I
El canto gregoriano constituye una forma de oración; por tanto, su esencia no se puede captar por vía meramente musical, sino por la misma práctica de la oración. Ocupa un término medio entre la letra hablada del rezo y la pura contemplación mística, pues se basa en palabras concretas, cuyo sentido lógico en unos casos subraya y en otros amplía hasta los límites del pensar supralógico. Su distintivo más característico consiste en la virtud de estancar las fuerzas de la devoción, igual que una esclusa, y luego canalizar y moldear estas fuerzas desniveladas y puestas en movimiento. En presencia de tal metáfora la imaginativa romántica quisiera ver de buen grado un caudal de sentimientos reprimidos, los cuales, al separarse las amplias puertas, se precipitan libres y apasionadamente como un río torrencial fuera de su prisión. Sin embargo, el lector no debe interpretar así esta metáfora. El canto gregoriano no encierra nada de patético o violento, ni de blando o dulce: El sentimiento no le da origen, ni cuerpo; antes bien, sólo constituye su sombra, es decir, una secuela. El canto gregoriano es un camino, un medio de transporte. El simbolismo precristiano lo hubiera denominado un carro, una nave o un río en el cual caminan las luminosas sílabas sonoras. En nuestra metáfora las dos puertas de la esclusa simbolizan la cultura religiosa y el dominio de sí mismo, que contienen las aguas de un lago formado por la lluvia de la gracia divina y de los ríos que desde las altas montañas del recogimiento corren hacia el depósito de la subconsciencia. La superficie empieza a rizarse y a cantar cuando el caudal es suficiente para que las aguas puedan desbordar la esclusa después de haber depositado en el fondo todas las materias impuras.
Quien canta estas melodías no sigue el movimiento fácil de una melodía ajustada a un molde tradicional, sino que emprende una ascensión hacia tierras lejanas, y de ahí que sea indispensable someterse sin reservas a los preceptos de su guía. Sus fórmulas no se pegan al oído como lo hacen las estructuras simétricas de las canciones populares, porque sus evoluciones no se limitan a poner en movimiento las más elementales leyes del equilibrio, sino que pretenden superar las cadencias demasiado esquematizadas. Con todo, sería erróneo pensar que por esto los movimientos musicales del canto gregoriano estén en contradicción con las leyes musicales de la gravedad; pues, muy al contrario, siguen respetando dichas leyes. Pero sus arcos melódicos les quitan la pesantez y cuanto en ellas pudiera haber de rudimentario y de tosco; ensanchan el ritmo de sus evoluciones en forma análoga a la de un arco, que permite ampliar la distancia entre las columnas bajo el techo de un templo. En cierta medida, y en otro plano, pudo observarse también este fenómeno a principios del siglo XIX, cuando L. van Beethoven rompió con el dinamismo tradicional y estereotipado de la simetría musical de su época. Como ocurre continuamente en la Historia, ningún profesional o perito en la materia entendía lo más mínimo de esta nueva y superior concepción de las mismas leyes fundamentales, porque al realizarlas el maestro de Bonn con un ritmo poco común y más amplio de lo usual, pidió a sus oyentes, algo desorientados, que siguieran con suma atención las difíciles veredas melódicas hasta sus cimas inauditas, en vez de considerar la música como un cómodo paisaje de dorados lugares comunes. Claro es que para poder entregarse a las líneas melódicas del canto gregoriano es imprescindible poseerlas técnicamente, cosa imposible de adquirir ni por una ni por cuatro lecturas rápidas, sino tan sólo mediante un concienzudo estudio. Hemos de familiarizamos con cada sonido y con cada grupo de éstos, de igual modo que un ciego descubre progresivamente un objeto palpándolo con el mayor cuidado. Una vez bien compenetrados de las fórmulas melódicas de dicho canto, se nos impone su ritmo, y de repente cambiamos de actitud interior por hallamos trasladados a una zona superior a nuestra propia y limitada imaginación. Debido a la unión específicamente gregoriana de la letra con la música, nuestra atención repara súbitamente en palabras que antes parecían tener poca importancia y pasa por alto otras que primitivamente parecían ocupar el primer término. Tan fuerte es el relieve que la línea melódica da a la letra, que el canto parece a veces desempeñar la función de una exégesis mística. Pero su papel específico consiste en perpetuar la palabra en el sonido y en conferir la justa medida a la palabra dirigida a Dios. En este camino no hay superlativos musicales ni descabelladas ex·clamaciones; todo es sobrio, sencillo y verdadero: Vide quod ore cantas, corde credas. No será difícil al lector el darse cuenta de la alta tensión psíquica contenida en las moderadas y corteses fórmulas del Introito del domingo de sexagésima.
