«Toda Castilla ardía llena de ruido y asonadas de guerra». (Mariana. Historia de España). Es necesario, para ambientar el hecho histórico de las batallas de Nájera, hacer un ligero cuadro o resumen de sus causas. De la situación en que se encontraba Castilla por la cual fué posible esta guerra civil entre hermanos. Don Pedro el Justiciero o Cruel y el bastardo Príncipe Don Enrique de Trastamara, que luego reina con el nombre de Enrique II el de las Mercedes. El año del Señor de 1350, atacado por la peste en el sitio de Gibraltar. moría el rey Alfonso XI. Su reinado se puede calificar de glorioso; él incorporó definitivamente a Castilla la tierra de Álava en 1332, y sus empresas contra los moros fueron coronadas por el éxito venciendo la importante plaza de Algeciras entre otras. A pesar de ello, y todo lo que tiene de grande su figura, como rey, es reprobable en su vida y relaciones privadas y familiares. Casó con la Princesa María de Portugal, hija del Rey Don Alfonso IV, de la que nació el Rey Don Pedro, y fuera de sus relaciones legitimas las sostuvo también durante veinte años con una famosa y bella dama sevillana, llamada Doña Leonor de Guzmán y en la que hubo larga sucesión como veremos luego. Nada de particular tenía en aquella época sin embargo esta conducta; eran frecuentes estas bastardas sucesiones de las que se precian linajudas Casas castellanas; recordemos la poética frase del Marqués de Lozaya en sus versos titulados «El Rey»:
De alguna pastorcilla descienden los linajes más claros de Castilla. No fué una pastorcilla en este casa, sino la bella y poderosa hembra de la Gran Casa de Guzmán; si hasta aquí no tuvieron estos deslices mayores consecuencias, que el nacimiento de Nobles familias, en este caso fueron origen de una larga y sangrienta guerra civil, que termina la trágica noche de Montiel con el asesinato del Rey Don Pedro y la subida al trono de su hermano bastardo Don Enrique, que lleva al solio de Castilla a la dinastía llamada de Trastámara, por el Condado de este nombre que poseía Don Enrique, que si estos malos y reprobables principios tiene acaba con la figura única y deslumbradora de Nuestra Señora la Reina Doña Isabel la Católica. Reconocido y jurado pues en 1350 por Rey de Castilla Don Pedro, sus hermanos, no en muy buenas relaciones con el Rey, se retiraron a sus poderosos estados que les hacían ser los señores mayores del reino. Les preocupaba, sin duda, las represalias posibles de Don Pedro que inmediatamente descubrió un carácter fuerte y temerario, que le hizo pasar por loco e insensato, a pesar de que, en mi modesta opinión, hubiera sido un buen rey de Edad-Media si sus enormes energías y su dura mano hubieran sido empleadas en la guerra contra moros, en lugar de usar estas facultades en guerras civiles contra su propia sangre. Pero las cosas fueron así colocadas por la mano del destino y Castilla perdió sus buenos años en estas guerras sin objeto ni ámbito nacional y descuidó su fin, que era la reconquista a los árabes del sur. El frente lo rompió el mismo Don Pedro al encarcelar a Doña Leonor de Guzmán. madre de sus hermanos, hecho, según graves historiadores, a instancias de la Reina Viuda que asi quiso vengarse de su rival. Desde este momento los hermanos bastardos se unieron en apresado haz y empezó la conspiración no perdiendo ocasión ni motivo de minar el trono de Don Pedro. Los hijos de Alfonso XI y de la hermosa Doña Leonor de Guzmán, cuya cabeza era Don Enrique Conde de Trastámara, son además de éste: Don Fadrique de Castilla, Maestre de la Poderosa Orden Militar de Santiago, que hacia de él el más fuerte Señor del Reino, Don Tello de Castilla a quien su hermano titulándose Rey le hizo merced del Condado de Vizcaya y de Castañeda y Don Sancho de Castilla a quien creó también Conde de Alburquerque y Señor de las villa» de Haro,. Briones, Belorado y Cerero, en la Rioja, y de Medellín, Codosera, Azagala, Alconchel, Villalón y otras. De todos ellos quedó larga y gloriosa sucesión siendo origen de las Casas citadas y otras varias que de ellas salieron. El último fué Don Juan de Castilla. Volviendo a nuestra relación, el mismo año de su coronación cayó enfermo de gravedad el Rey Don Pedro, tanto que incluso se dispusieron a ocupar el trono en su esperada muerte Don Fernando de Aragón y Don Juan Núñez de Lara Señor de Vizcaya. El Rey sanó y ordenó la muerte de Dona Leonor de Guzmán que estaba presa en Talavera (1351) y de otros magnates del Reino, sentencias que se llevaron a efecto y que produjeron gran indignación y malestar en Castilla. Don Pedro veía enemigos y conspiraciones en todas partes favorecidas por la sombra de sus poderosos hermanos cortándolas de raíz con su vivo genio y su crueldad. Otra razón era causa de estas sentencias y del malestar general, la causa se llamaba Juan Alfonso de Alburquerque, portugués intrigante y ambicioso que le había servido de Ayo en su juventud. La muerte de Doña Leonor hizo que el hijo de ésta aprovechara el descontento y el Infante Don Enrique de Trastamara se levantó en armas en Asturias al tiempo que Don Alfonso Fernández Coronel se sublevaba también, haciéndose fuerte en el castillo de Aguilar. Y allá fué Don Pedro, rindió el castillo y allí mismo colgó a Don Alfonso. Marchó luego contra su hermano y le venció e hizo prisionero en Gijón. después de lo cual y cuando se esperaba un trágico fin para el Infante Don Enrique, su hermano el Rey. le perdonó e incluso le concedió mercedes. Prueba que Don Pedro no quería la lucha sino la paz entre los hermanos y si antes fué llamado el Cruel, ahora le apellidaron sus vasallos por el Justiciero, epítetos con que se le conoce en la historia. Su vida empieza ahora a deslizarse peligrosamente sin embargo, con sus casamientos. La reina Viuda y Alburquerque convienen su boda con Dona Blanca de Borbón. La ceremonia se celebra y a los tres días el Rey la abandona, volviendo, y aquí hablamos de la gran pasión del Rey a la famosa y hermosísima Doña María de Padilla, interesante figura en unión de sus ambiciosos y poderosos parientes. Dejando por innecesarias otras conspiraciones surgidas en esta época, Doña Blanca de Borbón fué