35) la estructura en embudo -alternativamente convergente y divergente- de la Divina Comedia es un ejemplo clásico (obsérvese que su héroe es activo-pasivo como era de esperar: Dante es "el poeta", pero su rasgo profesional no es capaz por sí mismo de soportar el viaje, lo que exige que el hombre sea ayudado por un introductor, Virgilio primero, Beatriz y S. Bernardo después). Pero también es posible que la implicación de los modelos responda a la organización de la vida social. Es el caso del Teófilo de Berceo, que contrasta originalísimamente con los tipos usuales de literatura "alegórica". No ha escapado a la atención de los críticos la falta de culpabilidad del protagonista del poeta riojano; como observa Dutton (36), "Berceo siempre atenúa las maldades de Teófilo". Sin embargo, este rasgo -que desde un punto de vista expresivo constituye una innegable pérdida de fuerza dramática- no ha de extrañarnos: Teófilo es llevado al pacto con el diablo sin poner nada de su parte porque la estructura sinecdóquica lo exige y no por otra razón. En este punto la comparación del texto de Berceo con su fuente latina es esclarecedora. Frente al "vicedomnus" del manuscrito Thott nuestro "omne bono" no rechaza el obispado, simplemente se resiste:
(compárese: " ... rogans omnes ne eum compellerent fieri episcopum, sufficere sibi dicens permanere ut erat, vicedomnus ... ") Sorprendente es también su comportamiento con el judío y con el diablo mismo: al primero no le pide que le devuelva su antigua condición, simplemente que le aconseje (vs. 772); llevado desde entonces por él es presentado al diablo, a quien no pide nada; sólo sabemos de Teófilo por boca del judío introductor y del diablo que le obliga a firmar:
(compárese la radical renuncia del héroe en el texto latino: " ... e respondit: abnego Christum et eius genitricem ... ") Hasta aquí, es decir hasta el momento de la caída, la estructura sintagmática es totalmente sinecdóquica, con pasividad del protagonista y presencia constante de un introductor, figura imprescindible de este tipo de literatura como vimos:
En este punto, y llegados a un esquema estable donde la dominancia sinecdóquica vuelve a equilibrarse, sería de esperar que la acción se detuviese. ¿Cómo hacerla avanzar? El carácter alegórico de este tipo de escritura nos da la clave en dos versos fundamentales que siguen inmediatamente a la caída de Teófilo y que no aparecen n en la fuente latina ni en los demás textos romances:
El avance sinecdóquico, una vez neutralizado, es irrecuperable en sí mismo, pues supone una cerrazón del ciclo narrativo. La única posibilidad de continuar el texto estriba en situar la sinécdoque a otro nivel, lo que en nuestro milagro implica su interiorización: el héroe que hasta ahora había avanzado penosamente a través de conjuntos externos sucesivamente implicados -relaciones de dominancia social- debe incorporar ahora la inclusión de categorías en sí mismo. Pero esta situación, nada fácil de alcanzar por cierto, exige además una modificación radical en el mismo carácter de Teófilo: el avance sinecdóquico en el interior del héroe es de hecho un avance metonímico, pues el protagonista que avanza y la función que engloba los distintos modelos alcanzados son uno y el mismo: Teófilo. La consecuencia es obvia: la interiorización de la sinécdoque --como regia de avance del código sintagmático-- debe ir acompañada de la pasividad absoluta del héroe. Pasemos ahora a los versos de arriba. Recuérdese que Teófilo pierde la color; pues bien:
se lee en otro clásico de la literatura alegórica (claramente sinecdóquico por lo demás), el Roman de la Rose. Frente a los demas Teófilos (el de Rutebeuf en particular) el protagonista de nuestra historia no cae en la pobreza al verse desposeído del vicariato, simplemente comete un pecado de envidia, uno de los siete vicios capitales que la iconografía medieval representaba plásticamente como una vieja descolorida que devora un corazón humano. ¿Por qué "envidia"? La Divina Comedia -la obra alegóricosinecdóquica más representativa del período medieval- nos suministra más información:
La estructura sinecdóquica se ha interiorizado: al pecar, Teófilo recupera su vicaría, pero se aleja del verdadero bien dejando un vacío interior que debe ser llenado mediante el paso del bien aparente al real. Obsérvese que ahora la vicaría no es un estado neutro como lo era al comienzo de la historia; redunda en perjuicio de los demás, es decir, constituye "un mal ajeno deseado en detrimento del bien propio" (37):
Pero la relación sinecdóquica, al interiorizarse, exige la pasividad del héroe según he dicho arriba. La pérdida de la sombra hace posible esta condición; Teófilo no sólo ha sido un envidioso, también ha sido un traidor de forma que:
La condición estructural que ha de permitir el progreso del héroe y de la acción está asegurada: Teófilo es ahora totalmente pasivo porque un demonio ha ocupado su cuerpo; al mismo tiempo está obligado a rellenar un vacío sinecdóquico, a neutralizar una relación de usurpación interna (38):
Todo está preparado para que el avance reparador del héroe se reemprenda. Sin embargo, la pasividad del héroe todavía no es perfecta: Teófilo es un ser pasivo porque su componente activo ha sido ocupado por un diablo (y de ahí su maldad, su ufanía, etc.), no porque sea únicamente pasivo. Antes de que el despegue pueda iniclarse es preciso vaciar su contrapartida activa, hay que expulsar al diablo: HÉROE / activo (diablo) + pasivo (Teófilo) / ――――――→ HÉROE I activo (Ø) + pasivo (Teófilo) I
Esta función traslaticia va a ser desempeñada por un mediador y aparece incorporada en un verso fundamental que no contiene el manuscrito latino y que Dutton no sabe cómo interpretar:
El Teófilo de Berceo no puede arrepentirse por sí mismo, pues no es un "pecador" que deba restaurar metonímicamente su conduci6n de "justo"; para que el engranaje narrativo se ponga otra vez en movimiento es preciso que alguien le ayude expulsando de rechazo al demonio y asegurando así su pasividad. Desde este momento la narración sinecdóquica se despliega vigorosa. En una primera etapa el héroe pasivo avanza metonimicamente -en realidad a través de sinécdoques interiores- desde su estado aparentemente bueno hasta la verdadera virtud. Como antes, la categoría de la mediación se impone y la figura de la Virgen le ayuda aunque Teófilo también participe activamente con sus ruegos y prácticas de contricción porque su pasividad interna exige un comportamiento constante, el del tipo que ahora encarna -"pecador arrepentido" -. La narración latina y el texto de Berceo coinciden, pues, en este punto por razones estructurales. Sin embargo, el paralelismo se trueca en seguida. Conseguido el perdón la relación de usurpación se exterioriza y se convierte en viaje (como en la Divina Comedia, como en el Román de la Rose, como en el ciclo del Graal): el héroe ya no tiene que superar una lucha interna, simplemente debe pasar del bien aparente (la vida y su situación de pecador) al bien verdadero. Y curiosamente la estructura sinecdóquica impone otra vez su ley: al exteriorizarse la relación de usurpación del héroe éste se convierte nuevamente en un ser activo-pasivo que no actuando por sí mismo (metáfora) tampoco sigue las normas de un patrón estereotipado (metonimia), sino que es llevado por otros en inclusión de modelos .En este punto es importante recalcar el papel desempeñado por la carta. Hemos observado arriba que Teófilo no reniega de sus creencias con palabras (como en el texto latino o en las demás versiones romances), simplemente se limita a firmar una carta. La divergencia respecto a otras variantes de la leyenda no es casual: Si Teófilo hubiese hablado habría sido un héroe activo (o pasivo en sentido metonímico), no un elemento conducido por inclusión de modelos, pero el protagonista de