II Una vez comprendido lo que antecede, no se puede dudar de que una melodía gregoriana tan sólo puede estar bien enfocada al ser examinada cada vez en aquel lugar que la liturgia le asigna. Hállanse en la cumbre de la jerarquía de este extenso repertorio musical las salmodias que P. Wagner designó tan acertadamente como la forma épica del canto gregoriano. Dada la tesitura elevada en la cual se reúnen las voces de los diferentes cantores para ejecutar la recitación, la salmodia suele ser considerada como una forma de lenguaje solemne. Pero este rasgo caracteriza más bien las lecciones y los versículos (parejas de frases muy cortas), las oraciones y la recitación del Evangelio, que no la salmodia. Son llamadas cuya música se adapta al ritmo del lenguaje hablado. La salmodia ocupa un campo psicológico diferente. Si bien es verdad que ella también encierra palabras razonadas, no es menos evidente que su música, por extenderse siempre sobre el mismo tono, prescinde de toda clase de adaptación rítmica o melódica a la palabra proferida. Tan peregrino fenómeno a alguna causa obedece. Son esencialmente ritmos sonoros que comunican al cantor recogido la esencia del ambiente espiritual propio del salmo y algo de aquel fondo luminoso que no cabe expresar con palabras. En la salmodia el contenido verbal del texto importa menos que la actitud psíquica que de aquél se desprende. Las numerosas repeticiones melódicas sólo parecerán largas y fastidiosas a quien las juzgue según las ideas de los que nunca practicaron las salmodias con el debido recogimiento. Una prosa libre está plasmada por un molde rítmico que, al repetirse sin el menor aceleramiento y siempre igual, acaba por crear un ambiente supraintelectual.
Pertenecen a otro grupo las antífonas, los responsorios, tractus y graduales. Dichas formas son menos abstractas, porque a ellas se concede mayor envergadura lineal y cierta plasticidad que ilustra la letra., Esbózase una cierta propensión hacia melodías melismáticas (es decir, partes melódicas cantadas únicamente sobre una vocal o una sílaba determinada), ámbitos tonales muy extensos y fórmulas incluso imitativas; y de ahí que estas melodías sean cantos de solistas, mientras que la salmodia es esencialmente un canto coral. La presentación alternativa de las partes silábicas y las melismáticas obedece a una expresión peculiar de la ley del equilibrio que hacen descargar en las flúidas líneas melismáticas las energías psíquicas acumuladas en la parte recitada. Entre las dos formas hasta ahora examinadas debemos colocar el Prefacio y el Padrenuestro. Ambas oraciones rodean la Elevación y se dirigen a Dios en una tesitura vocal elevada con ámbito tonal muy reducido. En oposición al Prefacio, el Padrenuestro desarrolla su melodía siguiendo siempre las ondulaciones de la palabra hablada. El hecho de que la oración de las oraciones se canta con sonidos musicales tan apagados permite inducir que el canto, a pesar de ser el reluciente barco de oro para transportar los misterios de la fe va callando y hundiéndose a medida que se acerca a la isla del Señor y reaparece tan sólo cuando brilla ya en el horizonte la Cruz de las Tierras Sagradas del silencio. En efecto, prevalece en la misa gregoriana el canto amplio hasta empezar el Evangelio; después de las aclamaciones del Prefacio y del Hosanna todo va apagándose. Calla el canto durante la Transustanciación y reaparece discretamente en el Padrenuestro. Con toda amplitud se presenta tan sólo en el Agnus Dei y recobra toda su fuerza en el Ite Misa est, cuando el barco del sacrificio ha vuelto al puerto. Dado esto, huelga decir que está muy desplazado tocar el órgano durante la Elevación. Entre las melodías del Ordinarium Missae el Gloria y el Credo son las que más se acercan a una dicción puramente silábica. Tanta sencillez melódica facilita la comprensión intelectual de la letra y da unidad a lo dicho en ella. Lo mismo sucede en el Credo.