llevada a la fortaleza de Arévalo mientras el Rey se enamoraba y casaba con Doña Juana de Castro, en medio de las gestiones del legado del Papa para que volviese a Doña Blanca, cuyo matrimonio era legítimo. No sólo fué esto: el Rey abandona también a Doña Juana al día siguiente de la boda, y una nueva parentela en contra, los Castro, además de la del Rey de Francia, que luego ayuda tanto a Don Enrique, tiene enfrente Don Pedro. Los nobles se confederan, el pueblo se indigna y sufre, y la Iglesia, casi excomulgado Don Pedro por sus bodas, tampoco le ayuda en este trance peligroso. El Rey. con su gran carácter podrá con todos. En este momento murió el de Albuquerque, se cree que envenenado, que se había pasado al bando contrario y los bastardos que preparaban el golpe, contando incluso ya con la Reina Madre, logran atraer al Rey al Palacio de Toro, hacerle prisionero y gobernar el reino por breve tiempo. Don Pedro alcanza fugarse, reúne rápidamente un fuerte, ejército los desbarata y cumple una terrible justicia con los que encuentra. Don Fadrique y Don Tello se le someten, el Rey no les castiga y Don Enrique, tal vez más comprometido, huye a Francia De allí vuelve en 1356 ayudando al Rey Don Pedro de Aragón, IV del nombre, en la campaña que emprende contra Don Pedro el Justiciero, con motivo del apresamiento por unas naves catalanas de otras italianas, a las que salió a defender el de Castilla, frente a Sanlucar. El de Aragón, ayudado por el Infante Don Enrique de Trastamara. ganó Alicante y el de Castilla tomó Tarazóna. La guerra terminó con la primera batalla celebrada en nuestra riojana Nájera, ganada por Don Pedro contra su hermano el de Trastamara en 1360. El carácter tan extraño del Rey Don Pedro, aun no conseguía un nuevo triunfo, lo empañaba de nuevo con sus hechos y, así ahora muere de su misma mano en Sevilla, su hermano el Maestre de Santiago Don Fadrique, cuando al frente de sus caballeros acababa de conquistar al moro la plaza fuerte de Jumilla. La causa fué suponerle en relación con su hermano Don Enrique; esto pasó en 1358 y siguieron otras ejecuciones, por la misma sospecha, de caballeros importantes y hasta su primo Don Juan cayó en Bilbao por su orden y su hermano Don Juan de Castilla. La mala racha continúa; la Reina Doña Blanca muere en su prisión, y el temible corazón del Rey tiene un rudo golpe al fallecer también su bien amada Doña María de Padilla. Emprende la guerra, ya era hora, contra Mohamed VI de Granada llamado el Rey Bermejo y en contra de las buenas leyes de la guerra cuando el Bermejo se presentó a concertar las leyes de la paz, el propio Rey Don Pedro le asesina, tal vez por ser el moro aliado de su gran enemigo el Rey Don Pedro de Aragón. Esto y las muertes de los Infantes de que hemos hablado exasperaron al Rey de Aragón y al Infante Don Enrique. El primero le declaró la guerra en 1363 y el segundo se apresuró a ponerse a su lado y ayudarte presentándose a él y pactando como pretendiente a la corona de Castilla y León reconociéndole el de Aragón a cambio de algunas compensaciones territoriales. Este pareció que era el fin de Don Pedro. Al ejército que se formó para arrebatarle el trono se unieron las terribles Compañías Blancas, formadas en Francia por aventureros de toda especie y naciones que vivían de la guerra y el botín y que fueran traídas para este fin por el Rey Don Pedro de Aragón y el de Trastamara al mando del Caballero francés Don Beltrán Du Guesclin (nota.- [Mosén Beltrán Du Guesclin o Beltrán de Claquín, caballero Bretón que vino a ser condestable de Francia, Conde de Longavila y Señor de Torraina por Carlos V de Francia. En agradecimiento a sus servicios le hizo Don Enrique al titularse rey, Conde de Trastamara que perdió luego de la segunda batalla de Nájera. Al coronarse por fin Rey Don Enrique le dió el título de Duque de Molina y de Soria, Ducados que luego vinieron de nuevo a la Corona por compra del mismo Don Enrique al dicho Don Beltran, que volvió Francia.]) con la orden de respetar las tierras de la Corona de Aragón. La campaña fué rápida y Don Enrique, al frente de las Compañías Blancas y castellanas y aragonesas que le apoyaron, tomó en 1366 la Ciudad de Calahorra en la cual se proclamó Rey de Castilla, ciudad riojana a la que siempre tuvo Don Enrique gran afición sin duda por haber sonado allí por primera vez en sus oídos las deseadas y gratas voces de los heraldos en la proclamación: ¡Real. Real. Real. Castilla por Don Enrique! Continuó su marcha atravesando la Rioja entera y llegando a Burgos, conquistando casi toda Castilla a excepción de Galicia donde resistió Don Pedro por los numerosos y leales vasallos que aún le quedaban en aquel reino. Don Pedro no se perdió tampoco en aquel apurado trance. Nombró regente o Gobernador de lo que aún le quedaba en Galicia y León al Conde de Lemos y embarcó para Burdeos para entrevistarse y pedir ayuda al famoso príncipe de Gales, llamado en la historia el Príncipe Negro por el color de su armadura; pactó con él su ayuda y emprendida la campaña terminó ésta con la más rotunda victoria del Rey Don Pedro sobre su hermano y aliados en la segunda batalla de Nájera, celebrada el «sábado del domingo de Lázaro de 1367» (nota.- Alonso López de Haro. Nobiliario. Ed. 1622, pág. 32. Biblioteca delautor.) con la decisiva ayuda del Príncipe Negro. Tan sucesivas derrotas no acabaron de convencer al Infante Don Enrique que era testarudo como su hermano el Rey Don Pedro y una vez salido de Castilla el Príncipe Negro y perdida esta poderosa ayuda el Rey, fué aprovechado inmediatamente por el Infante Don Enrique, que encendió de nuevo la guerra y si entró con nuevo auxilio en sus tropas, las ciudades se unían a él que en contra del mal carácter de su hermano y su crueldad, era «llamado el de las Mercedes y por la excelencia de su persona, el Caballero, príncipe de claro juicio y de ánimo valeroso, amigo de honrar a todos y muy liberal», según dice su Crónica. La situación era ya insostenible y la buena estrella de Don Pedro se eclipsaba definitivamente; Vitoria Salvatierra y Logroño se entregan al rey de Navarra, entre otros desastres de esta época. Por fin, un miércoles de viento y frío del mes de marzo. 