Berceo sólo "escribe". J. Derrida ha dedicado un largo y denso estudio a demostrar la progresiva sustituición del habla por la escritura en la historia de la humanidad: "Un signo que representa una cosa nombrada en su concepto deja de remitir al concepto y no conserva sino el valor de un significante fónico. Su significado ya no es más que un fonema desprovisto por sí mismo de todo sentido" (39).Este es el contexto en el que nos movemos: la escritura, es decir la carta, no refleja necesariamente la realidad, supone una mediación susceptible de asegurar la no culpabilidad del héroe sinecdóquico. El lenguaje, como demostró E. Cassirer (40), es de naturaleza simbólica. implica la fusión del sujeto y del objeto en la mente del hombre primitivo; la escritura no, la escritura es logocéntrica y aparente. Pero aun así la carta debe destruirse. Su destrucción -y sólo ella- es capaz de restaurar el equilibrio previo a la usurpación que la escritura ha provocado, la elección del bien aparente en detrimento del bien real. Y aquí el texto de Berceo contrasta una vez más con su fuente y con sus compañeros de tradición literaria. Así, a costa de perder fuerza dramática, Berceo se ve obligado a integrar el proceso en una estructura sinecdóquica, a hacer que sean otros y no Teófilo mismo quienes destruyan la carta:
Frente al texto latino donde Teófilo -héroe metonímico-:- actúa:
el de Berceo se ve obligado a manipular al héroe, a tomado sinecdóquico:
La ruptura de. la carta consuma así el proceso de dominancia sinecdóquica y restaura la pérdida inicial. De ahí que Teófilo recupere el. color y se rodee de una extraña luminosidad que aun respondiendo a la "estética de la luz" del medioevo (41) tiene en el texto el carácter de una clave, la de cerrar el ciclo narrativo:
III
Aquí termina la trayectoria sinecdóquica de nuestro héroe. Es muy aventurado afirmar que la sinécdoque como regla del código sintagmático pueda haber sido empleada por Berceo conscientemente. Lo sorprendente de este milagro es precisamente la utilización de técnicas narrativas propias de la literatura alegórica sin que sea -aparentemente (42)- alegórico en sí mismo. Sin embargo, ni la sinécdoque es una etapa histórica superada en la evolución de los procedimientos literarios --como el apartado II pudiera hacer pensar- ni la literatura "alegórica" que recrea debe entenderse en sentido literal. Piénsese que la sinécdoque, como etapa intermedia entre la metonimia y la metáfora que es, debe aparecer no sólo cuando una literatura en formación tienda a sustituir el tipo por el hombre, sino también cuando las figuras de similaridad agoten sus posibilidades expresivas, lo que implica el retorno a los orígenes. Y así parece suceder en la actualidad: la novela de nuestros días al eliminar al héroe, al sustituirlo por su ausencia, se mueve de hecho sobre esquemas sinecdóquicos, unas veces a lo largo de todo el relato (probablemente el Molloy de Beckett sea el prototipo de lo que esta técnica puede llegar a dar de sí), otras -las más- en parte desu desarrollo (43). Y junto a la sinécdoque la alegoría: las lecturas múltiples que esta literatura propone -desde Joyce hasta Borges, pasando por Durrell y Musil- reproducen, seguramente sin saberlo, la vieja ambigüedad de los textos medievales. Todo esto, sin embargo, es todavía prematuro y pertenece al secreto del sumario. Sirvan las líneas anteriores como un botón de muestra que aún está, en gran parte, por hacer.
NOTAS
