Adoración de los Reyes Magos, de un manuscrito del Libro de Apolonio del siglo XIV.

 

 

 

 

Nada sencilla aparece la empresa de reseñar una obra que abarca más de 1500 páginas, si se pretende, con honradez, mostrar un sumario fidedigno y completo. Hacer otra cosa, aunque quizá sirviera para salir del paso, significaría desmerecer una tarea ingente y monumental que, de entrada, debe reconocerse y señalarse como ejemplo de aemulatio para muchos investigadores. Por otra parte, la experiencia (espero que no propia) enseña que obras tan densas suelen, con excesiva frecuencia, utilizarse más como libros de consulta circunstancial que de lectura detenida, si no por los especialistas en el campo concreto, al menos por bastantes de quienes tienen como objeto primordial de su atención épocas diferentes o materias sólo parcialmente conexas. Tal vez, por eso, un resumen espacioso y cabal de este trabajo no dejará de prestar a más de uno un tantico de utilidad.

Apostillar "aquí y allá este o aquel libro puede ser conveniente en ocasiones y no me he librado del pecado alguna vez, ignoro con qué fruto. Pero como, ahora, el que suscribe coincide muy ampliamente con las conclusiones del profesor Manuel Alvar, no se espere una recensión plagada de acotaciones, por más que me permita embutir, en varios casos, unas pocas consideraciones que juzgo necesarias.

Y antes de entrar en materia, quede asimismo constancia de la magnífica impresión de la obra que ha merecido el Premio Arnao Brocar2.

 

I. El tomo primero, con una división en siete partes, contiene un extenso estudio, cuyas líneas maestras intentaremos desmenuzar.

 

I.1.2. Tras describir con brevedad el manuscrito y explicar su historia, las dos primeras partes se dedican a examinar la filiación del códice castellano respecto a la Historia Apollonii regis. Con tal intención, se revistan los diferentes manuscritos y versiones de la Historia latina a partir del clásico estudio de E. Klebs (1899), aunque se agregan noticias sobre el códice latino de la Biblioteca Nacional de Madrid, estampado por E. García de Diego (1934) y desconocido por el investigador alemán. Una serie de precisiones y correcciones a la obra de Klebs permite a M. Alvar establecer que el Libro de Apolonio «en sus líneas generales sigue a la familia AP( = RA); sin embargo, no podemos admitir que proceda directamente de ella. En efecto, el llamado manuscrito (3 (= RB) u oxoniense posee algunos elementos que faltan en AP y que encontramos en el Libro» (p. 36).

Después de recalcar, luego, el origen latino de la primitiva versión de la Historia y fecharla en el siglo III, de acuerdo también con Klebs, se insiste, con diversas aportaciones propias, en el arranque del tema desde la Odisea, donde se encuentran varios topoi que, en unos cuantos casos, llegarán al poema castellano a través del relato latino. Como éste, a su vez, había incorporado diversos motivos provenientes de la novela griega o bizantina, sobre todo de la Efesíacas y de la obra de Heliodoro, se aclara que distintos elementos de esa tradición se reflejen asimismo en el Libro (vid. especialmente pp. 51-55). Posibles ecos menores de otras novelas bizantinas, así como los específicos de Virgilio y Ovidio, en la Historia, se resumen a continuación (pp. 55-68).

La única nota que me permitiría poner a estas páginas —pienso, sobre todo, en el estudiante universitario (y, si se me apura, no sólo en el estudiante), tan horro de poliglotismo— es la ausencia de dos libros en español, donde, sin entrar en ningún tipo de valoración crítica, cabe espigar referencias a la novela griega o bizantina: C. Miralles, La novela en la Antigüedad clásica, Barcelona, 1968; y C. García Gual, Los orígenes de la novela, Madrid, 1972.