Gran parte de la música gregoriana es mucho menos hija de la lírica religiosa que codificación sonora de lo que se narra y nos consta. En efecto, el canto tiene algo que obliga. Al manifestarse de una manera sonora, el pensamiento se confirma y se precisa. El canto ratifica el pensamiento, porque éste se verifica al formularse aquél. Cantar su pensamiento, tras la correspondiente meditación, es abandonar el área del individuo, proceder a la acción y actuar en la colectividad. En la vida religiosa, el canto desempeña un papel análogo al de la palabra espontánea con la cual formulamos y confirmamos en la vida cotidiana una resolución elaborada silenciosamente. Cantar es responder y consentir.
El cuarto grupo está formado por los Alleluiatici, y es el que concede mayor libertad al desarrollo propiamente musical. La ideología de su letra, sencillísima y más emotiva que discursiva, abre un vasto dominio a la expansión melódica que, comentando el texto, -da movimiento y forma al sentimiento. El Alleluia es el verdadero carro de los Querubines, considerado generalmente como expresión de alegría; pero no faltan indicios, que más tarde alegaremos, de -que el fondo psicológico del júbilo era primitivamente algo más complicado. De todos modos, consta que estas composiciones presentan evidentes tendencias de música improvisada, una propensión hacia la simetría y ciertos tipos de música imitativa, cuyos temas con gran frecuencia siguen propagándose más allá de la palabra que los motivó. El último grupo encierra los himnos y las antífonas de origen más reciente. Su metro poético y frase musical acusan formas sencillas que sirven de canto final o de introducción. Al hallarse intercaladas constituyen un momento de descanso. Así, por ejemplo, en el Completorium, el himno Te lucís ante terminum constituye una verdadera pausa en medio del oficio después de la progresiva subida (Responsos y Confiteor) a las altas mesetas de la salmodia. III Hemos visto que un distintivo psicológico del canto gregoriano es la moderatio en la expresión. No significa esto que sean escasos o pobres los medios musicales empleados para formular el pensamiento religioso. Poseen recursos técnicos prodigiosos, y si mucha gente los encuentra faltos de variedad, se debe a que el canto gregoriano no es, ni pretende ser, un arte brillante.
En la evolución de la cultura este último grupo de los modos gregorianos cayó en desuso en la música artística. Dicha evolución, que se esboza ya en el siglo xv, parece correr parejas con cierto cambio en la vida espiritual. Al desarrollarse las ciencias naturales, continuamente crece el poder técnico que desvía al ser humano de su misión metafísica, conduciéndole a un positivismo terrestre y a una equivocada sobreestimación de sus posibilidades personales. Se acentúan los «movimientos ascendentes de las dominantes», la desmesurada confianza en el propio poder y en el progreso ilimitado, cuya contrapartida en la psicología musical alcanza su cumbre en el cromatismo ilimitado de los siglos XVII y XIX. Además, el subjetivismo invade todos los campos de la actividad humana hasta agotar casi su sustancia, e incluso la música religiosa no queda fuera del todo de esta corriente intelectual. Se multiplican las tendencias de introducir el dinamismo moderno en la música religiosa, y hasta la oración, que se transforma cada vez más en petición (en un esfuerzo casi violento), empieza a prevalecer sobre el papel fundamental del rezo, que es el de alabar a Dios. Las moderadas y confiadas líneas melódicas del canto gregoriano tenían por idea básica la creación de un buen camino para alcanzar a Dios. El tenor fundamental era: Adjutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit coelum et terram. Por el contrario, el impulso que inspiró las obras de la música clásica y romántica era el sentimiento de una lucha casi desesperada con la voluntad de Dios. Hay en ella algo de violento, una zozobra y una inquietud más humana que metafísica, que desconoce el canto gregoriano. Mientras que la música religiosa clásica busca las situaciones extremadas, el canto gregoriano persigue la justa medida, y de ahí que la primera caiga fácilmente en el estilo dramático o lírico, mientras que el estilo sobrio de la segunda se aproxima al lenguaje hablado. El canto gregoriano presenta una riqueza melódica igual para los tres peldaños de la oración (rogar, agradecer, alabar). En cambio, la invención musical clásica ha sido mucho más inspirada por el ritmo de la rogativa que por el de la gratitud y de la alabanza. También la pintura religiosa muestra cada vez más las manos angustiadas y dolorosas (fig. 1) en lugar de las manos lisas y confiadamente empalmadas.