14 días del año 1369, en los campos de Montiel, acabó la trágica lucha entre los hermanos, en aquel cuerpo a cuerpo y, la conocida intervención de Beltrán Du Guesclín al ayudar a Don Enrique: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi Señor». La Rioja, como hemos visto, y como siempre por su posición geográfica, tuvo en esta larga lucha durante veinte años, un papel importante. Atravesaron su tierra varias veces las mesnadas de uno y otro bando. En sus campos de Nájera se celebraron dos batallas y en la Ciudad de Calahorra se proclamó Don Enrique en vida de su hermano. Rey de Castilla. Hasta Santo Domingo de la Calzada interviene apareciéndose, según cuenta la crónica, a un clérigo «de misa y buena vida», que vino de la ciudad de Sto. Domingo a la villa de Azofra, donde estaba el Rey Don Pedro, antes de la primera de las batallas de Nájera, a decirle cómo el Santo riojano le había comunicado que su hermano le mataría pues estaba Dios muy «airado» con él. Don Pedro no aguantaba ancas de nadie y menos consejos de clérigos y la contestación fué su muerte «ca el rey le fizo quemar públicamente en los reales: muchos dudaron si con razón o sin ella» (nota.- Crónica del Rey Don Pedro del Canciller, Pedro Lopez de Ayala, año XI. Cap. IX.). Examinemos ahora los tres hechos ya en el ámbito puramente riojano, las dos batallas y la proclamación en Calahorra de Don Enrique, haciéndolo cronológicamente. PRIMERA BATALLA DE NÁJERA. 1360 En este año los Condes Don Enrique y Don Tello de Castilla, con el Conde de Osona, entraron con «gran furia en la Rioja» ganando la villa de Haro y la ciudad de Nájera, haciendo en esta última y, como era costumbre, una buena matanza de judíos amigos que eran de Samuel Levi, Tesorero mayor del Rey Don Pedro. Era la guerra que el Rey de Aragón había declarado al de Castilla, como hemos visto, y que atizaba y dirigía el de Trastamara. Venían desde Zaragoza y ganaron toda la Rioja, llevando su pendón hasta Pancorbo. Don Pedro I preparó su ejército y bajó a la Rioja desde el norte poniendo sus reales en la villa de Azofra (nota.- «pueblo pequeño y de poca cuenta». H. da España, de Mariana.E. d. 1841, Tomo VII, pág. 51.) donde sucedió lo del clérigo, embajador de Santo Domingo. El día mismo de haber matado a éste «después de comer partió el Rey del logar de Azofra do tenía su real e era viernes postrimera semana de abril [1360] e fué a Nájera. E el conde [Don Enrique de Trastamara] avía mandado poner en un otero que está delante de la villa de Najara una tienda, e un pendón cerca della: e estaban él [Don Enrique] e el Conde Osona fuera de la villa con fasta ochocientos de a caballo e dos mil omes de pie; e los del rey que iban en la delantera pelearon con ellos, e luego fueron retraídos el Conde e los suyos, e los del Rey tomaron la tienda e el pendon del Conde [de Trastamara} e otrosí tomaron el pendón del Conde Don Tello que allí le dexara con alguno de los suyos quando se fuera para Aragón, e trata él dicho pendón un caballero que modo y que decían se llamó Don Diego Ruiz de Rojas. E el Conde [de Trastamara] non pudo recogerse por las puertas de la villa de Nájera] ca los del Rey estaban ya pegados a ellas, e llegó a muros del castillo que dicen de los judíos e los suyos que estaban dentro foradaron el muro de la villa e por allí entró el Conde e otros de los suyos» (nota.-Crónica. Año XI. Cap, X.). Otros detalles pueden añadirse siguiendo la Crónica. La batalla empezó pues en las puertas de Nájera. cuya villa era de Don Enrique y en la que éste se refugió al caer la vanguardia de sus tropas al empuje de las del Rey su hermano y perder su tienda y bandera. Había un «otero»» que llamaban el Castillo de los Cristianos donde también se defendían las tropas de retaguardia de Don Enrique al mando de señores tan importantes como el Comendador Mayor de Santiago Don Ferrad Osores, el antiguo Alcaide de Tarazona que traicionó al Rey Don Pedro y entregó aquella fortaleza al de Aragón Don Gonzalo González de Lucio, el Caballero de Santiago Don Pero Ruiz de Sandóval. Estas mesnadas se defendieron y pelearon muy bien, lo mismo que el luego Maestre de Santiago Don Gonzalo Mexia que con cincuenta hombres combatió en los mismos muros de Nájera. Por ambas partes murieron muy buenos caballeros y escuderos, recordando aquí por su posible origen riojano a un escudero del Rey muy querido por éste y natural de Jaén, llamado Diego López de Grañón. Don Pedro estuvo en el campo hasta la caída de la tarde de aquel día, ya libres las tierras de enemigos, y refugiados éstos en Nájera; al llegarla noche levantó su bandera y partió para la villa de Azofra. Dejó cercada la de Nájera y con la orden de tomarla al siguiente día, durmiendo en Azofra. Al nuevo amanecer partió para Santo Domingo de la Calzada no queriendo oir el Consejo, que le decía cercase a Nájera, cogiese y matase a su hermano y de esta forma acabar la guerra, ya que el Rey de Aragón, sin la ayuda del Infante Don Enrique se retiraría a sus estados, y además se libraríapara siempre del peligro que representaba para el trono legítimo la ambiciosa vida del Conde de Trastamara.No fué así, pues «non fue esta la voluntad de Dios que fuese el Conde tomado, segúnd lo que después páreselo e quiso Dios ordenar de él». Los de Don Enrique no dieron tiempo a que se intentase la toma de Nájera. Las pérdidas fueron tremendas y el castigo muy duro y los vencidos abandonaron rápidamente Haro y Nájera emprendiendo la fuga camino de Navarra. No bien lo supo el Rey Don Pedro cuando siguió su persecución llegando en una sola jornada a Logroño; rebasada ya esta ciudad y «en lugar que llaman Aguilar» le esperaba Don Guido, Cardenal de Bolonia y Legado del Papa para conseguir la paz. a la que se avino Don Pedro, quedándose en Logroño y ordenando ceder en la persecución de los fugitivos. A poco acababa la guerra y Don Pedro en su trono con cierta tranquilidad (nota.- El General D. José Almirante en su recomendable obra «Bosquejo de la Historia Militar de España» tomo I, pág. 188, llama a esta batalla, de Azofra. Ed. Madrid 1923.). Los muertos de aquellos dos o tres días se enterraron en los claustros del Real Monasterio de Santa María de Nájera. CALAHORRA. 