(1) Me refiero a la conocidísima oposición "signos yuxtapuestos (pintura) I signos consecutivos (poesía)", establecida en 1766 por Lessing en su Laokoon. (2) FRYE, N.: "Archetypal Criticism", Anatomy of Criticism. New Jersey, Princeton University Press, 1957, págs. 131-243. (3) LUKAcs, G.: Teoría de la novela. Barcelona, Edasa, 1971, p. 103 y ss. (4) SHKLOVSKJ, V.: Sobre la prosa literaria. Barcelona, Planeta, 1971, p. 101 y ss. (5) BREMOND. c.: "La lógica de los posibles narrativos". Análisis estructural del relato. Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970, págs. 87-101. (6) GREIMAS, A. J.: Semantique structurale. París, Larousse, 1966, págs. 69 y ss. (7) Proclamado en 1880 en The Study of Poetry, second series, p-5; apud WIMSATT, W., and BRooKs, C.: Literary Criticism, t. III. Routledge and Kegan Paul, Chicago, 1970, pág. 448. (8) LEVI-STRAUSS, c.: Antropología estructural. Buenos Aires, Eudeba, 1968, capítulo XI. (9) SHKLOVSKJ, Y.: Op. cit., págs. 124 y ss. (10) RANSOM, J.: "Criticism Inc.", en American literary criticism: 1900-1950. Ed. by Glicksberg, New York, Hendricks, 1952. (11) PROPP, Y.: Morphologie du conte. París, Seuil, 1965. (12) TODoRov, T.: Literatura y significación, Barcelona, Planeta, 1971, y Gramática del Decamerón, Madrid, TU, 1973. (13) SAUSSURE, F. de: Curso de lingüística general. Buenos Aires, Losada, 6.a ed., 1967, pp. 158-9. (14) SAUSSURE: Op. cit., pág. 160: "No hay más que un punto en que la comparación falla: el jugador de ajedrez tiene la intención de ejecutar el movimiento y de modificar el sistema, mientras que la lengua no premedita nada". (15) Véase por ejemplo OIM, H.: "Presuppositions and the Ordering of Messages", Trends in Soviet Theoretical Linguistics. Ed. by F. Kiefer, ReideI, Dordrecht-Holland, 1973, págs. 123-35. (16) GOLDMANN, L.: "El estructuralismo genético en sociología de la literatura", Literatura y sociedad. Barcelona, M. Roca, 1969, pág. 211. (17) STElNER, G.: "Muerte de reyes", Extraterritorial (Ensayos sobre literatura y la revolución lingüística).Barcelona, Barral, 1973, págs. 67-69. (18) No entro aquí en la vieja controversia sobre los límites del código, es decir, sobre si es específico de cada obra literaria o común a todas ellas. Probablemente ambas cosas sean ciertas y al lado del código de la obra X sea posible distinguir i metacódigos válidos para i conjuntos sucesivamente incluidos de obras X1, X2 ... Xn. Al menos el estudio de conjuntos de unidades narrativas sencilIas, como los cuentos, parece sugerirIo (Cfr. GREIMAS, A. J.: "La structure des actants du recit. Essai d'approche generative",Linguistic Studies presented to A. Martinet, supl. Word, 1967, págs. 221-39). (19) TODOROV: Op. cit., pág. 68. (20) TODOROV: Op. cit., págs. 60·67. (21) Obsérvese que siendo posible X c Y no lo es Y c X: las personas alegres , y las tristes frecuentan los bailes, pero sólo estas últimas se pasean por los cementerios, por ejemplo. (22) TINIANOV, l.: "La noción de construcción", Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Ed. por T. Todorov, Buenos Aires, Signos, 1970, págs. 85-88. (23) JAKOBSON, R.: "Notes marginales sur la prose du poete Pasternak", Questions de Pòetique. París, eds. Du Seuil, 1973, págs. 127-44. (24) JAKOBSON, R.: "Deux aspects du langage et deux types d'aphasie", Éssais de linguistique generale. París, Minuit, 1963, págs. 42-67. (25) TESNIERE, L.: Elements de syntaxe structurale, París, Klincksieck, 1959; y FILDlORE, Ch.: "The case for case",Universals in Linguistic Theory, ed by Bach and' Harms, Holz, Rinehart and Winston, 1968, págs. 1-91. (26) La íntima vinculación existente entre las unidades oracionales de Tesniere y Fillmore y las narrativas de Greimas ha sido señalada y estudiada en DIK, S.: Some Aspects of Text Grammars. The Hague, Mouton, 1972, págs. 273 y ss. (27) Véase por ejemplo VIANU, T.: Los problemas de la metáfora, Buenos Aires, Eudeba, 1971, págs. 38 y ss.; y HENRY, A.: Metonymie et metaphore,París, Klincksieck, 1971, cap. III. (28) Véase BECKER, R.: Gonzalo de Berceo's Milagros und ihre Grundlagen. Strasbourg. Heitz und Mundel, 1910. (30) Para los distintos Teófilos medievales véase la introducción de G. FRANK en su edición del Miracle de Theofile de Rutebeuf, París, Champion, 1975. Para las españolas cfr. MARSAN, R.: Itineraire espagnol du conte medieval (VIIIe-XVe siecle), París, Klincksieck, 