IV ¿ Cómo explicar la gran importancia que por todas partes adquirió el canto en el culto? Este papel no es específicamente cristiano en realidad, pues lo encontramos asimismo entre los pueblos paganos cuya cultura se halla hoy en plena decadencia. Claro es que varían la actitud psíquica y el dinamismo que de estas melodías se desprenden. Hay cantos rituales con gritos de fieras y altas voces, cuyos ritmos progresivamente acelerados crean en el cantor un estado de violento éxtasis y deben ponerlo en contacto con las almas de sus antepasados. Otros de pura magia, mediante un canto monótono y machacante, pretenden ejercer una influencia directa sobre los dioses y las fuerzas de la Naturaleza.
La frase bíblica: En el principio fué el Verbo parece pertenecer al caudal ideológico más antiguo de la Humanidad. Incluso los salvajes uitotos, tribus totemísticas de la selva americana, dicen: En el principio el Verbo dió origen al Padre (4), y entienden por Padre al Dios supremo. Ahora bien: el término Verbo o palabra es, por cierto, solamente un expediente lingüístico más o menos acertado para formular una idea casi inasequible a la inteligencia discursiva y al lenguaje humano, ya que por dicho término se indica algo supralógico y que es anterior y superior a toda noción definida; es decir, bien limitada. Según la mitología egipcia el mundo nace del grito creador del dios Thot. La tradición védica habla de un son (fenómeno más general y menos limitado que un sonido determinado), de cuya inmaterialidad, nacida de la nada, surgió el mundo mediante la progresiva materialización del ritmo sonoro e inicial. Este ritmo subsiste hoy en la sílaba mística Om. símbolo sonoro de la creación y sinónimo de flecha.
Las últimas líneas del Brihadâranyaka Upanishad, anteriormente trascrito, reflejan una fase de la doctrina del sacrificio continuo y mutuo. La muerte que engulle todo lo que anteriormente creó es el hambre, una suerte de inquietud primaria que empuja a crear (cantar) y a engullir otra vez la sustancia sacada de su propia «persona». Para producir nuevamente lo necesario no queda más recurso que sacrificar otra vez lo comido; es decir, su misma sustancia. Toda la creación dimana del sacrificio de su propia persona (ya que al principio no hubo nada fuera de ella), cuyo mantenimiento reclama de nuevo el sacrificio de lo producido anteriormente. Los dos polos de la vida cósmica son el apetito creador y el sacrificio de creado. Este ritmo alternativo de construcción y de destrucción genera el dualismo que va ensanchando y manteniendo el mundo.
Ahora bien: en este mundo tripartito el cielo, la humanidad la tierra corresponden al padre, a los hijos y a la madre. Según concepción antropomórfica del universo esas tres secciones están simbolizadas por la cabeza, el tronco y la parte inferior del cuerpo de un gigante cósmico y reaparecen (por analogía y con significa análogo) en la boca, las partes genitales y el pie del ser humano. Pateando con violencia el suelo-madre el hombre baila las danzas de la fecundidad agrícola, y al ofrecer su esperma crea la vida humana. Mas prodiga su más preciado tesoro (él, que, simbólicamente, corresponde al cielo) cuando regala mediante su boca el aliento vital. Este sacrificio causa una purificación, una verdadera katharsis del ser humano a presentarse de una manera sonora. El dualismo cósmico se manifiesta peculiarmente en el grito creador que se designa, según las. tradiciones, una risa o una manifestación de dolor. El parto del mundo y su mantenimiento se conciben a la vez como una acción violenta y una feliz redención de la palabra creadora, y no es puro azar que la sílaba Om pase por ser una flecha cuyo zumbido simboliza el doloroso y fecundo ritmo del sacrificio.