1366 AÑOS. La segunda guerra que declaró Aragón a Castilla, más que este carácter, tiene el de lucha civil entre hermanos a uno de los cuales, Infante Don Enrique, ayuda Pedro IV de Aragón. Dice la Crónica en su año XVII que es el 1366 en el Capitulo I. «el Rey Don Pedro estando en Sevilla en el comienzo deste año sopo cierto como los Capitanes de las gentes de las Compañías, con quienes el de Aragón trataba para las facer venir e que entrasen en Castilla con el Conde Don Enrique, avian estado con el Rey en Barcelona, e eran ya en todo avenidos con él, e avian ido para traer las gentes de armas de las Compañas. E eso mismo sopo como algunos Ricosomes e caballeros de Aragón... eran prestos para venir con el Conde Don Enrique, e entrar en Castilla. E partió el Rey Don Pedro de Sevilla, e vino su camino derecho para la ciudad de Burgos, a do avia enviado mandar que se llegasen todos los suyos». Por su parte, el Infante Don Enrique salía de la ciudad de Zaragoza al frente de las Compañías Blancas y buen número de Caballeros aragoneses y castellanos que tenían agravios que vengar en Don Pedro. Con las tropas venían también caballeros franceses que recordaban la prisión y muerte de Doña Blanca de Borbón, entre ellos y mandándoles Beltrán Du Guesclín «que es de la Flor de Lis, del Linaje del Rey de Francia», venían asimismo ingleses como Don Hugo de Canreley o Carbolay (nota.- Le concedió Don Enrique el título y estado de Conde de Carrión este año 1366 que perdió luego de la batalla de Nájera. Este título es el que luego concedió el mismo Don Enrique a sus deudos Don Diego y Don Femando llamados por esta raztón Infantes de Carrión. Nob. cit. pag. 42.), gentes de Guiana y Gascuña, en fin un raro ejército que era modelo de pillaje y desolación. Y de nuevo toca a la Rioja aguantar la guerra. Por Alfaro entran en esta tierra castellana. Allí estaba por Capitán de la villa, bien guarnecida, Don Iñigo Fernández de Horozco que fué leal al Rey y no entregó la ciudad. Don Enrique lo pensó bien y no quiso combatirle desgastando fuerzas en la empresa y sobre todo, que «en las guerras civiles ninguna cosa tanto aprovecha como la presteza: toda tardanza es muy dañosa y empece». (nota.-Mariana. Ob. cit. T. VII, pág. 53.) Dejaron pues Alfaro y continuaron su camino, llegando al otro día a Calahorra «que es una cibdad que non era fuerte, e los que en ella estaban non se atrevieron a la defender» A la vista del ejército invasor, abrieron las puertas al Infante y le rindieron pleitesía el Obispo Don Ferrando o Fernando y el Alcaide que tenía la ciudad por el Rey Don Pedro llamado Fernán Sánchez de Tovar. Era lunes 16 de marzo. Don Enrique tomó pacifica posesión de la primera ciudad castellana con bastantes muestras de simpatía de su vecindario, pues no sólo parece se entregó Calahorra por estar mal guarnecida y no poderse defender bien, sino por los agravios que los habitantes tenían con el Rey. El Infante convocó Consejo de sus Capitanes y Ricos-Hombres para determinar cómo se procedería en adelante. Llegaron noticias concretas de los movimientos de tropas del Rey y cómo éste estaba ya en Burgos. Le aconsejaron se hiciese proclamar Rey y tomase el título de tal «ca ellos tenían, segund las nuevas de la tierra, que el Rey Don Pedro non darìa batalla nin podía defender el Regno» y el Infante Don Enrique «segund páreselo plogole mucho dello». Acordado pues, le proclamaron Rey, desplegaron los pendones y con gran aparato y regocijo clamaron los heraldos por las calles de Calahorra llamando Rey a Don Enrique. Es coincidencia curiosa, que siendo aquí donde por primera vez usó el titulo de Rey, viniese también a morir en tierras riojanas andando el tiempo, en Santo Domingo de la Calzada el 30 de mayo de 1379, concertando las paces con Navarra, y según otros el 29, a consecuencia de los famosos borceguíes envenenados, regalo del Rey moro de Granada, o de mal de gota, a los cuarenta y seis años de su edad y a los trece de llamarse Rey en Calahorra, mereciendo del Padre Mariana el comentario de ser: «Varón de los más señalados y principe en la adversidad y prosperidad, constante contra los encuentros de la fortuna, de agudo consejo y presta ejecución y que el mundo puede llamar bienaventurado por la venganza que tomó de las muertes de su madre y de sus hermanos con la sangre del matador, y quitarle de su cabeza la corona. Ejemplo finalmente con que se muestra que la falta del nacimiento no empece a la virtud y al valor y que si enfrenara sus apetitos deshonestos en que fué suelto, pudiera competir con los Reyes antiguos mas señalados (nota.-Dejó Don Enrique, entre otros habidos, en Doña Elvira Iñiguez de la Vega, a Don Alonso Enriques de Castilla a quien hizo Conde de Noroña y de Gijón.). Volviendo a nuestro relato; una vez proclamado Rey, colmó de gracias y mercedes a los que le acompañaban, de los cuales hemos hecho ya referencia, y se dispuso a conquistar esa corona que por fin brillaba en su frente. SEGUNDA BATALLA DE NÁJERA 3 DE ABRIL 1367 Ya tenía Castilla dos reyes. Según escritos de la época y ponderados escritores comtemporáneos, poderosos eran ambos en esta cruel guerra. De la parte de Don Enrique estaba un fuerte y aguerrido ejército, su afán de vengar la sangre de su madre y hermano, los trabajos que padecía el reino y el deseo, tan español a los cambios de política asi como el de llegar a ser un Rey de verdad. A Don Pedro le ayudaba su legitimidad en primer lugar, que tanta importancia tuvo en el trono de España; la ofensa que le hacia disputándosela su hermano y los muchos vasallos leales conque aún contaba. Si a Don Enrique le ayudaban los franceses y aragoneses, Don Pedro se entendía con los ingleses y navarros Campo de agramante era Castilla que soportaba todos estos males y veía en su suelo mesnadas extranjeras. Salieron por fin de Calahorra las tropas de Don Enrique, camino de Burgos y atravesando la Rioja baja siguiendo el cauce del Ebro y llegaron sin contratiempo a la ciudad de Logroño que permaneció fiel a Don Pedro su Rey legitimo. Don Enrique no quiso perder tiempo