I.3 En una tercera parte (pp. 69-109), una vez recordado que nos enfrentamos con un solo manuscrito «muy modernizado», se acomete su estudio lingüístico con el propósito de asentar los criterios que deben guiar la reconstrucción del texto original, reconstrucción que, modestamente y conforme con las puntualizaciones de varios críticos (Segre, Zumthor), denomina M. Alvar «hipótesis de trabajo». Utilizando los datos que proporciona la misma copia y admitiendo el principio de la regularidad métrica de la obra, se examina con mucha detención el fenómeno de la apócope (menor en el manuscrito conservado de la que debió ser en su estado primitivo) y el hiato en el interior y en final de palabra (en p. 88, sin duda por error tipográfico, se escribe que «Apolonio es siempre medido con tres sílabas», donde tiene que decir cuatro). En listas muy completas, se señalan, después, las supresiones y adiciones que exige la edición crítica, amén de algunos puntos más concretos relacionados con la reconstrucción textual; de todo ello, la sustitución de vestido por ropa, en 655 c y la de andaban por iban, en 621b (cf. p. 105) me parecen las más discutibles, pues acaso incrementar en dos los versos irregulares hubiera sido más prudente que introducir cambios tan tajantes, por más que ambos vocablos se encuentren documentados en el texto.

Digno de destacar considero el esmerado estudio de la apócope, por cuanto sirve para fundamentar el castellanismo originario del poema (cf. singularmente p. 79), delimitado con mucha más minucia en la séptima parte. No sé, sin embargo, hasta qué punto esos datos por sí solos valgan pava determinar que el Libro de Apolonio sea de una «relativa modernidad» o «algo posterior» (en p. 96, se adscribe «c. 1.260») al Poema de Fernán González. Pues si, en efecto, el uso de la apócope es un tanto más restringido que en el Libro de Alexandre o en la obra atribuida a un clérigo arlantino, tal vez se pueda achacar el fenómeno, sin olvidar el estado cambiante de la lengua en esas décadas, a la diferencia de edad de los autores o a unos hábitos lingüísticos propios, procedentes de una distinta educación o de alguna otra causa similar.

 

I.4 Bajo el título de «Fidelidad latina y originalidad castellana», se escudriña, en la cuarta parte, una ristra de asuntos relacionados con la fuente inmediata del Libro y su tratamiento por el anónimo autor. Desechado el origen francés (opinión de Wolf) o provenzal (parecer de Milá) 3 del texto castellano, se establece, acorde con el parecer de Klebs y Marden, que el poema «pertenece a una tradición específicamente latina» (p. 113) y vierte, en esencia, la Historia Apollonii regís, aun cuando recreada y vivificada «con lo que es la realidad de su tiempo y las exigencias de su lengua» (p. 119). En términos retóricos, el poeta intenta una aemulatio mediante la paraphrasis, aliada con procedimientos amplificatorios como la detractio y la adiectio, que le sirven para crear una obra nueva. Pero lo más resaltable es que tales procedimientos, bien conocidos y que en principio operan sólo a un nivel formal, los emplea también el autor «para adaptar la materia latina a su concepción artística [...] tanto para captar la realidad circundante cuanto para definir el contorno espiritual de las criaturas que le había legado una tradición literaria» (p. 120). Entre esas aportaciones, el «carácter bienaventurado —religioso— que adquirirá el héroe» (p. 120) destaca como muy importante.

Dilucidados tales presupuestos, se revisan, con amplio detalle y siempre con ejemplificación pertinente, las supresiones y adiciones del Libro en relación a la Historia latina, aunque M. Alvar, lejos de limitarse a una indicación de esas variaciones, indaga las causas que las posibilitan en cada caso, para concluir que, con un puñado de excepciones, además de mejorar literariamente el original, sirven para subrayar las referencias religiosas («tanto las que afectan a unos valores positivos, cuanto los intentos de despaganización» p. 142) y para «enmarcar todos esos procesos en un mundo real inmediato, español, sentido con unción y admirablemente descrito» (p. 145). La obra viene a caracterizarse, así, frente al texto latino, por una insistencia en el sentido cristiano y moral (por más que «el proceso cristianizador ya estaba en el propio original»)4 y por «un proceso de desarqueologización» (p. 151), completado por la exacta captación del mundo circundante; es decir, por lo que M. Alvar llama el «realismo» (p. 151), término que, personalmente, dadas sus connotaciones específicas, preferiría sustituir por el de verosimilitud. Mediante ese proceso —concluye M. Alvar—, el autor ha realizado «un gran descubrimiento: las ciudades y la burguesía» (p. 163), lo que explica que nos encontremos ante «el relato de las empresas de un héroe que no fue eclesiástico ni guerrero» sino «intelectual» y que, privado de adherencias arqueológicas, «no fue ya rey de Tiro, sino un hombre de la Castilla que mediaba el siglo XIII» (p. 164). Por último, en cuanto á la ordenación del poema respecto al texto latino, se establece que lo sigue «con gran fidelidad» (p. 171), dado que el autor conocía muy bien el latín (p. 176), si bien con ciertos desplazamientos y alteraciones a que se ve obligado por exigencias métricas. Únicamente en un caso el códice «se presenta con una grave deturpación»: la copla numerada hasta ahora como 17 tiene que ir tras la 21, por lo que ésta debe pasar a ocupar el orden siguiente a la 16 del manuscrito.