V Aunque, al disertar sobre el canto, los Padres de la Iglesia nunca mencionan el sacrificio del pneuma, no por ello se puede negar la presencia de residuos de la creencia en la virtud purificadora y en el sacrificio del aliento mediante el canto religioso.
Es seguro que la flecha sonora, o sea el grito de sacrificio llamada saeta (sagitta) en tierras de Andalucía arraiga en una tradición precristiana; pero el hecho es que, entre tanto, este grito de dolor y de redención se hizo muy cristiano. Tal canto nació de la anima naturaliter christiana, y si tales fórmulas no se incorporaron al canto gregoriano, ello se debe sencillamente a la nota extremadamente individualista y a su falta de moderatio. Sin embargo, la saeta es una de las manifestaciones más grandiosas de la cultura musical religiosa. Ocurre algo parecido con la forma musical matriz del Alleluia gregoriana, la cual debe de tener cierto vínculo con los melismáticos, cantos de desafío en las antiguas culturas pastoriles e incluso con los himnos del Sâmanveda, compuestos de sílabas místicas. Este antiguo canto se relaciona con la doctrina de las vocales y sílabas creadoras que en la salmodia védica (donde constituyen toda la letra o se intercalan en el texto) permiten «alcanzar la eternidad» (10), con tal que sean proferidas con la entonación justa. Desconocemos por completo la significación de las sílabas intercaladas en el canto cristiano, pero consta que hasta hoy en día las Iglesias sirias y coptas siguen intercalando sílabas sonoras mientras cantan los textos litúrgicos (11).
Según Atanasio (Epíst. ad Marcell. 28), la salmodia bien cantada derrama una fuerza moralizadora extraordinaria, y esta fuerza no sé comunica tan sólo a los cantores, sino, además, a los oyentes que con el debido consentimiento interior se entregan al ritmo de las oraciones cantadas. Dice Hilarius de Poitiers (prol. in libro psalm. c. 19-20) que las oraciones llamadas sencillamente «salmos» fomentan las buenas obras, mientras que los salmos intitulados «cánticos» respiran algo del sabor celestial. Pero la «salmodia», esto es, en el salmo cantado, se compenetran el saber y el obrar, con lo cual la salmodia constituye una expresión de la fe activa. También San Gregorio y San Basilio consideran la salmodia como la unión de la fe contemplativa con la activa, y aunque San Agustín se había mostrado poco inclinado a aceptar esta concepción, el término psallere acabó siendo sinónimo de vivir cristianamente o de cumplir las órdenes divinas mediante las buenas obras. Ahora bien: ¿qué significa vivir cristianamente sino ofrecer toda su vida a Dios y seguir en la ínfima medida de las limitadas posibilidades humanas el gran ejemplo de Nuestro Señor?
* * * Por otra parte, no faltan autores que quitan a la música toda suerte de eficacia directa: «vult laudari a nobis (Deus), non quod laus nostra quidquam conferat illi, sed ut habeat causam benefaciendi nobis» (Bruno Carthus. Expos. in psalm. 41). La importantísima exactitud de la entonación se halla también relegada a un plan inferior, pues muchos autores consideran más importante el pensamiento y la pureza del corazón que la voz justa (Hieronyrnus, Comment. in Epíst. ad Ephos. III, 5, 19). En oposición con la teoría antigua de la prioridad y la unidad de la palabra y del sonido, la doctrina musical cristiana llega a separar cláramente la noción palabra de la del sonido; y al disertar sobre la música hace caso omiso de la «virtud creadora» del sonido, limitándose a hablar de la moralitas artis musicae o del papel práctico y estético que puede desempeñar el canto para aumentar la devoción. Esto explica por qué el austero estilo del ars psallendi, desprovisto de toda clase de intención estética, era casi el único terreno del canto gregoriano en cuya teoría perduraban unos restos claros de aquellas ideas que el anima naturaliter christiana desarrolló desde antiguo sobre el valor de la palabra salmodiada. Ahora bien: como la salmodia es la forma más