1974, págs. 180-186. (31) Cito por Gonzalo de Berceo. Los milagros de Nuestra Señora. Obras completas II, ed. por B. Dutton, Tamesis Books, London, 1971, págs. 211-48. (32) Milagro 1: "Ovo un arzobispo coronado leal"; II: "Un monge beneito fue en una mongia"; III: "Leemos de unclerigo que era tiest herido"; IV: "D'un clerigo otro nos diz la escriptura": V: "Era unomne pobre que vivia de raziones"; VI: "Era un ladron malo"; VII: "Avie en el un monge asaz mal ordenado"; VIII: "Un fraire de su casa, Guiralt era clamado"; IX: "Era un simple clerigo pobre de clerecia"; X: "Avie i dos hermanos de grand auctoridat"; XI: "Era en una tierra un omne labrador"; XII: "Avie por aventura en elli un prior"; XIII: "En essa misma cibdat avie un buen cristiano I Avie nomne Jeronimo era missacantano";XIV: "Avie de buenos monges buen convento"; XV: "Avie hi un ca!onge de buena alcavera"; XVI: "Venie un iudezno natural del logar"; XVII: "Tres caballeros eran de una atenencia"; XVIII: "Sedie elarzobispo, un leal coronado"; XIX: "Methiose una femma flaquiella e prennada"; XX: "Que cuntio en unmonge de abito reglar"; XXI: "De una abbatissa vos quiero fer conseia"; XXII: "Uno de los peregrinos cuido seer artero"; XXIII: "Avie y un bon omne de fazienda granada/era esti burges de mui grand corazon"; XXV: "Movieronse ladrones de parte de Leon". (33) Cfr. TODOROV: Gram. Dec., op. cit., pág. 66. (34) KRISTEVA, J.: El texto de la novela. Barcelona, Lumen, 1974, págs. 36-37 y 44-45. (35) O temporalmente: la leyenda del Graal está construida sobre una sinécdoque generacional de forma que los sucesivos descendientes de Perceval se van perfeccionando hasta que Gallad encuentra la sagrada reliquia. Es la estructura que luego heredarán -aunque ya fosilizada- las novelas de caballerías. (36) DUTTON: Op. cit., pág. 245. (37) Obsérvese que la fuente latina difiere radicalmente del texto de nuestro poeta: Teófilo, dominado por el entorno metonímico "pecador que se arrepiente" (el mismo que rige los demás Milagros de Berceo), no se vuelve altanero ni produce ningún mal a los demás, en su nuevo estado, simplemente es restituido entre el temor y la obediencia de todos (cfr. pág. 237): "Restitutus itaque Theophilus in ministerium pristinum, .cepit disponere et elevare se super omnes, omnibus cum metu et tremore obedientibus sibi et ministrantibus per parvum tempu (38) Obsérvese. por lo demás, que el pecado de la envidia está íntimamente vinculado al de la traición en la tradición cristiana medieval: "El diablo artero que del cielo cayo por este pecado al omne engaño quando en paraiso del arbol le mando comer, por que perdiese el bien que Dios le dio" (Canciller Ayala, "Pecado de la Embidia", Rimado de Palacio, vs, 95 ad). (39) DERRIDA, J.: De la gramatología. Buenos Aires, Siglo XXI, 1967, pág. 376. (40) CASSIRER, E.: Filosofía de las formas simbólicas. Méjico, FCE, 1973. (41) (42) Los cuatro sentidos que la heurística bíblica descubría en los textos sagrados y que Dante aplicará también a los profanos en su famosa carta a Can Grande de!la Scala reaparecen una y otra vez en las obras medievales, a veces en lugares tan insospechados como el Libro del Buen Amor (cfr. SPITZER, L.: "En torno al arte del arcipreste de Hita", Linguística e historia literaria, Madrid, Gredos, 1968). Siendo esto así no es de extrañar que nos atrevamos a tenerlos en cuenta también en la obra de Berceo, y más aún en unos Milagros que en su misma introducción proclaman la necesidad de una lectura alegórica:
(43) Parcialmente sinecdóquica es, en efecto, la técnica narrativa del nouveau roman, que !lega a un objeto por reducción progresiva de los entornos que lo limitan (cfr. por ejemplo la "abertura" de La Jalousie, de Robbe-Grillet), como lo son, aunque de otra manera, las mil y una variedades del monólogo interior. | ||||||||||||||
ACTAS DE LAS III JORNADAS DE ESTUDIOS BERCEANOS
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