 

I.5    En la quinta parte, rotulada «Estructura e historia», se señala que, con alguna excepción, el autor castellano ha salvado las incongruencias de la Historia latina, al dotar a la estructura interna de su obra de una mayor «conexión de cada elemento con todos los demás deí sistema» (p. 211), como ya indicó A. D. Deyermond en un trabajo (1968-1969) que M. Alvar precisa con múltiples paradigmas mediante la indagación de las motivaciones de los personajes, su caracterización y la coherencia de sus actuaciones, además de examinar la utilización por el poeta de las instituciones castellanas de la época para el diseño de algunos pasajes (páginas estas últimas muy originales). Pero el autor, al igual que su antecesor, ha echado mano de diversos motivos tradicionales externos integrándolos en un conjunto, en una totalidad, cuya originalidad es necesario delimitar. Para ello, se lleva a cabo un estudio de la estructura del relato a través de las diversas esferas o 'series de funciones', según la terminología técnica de V. Propp (pp. 214-236). Semejante análisis conduce a descubrir «la repetición de una serie de funciones» dispuestas sin monotonía (p. 230) y que, a su vez, generan otras funciones (p. 233), aunque evidencia, por otra parte, que «lo que se presenta como un aspecto culto, elaborado por largas trayectorias culturales no es, en última instancia, otra cosa que un elemento folklórico incluido dentro de una función» (p. 235). Entre esos elementos folklóricos —también en parte delineados por Deyermond, pero ahora precisados y ampliados en comparación con la Historia latina, e investigados como elementos funcionales del relato (pp. 237-244)—, se presta atención preferente a las pruebas u ordalías, a la «misión estructural» de las consideraciones morales y a algunos otros elementos de menor entidad.

 

I.6    Una sexta parte se dedica a dilucidar la derivación de la leyenda en la literatura hispánica posterior: el incunable zaragozano impreso por Pablus Hurus hacia 1488, la «patraña oncena» del Patrañuelo de Timoneda, y la versión de Juan de Cuenca, alrededor de 1430.

Sobre el primero (pp. 249-261), que parte del capítulo 153 de Gesta romanorum, lima y enmienda Alvar las conclusiones de H. Serís (en 1962 y 1964), indicando algunas peculiaridades de la versión, entre las que destacan diversos errores de interpretación léxica que originan malas traducciones, el uso de sinónimos equivalentes para verter un cultismo latino y distintas paráfrasis amplificadoras. No nos las habremos,, pues, con «una verdadera traducción literal», como escribió Serís, sino con una versión fiel que testimonia conocimiento del latín y «una gran soltura en el manejo de su propia lengua» (p. 259).

Del mismo modo, M. Alvar corrige el aserto de Serís, quien consideró la «patraña oncena» de Timoneda como una imitación «casi al pie de la letra» de la traducción castellana cuatrocentista. Muy al contrario, se deja claro que Timoneda modificó «completamente cualquier antecedente que haya podido utilizar» (p. 262), destacando como características propias la enorme abreviación del relato, así como un rosario de invenciones, alteraciones y adiciones. No existe, desde luego, «ninguna prueba decisiva» para afirmar que la patraña proceda del incunable castellano, si bien tal posibilidad pudiera basarse en una razón externa: la escasa cultura del librero valenciano, para quien era dificultoso enfrentarse con soltura jl un texto latino.