arcaica del canto gregoriano, parece lícito inducir que su ideología corresponde también a lo que primitivamente significaba este canto: sacrificar el individualismo cantando en el coro (lo que implica el sacrificio del aliento vital) para abrir paso al Espíritu Santo, hacer buenas obras y vivir cristianamente. Diremos, para concluir, que primitivamente las concepciones antiguas parecen perdurar parcialmente en la práctica y más aún en la subconciencia, pero la doctrina oficial hizo poco caso de ellas. Mientras los tratadistas medievales de la música continuaban enseñando las diferentes virtudes (ethos) de los modos musicales, estaban desacreditadas ya las bases músico-astrológicas de estas teorías. A la creencia en el ethos de los modos y en la katharsis del hombre mediante el canto (sacrificio de la voz), la doctrina cristiana sustituyó la idea de la compunctio cordis motivada por la moralitas artis musicae. Al atenderse, además, estrictamente al término bíblico Verbo y al rehusar la idea del ritmo sonoro puro o de la sílaba mística despojó ésta de todas las grandes virtudes que le había atribuido el mundo precristiano y subordinó la vox cantata a la vox secreta. Refutada la doctrina dualista, la idea del holocausto recibió una base nueva, en la cual la voz cantada ya no constituía un elemento primordial. Desde ahora en adelante cantar es alabar a Dios, pero cesa de ser un acto propiamente creador. En la medida que subsistieron, los símbolos musicales (considerados antes como realidades) sufrieron una revisión, de la cual había de salir una jerarquía de valores, ordenados según su grado de participación en la realidad que podían acusar: identidad, símbolo, alegoría, metáfora son otros tantos términos para indicar esta escala descendente de participación en la realidad. Será difícil determinar con toda nitidez la posición que en esta jerarquía de valores deberán ocupar los diversos documentos referentes a la música. Con lo dicho hemos de dar fin a nuestras investigaciones para ponerlas en las manos más expertas de los teólogos.
NOTAS
(1) Dado el nexo de todos los modos musicales entre sí, que históricamente parecen desarrollarse según el ciclo de quintas (fa-do-sol-re-la, etc.). el modo de la, por ejemplo, encierra, al lado de su dominante propia (re), las subdominantes secundarias (sol, do y fa), que heredó de los modos antecedentes re, sol y do. Vid. M. SCHNEIDER , Geschichte der Mehrstimmigkeit, Berlín, 1933, y Contribución en TH PREUSS, Lehrbuch. der. Voelkerkunde, Stuttgart, 1939, pág. 1403. (2) A BERGAIGNE, Etudes sur le lexique du Rigveda. «Journal Asiatique), 1884, volumen IV, pág. 198. (3) P. W. KOPPERS, Die Herkunft des Menschen, en «Wissensdhaft u. Weltbild», 1949. Vol. II, pág. 81. (4) TH. PREUSS, Religion und Mythologie der Uitoto. Leipzig, 1921, vol. 1, pág. 25. (5) P. DEUSSEN, Das System des Vedanta. Leipzig, 1906, páp;. 75. (6) A. BASTIAN, Vorstllungen von Wasser und Feuer. «Zeitsch. F. Ethnologie, I», página 375. (7) P. DEUSSEN, 60 Upanishads des Veda. Leipzig, 1905, pág. 383. (8) Aitareya Upanishhad. P. DEUSSEN Op.cit . páp. 17. (9) G. MASPERO: Le culte du bêlier d' Amon Thébain, «Bibliothèque Egyptologique», París, 1893, vol. II, págs. 399 y sigs. (10) Nrisinhapûrvatâpaniya Upanishad, l, 7. (11) D. JEANNIN: Le chant liturgique syrien. «Journal Asiatique», 1913 vol. II, página 113. (12) ERNOUT MEILLET: Dictionnaire ethymologique latin. (13) Este pandero que toco I é de pelexo d'oveIla / indaonte comeu herba / e hoxe toca que rabea. J. P. BALLESTEROS: Cancionero popular gallego. Madrid, 1884, pág. 45. (14) M. SCHNEIDER: El origen musical de los animales símbolos en la mitología y escultura antiguas. Barcelona. 1948, págs. 106 y sigs. (15) M. SCHNEIDER, ibídem, págs. 106 y sigs. (16) lbídem. Op. cit, pág. 113.
CONSIDERACIONES ACERCA
DEL CANTO GREGORIANO
Y
LA VOZ HUMANA
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Biblioteca Gonzalo de Berceo
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