pues el cerco hubiera sido largo y costoso y pasó adelante, tomaron el camino actual de la carretera de Burgos en dirección a esta ciudad llegando a Navarrete que les abrió sus puertas y allí establecieron sus reales continuado el camino por Nájera, Santo Domingo y Grañón, hasta Bibriesca, ya en la provincia de Burgos que también les recibió con muestras de simpatía. Don Pedro, entre tanto, permaneció en Burgos hasta el 28 de marzo de 1366 que era sábado víspera del domingo de Ramos en que partió, en contra del parecer de sus Capitanes y Consejeros, después de haber ordenado matar al caballero Juan Fernández de Tovar, hermano del Alcaide de Calahorra, que había recibido a Don Enrique y solo por este delito. Los de Burgos llamaron ya abiertamente a Don Enrique ofreciéndole la Corona que le fué entregada con todo esplendor y esperanzas de paz en el Noble y Real Monasterio de las Huelgas. Ya fué un éxito la marcha de Don Enrique, que pasó a diferentes ciudades de las que fué tomando posesión pacificamente, en especial de Toledo y Sevilla; en esta última haciendo paces con Portugal y Granada. Nada parecía empañar ya el brillo de la corona de Don Enrique que empezó a licenciar las tropas mercenarias no quedándose con más de mil quinientas lanzas al mando de su siempre fiel Beltrán Du Guesclín y de Don Bernal de Fox hijo del Conde de este título y Señor de Bearne. Sin embargo, no descansaba el Rey Don Pedro que habla salido de Castilla dejando por Gobernador al Conde de Lemos en la lejana Galicia. Don Pedro se estableció en Bayona y emprendió gestiones encaminadas a la recuperación del Reino, en particular con el Principe de Gales, Eduardo, que a la sazón gobernaba el Ducado de Guiena Celebraron entrevista en Cabrerón a la que también asistió Don Carlos, Rey de Navarra. Comprometió Don Pedro el Señorío de Vizcaya que ofreció al inglés, y la ciudad de Logroño para el navarro. Don Pedro volvió a Castilla entrando por Galicia y celebrando consejo en Monterrey. Todo fueron ya preparativos para la guerra, siendo curioso para nosotros la lealtad que seguían profesando al Rey legitimo las ciudades de Logroño y Soria, a las que envió cartas animándolas en la resistencia y anunciándoles ayuda. (nota.-Tal ves por caber que seria del Rey navarro nuestra ciudad en caso de triunfo de D. Enrique.) Hubo varias alternativas que no son de nuestro objeto reinando a la vez Don Pedro y Don Enrique, destacando las Cortes que hizo celebrar el de Trastamara en Burgos. El Rey Don Pedro volvió a Bayona y entró por Roncesvalles acompañado del Príncipe de Gales y con la complicidad del navarro. Don Enrique corrió a este encuentro tan peligroso camino de la Rioja y estableció su bandera en Santo Domingo «en un encinar muy grande que allí está que dicen de Bañares e estovo y algunos días, e fizo alarde de las gentes que allí estaban con él» (nota.- Crónica. Año XVIII, Cap. III.). De allí pasó al Condado de Treviño poniendo su Real en la villa de Añastro para parar las bandas de caballería que infectaban la tierra y la robaban. En vista de ello, Don Pedro se encaminó a su leal ciudad de Logroño, entendiéndose mal los confidentes que creyeron era Don Pedro en Navarrete, motivo por el cual Don Enrique emprendió el camino de la Rioja estableciéndose en Nájera. De nuevo sería nuestra riojana ciudad el lugar decisivo de la campaña. Al llegar aquí de su relación, el Padre Mariana habla de la ciudad de Nájera en unos términos curiosos que no podemos resistir la tentación de copiarlos, «es una ciudad que se piensa ser la antigua Tritio Metallo, y de que sea ella no es pequeño indicio que dos millas de allí está una aldea que retiene el mismo nombre de Tricio. Esta ciudad alcanza muy lindo cielo y unos campos muy fértiles, y por muchas cosas es muy noble pueblo, y por el suceso de esta batalla se hizo famoso (nota.-Mariana.Obra, cit. T. VII pág.66.). Ambos hermanos colocados ya en situación de decidir su suerte en una batalla, celebraron su Consejo. A Don Enrique le dijeron que pues sus enemigos eran casi todos de a pie, sería lo natural prepararse para combatir así y, se acordó, que la vanguardia de infantería, o peones como entonces se llamaban, la mandase Beltrán Du Guesclín y el Mariscal de Audenehan. También los castellanos, que llevaban el pendón de la «Vanda» cuyos caudillos eran el Conde Don Sancho de Castilla y Pedro Manrique Adelantado Mayor de Castilla, Don Pedro Fernández de Velasco, Don Gómez González de Castañeda. Don Pedro Ruiz Sarmiento. Don Ruy González de Císneros, Don Sancho Fernández de Tovar, Don Suero Pérez de Quiñones. Don Garcilaso de la Vega, Don Juan Ramírez de Arellano. Don García Alvarez de Toledo, Maestre que fué de Santiago. Don Juan Fernández de Avellaneda, Don Mendo Suarez, Clavero de la Orden de Alcántara y Gonzalo Bernal de Quirós, más Don Pedro López de Ayala que llevaba el Pendón (nota.-Don Pedro López de Avala que fué preso en la batalla, es el autor de la crónica del Rey Don Pedro a que hacemos referencia y por tanto testigo de todo esto.), todos combatirían a pie, que parece pasaban de los mil hombres. En el ala izquierda de éstos que ocupaba el centro de la batalla, ordenó colocarse fuerzas de caballería al mando de Don Tello de Castilla, hermano de Don Enrique, del Gran Prior de la Orden de San Juan en Castilla, Don Gómez Pérez de Porres (nota.