Por lo que atañe a la traducción de Juan de Cuenca, fundamentada a su vez en la versión portuguesa que, antes de 1393, hizo Roberto Paim del relato VIII, en inglés, de la Confessio amantis de Gower (finalizada en 1392-1393, posiblemente sobre «un texto latino en prosa del siglo XI», aunque con conocimiento de la versión incluida en el Pantheon de Godofredo de Viterbo (1186-1191)), no caben muchas matizaciones, dada la desaparición del texto portugués. No obstante, aun privados de ese eslabón, la comparación de los textos castellano e inglés muestra que Juan de Cuenca llevó a cabo una traducción muy fiel que obliga a suponer una absoluta fidelidad en la versión de Paim; en cuanto a las escasas variantes, «pueden haber sido condicionadas por el proceso mismo de prosificación» (p. 273) o por la búsqueda de una mayor coherencia (p. 276).

 

I.7 Un largo y circunstanciado estudio lingüístico (pp. 279-472) ocupa la séptima y última parte del tomo I. Lógicamente, resulta imposible inventariar aquí todos los detalles que en él se tocan, por lo que me limitaré a indicar, a grandes rasgos, los asuntos examinados, aun a sabiendas de que, con tal proceder, no doy sino una descarnada idea del contenido.

En primer lugar, el estudio de las grafías, basado en la única transcripción de finales del siglo XIV, permite establecer como conclusión fundamental que nos hallamos ante un manuscrito «copiado, tardíamente, por un escriba aragonés o, cuando menos, de tradición aragonesa» (p. 229 y cf. p. 464). Más tarde, se concretará que la presencia de alguna forma anómala, como la repetición de esti en dos ocasiones (207c y 311a,), hace pensar que quizás «el copista del manuscrito escurialense no era aragonés de la raya catalana, sino muy occidental; más aún, acaso riojano en un momento en que el dialecto estaba muy influido por el aragonés» (p. 331).

Ya con fundamento en la edición crítica, se realiza el estudio lingüístico con una revista detalladísima de la fonética (vocalismo, consonantismo, cambios fonéticos) y del sistema fonológico del texto. Eh el plano morfológico, se examinan, con idéntico pormenor, las partes nominales de la oración, el verbo (con copiosas referencias a modos y tiempos), el adverbio y las partículas. Siguen unas páginas sobre la formación de palabras (prefijación y sufijación), tras lo que se pasa a una atenta consideración del plano sintáctico, en un orden similar al anteriormente resumido, para dedicar un capítulo, por último, al orden de las palabras.

Lo esencial de esta lenta andadura, muy bien sintetizada en las conclusiones finales, es que ni el tratamiento fonético ni los sistemas fonológico, morfológico o sintáctico permiten descubrir en el Libro «ni un solo rasgo aragonés» (p. 465). De esta manera, las conclusiones a que había conducido el estudio de la apócope (en 1.3)) se refuerzan ahora para probar taxativamente el castellanismo de la obra, punto sobre el que el profesor Alvar insiste, con frecuencia y de modo explícito, a lo largo de todo el capítulo (vid. verbigracia, pp. 305 , 307, 308, 312, 319, 321, 325, 328, etc., etc.).

Dos asuntos que lamentamos no se hayan tratado de modo específico en este volumen, aun cuando puedan espigarse bastantes referencias a los mismos, son las relaciones del Libro de Apolonio con otros poemas del mester de clerecía y la métrica de la obra, a la que M. Alvar aplica las conclusiones a que han llegado los investigadores del tema en Berceo.

 

 

II. Amén de las distintas ediciones del Libro de Apolonio, de las que hablaré enseguida, se imprimen en este segundo volumen tres textos de capital valor por su conexión con el poema castellano: la Historia Apollonii regis, Gesta romanorum y el incunable zaragozano cuatrocentista. Sobre facilitar, así, unas obras de no fácil acceso (singularmente, las dos primeras), se le ofrecen reunidos ai] estudioso los materiales más necesarios para su investigación. Mientras para la Historia se sigue el texto de A. Riese (Lipsiae, 18832) 5 y, para el segundo, la edición, con mínimas modificaciones, de H. Oesterley (Berlín, 1871-72, 2 vols.), el incunable de Zaragoza —estampado a doble columna con Gesta romanorum— ha sido objeto de mayor cuidado. En efecto, aun teniendo en cuenta la impresión de H. Serís (New York, 1964), se ha llevado a cabo una nueva transcripción, en que, además de corregir errores (las diferencias más significativas se recogen a pie de página), se ha seguido un criterio más razonable. Al final del tomo, se añade también una reproducción facsímil del texto6.