-De la conocida familia riojana, Señores da Agoncillo, con entierros en la Iglesia da Palacio, capilla de la Antigua, y cuya casa solar está aún en Rúa Vieja de Logroño.) y buen golpe de caballeros que sumarían hasta otros mil. En el ala derecha más caballería bajo las banderas del Marqués de Villena, Don Alonso de Aragón, del Maestre de Calatrava Don Pero Moñiz de Godoy, los Comendadores Mayores de Santiago, en León, Don Ferrand Ozores, y en Castilla Don Pero Ruiz de Sandoval que sumarían igual número de caballos. El Infante Don Enrique se colocó detrás de la infantería y entre las dos alas de caballería, también a caballo,. acompañado de su hijo el Infante Don Alonso, su sobrino el Conde Don Pedro de Castilla, hijo del Infante Don Fadrique Maestre de Santiago, asesinado por Don Pedro el Cruel; también estaban a su lado Don Iñigo López de Orozco, Don Pedro González de Mendoza, Don Alvar García deAlbornoz. Don Ferrand Pérez de Avala, Don Pedio González de Agüero, el Almirante Micer Pedro Boca negra, Don Alfonso Pérez de Guzmán, Don Juan Alfonso de Haro, Don Gonzalo Gómez de Cisneros, además de los aragoneses que eran varios Ricos hombres, más sus escuderos y hombres de armas que sumaban mil quinientos Un total de unos cuatro mil quinientos. No llegaron el resto de los hombres que habían dejado en Álava, pero por los nombres que señalamos se ve ya claramente que Castilla estaba a favor de Don Enrique, pues las casas más conocidas y fuertes tienen este día su representación bajo la bandera del de Trastamara. Por el contrario, del lado del Rey Don Pedro no podemos señalar nombres castellanos. Todos vinieron a pie mandando la vanguardia, el Duque de Alencastre Mosén Juan Chandos Condestable del Ducado de Guiana, Mosén Raúl Camois, Mosén Oliver, Señor de Clisón, unos tres mil hombres ingleses y de Bretaña. En la mano derecha el Conde de Armiñaque y el Señor de Labrit, los Señores de Mucident y Rosen, del Condado de Guiana. con otras mil lanzas. En la izquierda con otros dos mil infantes del Conde de Fox, alemanes y flamencos, tropas a sueldo y muy aguerridas. Por último, en la retaguardia el Rey Don Pedro y el Príncipe de Gales y la bandera del Rey de Navarra guardada por sus escuderos y Ricos-hombres con más caballeros ingleses, más tres mil lanzas, que sumaban más de los diez mil añadidos ballesteros ingleses y flecheros. La representación castellana eran solamente unas ochocientas lanzas. El Rey podía sentirse prisionero entre sus aliados. Hasta algunos miles moros le acompañaban también (nota.- Historia de España de A. Alcalá Galiano. Ed. 1844. T.° III. Pág. 50.) . Don Enrique, en su Real de Bañares, recibió mensajeros del Rey Carlos de Francia, dándole detalles de estas fuerzas y recomendándole no fuera a la batalla. Esto mismo le aconsejaron sus capitanes, pero Don Enrique, por valentía o seguridad en su buena estrella, no quiso esperar más tiempo y se decidió ir al encuentro de su enemigo. Salieron las tropas de Don Enrique camino de Álava estableciéndose en Zaldiarán, al saber que Don Pedro se encontraba de nuevo en tierras alavesas, pero viendo éste que su hermano no se decidía a combatir, volvió a Logroño, «e hay en ella sobre el río de Ebro una grand puente e buena e por allí pasaron el Rey Don Pedro e el Príncipe e todas sus companías» Creyeron que al no luchar Don Enrique estaba abierto el camino de Castilla. Don Enrique por su parte, atravesó de nuevo el río y fué a Nájera, camino que traería necesariamente su hermano para Burgos, corazón de Castilla, y estableció su campamento a las afueras de la villa, dejando por delante el río Najerilla como defensa y por detrás las casas del pueblo. Don Pedro salió de Logroño efectivamente y, al llegar a Navarrete, supo la situación del de Trastamara, entonces el Principe de Gales le envió a este una carta que por su interés y curiosidad transcribo, dice así: «Eduarte, fijo primogénito del Rey de Inglaterra Príncipe de Gales e de Guiaría. Duque de Cornoalla e Conde de Cestre: Al noble e poderoso Príncipe Don Enrique Conde de Trastamara. Sabed que en estos días pasados el muy alto e poderoso príncipe Don Pedro, Rey de Castilla e de León, nuestro muy caro e muy amado pariente, llegó en las partidas de Guiana do nos estábamos, e nos fizo entender, que quando el Rey Don Alfonso su padre morió, que todos los de los Regnos de Castilla e de León pacificamente le recibieron e tomaron por su Rey e Señor, entre los quales vos fuisteis uno de los que asi le obedecieron e estuvisteis grand tiempo en la su obediencia. E diz que después desto, agora puede aver un año que vos con gentes e Compañías de diversas naciones entrantes en los sus Regnos, e gelos ocupastes e llamastevos Rey de Castilla e de León, e les tomastes los sus tesoros e las sus rentas, e le tenedes tomado e forzado asi el un Regno, e decides que le defenderedes del, e de los que les quisieren ayudar: de lo qual somos mucho maravillados que un ome tan noble como vos fijo del Rey, ficiésedes cosa que vos sea vergonzosa de facer contra nuestro Rey e señor. E el Rey Don Pedro mando mostrar todas estas cosas a mi Señor e mi padre el Rey de Inglaterra, e le requirió, lo uno por el grand debdo e linaje que las Casas de Inglaterra e Castilla ovieion en uno, e otrosí por las ligas e confederaciones que el dicho Rey Don Pedro tiene fechas con el Rey de Inglaterra, mi padre e mi señor, veyendo que el dicho Rey Don Pedro su pariente le enviaba a pedir justicia y derecho e cosa razonable a que todo Rey debo ayudar, plogole de lo facer asi; e enviónos mandar que con todos sus vasallos e valedores e amigos que él ha, que nos le viniéremos ayudar e confortar, segund cumple a su honra por la qual nos somos llegado aqui. e estamos hoy en el logar de Navarrete que es en los términos de Castilla. E por que si voluntad fuese de Dios que se puediese escusar tan grand derramamiento de sangre de Christianos como podría acontecer si batalla o viere de lo qual sabe Dios que a nos pesará mucho, e por ende vos rogamos e requerirnos de parte de Dios e con el Mártir Sant Jorge, que si vos place que nos seamos buen mediadero entre el dicho Rey Don Pedro e vos, que nos lo fagades saber, e nos trabajaremos como vos ayades en los sus Regnos, e en la su buena gracia e merced grand parte, porque muy honradamente, podades bien pasar e tener vuestro estado. E si algunas otras cosas oviere de librar entre él e vos, nos con la merced de Dios entendemos ponerlas en tal estado como vos seades bien contento. E si desto non vos place, e queredes que se libre por batalla, sabe Dios que nos desplace mucho dello: e si algunos quisiesen embargar los caminos a él e a nos que con él imos, nos faremos mucho por le ayudar con el ayuda de Dios. Escrita en Navarrete, villa de Сastilla, primero día de abril. {Año 1367)». Cortesía y diplomacia no le faltaba al inglés como se ve por su carta. Fué recibida por Don Enrique de la propia mano del - mensajero al que ordenó dar unas doblas y un paño de оrо, e inmediatamente reunió su Consejo para tratar de la carta del Príncipe de Gales-, decidieron escribir otra carta al Principe «cortésmente ca aun entre los enemigos bien parece ser ome cortés e bien razonado.» La carta fué ésta: «Don Enrique por la gracia de Dios Rey de Castilla e de León: Al muy alto y poderoso príncipe Don Eduarte fijo primogénito del Rey de Inglaterra, Príncipe de Gales. Rescibimos por un baraute una vuestra carta, en la cual se contenían muchas razones que vos fueron dichas por parte de ese nuestro adversario que y es; e non nos paresce que vos avedes seido bien informado de como ese nuestro adversario, en los tiempos que tovo estos Regnos los rigió en tal manera, que todos los que lo saben e oyen se pueden dello maravillar por que tanto él aya seido sufrido en el señorío que tovo. Ca todos los de los Regnos de Castilla e de Leon con muy grandes trabajos e danos e peligros de muertes e de mancillas sostovieron las obras que él fizo fasta aqui, e non las podíeron mas encobrír nin sufrir: las cuales obras serianasaz luengas de contar. E Dios por su merced ovo piedad de todos los de estos Regnos, porque non fuese este mal cada día más, e non le faciendo ome de daño su señorío ninguna cosa salvo obediencia, e estando todos con él para le ayudar e servir e para defender los dichos Regnos en la ciudad de Burgos, Dios dio su sentencia contra él, que él de su propia voluntad los desamparó e se fué. E todos los de los Regnos de Castilla e de León ovieron dende muy grand placer, teniendo que Dios les había enviado su misericordia para los librar del su señorío tan duro e tan peligioso como tenían: e todos los de los dichos Regnos de su voluntad propia vinieron a nos tomar por su Rey e por su señor, asi Perlados, como Caballeros e Fijosdalgos e cibdades e villas. Por tanto entendemos por estas cosas sobredichas que ésto fué obra de Dios, e por ende, pues por voluntad de Dios e de todos los del Regno, nos fué dado, vos non avedes razón una porque nos lo destorvar. E si batalla abiere de ser, salxx Dios que non desplace dello: empero no nos podemos escusarxxr de poner nuestro cuerpo en defender estos Regnos. a quien tan tenudos somos, contra cualquier que contra ellos quiera ser. Por ende vos rogamos e requerimos con Dios, e con el Apóstol Santiago, que vos non querades entrar asi poderosamente en nuestros Regnos faciendo en ellos daño alguno; ca faciéndolo, non podemos escusar de los defender. Escrita en nuestro Real cerca de Nájera. segundo día de abril (1367]» (nota.- Crónica. Año XVIII. Caps. X y XI.). La suerte estaba echada y Don Pedro el Cruel avanzó ya en orden de batalla camino de Nájera, en el orden que hemos descrito. El Príncipe Don Enrique, lleno de impaciencia y de deseo de acabar para siempre con su hermano, desoyendo los consejos de sus capitanes, no esperó donde estaba con el Najerilla delante de sus vanguardias, atravesó este río y adelantó camino de Huércanos en busca del enemigo, que «el Rey Don Enrique era ome de muy grand corazón e de muy grand esfuerzo, e díxo que en todas guisas quería poner la batalla en plaza llana sin aventaja alguna». Por fin se avistaron los dos ejércitos en estos llanos de la Rioja. destrozando sembrados y haciendo huir a los pacíficos villanos de Huércanos, Alesón, Manjarres y demás lugares de este cuadrado que forman las actuales carreterasde Logroño a Fuenmavor y a Nájera. Los guerreros del Rey Don Pedro llevaban por señal sobre la.vesta cruces rojas del Patrón de Inglaterra San Jorge, y eran sus gritos: Guiana y San Jorge, más españoles los de Don Enrique, más castellanos eran distinguidos por las bandas rojas que hacían referencia a la castellanísima Orden de la Banda cuyo pendón estaba en la batalla y que quedó por blasón en tantos escudos de aquellos siglos, llamando en su ayuda, apellidando— como se decía entonces-a nuestro apóstol Santiago. Fueron los valientes castellanos los primeros que acometieron con su tradicional empuje a los ingleses qne cedieron; ignoramos si por no poder resistir o por táctica, lo cierto es que pareció que se daba la victoria a Don Enrique En este momento surge el comportamiento incomprensible del infante Don Tello. Señor de Vizcaya y de Lara que no se movió al ordenarle su hermano Don Enrique que peleara y al ver venir hacia él al Conde de Armuñaque al frente del ala derecha del Príncipe de Gales, el Conde Don Tello y los que con él estaban, «movieron del campo a todo romper fuyendo» según palabras de la Crónica. Fué este el momento decisivo y peligroso de la batalla, que perdió Don Enrique por cobardía de su hermano, ya «que por culpa de Don Tello fueron rotos y vencidos los del Rey Don Enrique y fueron presos y murieron en el campo de los principales señores que iban con él» (nota.-Anales da Aragón, de Jerónimo de Zurita. Lib. IX. Cap, LXIX.). Al fallar este ala izquierda de las tropas de Don Enrique fué envuelto por detrás el de Trastamara y cayeron muchos caballeros que estaban a su lado al empuje de los ingleses, La Infantería, al mando de Beltrán Du Guesclin, hacia prodigios de valor ante los magníficos ballesteros ingleses, mientras el mismo Don Enrique por tres veces fué personalmente a socorrer a los suyos y luchar con lanza y espada en defensa del Pendón de la Banda. Llegó el momento de ser imposible la resistencia y empezó la retirada hacia los muros de Nájera, perseguidos continuamente por los ingleses y bretones que lanzaron ya el grueso de sus fuerzas que hemos visto doblaban las de Don Enrique. Pudo éste escapar, no sin antes tener la providencial ayuda de un escudero suyo llamado Ruy Fernández de Gaona (nota.- Capitán de las fronteras de Rioja y progenitor luego de los Condes de Valdeparaíso, Marqueses de Añavete y Villaitre en la Ciudad de Almagro, en la Mancha.) natural dé Álava que se acerco y le dio su caballo pues el del Príncipe no podía ya moverse de cansado. Acompañado de Don Ferrand Sánchez de Tovar, Almirante después, Don Alfonso Pérez de Guzmán e Micer Ambrosio hijo del Almirante Bocanegra tomó el camino, de Soria y por Aragón-donde le recibió y consoló el futuro Papa Luna - . continuó su camino para Francia. Los castellanos lucharon como buenos, aunque el día fué de sus enemigos; buena prueba de ello es que en la tierra riojana de Nájera cayeron para siempre Don García Lasso de la Vega (nota.