En cuanto al Libro de Apolonio, señalaremos, primero, la inclusión de un facsímil del texto, excelentemente cuidado, de modo que el original puede leerse con facilidad. A doble columna con él, se añade una fiel versión en prosa que, sin duda, prestará una útil ayuda a muchos para solventar la interpretación de algunas cuartetas. Anoto sólo, que la versión de la estrofa 339, anunciada en página 398, ha pasado a la página 400; en la página 466, en la versión de la estrofa 514, se ha perdido el término dura. Por otra parte, me permito sugerir, á la vista de la versión modernizada, que pecado, en 55 b, puede equivaler a 'demonio' (cp. Libro de buen amor, 219c, 83 b, 960c, 990g, etc.); y, posiblemente, escriptura, en 52d, aluda a la Biblia (cp. con ley en 53d).

Por más que con ellas se abra el volumen, he dejado para el final, por razones obvias, el comentario de las ediciones paleográfica y crítica, que se imprimen a doble columna con el objeto de facilitar su confrontación.

Consiste la primera en una transcripción del códice con escrupulosa fidelidad; en la exposición del propio M. Alvar, «división de palabras, signos diacríticos, uso de las mayúsculas, etc.,, se copian según figuran en el texto. Tan sólo se resuelven las abreviaturas y, en tal caso, las letras restituidas se imprimen en cursiva. En cuanto a los errores materiales del copista se subsanan poniendo entre < > los grafemas que no deben tenerse en cuenta y entre [ ] los signos que añado y cuya evidencia hace innecesaria ninguna aclaración» (p. 11). Como es norma en este tipo de ediciones, se explican en nota las particularidades de la escritura del códice que es imposible recoger en el corpus de la transcripción. Observo que la nota 79c, que dice «como en 5c», debe corregirse en: «como en 5a».

La edición crítica, que indudablemente es la que más nos interesa, parte del principio de la regularidad métrica del texto y se rige por un aserto liminar: «procuro [...] hacer asequible el texto a un número de lectores lo más amplio posible» (p. 13). Con tal finalidad, M. Alvar va a aplicar criterios actuales en la puntuación, acentuación, división de palabras y uso de mayúsculas y minúsculas; en definitiva, unas normas ortodoxas que nadie le discutirá. No sé, sin embargo, si más de uno asentirá también ante la utilización de la ortografía actual, aun cuando queden a salvo los casos en que la antigua tiene valor fonético, y, sobre todo, ante alguno de los otros criterios explicados en las páginas 13-14. Desde mi perspectiva, nada tengo que objetar en esta ocasión, porque, al encontrarnos, en el mismo volumen, con las ediciones paleográfica y facsímil, es sencillo para cualquier especialista salvar un posible desacuerdo a la hora de citar un pasaje del Libro.

No acierto a comprender, con todo, que el signo se transcriba por y en algunos versos (vid. 1a, 1c, 2c, 29c), sobre todo cuando el editor ha escrito pocas páginas antes: «el signo t lo transcribo por (p. 14), lo que efectivamente hace en otros lugares (vid. 34c, 46c, 63d, etc.). Indicaré asimismo varios errores de acentuación y puntuación, cuyo origen tipográfico me parece indudable: 1) Suprímanse acentos en (38b, 84a), ojo (164a), vi (415a). 2) Sustituyase por coma el punto y coma al final de 324a y 64óa. 3) Agréguese coma al final de los siguientes versos: 93a, 95a, 367fo, 510c. 4) Si (47b) es con minúscula, habie debe acentuarse habié (48b) y si no hay que escribirlo sino (131c). 5) El punto final de 19a es coma y aún debe añadirse otra después en Antiocha; tras el primer hemistiquio de 115b hay coma, no punto; sobra la coma tras el primer hemistiquio en 647d; punto, y no dos puntos, hay después de 656d7.

La edición crítica, en fin, va acompañada de numerosas notas de carácter casi exclusivamente textual, en las que se expresan las razones en que se fundamentan la elección de lecturas y las correcciones al original, con insistencia, sobre todo, en las variantes respecto al texto instituido por C. C. Marden. Las escasas notas literarias (por ejemplo, a las cuartetas 55 y 127) son muy breves.

Queda, así, establecida una edición, con copia de variaciones en relación a la de Marden8, que, sin duda, se convertirá en texto citadísimo, y en la que el comento de otros investigadores introducirá, posiblemente, algunos cambios.

 

III. El tercer y último tomo, tras unas palabras preliminares, se dedica a establecer las concordancias del Libro (pp. 15-467), trabajo de crucial interés no sólo para la obra estudiada sino para cualquier investigación relacionada con los autores del mester de clerecía. De idéntica importancia, por las mismas razones, es el índice de rimas (pp. 471-485) que completa el volumen.

Tras haber dado a la estampa el Libro de la Infancia y Muerte de Jesús y la Vida de Santa María Egipciaca, el profesor Manuel Alvar ha prestado otro importante servicio a la filología hispánica con las ediciones y el estudio pormenorizado del otro texto conservado en el manuscrito escurialense III-K-4. Y tengo para mí que esa labor no responde sólo a «una serie de azares fortuitos» como, con modestia, se afirma en el prólogo sino a la continuidad de un trabajo infatigable, a través del cual se nos ofrece, con pericia y garantía científica, una de las obras fundamentales de las letras hispánicas medievales.

 

 

 

 

 

NOTAS

(1) Manuel Alvar, ed. Libro de Apolonio, Madrid, Ed. Castalia-Fundación Juan March, 1976, 3 vols. (I: Estudios; II: Ediciones; III: Concordancias).

(2) Anotaré, con todo, algunas molestas erratas: protejido (I, p. 46); necesidad de Curtios por necesidad que Curtius (I, p. 87); pertenencia por pertinencia (I, p. 99); diue por dice (I, p. 204); Baríes por Barthes (I, p. 214, n. 86); tradición gráfica oculta por tradición gráfica culta (I, p. 307); uniformitad por uniformidad (I, p. 334); lenguas románticas por lenguas románicas (I, p. 342, n. 44). Otros detalles que podrán solventarse en ediciones posteriores son: 1) Falta el lugar de impresión del libro de H. Ullmann (cit. en I, p. 44, n. 27), que tampoco se recoge en la bibliografía. 2) En I, p. 67, se cita, sin más concreciones, a Lida, cuyo nombre tampoco aparece en la bibliografía: obviamente, se está remitiendo a La idea de la fama en la Edad Media castellana (México-Buenos Aires, 1952). 3) No se ha señalado el lugar y año de edición de las misceláneas que incluyen los artículos citados de R. Lapesa (I, p. 374, n. 14), R. M. Ruggieri (I, p. 377, n. 28); D. Alonso  (I, p. 424, n. 15) y J. Vallejo (i, p. 444, n. 1). 4) En cuanto al libro de E. Power (I, p. 158, n. 130), existe traducción española (Buenos Aires, 1966).

(3) También R. Menéndez Pidal aceptó la opinión de Milá sobre los provenzalismos del Libro de Apolonio; cf. Cantar de Mió Cid. Texto, gramática y vocabulario [1913], Madrid, I, p. 36. 19644.

(4) Aquí cabría interrogarse hasta qué punto ese «proceso cristianizador» se encontraba en el original del siglo III o es, en mayor o menor grado, producto de interpolaciones posteriores.

(5)) Pero con un detalle impagable: la inclusión, entre corchetes, a lo largo del texto latino, del número de las estrofas correspondientes al relato castellano; la comparación queda, pues, enormemente facilitada.

(6) En p. 525, n. 1, M. Alvar indica que ha conocido la edición de A. D. Deyermond (Exeter, 1973) cuando la suya se encontraba ya en prensa.

(7) Una errata muy fastidiosa se encuentra en p. 177, donde se coloca una nota a 475a que corresponde, realmente a 457a, por lo que tiene que pasar a la página 171.

(8) No se ha tenido en cuenta —supongo que por encontrarse la obra ya ene prensa, según se infiere de lo que decimos en la nota 6— la edición de G. B. di Cesare (Milano, 1974), sobre la que debe consultarse lo que escribe M. Morreale en Quaderni Iberoamericani, VI, 1976, pp. 392-399.

 

 

 
 

UNA EDICIÓN DEL
"LIBRO DE APOLONIO"

 

Archivum: Revista de la Facultad de Filología, ISSN 0570-7218, Tomo 29-30, 1979‑1980, pags. 253-264

 

NICASIO SALVADOR MIGUEL
Universidad
Complutense de Madrid