- Señor de la Casa de la Vega y de los nueve valles de Asturias de Santillana, fiel vasallo de Don Enrique II, Había casado con Doña Mencía de Cisneros y la hija de ambos Doña Leonor casó con Don Juan Tellez, Señor de Aguilar y Castañeda hijo del Infante Don Tello de Castilla, Señor de Lara y Vizcaya y hermano como sabemos del Rey Don Enrique II de Trastamara. Está enterrado en al Monasterio de Sama María la Real de Nájera como casi todos los caballeros muertos aquel día.). Suer Pérez de Quiñones, Sancho Sánchez de Rojas, Juan Rodríguez Sarmiento, Juan de Mendoza, Fernando Sánchez de Ángulo y cuatrocientos hombres de armas; casi todos los magnates de que antes hablamos a excepción de éstos y algún otro quedaron prisioneros incluyendo a Don Pedro de Ayala el autor de la Crónica el famoso Beltrán Du Guesclín y al propio hermano del Rey el Infante Don Sancho. Don Pedro el Cruel, merced a la ayuda de los ingleses había triunfado, haciendo entonces bien patente su crueldad, el verdadero «caso de frenopatía» según lo califica el eximio maestro Don Ramón Menéndez Pelayo (nota.-Poetas líricos castellanos. IV (XXII-XXIII).). el mismo día, después de acabada la batalla mató por su mano a Don Iñigo López de Orozco cuando lo tenía preso un caballero del Príncipe Negro, ordenando la muerte inmediata de Gómez Carrillo de Quintana hijo del Camarero del Rey DonEnrique, Ruy Díaz Carrillo y al Comendador Mayor de Santiago Sancho Sánchez de Moscoso, a Garci Jofre Tenorio hijo del Almirante Don Alonso Jofre y a otros caballeros. Las represalias continuaron rápidamente, marchando el Rey Don Pedro en unión del Príncipe de Gales camino de Burgos y estableciendo el terror a su paso. La venganza sinembargo no se hizo esperar, pues, aunque la batalla de Nájera fué ganada por el Rey Cruel, fué también el clarín que hizo despertar definitivamente a Castilla que acababa con el reinado de Don Pedro en el Castillo de Montiel a manos de su hermano, que fué ya el Rey definitivo e indiscutible. Don Enrique II de las Mercedes no olvidó a Nájera que en aquel trágico día tuvo para él y los suyos toda clase de ayudas, proporcionando la fuga, enterrando a los muertos y curando a los heridos. La Reina Doña Juana su mujer, por privilegio fechado el 16 de agosto de 1368 confirmado por Don Enrique el 11 de diciembre, concede dos ferias a la villa, en San Miguel de mayo y en San Miguel de septiembre de cada año. Los daños ocasionados por las crecidas tropas mercenarias de ambos ejércitos los días que permanecieron en los campos de la Rioja, y luego por las del Rey Don Pedro al alcanzar la victoria, debieron ser grandes pues es de suponer que, no sólo para mantener tan crecido número de guerreros, sino por la calidad de éstas, cometerían toda suerte de pillaje, común en estos tiempos y hechos de armas, durante estos días. Aunque nada de esto refiere la Crónica hay un detalle que lo confirma, detalle que escribe el Padre Fray Justo Pérez de Urbel (nota.-El Monasterio en le vida española de la Edad-Media. Ed. 1942, pág.111.) y que recogemos ahora. Dice que el Rey Don Enrique de Trastamara hizo al Monasterio de San Millán de la Cogolla «merced de todas sus deudas con judíos et judias, por cuanto el Monasterio fué estruido et robado, et sus logares quemados, et porque feziestes enterrar en él a los que morieron en nuestro servicio en el campo de Najara» (nota.-Fué dado en Burgos el 20-VIII-1373. Cartulario da San Millán de la Cogolla, por Dom Luciano Serrano, Abad de Silos, Ed. 1930, pág. CIV.). No hace referencia a cuál de las dos batallas que sabemos se celebraron, pero es de suponer que fuese a la segunda ya que es esta la batalla de Nájera por antonomasia, a la que se refieren los historiadores, la Crónica y el mismo Rey Don Enrique de las Mercedes, cuando habla en privilegios o diplomas o se acuerda del servicio que, familias o entidades religiosas y civiles, le prestaron y sirvieron en las tierras de Nájera, a esta segunda batalla que hemos tratado de describir.
Esto sucedió en los campos de Nájera, el día tres de abril del año del Señor de 1367. Hay hoy día, en el maravilloso y evocador Monasterio de Santa María la Real de Najera, en su claustro de los caballeros, ya lo dice todo su propio nombre, una capilla que se titula Real y tiene la advocación de la Santa Cruz. En este claustro, obra del siglo XIII a XIV, están enterradas varias generaciones de monjes benedictinos, los del hábito negro y el pulido cantar, debajo de las losas del pavimento. En sus muros se ven los lobos cevados en el escudo de la urna que guardan los huesos de Don Diego López de Haro, el Bueno, X Señor de Vizcaya, capitán que fué, el más grande, el glorioso día de las Navas de Tolosa; más sepulcros, historia hecha piedra, decoran el claustro con sus filigranas, talladas a golpe de martillo, con respetuoso paso lo recorrí y a la caída de la tarde de un día de abril—quise fuera en la misma fecha—entré en la Capilla de la Cruz. En su centro se alza el sepulcro de la Reina Doña Mencia López de Haro, la brava hembra, piedra el arca y los blasones, piedra los seis leones de su base. En los muros de la capilla tres sepulcros más, buenos y bien trabajados, en ellos están Don García Manrique de Lara, Canónigo en la lejana Toledo e hijo del I Duque de Nájera, el Fuerte. Don Diego López de Salcedo-sauce y corazones en su blasón —y. por último, nuestro Garcilasso de la Vega muerto en la batalla de Nájera. El fraile que me acompañaba me contó la vieja historia y me hizo ver sus huesos que aparecían por una juntura rota de la urna sepulcral. Aquí fué la batalla, en esta tierra riojana cargada de gloria y de recuerdo un día lejano del siglo XVI, y aquí están las cenizas de muchos de sus protagonistas; desde las Asturias de Santillana, vino a ser enterrado aquí aquel espejo de caballeros, el Señor de la Casa de la Vega y los Nueve Valles, cuyos huesos contemplaba, mientras desaparecía en las amplias mangas del hábito del Padre Ricardo un cigarrillo que yo le ofrecía. |